6 de julio de 2023
El socialismo democrático fue la
fuerza política que lideró las transformaciones sociales en Europa durante los
llamados treinta años gloriosos (1945-1975). Las clases trabajadoras
alcanzaron los niveles de prosperidad y bienestar más elevados de la historia,
merced a un pacto social que incluía la
defensa de la capacidad adquisitiva de los salarios, la creación de unos
servicios sociales sólidos y cada vez más extensos y, en algunos casos (países nórdicos,
Alemania y Austria, sobre todo), la participación de los representantes
sindicales en las decisiones empresariales, entre otras mejoras.
Durante esas tres décadas los
partidos socialistas democráticos mantuvieron una robustez electoral casi
intacta, con desviaciones a la baja por lo general poco significativas. Pero
cuando se empezaron a notar los efectos del primer shock petrolero, tras
la guerra del Yom Kippur y el boicot árabe (finales del 73 y años 74 y
siguientes), Europa atravesó una grave crisis económica que fue erosionando los
pactos sociales.
La primera consecuencia política
fue la arrolladora victoria del Partido Conservador en el Reino Unido, en 1979.
Un año y medio después, Reagan destrozó
electoralmente a Carter en Estados Unidos. Había dado comienzo lo que se
denominó como “revolución conservadora”. A lo largo de los ochenta, se puso en
marcha a ambos lados del Atlántico (y luego en el resto del mundo capitalista)
un modelo económico neoliberal que fue desmontando sistemáticamente las bases
del pacto social de posguerra. La crisis de las viejas industrias facilitaron
el discurso de la derecha emergente, radicalmente liberal en lo económico, pero
muy conservadora en lo social, cultural y político.
Aparte de la derrota laborista en
Gran Bretaña, los socialdemócratas perdieron el gobierno en Alemania (1983) y
retrocedieron en los países occidentales donde eran siempre fuertes. En
Francia, la victoria del socialista Mitterrand y el gobierno de coalición con
los comunistas no sólo rompía con los tabús de la guerra fría, sino que acababa
con la hegemonía absoluta de las derechas en el Hexágono. Al final de la
década, el respaldo electoral había caído casi 20 puntos.
En los países nórdicos, donde se
resistió mejor al embate neoliberal, los socialdemócratas mantuvieron mejor sus
posiciones.
En los países meridionales, la
reciente incorporación a la democracia mantuvo la confianza en los partidos
socialistas durante buena parte de los ochenta, pero al final del periodo el
desgaste ya era ostensible: por encima de los ocho puntos en España, más de siete
en Grecia y casi cinco en Portugal. En Italia, he incluido la evolución del
PCI, que ya estaba adoptando un discurso muy próximo al socialismo democrático.
Su acusado descenso contrasta con ligera subida del PSI, que, unos años después,
terminaría destruido tras los escándalos de corrupción.
DESPUÉS DEL MURO, MÁS CRISIS
Pronto se producirían los
acontecimientos históricos más consecuenciales en medio siglo. La crisis del
sistema comunista en Europa central y oriental, a finales de los ochenta, sería
la antesala de la desaparición de la Unión Soviética, el Estado que garantizaba
la persistencia del modelo económico y político. El periodo entre comienzos de
los 90 y los momentos actuales es el que voy a analizar en profundidad.
Si acotamos un poco el foco y nos centramos en los seis países más poblados, donde se concentra casi el 70% de los ciudadanos, se puede observar cómo la pérdida de influencia política de los partidos socialdemócratas continuará en las tres décadas siguientes.
A lo largo de estos treinta años,
los socialdemócratas han perdido casi 8 puntos en Alemania y Francia (en este
país, se ha extraído el dato ponderando su porcentaje de votos en la coalición
NUPES, según los diputados obtenidos en 2022 la Asamblea Nacional), 13 en Italia
y 10 en España.
En Gran Bretaña, la caída ha sido
de 2,5 puntos, lo que parece poco dramático, pero se trata de unas cifras
dopadas por el sistema electoral mayoritario, que genera un sistema
bipartidista reforzado. El valor indicativo sería la diferencia con su
principal competidor, los conservadores. Si en 1992, la diferencia fue de 7,5
puntos, en las últimas elecciones se ha elevado a 11,5.
En Polonia, los socialdemócratas
incluso han ganado unas décimas. Pero su trayectoria ha dibujado un zig-zag.
Tras un auge espectacular a comienzos de siglo, cuando superaron el 40% y
recuperó el gobierno, en sólo cuatro años bajaron los 30 puntos que habían
ganado desde los primeros noventa, y en esas cifras se han estancado.
En Alemania, el SPD se fortaleció
tras la caída del muro y la reunificación nacional. Pero en la mayor parte del
resto de países occidentales, el final del socialismo real generó un
chocante desprestigio del modelo socialista democrático. El hundimiento
comunista generó una marejada que arrastró en grados diferentes a algunos
partidos socialdemócratas.
A lo largo de los años noventa,
los partidos socialdemócratas gobernaron en solitario en Grecia, España (hasta
1996), Portugal (segunda mitad de la década), Suecia (la mitad de los años del periodo,
con apoyo de socios menores a la izquierda), Gran Bretaña y Chequia (sólo en el
tramo final) y un par de años en Malta. Como socios mayores de coalición,
prolongaron su dominio en 13 países. Y participaron como socio menor en otros
tres países. En Italia oscilaron entre la cabecera y la subsidiariedad.
En los nuevos países
democráticos, los desaparecidos o ahora marginales partidos comunistas
cambiaron sus nombres y, en muchos casos, adoptaron la marca socialista o
socialdemócrata. Inicialmente, el gambito pareció funcionar, debido a la
inmadurez de los nacientes partidos liberales o conservadores. Pero en muy
pocos años los socialdemócratas fueron reducidos a papeles secundarios en la
gobernabilidad de estos países, con la excepción de Rumanía.
LA GUERRA CONTRA EL TERROR OBSTRUYÓ LA RECUPERACIÓN
En la segunda década del periodo
analizado, tras el 11 de septiembre de 2001, el discurso político estuvo
condicionado en gran parte por la denominada guerra contra el terror. A
los socialdemócratas no les sentó bien. En España, se registró una
circunstancia paradójica. En el gran triunfo de Zapatero de 2004 jugaron un
papel primordial las mentiras del PP sobre el
atentado islamista de Madrid.
En el resto de Europa, los
socialdemócratas solo consolidaron su hegemonía en Noruega. Se apagaron pronto
en Grecia y, cuando reaparecieron, al final del periodo, fueron consumidos en
apenas dos años. Conservaron un influencia matizada al frente de los gobiernos
durante mitades distintas de la década en Alemania, Italia, Portugal, Hungría,
Austria, Suecia y menos tiempo en los antiguos países del Este (Rumanía,
Eslovaquia, Eslovenia, Lituania). Y sólo quedaron como fuerza secundaria en los
gobiernos de Alemania (desde 2005), Países Bajos, Finlandia, con presencia
fugaz y testimonial en los bálticos más pequeños.
LA AUSTERIDAD, UNA LOSA DEMASIADO
PESADA
En esta última década, la
decadencia se ha confirmado y ampliado. Los socialdemócratas sólo han gobernado
en solitario en la minúscula y bipartidista Malta, y en Portugal (aquí sólo en
los últimos tres años, después de otros tres anteriores en coalición con la
izquierda).
En Alemania, el SPD ha tardado
veinte años en recuperar la jefatura del Gobierno. Los socialdemócratas pagaron
muy caro el giro liberal de Schröder en los años bisagra entre los dos siglos.
El techo del 40% alcanzado en 1998 fue corregido a la baja en las dos
elecciones siguientes, lo suficiente para perder la Cancillería en 2005. En el
comienzo del periodo Merkel, el partido se despeñó hasta el 23% (2009). La
austeridad impuesta a toda Europa no fue contestada debidamente por el SPD, que
siguió cayendo hasta el mínimo histórico del 20,5% en 2017. El agotamiento de
la canciller democristiana y su retirada de la vida política permitió el
regreso de los socialdemócratas al gobierno en 2021, al frente de una difícil
coalición “semáforo” con verdes y liberales.
En Gran Bretaña, los laboristas perdieron 15 puntos entre las elecciones ganadas por Blair en 1997 y las que, en 2010, devolvieron el poder a los conservadores (aunque en inusual coalición con los liberales).
En Francia, la política de
“rigor” con la que el Presidente Hollande pretendía enmascarar la versión local
de la austeridad alemana y europea fue contestada en las urnas con un descenso
de más de 20 puntos, en 2017. La derrota fue tan dolorosa que un partido casi
siempre fracturado se debilitó aún más. La emergencia de la izquierda crítica (Francia
Insumisa) estuvo a punto de condenarlo a la marginalidad. Al final, un gran
acuerdo de todas las fuerzas a la izquierda de Macron (NUPES), le ha permitido
sobrevivir. Con todo, el sector más liberal del PSF contestó el pacto y amenazó
con abandonar el partido.
En Italia, Romano Prodi (en
realidad, un técnico con ideas democristianas progresistas) había encabezado en
2006 un gobierno de coalición de centro-izquierda dominado por el Partido
Democrático de la Izquierda (uno de los nombres adoptados por los
excomunistas cuando se hicieron socialdemócratas). Los primeros embates de la
tormenta financiera acabaron con el experimento de manta grande, que no
pudo salvar ni siquiera el astuto Massimo D’Alema. La única alternativa más o
menos sólida a la coalición de las derechas fueron los gobiernos tecnocráticos.
Pasado lo peor de la tormenta, las apariciones de Enrico Letta, Matteo Renzi y
Paolo Gentiloni (tres intentos en una sola legislatura) resultaron fallidas. En
un nuevo giro, el PDI se ha escorado a la izquierda, como suele hacer cuando
está en la oposición.
En España, la experiencia de
Zapatero fue a morir con la crisis financiera, que su gobierno tardó en
advertir. El resultado fue un castigo
severo en 2011, tras un agónico final de mandato. Incluso en la oposición, el
PSOE siguió bajando, debido a la crisis de liderazgo interno, hasta sus peores
registros desde la recuperación de la democracia, un 22% en 2015 y 2016. En
2019 recuperó el control del gobierno, pero, por primera vez desde el
restablecimiento de la democracia, tuvo que pactar con la izquierda crítica.
En dos países de fuerte tradición
socialista como Austria y Países Bajos, la decadencia también ha sido notable.
La caída en el primero presenta una imagen más suave pero casi constante,
mientras en el segundo el desplome de 2012 a 2017 presenta similitudes con el
caso francés.
En los países excomunistas de
Europa central y oriental se han registrado altas y bajas. En Polonia, el
excelente resultado de los socialdemócratas en 2001, no les dio vuelo para más
de una legislatura. Desde entonces no han sido ni siquiera alternativa a los
gobiernos de derecha y ultraderecha. Sólo Rumania tiene gobierno socialista,
aunque en gran coalición con los liberal-conservadores del PNL. En los otros
países, se han producido altas y bajas, pero la tendencia, al cabo, ha sido
depresiva.
En las repúblicas exyugoslavas de
Croacia y Eslovenia, los nuevos partidos socialdemócratas que surgieron del
sistema autogestionario de Tito tampoco han jugado un papel relevante. Tuvieron
un auge a finales de la primera década del siglo, que resultó efímero. Los
croatas encabezaron una coalición de gobierno durante una legislatura a partir
de 2001 y los eslovenos se han mantenido como socios menores de las listas
liberales. En los estados bálticos exsoviéticos casi nunca alcanzaron una
posición de fortaleza, de ahí que tampoco sufrieran retrocesos acusados.
CAÍDA SOCIALDEMÓCRATA, AUGE
NACIONALISTA
La pregunta obvia es dónde han
ido a parar los votos que ha perdido el socialismo democrático europeo a lo
largo de estas tres décadas largas.
Una parte se ha desplazado a los
partidos centristas (el caso más claro es el de Francia, a partir de 2017). Otros
han engrosado la abstención, cuyo incremento en este periodo se analizó en el
primer trabajo de esta serie. Pero lo más significativo políticamente ha sido
el beneficio obtenido por los partidos del nacionalismo conservador e
identitario, que, por lo general han erosionado más al segmento de izquierda
que al liberal-conservador del consenso centrista.
Como apreciamos en el gráfico, el
auge nacionalista ha coincidido, aunque en periodos diferenciados, con el
descenso socialdemócrata en Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, España,
Rumania, Países Bajos, Chequia, Suecia, Hungría, Dinamarca, Finlandia, Eslovaquia
y Letonia. En otros países, se han visto más castigados los conservadores y
liberales.
En
cambio, la izquierda crítica apenas se ha beneficiado del descenso
socialdemócrata, salvo en Grecia, Francia y España. Lo cual indica un claro
desplazamiento del electorado hacia la derecha. No se trata de un fenómeno
lineal. Los votantes socialistas con convicciones menos arraigadas se mueven al
centro-derecha, en tanto que el segmento más conservador del centro-derecha
opta por propuestas más radicales bajo la bandera del nacionalismo.