26 de octubre de 2016
Después
de completar la purga y acomodar el Estado a sus ambiciones y ensueños
políticos, el Presidente turco, Recep Tayip Erdogan, cree llegado el momento de
cobrarse avances en el frente exterior.
La
guerra de Siria, aunque resulte un escenario plagado de peligros para Turquía,
se le presenta al líder turco como un campo de oportunidades. El pasado verano,
tras asegurarse que las consecuencias del fallido golpe militar se encontraban
bajo control, lanzó a unidades seleccionadas de su ejército a controlar el
norte de Irak, con el propósito de impedir que las victorias militares de las
milicias kurdas turco-sirias se hicieran fuertes y avanzaran en su proyecto de
instaurar el germen de una futura entidad semi-independiente en la zona.
De
esta manera, Erdogan decidió, cuando él quiso o cuando le convino mejor,
aceptar esa insistente invitación de Estados Unidos y sus aliados occidentales
de combatir al Daesh en Siria. Formalmente, las operaciones militares turcas en
el norte de Irak tienen ese objetivo, pero en la práctica para el sistema
político-militar turco de lo que se trata es de impedir que el vacío de poder
generado por el repliegue de los yihadistas sea aprovechado por los kurdos para
fortalecer sus posiciones.
Washington,
impulsado por la necesidad de restañar heridas, tras los reproches de Erdogan
por lo que consideró en su momento como tibieza cuando no esquinada complicidad
norteamericana en la intentona militar, se sintió en la necesidad de presionar
a los combatientes kurdos para que se mantuvieran en la ribera oriental del
Tigris y no completaran su aspiración de consolidar una zona continua de
terreno en la frontera sirio-turca.
Ahora,
iniciada la batalla para recuperar Mosul al Estado islámico, el presidente turco,
seguramente con el beneplácito del Ejército, ha visto una nueva oportunidad de
afianzar la presencia turca en la región. En el complicado plan de combate, que
se ha ido gestando durante meses, Washington descartó la participación de
fuerzas militares turcas, pero Erdogan está reclamando su parte en el botín,
mediante la entrada en combate.
En
la base turca de Bashiqa, situada muy cerca de Mosul, en el norte de Irak, se
mantienen unos ochocientos soldados, apoyados por carros, blindados y
artillería, tras las exitosas operaciones militares del verano, ahora en espera
de unirse al asalto contra la fortaleza del Califato.
Aparte del temor principal, a que las guerras de Siria e Irak favorezcan la emergencia de una entidad kurda en su frontera sur, con capacidad para convertirse en germen de una entidad política autónoma primero e independiente después, a los turcos, de confesión sunní mayoritariamente, les inquieta el refuerzo del poder político chíi, confesión dominante en Irak y absoluta en Irán. Uno de los motivos invocados por el régimen turco para justificar su activa participación en el conflicto iraquí es la salvaguarda de la seguridad de la población sunní en Mosul. En la base de Bashiqa, oficiales e instructores turcos entrenan a unas milicias sunníes dirigidas por un antiguo gobernador de Mosul.
Aparte del temor principal, a que las guerras de Siria e Irak favorezcan la emergencia de una entidad kurda en su frontera sur, con capacidad para convertirse en germen de una entidad política autónoma primero e independiente después, a los turcos, de confesión sunní mayoritariamente, les inquieta el refuerzo del poder político chíi, confesión dominante en Irak y absoluta en Irán. Uno de los motivos invocados por el régimen turco para justificar su activa participación en el conflicto iraquí es la salvaguarda de la seguridad de la población sunní en Mosul. En la base de Bashiqa, oficiales e instructores turcos entrenan a unas milicias sunníes dirigidas por un antiguo gobernador de Mosul.
El
activismo turco ha sido todo menos discreto. En los últimos días, el presidente
turco ha pronunciado proclamas y encendidos discursos reclamando no sólo sitio
en este combate específico, sino en la redefinición de la región. Erdogan sabe
que una de las consecuencias de las guerras en Siria e Irak puede ser la
conformación de entidades políticas semi autonómas o federadas, y quien sabe si
el redibujo de unas nuevas fronteras. Y no quiere que Turquía esté ausente o
sea una simple invitada u observadora.
La
partición de Siria, por ejemplo, es objeto de debate abierto en los gabinetes
de estrategia en Estados Unidos y en Europa. Hay quien abiertamente lo está
proponiendo como fórmula inicial para detener la guerra y, con posterioridad,
para conformar un nuevo país, basado en equilibrios étnicos y religiosos. Al
estilo de Bosnia, salvando las distancias (1).
Ante la eventualidad de una redefinición del mapa político y geoestratégico, Erdogan quiere
reservar un papel muy protagonista para Turquía. El nacionalismo turco, ya sea
de inspiración laica o islamista, no ha aceptado nunca las consecuencias
prácticas del derrumbamiento del Imperio Otomano, al término de la Primera
Guerra Mundial. Y aunque el nacimiento de la nueva Turquía, en los años,
suponía la superación del revanchismo, de las tentaciones imperiales y de las
nostalgias de grandeza, lo cierto es que la descomposición abierta o
semicontrolada de las vecinas Siria e Irak han reabierto el apetito de los
nostálgicos del expansionismo turco.
Estados
Unidos contempla con mucha preocupación esta enésima exhibición de fuerza de
Erdogan. Una de las mayores preocupaciones de Washington ha sido convencer al
gobierno de Irak, para que excluyera del combate de Mosul a las milicias chiíes
armadas y financiadas por Irán. De esta forma, pretendían privar al Daesh de un elemento de propaganda en su
esfuerzo de resistencia, ya que los yihadistas no podrían presentarse ante la
población local como defensores de la mayoría sunní de la ciudad frente a los
asaltantes chíies.
En
Irak, el primer ministro Abadi, un chíie moderado y muy diplomático siempre en
sus manifestaciones, se vió obligado a contestar al intervencionismo turco con
una dureza inhabitual. “Por dignidad nacional”, replicó Abadi, las fuerzas
iraquíes no permanecerían impasibles ante una intervención militar turca en
Mosul: “les haríamos frente”, sentenció.
Anteriormente,
Erdogan se había mostrado irrespetuosamente desdeñoso con el gobierno iraquí al
declarar que Bagdad es simplemente “el administrador de un ejército del
chiismo” (2).
La
administración Obama ha tomado cartas en el asunto. El jefe del Pentágono, que
sigue desde la zona el desarrollo de la batalla de Mosul, está realizando
intensas gestiones en Ankara y Bagdad para aplacar este brote de tensiones
entre dos países que son aliados de Estados Unidos, pero en esfuerzos y
objetivos no siempre coincidentes.
NOTAS.
(1)
“Syria. A deadlock for years to come”. MICHAEL
O’HANLON. BROOKING INSTITUTION, 17 de
octubre.
(2)
“Turkey’s push to join battle for Mosul inflames
tensión with Iraq”. NEW YORK TIMES, 23 de
octubre; “Turkey barges into the Mosul fight”. NEW YORK TIMES, 24 de octubre.