HOLANDA COMO SÍNTOMA

 29 de noviembre de 2023

El resultado de las elecciones legislativas en Holanda ha reavivado la preocupación de políticos y medios liberales y socialdemócratas europeos. El triunfo, por vez primera, del ultraderechista Partido por la Libertad (PVV) no ha sido estrictamente una sorpresa, pero no se esperaba una victoria tan amplia. Con 37 escaños, duplica con creces su representación parlamentaria (tenía hasta ahora 17) y se gana la opción de formar gobierno (1). El Parlamento estatal tiene 150 diputados, de los cuales casi una cuarta parte serán del PVV.

En teoría, los socios de los ultras deberían ser otros grupúsculos nacionalistas conservadores: euroescépticos, calvinistas y populistas agrarios. En todo caso, el PVV necesitaría el apoyo de los democristianos, tantos los más tradicionales o conservadores como los centristas, y desde luego el de los recién llegados del Nuevo Contrato social, una suerte de democristianos populistas. Esta amalgama de fuerzas difícilmente compondrá una mayoría (2).

Los socialdemócratas comparecieron en candidaturas conjuntas con los ecologistas de izquierda y han conseguido ser la segunda fuerza política (25 diputados), después de muchos años de ostracismo. Pero no les ha alcanzado para hacerse con el gobierno, como esperaba su líder, el exvicepresidente de la Comisión Europea, Frans Tindemanns, salvo que consiguiera forjar una especie de gran pacto centrista.

La clave está en la decisión del hasta ahora gobernante Partido Popular Liberal Democrático (VVD), que ha obtenido 24 diputados, uno menos que los socialistas y ecologistas. Durante la campaña se ha conducido con ambigüedad sobre un posible pacto con la extrema derecha, aunque ahora parece cerrado a esa eventualidad. Su líder, Mark Rütte, dimitió en verano después de más de una década al frente de unos gobiernos de coalición muy trabajosamente cosidos con liberales avanzados y democristianos. Discrepancias sobre el asunto de la inmigración (de su limitación, del recorte de derechos de los inmigrantes) dieron la puntilla a un gobierno que ya se había tensionado por otros problemas domésticos.

La sustituta de Rütte en el VVD es Dilan Yesilgoz-Zegerius, hija de refugiados kurdos. Sin embargo, su posición en materia de inmigración es notoriamente más dura que la sostenida por su antecesor (3). Este desclasamiento también lo vemos en Gran Bretaña, donde la Secretaria del Interior, Suella Braverman, recientemente cesada, es de origen indostánico y mantenía posiciones ultras en materia migratoria. No muy distintas, por cierto, que las del propio Primer Ministro, Rishi Sunar, de la misma procedencia étnica.

LA INMIGRACIÓN ROMPE EL ‘CORDÓN SANITARIO’

El centro-derecha se ha apuntado al discurso restrictivo de la ultraderecha sobre la inmigración, sabedor de que es una apuesta segura para atraer votantes. Socialdemócratas y ecologistas tampoco están exentos del contagio, véase el giro en Alemania (4). Los extranjeros que llegan a Europa han sido convertidos en chivos expiatorios de los problemas sociales crecientes: carestía y escasez de vivienda, agotamiento de los servicios sociales, aumento real o percibido de la criminalidad, tensiones convivenciales por diferencias culturales y religiosas, etc (5).

Holanda ya fue un termómetro temprano de esta respuesta reaccionaria a comienzos de siglo, con la aparición de las primeras formaciones islamófobas en el centro y norte de Europa, en países que hasta entonces habían mantenido unos servicios sociales amplios y robustos. Una tendencia similar a la experimentada en los países nórdicos, con quien Holanda ha compartido un modelo social más avanzado que el predominante en el resto de la Europa continental.

 

Geert Wilders, el líder ultraderechista holandés, ha visto finalmente premiada su constancia, tras varias décadas de activismo radical. Recogió el testigo de Pym Fortuny, un político gay procedente del mundo del cine, que combatió lo que él consideraba como el peligro del islamismo retrógrado para la tolerante sociedad neerlandesa. A la postre, opuso a una intolerancia presentida otra forma de intolerancia más agresiva y real. Fue asesinado por un activista animalista durante una campaña electoral y su sangre sirvió de semilla a Wilders para afianzar una opción ultra con posibilidades de gobierno a largo plazo.

La cantera de votos de Wilders se encuentras en las áreas rurales (compartidas con el BBB), pero también en los núcleos urbanos con gran densidad inmigrantes como Rotterdam (38% de la población tiene origen foráneo). En cambio, los socialdemócratas y ecologistas han conseguido mejores resultado en otras ciudades con menos extranjeros, como Ámsterdam y Utrecht.

El PVV ha merodeado los contornos del poder, pero sin amenazarlo frontalmente. Wilders no ha dudado en denigrar el Islam, o a sus practicantes, los inmigrantes procedentes de países empobrecidos, muchos de ellos perseguidos por gobiernos dictatoriales o destrozados por las guerras. Los ha denominado “chusma” y los ha vinculado continuamente con la delincuencia.

Nada diferente a lo que, en la primera década del siglo, hizo el entonces Presidente francés, Nicholas Sarkozy, cuando dedicó idéntico epíteto a los jóvenes magrebíes que protagonizaron protestas violentas en los suburbios de París y otras ciudades. Para contener a la ultraderecha de Marine Le Pen, Sarkozy decidió asumir su lenguaje y gran parte de sus propuestas políticas, con una apariencia de “respetabilidad republicana”.

Esta ósmosis entre las derechas europeas (conservadores y ultranacionalistas) se ha extendido como una mancha de aceite y alcanza hoy a otras familias centristas. Los democristianos, que durante algún tiempo y bajo el impulso de la entonces canciller alemana Merkel, mantuvieron un “cordón sanitario” frente a los grupos radicales, se han convencido de que ya no pueden contenerlos externamente y muchos creen que no hay más remedio que coaligarse para intentar neutralizar la influencia que ejercen sobre una ciudadanía insatisfecha y confusa (6).

Esta colaboración es ya una realidad en los países nórdicos. La ultraderecha está ya en el gobierno o en pactos legislativos con la derecha conservadora en Suecia y Finlandia, o ha obligado a políticas restrictivas, en Dinamarca, ahora con gobierno socialdemócrata. Los ultras no se conforman con esto. Este fin de semana, los ‘Demócratas de Suecia’ (equívoco nombre) han celebrado su congreso con un mensaje claro: lo conseguido es sólo el comienzo. Y es que las encuestas otorgan a los DS más apoyo que los partidos del centro y la derecha juntos (7).

Italia también ha sido un motor de este cambio de paradigma político. De ser fuerza menor en la habitual coalición de las derechas, los ultraconservadores nacionalistas alcanzaron la posición hegemónica, y ello a pesar de su división entre los neofascistas centralistas romanos y los antiguos separatistas nordistas de la Liga. El centro-derecha italiano es ya testimonial.

El virus alcanza también a las formaciones liberales. Macron a duras penas pudo contener esa tendencia, con su afamado triunfo en 2017, que se quiso ver como un frenazo al Frente Nacional. Con el tiempo y las sucesivas crisis, el partido de Marine Le Pen mantiene sus opciones de abiertas, aunque el sistema electoral limita sus recursos, lo que obliga a la actual mayoría a limitar los derechos de los inmigrantes y establecer severos controles de entrada.

El debate actual sobre la reorientación de la política migratoria, plasmado en una nueva Ley, está poniendo de manifiesto esta derechización de Macron y los liberales. El texto ya restrictivo que salió de la Asamblea Nacional ha sufrido un endurecimiento aún mayor en el Senado, donde el partido del gobierno tiene una presencia menor que Los Republicanos (derecha conservadora). En los debates parlamentarios, el ministro del Interior y sus diputados afines se han mostrado muy tibios o incluso complacientes con las restricciones en materia de asilo, servicios sociales a los inmigrantes, condiciones de expulsión, etc.. Los macronistas más a la izquierda confían en que la Asamblea Nacional purgue estas aportaciones extremistas. En todo caso, el gobierno ya ha descartado acudir al mecanismo del decretazo, el famoso artículo 49.3 (8).

La operación es arriesgada, se mire como se mire. Los movimientos políticos han sido muy intensos los últimos días. Un grupo de 17 diputados Republicanos se ha expresado a favor del consenso, pero el liderazgo del partido y la dirección del grupo parlamentario están ancladas en la línea dura e insiste en un referéndum, que Macron ya ha descartado. El ministro del Interior, Gérald Darmanin (presumible candidato presidencial en 2027), hurga en las contradicciones de la derecha y advierte que si Los Republicanos quieren seguir siendo un “partido de gobierno” deben apoyar el proyecto, aunque se suavice (9).   

Este dilema sobre el alineamiento con la ultraderecha corroe ahora a los liberales holandeses del VVD, aliados de Macron en Europa. La opciones están sobre la mesa: o se avienen a una coalición amplia según el nuevo modelo nórdico, con presencia dominante de los ultras del PVV, o se deja el gobierno a una frágil combinación de las derechas conservadoras, que profundizarán en los retrocesos sociales y reforzarán las políticas identitarias.

NOTAS

(1)“Long a bastion of Liberalism, the Netherland takes a sharp right turn”. THE ECONOMIST, 23 de noviembre.

(2) “Législatives aux Pays-Bas: pour l’extrême droite victorieuse, former une coalition est loin d’être gagné”. LE MONDE, 23 de noviembre.

(3); “Dilan Yelsigöz, la fille des refugiés qui veut durcir la politique migratoire”. COURRIER INTERNATIONAL, 22 de noviembre.

(4) “Scharfer schwenck. In der migrationspolitik sind jetzt aus SPD und Grüne für mehr härte”. DIE ZEIT, 8 de noviembre (reproducido en COURRIER INTERNACIONAL, 28 de noviembre).

(5) “Partout en Europe, le portes se referment”. COURRIER INTERNATIONAL, 25 de noviembre.

(6) “Geert Wilders’s election win leaves the Dutch in a awful quandary. Will the cordon sanitaire against the far-right hold?”. THE ECONOMIST, 23 de noviembre.

(7) "En Suéde, l’extrême droite a le vent en poupe, un an après l’arrivée de la droite au pouvoir”. LE MONDE, 26 de noviembre.

(8) “Du droit du sol à l’aide médical de’Etat, comment le Senat a durcit le projet de loi ‘immigration’. LE MONDE, 14 de noviembre; “Projet de loi ‘immigration’: le gouvernement veut éviter le 49.3”. LE MONDE, 22 noviembre.

(9) “Projet de loi ‘immigration’: Gérald Darmanin accroît la pression sur Les Républicains”. LE MONDE, 28 de noviembre.

ARGENTINA: MÍSTER HYDE Y DOCTOR JEKILL

22 de noviembre de 2023         

La elección de Javier como Presidente de Argentina ha sido contundente (más de once puntos de ventaja sobre su rival), pero deja más incógnitas sobre el futuro inmediato que certezas de un cambio tan radical como se teme. El shock de la victoria de Milei no es un espejismo. Hará daño, y mucho, como lo hizo Macri (que jugará un papel importante en esta nueva singladura) o el propio peronista renegado Menem, e incluso el radical De la Rúa.

Al elegir a Milei para que dinamite la ruina de un edificio institucional carcomido por la clase política (1), Argentina coquetea con el abismo. Se trata sin duda del “voto de la rabia” expresión del hartazgo y la desesperación social por una inflación superior al 140% y el avance imparable de la pobreza (40%). Es una reedición del “que se vayan todos” de principios de este siglo. Una apuesta peligrosa la del confiar al lobo el cuidado de los corderos. Estas pueden ser las claves del nuevo tiempo:

1.- DIVISIÓN DEL PAÍS

El triunfo electoral de Milei confirma un mapa de país dividido, con las zonas más favorecidas como soporte casi exclusivo de su candidatura y el rechazo, aunque haya sido insuficiente, de aquellas que están por debajo de la media de la renta nacional. En la provincia de Buenos Aires (sur y oeste de la capital), bastión tradicional del peronismo más militante, Milei ha tenido poco predicamento. En cambio ha ganado en provincias que han sido casi siempre hostiles a las prácticas nacional-sindicalistas del peronismo en sus distintas versiones y mutaciones.

2.- RADICALIDAD INICIAL, MODERACIÓN POSTERIOR

No está claro que Milei pueda, ni incluso pretenda, aplicar algunas de las demagógicas y lunáticas propuestas que ha venido defendiendo en su meteórico ascenso al poder. De hecho, se ha retractado, ha corregido o matizado algunas de las más escandalosas, alegando que hablaba en sentido figurado (como la venta de órganos y otras relacionadas con derechos individuales). A pesar de su discurso en la noche de la victoria confirmando que “no habrá gradualismo”, debe  su “audacia” en política económica (dolarización forzosa, supresión del Banco Central, privatización completa de empresas estatales y medios públicos, eliminación de servicios sociales gratuitos, etc) podría verse rebajada por la realidad socio-económica y política del país.

La dolarización sin anestesia como la que anuncia Milei es inviable, según los propios liberales, ya que precisa de tiempo de preparación y de un acopio de dólares en el sistema bancario, del que Argentina carece (2). El FMI exige medidas de austeridad para aligerar y reestructurar una deuda de 43 mil millones de dólares, pero no avalará disparates provocadores que puedan generar una insoportable conflictividad laboral y social. Los sindicatos, por desprestigiados que estén, conservan poder de movilización popular.

La debilidad política de Milei es palmaria. Su partido (La Libertad avanza) tiene menos de 40 diputados (de 257) y únicamente 8 senadores de un total de 72. Aunque lo apoye la derecha macrista, no le alcanzará para una mayoría. Su poder provincial es nulo. Si comienza la agitación en la calle, los radicales que le negaron su apoyo en la segunda vuelta, redoblarán su rechazo.

3.- OPORTUNIDAD DE RECONSTRUCCIÓN DE UN PERONISMO DEGRADADO

El desvaído peronismo tiene de nuevo la oportunidad de rehacerse en la adversidad. Es una de sus constantes históricas. El disfrute del gobierno siempre le ha brindado al peronismo la capacidad de fortalecer su clientelismo esencial. Pero cuando ha forjado su nervio reivindicativo y ampliado su base social ha sido en las etapas en que las circunstancias le obligaron a configurarse como movimiento popular de resistencia y combate. En las sucesivas dictaduras, el peronismo supo monopolizar el discurso de la oposición, bien como alternativa institucional de recambio (años 60 y 70, con el líder carismático moviendo los hilos desde su exilio madrileño), bien en forma de lucha armada (Montoneros) con más peso que organizaciones izquierdistas (el ERP troskista). El único momento en que el peronismo salió mal parado de un periodo de proscripción fue en 1983. Entonces la figura de Raúl Alfonsín, un radical con tintes socialdemócratas, se impuso al peronismo blando post-Malvinas y post-dictadura.

Ahora, se dibuja un nuevo periodo de combatividad, similar a lo que en su día fue el kirchnerismo, alineación del peronismo izquierdista contra la penúltima oleada neoliberal. Las guerras intestinas que han existido siempre se han replicado con más crudeza si cabe en estos últimos años, debido a la crisis de identidad del Movimiento, a la personalidad conflictiva de algunos de sus dirigentes y a la persistencia de una nueva izquierda alejada de los moldes populistas. El peronismo tampoco ha conseguido integrar a esa izquierda crítica ajena a su movimiento que ha mantenido su autonomía política durante la agitada etapa kirchnerista.

4.- RIESGO DE AISLAMIENTO REGIONAL

La actual configuración política aboca a Milei a un aislamiento regional, con gobiernos de centro-izquierda en Brasil, Chile, Bolivia, Colombia (y en cierto modo, México) y una derecha moderada en Uruguay. Las bravuconadas de Milei contra los presidentes de los países más cercanos se disolverán seguramente por propia conveniencia.

Aunque no habrá complicidad, es probable que dirigentes como Lula, Boric o Petro facilitarán una convivencia razonable, si los esperpentos se disuelven, como es previsible. El encaje de un modelo liberal más o menos radical podría no ser un problema en la región, que ya ha vivido varios, aunque evidentemente se malogrará un enésimo intento de coordinación regional que, por otro lado, siempre ha sido limitado.

5.- DEPENDENCIA DE UN TRIUNFO DE TRUMP

Para su anclaje internacional, Milei confía en una victoria de Trump en las elecciones del año próximo. Convertirse en sucursal de una América trumpista es una inversión de alto riesgo. Ofrecer explotación de materias primas (privatización total de la compañía estatal de petróleo, apertura del mercado del gas y el litio, etc.) a cambio de una ilusión de “plata dulce” es una de las quimeras fracasadas del ultraliberalismo que Milei pretende resucitar de entre los muertos. Y si Trump no ganase en 2024, Milei corre el riesgo de “bolsonorizarse”; es decir, de quedar reducido a una especie de bufón internacional sin capacidad de influencia (3).

6.- ¿USAR Y TIRAR?

Los grandes poderes económicos  confían en que un lunático sin complejos aparentes haga el trabajo sucio que Macri no fue capaz de culminar por un contexto desfavorable y falta de reaños políticos. Pero, a la postre, da la impresión de que el empresario bonaerense opera como Doctor Jekyll (promoviendo nombres para su equipo de gobierno) y deja que Milei interprete el papel de Mr. Hyde: respetabilidad burguesa frente a oscurantismo marginal. Más que demoler a martillazos y motosierra un Estado esculpido por ocho décadas intermitentes de peronismo e intervalos de ultraliberalismo feroz, la derecha tratará acabar de una vez por todas con eso que denomina despectivamente “populismo argentino”. Para ello nada mejor que un pirómano, al que obligarán a convertirse en bombero o a perderse en una curva del camino.


NOTAS

(1) “La derrota de una cultura política y la irrupción de lo desconocido”. LUCIANO ROMÁN. LA NACIÓN, 19 de noviembre.

(2) ”In Argentina, Javier Milei faces a massive economic crisis”. THE ECONOMIST, 20 noviembre.

(3) “Javier Milei’s next challenge: governing Argentina”. OLIVER STUENKEL (Fundación Getulio Vargas, Brasil). FOREIGN POLICY, 21 de noviembre.


LA GUERRA DE GAZA TAMBIÉN SE LIBRA EN OCCIDENTE

15 DE NOVIEMBRE DE 2023

Seis semanas de guerra en Gaza. Seis semanas de muerte, horror y odio. Para la gente que aún sobrevive entre los escombros, nada volverá a ser como antes. Contrariamente a otras operaciones de castigo israelíes, esta vez la vida seguramente no dará otra oportunidad.

Los dirigentes occidentales, que desean liberarse cuanto antes y con el menor daño posible de este apoteosis de destrucción y dilemas morales y políticos, permanecerán atados a sus efectos por mucho tiempo. Los analistas y estrategas tratan de anticipar cómo quedará la región al terminar el conflicto. No hay una respuesta clara. El optimismo de la manida máxima “en cada crisis hay siempre una oportunidad” no es compatible con Oriente Medio, donde domina otra de significado contrario: “todo lo que puede salir mal, sale mal”.

Biden y su administración son los principales paganos políticos, hasta la fecha. La guerra les consume en una crisis que no esperaban. Es el segundo revés decisivo en su diseño de política exterior. Ya tuvieron que abandonar la centralidad del pulso con China, para atender la urgencia de Ucrania. La guerra en el Este de Europa no ha salido bien, en la medida en que se prolonga y no se avista un final claro y mucho menos pronto. Los arsenales americanos -igual que los europeos- están exhaustos. No se produce al ritmo e intensidad que la guerra demanda.

Lo que menos necesitaba Biden y su administración plagada de liberales intervencionistas era una guerra en la región más enrevesada y complicada como es Oriente Medio. El apoyo de primera hora a Israel está resultando caro, en términos estratégicos y políticos.

Estratégicos, porque debilita el compromiso de Estados Unidos en otros frentes de conflicto, se quiera o no reconocer públicamente. Biden cometió un error al unir estos dos conflictos en su patriótico mensaje a la nación. Se trató en realidad de una treta: sabedor de que el apoyo republicano a Ucrania se resquebraja y se escamotea la provisión de fondos, vinculó este esfuerzo al salvamento de Israel frente a lo que se presentó exageradamente como nueva amenaza a su existencia. El intento fue fallido. Los republicanos le devolvieron el truco, pero con otro sentido: para ayudar más y mejor a Israel, quizás habrá que rebajar el apoyo a Ucrania. En un pacto “in extremis” en el último voto presupuestario en el Congreso, se excluyen las dos. En los últimos días álgidos de la guerra fría, Washington se había asegurado poder afrontar “dos guerras y media”. Pero esos tiempos hace tiempo que pasaron. Hoy la superpotencia no puede asimilar ese dobles desafío a “comer chicle y caminar”.

El desgaste político es más doloroso, por dos razones: el plazo de pago es casi inmediato (apenas un año, con las elecciones) y la cuantía, inesperada e inoportuna. Para un presidente en ejercicio como Biden, octogenario y visiblemente fatigado, ganar unas elecciones supone un esfuerzo mayúsculo. No le basta con fidelizar a los afines: le es imprescindible atraerse a los indecisos, a los volubles, a los escépticos.

Las encuestas predicen una tarea más difícil aún que en 2020, y ello a pesar de que el rival más probable es el mismo que el que fuera derrotado entonces. Trump, de confirmarse su triunfo en las primarias que empiezan dentro de apenas dos meses, vendría con una mochila mucho pesada, cargada de procesamientos judiciales, problemas financieros y rechazo reforzado de adversarios y neutrales. En una país “normal”, sería inverosímil un Trump 2.0. Pero Estados Unidos hace tiempo que dejó de ser un país “normal”. A pesar de las lecciones de democracia que sus dirigentes liberales se empeñan en impartir por el mundo, ese nacionalismo populista, ese supremacismo del movimiento MAGA (Make America Great Again) afecto a Trump domina hoy el discurso político.

Biden fue elegido hace cuatro años, en gran parte porque muchos ciudadanos identificados con un Partido Republicano “moderado” (más bien no extremista) vieron en el candidato demócrata una opción de urgencia. Pero desde entonces, el Great Old Party ha despreciado, marginado y finalmente laminado esa moderación. Sólo ciertos cargos ya envejecidos y en la rampa del retiro subsisten. La mayoría parece dispuesta a lo que sea para imponer sus agendas, como se vio en la batalla interna por el control de la Cámara.

En estas condiciones, Biden no se puede permitir perder un voto, ni propio ni prestado. Y las dos guerras le están haciendo perder los dos. Ucrania ya es una sangría electoral desde hace meses. Gaza empieza a serlo (1). Entre las bases demócratas hay una división creciente ante la guerra. Los progresistas, los jóvenes no aceptan la parcialidad del Presidente a favor de Israel. Biden ha “corregido el tiro”, con una actitud retóricamente compasiva hacia la población palestina, exigido por sus bases demócratas. Ya antes de la guerra, el sector más dinámico, más joven e interracial del partido reclamaba una política más ecuánime en Oriente Medio. La brutalidad de la actuación israelí tras el ataque de Hamas ha reforzado su posición (2).

Si esto no fuera poco, los árabes norteamericanos, pocos pero concentrados en estados clave en noviembre del próximo año, se han movilizado como nunca. Michigan es el más importante. Biden gano allí, después de que Trump arrebatara este otrora feudo demócrata a Hillary Clinton en 2016. Allí se concentra buena parte del poder de los sindicatos del automóvil que acaban de ganar una huelga de varios meses, con el apoyo más bien simbólico de Biden.

De uno de los distritos de Michigan con mayor peso de la población árabe es representante en la Cámara Baja Rashida Tlaib, palestina de origen, que tiene a gran parte de su familia viviendo en Cisjordania. Esta diputada no suscribió una declaración de sus colegas parlamentarios en defensa de Israel y condena de Hamas, contrariamente a otros progresistas y compañeros de fatiga en el caucus progresista de la Cámara, que adoptaron una posición de equilibrio.  Se da la circunstancia de que en el distrito de Rashida Tlaib hay también bastantes electores judíos, que se sienten indignados por sus posiciones políticas. En contraste, los árabes le han apoyado calurosamente. La guerra de Gaza ha encontrado en Michigan una potente caja de resonancia. Los encuestadores creen que si los árabes de Michigan no votan a Biden, éste puede perder el Estado y quizás las elecciones (3).

Biden intenta flexibilizar a Israel, convencerlo de que evite ataques contra hospitales como el de Al-Shifa, en el norte de Gaza, epicentro actual de las operaciones terrestres. Pero es muy difícil que lo consiga. Israel emite videos e información que presentan el hospital como uno de los centros operacionales de Hamas.

Los aliados europeos se encuentran en situación de parecidas urgencias. Macron, como suele hacer, ya ha cambiado el tono y temperatura de su discurso. La movilización ciudadana, a cuenta del antisemitismo, ha mantenido vivo el apoyo al “derecho de Israel a defenderse”. Pero la manifestación del domingo a favor de la comunidad judía no ha hecho disminuir el peso de la indignación por el martirio palestino.

En Alemania, se mantiene el consenso proisraelí. La memoria del Holocausto tiene la sombra muy alargada en el país. Pero la incomodidad por la masacre empieza a manifestarse en la izquierda, sin temor a que la ínfima minoría nazi o filonazi pueda aprovecharse de ello.

En Gran Bretaña, el regreso de David Cameron a la primera línea de la política, al frente del Foreign Office, viene acompañado de la patata caliente de las dos guerras. Su experiencia se valora, pero también se recuerda estos días sus errores de juicio como primer ministro, tanto en Oriente Medio como en las relaciones con Putin, aunque en este caso podría decirse lo mismo de sus coetáneos Obama y Merkel (4). Si Cameron es el caballo blanco de ese giro centrista que ha intentado el Premier Shunak para recuperar al electorado moderado, la apuesta es arriesgada. No parece que la política exterior sea hoy una ruleta favorable.

Seguramente, la guerra no cambiará nada en el escenario regional, como argumenta muy bien argumenta Steven Cook, experto en Oriente Medio del Consejo de Relaciones Exteriores, ya que los bandos se aferrarán a sus posiciones y sus aliados y/o protectores pondrán por delante sus intereses políticos, económicos o estratégicos (5). Pero el conflicto está generando facturas que se harán difíciles de pagar.

 

NOTAS

(1) “Biden is getting squeezed over Isralo-Hamas war. Will it cost the White House. MICHAEL COLLINS. USA TODAY, 14 de noviembre.

(2) “The longer and bloodier the war, the harder it will be for the Democrat coalition”. THOMAS EDSALL. THE NEW YORK TIMES, 8 de noviembre.

(3) “Rashida Tlaib, censured by the House, is praised and condemned at home”. CHARLES HOMANS. THE NEW YORK TIMES, 13 de noviembre.

(4) “David Cameron is a big international figure, but what will he do as UK foreign secretary? PATRICK WINTOUR. THE GUARDIAN, 14 de noviembre.

(5) “This war won’t solvethe Israel-Palestine conflict”. STEVEN A. COOK. FOREIGN POLICY, 11 de noviembre.

LAS IMPOSTURAS EN LA GUERRA DE GAZA

8 de noviembre de 2023

Cumplido un mes desde el inicio del asalto del ejército israelí sobre Gaza, el número de muertos supera ya los diez mil (más de cuatro mil, niños) los heridos y enfermos sin atender se cuentan por millares y la amenaza de desnutrición, deshidratación y agotamiento alcanza a la práctica totalidad de los dos millones de habitantes. Una calamidad sin paliativos, que nadie puede o quiere parar. La actividad diplomática y política se ha mostrado, en el mejor de los casos, impotente; no sería exagerado calificarla de hipócrita, cínica o incluso cómplice.

La aniquilación de Gaza es, en realidad, una suma de imposturas, en el sentido literal del término; es decir, un fingimiento o argucia engañosa bajo una apariencia de verdad. Las más notables son las que siguen:

1.- Israel está ejerciendo un legítimo derecho a la defensa.

Después de los ataques de Hamas contra núcleos de población civil, la muerte de casi millar y medio de israelíes y la captura de 240 más como rehenes, parecía evidente que el Tsahal iba a responder más allá de su contundencia habitual. Las autoridades afirmaron que no se trataría de una operación de venganza, sino de “justicia” y, sobre todo, de prevención de futuras “acciones terroristas”.

El recurso de la defensa está regulado en el  Derecho Internacional y, por tanto, sometido a procedimientos y normas, cuyo cumplimiento ciertamente suele ser esquivo y dudoso, pero permite establecer criterios de comportamiento de los Estados.

Israel no se caracteriza por someterse a la legalidad internacional, salvo cuando le beneficia. Pero como generalmente actúa en sus márgenes o directamente fuera de ellos, practica un discurso de victimismo y resistencia ante lo que tacha de “antisemitismo” latente o descarado, según cada momento o perfil político o ideológico del destinatario del reproche.

Desde el comienzo de la operación “Espadas de acero”, Israel ha asegurado que sus fuerzas armadas se atienen a los estándares éticos más rigurosos del mundo, en cuanto al respeto de las poblaciones, la minimización de víctimas y la estricta distinción entre las población civil inocente y los enemigos combatientes.

Asa Kasher, profesor de Filosofía en la Universidad de Tel Aviv, es coautor del Código ético de la Fuerzas de Defensa de Israel. En un reciente artículo intentó argumentar la trayectoria de buena conducta de los militares de su país. Tarea harto difícil y desde luego poco compartida por numerosos testigos y observadores independientes. Pero el propio Kasher admitía, cuando la aviación y la artillería ya habían devastado gran parte de la franja y la población se encontraba en estado calamitoso, que ciertas conductas, como el bloqueo de elementos vitales de supervivencia, el corte de suministros básicos y el ataque a instalaciones de socorro y protección, entre otras, eran “equivocadas” (1).

Otros expertos en la materia de crímenes de guerra o genocidio han sido más rotundos. Ninguno de ellos puede ser considerado, salvo deshonestas proclamas propagandísticas, como hostiles a Israel por principio o “antisemitas” (en el sentido estrecho del término: es decir, antijudíos). El debate es complejo, porque resulta difícil distinguir entre conceptos jurídicos estrictos y motivaciones o impulsos políticos. Pero existe un consenso mínimo en que Israel ha franqueado los límites de la “legítima defensa”, ha incurrido, deliberadamente o por desinterés, en el obligado autocontrol sin el cual es inevitable el “castigo colectivo” de la población. Consecuencia de ello, habría cometido directa o indirectamente “crímenes de guerra” (2).

Sin embargo, estas consideraciones independientes o ajenas a banderías políticas específicas o identificadas, han hecho poca o ninguna mella en los responsables occidentales  (y algunos del Sur Global, como la India) que podrían frenar la masacre o condicionar la actuación israelí. El relato de la “legítima defensa” no ha sido cuestionado ni siquiera parcialmente. En la operación de Gaza no se trata tan sólo de “aniquilar a los líderes e infraestructuras de los terroristas de Hamas”, como sostienen los dirigentes de Israel. El mayor número de víctimas son personas inocentes, aceptadas como tal por el propio Israel y sus defensores, sin que las supuestas normas de guerra, en el supuesto caso de que haya intención de cumplirlas, estén sirviendo de algo.

2.- Hamas es la principal responsable de la catástrofe al haber tomado rehenes, esconder sus armas y centros de mando en los edificios civiles y utilizar a la población como escudo.

Hamas es una organización islamista que no acepta la existencia de Israel y ejerce, en la medida de sus limitadas posibilidades, una lucha armada, militar contra el “enemigo sionista”. Occidente la considera una “entidad terrorista”, porque en su actuación ataca objetivos civiles, mediante atentados personales directos o por disparos de cohetes lanzados al azar sobre núcleos de población civil israelí. Se escamotea que Israel responde -y a veces actúa preventivamente- de manera que los ciudadanos palestinos no combatientes resultan ser víctimas propiciatorias e inevitables. Pero, además, como algunos analistas señalan, el daño en una y otra parte es incomparable y la dinámica acción-reacción elude cualquier consideración de proporcionalidad exigida por las leyes internacionales.

Puede decirse, con bastante razón, que un bando debe procurar defender a su gente tanto o más que de causar daño al adversario. Hamas incurre en temeridad irresponsable al no medir las consecuencias letales de desafiar a un enemigo muy superior. Sin embargo, la alternativa a esa realidad incontestable sería una resistencia pacífica o una respuesta sólo política, que tampoco es que haya servido para acabar con la ocupación y recuperar los derechos conculcados.

Pero hay otra aspecto de esta impostura mucho menos visible. Apenas se ha recordado en esta crisis que Israel fomentó la instauración de Hamas en 1987, porque resultaba útil para debilitar a la OLP, cuando estaba en pleno apogeo la primera Intifada. Tampoco vio del todo negativo su atrincheramiento en Gaza en 2007. Cuando el movimiento islamista acudió a Irán en procura de apoyo político, militar y material, cambió la actitud de Israel. Pero aún y así, desde 2021, cuando Hamas parecía tener pocos incentivos para reanudar la lucha armada, Israel entabló una relación más administrativa, más práctica con ella. Algo que no se haría con una organización terrorista.

El profesor palestino-americano Yousef Munayyer, residente en EE.UU ofrece una lúcida explicación de esta “trampa del terrorismo”, que tiene su raíz en el secuestro de los atletas israelíes durante la Olimpiada de Múnich. Una explicación mucho más detallada excedería el espacio de este ya extenso comentario, pero su lectura es altamente recomendable (3).

3.- Occidente trata de mitigar los efectos de la devastación de Gaza en la población palestina.

La narrativa de la tarea diplomática exige esfuerzos teatrales y prolongados, algunos más visibles que otros. Las visitas de los líderes norteamericano, francés y alemán privilegiaron la solidaridad con Israel después del “shock” del 7 de octubre. Luego, se diversificaron un tanto los discursos. Estados Unidos se ha negado a moverse ni un ápice de su defensa de la conducta israelí, apenas matizada por la necesidad de las “pausas humanitarias”. Se dice que la administración Biden está “aconsejando” en privado al gobierno israelí que se muestre más flexible y atento a las necesidades de la población de Gaza. Sin mucho resultado.

En Estados Unidos, la enormidad del sufrimiento ha generado críticas entre la izquierda demócrata a ese apoyo incondicional de la clase política y de gran parte de la  ciudadanía  a Israel (4). Ya antes de esta guerra se habían producido grietas incluso en la comunidad judía, debido a la intransigencia y brutalidad de policías, militares y colonos en los territorios ocupados (5). Sin embargo, las organizaciones proisraelíes conservadoras no sienten amenazada su posición de privilegio. Con motivo: de sus carteras sale mucho dinero para las campañas de políticos y fondos universitarios, entre otros beneficiarios, en una proporción de diez a uno en comparación con otro gran lobby de dudosa ética como es la Asociación del Rifle (6).

Europa también ha quedado mal retratada de nuevo en esta crisis. El centro-derecha ha seguido el guion norteamericano. La izquierda se ha desgarrado. Alemania sigue presa del Holocausto y no parece capaz de articular un discurso político crítico con los comportamientos de Israel sin que por ello incurrir en el negacionismo histórico. La clase política ha interiorizado la hipocresía de reciclar en su día a dirigentes nazis de medio pelo, mientras defendía a machamartillo  la política militar israelí. La socialdemocracia ha sido y es agente activa de esta negligencia que incurre en complicidad intelectual con el castigo colectivo a los palestinos, aunque se proclame otra cosa en Bruselas o en el G-7 (7).

En Francia, el endurecimiento de las políticas migratorias, destinadas a limitar el crecimiento de la población de origen musulmán, se ve favorecido por varias décadas de atentados perpetrados por organizaciones islamistas marginales o extremistas. La defensa de los derechos palestinos tiene un precio muy alto, en particular en la izquierda, que se ha mostrado dividida, impotente y atrapada en el relato falaz de un antisemitismo autóctono que conecta con el régimen colaboracionista de Vichy durante la segunda guerra mundial (8).

4.- Las “pausas humanitarias” pueden servir para aliviar el sufrimiento de la población civil.

Esta es la línea oficial de la actuación diplomática de Estados Unidos, Gran Bretaña y la mayoría de los países europeos (9). Bajo esta apariencia piadosa, en realidad se neutraliza la propuesta de “alto el fuego” que preconiza la ONU y defienden otros estados europeos (entre ellos España) y la mayoría de los países del Sur. La impostura de las “pausas humanitarias” reside en su inanidad. Tal y como se ha explicado al mundo, se trataría de que Israel permitiera la entrada de convoyes con suministros básicos (alimentos, agua, medicinas, material sanitario, etc), en todo caso sometidos a un escrutinio para que no caigan en manos de los islamistas.  Como no se conoce con exactitud la ubicación de todos estos militantes, tales operaciones están condenadas a la inutilidad. Y, aún en el mejor de los casos, el alivio de las poblaciones siempre será mínimo, en relación a sus necesidades vitales presentes y futuras inmediatas. Las “pausas humanitarias”, sea cual sea su intención, se convierten en estratagemas para hacer más tragable la destrucción israelí de Gaza. De ahí que, finalmente, Netanyahu ha dicho que permitirá una pausa “una hora aquí, otra allá”. Palabras que evidencian una insensibilidad repugnante.

5.- Después de la destrucción de Hamas, se ampliarán las oportunidades de una solución duradera al conflicto israelo-palestino.

A medida que se eleva el grado de abstracción en las consideraciones sobre el actual episodio bélico y sus consecuencias, se hacen más evasivas las imposturas circulantes. Estados Unidos sostiene que, después de liquidada Hamas, será posible recuperar la vía diplomática y política, pese a que ésta se consideraba muerta y enterrada antes del 7 de octubre. Algunos académicos, asesores y diplomáticos se han lanzado a elaborar planes de actuación (10). Otros son más circunspectos o incrédulos (11). Y hay quienes consideran congelado por mucho tiempo el proceso de alianza entre Israel y los estados autoritarios árabes (12).

Este gobierno israelí, como casi todos los anteriores, no sólo ha hecho todo lo posible por obstaculizar una solución diplomática, sino que, además, niega la propia naturaleza de un pacto político. No sólo, como se ha dicho hasta la saciedad, impugna el principio de los dos Estados (el existente israelí y el embrionario y sofocado palestino). La derecha nacionalista más dura, hostil siempre al reconocimiento de los derechos palestinos básicos, parece dispuesta a aceptar el ideario extremista de sus coaligados supremacistas ortodoxos y sionistas religiosos (corrientes diferentes y otrora opuestas en el judaísmo), que consiste en negar la existencia misma del pueblo palestino, al que invitan literalmente a emigrar o aceptar un estatus de súbditos (13).

Esta posición no es unánime en Israel, pero goza de un respaldo cercano a la mayoría y no ha dejado de crecer en las últimas décadas. Hace apenas diez años, estas fuerzas extremistas  (Poder Judío o Partido Sionista religioso) eran marginales o no existían; hoy tienen la llave de la gobernabilidad, condicionan a la derecha nacionalista y actúan con impunidad absoluta en los territorios ocupados a través de su red de colonos radicales. El comportamiento de éstos es cada vez más delincuencial, violento y, en el sentido literal del término, terrorista, como atestiguan muchas fuentes, incluías aquellas que defienden, con matices, la actual operación israelí en Gaza (14).  Y lo peor está por llegar. Israel ha encargado más 24.000 fusiles de asalto a fabricantes de armas norteamericanos. El gobierno estadounidense tiene que autorizar la operación, pero lo ha hecho antes. Los ministros de la ultraderecha israelí, con competencias amplias en Cisjordania ya han repartido armas entre colonos afectos y aseguran que seguirán haciéndolo (15).

6.- La destrucción de Hamas puede favorecer la recuperación de un liderazgo palestino que acepte la existencia de Israel y haga la realización de una entidad estatal propia.

Esta posición política es la más inverosímil. Pero ha captado titulares tras la entrevista del jefe de la diplomacia norteamericana con el Presidente de la ANP, Mahmud Abbas, quién se mostró dispuesto a extender su responsabilidad sobre la Franja cuando concluya la operación israelí.  Se antoja una pretensión irreal, aunque algunos dirigentes palestinos moderados como el exprimer ministro Salam Fayyad hagan circular “planes de paz de la OLP” (16).

Si Mahmud Abbas no concita apenas apoyo en Cisjordania, donde ejerce un poder fantasmal, inservible y cada vez más contestado por sus conciudadanos, ¿qué apoyo puede esperar si recogiera el testigo de la aniquilación israelí? Si la OLP y sus aliados moderados ya fueron derrotados en 2005 en Gaza (y dos años después expulsados por la fuerza impetuosa de Hamas), ¿cómo puede presentarse de nuevo como la solución? Si no ha podido imponerse o siquiera resistir la mayor degradación en términos de seguridad, derechos y vida cotidiana en Cisjordania, ¿puede prometer un futuro mejor en Gaza?

Por lo demás, resulta poco creíble que Occidente se vaya a fiar de Abbas y sus cohorte de funcionarios, policías, políticos y propagandistas cuando llevan años ninguneandolos y permitiendo sus prácticas corruptas y sumisas al ocupante israelí, según denuncian los mismos dirigentes occidentales o sus ejecutores. El primer ministro Netanyahu ha dejado claro qué tipo de alternativa política autónoma y razonable está dispuesto a aceptar, al advertir que Israel ejercerá una función de garante de la seguridad en Gaza “durante tiempo indeterminado”. Es la misma lógica que sostuvieron sus predecesores después de las guerras de 1967 y 1973, que ampliaron y consolidaron la ocupación militar de territorios árabes. Ni las sucesivas resoluciones de la ONU, de obligado cumplimiento según el Derecho Internacional, ni los innumerables planes y acuerdos de paz han modificado esa realidad, la única que cuenta a pesar de las imposturas.

 

NOTAS

(1) “Israel’s laws of war. How IDF doctrine shapes the campaign against Hamas in Gaza”, ASA KASHER. FOREIGN AFFAIRS, 27 de octubre.

(2) “The uses and abuses of term ‘genocide’ in Gaza”. MARTIN SHAW. NEWLINES MAGAZINE, 6 de noviembre; “What International Law has to say about the Israel-Hamas conflict”. MARC WELLER. THE ECONOMIST, 27 de octubre; “Peut-on parler de ‘genocide’ en cours à Gaza”. COURRIER INTERNATIONAL, 4 de noviembre; “What the laws of war say about forced displacement and ‘human shields’”. AMANDA TAUB. THE HEW YORK TIMES, 19 de octubre.

(3) “Can our leaders avoid the terrorism trap?”. YOUSEF MUNAYYER. FOREIGN POLICY,  4 de noviembre.

(4) “Democrats splinter over Israel as young, diverse left rages at Biden”. THE NEW YORK TIMES, 27 de octubre; ; “Progressives rebel against Biden’s handling of Israel-Hamas crisis”. THE WASHINGTON POST. 25 de octubre.

(5) “’I, too, am the Jewish community’: the rift among US Jews widens over Gaza war”. ROBIN BULLER. THE GUARDIAN, 4 de noviembre

(6) “In Israeli-Palestinian battle to sway Congress, only one side wins”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 6 de noviembre.

(7) “How the Gaza conflict is dividing Europe’s left”. THE OBSERVER, 29 de octubre

(8) “Guerre Isräel-Hamas: la gauche europeénne en tous ses états”. COURRIER INTERNATIONAL, 25 de octubre.

(9) “A humanitarian pause in Gaza”. EDITORIAL. THE NEW YORK TIMES, 3 de noviembre.

(10) “Israel’s war aims and the principles of a pot-Hamas administration in Gaza”. DENIS ROSS, ROBERT SATLOFF y DAVID MAKOVSKY. WASHINGTON INSTITUTE, 17 de octubre;

(11) “What comes after Hamas. STEVE SIMON. FOREIGN POLICY, 18 de octubre; “What happens if Israel topples Hamas in Gaza. MICHAEL MILSHTEIN. BROOKINGS INSTITUTION, 26 de octubre;

(12) “The Hamas attack has change everything”. STEVEN COOK. FOREIGN POLICY, 9 de octubre; “The Gaza War has reverberated across the Middle East”. INTERNACIONAL CRISIS GROUP, 4 de noviembre.

(13) “Is a two-state solution possible after the Gaza war?”. THE ECONOMIST, 1 de noviembre.

(14) “Settler violence rises in the West Bank during the Gaza war”. MAIRAV ZONSZEIN. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 6 de noviembre; “Settlers ara causing mayhem in the West Bank”. THE ECONOMIST, 6 de noviembre; “How a campaign of extremist violence is pushing the West Bank to the brink”. THE NEW YORK TIMES, 2 de noviembre.

(15) “U.S. officials fear that American guns ordered by Israel could fuel West Bank violence”. THE NEW YORK TIMES, 5 de noviembre.

(16) “A peace plan in Gaza”. SALAM FAYYAD. FOREIGN AFFAIRS, 27 de octubre.

LA CORTINA DE HUMO DEL ANTISEMITISMO

2 de Noviembre de 2023

La abominable actuación de Israel en Gaza está avivando una vieja polémica sobre el antisemitismo. Se trata de una de las argucias más equívocas en el debate público sobre relaciones internacionales.

Existe una base histórica real, que no se limita a los crímenes espantosos del III Reich y otros regímenes fascistas y autoritarios colaboracionistas con la Alemania nazi durante los años treinta y cuarenta. La persecución de los judíos es una constante histórica desde que el cristianismo se hizo hegemónico en Europa. La Iglesia católica no sólo lo alentó y ejecutó en su ámbito de influencia y poder. El origen religioso del antisemitismo vino acompañado desde muy pronto con otros factores de carácter económico y social, lo que resultó de enorme efectividad para movilizar a las masas no religiosas o paganizadas por los regímenes autoritarios. En el III Reich la persecución de los judíos se sustentaba en supuestos abusos cometidos contra el pueblo y la nación alemanes, pero el sustrato religioso operó con gran eficacia.

La pasiva, lenta o tímida reacción de las democracias liberales europeas ante la judeofobia respondió a motivaciones similares, bajo la cobertura moralista de las manipulaciones católicas. Cuando se hizo pública la monstruosidad de los crímenes nazis, se generó una conciencia de culpa delegada y de malestar político que indujo al liberalismo triunfante de la posguerra a efectuar gestos de disculpas hacia los ciudadanos judíos y a respaldar reivindicaciones políticas, lideradas por el sionismo, que no habían sido atendidas en décadas anteriores, salvo en manifestaciones teóricas (Declaración Balfour, 1917), sin consecuencias prácticas. En ese contexto histórico se promovió el Plan de partición de Palestina, sancionado por la ONU en 1947.

En aquella decisión no sólo influyó la mala conciencia ante la Shoa, sino la presión ejercida por una vanguardia de militantes judíos sionistas en forma de acciones armadas intimidatorias en Palestina. Organizaciones como la Haganah (Ejército judío de liberación, conectado con el proyecto de Estado sionista) y otras más irregulares o extremistas (Stern, Irgún) usaron el antisemitismo histórico de la Europa colonial como argumento justificativo de su lucha armada.

Una vez triunfante, el sionismo se movió durante una década en un ambiguo terreno de neutralidad o evasión ante las tensiones de la Guerra Fría. Israel mantuvo buenas relaciones con Estados Unidos (debido al poder de la comunidad judía), pero también con la Unión Soviética (que veía con muy buenos ojos la orientación socializante de los dirigentes laboristas dominantes en esta primera etapa del nuevo Estado). No tanto, en cambio, con las potencias europeas colonizadoras, que nunca renunciaron a seguir ejerciendo en Oriente Medio el poder y la influencia de que gozaban aún en África y Asia. Esta tensión subyacente desembocó en la guerra de Suez (1956), que sancionó el declive del caduco neocolonialismo europeo en la región, en gran parte por el apoyo de EE.UU a Israel y Egipto, en detrimento de sus aliados europeos.

La equidistancia de las superpotencias duró poco. El colectivismo israelí se orientó primero hacia formas socialdemócratas y luego social-liberales, en todo caso ajenas al modelo estatista ruso. La identidad judía de notables disidentes rusos facilitó que el ateísmo marxista se impusiera como referencia culpabilizadora frente a Moscú. La URSS pasó a ser considerada como una superpotencia antisemita. El apoyo soviético a los árabes en las guerras de 1967 y 1973, cúspide de poder regional de Israel, consolidó este relato rentable tanto en los ámbitos diplomáticos como intelectuales y culturales.

 

Los ensayos de paz en Oriente Medio desde finales de la década de los 70 fueron frustrantes, debido en gran parte a la negativa reiterada de Israel a ceder territorio conquistado por la armas. La percepción de la inseguridad fue aducida para justificar su inflexibilidad diplomática. Israel se militarizó y asumió con entusiasmo su papel de gendarme occidental en la región, en connivencia con Estados Unidos, aunque en Washington fueron siempre conscientes de la necesidad de adoptar una apariencia de equilibrio para debilitar una contradictoria y equívoca relación entre la URSS y los derrotados países árabes. Egipto fue el primer país árabe que se dio cuenta de que el tutelaje de Moscú no conducía a parte venturosa alguna y arriesgó un giro político que a las masas, tanto tiempo manipuladas, les costó aceptar. Sadat pagó ese cambio con su vida.

Cuando la inserción del conflicto árabe-israelí en la dinámica bipolar de la Guerra fría empezó a debilitarse, Europa adoptó una posición de cierto equilibrio, no tanto por convicción cuando por necesidad. Los dos shocks petroleros provocados por el boicot árabe tras la “guerra del Yom Kippur” (1973) y los efectos de la revolución en Irán (1979) arruinaron la prosperidad europea trabajosamente construida durante los años 50 y 60. La nueva “sensibilidad” hacia la “causa árabe”, y en particular hacia el drama palestino, provocó otra respuesta hostil en Israel, que sacó de nuevo el argumentario del antisemitismo, cada vez que en foros diplomáticos, políticos o culturales se reclamaba una revisión del status quo territorial en la región.

Tras la desaparición de la URSS, Europa reforzó ese papel de equilibrador aparente en el conflicto regional. El eje franco-británico se había roto de manera definitiva en los ochenta, con el triunfo del conservadurismo extremista en Londres y la llegada al poder de los socialistas (que intentaron conjugar el apoyo a las dos causas) y comunistas (aliados románticos de la resistencia armada palestina), en París. Alemania se desgarraba entre el complejo de culpa por el nazismo y su alta dependencia del petróleo árabe como motor de su industria hegemónica en Europa. Israel aprovechó las debilidades económicas y estratégicas europeas para hurgar en las ulceradas conciencias y deslegitimar cualquier posicionamiento político y diplomático que tendiera a respaldar las reclamaciones de sus vecinos.

El fracaso de la posguerra fría y del nuevo orden internacional alentó la emergencia de una corriente política que parecía superada: el nacionalismo identitario, anclado en el racismo y en la visión más reaccionaria de la civilización cristiana.

Si en estas últimas décadas se ha podido detectar antisemitismo real ha sido con la eclosión de este neonacionalismo. Pero, contrariamente a épocas anteriores, esta corriente política no se ha posicionado en contra de los intereses estratégicos de Israel, ni siquiera de los judíos en general. Antes al contrario, el antisemitismo se ha orientado hacia la islamofobia. Al cabo, semitas son tanto los israelíes como los palestinos, conviene recordar. Por tanto, cuando Israel y sus protectores airean el fantasma del antisemitismo señalan al el que les agrede, pero callan ante el que les favorece. El antisemitismo verdadero dirigido hacia los judíos en Europa es marginal.

El ataque de Hamas contra Israel del pasado 7 de octubre se ha convertido en una ocasión oportunista para rescatar el antisemitismo en su orientación antijudaísta, debido a que, después de muchos años, Israel puede presentarse como víctima ante una confundida opinión pública internacional. La brutal ejecución de ciudadanos civiles y desarmados autorizan a dirigentes políticos y grupos mediáticos a calificar esos actos de terrorismo, lo que conecta con unas sociedades traumatizadas por la oleada violenta del islamismo extremista de la década pasada. Pero se omite o mínima (según los casos) que la brutalidad de Hamas se produce tras una ocupación prolongada y sofocante, debido a su impunidad blindada, ante la que la mal llamada Comunidad Internacional no ha tenido más que palabras inanes e hipócritas.

Casi nadie se ha atrevido, en esos momentos dominados por la emotividad, a contextualizar debidamente los últimos acontecimientos. Y cuando alguien lo ha hecho, incluso de forma cautelosa y diplomática, como el Sº General de la ONU, Antonio Guterres, alarmado por la dimensión injustificable de la venganza,  Israel ha reaccionado como suele: sin cortapisas  diplomáticas, con amenazas explícitas y la arrogancia de quien se sabe libre de cualquier sanción exterior efectiva. El embajador israelí ante la ONU, Gilad Erdan, ha incurrido en el esperpento al prenderse en la solapa una estrella amarilla, como la que se imponía a los judíos en los campos nazis, con el lema “Nunca más”. Días antes, este diplomático, perteneciente a la derecha dura israelí, había reclamado la dimisión de Guterres con un destemplado lenguaje ajeno a su función. El gesto ha sido condenado por el propio director del Museo del Holocausto de Israel (Yad Vashem) por considerarlo una irrespetuosa manipulación de aquella tragedia.

El primer ministro Netanyahu, ha sido más sibilino en la utilización del antisemitismo como arma propagandística. En vez de un ataque directo, ha establecido analogías incómodas para los occidentales que reprochan a Israel falta de humanidad. En su última rueda de prensa, comparó los bombardeos incesantes de Gaza con los que realizaron los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial. Con ello no sólo pretendía justificar la muerte de inocentes (incluso niños y enfermos), sino equiparar de nuevo a los nazis con los islamistas de Hamas.

El arma del antisemitismo se cuelga a todo aquel que no comulga con métodos impropios de un Estado civilizado para conservar su control sobre territorios que sólo le pertenecen en el imaginario bíblico. Resulta gratificante, entre tanta impostura, que grupos judíos en Estados Unidos y otros países occidentales se hayan desmarcado sonoramente de la masacre israelí de estas semanas, en coherencia con una línea crítica que se viene manifestando desde la deriva extremista en Israel. Igualmente positiva es la denuncia de la campaña de acoso, violencia y expulsión de los palestinos de sus tierras que practican los colonos judíos radicales, con la protección de unidades militares regulares.

En Europa, en cambio, el uso propagandístico del antisemitismo ha correspondido a la derecha más conservadora, otrora hostil al judaísmo y hoy cómplice intelectual de la desproporcionada respuesta israelí a los atentados de Hamas. Los afectos a ese rancio cristianismo que pintó a los judíos como los verdugos de Cristo son hoy los más ardientes defensores de un Estado cuya mayoría de dirigentes quiere convertir en “patria” exclusiva de los judíos, a hierro y fuego. Es el caso de los evangelistas protestantes americanos (más pro-sionistas que los judíos locales más jóvenes). O de los católicos españoles herederos sin desagrado de un franquismo que combatía un fantasmal complot judeo-masónico y defendía el arabismo más reaccionario. O los tributarios de los fascistas italianos, nunca incómodos con un Vaticano evasivo (colaboracionista tácito, en realidad) con los nazis. O el de tres generaciones de alemanes atormentados por un pasado atroz, pero muy permisivos ante el reciclaje de nazis emboscados en los partidos democristianos de la milagrosa posguerra.

La enorme falacia de cubrir con el sambenito del antisemitismo a todo el que se resista aceptar el crimen de guerra como instrumento de poder político y militar resulta preocupantemente eficaz en una Europa asustadiza e incoherente en sus aspavientos moralizantes. Es asombroso, por no decir otra cosa, que esa Europa se escandalice ante las barbaridades rusas en Ucrania y mitigue la escalofriante actuación de Israel con el “derecho legítimo a la defensa” . Al limitarse a pedir con notable debilidad la apertura de “corredores humanitarios” en Gaza, oculta lo importante (la violencia sistémica de la ocupación) detrás de lo urgente (el alivio claramente insuficiente de la atormentada población palestina).