LA TRAMPA MÚLTIPLE IRANÍ

25 de Junio de 2009

La revuelta iraní va camino de convertirse en una trampa múltiple para los muy diversos actores, internos y externos, activos, contemplativos y expectantes, implicados e intelectualmente curiosos, solidarios e interesados.
Puede convertirse en trampa fatal para los sectores más aperturistas del régimen, si no son capaces de articular un liderazgo fiable, aceptado y sólido para gestionar la derrota. Hasta ahora, más allá de las proclamas emotivas y de invocaciones a la resistencia y al martirio, no lo ha sido, o al menos no a la altura de las circunstancias. La estrategia del pulso en la calle y la búsqueda consciente o inconsciente de la simpatía exterior ha sido insuficiente. El candidato Musaví es un líder improbable. Por su trayectoria, por su herencia, por sus contradicciones y por el material político del que está hecho su discurso. Mucho menos Rafsanjaní, el perfecto mandarín de un régimen que está más allá de los personalismos, por mucho que esto cueste entenderlo en Occidente. Su condición de hombre bisagra de la Revolución Islámica le ha servido hasta ahora para mantenerse como equilibrio, y su fortuna para disipar repugnancias. Pero ahora puede resultar una carga para unos y para otros.
Para el resto de los dirigentes que han enseñado tímidamente sus simpatías por los “revoltosos”, la trampa podría no ser menos nociva. Los ayatollahs sagradamente indignados por los apetitos de poder terrenal del mediocre binomio usurpador de la herencia de Hussein y Jomeini se han pisado la túnica. Se mordieron la lengua, después de darse cuenta de los riesgos que asumir al emplearla. Finalmente, han preferido preservar la tranquilidad de sus púlpitos que afrontar un proceso de herejía. A partir de ahora, sus discursos morales tendrán menos credibilidad.
Trampa de profundidad abisal también para Obama, que se ha visto obligado a rehacer su discurso, para no parecer insensible a los “anhelos de justicia” del pueblo iraní. Pero al hacerlo, ha comprado el riesgo de destruir el germen de un diálogo con el régimen iraní acerca de su política nuclear. Lo más peligroso de la trampa no es que Obama haya expuesto sus debilidades tácticas (falta de información solvente sobre la relación de fuerzas, desgana por tomar partido, miedo a equivocarse), sino que haya sido la oposición, principalmente la republicana, la que le haya marcado los tiempos del discurso. Decimos principalmente republicana, porque la izquierda progresista no escondió tampoco su incomodidad por esa frialdad tan característica del presidente norteamericano, cuando no es él quien sopla las velas.
La trampa iraní puede resultar muy negativa no sólo para el dossier nuclear, sino para el más ambicioso encargo de encarrilar el proceso de paz en todo el Oriente Medio. La deriva autoritaria en Teherán refuerza las posiciones intransigentes en Israel y mueve la agenda a conveniencia de Netanyahu. De abortarse el diálogo con Irán, el primer ministro israelí se encontrará con ese regalo del tiempo que tanto anhelaba para colocar encima de la mesa las opciones militares que a Obama (y al establishment militar norteamericano) le espantan.
La revuelta iraní y esta aparente evolución bonapartista policial-militar del régimen islámico también proyectan trampas para las élites político-burocráticas de los países árabes vecinos. El sistema político y los mecanismos electorales no son allí más limpios, ni mucho menos. Pero es improbable que el ejemplo iraní pueda replicarse en otras naciones islámicas, y no por falta de ganas, sino porque la represión en las monarquías petroleras quasifeudales o en las repúblicas dinásticas es mucho menos sutil y los vehículos de expresión del malestar están más asfixiados aún que en la república islámica, donde al menos hasta ahora sobrevivía cierta pluralidad. Si fraude ha habido en Irán, qué decir, por ejemplo, de Egipto, donde Obama dejó una simiente subversiva para un sistema a punto de vivir una sucesión palaciega en la Casa Mubarak.
Y en la trampa iraní han quedado atrapados también medios de comunicación y consumidores occidentales de noticias. Los primeros, porque la dificultad de informar, la falta de presencia y conocimiento profundo del país y el modelo informativo reinante han provocado una confusión sin precedentes. Esa emergencia del periodismo ciudadano (via Internet, Twitter, YouTube, Facebook) como complemento –en realidad, a partir de un cierto momento, como alternativa- a los medios tradicionales tiene todavía más de leyenda que de auténtico fenómeno socio-cultural. La emotividad ha propiciado errores informativos de bulto, precipitaciones comprensibles pero también evitables, dramatizaciones excesivas, simplificaciones engañosas. Una vez más, no se ha resistido la tentación de convertir el sufrimiento lejano en espectáculo entre lo épico y lo virtual.
Y finalmente, no es pequeña la trampa para los supuestos vencedores de la crisis, ese sindicato de intereses que encabezan Jamenei y Ahmadineyad. Su triunfo va a tener un precio enorme. La ambigüedad de ciertos núcleos de poder ha prolongado la incertidumbre, y aunque no hayan ayudado a los sectores aperturistas, han dañado la solidez, legitimidad y fortaleza del liderazgo. “La autoridad del Guía ha quedado minada”, afirma el especialista del NYT Roger Cohen, que ha podido permanecer estas semanas en Irán. Es probable que esos sectores se crean con fuerza para renegociar mejoras en su estatus, y eso reavivará el conflicto. Como dice Karim Sadjapour, un investigador iraní del Instituto Carnegie, “la élite política del país está más dividida que nunca en treinta años de Revolución”.
Con mucha más contundencia se posicionarán los que han hecho el mayor gasto: ese aparato policíaco-militar-ideológico que integran millones de basiyis y centenares de miles de pasdaranes, encargados de sembrar y administrar el miedo. El profesor de la Universidad de Michigan Afshon Ostovar, que prepara una tesis doctoral sobre las fuerzas de seguridad iraníes, está seguro que obtendrán recompensa material, no sólo por haber hecho el trabajo sucio, sino por no haber salpicado demasiado, por haberse consagrado como profesionales eficaces y haber evitado un Tiananmen.
En definitiva, dos semanas de sobresaltos iraníes dejan un camino plagado de trampas y minas para la pacificación real de la región. Bajo el liderazgo de Obama, Occidente deberá hacer un esfuerzo extraordinario para que no empecemos a temernos que lo peor está por venir.