CHÁVEZ FRENTE A SI MISMO
La inmensa mayoría de los analistas y propagandistas occidentales han celebrado la victoria del socialismo bolivariano -errático, confuso- como una victoria. Aún más, como anticipo casi ineludible (irreversible) del final del chavismo. ¿Demasiado pronto?
Los resultados de las elecciones legislativas del 26 de septiembre podrían, en una inesperada paradoja, significar justamente lo contrario. Eso, naturalmente, si Chávez hace la lectura correcta. No la que pretenden sus adversarios ni la que él sostiene públicamente ("suficiente para profundizar en el socialismo"), a estas alturas de experiencia revolucionaria. Chávez ha demostrado ser un superviviente y, aunque a muchos les resulte difícil de aceptar (o de tragar), un político mucho mejor que el resto de los de su generación.
¿ UN NUEVO ANTICHAVISMO?
Nada hay más fácil que el antichavismo. Desde este lado del atlántico y al norte del Caribe, se percibe al presidente venezolano como un populista afortunado y extravagante, con instinto autoritario (si no dictatorial) casi irrefrenable y un disparatado programa político sin más futuro que el despilfarro económico, la tensión social y la quiebra nacional. Un heredero, en demasiadas ocasiones esperpéntico, del líder cubano, Fidel Castro.
Con ese discurso, la derecha y una cierta izquierda latinoamericana y europea (qué decir de los deslegitimados burócratas norteamericanos!) no sólo han fracasado en su intento de acortar lo que consideran una insensata deriva venezolana. En realidad, lo han reforzado. A Chávez se le ha llamado dictador con un desparpajo vergonzante y se le ha negado el más modesto reconocimiento público de algunos logros, por matizables o discutible que hayan sido. Se han apoyado, consentido o alentado operaciones claramente antidemocráticas en contra del proyecto bolivariano, por torpeza, impotencia, arrogancia y precipitación. Y sin apenas sustento en el interior del país. La inexistencia de oposición efectiva no se ha debido a la represión, a la persecución de disidentes o a un clima de intimidación estructural. En Venezuela, estos últimos años, ha habido abuso de poder, intolerancia, purgas de propios y descalificación sistemática de los descontentos. Pero la principal enemiga de la oposición ha sido la oposición misma. El último rival de Chávez en las elecciones presidenciales, Manuel Rosales, sencillamente no daba la talla. Populista a rabiar, incapaz de conectar con el pueblo y carente de confianza incluso entre esas clases medias que desprecian a las bases sociales del chavismo y continúan mostrándose incapaces de analizar sus comportamientos y actitudes durante décadas de despilfarro, corrupción e insensibilidad. No está claro que los dirigentes que emergen de las legislativas construyan una alternativa suficientemente sólida.
BALANCE CONTRADICTORIO
De la misma forma que la oposición se ha estado derrotando y deslegitimando a si misma desde 1998, algo parecido puede ocurrirle ahora a Hugo Chávez. Se ha metido en el laberinto de una revolución a veces atrabiliaria y con frecuencia vocinglera, ha malgastado parte de un enorme caudal social y se enfrenta ahora a un riesgo alto de bancarrota. Chávez ha quemado a decenas, centenares de colaboradores, buenos y malos, ejemplares e impresentables, pero a todos con pareja arbitrariedad.
En vísperas de las últimas elecciones presidenciales pude recorrer varios barrios pobres de Caracas y comprobar el enorme entusiasmo que la experiencia socialista estaba despertando. A pesar de sus inevitables contradicciones y defectos, los programas sociales del chavismo -las misiones- mejoraron la vida de miles de humildes ciudadanos (en educación, en sanidad, en otros servicios sociales), tras una criminal degradación durante varias décadas de invisible prosperidad petrolera. Ya entonces, sin embargo, eran muy perceptibles los riesgos de un agotamiento del entusiasmo sin que la "revolución" hubiera consolidado un rumbo acertado, un programa sólido y unos dirigentes lúcidos. Las bases empezaban a inquietarse por la demora en abordar los problemas que habían corrompido el servicio público venezolano durante tantos años. Se confiaba en Chávez, pero no tanto en los chavistas de ocasión, que estaban más preocupados en adular al jefe que en presentar las necesidades populares de forma realista y solvente.
El deterioro en estos últimos cuatro años ha sido imparable. La recesión económica ha desnudado las debilidades del discurso chavista y lo han dejado en evidencia. Es demagógico decir que Chávez no ha acabado con la pobreza, porque hubiera sido imposible hacerlo, incluso para el gobernante más lúcido y responsable. Lo malo es que los logros obtenidos pueden derrumbarse con más rapidez que se edificaron. La criminalidad asociada al incremento del desempleo no es un fenómeno del chavismo sino una enfermedad endémica del país. Pero los sucesivos responsables de orden público han dedicado más energías a denunciar la indudable manipulación de los datos y de la naturaleza del fenómeno que a afrontar sus raíces y a mitigar o debilitar sus apabullantes manifestaciones.
FUTURO IMPREVISIBLE
Es difícil augurar si Chávez tiene espacio, tiempo y estómago para una rectificación inteligente y revalidarse como Presidente en 2012. Si puede o si quiere. Puede continuar emborrachándose con las proclamas o repetir desafíos perjudiciales como gobernar por decreto hasta que se constituya el nuevo Parlamento. Tiene acreditado un dudoso gusto por la precipitación. Sentirá una fuerte tentación de pisar a fondo ahora, para neutralizar a la oposición antes de que ésta tome asiento en el legislativo renovado, es fuerte. Pero podría ser el error más grande de Chávez. Quizás se debe a su instinto militar, pero Chávez propende a atropellar verbal y políticamente a la oposición en vez de afrontarla y desafiarla a que muestre su alternativa para señalar sus debilidades y contradicciones.
Si Chávez estuviera bien asesorado, si demostrara templanza y claridad de juicio, aprovecharía este resultado -que aún le proporciona un envidiable margen de maniobra- para cambiar de estilo, sin renunciar a sus objetivos. En la oposición se reúnen propósitos y planteamientos muy dispares. Algunos, por cierto, son muy aprovechables y fortalecerían la causa de los más vulnerables si fueran tratados como potenciales colaboradores y no como rancios lacayos del imperialismo y la reacción.
En una ocasión le preguntaron a Perón, durante su exilio, que haría para regresar al poder. El general, sardónico, respondió: "Nada: todo lo harán mis enemigos". En parte, algo así ocurrió. Argentina vivió un dramático tardoperonismo, más por los despropósitos de sus enemigos que por méritos propios. A Chávez le puede ocurrir lo contrario: que sus adversarios lo desalojen del poder no por el vigor de sus propuestas políticas, sino por la persistencia en una actuación desnortada.
El presidente venezolano necesita otra estrategia, otro discurso y otra conducción. Los más pesimistas creen que si aceptara este diagnóstico y corrigiera el tiro no sería él, de forma que esa disyuntiva resulta imposible. Para dar sentido y valor a una revolución progresista liberadora, Chávez tendría que librar la batalla más difícil de su vida: vencerse a sí mismo.

SUECIA COMO SÍNTOMA Y EJEMPLO

23 de septiembre de 2010

Si, en economía, dos trimestres seguidos de decrecimiento significan recesión, en política, dos elecciones generales perdidas equivalen a crisis. Y si eso ocurre por primera vez en tres generaciones, como le ha pasado a la social-democracia sueca, parecería que estuviéramos ante una “catástrofe”, el fin de un ciclo o cualquier otro epíteto contundente.
La derrota de los socialistas es grave, por supuesto. No en vano, son los peores resultados desde 1914. Pero algunas lecciones extraídas para el futuro de la izquierda europea con posibilidades de gobernar resultan exageradas interesadas o precipitadas.
UNA IRÓNICA INVERSIÓN DE FUNDAMENTOS
Algunos análisis consideran que el fracaso de los herederos de Tage Erlarder y Olof Palme consagra el final del modelo sueco –o nórdico- del Estado de bienestar, resumido en la fórmula “amplios y generosos servicios públicos, financiados con una fuerte presión fiscal”. La confirmación en el poder del centro-derecha supondría que el electorado sueco ha vuelto la espalda al modelo sobre el que se ha cimentado su prosperidad y justicia social durante siete décadas. Después de veinte años de crisis larvada, la fortaleza sueca habría caído: el neoliberalismo confirmaría su predominio con la conquista definitiva del gran bastión del socialismo declinante. ¿Es cierta tal afirmación?
La coalición que desafía la hegemonía socialdemócrata desde mediados de los setenta no abjura del modelo sueco, ni de los principios básicos del Estado de bienestar. Los han asumido, no ahora, sino desde que se convirtieron en fórmula gobernante. O, mejor dicho, para convertirse en opción creíble de gobierno. Lo que el centro-derecha ha planteado es un ajuste, una “corrección” del modelo”, demasiado caro y poco eficiente. Receta: reducir costes e introducir la competencia de la oferta privada en la provisión de servicios a los ciudadanos.
Pero esa fórmula esquemática no explica todo. El llamado “excepcionalismo sueco” nos ofrece un poco más de luz. Suecia tiene quizás la economía más globalizada de Europa. La prosperidad de ese envidiable país de menos de diez millones de habitantes se basa, en gran medida, en el dinamismo de su sector exterior, la innovación de sus grandes compañías industriales. En los rankings internacionales de competitividad, Suecia sólo aparece desbordada por Estados Unidos, como recuerda el semanario liberal THE ECONOMIST. Esa buena situación le ha permitido al gobierno conservador capear la crisis con mejores fundamentos. Pero sin debilitar el tejido de protección social, lo que ha mitigado el impacto en los sectores más vulnerables. Para hacerse con el poder hace cuatro años, los políticos moderados se presentaron como el “nuevo partido de los trabajadores suecos”. En lugar de proponer una batalla de clases, el centro-derecha se propuso privar a los socialistas de su base social. Cuando Mona Sahlin fue elegida en 2007 presidenta del PSD, renovó públicamente su alianza estratégica con la poderosa central sindical LO, pero en uno de sus primeros discursos proclamó que pretendía hacer de la socialdemocracia el “nuevo partido de los empresarios”, puesto que la mayoría de éstos viven exclusivamente de su salario. Sahlin era la cabeza más visible del sector liberal del PSD, llamada a corregir los “excesos” del modelo sueco. Para esa tarea, las clases medias han preferido otra sintonía. Los discursos importados no convencen.
EL FACTOR MIGRATORIO
Hay un factor que ha resultado decisivo en este desplazamiento político de la socialdemocracia en Suecia: la gestión del fenómeno migratorio. En un artículo para THE GUARDIAN, Ola Tedin asegura que las políticas de integración de la población foránea ha constituido un fracaso total: “Sobre el papel las mejores del mundo, en realidad han conducido a una sociedad dividida, con ghettos, extrañamiento y un gran parte de la población excluida del empleo y la cultura”. Esta valoración ha sido amplificada por medios y propagandistas conservadores. De hecho, el descontrol de la protección social, su inflación ilimitada, se atribuye precisamente a la presión migratoria. Los inmigrantes –se dice-, al carecer de una cultura de trabajo y responsabilidad, se han ido beneficiando crecientemente de un sistema que estimula su pasividad, su negligencia. En particular, es la comunidad islámica el objetivo de los principales reproches y críticas, sobre todo desde los sectores neoliberales. Paulina Neuding (articulista en los diarios de Murdoch) considera que Suecia ha transigido con “los valores antidemocráticos que han traído de sus países muchos de los inmigrantes árabes; valores que ni la política de diálogo ni el más generoso sistema de bienestar del mundo han sido capaces de curar”.
Andrew Brown cuestiona muy seriamente esta línea de análisis. Después de visitar algunos de los barrios más emblemáticos de población inmigrante, ofrece en THE GUARDIAN un amplio trabajo que desmonta visiones o prejuicios ampliamente implantados en el imaginario social sueco: el desarraigo provocado, la criminalidad endémica, la insalubridad de los hábitats, el fundamentalismo religioso, el alto riesgo terrorista, etc. Los más activos en la propagación de estos falsos mitos relacionados con la migración han sido los ultraderechistas xenófobos, uno de cuyos mensajes electorales se condensaba en esta disyuntiva: “o ponemos el freno a la inmigración o ponemos el freno a las pensiones”.
En la literatura social y en la “novela negra” sueca reciente se evoca este auge xenófobo. Aunque los medios hayan intentado minimizar a la ultraderecha e ignorar a sus portavoces, lo cierto es que, como advierte Andrew Brown, los ultras han sabido utilizar los nuevos canales de comunicación, mediante la exageración, la manipulación de los datos y el fomento del miedo, para colocar la rectificación migratoria en el centro de la agenda política. Como expresión del éxito de esta estrategia, la fuerza xenófoba Demócratas Suecos se ha convertido en la gran novedad política, al entrar por vez primera en el Riksdag (Parlamento). La ultraderecha se hace por fin visible, desborda su feudo meridional y se implanta en casi 300 comunas del país. Otro síntoma de la “normalización de Suecia”, como sostiene Yohann Aucante en LE MONDE. Pero lo inquietante es que el partido xenófobo se convierte en clave para la estabilidad. Aunque el moderado Fredrik Reinfeldt consiga formar un gobierno minoritario, si en una votación los ultraderechistas deciden sumarse por sorpresa o sin previo aviso a un eventual rechazo del bloque opositor (socialistas, ecologistas y excomunistas), el gobierno de centro-derecha sería desautorizado; y si se trata de un asunto mayor, podría incluso caer. Corinne Deloy, analista de asuntos electorales de la FUNDACIÓN SCHUMAN, compendia los previsibles escenarios de futuro, con las aportaciones de varios politólogos suecos. La opción menos desagradable para los moderados sería contar con un apoyo tácito de los Verdes, cuya líder, María Vetterstrand, es una figura política en alza. Pero los ecologistas se muestran reticentes y lo más probable es que eludan un compromiso expreso. Los ecologistas son los únicos del trío progresista que han mejorado su representación parlamentaria. Es previsible que preserven sus opciones políticas de futuro, evitando o al menos minimizando la experiencia alemana de participación en el poder.
EL DESAFÍO DE FUTURO
Los socialdemócratas suecos no pueden eludir la responsabilidad de afrontar el futuro. Como les ocurre a sus socios ideológicos europeos. Para contribuir al debate promovido desde la revista TEMAS, recomiendo la lectura del artículo de Peter Kellner en la publicación THE NEWS STATESMAN, sobre la recuperación del laborismo (extensible al resto de la socialdemocracia europea). El Presidente de YouGov, la plataforma de sondeos políticos en Internet, propone un esquema de programa “para que la socialdemocracia pueda seguir luchando por el bien colectivo, la justicia social y la visión de un bienestar humano que vaya más allá de la riqueza material”. Lo sintetiza en estas seis propuestas sobre el futuro de los servicios públicos: reducción del universalismo, copago de las prestaciones, inspiración y dirección pero no gestión, una política de vivienda justa, creación de un servicio público de empleo y, como corolario de todo lo anterior, una nueva visión de la equidad social. El desafío es ir más allá de propuestas de redistribución de la renta para afrontar la “textura” de la sociedad que se pretende crear.
Las contradicciones de los últimos años, las respuestas fallidas a la crisis, el desarme cultural y ético de la izquierda en condiciones de gobernar, cierto complejo de fracaso, la adopción de recetas ajenas y tramposas, el clima de desconcierto y desánimo… todo eso debe quedar atrás. En un editorial titulado “Socialdemocracia europea, síndrome de Estocolmo“, THE GUARDIAN afirma: “es debido a que los socialdemócratas europeos cedieron mucho poder a los financieros por lo que ahora tiene que luchar para persuadir a los electores de que ellos pueden ser diferentes”.
Suecia es un ejemplo más, sin duda de los más relevantes por su carácter inspirador y los resultados obtenidos durante generaciones. El alejamiento del poder puede ofrecer perspectiva y tranquilidad para diseñar un modelo reforzado y un discurso político creíble. Lo mismo puede decirse para el resto de Europa.

EL ISLAMISMO Y EL VERDADERO ENEMIGO INTERIOR

16 de septiembre de 2010

En sólo unos días se han concentrado varios aniversarios relevantes, de ésos que siguen produciendo tinta durante años y años, porque inauguran o alteran procesos de profunda trascendencia. A saber....11 de septiembre: atentados de Al Qaeda en Estados Unidos (el golpe militar en Chile, para algunos olvidado; para casi todos, desplazado). 12 de septiembre: golpe militar en Turquía. 13 de septiembre: firma de los acuerdos de paz israelo-palestinos, en Washington. 16 de septiembre: quiebra de Lehman Brothers y crack en Wall Street y, rápidamente, en todo el sistema financiero internacional. Semana ésta, pues, cargada de repasos y balances, en algunos casos, con elementos nuevos, con acontecimientos propios; o en Turquía, con vocación de superación del legado histórico.
LA DERIVA DEL 11-S
Estados Unidos pasó el más emotivo aniversario de los tiempos presentes atrapado entre la frustración de las respuestas fracasadas, inadecuadas o claramente equivocadas y el malestar de una sociedad todavía demasiado inclinada a identificar nuevos enemigos internos y externos, más que a identificar las causas de las amenazas. La polémica por el proyecto de Centro Islámico en NY o la oprobiosa iniciativa del pastor de Florida constituyen ejemplos flagrantes de una corriente islamofóbica, irresponsablemente consentida en otro tiempo desde el poder. A pesar de los intentos de Obama por liberar a EEUU de esta lacra, la intensificación del daño infligido en los años posteriores al 11-S no será fácil de restañar. Ahí están las encuestas. Recientes estudios, menos conocidos, acreditan el odio, desprecio, ignorancia y estupidez de los creadores de opinión norteamericanos con respecto al Islam. Actitudes devastadoras que más que fortalecer la seguridad de América, fomentan los riesgos.
TURQUIA: RAZONES Y TEMORES
En otra dimensión, el "problema islámico" se encuentra también en el dilema de futuro que afronta un país clave en el nuevo diálogo Occidente-Oriente, como es Turquía. El referéndum con el que el primer ministro Erdogan consagra su liderazgo se celebró (sin espacio a la casualidad) en el trigésimo aniversario del último golpe militar. El triunfo del líder islámico cobra así un simbolismo no necesario pero sí auxiliar. La Constitución turca ha quedado profundamente reformada, en gran parte para cumplir con las exigencias democráticas de integración en Europa, lo que incluye la neutralización de la tutela de los aparatos estatales (con los militares al frente) sobre el proceso político turco.
Pero, según temores de ese heterogéneo campo que resulta ser la "oposición", para facilitar una deriva islámica. La casta kemalista (militares, judicatura, altos funcionarios) encuentran extraños compañeros de discurso en los intelectuales y progresistas laicos, éstos a menudo victimas de aquéllos más que de los taimados islamistas y sus programas ocultos. "Erdogan se ha colocado sólo por detrás de Ataturk en la Turquía moderna", ha escrito el diario progresista israelí HAARETZ. Juicio acertado y meritorio, por el lugar del que viene, en momentos de tensión bilateral (algo mitigada recientemente), debido al dossier nuclear iraní y al bloqueo en Palestina.

TRAMPAS DE LA PAZ
Allí, en Palestina, se debería haber festejado otro de los aniversarios de estos días: el único acuerdo entre ocupantes y ocupados en más de siete décadas. No había caso. El proceso de Oslo, culminado hace 17 años en los jardines de la Casa Blanca (bajo la tutela de un Clinton todavía confiado en dorar su legado con la resolución del más intratable conflicto del panorama internacional contemporáneo), se ha agotado. En realidad, lleva una década extinto, desde que un Clinton bien distinto, tan frustrado como sus antecesores, perdiera la paciencia, y la neutralidad y levantara acta de defunción del proceso de paz, en las montañas de Maryland, ante la indiferencia de Barak y la decepción del debilitado y casi moribundo Arafat.
Ahora, diez años después del fracaso y diecisiete del ilusorio éxito diplomático, le toca el turno a Obama cumplir con el rito presidencial de "volver a intentarlo". Bajo la amenaza de una ruptura automática, si no hay un gesto israelí sobre la congelación de los asentamientos, las dos partes negocian envueltas en una falsa, o solo aparente, discreción. Exceptuando Estados Unidos, el patronazgo internacional (ese fantasmal cuarteto que hace las voces) y regional (las potencias árabes, más interesadas que generosas) tiene un desigual significado para unos y otros: en los palestinos opera como presión, en los israelíes, como decorado. Efectivamente, Netanyahu puede ofrecer una detención parcial (y siempre temporal) de la colonización, para ganar tiempo y desplazar la presión sobre los palestinos, como ocurrió en Camp David (2000).
No es de extrañar que el aniversario de los acuerdos de paz de 1993 haya pasado inadvertido. No hay paz que celebrar. La no guerra no es la paz. Una buena parte de la expresión política de los palestinos, la que representa Hamas gobierna en Gaza y mantiene una importante influencia en la ribera del Jordán, no milita en este proceso de paz: está encuadrada en ese Islam percibido como amenaza, como enemigo.
ENEMIGOS INDULTADOS
Decía LE MONDE en un reciente editorial que, ya sea en Francia ya en Estados Unidos, "en periodo de crisis socio-económica aguda, dos modelos republicanos bien diferentes pueden generar manifestaciones similares de la fobia del enemigo interior. Para su deshonor".
Tanto celo en la persecución de estos "enemigos interiores", ya sean gitanos, árabes o cualquier otro elemento foráneo, contrasta con la timidez demostrada en el combate contra otros enemigos, más insidiosos, pero mucho más destructivos. Eso conecta con el último aniversario citado al comienzo del comentario: el crack financiero. Estos días, los medios analizan con cierta candidez la modestia de las medidas adoptadas para prevenir futuros desastres como el de 2008 y la infame debilidad exhibida en la persecución de los entramados codiciosos, tramposos y hasta difusamente delictivos.
Mientras ese "enemigo" resulta indultado sin explicación convincente, pasan desapercibidas las últimas cifras sobre el avance inexorable de la pobreza en Estados Unidos. El 15% de la población es pobre (o sea, muy pobre) en la superpotencia. Una cifra que no se conocía desde los años sesenta, antes de los programas sociales de Johnson. Pero son los que defienden las políticas que han generado esta situación quienes sacan pecho ante la convocatoria electoral de noviembre. Los republicanos han dado luz verde al caballo de troya de los fundamentalistas fieramente conservadores bendecidos por los tea party para asegurarse el asalto al Congreso. Los demócratas parecen presos de la perplejidad que les produce una creciente hostilidad ambiental, bien sazonada por algunos medios siempre beligerantes. A lo sumo, buscan atajos para atenuar la catástrofe, como si persiguieran sombras, en vez de analizar causas y hacer propuestas honestas y valientes (véase un interesante informe de THE NATION).
Obama, también dubitativo y preso de ciertos automatismos, ha intentado desprenderse, no obstante, del discurso de los enemigos externos y sus corresponsales internos. Ciertos gestos como la liquidación de los regalos fiscales a los ricos y la extensión de un vasto programa de obras públicas para generar empleo y rebajar esa pobreza emergente son bienvenidos, pero se antojan escasos, flojos, desprovistos del vigor o la agresividad que sus rivales, cre

EL DISCURSO DEL MÉTODO SARKOZIANO

8 de septiembre de 2010

La reprobación del Parlamento Europeo al gobierno francés por el trato que ha dado a la minoría gitana (rom) y la exigencia de que suspenda inmediatamente las expulsiones supone una humillación política para un país que presumía de ser ejemplo de ciudadanía, defensa de las libertades y patria de acogida para muchos perseguidos.
Ciertamente, esas credenciales hacía tiempo que estaban seriamente cuestionadas. El espíritu republicano llevaba décadas sacudido por el enquistamiento de una mentalidad racista y xenófoba, que ha podido tenido máximos y mínimos electorales, pero que ha impregnado, como un cáncer silente, el tejido social francés y ha contaminado los comportamientos sociales.
Desde que ocupa la Jefatura del Estado, Nicolás Sarkozy ha ido adaptando y recomponiendo la imagen y el discurso que lo llevaron al Eliseo. Con cierta habilidad, se alejó de esa orientación neoliberal que quiso implantar a medias en el funcionamiento de la economía francesa. La crisis financiera le brindó la oportunidad de recuperar el discurso tradicional del centro-derecha francés, de mayor intervencionismo o protagonismo del Estado. Más allá de un nuevo lenguaje, menos combativo, en las relaciones con Estados Unidos, el centro-derecha regresaba a latitudes conocidas. Hacía falta, por tanto, un elemento que diera carta de singularidad al sarkozismo, como expresión renovadora del gaullismo. Y el presidente intentó construirlo sobre un debate forzado acerca de la “identidad nacional”. Con menos éxito del ambicionado.
La persistencia de la crisis económica, sus profundas heridas sociales, el deterioro de la confianza pública, la derrota en las elecciones regionales y municipales y el consecuente resquebrajamiento del liderazgo presidencial han propiciado la recuperación del otrora rentable “método sarkoziano de seguridad”.
VUELTA A LOS ORÍGENES
Como primer gendarme de Francia, al frente del Ministerio del Interior, el líder emergente se construyó una imagen de hombre de hierro frente al crimen y la delincuencia, de forma abierta y tronante. Y frente a las “consecuencias desagradables de la inmigración irregular”, con firmeza más discreta, pero inequívoca. Cuando pudo construir una conexión creíble entre ambos fenómenos –delincuencia e inmigración- , Sarkozy se dio cuenta de que había encontrado el camino decisivo para llegar al Eliseo. Fue entonces cuando se habló del “método Sarkozy” en la conducción de una política de orden público que generó confianza y conectó con la angustia creciente de las temerosas y asustadas clases medias. Sus excesos verbales, de resonancias xenófobas (como cuando llamó “chusma” a los jóvenes revoltosos de las banlieues), podían granjearle críticas y desprecio de los sectores progresistas, o incluso templados, pero consolidaron sus opciones en el electorado conservador.
EL MOMENTO OPORTUNO
Los últimos meses han sido criminales para la Mayoría. Se han producido casos muy aireados de delincuencia y alteración del orden público. El culebrón Woerth-Bettencourt reaviva la sombra de la corrupción en las más altas esferas y amenaza la credibilidad presidencial. La revuelta sindical contra los recortes sociales (con la reforma del sistema de pensiones como primer frente) plantea un desafío ineludible. Tiempo de contraataque. Y Sarkozy ha decretado orden de combate. La expulsión de los gitanos es un episodio lamentable, pero no aislado.
En su discurso del 30 de julio en Grenoble –que se configura ya como pieza central del pensamiento neosarkoziano-, el Presidente de la República proclamó, expresamente, el vínculo explícito entre “delincuencia y cincuenta años de inmigración insuficientemente regulada”. Entre las medidas anunciadas, se incluía la privación de la nacionalidad a las personas de origen extranjero que atentaran con la vida de policías, militares, gendarmes o personal depositario de autoridad pública. Los menores delincuentes no adquirirán de forma automática la nacionalidad francesa, al alcanzar la mayoría de edad.
El principal ejecutor de lo que la prensa francesa ha denominado la “surenchère sécuritaire”, la ofensiva pro-seguridad, es el muy sarkoziano Ministro del Interior, Brice Hortefeux, quien no duda incluso en presentarse como más papista que el Papa. De hecho, quiso extender la privación de nacionalidad a los polígamos. “El discurso de Grenoble, ni más, ni menos”, le corrigió Sarkozy. Pero la estrategia parece imparable, cueste lo que cueste en materia de prestigio o de imagen internacional. Hortefeux es un fajador sin complejos, como él mismo se define. En una entrevista concedida este verano a LE MONDE, acusó a los críticos políticos y mediáticos de estar “cegados por los bienpensantes” y dominados por las voces de multimillonarios gauchistas. “Más allá del bla-bla-bla, ¿qué se ha hecho de reprensible? No hemos hecho más que aplicar las decisiones de la justicia”, espetó en relación con la expulsión de los gitanos.
UNA CONTESTACION PLURAL
Lo cierto es que las críticas contra esta ofensiva “segurista” (valga el barbarismo) no proceden sólo de los adversarios políticos, sino de sus propias filas y, en particular, de los católicos. No ha podido disimular su incomodidad el propio primer ministro, el templado François Fillon, que no pierde la oportunidad de configurarse como alternativa moderada de la derecha, en competencia con el resucitado patricio Dominique de Villepin. Incluso un conservador integral como el exprimer ministro chiraquiano Raffarin ha lamentado la “monocultura de la seguridad” y ha expresado el temor a una escisión del país entre la mitad oriental, más proclive a este discurso, y la mitad occidental, mucho más abierta y tolerante. La Iglesia también ha cuestionado abiertamente estos métodos expeditivos del neosarkozysmo. Los diarios católicos (como Le Croix o La Voix) han resaltado “la degradación creciente de las relaciones entre los católicos y el gobierno, e incluso el Presidente”, por “esta insoportable especie de caza al hombre”. Un sondeo del IFOP indica que desde el pasado año, el apoyo de los católicos a Sarkozy ha descendido del 61% al 47%.
Desde el Eliseo, se contesta a los tibios o a los discrepantes que las medidas anunciadas para combatir el incremento de la delincuencia tienen amplio respaldo de la ciudadanía. Se han tendido puentes a la jerarquía católica y se ha endulzado el mensaje con argumentos muy similares a los empleados para apaciguar las críticas internacionales. Hortefeux ha replicado a Europa con el recurso de “quien esté libre, que tire la primera piedra” y, en casa, ha adoptado un tono populista: son los más humildes los que mejor aprecian la firmeza contra la delincuencia, porque son quienes más la padecen.
Un argumento similar, aunque desde planteamiento distintos, ha sido empleado por la candidata socialista en las últimas presidenciales, Ségolène Royal. En una reciente entrevista con LIBERATION, denunció de forma contundente “el método sarkoziano” y la “indignidad” que supuso “llamar a las cámaras para convertir en espectáculo” el desmantelamiento de los campamentos gitanos. Pero reprochó a sus correligionarios socialistas que sitúen la seguridad por detrás de la justicia social en el orden de prioridades políticas. “La seguridad –afirma- es parte de la cuestión social, porque los que sufren la inseguridad cotidiana son también los que sufren la precariedad económica y social”. Esta línea de discurso aliviara a ciertos alcaldes socialistas que se han desmarcado de las críticas al gobierno y han participado, aunque mucho más discretamente, en el levantamiento de campamentos gitanos.
No menos grave es que la ampulosidad del discurso pro-seguridad no se corresponda con los medios y recursos empleados por el gobierno de Sarkozy. Los delitos han aumentado y los efectivos policiales han disminuido, aunque la interpretación de los datos es objeto de abundante polémica. En todo caso, no cabe esperar rectificaciones. Sarkozy está convencido de que repetirá mandato si consigue implantar la idea clave de que hay una mano firme en el timón de la República, aunque persista la tempestad.

GHAMIDH

2 de septiembre de 2010

Éste es el término que expresa el sentimiento de la gran mayoría de los iraquíes ante el momento presente de su país, y aún más frente al futuro. Podría traducirse por obscuridad, incertidumbre o ambigüedad. En realidad, la combinación de todas sensaciones. Lo recoge en un espléndido artículo para el NEW YORK TIMES uno de sus colaboradores en Bagdad, Anthony Shahid.
Estados Unidos ha puesto fin, formalmente, a las operaciones de combate. Los 50.000 efectivos que continuarán en Irak -apenas un tercio del máximo alcanzado en 2007- tendrán la misión de asesorar a los militares y fuerzas de seguridad iraquíes, proteger el propio personal y las instalaciones americanos y desempeñar operaciones de carácter antiterrorista. Esta labor subsidiaria tiene un plazo: finales de diciembre de 2011. Pero altos funcionarios de una y otra parte ya han filtrado que los liderazgos de ambos países contemplan extender la presencia militar norteamericana más tiempo.
En Irak, no hay confianza en el futuro del país. Ninguna. Más alla del discurso oficial, ese clima de pesimismo y desesperanza que manifiesta de forma abrumadoramente mayoritaria la población civil es extensible a los dirigentes cuando pueden hablar sin la servidumbre del cargo o amparados bajo la cobertura del anonimato. El propio Obama resultó creíble en su mensaje de 18 minutos desde la Casa Oval. No hubo triunfalismo ni protestas de victoria como hizo de forma tan irresponsable su antecesor, desde un portaaviones, en mayo de 2003. Obama advirtió que la sangre seguirá corriendo, como ya está ocurriendo en este final de fase que atravesamos. Al Qaeda volverá a Mesopotamia, quizás reforzada, para saldar cuentas con los que se dejaron seducir o comprar por los norteamericanos en 2007. Las referencias a lo que Estados Unidos ha hecho por la construcción de la democracia iraquí quedaron diluidas en una reflexión predominantemente crítica. ¿Qué fundamentos democráticos se han establecido, cuando el país lleva desde marzo con un gobierno provisional, porque las fuerzas políticas se han mostrado incapaces de gestionar un resultado electoral apretado y enrevesado?
Consciente de que lo de Irak no tenía más solución que aceptar el fracaso, Obama incrustó en su mensaje el esfuerzo por evitar que ocurra lo mismo en Afganistán. Aprovechó, en particular, para cerrar el debate sobre la prolongación de la misión, que le reclaman, incluso públicamente, desde el Pentágono. Dicen los republicanos que el presidente no quiso admitir que la anterior administración rectificó a tiempo y propició una salida honrosa en Irak, con la decisión de incrementar el número de tropas, que ahora ha tenido Obama que aplicar en Afganistán. Verdad parcial o mentira a medias. Tanto como el famoso "surge" militar, lo que propició el cambio de tendencia en Irak fue la compra de voluntades de amplios sectores tribales sunníes. Pero cuando se agotó la caja o aflojó la voluntad de los dirigentes chiíes que controlan las instituciones y Estados Unidos relajó la vigilancia, los fundamentos de la pacificación empezaron a agrietarse. En ésas estamos ahora.
BLAIR NO LAMENTA NADA
En estos detalles, naturalmente, no entró Obama. Como no lo ha hecho Blair en sus recién aparecidas memorias. Como era de esperar, los medios han concentrado más el interés en el morbo de sus amargas relaciones y ajuste ventajista de cuentas con su ex-amigo y sucesor, Gordon Brown. Las Memorias de los dirigentes políticos suelen ser más un ejercicio de autojustificación y maquillaje del legado que un esfuerzo de sinceridad y una contribución a la construcción objetiva y honesta del relato histórico. Por lo que se ha publicado en estas primeras horas de sedienta lectura, no pasa algo diferente con las de Blair.
De las reflexiones sobre las cuestiones internas, la orientación política e ideológica del laborismo, la sustancia y la mercadotecnia del nuevo laborismo y sus consejos para el futuro tendremos ocasión de ocuparnos otro día, ahora que le toca al Labour escoger liderazgo para los próximos años. Pero en lo que toca a Irak, Blair, como dice la canción, "no se reprocha nada". O, como le recuerda el pro-laborista DAILY MAIL, "no presenta excusas" y "prefiere acantonarse en su papel de hombre de Estado que ha hecho a Irak más seguro y ha salvado al planeta del despótico Saddan Hussein"."Lágrimas, pero no lamentos", sanciona el NEW YORK TIMES. Blair, efectivamente, deja algunas perlas sentimentales sobre las vidas sacrificadas e insinua flirteos con el alcohol para sobrellevar la carga, pero no deja resquicio a la autocrítica, en la línea adoptada desde que abandonó Downing Street. Al menos no desplaza la carga de la responsabilidad principal sobre su socio en la operación bélica, el ex-presidente Bush, del que elogia su "idealismo", "genuina integridad" y "coraje político", y afirma, con más candidez que ironía, su "inmensa simplicidad".

LA SUAVIZACION DE LA LÓGICA IMPERIAL
Pero el auténtico mensaje de la alocución solemne de Obama fue la prioridad en los asuntos internos que su administración se ha fijado de forma sólida y consecuente. El presidente recordó, para quien lo hubiera traspapelado en la memoria, que, aparte del inmenso sufrimiento humano provocado, la guerra de Irak también ha contribuido a la crisis financiera que estrangula a gran parte de la economía mundial. El billón de dólares comprometido en las operaciones militares elevó la deuda norteamericana y drenó el mercado globalizado de capitales, tensando aún más una estructura financiera plagada de trampas y corroída por la liquidación de controles y garantías que se habían intensificado con el patronazgo político de Bush, Blair y otros responsables de aquella época.
A comienzos de los ochenta, el Pentágono diseñó una estrategia de superpotencia que permitiera a la América renacida de las cenizas de Vietnam poder sostener "dos guerras y media". A esa estrategia se la conoció como Airland Battle, en la jerga militar. La "media guerra" consistiría en el apoyo de turno a las operaciones locales contra el avance del comunismo en distintas regiones mundiales, incluidas las misiones encubiertas. Lo que vino en llamarse "guerras de baja intensidad". Medida aplicada, claro está, para los recursos norteamericanos, pero no para las poblaciones y economías locales, que arrastrarán durante años las consecuencias de haber combatido a un "comunismo" tan fantasmal como rentable.
Esa estrategia perdió vigencia después del derrumbamiento de la Unión Soviética, pero tras el 11-S, la consagración de un nuevo enemigo global, en este caso el "terrorismo islámista", ha rescatado, con otras denominaciones y presupuestos, esa vieja estrategia de mantener un esfuerzo de connotaciones bélicas más allá de la propia defensa nacional. Lo que se perfila ahora en Irak (y se plantea para Afganistán desde 2011, si todavía fuera necesario) es el apoyo militar norteamericano en la lucha contra amenazas insurgentes locales (aliadas del terrorismo global), sin comprometer el concurso directo de unidades de combate propias.
Con la vista más puesta en la otra guerra, no la que ahora empieza a cerrarse, sino la que todavía sigue abierta, Obama afirmó en su discurso que "las guerras con final abierto (open-ended wars) no sirven ni nuestros intereses nacionales, ni los del pueblo afgano". Lo que Obama quiere ahora es una suavización de la lógica imperial, para concentrarse en la conquista de derechos que otras potencias democráticas han logrado en las últimas décadas y la inversión de la tendencia que ha convertido a su país en uno de los más desiguales del mundo industrializado. No es un programa izquierdista: sólo con cierto afán de asimilación podríamos considerarlo socialdemócrata.
Por supuesto, no hay que olvidar cuestiones de calendario. Ante las elecciones legislativas de noviembre, es previsible que Obama pierda el apoyo del legislativo, si los republicanos consiguen triunfar en su estrategia de desgaste. Si el malestar de la clase media por la lentitud y dificultad en salir de la crisis se traduce en un voto de castigo, Obama y los demócratas necesitarán todo el apoyo de los más progresistas, que se confiesan desilusionados por las indecisiones de la Casa Blanca y su tendencia a componer con quienes no tienen ni siquiera el mínimo interés en que Obama pueda gobernar tranquilo. Para reconstruir su base electoral progresista, Obama debe resultar muy creíble en la caducidad de la guerra afgana y ofrecer un programa doméstico de reformas sólido y verdaderamente transformador. Lo ocurrido con el paquete sanitario no puede repetirse. Demasiadas concesiones, mucho tiempo perdido, cierto camuflaje político y falta de claridad presidencial. Claro que debe imputarse a mucho demócratas, -tanto los perros azules como otras criaturas de la heterogénea fauna política de Washington- ese comportamiento poco auxiliar.
Obama ha cerrado, pues, el dossier iraquí, del que todavía rezumara sangre, no sólo ajena (iraquí), sino propia (norteamericana). Pero al menos, esa guerra entera se ha convertido en media (parafraseando la extinta AirLand Battle) y su intensidad se rebajará, confiemos en que sea irreversiblemente. Está por ver si Obama, quiere, sabe y puede, aplicar la misma lógica en Afganistán. Y si, mientras tanto, no se cuece otro escenario que "exija" un presencia norteamericana ineludible (atención a Yemen o a Somalia). Sólo si todo eso ocurre, si el Pentágono y el establishment militar-industrial (con sus corifeos políticos y mediáticos de apoyo) se avienen a la mitigación de la lógica imperial y el electorado no se deja seducir por cantos de sirena, podrá Obama concluir su mandato con un cambio de tendencia y aspirar a conquistar un segundo, para dejar un legado de reformas sociales y políticas en Estados Unidos.