20 de agosto de 2025
El verano está siendo más que caliente. Mientras los incendios forestales asolan España y otras partes del Mediterráneo, el fuego de la guerra continúa vivo, como es bien patente en Gaza y, a pesar del escaso interés mediático, en Sudán, una tragedia tan grande como la que sufren los palestinos. Incluso en aquellos lugares en que las llamas parecen controladas el incendio puede rebrotar en cualquier momento (la frontera entre Tailandia y Camboya), sino lo ha hecho ya (el este del Congo). Por no mencionar la amenaza permanente de la conflagración indo-pakistaní en Cachemira.
En
todos estos conflictos ha hurgado Trump con su incompetencia habitual, sólo
comparable a la falsedad de su relato acerca de los resultados obtenidos. Sus
pretendidos éxitos son pura propaganda que no resisten el mínimo análisis.
Pero
centrémonos ahora en Ucrania, el conflicto que parece consumir más recursos de
nuestros dirigentes occidentales. La metodología trumpista (en realidad,
la ausencia de cualquier lógica diplomática al uso) complica aún más las cosas.
Después de muchos meses persiguiéndolo, el Presidente norteamericano ha
conseguido una reunión con Putin, coreografiada como a él le gusta, con pompa y
circunstancia, y un punto de exotismo ambiental, en esa tierra helada que es
Alaska, en el pasado rusa y hoy epicentro del pulso estratégico que se libra
calladamente en el Polo Norte, alejado de la atención mediática.
Alaska
fue el primer acto público de la obra de teatro en que puede convertirse la crisis
de Ucrania en las próximas semanas, si no meses. La pieza tiene toda la pinta
de ser ecléctica: esperpento, cuando Trump ocupe el lugar primordial, que será
casi siempre; tragedia, en aquellos pasajes en que la figura de Zelenski y su
coro de asesores /operadores políticos se trasladen al centro del escenario; y drama
decimonónico de pesadas referencias retóricas, si se deja a los líderes europeos
aparecer siquiera en los márgenes de la escena.
Se
sabe poco de lo tratado estos días en ese estado remoto de América entre Trump
y Putin (1), o en la militarizada capital norteamericana, entre el patrón
americano y sus cada vez más intimidados aliados europeos (2) . Los medios
construyen narraciones a partir de las calculadas declaraciones de los dirigentes
o sus portavoces. Se mezclan los procedimientos con la sustancia, como ha
escrito un redactor jefe de THE ATLANTIC (3). Se desgranan los asuntos medulares
de la negociación, compilados por las publicaciones especializadas (4). Se
anticipan problemas, sorpresas u obstáculos insalvables para una solución real
del conflicto, temor que no deja de airear el establishment político-diplomático-académico de
EE.UU, codificado por Ivo Daalder, exembajador de Estados Unidos en la OTAN (5),
o por Michael Kimmage, especialista en asuntos militares de la Universidad católica
norteamericana y bien conectado con el Pentágono (6).
Lo
que más interesa a Trump es la cuestión escénica: si una cumbre a dos (Putin y Zelenski)
y luego a tres (con él de maestro de
ceremonias o muñidor final de un supuesto acuerdo). O a la inversa: primero tres
sillas para fijar el campo de juego y luego dos para cerrar el trato. O
simultánea, con pasarelas de entrada y salida entre las dos opciones, para
hacer todo más grato al espectáculo. En el libreto, Trump parece poco interesado,
más allá de unas cuestiones básicas: nada de tropas americanas allá, si acaso
apoyo aéreo, aún etéreo, el menor gasto posible (que eso corra a cargo de los
europeos), y cero riesgos. Es decir, un trato de los suyos, como si se tratará
de apañar una promoción inmobiliaria con las cartas marcadas.
¿MÚNICH,
YALTA, DAYTON?
Se
ha hablado estos días de Múnich (1938) y
de Yalta (1945), en elipsis analíticas más que discutibles, pero quizás todo se
parezca más a Dayton, el pacto que pretendió sellar las guerras en la exYugoslavia
hace ahora treinta años. Pero con una diferencia: el acuerdo fue entonces
posible porque se había agotado la vía militar.
Europa
ha repetido en Ucrania los errores cometidos en los Balcanes, aunque por
razones y motivos diferentes. Jugar como si pudiera actuar como superpotencia
decisiva cuando no lo es o pretender que Estados Unidos terminará aceptando sus
planteamientos (en el caso de que se formulen de forma cohesionada, algo no siempre
posible) no deja de ser un espejismo que termina pasando factura. Al cabo, Europa ha salido debilitada ahora
como le ocurrió en los noventa. Washington impuso su “pax americana”, aunque fuera
solo formalmente y para hacerse la foto. En Bosnia, crisol de la tragedia
yugoslava, se está de nuevo cerca de la implosión, precisamente por aquella
fallida resolución del conflicto.
Ucrania,
en todo caso, no es Bosnia. Rusia no cree agotada la baza militar y estima que lleva
la iniciativa militar, algo que Occidente admite a regañadientes. El tiempo
corre a su favor, aunque sólo relativamente. Los expertos militares estiman que
el Kremlin necesitaría otros cuatro años largos para completar el control del
Donbás, lo que supondría tensionar aún más su economía y añadir decenas de
miles de muertos más. Lo que parece descartado, salvo un giro radical del
comportamiento norteamericano, es que Ucrania pueda revertir el curso de la
guerra y recuperar territorio perdido.
Zelenski
ha insistido estos días en que no aceptará legitimar las conquistas rusas, un
20% de la superficie del país (Crimea y las regiones del sur y este). Orgullo
nacionalista, pero también exigencia legal: la Constitución prohíbe una
renuncia territorial, si no es aprobada en referéndum. En esto hay mucho de
propaganda. No está claro si la mayoría de los ucranianos preferiría seguir con
la guerra o soportar cierta humillación. En los medios occidentales se dice
poco o nada que la población de las zonas en litigio es mayoritariamente
ruso-parlante y que no todos los allí residentes ven a los rusos como una
fuerza de ocupación.
Los
aliados europeos de Ucrania sostienen en público el relato de la integridad
territorial pero en realidad piensan que no habrá más remedio que aceptar la
amputación. Y seguramente ya se lo han dicho privadamente a Zelenski. Trump ha
sido mucho más claro en eso. Con falso paternalismo le ha susurrado ahora al presidente
ucraniano lo que le voceó hace unos meses en el despacho Oval: que no puede
impedir la victoria rusa, “por que no tiene cartas para hacerlo”.
PREVENIR
UNA GUERRA FUTURA
De
lo que se trata ahora, por tanto, es de evitar un daño mayor; es decir, de prevenir
que Rusia, más adelante, pueda verse en condiciones de iniciar otra “operación
militar especial” que culmine el trabajo. Parece que Trump está abierto a
prevenir esa circunstancia, siempre y cuando el grueso de trabajo y el coste
del esfuerzo corra a cargo de los europeos, actores necesarios pero secundarios.
Si Ucrania se olvida de la OTAN, al menos debe dársele garantías de seguridad
similares a las estipuladas en el artículo 5 del Tratado Atlántico, se dice.
Pero lo cierto es que esa provisión en absoluto establece un apoyo material mecánico
(7).
En
la teatral negociación que se avecina, Europa cree disponer de una baza no menor.
La mayor parte de los haberes rusos congelados por las sanciones (unos 300.000
millones de dólares) se encuentran depositados en instituciones financieras
europeas. Se calcula que el costo de las pretendidas reparaciones de guerra
duplicaría esa cantidad. Pero es más que improbable que el Kremlin acepte
cualquier acuerdo que implique renunciar a su dinero retenido. Trump no da
señales de estar demasiado interesado en apretar las clavijas e Putin en ese
asunto, y muestra de ello es que ha abandonado su bravuconada reciente de imponerle
nuevas sanciones si no aceptaba un alto el fuego.
Para
entender mejor los errores cometidos, puede servir esta sentencia de Stephen
Walt, profesor de relaciones internacionales de Harvard y crítico de la
actuación occidental en Ucrania:
“Nada
ha sido más dañino para la posición occidental en este asunto [Ucrania] que la conducta
propia del avestruz de su élite diplomática, consistente en negarse a reconocer
que la ampliación sin límite de la OTAN fue una torpeza estratégica—y en
particular la invitación en 2008 a Ucrania y Georgia para que dispusieran su
petición de admisión. Ésta es la más importante de las ‘causas fundamentales’
del conflicto que Putin reclama abordar en un acuerdo de paz; y la que, por el
contrario, los apóstoles occidentales de la expansión [de la OTAN] más vehementemente
niegan o ignoran. Esto justifica la ilegal guerra preventiva de Putin, pero es
muy difícil concluir un conflicto tan grave si no se admiten y afrontan las razones
que motivaron su inicio”. (8).
No
hay indicios de esa autocrítica. Y mientras, la guerra sigue cada día, en bastidores
de la escena diplomática, apagando las confusas declamaciones de los actores.
NOTAS
(1) “Trump and Putin Put on a Show of Friendship but
Come Away Without a Deal”. PETER BAKER y KATIE ROGERS. THE
NEW YORK TIMES, 15 de agosto.
(2) “Après les réunions de
Washington, le débat sur les garanties de sécurité s’accélère”. LE MONDE. 20 de agosto.
(3 ) “Trump’s half-baked approach to negotiation. Process
vs. Substance”. DAVID A. GRAHAM. THE ATLANTIC, 19 de agosto.
(4) “7 Lingering Questions After the Trump Ukraine
Summit”. KEITH JOHNSON. FOREIGN POLICY, 19 de agosto.
(5) “Russia and Ukraine Are as Far Apart as Ever”. IVO
H. DAALDER. FOREIGN POLICY, 19 de agosto.
(6) “The Pernicious Spectacle of Trump’s
Russia-Ukraine Diplomacy”. MICHAEL KIMMAGE. FOREIGN AFFAIRS, 19 de agosto.
(7) https://www.nato.int/cps/en/natohq/official_texts_17120.htm
(8) “Trump Has No Idea How to Do Diplomacy”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 19 de agosto.