10 de enero de 2018
En
vísperas del primer aniversario de Trump como principal inquilino de la Casa
Blanca, se han agotado ya casi todos los epítetos para describir lo que, en
opinión de muchos, constituye el mandato más caótico en la historia de los
Estados Unidos.
La
aparición de un libro Fire and Fury
(Fuego y Furia), del polémico y singular periodista Michael Wolff (1),
hubiera sido, en cualquier otro caso, motivo de gran escándalo. Más allá de
algunas revelaciones picantes, no muchas, y un cierto revuelo mediático, lo
curioso del asunto es que a nadie ha sorprendido ni alterado. Es lo que ya, más
o menos, se sabía, detalles aparte.
Días
antes de filtrarse lo más jugoso/morboso de esta obra, el NEW YORK TIMES
ofrecía un retrato muy significativo del personaje que abochorna a medio mundo
y acongoja al otro medio (2). Por no
hablar de las bolitas de pan en forma
de tweets que el propio Trump deja
como rastro de su inconsistencia, de su incompetencia o de su vanidad
enfermiza.
Lo
más significativo del libro de marras no es lo que nos revela de Trump, ni
siquiera de su entorno, y en particular del supuesto núcleo duro familiar. El
legado del libro será la caída en definitiva desgracia de Steve Bannon, el que
accedió al inédito puesto de gran estratega del “genio estable” en su carrera
estilo Monthy Pitton a la cúspide política norteamericana.
Bannon, cabeza
visible y heredero de la más famosa de las cuevas mediáticas ultras (Breibart News) dotó de un discurso nacionalista más o menos articulado
a lo que no pasaba de ser una colección inconexa y espasmódica de bravuconadas
y exabruptos del candidato.
Asentado
en la Casa Blanca con un papel difuso, confuso y oblicuo, Bannon aprendió
pronto el riesgo de acercarse demasiado al poder, o al menos al poder más
expuesto a los focos. A medida que el atrabiliario equipo ganador se iba
descomponiendo (Flynn, Priebus, Spicer, etc.), un doble blindaje minimizaba la
influencia de Bannon.
Por
un lado, la guardia pretoriana familiar (Javanka),
formada por el superyerno Jared Kushner
(para indefinidas misiones diplomáticas) y la hija Ivanka (encargada de
supuestas cuestiones de imagen y otros consejos íntimos). De otro, el póker militar
de generales que gobierna, en la práctica, el país: el jefe de gabinete Kelly,
en funciones de bombero mayor de una Casa Blanca al borde del naufragio; el
consejero de seguridad Mac Master, tratando de dar coherencia a las ocurrencias
testosterónicas del patrón; el perro loco Mattis, al frente del
Pentágono, para atemperar las bravuconadas del jefe; y el director de la CIA,
Mike Pompeo, cocinero de la papilla de
inteligencia que se le administra cada mañana al ágrafo presidente.
En
esta recomposición de un gabinete sin rumbo aparente, Bannon estaba cada día
más desubicado. Intentó hacer codos y recuperar su espacio con alguna que otra
declaración subida de tono, para captar el cariño cada vez más enfriado del
gran jefe, pero fue inútil. Hasta que comprendió que su suerte estaba echada y
empezó a mostrarse distante, intemperante, crípticamente crítico. Se le
despidió al estilo Trump, con una torpeza marca de la casa. Era el fin del gran manipulador, como lo etiquetó en
sus días de gloria la revista TIME.
El
pretendido innovador/ agitador de la adormecida conciencia norteamericana
terminó embarrancado en el más viejo de los resentimientos: rajar contra los enemigos a los que
considera responsables de su caída en desgracia. Y hacerlo, además, como garganta profunda de un profesional
aficionado al periodismo del escándalo. Las citas de Bannon, explícitas o
implícitas, constituyen el meollo del libro de Wolff, aunque el autor asegure
que atesora cientos de fuentes.
Bannon
no se conformó con devolver el golpe a quienes le habían expulsado a la
irrelevancia y luego al ostracismo. Arremetió también contra el hombre al que
quiso convertir en el renovador de la política y de la sociedad norteamericanas,
al que veía, en el más disparatado de sus ensueños, como su gran creación: el
propio Trump. Pasó de enaltecerlo como gran genio a ningunearlo como un
inestable de dudosa capacidad mental. Creyó tal vez el gran manipulador que la base social que le había enhebrado se podía
descomponer si él, como sumo sacerdote
de la doctrina America First,
denunciaba la inconsecuencia de su desnortado líder.
Calculó
mal. A Bannon le tenía muchas ganas toda esa clase política tradicional que no veía
en él otra cosa que un arribista sin escrúpulos, un ideólogo oportunista y
grosero, o un buscavidas. Cuando Trump se despachó con él, ridiculizando su
berrinche, los pesos pesados del Partido Republicano y los supuestos protegidos
del propio Bannon que quedaban en la Casa Blanca, arroparon con más o menos
entusiasmo al Presidente. Los medios mainstream,
a los que el gran manipulador no ha dejado en todo momento de fustigar,
encendieron el fuego junto al árbol ya hecho leña.
Bannon
no tardará en arder como una pira funeraria. Este martes ha sido despedido como
director del sitio Breibart News, después
de que algunos de sus principales financiadores inclinaran hacia abajo su
pulgar. Como no parece probable que mute en un ave fénix, es muy posible que
estemos ante la segunda, y definitiva, muerte del gran manipulador.
EFECTO
BOOMERANG?
Más
interés tiene el efecto boomerang que el libro de Wolff y sus secuelas puedan
tener en la narrativa política de Washington. El destacado articulista del NYT
David Brooks estiman que el antitrumpismo,
del que él mismo se considera miembro, está en declive (3). Este analista
mantiene posiciones originales en muchos asuntos y es una voz particularmente
discordante en la línea liberal del prestigioso diario norteamericano. Sólo
alguien como él se podía atrever, sin ser sospechoso, a cuestionar o matizar,
que no refutar, algunas de las críticas más persistentes que soporta la actual
administración. Y, como era de esperar, inscribe el libro de Wolff en la
categoría del antitrumpismo
demagógico y visceral. Otros colegas de medios liberales han señalado también
los errores, vicios y equívocos de Fire
and Fury, con cuidado de no terminar fortaleciendo a Trump.
Desde
algunos sectores progresistas se afirma la necesidad de una respuesta coherente
al desvarío actual. Hay que denunciar, por supuesto, ese revanchismo de los
apartados, también el amarillismo de los oportunistas y construir alternativas
sólidas y fiables. Llama la atención esta suerte de campaña de origen impreciso
a favor de Oprah Winfrey como posible candidata en 2020, tras su apasionado
discurso en la gala de los Globos de Oro, como portavoz del movimiento
feminista meeto. Tanta fuerza parece
haber cogido la cosa que algunos líderes del partido se han visto obligados a
pronunciarse, no todos con claridad (4).
La
propia interesada guarda silencio, lo cual ha alimentado las especulaciones. Si
bien había rechazado en el pasado sugerencias similares, siempre ha demostrado
su interés por la política, en general, y manifestado su disposición a
contribuir a favor de un mensaje de cohesión nacional. Que ahora se hable de
ella en estos términos de candidatura presidencial indica el desconcierto de estos
tiempos.
NOTAS
(1) “Fire
anf Fury. Inside the Trump White House”. MICHAEL WOLFF. HENRY HOLT & COMPANY, 2017
(2) “Inside Trump’s Hour-by-Hour Battle for
Self-Preservation”. THE NEW YORK TIMES,
10 de diciembre.
(3) “The Decline of anti-trumpism”. DAVID
BROOKS. THE NEW YORK TIMES, 8 de enero.
(4) “Talk of Oprah running for President
captivates Democrats”. THE WASHINGTON
POST, 8 de enero.