4 de abril de 2018
La
última carnicería israelí en Gaza, la farsa de las elecciones presidenciales
egipcias y la tragedia humanitaria en Yemen vinculan a sus responsables con la protección
de gobiernos blindados, regímenes subsidiarios y suministradores de productos
básicos en Oriente Medio.
PALESTINA,
LA ÚLTIMA CATÁSTROFE
Al
actual gobierno extremista israelí le parece muy adecuado que el Ejército utilizara
fuego real para dispersar una manifestación en uno de los enclaves más
calientes de la franja de Gaza. Con el pretexto de la supuesta filtración de
elementos armados de Hamas, la fusilada dejó
un reguero de docena y media de muertos y algo tan o más lacerante: la
humillación que provoca la impunidad (1).
Europa
y la ONU piden una investigación, pero la respuesta oficial israelí ha sido más
desdeñosa de lo habitual. La diplomacia de la UE está resignada al papel que
corresponde a las potencias continentales: pagar gran parte de las facturas del
pseudo estado palestino y esperar a que el primo de Washington arregle el
interminable conflicto.
No
corren tiempos venturosos precisamente. La actual administración se entrega a
una retórica de respaldo sin matices a Israel, promete regalos que se saltan
líneas rojas (como el reconocimiento de la capitalidad en Jerusalén) y extiende
carta blanca a todos los excesos. Europa sabe que con Trump poco se puede hacer
(2).
La
hipocresía de la Casa Blanca sólo es superada por la imprudencia de su
principal inquilino. La embajadora Haley se rasgó las vestiduras con la
represión de las manifestaciones iraníes en diciembre pasado, que se saldó con
un número de víctimas sensiblemente menor, pero ahora se hace la sueca con la
masacre del 30 de marzo en Gaza. El Consejero de Seguridad in pectore, bigote de morsa Bolton, está destrozando desde
bambalinas el acuerdo nuclear con Teherán antes de la temida revisión de
seguimiento. Para regocijo de Netanyahu, un primer ministro acosado judicialmente
por corrupción y tráfico de influencias. Y para alarma de Europa, que no está
dispuesta a malbaratar muchos años de trabajo.
Esta
imprevisible administración norteamericana alimenta con iniciativas erráticas
el principal monstruo de la galería regional: la deriva extremista y
autoritaria de un Estado israelí que cada día se aleja más del proyecto
igualitario y progresista de sus orígenes.
TEMBLOR
EN LAS PIRÁMIDES
El
segundo monstruo preferido del orden
occidente en Oriente Medio anida en tierra de faraones. Tras el fracaso del
experimento nasserista, Egipto se convirtió en el pivote del acatamiento árabe
a la estrategia norteamericana.
Sadat
protagonizó el cambio histórico rompiendo con una URSS en decadencia, hizo el
viaje iniciático a Jerusalén, firmó la paz con el enemigo irreconciliable,
soportó un rechazo vocinglero pero inoperante de sus hermanos árabes y asumió el libreto norteamericano. Su asesinato
marcó el inicio de un nuevo desafío mucho más inquietante, el del integrismo
islamista. Mubarak, prosaico y en absoluto visionario, hizo más ricos a los que
ya lo eran y administró la herencia con la contrapartida ventajosa de la
impunidad ante robos, atropellos y crímenes.
Hasta que se produjo la primavera
árabe, y Obama admitió que en la tierra del poder divinizado por excelencia
podía y debía haber cambios promovidos desde abajo.
El
islamismo moderado y conservador emergió del caos de la protesta, ante el
regocijo secreto de las tres pirámides del poder egipcio moderno: el ejército,
el aparato burocrático y de seguridad y la élite socioeconómica. El general
Al-Sisi fue el escogido para estabilizar las cosas, es decir, para colocar a
cada cual en el sitio que le corresponde. Los militares, como interpretes
máximos del destino de la nación; los ricos, recuperando ganancias sin
estorbos; la burocracia de despacho y sótano, cercenando cualquier atisbo de
protesta; los islamistas, en la cárcel, el exilio o la clandestinidad; y el
pueblo, en la miseria y desesperanza.
El
monstruo Al-Sisi es tan ambicioso o
más que sus predecesores. Pero tiene más patronos bajo los que protegerse.
Trump le ha reservado un lugar de privilegio en su galería de autócratas
predilectos. Putin ha olvidado la ruptura egipcia con el Kremlin y trata al
actual faraón con lucrativa consideración (3). El gran patrón saudí le
garantiza liquidez para aplacar los apretones económicos y las angustias
sociales más preocupantes, aunque sea a cambio de regalos territoriales que
provocan malestar en las salas de banderas.
Al
Sisi acaba de ser reelegido en una farsa electoral sonrojante. Ha obtenido el
97% en unos comicios sin adversario, o, para ser exactos, con un único
contrincante que bien pudiera ser calificado como filial del mega-candidato o marca blanca del régimen. La participación no ha superado el 40%,
una cifra escuálida para las pretensiones del general-presidente.
El
liderazgo de Al-Sisi, sin embargo, no es indiscutido. Por mucho que sea uno de
los suyos, los propios militares empiezan a preguntarse si es rentable seguir
respaldando las maneras represivas de su general-presidente. La clave de su permanencia
en el poder reside en dos factores: el desafío islamista en el Sinaí y las
condiciones de vida de la población. Si no hay pronto resultados positivos en
estas dos áreas, la suerte de Al-Sisi estará echada (4). De momento, el faraón se siente fuerte para purgar las
fuerzas armadas de quienes se resisten a su autoridad, lo que incluye a su
propio consuegro (5).
LA
IMPACIENCIA DEL AMBICIOSO HEREDERO
El
tercer monstruo de la galería occidental se presenta con libro de familia. La
Casa Saud está de reformas. Por primera vez desde el inicio de la dinastía, el
Rey es una pieza decorativa, la generación que espera su turno toma las riendas
desde la antesala del Trono y el consenso familiar salta en pedazos. El
impaciente hijo del rey, Mohamed Bin Salman (MBS para los amigos de Occidente),
hace y deshace, encarcela en jaulas de oro a primos, sobrinos y magnates, insinúa
medidas “feministas”, anuncia planes de activación económica a quince años
vista y se pasea por salones y gabinetes occidentales predicando su buena nueva
Pero
la gran losa del mega-heredero es su responsabilidad en la guerra de Yemen, que
no pocos observadores imparciales califican ya abiertamente de “crimen de
guerra”. El martirio de la población civil es salvaje. Pretextando la artera
estrategia de desestabilización de Irán, con el apoyo a sus protegidos huthies, los saudíes han hecho
barbaridades sin cuento. Tres de cada cuatro habitantes necesitan ayuda
humanitaria urgente. No hay agua corriente. El cólera amenaza. Cada diez
minutos muere un niño menor de cinco años por causas evitables, como ha
denunciado el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres (6).
Obama
quiso poner freno a la carnicería, pero las relaciones entre Washington y Riad,
debido al dossier iraní, no propiciaban una entente decente en Yemen. Trump,
encantado con estas hazañas bélicas miserables, ha otorgado carta blanca al príncipe
impaciente, para escándalo de las personas con conciencia. Ya se sabe que los
negocios privados del hotelero-presidente y su familia planean sobre su “política
exterior” (7).
Los
monstruos de la galería occidental en Oriente Medio ya no son tan controlables.
Se han ganado márgenes considerables de maniobra. Y en el desconcierto regional
imperante, aspiran a que su tutor ejerza la menor presión posible.
NOTAS
(1) “Dans le band de Gaza, la
marche du désespoir des Palestiniens”. LE
MONDE, 31 de marzo.
(2) “Israel rejects UN an UE calls to inquiry
into Gaza bloodshed”. THE GUARDIAN, 1 de abril.
(3) “The arc of the Egypt history is flat, and
it bends towards autocracy”. STEVE COOK. FOREIGN
POLICY, 30 de marzo.
(4) “Egypt’s Sham Election”. ANDREW MILLER y
AMY HAWTHORNE. FOREIGN AFFAIRS, 23 de
marzo.
(5) “Egypt’s Election should be a lock. So, why
is President Sisi worried”. NEW YORK
TIMES, 23 de marzo.
(6) “The Yemen war is the world’s worst
humanitarian crisis”. CNN, 3 de abril.
(7)
“Saudi crown prince’s Washington visit is overshadowed by the war in Yemen”.
ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 21
de marzo.