18 de abril de 2018
La
historia se repite en Siria. Y, en Oriente Medio, es una cadena de repeticiones
tramposas cubiertas con el hipócrita envoltorio de la justicia y el
humanitarismo. La política internacional tiene muy poco ver que la moral. Sea
cual sea la escuela o doctrina que se invoque: realista o idealista,
intervencionista o aislacionista. Son los intereses los que determinan las
decisiones.
Resulta
muy difícil de tragar, para quienes llevamos informando décadas sobre los
conflictos internacionales, que el reciente bombardeo contra supuestas
instalaciones sirias relacionadas con su arsenal químico se presente como una
acción reparadora o justiciera de un crimen contra la humanidad. Los escrúpulos
selectivos no se sostienen.
PRESTIGIO
DE LAS ARMAS, DESPRESTIGIO DE LA CONFIANZA
No
se puede pretender que se ha actuado en Siria por un móvil de humanidad, como
afirmó Theresa May en el Parlamento el pasado lunes, mientras se ha hecho la
vista gorda (por no decir ciega) ante la monstruosidad que se lleva cometiendo
desde hace años en Yemen.
No
se puede pretender que se castiga al “animal” Assad, mientras el presidente-hotelero apenas ha consentido
albergar en EE.UU. a 44 desplazados sirios en los últimos seis meses o poco más
de 3.000 durante todo el año pasado, cinco veces menos que en el último año de
Obama (1).
No
se puede pretender que hay un sentimiento de compasión por esas víctimas, cuando
el adalid del American first hace
gala de desprecio por la suerte de ese o de otros países torturados, en una
actitud pasivo-agresiva, como alguien ha definido con agudeza (2).
No
se puede pretender estar del lado de los perseguidos cuando el justiciero de
gatillo fácil protege, justifica, sostiene y ensalza a quienes cometen atropellos
groseros continuados contra los derechos humanos en Egipto, Filipinas, Arabia
Saudí o Palestina
No
se puede pretender que se ha respetado la legalidad internacional, cuando se acudió
a las armas antes de que se hubiera acreditado que, efectivamente, hubo un
ataque con armas químicas en Duma y que el responsable fue el régimen sirio,
por muy fundadas que estuvieran nuestras sospechas.
No
se puede pretender que la precipitación en la respuesta militar respondió al
convencimiento de que Rusia vetaría la legitimación del ataque cuando eso es lo
que Estados Unidos (y en menor medida Francia y Gran Bretaña) suelen hacer
cuando a la mesa del Consejo de Seguridad llegan denuncias sobre violaciones
groseras del derecho internacional por parte de regímenes protegidos por
Occidente (2).
No
se puede pretender que los bombardeos sirven para algo más que exhibir una archiconocida
superioridad bélica occidental, completamente inútil, por lo demás, para evitar
la carnicería en la que lleva décadas sumida la región de Oriente Medio, pero
sí para engrosar los arsenales de tiranos y las cuentas corrientes u ocultas de
los fabricantes de armamento.
No
se puede pretender que se puedan repartir certificados de buena y mala conducta
en función de la docilidad o la resistencia que dictadores de uno u otro signo
o naturaleza (presidente o reyes) demuestran ante la estrategia occidental en
la región.
No
se puede pretender que unas víctimas civiles merecen más reparación que otras
según el tipo de armas con que son masacradas, ya sean químicas, biológicas,
convencionales o de alta precisión, o según quién provoca la matanza.
No
se puede pretender, con invocaciones grandilocuentes (Macron o May) o vulgares
(Trump), que se imparte justicia cuando sólo se castigan los abusos o crímenes de los dictadores que no nos
obedecen o que buscan protección, tutela o escondite en otras grandes potencias
tan hipócritas como las nuestras, aunque menos sujetas el escrutinio público
interno, como es el caso de Siria con Irán o Rusia.
No
se puede pretender que una operación militar aislada, propagandista, de dudosa
legalidad (o claramente ilegal) pueda sustituir a una estrategia fallida, en
Siria y en el conjunto de la región más atribulada del planeta, como ha
intentado hace el presidente Macron, fiel seguidor de sus antecesores en el
Eliseo cuando, conscientemente o por inercia institucional, evidencia el reflejo
colonial en algunas de sus decisiones internacionales.
No
se puede pretender que el bombardeo de un país se acepte como una operación de
prestigio o como un ejercicio moral cuando es un puro acto de fuerza, y en este
caso, sin propósito a medio o largo plazo, desconectado de una estrategia
sólida y verificable, tras cinco años de martirio espeluznante, que relata
detalladamente el especialista Andrew Tabler (3)
LA
MENTIRA COMO SISTEMA
En
fin, no se puede pretender, después de Argelia, de Vietnam, de las dictaduras
militares iberoamericanas, de Afganistán, de la guerra sucia en Centroamérica,
de la antigua Yugoslavia, de Irak, de Palestina, de Yemen, y de todas las “guerras
de baja intensidad” pero de alto sufrimiento humano que se nos dice por lo
general la verdad, cuando se ha comprobado con lacerante asiduidad que se nos
miente por sistema.
Hace
unos días, Stephen Walt, profesor de Relaciones Internacionales de un instituto
de Harvard, por quien este humilde comentarista siente confesada admiración,
afirmaba en su último artículo para una publicación especializada que “ya no se
podía confiar en América” (4).
Esta
sentencia, como se pueden imaginar, estaba relacionada con escaso apego a la
verdad del principal inquilino de la Casa Blanca, a quien, en sus primeros diez
meses de mandato, se le detectaron seis falsedades por cada una imputada a
Obama a lo largo de sus ocho años de presidencia.
En
realidad, la mentira ya formaba parte del decorado del despacho oval y de otros
despachos del mundo antes de que el recordman
mundial del embuste se instalara
en él.
Pero
el riesgo consiste en que nos resignemos -esto es opinión de quien escribe, no
del profesor de Harvard-; no tanto a que se mienta desde el poder, sino a que sólo se mienta. Ya sea para demostrar
(Macron o May) que, a golpe de gatillo, conservamos intacta nuestra reputación
de poderosos, como afirma mi compañero Rafael Díaz Arias (5), o para presumir
de una exhibición de fuerza con lenguaje de adolescente adicto a los videojuegos
de guerra (no hace falta indicar a quién me refiero).
NOTAS
(1) “Trump and the rest of the world offer a little
hope for Syrian refugees”. ISHAAN THAROOR. THE
WASHINGTON POST, 18 de abril.
(2) “More Mayhem in the Middle East”. BRIAN
KATULIS y DANIEL BENAIM. FOREIGN POLICY,
16 de abril.
(3) “Despite the Trump’s bluster, it’s unclear
what the Syria strikes accomplished”. THE
GUARDIAN, 15 de abril.
(4) “How Syria came to this”. ANDREW TABLER. THE ATLANTIC, 15 de abril.
(5) “America can`t be trusted anymore”. STEPHEN
M. WALT. FOREIGN POLICY, 10 de
abril.