TOCQUEVILLE Y ROBESPIERRE

7 de julio de 2011

El caso Strauss-Kahn ha violentado una vez más las delicadas percepciones mutuas entre Francia y Estados Unidos. No en el plano político o diplomático, por supuesto. Intelectuales y propagandistas, sociólogos y periodistas han entrado sin reservas en la tarea de afilar el debate, de propagarlo, de destacar sus fricciones.
Sin entrar en el fondo de la cuestión, en los hechos que realmente ocurrieron en la suite del Sofitel de Manhattan –que, de momento, continúan siendo una incógnita-, lo cierto es que el “affaire” ofrece material suficiente para una buena reflexión sobre el funcionamiento del sistema judicial norteamericano, el comportamiento de ciertos medios (los que fijan la agenda de la actualidad, al menos para el gran público), los prejuicios y estereotipias en ambos lados del Átlantico o el rol no siempre atemperante de intelectuales y líderes de opinión.
DSK ha sido puesto en libertad, debido a las inconsistencias, contradicciones y mentiras palmarias de su acusadora, la empleada del hotel. Todo ello ha arruinado su credibilidad. Peor que eso, una conversación telefónica con uno de sus exmaridos despierta la sospecha de haber preparado un montaje para “cazar” al mujeriego político francés y, eventualmente, sacarle dinero. El propio abogado de la mujer guineana ha reconocido “errores” en su cliente, pero no ha mostrado intención alguna de retirar la demanda.
La fiscalía de Nueva York ha errado profundamente en el procedimiento, y también lo admite, aunque de forma muy matizada y, naturalmente, sin que ello signifique la anulación de las pesquisas realizadas hasta ahora y mucho menos el abandono de la causa. Al fiscal jefe, Cyrus Vance, Jr., nombre patricio de resonancias políticas de primer orden en Estados Unidos, le han llovido críticas estos días por la manera en que su oficina ha llevado el caso. La prensa norteamericana más sensacionalista reparte mandobles entre la incompetencia del equipo del alto funcionario y una suerte de ‘astuta perfidia’ francesa.
Más allá del morbo irresistible que ha despertado lo acontecido, es interesante detenerse un poco en el tratamiento informativo, político e intelectual de la noticia. A estas alturas de la perversión mediática, no debería extrañarnos absolutamente nada. Así que estas líneas están libres de escándalo, indignación o apasionamiento. En pocos asuntos como el de la libertad de expresión, libertad de opinión, comportamiento mediático se desparrama tanto juicio apresurado y pomposo. Gustan mucho los norteamericanos de presumir de ese principio sacrosanto de su sistema político y de citas reiteradas de pronunciamientos de Jefferson y algún otro de los ‘padres fundadores’.
Lo cierto es que la libertad de expresión y todo lo que se deriva de la protección establecida en la primera enmienda a la Constitución ha servido a veces para justificar prácticas, actitudes y comportamientos, pero sobre todo estructuras y mañas destinadas justamente a todo lo contrario. En las últimas décadas, en nombre de esa libertad de expresión, se ha ido produciendo una creciente concentración de la propiedad de los medios de comunicación y un blindaje de las posiciones de férreo dominio de las grandes corporaciones en los órganos de dirección o control de los medios. Los intelectuales críticos han venido denunciando esta situación, con escasa éxito hasta el momento en la percepción pública.
En el caso DSK, los tabloides y una parte de los medios ‘serios’ pusieron en circulación los peores instintos. Los mensajes aceitosos flotaron persistentemente en titulares de prensa, radio y televisión. Se apreció un cierto regodeo en la desgracia de un político que representa –o a quien interesadamente se atribuyen- todos los tópicos de lo que más detesta la derecha cerril, prejuiciosa y paleta de Estados Unidos.
Ahora, que el caso vira en redondo y huele a que DSK podría pasar de villano a víctima, de culpable a inocente, se invierten los términos y son los medios franceses, pero también algunos de sus analistas e intelectuales los que se cobran viejas cuentas. “Los franceses experimentan una especie de amarga exultación” por el giro del caso, comenta Steven Erlanger en un revelador artículo sobre este penúltimo encontronazo entre galos y yanquis. El periodista del NEW YORK TIMES, gran conocedor de Europa, recoge en su artículo opiniones y valoraciones de sociólogos y politólogos tradicionalmente conectados con los ambientes intelectuales, profesionales y universitarios norteamericanos. En casi todos ellos, se aprecia un elegante pero inequívoco sentimiento de reivindicación de los valores franceses o europeos, frente a un cierto primitivismo e inmadurez de la justicia norteamericana. Una de sus fuentes evoca como síntoma la persistencia de la pena de muerte en la cultura judicial y política de Estados Unidos. “Ahora se ha visto reforzada esta sensación de que Estados Unidos no se porta como un país completamente civilizado al comportarse la policía de esta forma, pretendiendo humillar”. Y esto lo dice Dominique Moïsi, un experto francés en relaciones internacionales y visitante habitual de universidades, centros de estudios e instituciones estadounidenses!
Naturalmente, no han pasado desapercibidos en Estados Unidos los comentarios del siempre polémico (aunque no necesariamente ecuánime y, desde luego, obstinadamente egocéntrico) Bernard Henry-Lévy. El otrora ‘enfant terrible de la nueva filosofía francesa’ ha calificado de “pornográfico” el tratamiento recibido por su “amigo” DSK en Estados Unidos desde el momento de su detención. Henry-Lévy denuncia en un comentario para Daily Beast la “canibalización de la justicia por el espectáculo”. Con su habitual gusto por ser –y sonar- políticamente incorrecto, el intelectual francés argumenta que el acaso DSK ha dañado la concepción de la presunción de inocencia y ha incurrido en la tentación de “sacralizar la palabra de la víctima”. En definitiva, lejos de esa admiración de Tocqueville por lo que consideraba el sistema de justicia más democrático del mundo, Henry-Lévy afirma que en esta y otras ocasiones ha triunfado un estilo “robespierrista” y “barrésista”, un chauvinismo a la americana portador de los peores reflejos.
Más allá de la provocación acostumbrada en esa pluma, en THE NATION podemos leer una interesante reflexión de Patricia J. Williams, una profesora de leyes de la Universidad de Columbia, experta en asuntos de mujer. No hay tiempo aquí para entrasacar sus interesantes reflexiones. Pero me quedo con sus críticas de una práctica de exhibición del culpable, más entusiasta cuanto más destacado o poderoso es el infortunado, o el atrapado, o desenmascarado, en las precipitaciones del sistema para señalar y exponer a los presuntos delincuentes, la voracidad de los medios, su complicidad enfermiza con el aparato judicial.
En esta idea abunda también LE MONDE en su último comentario editorial sobre el caso. A pesar de su esfuerzo de contención y equilibrio, el diario francés expresa críticas templadas sobre los deslices combinados de esas dos instituciones básicas del sistema democrático. “Se dirá que ésta es la suerte que la justicia y la prensa reservan a todo detenido que es una celebridad. Puede ser. Pero esto no resta nada del sentimiento de incomodidad y malestar ante la forma en que se ha embalado la máquinaria mediática-judicial, en un momento en que hubiera sido preciso demostrar calma y prudencia”.
Mucho nos tememos que se trate de una batalla perdida.