20 de agosto de 2019
El
verano está siendo especialmente complicado en Asia y más específicamente en el
sector más oriental del continente. Nunca escasean los conflictos en esa vasta región
mundial llamada a ser el motor económico y estratégico del siglo XXI. Pero
estas últimas semanas asistimos a la acumulación de crisis de importancia mayor,
que están causando perplejidad o especial inquietud en las cancillerías occidentales.
Destacamos tres frentes: Hong Kong, Cachemira y Afganistán.
HONG
KONG: PROTESTA Y CASTIGO
Después
de once semanas de protesta cívica callejera, la tensión es máxima en el último
territorio añadido al dominio de China. El origen de la movilización fue el
rechazo a una modificación de la legislación de extradición que permitía a las
autoridades locales entregar a China a supuestos infractores de la ley. Numerosas
organizaciones de derechos humanos y formaciones de la oposición denunciaron
esta iniciativa como servilismo a los intereses de Pekín y un peligro para las
libertades. El Reino Unido devolvió Hong Kong a China en 1997 bajo la condición
de que respetara el modelo más o menos democrático de la provincia: pacto que
se conoció con la etiqueta de “un país, dos sistemas”.
China
aceptó a regañadientes esta condición por pura conveniencia. No quería poner en
peligro los negocios y el desarrollo económico que la provincia aportaba a un país
en plena estrategia de expansión económica. Pero lo cierto es que esta
convivencia híbrida no estuvo exenta de problemas desde el principio. Carrie
Lam y el resto del gobierno local responden más a las presiones de Pekín que a
la voluntad de los ciudadanos. Semana tras semana, crece la percepción de un
duelo sin concesiones. La protesta no remite; al contrario, se recrudece,
alterando no sólo la vida cotidiana local sino las conexiones de la provincia
con el resto del país y el mundo, como se evidenció en la huelga aeroportuaria.
La
inquietud se centra en la intervención china, hasta ahora limitada a la
denuncia verbal del movimiento de protesta. Pero la escalada es evidente. Del
desprecio inicial, se pasó a la hostilidad manifiesta y luego a la definición
de las protestas como acciones terroristas.
Los
analistas se preguntan cómo resolverán los dirigentes chinos el dilema: si
dejar que el movimiento contestario se agote, como la “revolución de los
paraguas” de hace cinco años, o bien cortar por lo sano mediante una
intervención de fuerza, proporcional a la resistencia que oponga la población. El
riesgo de militarización es demasiado alto, en un momento de debilidad económica
sin precedentes en las últimas décadas y en medio de un conflicto comercial con
Estados Unidos. Sin embargo, algunos analistas estiman que estamos cerca del “momento
Tiananmen”, porque Pekín quiere evitar la percepción de debilidad (1).
Ante
esta situación, Occidente adopta una posición muy cautelosa, que un editorialista
de DER SPIEGEL considera sintomática del declive occidental (2). Estados Unidos
parece haber conferido un perfil bajo a la crisis. Ni siquiera el siempre
mercurial Trump ha dado rienda suelta a sus instintos, como nos tiene
acostumbrados, aparte de algún comentario más o menos imprudente sobre la
concentración de tropas chinas cerca del territorio. Esta relativa pasividad no
sólo parece dictada por la prudencia, en un momento muy delicado de las
relaciones bilaterales con China. También está condicionada por el asunto
pendiente de la nuclearización de Corea, tras el fracaso del modelo diplomacy
as bussiness del presidente hotelero, en el que Pekín tiene o parece que
tiene alguna llave importante para desbloquear una solución cada vez más
esquiva.
Tampoco
debe olvidarse que la crisis de Hong Kong ha coincidido con un agravamiento de
la disputa bilateral entre Japón y Corea del Sur, los dos grandes aliados
asiáticos de EE.UU. desde la guerra fría y bastiones de la estrategia de
contención de China en el continente. Los resquemores históricos de ambas
potencias comerciales, nunca extinguidos, se avivan en el peor momento, en
parte debió a la desatención de la actual administración, obsesionada por
lograr nuevos equilibrios/desequilibrios comerciales bajo la divisa del America
first (3).
CACHEMIRA:
LA AMBICIÓN DE MODI
De
igual manera, Washington parece ausente de la crisis originada por la decisión
del gobierno nacionalista indio de suprimir la autonomía constitucional de la disputada
provincia de Cachemira, modificar la estructura administrativa del territorio, limitar
los derechos y libertades (temporalmente, se dice) y militarizar aún más la
zona. La mayoritaria población musulmana en uno de los sectores de la provincia
se ha sentido lógicamente agraviada, sentimiento también compartido por la
oposición hindú (4). Pakistán ha puesto el grito en el cielo, agitando de nuevo
el espectro de una tercera guerra en la provincia (5).
La
decisión de Modi responde, sin duda, a su programa de nacionalismo étnicista
radical, reforzado tras su reelección abrumadora de la pasada primavera. Pero
a muchos ha sorprendido la brusquedad de la iniciativa (6). La explicación puede
residir precisamente en una torpeza más del inquilino de la Casa Blanca. En una
reciente visita de Modi a Washington, Trump afirmó que el primer ministro indio
le había sugerido una mediación ante Pakistán en el asunto de Cachemira y otros
diferendos bilaterales. Nueva Delhi se apresuró a desmentirlo
India
es especialmente celosa de la autonomía de su política exterior desde la
independencia y así se mantuvo durante la guerra fría, encabezando el Movimiento
de los países no alineados. Desde la desaparición de la URSS y el auge de
China, India ha buscado un aproximación con Estados Unidos, por conveniencias más
que por coincidencias de visiones estratégicas. La gestión del poder nuclear
indio fue durante décadas un obstáculo insalvable, pero las administraciones de
Clinton y Bush allanaron el camino. La percepción de una suerte de
expansionismo chino en Asia ha acelerado esta tendencia, junto a la alianza
persistente de Pakistán con Pekín y el alejamiento de este país islámico de
Estados Unidos. Pero hay muchos elementos de fricción aún entre Washington y
Nueva Delhi, y el de Irán no es el menor (7).
AFGANISTÁN:
LAS BOMBAS SILENCIAN A LOS BOMBOS
Cuando
la Casa Blanca se preparaba para celebrar a bombo y platillo un acuerdo con los
taliban en Afganistán, un atentado con bomba en una boda privada mató a casi
setenta civiles. Una carnicería más en un país en el que la convivencia
pacífica sigue pareciendo una quimera. Los autores no han sido los taliban,
claro está, sino la rama local del moribundo Daesh, que parece haber
encontrado en las estepas afganas el oxígeno del que se ha visto privado en las
llanuras mesopotámicas y mediterráneas (8).
Sólo
unos días antes, se había filtrado en Washington el principio de acuerdo acordado
por el enviado especial y exembajador estadounidense Jalilzad con los delegados
taliban (9). Aunque aún no se conoce en detalle el contenido, se sabe que la
clave consiste en la retirada de las tropas norteamericanas (y, consecuentemente,
del contingente OTAN de apoyo) a cambio de que los taliban garanticen que Al Qaeda
no volverá a disponer en Afganistán de un santuario para sus operaciones. El
repliegue militar no sería total, de inmediato. En una primera fase, abandonarían
el país 8.000 de los 20.000 soldados ahora presentes. La retirada de los
restantes dependería de la evolución de la seguridad y de un pacto político
interno.
Los
taliban, crecidos por el auge de los dos últimos años, han conseguido ningunear
al gobierno afgano durante todo el largo proceso negociador, imponiendo el relato
de que las autoridades de Kabul son una mera marioneta de Estados Unidos. Por
supuesto, llegará un momento en que esta posición se volverá insostenible y la
guerrilla tendrá que pactar con las fuerzas políticas hasta ahora por la protección
militar occidental.
La
paz no es el final del proceso sino el comienzo de otro tan complejo o más que
el anterior. Es muy dudoso que los avances en materia de derechos humanos (los de
la mujeres, en particular) estén garantizados (10). Y no menos incierto resulta
la capacidad de los actores locales para impedir un rebrote de la guerra o que
el país se convierta de nuevo en territorio de operaciones yihadistas (11).
Por
eso, en cierto modo, también se trata de una vuelta a la casilla de salida, 18
años y más de dos mil muertos después del inicio de aquella intervención que
iba a ser corta y exitosa. Al Qaeda puede haber sido derrotado, pero el Daesh
(junto a la facción más radical de los taliban, opuesta a la paz) parece
dispuesto a ocupar su lugar, el gobierno oficial afgano sigue sin tener credibilidad
para asegurar la convivencia, el tráfico de opiáceos alcanza récords históricos
y la percepción de inseguridad es tan alta como de costumbre (12). La guerra
más larga en la historia de Estados Unidos concluye bajo la indisimulable
sensación de fracaso.
NOTAS
(1) “How
close is Hong Kong to a second Tiananmen”. JUDE BLANCHETTE. FOREIGN POLICY,
14 de agosto; “Tiananmen in Hong Kong. The alarming echoes of 1989”. ORVILLE
SCHELL. FOREIGN AFFAIRS, 19 de agosto.
(2) “Silence on
Hong Kong signals decline of the West”. DIRK KURTJUWEIT. DER SPIEGEL, 16 de agosto.
(3) “Waning of
american power? Trump struggles with an Asia in crisis”. EDWARD WONG. THE
NEW YORK TIMES, 13 de agosto.
(4) “Inside Kashmir, cut off from the world: ‘a
living hell’ of anger and fear”. THE NEW YORK TIMES, 10 de agosto; “’Les cachemiris se sentient humiliés’,
après la revocation de l’autonomie du territoire”. Entrevista con el dirigente
de la oposición Shah Faesal. LE MONDE, 9 de agosto.
(5) “Cachemire, zone géopolitique sensible”. LE MONDE, 16 de
agosto.
(6) “Modi
crosses the Rubicon in Kashmir. New Delhi upends the Status Quo in the disputed
territory”. SUMIT GANGULY. FOREIGN AFFAIRS, 8 de agosto.
(7) “The Indian dividend. New Delhi
remains Washington’s best hope in Asia”. ROBERT D.BLACKWILL y ASHLEY J. TELLIS.
FOREIGN AFFAIRS, Septiembre-Octubre 2019.
(8) “The
Islamic State is far from defeated in Afghanistan”. CLAIRE PARKER. THE
WASHINGTON POST, 19 de agosto.
(9) “America
and the taliban inch towards a peace deal in Afghanistan”. THE ECONOMIST, 7
de agosto.
(10) “Is the
Afghanistan deal a good one? MICHEL O’HANLON. BROOKINGS INSTITUTION, 16 de
agosto.
(11) “Is the Taliban
making a pledge It cannot keep? Militant organizations won’t stop using afghan
territory for terrorism”. TRICIA BACON. FOREIGN AFFAIRS, 21 de febrero.
(12) “Trumps
risks turning a chance for success into a shameful failure” (Editorial). THE
WASHINGTON POST, 19 de agosto; “America has responsibility to pick winners
and losers in Afghanistan”. JODI VITTORI. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNATIONAL PEACE, 12 de
agosto (reproducido del original, en THE HILL, 12 de agosto).