UN DEBATE FINAL DE ESCASO ALCANCE


24 de octubre de 2012

          Obama y Romney cerraron su ciclo de cara a cara con un decepcionante debate sobre política exterior. El Presidente se dedicó más a defender y airear sus logros (algunos indiscutibles) que a ofrecer nuevas o más claras respuestas a los desafíos pendientes para un hipotético segundo mandato. Y el aspirante raramente superó un discurso vago, fugándose, siempre que pudo, hacia  la política interna, para incidir en asuntos donde pensaba que Obama podía resultar más vulnerable.

                IRÁN: COINCIDENCIAS MÁS QUE DISCREPANCIAS

                Irán fue el asunto que generó más polémica. Pero sólo en apariencia. Romney repitió varias veces que el régimen islámico se encuentra hoy más cerca que hace cuatro años de alcanzar el arma nuclear y se complació en reiteradas protestas de lealtad a Israel. Pero no se comprometió en la respuesta que daría en caso de que ambos rivales se enzarzaran en un conflicto bélico. Su tono moderado le acercó a las posiciones del Presidente.

Obama, por su parte, explicó bien la doble estrategia del palo (sanciones) y zanahoria (negociaciones), pero aclaró poco del calendario previsible a partir de 2013. No escatimó simpatía hacia Israel, evitando por completo las diferencias de criterio con Netanyahu.

                AFGANISTÁN: ESCURRIENDO EL BULTO

           Ése mismo fue el tono con Afganistán. Obama reiteró que había cumplido con su compromiso cardinal como candidato, hace cuatro años: liquidar las guerras en curso para construir la prosperidad de América. Pudo presentar una tarea aseada en Irak y Afganistán, las dos guerras heredadas, y la guinda de la liquidación del líder de Al Qaeda y otros dirigentes yihadistas. Presumió de liderazgo fuerte y pulso firme en materia antiterrorista, algo a lo que parece obligado cualquier Presidente demócrata. Por el contrario, no aclaró ninguna de las importantes interrogantes sobre la estabilidad futura de Afganistán: capacidad autónoma de las fuerzas de seguridad afganas, relaciones con Karzai, negociaciones con los talibán, respuesta en caso de contraofensiva insurgente tras la retirada occidental o riesgos sobre la seguridad del arsenal nuclear pakistaní.
               
            Naturalmente, menos claridad en estos asuntos demostró Romney, quien no se atrevió a criticar al Presidente, apenas repitió tópicos y se atascó en algunas contradicciones sobre Pakistán.  Se limitó a repetir la coletilla de que había que hacer algo más que “perseguir y liquidar a los malos”, en un intento fallido por rebajar el éxito de haber acabado con Bin Laden.
               
                De otros temas de Oriente Medio, apenas se escucharon generalidades. Bastante coincidencia en la cautela ante la crisis siria y ninguna pista sobre actuaciones en caso de un agravamiento de la escalada. Silencio sobre el culebrón de Libia, un tema que ya parecía agotado en el debate anterior, tras el fallido intento de Romney de explotar las muertes de los diplomáticos norteamericanos. El aspirante reprochó a Obama su manejo de los cambios en el mundo árabe, pero sus palabras carecieron de persuasión. No le costó a Obama minorarlas.

CHINA, EN CLAVE INTERNA

                En el asunto estratégico más destacado de este inicio de siglo, ambos candidatos se dejaron llevar por la presión electoralista. Algo apuntó el Presidente sobre el desplazamiento geopolítico global hacia la zona de Asia-Pacífico, pero en general le ganó la tentación de utilizar el auge de China como arma arrojadiza contra su rival.

Obama apuntó con claridad que, junto a las redes terroristas, China era la gran amenaza para la seguridad de Estados Unidos, por sus desleales políticas comerciales y monetarias. De estas valoraciones hizo eco Romney, quien condenó la piratería industrial y otras prácticas fraudulentas. Pero tras calificar a China “como un socio más que un adversario”, aseguró que la gran potencia asiática comparte muchos de los intereses norteamericanos: un mundo más seguro, libre del proteccionismo y amante de los negocios.

            El Presidente aprovechó este candor para resaltar la trayectoria empresarial de Romney, consistente en favorecer el cierre de empresas, debilitar la industria nacional y desplazar los empleos a China. En particular, insistió en el rechazo de Romney a su paquete de rescate del automóvil norteamericano. El republicano se defendió como pudo, pero criticó las ayudas públicas a las empresas. Las alusiones a su experiencia empresarial resultaron reiterativas y poco encajadas en el debate.

                OBAMA, MÁS CONVINCENTE... Y BURLÓN

                Puede afirmarse, pues, que Obama ganó el debate. Cualquier otro resultado hubiera sido no sólo sorprendente sino también catastrófico para el Presidente, si tenemos en cuenta que Romney ofrecía una pobre trayectoria en los asuntos internacionales. En varios momentos, el republicano dio la impresión de que estaba muy atento a no cometer errores y a no sonar demasiado belicoso. De hecho, reiteró retóricas invocaciones a la paz.

Quizás consciente de que sus recientes errores lo obligan a anotarse todos los tantos, el Presidente se permitió incluso burlarse de su rival. Resaltó sus meteduras de pata fuera de Estados Unidos, en réplica a las alusiones de Romney a los viajes presidenciales “de petición de disculpas” por el poderío norteamericano.  Pero el aguijón más llamativo fue a cuenta del reproche del aspirante republicano sobre el debilitamiento militar estadounidense. Obama dijo que Estados Unidos, en efecto, “tenía menos bayonetas y caballos”, porque había invertido en portaaviones y otros sistemas del siglo XXI y no del XIX.
               
                En todo caso, las encuestas siguen ofreciendo un panorama apretado. Obama pudo confirmar que a día de hoy sería un mejor “Comandante en jefe”. Pero las preocupaciones de la inmensa mayoría de los norteamericanos no se encuentran en el mapa mundi, sino en la sala de estar. Los dos debates últimos han servido al menos para disipar la “sorpresa de Octubre” –el pobre primer debate de Obama- y confirmar que el Presidente tiene la energía y el coraje suficiente para ganar un segundo y –confiemos- más convincente mandato.