GUERRA ENTRE DOS TEOCRACIAS: UNA SISTÉMICA, OTRA INSTRUMENTAL

18 de junio de 2025

Según el libreto de dirigentes y académicos del Orden Liberal, la guerra entre Irán e Israel sería una suerte de “lucha de civilizaciones”. En otras palabras, Democracia vs. Teocracia. Pero esa afirmación no resiste un análisis libre de resortes propagandísticos.

Israel es sólo formalmente una democracia. Lo fue, más o menos, sin olvidar sus rasgos coloniales fundacionales. Incluso fue una democracia socialista, mucho más ambiciosa y desde luego menos represiva que las “democracias populares” de Europa Oriental y Asia. El nuevo Estado no fue apoyado por EEUU: también por la URSS, y con más entusiasmo, si cabe. Hasta 1967. 


LA DERIVA RELIGIOSA DE ISRAEL

Tras la “guerra de los seis días”, Israel se convirtió en una democracia que dejó de respetar las reglas internacionales y, lo que es más importante, los derechos y libertades de la población en las zonas ocupadas por su poderoso Ejército. 

Cuando esta hegemonía incompleta se confirmó en 1973, tras el cuarto intento fallido árabe de expulsar a la “potencia sionista” de la región, Israel inició un camino oscuro que primero enterraría el socialismo (años ochenta) y luego la democracia como sistema integral de derechos y libertades para todos los grupos de población.

La llegada de inmigrantes judíos de los países europeos orientales tras el derrumbe del comunismo reforzó el sentimiento anti colectivista.  La furibunda reacción contra cualquier forma de socialismo dejó el camino libre a todo tipo de doctrinas mesiánicas, que habían sido minoritarias en las primeras décadas del Estado.

La contradicción flagrante entre el judaísmo religioso y el sionismo político pervivió durante todo este periodo. Hoy sólo es un constructo teórico. Los designios de Dios y la voluntad política totalitaria de los partidos confesionales y sus aliados han convergido. Israel se ha convertido en una teocracia con instituciones formalmente liberales que sirven para asegurarse el apoyo de Occidente y, en particular, de Estados Unidos, otra potencia que se encuentra en un proceso de maridaje con visiones mesiánicas más radicales que las que inspiraron su nacimiento.

Durante las décadas de gobiernos laboristas (en solitario o en coalición, con liberales o incluso conservadores), los dirigentes de Israel aseguraron la permanencia del Estado a toda costa. La expansión de las colonias en territorio palestino se hizo en función de un proyecto de reequilibrio demográfico y del refuerzo de las fronteras de un territorio ampliado por sus conquistas militares. No se utilizaba, pensara cada cual lo que pensara al respecto, la noción de “mandato bíblico”.

Frente a este posicionamiento de la izquierda sionista, la derecha oponía un modelo de fortalecimiento y expansión del Estado no exclusivamente político. El objetivo consistía en cumplir con el designio bíblico y reagrupar todo el territorio del Israel del antiguo testamento. Cisjordania -núcleo fundamental de un hipotético Estado palestino futuro- no existía para los conservadores israelíes: era Judea y Samaria. 

Con el cambio generacional en la derecha israelí y la consolidación -no fácil ni lineal- de Netanyahu como líder casi indiscutible, todos los tabúes del expansionismo israelí han ido cayendo. Aun así, la voluntad del actual primer ministro, durante sus anteriores periodos al frente del gobierno, ha sido evitar la dependencia de los partidos religiosos, más allá de lo inevitable. Los casos de corrupción le pusieron entre la espada y la pared y el consenso en torno a su liderazgo se resquebrajó. El Likud, su partido, sufrió varias escisiones. Se crearon otras formaciones conservadoras pequeñas con las que había que negociar duramente en la Knesset. Al final, emergió un nuevo panorama político en el que los socios de gobierno de Netanyahu no eran los disidentes salidos de su filas, sino las nuevas formaciones religiosas que sintetizaron el judaísmo religioso y el sionismo político. 

Netanyahu ha hecho virtud de la necesidad. Se ha “convertido” a esa “teocracia” liberal (si se permite el oxímoron) con tal de cohesionar la coalición de gobierno, mantenerse en el poder y conservar la capacidad de retorcer las normas del Estado de Derecho para evitar su procesamiento y, al cabo, su inhabilitación; es decir, el final de su tormentosa carrera política.


LA OPORTUNIDAD BUSCADA

Los acontecimientos de 7 de octubre de 2023 le pusieron en bandeja una oportunidad que un halcón político como Netanyahu no podía dejar escapar. El trauma nacional ocasionado por el ataque de Hamas (comparado por muchos con el de 1973) le sirvió de excusa/motivo para lanzar una operación militar de una brutalidad sin precedentes, incluso para los estándares israelíes. Con el propósito declarado de acabar con Hamas, dueño y señor de Gaza, Israel ha perpetrado la matanza más execrable de los últimos tiempos. Incluso los países occidentales que han venido defendiendo la ficción del Israel liberal y democrático se han visto obligados a protestar (la mayoría con la boca pequeña y medio cerrada). 

La operación militar terminó convirtiéndose en un fracaso estratégico. Israel ha matado a los principales líderes de Hamas, ha desmantelado parte de su estructura militar y política en Gaza, ha asesinado a más de 50.000 civiles y ha infligido un sufrimiento inhumano a los dos millones de habitantes de la franja. Pero no ha “terminado el trabajo”, como gustan de decir los entusiastas del genocidio.

Ya no quedaban muchas opciones, salvo la más arriesgada y difícil de todas: atacar al padrino de todas las organizaciones que han venido obstaculizando la hegemonía militar de Israel en las últimas cuatro décadas y media. 


IRÁN ASUME LA RESISTENCIA ISLÁMICA

La teocracia iraní se convirtió en el gran enemigo de Israel, una vez que los Estados árabes se convencieron de que nunca podía ganarle una guerra, ni siquiera minimizar su proyecto político. La “resistencia frente al sionismo” se quedó en lo que fue siempre en realidad: un “gancho” propagandístico para ocultar o desviar la atención del fracaso de regímenes autocráticos y de sistemas sociales fallidos y perversos. 

La caída de la monarquía milenaria persa en 1979 privó a Estados Unidos de su gendarme más preciado entre el Ganges y el Mediterráneo. Pero el fin de la dinastía de los Pahlevi fue una pesadilla para Israel. Desde el principio, los ayatollahs declararon a Israel una potencia maligna por su ocupación de Jerusalén, tercera ciudad santa de los musulmanes. La política exterior iraní ha girado en torno a la “destrucción de Israel”, incluso después de que sus vecinos árabes (algunos amigables, otros adversarios, según la confesión musulmana dominante) se hubieran resignado a su existencia.

Irán construyó una red de Estados aliados (Siria y más tarde el Irak post-Sadam), partidos-milicia (el Hezbollah libanés, los hutíes yemeníes) y sectores disidentes de las franquicias terroristas sunníes (como Al Qaeda y Daesh), con la única intención de acosar a Israel, de obstaculizar su designio hegemónico. Nada decisivo, por supuesto, pero suficiente para obligar al enemigo a mantener un notable esfuerzo de defensa, a pesar de la paz fría entablada con los vecinos árabes.

Consciente de que esa hostilidad era poco más que una molestia táctica, Irán se embarcó en un programa civil y militar de largo alcance estratégico. Desarrolló sistemas de misiles capaces de golpear en el corazón de Israel y según sostiene Occidente, poner en marcha un programa nuclear militar oculto bajo la apariencia de necesidad energética civil. Para uno de los principales productores mundiales de crudo, esta iniciativa resultaba incomprensible.

Durante más de veinte años, Israel y Estados Unidos, compenetrados del todo o parcialmente, han denunciado, obstaculizado, sancionado, atacado, boicoteado, y retrasado este esfuerzo estratégico iraní. Atentados, sabotajes, asesinatos e infiltraciones a todos los niveles del Estado han sido permanentes. Pero Obama rompió con esa lógica, no por candidez, sino por pragmatismo. Intentó el engagement: la negociación. Si no se podía evitar la nuclearización de Irán, se debía intentar limitar su alcance, sus riesgos, su conversión en un recurso de guerra.

En 2015 se firmó por fin el JCPOA (Plan de Acción Integral Conjunto), para disgusto sin cuento de Israel, temor de la monarquías árabes rivales de la potencia chií y malestar de los republicanos de Estados Unidos. Trump se salió del pacto y aplicó la política de “máxima presión” contra Irán, pero los clérigos iraníes no se rindieron y aprovecharon el viraje de Washington para avanzar a toda velocidad con el programa nuclear.

Después del 7 de octubre, casi nadie en el régimen de Teherán pensaba que era posible una negociación. Los ayatollahs creyeron que su continuidad en el poder dependía de la intimidación nuclear, en un contexto de profunda crisis económica y social.


¿HASTA DÓNDE LLEGARÁN NETAYAHU Y TRUMP?

El masivo ataque Israel se esperaba desde hace dos décadas. Estados Unidos ha venido frenándolo, con el argumento de la inestabilidad que una escalada bélica podría provocar en la zona más volátil del mundo por su importancia energética.

Estos días se hacen todo tipo de conjeturas sobre el verdadero alcance de los daños infligidos a las instalaciones iraníes. La central de centrifugadores de Natanz ha sido seriamente afectada, pero la planta subterránea de Fordow al parecer sigue activa. Los expertos de la Agenci Internacional de la Energía que monitoriza el programa iraní creen que el régimen de Teherán dispone de suficiente uranio enriquecido para faricar ya 10 bombas atómicas. En tres días podría llegar al 90% para culminar el proceso. Pero hay otras tareas antes de disponer eficazmente del arma. ¿Pueden haber trasladado e uranio a otro lugar? ¿Hay instalaciones no conocidas? ¿Conoce Israel estas otras bases alternativas? Las especulaciones se mezclan con la información. (1).


A estas alturas del conflicto, parece claro que la superioridad tecnología israelí y el apoyo logístico -quizás algo más- de Estados Unidos determinan una derrota de Irán (2). Pero ¿hasta qué punto? Netanyahu ya reconoce abiertamente que su objetivo no es sólo la destrucción del programa nuclear iraní, sino el cambio de régimen. Los estrategas israelíes más radicales están persuadidos que éste es el momento propicio. Sin aliados regionales capaces de incomodar a Israel y con una Casa Blanca permisiva cuando no cómplice de las soluciones más extremistas, la suerte de Irán parece sellada.


Analistas nada sospechosos de ser antiisraelíes cuestionan la estrategia de Netanyahu. Sostiene Steven Cook, experto en la zona, que “el ataque israelí va más allá del programa nuclear” (3). Ned Price, miembro de la administración Biden, opina que “Israel debería haber dejado a la diplomacia seguir su curso” (4). El experto nuclear Eric Brewer vaticina que, si Israel no aniquila por completo el programa, “la bomba nuclear iraní es ahora más probable” (5). El analista tecnológico israelí David Rosenberg se pregunta si Netanyahu tiene una estrategia de salida (6). El experto en Irán del International Crisis Group aboga por “no abandonar la diplomacia” (7).

Sobre la posición norteamericana, David Sanger, el editor de asuntos de seguridad del NEW YORK TIMES, asegura que Israel ha puesto a Trump en la disyuntiva de una mediación in extremis o suministrar a su aliado las bombas de gran potencia que necesita para destruir las instalaciones subterráneas iraníes (8). En el mismo diario, el gurú judío para asuntos de Oriente Medio, Thomas Friedman sugiere a Trump lo que debe hacer “para acabar esta guerra”: entregar a Israel las bombas antibunkeres y reconocer al Estado palestino (9). Pero el WASHINGTON POST le reclama que piense bien lo que puede venir después (10). Después del último desaire a sus aliados en el G7, el extravagante Presidente parece excitado por los acontecimientos, presume de saber dónde está el Guía Jamenei, pone a los 40.000 soldados norteamericanos en la zona en estado de alerta, exige a Irán “rendición incondicional” y ha reposicionado la maquinaria de guerra  (11). ¿Está faroleando o ya ha decidido embarcar a su país en otra de esas guerras en la región de las que prometió alejarse? 

Los clérigos iraníes son tenaces, pero nunca han tenido un tête-a-tête tan brutal con su enemigo existencial. La facilidad con la que Israel ha descabezado a su cúpula militar debe haber provocado pánico en las alturas. Las amenazas a las bases norteamericanas no pasan de ser una retórica obligada. El ayatollah, anciano y muy enfermo, no espera más que el final. De su vida, sin duda. Pero ¿está preparado para convertirse en el sepulturero del régimen? 


Las dos teocracias no son simétricas. La iraní es tradicional, convencional y estructural. La religión permea todo el sistema político; aún más: lo condiciona, lo modela, lo determina. La israelí no es una teocracia doctrinal, sino una democracia cada vez más iliberal, una autocracia en ciernes, amparada por una retórica mesiánica. En Irán, la teocracia es sistémica; en Israel, instrumental.

Pero, a pesar de estas diferencias, hay un punto de coincidencia: la imposibilidad de la renuncia a los designios divinos. Los dirigentes iraníes no conciben una capitulación, porque sería contravenir el mandato de Alá. El actual gobierno de ultraderecha israelí no puede dejar escapar vivo al “odioso” régimen de Teherán, porque se siente obligado a defender el destino de un pueblo elegido.

Esta guerra se parece poco o nada a las guerras de religión europeas de la Edad Moderna. Entonces, protestantes y católicos compartían una fé, escindida pero perteneciente a un tronco común. Aquí se enfrentan dos concepciones radicalmente opuestas de la cosmogonía.  Las teocracias no firman la paz: se glorifican en la victoria o se inmolan en la derrota.




NOTAS


(1)Will Iran dash for nukes? SHASHANSK JOSHI. THE ECONOMIST, 16 de junio.

(2)“Israel's smaller, sophisticated military opposes larger Iran”. JONATHAN BEALE. BBC, 16 de junio. 

(3)“Israel is going for the death blow on Iran”. STEVEN COOK, FOREIGN POLICY, 16 de junio.

(4)”Israel should have let Diplomacy run its course”. NED PRICE. FOREIGN POLICY, 16 de junio.

(5)“Israel’s Attacks Make an Iranian Bomb More Likely”. ERIC BREWER. FOREIGN POLICY,16 de junio.

(6)“Does Israel Have an Exit Strategy?” DAVID ROSENBERG. FOREIGN POLICY, 17 de junio. 

(7)”Don’t give up on Diplomacy with Iran”. ALI VAEZ. FOREIGN AFFAIRS, 16 de junio.

(8)“Trump’s Iran Choice: Last-Chance Diplomacy or a Bunker-Busting Bomb”. DAVID SANGER & JONATHAN SWAN. THE NEW YORK TIMES, 16 de junio

(9)“The Smart Way for Trump to End the Israel-Iran War”. THOMAS FRIEDMAN. THE NEW YORK TIMES, 16 de junio.

(10)“Bomb Iran? Trump needs to think about what happens next” THE WASHINGTON POST (Editorial), 16 de junio.

(11) “Could US attack Iran’s Fordow nuclear site? Military movements offer a clue”. DAN SABBAGH. THE GUARDIAN, 17 de junio.







UN ATAQUE ESPERADO DESDE HACE DOS DÉCADAS

13 de junio de 2025

Por fin ha ocurrido lo que tomo el mundo temía desde primeros de siglo: un ataque de Israel contra las instalaciones nucleares de Irán, en la localidad desértica de Natanz, y otros establecimientos militares relacionados.

Durante dos décadas largas, Estados Unidos ha tratado de evitar una solución militar para que se desencadenara una escalada de incalculables consecuencias en la región y en todo el planeta. Pero no ya que equivocarse: las iniciativas de Washington no se pueden considerar en modo alguno una mediación. Alineadas con Israel “sin fisuras”,  con mayor o menor grado de coincidencia, las sucesivas administraciones norteamericanas han intentado neutralizar el programa nuclear del régimen islámico.

Georges W. Bush ensayó una solución militar blanda, cibernética, consistente en “infectar” el sistema de control de los dispositivos nucleares. Pero no pasó de la fase de diseño. Fué ya en el mandato de Obama cuando se ejecutó con el nombre en clave de Juegos Olímpicos. Centrales, centrifugadoras y otras instalaciones quedaron gripadas, inutilizadas durante un tiempo.  En paralelo, Israel ejecutó operaciones encubiertas de sabotaje y asesinato de prominentes científicos y mandos del programa nuclear.

Cuando Obama se dio cuenta de que este esquema de disuasión no había sido suficiente, decidió optar por la vía diplomática, consistente en controlar, retrasar y canalizar las ambiciones iraníes.

Israel se lo tomó a mal, por considerar que esa no era una solución duradera y, por lo tanto, debía abandonarse. Obama no hizo caso a Netanyahu. Ni siquiera a los países árabes rivales de Irán en la zona, en particular las petromonarquías del Golfo. Pero el entonces Presidente norteamericano siguió adelante y consiguió forjar un acuerdo en 2015, un año antes de despedirse de la Casa Blanca.

Irán aceptaba una serie de limitaciones en la producción de combustible y, lo que era más importante, en el enriquecimiento del uranio, por debajo del necesario para poder fabricar bombas.

Israel siguió con su política de rechazo y acogió con alborozo el triunfo de Trump. Una de las primeras medidas del millonario neoyorquino fue denunciar el pacto sellado por Obama, lo que habilitó a Irán para recuperar sus planes iniciales. Trump lanzó la política denominada de “máxima presión”, que incluía la amenaza de ataques militares. Pero los ayatollahs no cedieron.

Otras crisis en Oriente Medio y el acercamiento entre Israel y los regímenes árabes conservadores desaconsejaron una crisis de alto rango. El tiempo fue pasando, Teherán se fue acercando al punto de ruptura, es decir, al umbral pasado el cual estaría en condiciones de producir las temidas bombas nucleares.

En los últimos cinco años, con otro demócrata en la cúspide del poder ejecutivo en Washington, ha habido un juego de equilibrios entre Estados Unidos, Israel, los aliados más preciados de Washington en la zona y las instituciones mundiales asociadas al control de la crisis. Hasta que Hamas, desde sus posiciones en Gaza, atacó territorio israelí en octubre de 2023.

Las brutales represalias israelíes debilitaron a la organización palestina amiga de Irán. Meses después, la  caída del régimen proiraní de la familia Assad en Siria dejaron a los altos clérigos chiíes sin su mejor aliado en la región.

Trump regresó a la Casa Blanca con el Irán más débil desde la instauración de la República Islámica en 1979. A los reveses internacionales se ha sumado una crisis socio-económica pavorosa, provocada por el impacto de las sanciones internacional y la mala gestión interna.

Trump, sin embargo, no cumplió con su promesa de regresar a la política de “máxima presión” y ha intentado una negociación que, lo reconozca o no, giraba en torno a los parámetros fijados durante la administración Obama.

Pero el acuerdo no terminaba de llegar. Israel, en manos de un gobierno extremista y sumamente belicista, se creía capaz de “terminar el trabajo” y “decapitar la cabeza de la hidra”.  Pese a los intentos discretos de Washington por frenar lo inevitable, el gobierno de Netanyahu ha optado por atacar sin más dilaciones. En un contexto de críticas internas y externas por la prolongación de la carnicería en Gaza y la irresuelta recuperación de los rehenes aún en poder de Hamas, el primer ministro Netanyahu parece decidido a ganarse un lugar de privilegio en el panteón de figuras insignes de la historia del Estado judío.

El Irán nuclear quizás no sea destruido completamente por estas operaciones israelíes. Las centrifugadoras más modernas que enriquecen el uranio se encuentran bien protegidas en instalaciones blindadas bajo tierra en la zona de Fordow. Israel no dispone de las bombas para penetrar esas capas de seguridad. Washington, sí. Pero hasta ahora se ha resistido a proporcionárselas a su aliado estratégico en la región. ¿Hasta cuándo durará la negativa?

DE GAZA A CALIFORNIA: FUERZA SIN LEY

11 de junio de 2025

De Gaza a Los Ángeles se está perpetrando un modelo de descomposición del Estado liberal. A pesar de la inmensa diferencia entre uno y otro caso, hay un denominador común: la falsedad como justificación del uso indiscriminado de la violencia de Estado.

En Gaza, hace mucho tiempo que se han franqueado todas las líneas rojas que deben exigirse a un país civilizado. Israel, ya se sabe, hace ostentación de eludir las normas, leyes y mandatos de la sociedad internacional. Se lo reclama de forma retórica a sus enemigos, pero se reserva la inveterada costumbre de no respetarlos, basado en un artero concepto de derecho a la defensa. Israel hace mucho años que no se defiende. Ataca por sistema, por instinto, por el disfrute de la seguridad que supone no estar expuesto a represalias de envergadura creíble. Israel ha convertido el uso, abuso, exceso y crimen en una filosofía política.

Esas afirmaciones no son fruto de ese antisemitismo que sus cómplices sacan a relucir cada vez que se denuncia el comportamiento intolerable de sus dirigentes, avalado por la gran mayoría de una sociedad cada día más intolerante, mas extremista. Anteriores responsables del gobierno o del Ejército, difícilmente sospechosos de ser enemigos del sionismo, se han sumado a las críticas. En otros tiempos fueron interpretes fieles de sus planes de expansión, pero con ciertos límites impuestos por la decencia o simplemente por un sentido interesado de autocontrol.

El exprimer ministro Ehud Olmert, un liberal que terminó su carrera política bajo la ignominia de ciertas sospechas de corrupción, atacado desde la derecha y la ultraderecha sin piedad, ha vuelto a permitirse una de las críticas más feroces de la deriva de su país, desde dentro mismo del sistema.

En una tribuna que sólo el diario izquierdista Haaretz se atrevió a publicar (más tarde reproducida por algunos periódicos occidentales), Olmert afirma con rotundidad lo que todo el mundo está viendo y permitiendo: que Israel comete “crímenes de guerra en Gaza”. Cada palabra, cada término de su escrito están medidos, para minimizar el riesgo de ser considerado como un antipatriota o, peor aún, como un traidor (1).

Olmert reconoce que, inicialmente, se resistió a aceptar el término genocidio, pero admite que ya no puede considerar exagera esa acusación. Considera al gobierno como el responsable final de una política “intencionalmente mortífera”. Tampoco exonera a los medios, por presentar una “versión edulcorada” de los hechos.

Pero lo más curioso es su ingenuidad, o su diplomacia, al mostrarse candorosamente agradecido por las críticas de los dirigentes europeos. A Olmert parece satisfacerle esa política de complicidad por defecto, de pasividad, de justificación de origen por los ataques de Hamas del 7 de octubre en que se instalaron las grandes potencias europeas. La voz de España, pionera en la denuncia, seguida luego de Irlanda y de otros países nórdicos no ha tenido fuerza suficiente para cambiar el mensaje común.

LA MALA CONCIENCIA NO LO EXPLICA TODO

Europa, dos semanas después de haber puesto el grito retórico en el cielo, sigue sin hacer nada práctico. Se resiste a sancionar a Israel e invoca un alambicado procedimiento de revisión de los acuerdos de cooperación. Alemania se ha convertido en el gran escollo, con su política de defensa a ultranza de Israel convertida en “razón de Estado”, como declaró Angela Merkel ante la Knesset en 2008. Aunque la brutalidad israelí ha sacudido los cimientos de esa política, como sugiere el semanario de centro-izquierda DER SPIEGEL, el actual gobierno de Berlín no se atreverá a ir muy lejos  (2).

La mala conciencia no lo puede explicar todo. El miedo casi irracional de ser tachado de antisemitas ya no puede justificar esas conductas políticas. El abominable holocausto nazi está viviendo una recreación en Gaza con otros protagonistas. Los descendientes de las víctimas se han convertido en los verdugos de este tiempo.

Ni Alemania ni Europa han tenido con Rusia tantos escrúpulos. La guerra económica se desencadenó desde los primeros momentos de la invasión de Ucrania. En Gaza se está disparando contra civiles indefensos cuando tratan desesperadamente de hacerse con alimentos que Israel permite entrar a cuentagotas, en una forma despreciable de crimen de guerra, como afirma Olmert y algún otro dirigente con un rastro de decencia, como el exjefe del Ejército Moshé Yalon, que habló de “limpieza étnica”.

Resulta aún más difícil de digerir el comportamiento de los medios liberales y sus principales gurús, que no escatiman apelativos para juzgar la política de Rusia y. en cambio, se dejan enredar por el lenguaje burocrático de los responsables europeos, lo que les convierte en una especie de anestesistas de lo que está ocurriendo cada día, cada hora a la martirizada población palestina.

La mala conciencia no lo puede explicar todo. El miedo casi irracional de ser tachado de antisemitas ya no puede justificar esas conductas políticas. El abominable holocausto nazi está viviendo una recreación en Gaza con otros protagonistas. Los descendientes de las víctimas se han convertido en los verdugos de este tiempo.

Hay pocos argumentos en esta política europea del avestruz. Comprar, aunque sea con matices, el argumento de que Hamas puede controlar los alimentos que reparten las organizaciones de ayuda internacionales revela una falta de sensibilidad atroz por la suerte de las víctimas. Dar pábulo a que los milicianos fundamentalistas se refugian entre la población para dificultar su localización y aniquilamiento es una exhibición de cinismo. ¿No utilizaban tácticas similares los resistentes contra el nazismo? ¿Eso acaso desautorizaba su lucha?

Europa dice estar contra la ocupación ilegal de Palestina, pero acepta los falsos argumentos de Israel hasta límites que no consiente en otros Estados expansionistas y/o agresivos. Europa ha caído en una cobardía moral que será muy difícil de reparar.

TRUMP NO CALLA, CONSIENTE

Desde Estados Unidos, no cabía esperar, ni con Biden ni con Trump, ni con quien fuera que ocupara la Casa Blanca otra cosa. Que al expresidente no le gustara el Primer Ministro israelí, que lo maltrató y humilló cuando era el segundo de Obama, no impidió que eludiera cualquiera de las opciones que se le presentaron desde el Departamento de Estado para limitar su apoyo militar.

Trump, que hace ostentación de un autoritarismo rancio y de una admiración casi adolescente por los dirigentes saturados de esteroides, se ha desentendido de la tragedia palestina. Con indiferencia, con desprecio, con inhumanidad. Los analistas y medios liberales lamentan esta despreocupación de Trump por guardar las apariencias. Uno de los asesores de varios presidentes demócratas en las interminables, frustrante y quizás fraudulentas negociaciones de paz, Aaron David Miller, se lamentaba de que Israel haya “perdido el paso” de la política norteamericana en la región. Más concretamente, Miller se inquieta porque Trump y Netanyahu, que solían caminar al unísono, ya no lo hagan” (3).

Quizás esa sea otra de las falsas apariencias que Washington practica en lo que a Israel se refiere. El actual Presidente, después de despachar su solución para Gaza con aquella afirmación de una grosera insensibilidad  (hacer de la franja un resort, bajo el control de Estados Unidos y sus socios del Golfo), ha perdido interés, como un niño que, al no saberle sacar partido a un juguete, lo deja abandonado en el desván.

A Israel le importa poco o nada que desde la Casa Blanca le dirijan sermones morales inútiles.  Asegurados el suministro de armamentos y la cobertura diplomática que le libra de incómodos ejercicios hipócritas en la ONU, puede vivir con ese espléndido aislamiento del que se alimenta, con su pose de víctimas convertidas en dueño de unos poderosos mecanismos de impunes represalias.

El último episodio de esta barra libre con la que opera en la escena internacional ha sido la captura, fuera de sus aguas jurisdiccionales, de una flotilla que pretendía desembarcar alimentos y ayuda básica en Gaza. Ya ocurrió en 2010 y se recordará lo que pasó entonces. Quienes podían mover un dedo, no lo hicieron. Turquía se erigió en defensor de la causa palestina, lo que provocó un incidente diplomático y la ruptura de un ensayo de entendimiento entre Ankara y Jerusalén. 

LA SOMBRA DE LA DICTADURA

Trump no calla sobre Palestina: consiente. Porque le da igual y porque está ocupado en sus guerras internas, las únicas que, salvando sus negocios internacionales, le interesan. Quiere aniquilar cualquier oposición interna, aprovechar el racismo nunca resuelto de la sociedad norteamericana y usar a los inmigrantes como chivo expiatorio de un malestar social sin remedio. La xenofobia en la que se complace no es ideológica: es oportunista. Como todo lo que hace.

Si ha desplegado unilateralmente 4000 guardias nacionales y 700 marines en Los Ángeles no es porque haya un “riesgo para la seguridad nacional”, como ha proclamado falsamente. El objetivo es doble: castigar a California, un Estado que se resiste a sus delirios xenófobos y, al mismo tiempo, demostrar a uno de sus escasos potenciales rivales actuales en el Partido Demócrata, el gobernador Gary Newsom, que puede cortarle la hierba bajos sus pies (5). Humillarlo, reducirlo a un dirigente local, aunque el Estado que gobierna acaba de superar a Japón como la cuarta economía del mundo. Ante una actuación tan desproporcionada, es lógico que las autoridades estatales hayan presentado una querella contra la Administración federal (6). Los puentes parecen cortados y Newsom habla ya “fantasma de un presidente dictatorial”.

Robert Reich, Secretario de Trabajo con Bill Clinton y hoy profesor emérito de la Universidad de California, asegura que “estamos asistiendo a las primeras fase del estado policial de Trump”. En su visión, los siguientes pasos están definidos: 1) declaración del Estado de emergencia; 2) implicación de agencias federales para aplicar el uso exclusivo de la fuerza (FBI, DEA, Guardia Nacional); 3) detenciones y arrestos sin el debido proceso judicial; 4) creación de campos de detención y prisiones especiales; y 5) declaración de la ley marcial (7). Reich quizá se anticipa demasiado, pero el autoritarismo y violencia física y política de Trump no augura nada razonable.

Por supuesto, estos crímenes contra el Estado de Derecho y las libertades están lejos de los que practica Israel. No sólo, claro ésta, por su alcance y dimensión. También por su inspiración.  Netanyahu y sus fanáticos socios religiosos de gobierno combinan un nuevo fascismo expansionista y aniquilador con intereses políticos de supervivencia política. Trump sólo se mueve por motivaciones personales egoístas, por mucho que sus diversas bases electorales se autoengañen con su conservadurismo redentor.

 

NOTAS

(1) “Israël commet bien des crimes de guerre à Gaza”. EHUD OLMERT. LE MONDE, 4 de junio.

(2) ”How the Gaza War Is Changing Germany's View of Israel”. DER SPIEGEL, 29 de mayo.

(3) ”Trump and Netanyahu Were Marching in Lockstep—Until They Weren’t”. AARON DAVID MILLER (CARNEGIE FOUNDATION). FOREIGN POLICY, 3 de junio.

(4) “Putting the bully in bully pulpit, Trump escalates in L.A. rather than seeking calm”. LOS ANGELES TIMES, 9 de junio.

(5) “Trump vs. California. ANDREW A. GRAHAM. THE ATLANTIC, 9 de junio.

(6) “California Lawsuit Challenges Trump’s Order Sending National Guard to L.A.”. THE NEW YORK TIMES, 9 de junio.

(7) “We are witnessing the first stages of a Trump police state”. ROBERT REICH. THE GUARDIAN, 9 de junio.

EL TRUMPISMO INTERNACIONAL ES UN ESPEJISMO

 4 de junio de 2025

De un tiempo a esta parte cualquier éxito electoral de la ultraderecha en el mundo (y especialmente en Europa) se vincula con la estela de Trump. Lo suelen hacer algunos medios liberales, no pocos políticos del consenso centrista (de los conservadores a los socialdemócratas) y, naturalmente, los propios interesados durante las campañas electoral, sabedores de que, hoy por hoy, el presidente norteamericano “vende” entre las masas descontentas.

Pero un análisis cuidadoso del auge -irregular y discontinuo- de este  nacionalismo populista heterogéneo induce a pensar más en una convergencia de varias familias de pensamiento o de acción que en una suerte de Internacional Reaccionaria (1). Resulta muy forzado encontrar identidad ideológica, política y cultural entre el movimiento que ha colocado de nuevo a Trump en la Casa Blanca y las propuestas de la ultraderecha centroeuropea. Las causas que han llevado al poder a unos y otros son específicas. Pero, además, hay una cuestión cronológica definitiva. El ascenso de la ultraderecha húngara, polaca, eslovaca, checa, rumana o búlgara es anterior a Trump. Y, desde luego, los líderes nacionalistas conservadores en la Europa occidental ya estaban firmemente arraigados en las sociedades y sistemas políticos de sus países antes de la irrupción del empresario inmobiliario al otro lado del Atlántico.

Esta creencia está tan extendida que ya parece difícil, si no imposible, desmontarla, máxime cuando se proyecta desde América (2). Lo hemos visto de nuevo esta semana con el ajustadísimo triunfo del candidato nacionalista conservador polaco Karol Narowcki. En sus portadas y titulares, muchos medios europeos han vinculado su triunfo con el efecto Trump. Es cierto que, en los análisis más especializados, esta impresión ha quedado más matizada (3). Pero lo que le llega al gran público es la imparable influencia del gran perturbador norteamericano.

Que el propio Trump se apunte como propios los triunfos de la ultraderecha europea y mundial contribuye a esta ceremonia de la confusión. Lo sorprendente es que, desde este lado, se le compre con tanta facilidad el relato. Es difícil de entender que se quiera meter en el mismo saco a tipos como Narowcki, o como el rumano  Simion (éste frustrado en su intento por lograr el triunfo que los tribunales le regatearon al candidato anterior afín, Georgescu) o incluso al propio húngaro Orban. Estos dirigentes están sustentados en estructuras políticas de mayor fuste y responden a corrientes de ancladas en sus sociedades desde los primeros momentos del desencanto con el proceso democrático tras la caída del comunismo (4).

El presidente electo polaco está perfectamente alineado con un partido, Ley Justicia (PiS) que ya gobernaba Polonia antes de que Trump se pensara saltar a la arena política. Lo mismo cabe decir de Orban, un liberal trasmutado en ultraconservador. La ultraderecha rumana, menos precoz, lleva años recogiendo el malestar sembrado por la nueva alternancia política entre liberal-conservadores y socialdemócratas.

MANDAN LOS INTERESES

Si giramos el punto de mira hacia el Oeste, no hace falta ser un gran experto en política internacional para saber que los éxitos de la ultraderecha francesa, italiana, alemana, holandesa, belga, austríaca (y hasta la española) tienen poco que ver con el tirón de Trump. Que sus dirigentes imposten simpatía con el norteamericano tiene que ver más con el oportunismo que con la identificación política o ideológica.

El asunto de los aranceles ha hecho que salten las costuras de esta relación ficticia. La italiana Meloni, que pretende jugar un papel de mediación -que nadie le ha pedido- en la disputa comercial transatlántica, no tiene, en realidad, una estrategia muy distinta de la que defienden la Presidenta de la Comisión Europea o los máximos dirigentes de los principales países de la UE. Trump no gusta, es evidente, pero se ha optado por aplacarlo o por dejarlo que se consuma en sus impetuosos caprichos. Cualquiera de los líderes ultras europeos saben que embarcarse con Trump en estrategias compartidas es un mal negocio, porque el inestable líder americano puede dejarlos en evidencia en cualquier momento.

Eso lo ha comprendido muy bien Putin, a quien medios, analistas y políticos del Orden liberal llevan años pintando como un firme aliado de Trump. Otra creencia más que discutible. Que el Presidente regresado le haya dedicado ciertos elogios por sus políticas autoritarias de hombre fuerte no avalaba una coincidencia de posiciones en la escena internacional. A la postre, cualquier Presidente de los Estados -incluido el anómalo actual- es preso de unos intereses que impiden la convergencia entre Washington y Moscú frente a los aliados europeos.

Una cosa es que Trump abronque públicamente a Zelensky en el Despacho Oval y otra muy distinta que el establishment político-militar estadounidense dejara caer a su aliado de Kiev, hoy por hoy imprescindible para la estrategia de debilitamiento de Moscú. Los medios han destacado, con cierta candidez, los mensajes de un “desengañado” Trump, que por fin se habría dado cuenta de que Putin no es de fiar.

Es evidente que a Trump le seduce poco la música de la Alianza Atlántica tal y como ha venido sonando en las últimas siete décadas y media, pero no es tan ingenuo como para pretender apagarla, como se ha llegado a escuchar y a leer incluso en medios de cierta solvencia. Más que la ruptura, lo que Trump ha sembrado es desconcierto.

El futuro de Polonia tiene más que ver con la respuesta que los partidos liberales y sobre todo conservadores arbitren contra la permanencia del nacionalismo extremo en la cúspide del Estado que con los alardes trumpistas. Es muy probable que, como presumen los dirigentes del PiS estos días, algunas de las formaciones de la derecha moderada que forman parte de la actual coalición de gobierno cedan a la tentación de cambiar de socio y se echen de nuevo en brazos de los ultranacionalistas (5).

Pronto se verá, si eso ocurre, que el actual apoyo (casi) incondicional que Varsovia brinda a Ucrania será cuestionado en la calle por este nuevo impulso a la ultraderecha y no por la alineación de posiciones entre Trump y Putin. Los nacionalistas polacos empiezan a capitalizar el malestar que la permanencia de los refugiados ucranianos y las ventajas otorgadas a los intereses agrarios del país vecino están provocando en los sectores sociales polacos más tradicionales. El anticomunismo visceral de los ultracatólicos siempre tuvo una base nacionalista tanto o más que ideológica. Rusia será para ellos una enemiga irreconciliable, gobierno quien gobierne en Moscú.

MODELOS PERIFÉRICOS AUTÓCTONOS

Si nos alejamos de Europa y ponemos el foco en otros lugares del mundo donde el movimiento reaccionario ha conseguido arraigarse y convertirse en el factor político hegemónico, podemos comprobar cómo Trump resulta un fenómeno secundario en una corriente nacionalista heterogénea (6).

India es el caso más notable. El partido Baratiya Janata (Unión India) llegó al poder, por segunda vez, antes de que Trump se convirtiera en candidato republicano. En estos años, Modi ha hecho de la necesidad de convivir con Trump  una virtud o una oportunidad de reforzar el viraje ultraconservador en su país. Pero esta India ultranacionalista no tuvo problemas en convivir con potencias liberales de primer orden como EE.UU, Japón y Australia en la plataforma (QUAD) de contención a China en Asia. En contraste, esa supuesta simpatía entre Modi y Trump ha chirriado. Por citar sólo el último episodio, al gobierno de Delhi le sentó muy mal que Trump presumiera de haber evitado ‘in extremis’ una escalada bélica entre India y Pakistán por el enquistado conflicto de Cachemira. Como orgulloso nacionalista, a Modi no le gusta que líderes de otros países se inmiscuyan en asuntos indios.

Japón -por resaltar otro ejemplo- había tomado un camino ultranacionalista en política exterior y de defensa antes de Trump. Y así sucesivamente. Incluso en América del sur, ese “patrio trasero” siempre sensible a los vaivenes del gigante del Norte, la emergencia de figurones como el argentino Milei, el ecuatoriano Noboa o el chileno Kast tienen poco que ver con Trump. Son causas de orden interno y no un puro mimetismo lo que explica la corriente ultraderechista en la región. Por eso, la agresividad de la actual administración norteamericana en materia comercial ha hecho que supuestos afines ideológicos se desmarquen de la Casa Blanca.

El nacionalismo exacerbado es el fenómeno político más vigoroso de nuestro tiempo. Sin duda. Pero Trump es un falso nacionalista, como es un falso defensor de los perdedores de la globalización o de los obreros blancos. Aún más ridículo resulta contemplarlo en ceremonias piadosas con los  evangelistas reaccionarios. No tiene ideología, ni principios, ni programa más allá de sus ambiciones empresariales y personales. Lo que le ha llevado de nuevo a la cúspide del poder político no obedece a una corriente universal, sino a la frustración de un sistema social en profunda crisis.


NOTAS

(1) “L’internationale réactionnaire, ou comment trois familles de pensée se retrouvent dans leur détestation du progressisme”. NICOLAS TRUONG. LE MONDE, 29 de marzo.

(2) “Trump Is Leading a Global Surge to the Right. But not all of the leading conservative populist parties in the world are the same — in rhetoric or on policy”. THE NEW YORK TIMES, 23 de enero; “In the age of Trump, global authoritarianism continues its advance” ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 28 de febrero.

(3) “What Poland’s new hard-right president means for Europe”. THE ECONOMIST, 2 de junio; “Karol Nawrocki, du hooliganisme à la présidence de la Pologne”. ISABELLE MANDRAUD. LE MONDE, 2 junio.

(4) “He is the strongman who inspired Trump – but is Viktor Orbán losing his grip on power? ASHIFA KASSAM y FLORAN GARAMVOLGYI. THE GUARDIAN, 1 de junio.

(5) “Pologne: après l’élection du nouveau président, le premier ministre, Donald Tusk, va demander la confiance du Parlement”. LE MONDE, 3 junio

(6) “Indispensable Nations. The Fall and Rise of Nationalism”. PRATAP BAHNU METHA. FOREIGN AFFAIRS, 25 de febrero.