ENEMIGOS ESCURRIDIZOS, ARMAS CASI PERFECTAS, ÉTICA DUDOSA

6 de octubre de 2011

La eliminación del clérigo Anwar Al-Awlaki en el norte de Yemen, en una operación de la CIA, ejecutada por un avión pilotado a distancia (drone), ha merecido menos atención mediática de la que probablemente merecía. Y ello, por varias razones: 1) la importancia del objetivo (equiparable a Bin Laden, en estimación de algunos expertos); 2) las consideraciones éticas sobre le legitimidad (y la legalidad) de la equívocamente denominada ‘guerra contra el terror’; y 3) la confirmación de los drones como arma pivotal de la estrategia militar en esta aparente fase final de la campaña contra el extremismo islámico.
EJECUCIONES EXTRAJUDICIALES
El clérigo Al Awlaki es un caso singular de líder islamista combatiente. Era de origen norteamericano y nunca perdió su nacionalidad. Hablaba un inglés no sólo perfecto, sino plagado de giros propios de los barrios de San Diego y otras ciudades donde predicó durante años. Hijo de padres yemeníes, sólo regresó al país de su familia en 2004, para incorporarse a la franquicia de Al Qaeda en la Península arábiga. El debilitamiento de las milicias islámicas le confirió pronto una notable importancia, puesto que,tras las operaciones militares en Afganistán y Pakistán, el epicentro de la lucha yihadista se estableció en Yemen.
Ahora bien, Al Awlaki no era un líder militar. Se trataba de un ideólogo, un inspirador. Los servicios antiterroristas norteamericanos lo consideraban como una especie de Goebels de Al Qaeda. Su huella ha querido verse en tres de los acontecimientos terroristas más sonados en Estados Unidos desde el 11-S: el frustrado atentado sobre el aeropuerto de Detroit, el envío de explosivos a Chicago y la matanza perpetrada por un suboficial musulmán norteamericano en un cuartel de Texas. Los protagonistas de esas acciones se dijeron seducidos o inspirados por este clérigo de mirada miope, aire intelectual y aspecto frágil. En THE ECONOMIST se leía esta semana que Al-Awlaki tenía la habilidad de “estimular las zonas erógenas de jóvenes musulmanes desafectos en Europa y América, capturar su imaginación, persuadirlos de viajar a Yemen para ser entrenados y luego enviados de nuevo a sus países como terroristas del tipo ‘lobos solitarios’, dispuestos a esperar y golpear…”.
La caracterización del semanario británico codifica bastante bien la imagen que se ha construido en Occidente de la actual generación de líderes y militantes yihadistas. El fanatismo, la falta de empatía, el desprecio por la vida humana, la deshumanización… Como suele ocurrir con la propaganda, elementos de la realidad se confunden con interpretaciones, prejuicios y manipulaciones groseras. En todo caso, después de dos años de persecución fallida, Al Awlaki se había convertido en ‘most wanted’, el enemigo más codiciado por los ‘guerreros antiterroristas’.
En un comentario para la publicación electrónica THE DAILY BEAST, Bruce Riedel, asesor en los primeros meses de Obama y uno de los principales expertos en yihadismo, cree que Al Awlaki era, efectivamente, un comunicador eficaz, un propagandista apasionado, pero no un líder operativo. Conocía o trató a tres de los 19 operadores del 11-S, pero parece comprobado que no tuvo nada que ver con el magno atentado de 2001. ¿Por qué Obama, al notificar su eliminación, lo calificó de ‘líder de las operaciones externas de Al Qaeda en la Península Arábiga? Sencillamente, para justificar la decisión de acabar con él.
UN COMPLICADO DEBATE ÉTICO
Es cierto que, en el momento de ser liquidado, Al Awlaki iba acompañado de otros dos miembros destacados de Al Qaeda. Uno de ellos, era Samir Khan, fundador de la web islamista ‘Inspire”. También de origen estadounidense, se autoproclamaba orgullosamente un “traidor a América”. El otro era Ibrahim Al Ashiri, supuestamente el ‘ingeniero’ que habría diseñado los últimos explosivos atribuidos a Al Qaeda.
La Casa Blanca había solicitado un informe jurídico para avalar la caza y eliminación del clérigo. Al ser ciudadano norteamericano, cualquier acción del gobierno contra su vida podría constituir un delito, un crimen. El dictamen lo filtró el pasado fin de semana el WASHINGTON POST. Los argumentos para esta nueva ‘ejecución extrajudicial’ son, básicamente, los siguientes: el objetivo era alguien que estimulaba e inspiraba el asesinato de otros ciudadanos norteamericanos; además, se había alistado en un bando declaradamente enemigo de Estados Unidos; y, finalmente, resultaba casi imposible detener, por las circunstancias y características del país donde operaba y se movía.
Organizaciones y comentaristas críticos no se consideran satisfechos con estas consideraciones legales que se han empleado para legitimar la acción. La American Civil Liberties Union (ACLU), una de las principales ong’s de acción cívica de Estados Unidos, condenó la operación y podría emprender acciones legales. En THE NATION, el columnista Tom Hayden cree que la “necesidad política” que ha guidado la decisión de Obama podría comportar “graves consecuencias”, más allá de su inmediato rédito político. El procedimiento seguido contra Al-Awlaki y sus secuaces –señala Hayden- ha sido el denominado ‘prosecutorial model’, típico de la actuaciones encubiertas en la guerra contra el narcotráfico, la criminalidad organizada (Mafia) o, más reciente, el terrorismo. Aparentemente eficaz, este modelo arroja muy serias dudas sobre la salud del Estado de derecho, previene el control y escrutinio público y es susceptible de todo tipo de abusos. A la postre, recuerda Hayden, no es fácil de identificar el beneficio que estas actuaciones han reportado a los suburbios de numerosas ciudades norteamericanas. Ni al prestigio del sistema político norteamericano, cabría añadir.
¿UN INSTRUMENTO PERFECTO?
El otro elemento sugestivo del caso Al-Awlaki es la consagración de los aviones pilotados a distancia como instrumento definitivo en la lucha contra el terror, en concreto, en la eliminación de objetivos especialmente escurridizos. El clérigo ahora liquidado había escapado en varias ocasiones. Los servicios de inteligencia lo rastreaban día y noche. Finalmente, detectaron su presencia en una región remota de Yemen. Estaba privado del apoyo que habitualmente recibía de algunas tribus locales. Las autoridades yemeníes se han sentido picados en su orgullo, porque los norteamericanos no han reconocido públicamente la importancia de su contribución en la localización del objetivo. Después de todo, el caos político que vive Yemen, tras la huida del presidente Saleh (momentáneamente de regreso, aunque no se sabe por cuánto tiempo), había perjudicado la labor local ‘antiterrorista’ en el país. En todo caso a la postre, en la eliminación de Al Awlaki ha sido decisivos los drones, los aviones Predator, armados con misiles hellfire.
Este último éxito compensa polémicas previas, ya que no siempre han sido tan precisos estos aviones pilotados a distancia. Una reciente investigación del NEW YORK TIMES desvelaba que la CIA había minimizado los denominados ‘daños colaterales’; es decir, las víctimas civiles. Los ‘drones’ son ‘cachivaches’ muy caros. Le cuestan al contribuyente 5 mil millones de dólares. Pero mucho más cara resulta la guerra sin ellos. Quizás también por eso, Obama parece convencido de su uso generalizado. Durante sus casi tres años de mandato, los ‘drones’ han realizado una operación cada cuatro días (frente a una cada cuarenta, en los años de Bush). Los generales han pedido duplicar la asignación presupuestaria para seguir aumentando la flota.
Los ‘drones’ no se pilotan desde cabina, pero eso no quiere decir que ‘vuelen solos’. Se estima que cada aparato precisa de la atención y el seguimiento de 150 personas. Los militares reconocen que no es un instrumento perfecto, pero sí el más indicado, dadas las circunstancias de ‘esta guerra’. Al ser capaces de fijar la atención en un área fijada, ‘sin parpadear’, durante 18 horas seguidas, resultan especialmente adecuados para ‘cazar’ objetivos humanos singularmente escurridizos.
Más allá del uso de los ‘drones’, la ‘guerra contra el terror’ ha difuminado las fronteras entre las acciones de inteligencia en el exterior, las operaciones encubiertas y las acciones abiertamente militares. No es casualidad que el flamante director de la CIA sea el laureado General Petraeus, que lo ha sido todo en las guerras norteamericanas de este siglo XXI. La ‘militarización’ de los aparatos de inteligencia, como señala THE NEW YORK TIMES, tiene enormes repercusiones legales y políticas. Pero también morales. THE ECONOMIST, en una reflexión sobre los aspectos éticos en relación con el uso y resultado de los ‘drones’, admite su bondades técnicas, pero se pregunta si al servicio de las operaciones militares, cada vez más frecuentes, de la CIA, se debilita el exigible control del cumplimiento de las ‘normas de la guerra’.
Se trata de un debate apasionante sobre el que será preciso volver, porque impregnará toda la reflexión sobre el sentido y la práxis de las guerras presentes y futuras en este mundo unipolar.