20 de diciembre de 2017
El conservador Sebastián
Piñera, un hombre de negocios seducido desde hace tiempo por la política,
volverá a ser Presidente de Chile, a partir de marzo del año que viene. El
triunfo obtenido en las elecciones del domingo pasado confirma el giro a la
derecha en la región. Sin sables o sermones. Ahora es la empresa, el éxito
privado, lo que marca tendencia.
En Chile, como en Argentina o
como en Perú, la ciudadanía otorga la confianza a quien parece haber demostrado
que sabe hacer dinero. Por si pudiera replicar la eficacia económica a escala
nacional. Es la nueva propuesta ilusoria en una región que parece moverse por
bandazos: golpes militares en los setenta, rectificaciones neoliberales autoritarias
en los ochenta, década perdida generalizada en los noventa, respuesta
progresista con el cambio de siglo y ahora esta apuesta por el espejismo de los
negocios como fórmula salvadora.
SEGUNDA OPORTUNIDAD PARA PIÑERA
Piñera
ya probó suerte cuando el desgaste de la Concertación y el fracaso de las
políticas sociales niveladoras alejó de las urnas a millones de electores en
2010. A pesar de los vientos favorables que supuso el alto precio del cobre en
los mercados internacionales y de otros factores coyunturales positivos, la
gestión del empresario multifacético chileno no fue demasiado brillante. La
fórmula del centro izquierda post-pinochetista volvió a ganar las elecciones
siguientes. Piñera encajó como pudo la frustración y se propuso obtener una
segunda oportunidad. No ha tardado mucho en conseguirla.
Todo indica que ese modelo que
ofreció a Chile cierta estabilidad política y niveles de crecimiento económico
muy por encima de la media regional está agotado. La gran coalición de
centro-izquierda, desde los democristianos a los comunistas más o menos
pactistas, ha cumplido su recorrido histórico. En estas elecciones hubo un
momento en que, ante la perspectiva del giro a la derecha, podía reeditarse ese
gran pacto contra cualquier forma de herencia (política, económica, social o
cultural) de la dictadura.
El gran fracaso del segundo
mandato de Bachelet ha sido el preludio de la derrota de su heredero, Alejandro
Guillier. Dos han sido los factores que han condenado al centro-izquierda: el efecto
negativo de la crisis internacional, que generó un nuevo ciclo bajista en el
precio de las materias primas (en Chile, el cobre) y algunos sonoros casos de
corrupción en el propio entorno familiar de la presidenta. Aunque la honestidad
de ella nunca se ha puesto en duda (como la de Dilma Roussef en Brasil) las manchas
le salpicaron desde muy cerca
Chile es un caso muy singular
en América, porque los resultados económicos, de las últimas décadas, deberían
haber permitido logros más ambiciosos en la reducción de la desigualdad. No ha
sido así. Ese ha sido el principal fracaso del centro-izquierda.
Los movimientos sociales, en
particular el estudiantil, ha sacado los colores a esa coalición que ha
gobernado en Chile casi ininterrumpidamente en el país (salvo el interregno
fallido de Piñera) en las últimas (casi) tres décadas. La Concertación empezó a
resquebrajarse por el tramo más a la izquierda, como era de esperar. La
constitución de un Frente Amplio (resonancias uruguayas), no fue suficiente
para contener el giro a la derecha. El pacto interclasista y multipartidista,
con remotas evocaciones de la transición española, se había acabado hace mucho
tiempo. Las rivalidades y enfrentamientos no preludiaban nada bueno. A nadie le
pueden haber sorprendido los resultados electorales.
El candidato apoyado por el
centro-izquierda en la segunda vuelta, un periodista televisivo de orientación
socialdemócrata, Alejandro Guillier, no pudo explotar su popularidad entre los
ciudadanos para revertir una tendencia perdedora. Ahora toca autocrítica y
preparar el futuro. Pero la fórmula, todo el mundo está de acuerdo, ya no puede
ser la Concertación.
Piñera tampoco lo va a tener
fácil. No dispone de mayoría en el legislativo y, aunque se presenta ahora con
un discurso más moderado y ha prometido favorecer acuerdos con la oposición,
está por demostrar que pueda conseguirlo. Los estudiantes se la tienen jurada
por el desprecio con el que los trató en su primera etapa presidencial. Los
sectores populares más activos no se fían de su conversión y aguardan en orden
de combate.
MISMAS INTENCIONES, DIFERENTE
DISCURSO
El
otro presidente-empresario por antonomasia en la región es el argentino Julio
Macri. Con el fútbol como banderín de enganche y objeto de seducción (Boca
Juniors o Colo-Colo), ambos empresarios/políticos deben más sus triunfos a los
goles en propia meta de sus adversarios que a los suyos propios. Macri se
aprovechó de la descomposición del kichnerismo
y la enésima división peronista. Piñera ha cabalgado sobre la decadencia de la
Concertación.
Era cosa de tiempo, de poco
tiempo, que las políticas liberales de Macri generaran rechazo. A las
movilizaciones del año anterior se añade ahora una protesta que gana fuerza día
a día, en este caso contra la propuesta de reforma de privatización del sistema
de pensiones. Es un tema explosivo éste en la región. Sin ir más lejos en
Chile, pionero de este enfoque neo-liberal que el pinochetismo tardío impuso,
inspirado en el capitalismo popular thatcherista.
Piñera tendrá que gestionar
una agenda opuesta en ese capital asunto. Los partidos del centro-izquierda y
los movimientos sociales no le darán tregua si no cumple con su promesa de
enterrar el pernicioso sistema de fondos privados de pensiones, que ha añadido
más desequilibrios en una sociedad ya de por si muy desigual. El otro reto que
tendrá será apaciguar al movimiento estudiantil. En campaña se comprometió a
ampliar y reforzar la educación universitaria en un sentido opuesto al que
promovió en su primer mandato. Los estudiantes no olvidan uno de sus lemas más
conocidos: la educación es una mercancía más.
El dilema de Piñera es que si
se acerca al centro y hace guiños a la izquierda y a los sectores sociales más
activos se enajenará el apoyo de la derecha más dura. Los pinochetistas andan
en retirada, pero el presidente retornante los sigue necesitando para sumar.
Como le está ocurriendo a Macri, la renta del cansancio o del rechazo de las
fórmulas agotadas no son suficientes para garantizar la estabilidad de unas
reformas liberales, aunque el término, muy impopular en la región, se oculte
bajo un espeso manto de marketing y propaganda.
El otro caso de empresario
achicharrado en los pasillos del poder político ha sido el de Perú. El Congreso
ha iniciado el proceso de destitución del Presidente Kuczynski por un asunto de
corrupción. El triunfo por la mínima sobre la hija de Fujimori ha resultado ser
de muy corto vuelo. Ahora soplan vientos inciertos, después de un fallido
mandato izquierdista, que se quedó a medio camino entre el populismo chavista y
el social-liberalismo del APRA.
América Latina parece abocada
a unos años de inestabilidad, de espejismos liberales, de nuevos ajustes duros
para clases populares, disfrazados de reformas. Después de aquella feroz década
pérdida, esa región a la que prestamos incomprensiblemente tan poca atención
los españoles, parece encaminada a otro periodo de confusión y desatinos.