¿HACIA UNA TERCERA DÉCADA PERDIDA EN AMÉRICA LATINA?

 26 de mayo de 2021

América Latina es la zona del mundo más golpeada por COVID. Esta semana ha superado el millón de muertos, casi una tercera parte del total mundial, pese a que la región sólo reúne al 8% de la población planetaria. La pandemia no da señales de remitir. Excepto en Chile y Uruguay, la vacunación avanza con lentitud desesperante por falta de recursos, una logística deficiente, políticas absurdas e irresponsables (es el caso de Brasil, que se suman casi la mitad de las víctimas) y las debilidades estructurales de los sistemas sanitarios (1)

El impacto es durísimo, y no sólo en el plano sanitario o humanitario. La catástrofe económica es inmensa. Según el informe anual del Banco Interamericano de desarrollo, la economía de la región se ha retraído casi un 7,5% (un 3% en el global mundial), algo que no se había producido en los doscientos años de vida de estas naciones (2). Ningún otro bloque geográfico del mundo presenta cifras tan devastadoras. La región ha padecido, sin embargo, los confinamientos más estrictos. Tres países de América del Sur figuran entre los cinco con condiciones más severas de aislamiento: Perú (1º), Argentina (2º) y Chile (4º).

La fuerte dependencia que muchos de estos países tienen del turismo y de otros sectores económicos que el FMI denomina “de contacto intensivo” explica en parte esta situación calamitosa. Hay otros factores que contribuyen notablemente, en particular las políticas de estímulo fiscal y de réplica a la crisis, que han sido mucho más débiles que en otros lugares. Según un estudio de THE ECONOMIST, la media mundial de dinero público aportado ha sido de un dólar por cada dólar perdido por la crisis. En América del Sur y el Caribe, la cifra ha sido de 28 centavos. Además, parte de esa insuficiente compensación no ha repercutido directamente en la mejora de la situación de los ciudadanos, sino en cubrir las deficiencias de un sistema sanitario endeble (3).

La pandemia ha puesto en evidencia la debilidad económica y la fragilidad social de una región azotada por el mal gobierno, la orientación deliberadamente equivocada de sus sistemas productivos y el egoísmo criminal de sus élites. Latinoamérica padece los mayores niveles de desigualdad social de todo el mundo, con abismos escandalosos entre los tramos más y menos desfavorecidos de la población. No podía esperarse otro resultado menos severo tras el azote adicional del coronavirus.

Antes de la pandemia, la zona afrontaba una nueva década marcada por la amenaza de una nueva regresión. Tras la década larga perdida de finales del siglo pasado, se produjo, a mitad de la primera de esta centuria un débil y vacilante y engañoso periodo de recuperación, favorecido por el impulso de las materias primas, en un momento de fuerte demanda exterior, sobre todo procedente de China y otros mercados emergentes. Eso coincidió con la llegada al poder de fuerzas progresistas en varios países de la región, en algunos casos por primera vez en su historia. La pobreza se redujo, la alfabetización se incrementó, los programas sociales se reforzaron o se implantaron.

Pero el experimento duró poco. A mitad de la segunda década, la crisis financiera internacional terminó repercutiendo en el dependiente sistema económico de la región y casi todo se vino abajo. Los gobiernos progresistas fueron sustituidos por una versión remozada del neoliberalismo conservador. Llegó la época de los  presidentes-empresarios (Argentina, Chile, Perú, Uruguay y, con retraso, Ecuador), de populismos extremistas con indisimuladas tendencias autoritarias (Brasil), cuando de no oscuras maniobras políticas golpistas (Bolivia) o de conservadurismo acentuado (Colombia). El nuevo giro fracasó claramente en Argentina y Bolivia y da muestras de agotamientos terminal en Chile y en Brasil. El Covid sólo es la puntilla.

En dos de estos países hemos asistido estas últimas semanas a procesos distintos de gangrenamiento social y vuelco institucional: Colombia y Chile. Dos trayectorias diferentes, pero con un denominador común: atrincheramiento de las élites y empobrecimiento galopante de la población, debilitamiento de las clases medias y fracaso de un sistema de alternancia que deja fuera o desconoce las necesidades populares.

El estallido social en Colombia es el más grave en décadas. El gobierno de Iván Duque ha llevado al extremo la militarización sistémica de la policía para reprimir las protestas de una población exasperada (4). La pobreza ha alcanzado a otros cuatro millones más de colombianos, tanto por efecto del Covid como por las propias debilidades de la estructura económica. La chispa que precipitó la explosión social fue una reforma fiscal lesiva e injusta, que reforzaba los impuestos al consumo (los que más perjudican a los pobres) e introducía otros sobre la renta que agravaban el sistema impositivo más regresivo del continente.

Colombia llevaba desde 2016 esperando en vano el llamado “dividendo de la paz”, es decir, los supuestos beneficios del acuerdo con las FARC. Duque representaba el sector más beligerante de la oligarquía colombiana. Aunque no se ha revertido el proceso claramente, se han producido provocaciones. No ha sido una sorpresa que portavoces políticos y militares hayan querido presentar las protestas sociales como una actividad encubierta de “terrorismo”. El medio centenar de muertos dejado por la represión alimentará el resentimiento social (5).

En Chile, la descomposición del gobierno del empresario Piñera se ha consumado en las elecciones constituyentes. En realidad, la derecha, con menos de una cuarta parte de los escaños en juego, no ha sido la principal perdedora. El bloque de la Concertación, fórmula centrista que condujo los destinos del país durante dos décadas tras la caída de la dictadura militar, también parece definitivamente liquidado, tras un largo periodo de agotamiento, al obtener sólo una sexta parte de los diputados (6).

La Asamblea de la que debe salir una nueva Constitución que entierre para siempre el legado de Pinochet estará dominada por nuevas o remozadas fuerzas de izquierda, ajenas al consenso centrista de las últimas dos décadas, y de los “independientes”, cuya orientación en la práctica está aún por calibrar. Los movimientos estudiantiles, ecologistas e indigenistas han conseguido hacer oír su voz y tendrán un peso inédito en el futuro rumbo político.

Algunos analistas “al norte de Río Grande” quieren ver un contraste entre los casos colombiano y chileno: marcado por la violencia, el inmovilismo y la desesperación, el primero; impulsado por la “civilidad” y una renovada “institucionalización”, el segundo (7). La realidad es más compleja. Una nueva constitución, por muy progresista que sea, no será suficiente para superar las viejas heridas de la sociedad chilena. La democratización del sistema político no redujo, o muy poco, la desigualdad y las graves fracturas sociales. No hay garantías de que se reproduzcan las frustraciones.

Desde el poderoso vecino del norte preocupan las denominadas “derivas populistas” (al modo de Bolivia, Ecuador o Venezuela) que el empecinamiento en recetas liberales que no sólo han incrementado la pobreza sino que han fracasado en garantizar un crecimiento sólido.

Tras treinta años de vaivenes políticos, una realidad se impone como incontestable. América Latina necesita un cambio profundo, estructural más que puramente institucional, con una decisiva y contundente acentuación en políticas socio-económicas de creciente igualdad y distribución más equitativa de la riqueza. En caso contrario, estaremos abocados a una tercera década perdida.


NOTAS

(1)https://www.paho.org/en/news/21-5-2021-latin-america-and-caribbean-surpass-1-million-covid-deaths

(2)https://publications.iadb.org/publications/english/document/2021-Latin-American-and-Caribbean-Macroeconomic-Report-Opportunities-for-Stronger-and-Sustainable-Postpandemic-Growth.pdf

(3) “Why Latin America’s economy has been so badly hurt by covid-19”. THE ECONOMIST, 10 de mayo.

(4) “Colombia’s Police Force, built for War, find a new one”. JULIE TURKEWITZ y FEDERICO RÍOS. THE NEW YORK TIMES, 12 de mayo.

(5) “Agobio por la pandemia y la violencia policial sacuden a Colombia” ELISABETH DICKINSON. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 6 de mayo; “Battlefield Colombia”. CATHERINE OSBORNE. FOREIGN POLICY, 6 de mayo.

(6) “Las elecciones a la Convención constitucional de Chile confirman el deseo de cambio de la ciudadanía”. GUSTAVO GONZÁLEZ. IPS, 18 de mayo“Chilean voters have turn their backs on traditional coalitions. What’s next? WILL FREEMAN y LUCAS PERELLÓ. FOREIGN POLICY, 17 de mayo.  

(7) “Why Chile’s Constituent Assembly matters to all of Latin America”. OLIVER STUENKEL. CARNEGIE, 20 de mayo;“Chile’s Constitution is too new for its own good”. MICHAEL ALBERTUS. FOREIGN POLICY, 21 de mayo;

PALESTINA: MISMA TRAGEDIA, ESCENARIOS DISTINTOS

 19 de mayo de 2021

Más de doscientos veinte muertos palestinos (un 30%, niños), por bombardeos intensivos de la aviación y la artillería israelí sobre Gaza; y una docena de fallecidos israelíes por cohetes de Hamas lanzados sobre núcleos de población en Israel constituyen el muy desigual balance de un nuevo estallido bélico. Destrucción y sufrimiento. La tragedia se repite. Como en 2014, 2012 o 2008-09. Pero esta vez, en escenarios políticos o estratégicos muy distintos. Son estos:

1) La deriva extremista israelí. La presente crisis se produce, no por casualidad, cuando estaba a punto de fraguar una inverosímil fórmula de gobierno alternativo que hubiera enviado a Netanyahu a la oposición, y propiciado su retirada política, una vez que quedara expuesto, ya sin blindaje, a la acción de la justicia, en los tres procesos que se siguen contra él.

El preacuerdo entre los centristas de Yeish Atid (Hay futuro) y los ultraconservadores de Yamina habían logrado atraerse a los cuatro diputados de la formación islamista Ra’am (Netanyahu lo había intentado antes, en vano). Una coalición Frankenstein, que refleja la crisis de identidad de Israel. La descomposición del centro-izquierda laborista y sus epígonos y el crecimiento del nacional-judaísmo dirigen a Israel por  una senda muy oscura e inquietante. El Parlamento israelí actual es el más extremista de la historia. El peso de los religiosos, ya sean ortodoxos o sionistas, es más grande que nunca. La derecha se fragmenta y radicaliza cada vez más por disputas de liderazgo (de ego, más bien), relegando los debates ideológicos o programáticos. Netanyahu es un rey sin corona, en una corte de ambiciosos segundones (1).

                En ese panorama, los partidos de la minoría árabe se agrupan o distancian, se unen o rompen por cuestiones menores, incluidos también los personalismos. Pero, sumados,  han llegado a ser una fuerza política en absoluto desdeñable: tanto como para ser imprescindibles en una coalición de gobierno, algo insólito en más de 70 años de existencia del Estado.

2) La quiebra de la convivencia árabe-judía en Israel

La revalorización política de la minoría árabe israelí ha podido ser un factor relevante en los enfrentamientos de abril y primeros de mayo en Jerusalén Este. La sucesión de hechos es claramente provocadora: presiones previas a una decisión judicial sobre el desalojo de unas casas habitadas por palestinos en la ciudad vieja; violenta intervención policial para acabar con las protestas subsiguientes; e irrupción de militantes del partido religioso extremista Lehava en actitud ofensiva y agresiva en la explanada de las mezquitas. Esta secuencia provocó una reacción solidaria de la minoría árabe israelí con los palestinos y un enfrentamiento abierto con los fanáticos judíos (2).

Los árabes israelíes han defendido siempre una solución justa al problema palestino, incluidos los derechos políticos. A pesar de su marginación, siguen siendo ciudadanos de Israel. Los recientes acontecimientos han dañado la convivencia y agudizado la brecha social y política. Lo que añade un factor adicional de desestabilización (3).

La primera consecuencia política ha sido la ruptura del preacuerdo de coalición israelí. El derechista Neftalí Bennett, líder de Yamina, reconocía hace unos días que la colaboración de los islamistas de Ra’am era ya imposible. Resultado más factible: quintas elecciones en poco más de dos años. Pero en esta ocasión, ante el persistente bloqueo político, se tratará de una elección única y directa del primer ministro, es decir, una presidencialización de facto del régimen político. Oportunidad inesperada para Netanyahu para sobrevivir otra vez. La acción militar puede verse también desde esta perspectiva de utilidad interna (política y personal).

3) La causa palestina, sin rumbo y sin liderazgo.

La tragedia de Gaza evidencia de nuevo la extrema debilidad palestina, la ausencia de liderazgo y un peligroso vacío político y estratégico. La crisis se produce días después de que el presidente de la Autoridad palestina, Mahmud Abbas, decidiera suspender las primeras elecciones generales palestinas en quince años. Aunque alegó razones de seguridad (el COVID , entre otras), se sospecha que el octogenario líder palestino trataba en realidad de evitar una derrota calamitosa de su partido, Fatah. Los herederos de Arafat, divididos en tres listas separadas, corrían el peligro máximo de ser vencidos por Hamas también en Cisjordania. La generación de dirigentes que ha vivido al amparo de los acuerdos de Oslo con Israel sin lograr un Estado propio ni otros objetivos de una paz elusiva y tramposa habrían firmado su fracaso definitivo, su jubilación política y, last but no least, el punto final a una trama de beneficios personales que el pudrimiento de la autonomía palestina ha generado estas tres últimas décadas. Como sostienen dos investigadores palestinos en Oxford, se impone una reflexión (4).

A su vez, Hamas podría haber ganado esas elecciones, pero la gran pregunta es si realmente quería hacerlo, por las consecuencias que ello comportaría. Desde el fracaso de la primera Intifada, a finales de los ochenta, Hamas se ha presentado como la alternativa combativa a Fatah-OLP, desde una concepción de resistencia sin fisuras. En realidad, esa ha sido una falsa, o al menos equívoca, etiqueta. De hecho, los islamistas han pactado en numerosas ocasiones con Israel, por razones pragmáticas de supervivencia, e incluso por responsabilidad. Tener competencia de gobierno ha obligado a ello. Desde la terrible guerra de 2014, los “arreglos” entre Israel y Hamas han sido constantes. 

Si a Netanyahu le conviene la guerra, a Hamas, también. El lanzamiento de cohetes sobre población civil no es una respuesta militar. Ni siquiera un acto de desesperación o frustración, sino un acto de propaganda (5). Como anticipó Aaron David Miller, un veterano de las negociaciones de paz en la administración Clinton, ambas partes se necesitan mutuamente (6). Y se retroalimentan. El único perdedor es la martirizada población de Gaza.  

4) Una nueva alineación estratégica regional y final del frente árabe

Israel ha mejorado notablemente su posición regional. Los denominados Acuerdos Abraham, patrocinados por Trump, han consagrado las relaciones de Israel con estados árabes del Golfo. Emiratos y Bahréin se encuentran inmersos en el proceso de normalización diplomática y de cooperación económica-tecnológica con el otrora enemigo.

Arabia Saudí se reserva para el momento más propicio, aunque ya se han filtrado los contactos bilaterales sobre calendarios y condiciones del pacto. El sobresalto de estos días en Jerusalén Este ha obligado al Trono a pronunciar críticas verbales, discretas, contra Israel, pero sin dar un paso atrás en el acercamiento. Algo parecido pasa con Jordania, que es el custodio de esos santos lugares musulmanes, en un momento de especial fragilidad para el Reino, tras una oscura conspiración en las más altas esferas, resuelta de manera poco convincente.

Tanto Israel como las petromonarquías conceden una importancia estratégica a este realineamiento regional, que está diseñado para contrarrestar a Irán, ante un eventual restablecimiento del acuerdo nuclear. En este tablero volátil se juegan distintas bazas a la vez. Los saudíes mantienen la carta israelí en reserva, pero negocian paralelamente con Teherán un sorprendente acercamiento (¿o algo más?), por primera vez en cuarenta años. La fatiga de Washington por Oriente Medio hace que cada actor regional trate de mejorar sus posiciones. Sin complejos. Sin prejuicios (7).

5) La división norteamericana sobre el conflicto.

El estallido de esta última crisis supone una incomodidad para Biden, que ha puesto su atención prioritaria en China y, por extensión, en la vasta región de Asia-Pacífico. Ni siquiera el dossier nuclear iraní lo distrae mayormente de ese objetivo (8). Hay interés por llegar a un acuerdo con los ayatollahs, pero ha imprimido un ritmo pausado en las laboriosas negociaciones. En junio hay elecciones presidenciales en Irán. Se teme un triunfo de los conservadores, más reticentes al acuerdo con Washington, si no acarrea consigo un amplio levantamiento de las sanciones. De ahí que los norteamericanos “arrastren los pies”, hasta que se clarifique el rumbo político en la república islámica.

En las operaciones de estos días, Biden ha actuado con el libreto convencional: defensa del derecho de Israel “a defenderse”, bloqueo de condenas internacionales de la ONU, pasividad ante la brutal y desproporcionada respuesta bélica israelí al lanzamiento de cohetes de Hamas sobre núcleos de población israelí y pálida y tardía solicitud de alto el fuego (no fin de hostilidades). Esta ha sido la postura de Biden en cincuenta años de actividad política, en el Congreso, como responsable del Comité de exteriores, y luego en la Casa Blanca de Obama.

Lo que resulta novedoso es la creciente posición crítica en las filas demócratas. Nunca ha habido un grupo tan numeroso de congresistas que señalen a Israel como responsable. Aparte de Alexandra Ocasio-Cortez, Ilham Omar y Rashida Tlaib (de origen palestino), se han elevado otras voces que exigen a la Casa Blanca condenar los excesos de Netanyahu y del Tsahal, denunciar la política israelí como propia de un régimen de apartheid y condicionar la ayuda a Israel a un patrón decente de comportamiento (9). Por primera vez, más de la mitad de la población judía menor de 30 años no se considera vinculada a Israel. Los judíos norteamericanos agrupados en J-Street, organización más progresista que el lobby AIPAC, creen llegado de momento de acabar con la incondicional del apoyo al estado sionista (10).


NOTAS

(1) “How the fight with the Palestinians gave Israel’s Netanyahu a political lifeline”, NERI ZILBER. THE WASHINGTON INSTITUTE, 14 de mayo.

(2) “After years of quiet, israeli-palestinian conflict exploded. Why now?”. PATRICK KINGSLEY. THE NEW YORK TIMES, 15 de mayo. “Israel’s war will never end. STEVE A. COOK. FOREIGN POLICY, 13 de mayo.

(3) “The perfect storm for israelis and palestinians”. NATHAN SACHS. BROOKINGS, 15 de mayo.

(4) “A Palestinian reckoning. Time for a new beginning”. HUSSEIN AGHA y AHMAD SAMIH KHALIDI. FOREIGN AFFAIRS, abril-mayo 2021.

(5) “Hamas tries to seize the day”. DANIEL L. BYMAN. BROOKINGS, 12 de mayo.

(6) “Israel and Hamas need each other”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 29 de marzo de 2019.

(7) “Résurgence du conflict israélo-palestinien: les nouveaux alliés árabes d’Isräel sur la corde raide”. BENJAMIN BARHTE y FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 13 de mayo.

(8) “The U.S. can neither ignore nor solve the israeli-palestinian conflict”. MARTIN INDYK. FOREIGN AFFAIRS, 14 de mayo.

(9) “Bringing assistance to Israel in line with rights and U.S. laws”. JOSH RUEBNER, SALIH BOOKER Y ZAHA HASSAN. CARNEGIE, 12 de mayo.

(10 ) “Tensions among the Democrats grow over Israel as the Left defends Palestinians”. THE NEW YORK TIMES, 15 de mayo; The U.S. conversation on Israel is changing, no matter Biden’s meek response”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 17 de mayo.

ESCOCIA: FORTALEZAS Y DEBILIDADES DE LA ASPIRACIÓN INDEPENDENTISTA

12 de mayo de 2021

Las elecciones regionales en Escocia del pasado 6 de mayo han reforzado la aspiración nacionalista de lograr un nuevo referéndum de independencia. El Partido Nacionalista escocés (SNP) ha aumentado en un escaño su presencia en el Parlamento de Holyrood y se ha quedado a uno solo de la mayoría absoluta. Sus socios en la aspiración independentista, los verdes, han obtenido dos más y ya suman ocho. Hay, por tanto, una mayoría política que quiere a Escocia fuera del Reino Unido. Y dentro de la Unión Europea.

La posición de los nacionalistas se ha reforzado electoralmente, mientras el bando opuesto presenta un balance desigual. Los conservadores parecen exitosos tras su abrumador triunfo en las generales de diciembre de 2018, mientras los laboristas continúan con su calvario electoral, confirmado en los comicios parciales recientes. En las últimas dos décadas, la decadencia laborista en su otrora feudo escocés ha transcurrido en paralelo al auge independentista, como refleja el siguiente gráfico. Es claro el trasvase de votos, favorecido por la evolución del nacionalismo hacia posiciones clásicas de la socialdemocracia europea.



Los liberal-demócratas tampoco levantan cabeza. Su creciente irrelevancia en Escocia se ha producido en beneficio de los conservadores, que se presentan como portavoces más convincentes de la población unionista.



El primer ministro tory, Boris Johnson, parece haber superado el desgaste de la pandemia con una eficaz campaña de vacunación, liberada de las rigideces burocráticas que han lastrado a la UE. Pero ante el “problema escocés”, esta aparente fortaleza es muy discutible y tendrá que ser más hábil que contundente.

Nicola Sturgeon es ya, sin lugar a dudas, la segunda figura política del Reino (todavía) Unido. El reciente triunfo electoral parece enterrar la marejada que sacudió al SNP por el enfrentamiento con, Alex Salmond, su antecesor.

Así las cosas, la independencia escocesa y el procedimiento para alcanzarla será objeto de una feroz disputa y de un intrincado debate social, mediático y político. He aquí un repaso a las fortalezas y debilidades de una aspiración que puede tener enormes consecuencias en todo el continente. Los argumentos favorables y desfavorables se presentan por bloques temáticos.

1. La cuestión legal o de procedimiento.

      DEBILIDADES

FORTALEZAS

Los nacionalistas no pueden convocar el referéndum. Tiene que hacerlo Westminster. Los conservadores, con mayoría absoluta en el Parlamento de Londres, se oponen radicalmente, igual que laboristas y liberales.

La mayoría independentista no plantea un desafío al Estado ni pretende seguir una vía unilateral, contrariamente a lo ocurrido en Cataluña. Quiere que el proceso se ajuste a las exigencias legales.


2. Las bazas políticas.

  DEBILIDADES

FORTALEZAS

Johnson ha descartado el “permiso” para la celebración de un nuevo referéndum, ateniéndose al principio no escrito (es decir, político, no legal) de que tal iniciativa sólo puede producirse una vez por generación. Cameron ofreció más competencias a Escocia en 2014 y eso resultó decisivo para que el resultado del referéndum fuera favorable a la permanencia en el Reino Unido. Johnson, en cambio, no se ha mostrado muy conciliador, hasta la fecha, aunque, conociendo su carácter, no es descartable un viraje. En todo caso, no será fácil convencer a la base tory, que ya fue reticente con la postura flexible de Cameron. Según una encuesta de YouGov, la mitad de los británicos son  indiferentes o incluso favorables a la independencia escocesa, pero los electores conservadores son claramente contrarios.

Sturgeon replica que han cambiado notablemente las condiciones políticas con respecto a 2014. Entonces, Gran Bretaña estaba en la UE. Ahora, Escocia se ha visto expulsad del proyecto europeo, a pesar de que, en el referéndum del Brexit, los escoceses votaron claramente a favor de la permanencia en la UE (62% frente al 38%).

La popularidad de Sturgeon se ha reforzado con una más que aceptable actuación ante la pandemia en sus ámbitos de competencia, y un balance positivo en su gestión global, aunque haya algunos elementos negativos.

La escisión protagonizada por Alex Salmond, el anterior líder nacionalista y en su día mentor de Sturgeon, tras un escándalo relacionado con presuntos abusos sexuales, se ha diluido. ALBA, el partido creado por Salmond tras la ruptura, no ha obtenido ni un solo escaño en las recientes elecciones.


3. La viabilidad económica. 

    DEBILIDADES

FORTALEZAS

Las cifras indican un desequilibrio fiscal de Escocia. En la actualidad, este territorio recauda menos y gasta más por habitante que el Reino Unido en su conjunto. El déficit público escoces sería el 8,6% del PIB frente a, 2,6% del Reino Unido.

THE ECONOMIST señala, además, que el rédito fiscal del petróleo y el gas, el principal recurso de Escocia, es volátil: ha pasado de 10 mil millones de libras en 2008 a 650 millones el año pasado. Eso sin tener en cuenta que, en caso de separación, Gran Bretaña reclamará una parte de esos recursos naturales, además del sostenimiento compartido de la deuda estatal actual, que supera los 2 billones de libras y supone casi el 100% del PIB.

Por último, se resalta el impacto sobre el comercio. Escocia vende al Reino Unido el 60% de los productos que exporta. En el nuevo escenario, habrá una merma clara.

Los nacionalistas argumentan que Escocia dispone de una situación socio-económica favorable para afrontar estos retos, por cuanto que, según los datos disponibles más recientes, el PIB per cápita es casi de 30.000 libras, sólo dos mil menos que el del Reino Unido.

Asimismo, los independentistas arguyen que,  según la mayoría de los análisis, los perjuicios económicos del Brexit van a ser mayores que los de Scotxit, y eso no impidió el empeño de los tories (y de la mayoría de los laboristas) en separarse de la UE.

Otro argumento menos fáctico remite a experiencias similares de otros países europeos, cuya prosperidad mejoró muy claramente después de acceder a la independencia. Son los casos de Noruega (después de separarse de Suecia) y de Islandia (tras segregarse de Dinamarca).

Con respecto al dossier mercantil, Escocia espera compensar la pérdida con la protección del acuerdo entre la UE y Gran Bretaña.  

               

4. Las relaciones con la UE.

DEBILIDADES

FORTALEZAS

Por muy entusiasta que sea con el proyecto europeo, Escocia tendrá que afrontar un periodo de adaptación y de cumplimiento de requisitos tan estrictos como cualquier otro aspirante a la adhesión. Los tories suelen afirmar que la eurofilia escocesa es muy reciente y recuerdan que en los años setenta se opusieron al ingreso del Reino Unido.

Además, se evoca el problema político que originaría la adhesión tras una secesión nacional; y en particular se apunta a un posible veto de España, para no alimentar las aspiraciones de Cataluña. Se ignora qué posición mantendrán Alemania y Francia, dos ejemplos contrarios de federalismo y centralismo en sus ámbitos internos.

En el aspecto técnico, también se señalan problemas. Para cumplir con los criterios de la UE, Escocia tendría que afrontar un serio ajuste, algo muy perjudicial para su proyecto de expansión de sus servicios públicos.

El gran obstáculo será el monetario. Escocia no desearía adoptar el euro, pero como no tiene moneda propia, tendría que acogerse a la libra como instrumento transitorio. Los tratados europeos no contemplan de forma explicita esta solución, lo cual plantea un complicado proceso de negociación.

Los nacionalistas acreditan un fuerte compromiso con el proyecto europeo. En el referéndum del Brexit, se pronunciaron claramente por la permanencia en la UE, con un 62% de votos favorables, más que cualquier otra parte del Reino Unido.

El europeísmo escocés no tan reciente como dicen los unionistas. Hace tiempo que los nacionalistas mantienen un discurso de adhesión al proyecto de integración europea frente a las reticencias de conservadores y de un sector de los laboristas.

En cuanto a los requisitos, los políticos y sociales están más que acreditados y los económicos no son insalvables. Se citan opiniones autorizadas, que sostienen que la candidatura escocesa tendrá preminencia sobre la de aspirantes balcánicos como Albania y Montenegro.

En el controvertido asunto del euro, el planteamiento inicial de Escocia es conservar su autonomía monetaria. Aspiran, sin decirlo expresamente, a seguir el modelo sueco, es decir, comprometerse con el euro, pero sin prisas, a largo plazo, hasta calibrar lo que resulte más conveniente para sus intereses económicos y, si procede, crear su propia moneda.

 

 5. El compromiso con la seguridad aliada

   DEBILIDADES

FORTALEZAS

El principal escollo es el futuro de los submarinos de propulsión nuclear Trident, cuya base se encuentra a 65 kilómetros de Glasgow. Los nacionalistas han sido desde hace tiempo partidarios de la retirada de este armamento. La mitad del electorado escocés se manifiesta claramente a favor de la retirada de los submarinos y de una Escocia desnuclearizada. Una eventual tensión con la OTAN puede ser una complicación adicional y una baza para los unionistas de Londres.  

Escocia desea permanecer anclada en la OTAN y su pertenencia a esta organización será muy bien recibida por los aliados. El nuevo país aseguraría el refuerzo de la vigilancia activa del norte marítimo europeo, de importancia estratégica evidente, además de contar con el respaldo de los países bálticos, por la permanente sensación de la supuesta amenaza rusa.

La flexibilidad en el asunto de los submarinos se da por descontada, aunque no sea explícita. De hecho, Sturgeon hace tiempo que ha dejado de reivindicar la retirada de este armamento.

 

REFERENCIAS

- “Brexit has reinvigorated Scottish nationalism. It has also shown up some of the difficulties of secession. THE ECONOMIST, 17 de abril.

- “Scottish activists want a quiet, safe, progressive independence. The new country would scurry to join NATO and the EU”. LINDSEY KENNEDY y NATHAM PAUL SOUTHERN. FOREIGN POLICY, 31 de marzo.

-SNP election win: Johnson set up meeting as Sturgeon pledges second referendum. GUARDIAN, 8 de mayo.

- “Enthusiasm for the SNP does not reflect its record in government”. THE ECONOMIST, 1 de mayo.

INDIA: LA PIRA FUNERARIA DE MODI

 5 de mayo de 2021

India vive una tragedia nacional debido al COVID-19. O más bien a la incompetente respuesta del gobierno ante la segunda ola de la pandemia, no por anunciada y previsible mejor afrontada. Una nueva variante del virus (B.1617), a pesar de ser pronto identificada, ha provocado una inflexión inusitadamente acelerada de infecciones, que alcanzaron una media de 400.000 casos diarios en los primeros días de mayo. Aunque la curva remita un poco, habrá más de un millón de muertos antes del verano. Una cifra pavorosa, incluso para un país con 1.400 millones de habitantes.

IMPREVISIÓN Y TRIUNFALISMO

La imprevisión en la gestión de los recursos, sobre todo de oxígeno y de vacunas, y una desorganización masiva se ha impuesto sobre una retórica arrogante y hueca de las autoridades, que hasta finales de abril presumían de tener bajo control la enfermedad y de disponer de un plan para suministrar vacunas a decenas de países en desarrollo.

Lo más irritante del drama humano es, por tanto, que, si no evitado, podía haberse minimizado. Eso es lo que se les reprocha a los máximos dirigentes desde los partidos de oposición, organizaciones de derechos humanos, escasos medios e intelectuales críticos (1).

El caos indio era, desgraciadamente, un escenario más que probable. El nacionalismo identitario que gobierna la mayor “democracia” del mundo lleva desde 2014 pervirtiendo las  normas básicas y practicando una propaganda absurda y retrógrada, bajo un triunfalismo sin fundamento y un programa de intolerancia, exclusión y racismo. Para hacerlo todo esto más tragable a una población con bajísimos niveles de educación, se viene prometiendo un crecimiento económico y un desarrollo social espectaculares. Después de siete años, todo se ha quedado en un espejismo empañado por  miles y miles de piras funerarias donde arden los restos de ciudadanos desamparados y abandonados por sus iluminados dirigentes.

La primera sanción política del gobierno Modi se ha producido en las elecciones regionales celebradas en cuatro estados el pasado fin de semana. Las más significativas han sido las de Bengala Occidental, por su población y peso económico. El Bharatiya Janata, el partido nacionalista del primer ministro Modi, aspiraba a derrotar a los populistas del Trinamool Congress, que detentaban el gobierno regional. El resultado ha sido demoledor. La primera ministra bengalí, Mamata Banerjee, ha reforzado su mayoría en el parlamento regional hasta disponer de más del 70% de los escaños, mientras el BJP tan sólo contará con 77... de los 200 que el ministro de Interior presumió que obtendrían los suyos (2).

La ciega ambición por apuntarse un triunfo con el que reforzar su dominio del país, llevó a los dirigentes nacional-identitarios, con el propio Modi a la cabeza, a participar en mítines multitudinarios sin las debidas precauciones sanitarias. Para entonces, finales de abril, el azote de la nueva variante del virus empezaba a apuntarse como demoledor, según advertían desesperadamente científicos y facultativos, que hablaron de “tsunami” vírico.

UN SISTEMA SANITARIO QUEBRADO

Esas voces de alarma debían haber provocado al menos un esfuerzo similar al realizado en septiembre del año pasado, cuando se pudo a duras penas sofocar la primera oleada, lo que el gobierno aprovechó para engrasar su máquina propagandística y proclamar que India iba a ser decisiva en la lucha mundial contra el virus.

La crisis ha puesto en evidencia un sistema sanitario quebrado. En comparación con otros países parejos (los llamados BRICS, o potencias económicas medias en auge), India es el que menos porcentaje de su PIB dedica a sanidad: un 3,6% en los seis años de Modi (frente al 5% de Rusia o China, el 8% de Suráfrica o el 9% de Brasil). A esta carestía de medios, se une una falta asombrosa de previsión y un fallo masivo de logística. No es que no se tuviera oxígeno, es que no se habían preparado adecuadamente su transporte y distribución.

Hace sólo unas semanas, el gobierno anunció que 300 millones de ciudadanos (casi una cuarta parte de la población) estarían vacunados en julio, pero, como denuncian médicos y observadores de la situación, no se han dispuesto los medios para cumplir este objetivo. Hasta la fecha, solo se ha vacunado por completo a 26 millones de personas y el número de las que han recibido una sola dosis no llega a 125 millones. Naturalmente, se han suspendido  las entregas a otros países y  el nacionalismo  sanitario indio al rescate ha quedado en ridículo (3).

Catástrofe humanitaria y revés político anuncian años duros para este segundo mandato de Modi. Ya antes de la pandemia, el país había vivido una movilización de protesta campesina sin precedentes, por un plan gubernamental de liberalización del sector agrario. Aunque algunos analistas indios y occidentales consideraban necesaria las medidas, desde una perspectiva liberal, el gobierno actuó a su manera: autoritaria, precipitada y sin miramientos (4).

Las maneras fuertes del primer ministro indio son difícilmente una sorpresa. Durante su etapa de gobierno estatal en Gujarat hizo la vista gorda ante una de las matanzas más horribles de musulmanes en la historia reciente de la India. Algunos investigadores le imputan incluso complicidad y no solo pasividad.

AUTORITARISMO Y PASIVIDAD

En sus años al frente de la nación, las libertades se han restringido, la independencia de las instituciones se ha debilitado y el programa intolerante y racista de los inspiradores del nacionalismo hindú ha ido ganando espacio en la sociedad y en los aparatos del Estado. Uno de los principales intelectuales indios en el extranjero, Milan Vishnav, asegura que India no puede considerarse ya como integrante del club “de los países libres” (5).

Para ser francos, Modi ha encontrado poca resistencia crítica en el interior del país. La oposición es muy débil. El histórico Partido del Congreso, liderado sempiternamente por la familia Gandhi, agoniza entre la impotencia y la melancolía. Caciques locales y nacionalistas rivales han construido pequeños diques regionales que apenas minimizan el dominio del BJP.

En el exterior, se ha sido complaciente con Modi, por ser moderado. La rivalidad de India con China, plasmada el año pasado en un nuevo foco de tensión en el Himalaya, ha hecho que las potencias occidentales, en especial Estados Unidos, haya valorado al alza su cooperación activa y reforzada. India es uno de los cuatro miembros del Quadrilátero (Quad), el nuevo mecanismo de seguridad diseñado para el Indo-Pacífico, que integran también Australia y Japón.

Trump y Modi hablaban el mismo lenguaje nacionalista y demagógico, pero la nueva administración norteamericana no puede ni quiere prescindir de un gigante asiático que puede complicar las cosas a China en Asia. O al menos en eso se confía en la nueva Casa Blanca, aunque no guste su estilo. Si no hay una rectificación pronta y no se endereza el proceso de vacunación, el proyecto del Bharatiya Janata puede disolverse en la violencia y el caos (6). Las enormes piras de cadáveres ardiendo en crematorios improvisados pueden convertirse en el anticipo de la combustión acelerada del proyecto de Modi y del nacionalismo identitario indio.


NOTAS

(1) “How India descended to Covid-19 chaos”. BBC, 5 de mayo; “India’s COVID crisis has spiralled out of control”. THE ECONOMIST, 3 de mayo.

(2) “Battered by COVID-19, Narendra Modi is humiliated by Indian voters”. THE ECONOMIST, 2 de mayo.

(3) “Complacence and government failures fueled India’s COVID disaster”. LAURA HÖFLINGER y ADNAN BHAT. DER SPIEGEL, 30 de abril; “Moddi fiddles while India burns”. KAPIL KOMIREDDI (Autor de Malevolent Republic: a short history of the new India”. FOREIGN POLICY, 30 de abril; “A country gasping for air. Indians pay the price for Government inaction as COVID-19 surges”. MANDAKINI GAHLOT. FOREIGN AFFAIRS, 28 de abril.

(4) “India’s farmers Will Benefit from reforms”. SURUA GUPTA y SUMIT GANGULY. FOREIGN AFFAIRS, 3 de marzo; “La révolte des paysans indiennes”. SOPHIE LANDRIN. LE MONDE, 9 de diciembre.

(5) “The Decay of Indian Democracy. Why India no longer ranks among the lands of the free”. MILAN VAISHNAV (Director del Programa de Asia en la CARNEGIE FOUNDATION). FOREIGN AFFAIRS, 18 de marzo; “Narendra Modi threatens to turn India into a one-party state”. THE ECONOMIST, 28 de noviembre.

(6) “The End of the Modi’s global dreams”. SUSHANT SINGH (Investigador en el Center for Policy Research, en Nueva Delhi). FOREIGN POLICY, 3 de mayo; “India’s path to the big leagues”. ASHLEY J. TELLIS. CARNEGIE, septiembre de 2020; “Modi’s Coronavirus test”. ANUBHAY GUPTA y PUNET TALWAT. FOREIGN AFFAIRS, 4 de mayo de 2020.