LA SOMBRA DE AL QAEDA


26 de julio de 2012

                Los últimos atentados en Irak y Siria se atribuyen a una acción más o menos coordinada, pero supuestamente inspirada por ramas locales de Al Qaeda, una organización dúctil y esquiva como pocas.

                La emergencia ‘jihadista’ no ha sido repentina en Siria, por supuesto. Desde hace unos meses –como poco, desde finales de año- se venían identificando acciones con la marca de Al Qaeda. Pero el incremento de atentados con coche bomba y suicidas han clarificado las sospechas. Eso no quiere decir que todos los de la primera categoría lleven el sello ‘binladista’. De hecho, los propios combatientes supuestamente desligados de Al Qaeda han admitido utilizar este método para desestabilizar posiciones del régimen. Pero fuentes de inteligencia norteamericanas e institutos de investigación que efectúan un seguimiento pormenorizado de las operaciones militares aseguran que al menos tres organizaciones afiliadas a la matriz que ahora dirige el egipcio Al Zawahiri habrían actuado con cierta regularidad en Siria. A saber: el Frente por el pueblo de Levante Al Nusra (que sería la más poderosa o numerosa), las Brigadas Abdullan Azzam y la Brigada del Martirio Al Baraa ibn Malik.

                EL DOBLE FRENTE JIHADISTA

                Lo que ha puesto en alerta a los países árabes vecinos y a las potencias occidentales ha sido la confluencia de estas actuaciones con el recrudecimiento de los desafíos terroristas en el vecino Irak. La cadena de una cuarentena de atentados realizados en varias localidades del país, con más de un centenar de víctimas en total, ha sido reivindicado por grupos locales de Al Qaeda, que parece tener un líder respetado, Abu Baker Al Baghdadi, del que poco se sabe, más allá de sus pretensiones por convertirse en heredero Al Zarquaui, liquidado ya hace unos años por el ejército norteamericano.

                Al Baghdadi transmitió el pasado fin de semana un mensaje en el que se congratulaba por el ‘coraje y la paciencia’ de los hermanos combatientes en Siria. Días después, uno de sus subalternos en Irak, de seudónimo Abu Thuha, en Kirkuk,  proclama el objetivo de crear en ambos países una especie de ‘Estado islámico unificado’ que declararía la guerra a Irán e Israel y liberaría Palestina.

                Más allá de la evidente intencionalidad propagandística carente de realismo, esta proclama puede considerarse un síntoma de la vinculación existente entre las organizaciones ‘jihadistas’ suníes que operan en Siria e Irak, según admiten algunos expertos y estudiosos norteamericanos. Los alauíes sirios, minoría en su país, constituyen una versión local del chiismo, mayoritario en Irak y detentador del poder después Saddam, que impuso el dominio de la minoría sunní. Alauíes sirios y chiíes iraquíes cuenta con la protección más o menos firme de Irán. De ahí que la disputa interna en ambos países tenga un alcance regional. 

La confirmación independiente de la presencia de Al Qaeda en Siria es y será aprovechada por el régimen sirio, que pretende presentar la insurgencia como la acción de células terroristas. Obviamente, se trata de una imputación interesada con la que se quiere deslegitimar globalmente a la oposición. Pero la afirmación no es completamente falsa, aunque algunos portavoces del opositor Congreso Nacional Sirio hayan asegurado no tener evidencia de la presencia de sucursales de Al Qaeda en Siria. 

No es eso lo que dicen altos funcionarios iraquíes, quienes aseguran, según cita THE NEW YORK TIMES, que “los extremistas buscados por Irak son los mismos que ahora está persiguiendo Siria”. Irak no sería el único lugar de procedencia de los ‘binladistas’ que combaten en Siria. Bab al-Hawa, puesto fronterizo con Turquía, ahora bajo control rebelde, se habría convertido en “punto de congregación jijadista”, según el diario neoyorquino.  

Por otro lado, los rebeldes sirios que combaten en las calles a los soldados de Assad expresan cierta indiferencia ante la supuesta presencia de células de Al Qaeda –no desde luego rechazo- e incluso la dan por bienvenida, si contribuye a derribar el régimen. 

EL OJO Y EL PUÑO DE ISRAEL

Estas informaciones de la prensa occidental acerca de la amenaza combinada de Al Qaeda en Siria e Irak se han sumado a las propagadas sobre el riesgo latente que supone el arsenal químico del régimen alauí. La confirmación de un portavoz oficial del Ministerio de Exteriores en Damasco, luego matizada por el propio titular del departamento, se ha interpretado no tanto como una amenaza sino como un puro ejercicio disuasorio. Es decir, confirmamos que disponemos de las armas para hacer más creíble su uso como último recurso, si se produjera una ‘intervención extranjera’. 

En Israel se dispararon las alarmas. O, más bien, cabe decir que se puso al día el discurso, porque los planes de contingencia israelí están a punto desde el comienzo de la crisis. Tanto los servicios de inteligencia como el liderazgo político contemplan con preocupación la evolución de los acontecimientos. 

Lo que más se teme es que, en una acción desesperada, un sector del Ejército propicie una transferencia del arsenal militar –y en particular de las armas químicas- a los milicianos chiíes libaneses de Hezbollah. O que, en caso de derrumbamiento precipitado del régimen, ese armamento sea capturado por combatientes indeseados de la rebelión. El Ministro israelí de Defensa, el laborista Ehud Barak, aseguró que, ante la inminencia de cualquiera de los dos casos, contemplarían una operación militar para impedirlo. En LE MONDE, Gilles Paris, especialista en Oriente Medio, ponía en boca de un “alto responsable diplomático francés” que esa “sería una razón suficiente para provocar una intervención americana o israelí”. 

Los israelíes se han desmarcado de simpatía occidental hacia los rebeldes, como han hecho en el resto de las revueltas árabes. En Jerusalén prefieren el status quo, porque temen que el descontrol de la situación permita derivas alarmantes. Si bien es verdad que la derrota del clan Assad y el final de la hegemonía alauí en Siria tendría el efecto de privar a Irán de su principal aliado en la zona y debilitaría tremendamente a los chiíes de Hezbollah en Líbano, la mencionada emergencia de Al Qaeda cuestionaría esas ganancias. Israel había iniciado hace años unos contactos discretos con Siria, bajo mediación turca, que ciertamente no condujeron a nada. Pero, de alguna forma, los manejos de Damasco habían dejado de constituir una preocupación mayor para Israel, salvo en su capacidad para ejercer un papel desestabilizador en Líbano.

SIRIA: ¿EL PRINCIPIO DEL FINAL O EL FINAL DEL PRINCIPIO?


19 de julio de 2012

                Los acontecimientos se precipitan en la crisis siria. No son pocos los observadores que predicen ya un desenlace más o menos inmediato. Los que sostienen esta tesis se refieren, claro, al final del régimen. Otros, más cautos, consideran que la debilidad del poder oficial es innegable pero alargan los plazos de su definitivo hundimiento.
                Dos hechos han agudizado el debate en los últimos días: la aparente demostración de fuerza de los rebeldes, al llevar los combates a zonas sensibles de Damasco, y el atentado que ha costado la vida a tres altos cargo del aparato político-represivo.
                Los combates en la capital se pueden considerar todavía como acciones de guerrilla (golpear y replegarse), más que el inicio de un asedio, puesto que los rebeldes, aunque aumenten su capacidad ofensiva paulatinamente, no parecen aún en condiciones de desafiar el centro de gravedad del régimen. Con todo, el descaro con el que se produjeron sus operaciones, a dos kilómetros apenas del Palacio Presidencial, suponen como mínimo un golpe de efecto de indudable importancia psicológica. Uno de sus principales objetivos sería incrementar las defecciones no sólo de oficiales y soldados, sino también de personalidades prominentes cuya lealtad al régimen se debilita progresivamente.
                El segundo hecho tiene un impacto más rotundo, más directo. El atentado contra el principal Centro de Coordinación de las operaciones contra la rebelión y la muerte de tres jerarcas del régimen (otros también destacados están seriamente heridos) comporta un valor de propaganda indiscutible. La operación –todavía por esclarecer- ha sido reivindicada por los rebeldes y por una especie de célula jihadista que habría extendido su capacidad operativa recientemente. Esta doble atribución extiende dudas sobre la autoría y dispara las especulaciones sobre un posible ajuste de cuentas en el interior del clan dominante.
De los tres eliminados, el más notorio, sin duda, es Assef Shawkat, el viceministro de Defensa. Aunque su jefe y superior, el general Daud Rajha, (cristiano, por cierto) también pereciera en el atentado, Shawkat es la pieza más importante, por ser el cuñado del presidente (marido de su hermana Bushra). Desde su puesto, el fallecido aseguraría el control del ejército regular, vigilando posibles traiciones y defecciones. Una de las más notorias hasta la fecha ha sido la de Manaf Tlass, amigo y coetano del Presidente, e hijo del que fuera durante décadas ‘lealísimo’ ministro de Defensa de Hafez el Assad, padre del régimen. El abandono de Tlass supuso una alarma escandalosa para Bashar, aunque pudiera no haberle cogido completamente de sorpresa.
El responsable de la información de Oriente Medio en LE MONDE, Benjamin Barthe, recuerda, en una conversación con los lectores, que las relaciones de Shawkat con su otro cuñado, Maher el Assad, “eran notoriamente malas”. Como responsable de la muy poderosa 14 División del Ejército, una especie de guardia pretoriana dotada de los mejores medios materiales y militares, Maher pasa por ser el ‘hombre fuerte’ del régimen, el preferido de los radicales defensores de la resistencia a toda costa. Nadie se atreve a calificar las relaciones entre Bashar y su hermano pequeño, pero en algunos poblados alauitas –afirma Barthe-, se oye el eslogan ‘Bashar a la clínica (por su profesión de oftalmólogo), Maher al poder’.
EL MARGEN NEGOCIADOR
A estas alturas, con apenas un 50% del territorio firmemente bajo control, en el régimen sirio se estarán calibrando todas las opciones. En cuanto a las militares, las limitaciones de defensa numantina se estrechan. El aprovisionamiento del bando oficialista se limita al apoyo ruso. El posible recurso al arsenal químico no descartable, desde luego, pero manipulaciones anteriores sobre este supuesto en otros lugares abonan el escepticismo.
En cambio, aumenta el suministro militar de los rebeldes. Ziad Majer, profesor libanés de la Universidad norteamericana en París y  destacado especialista en Siria, asegura que los insurgentes se benefician de tres líneas de aprovisionamiento de armas: las que proceden del propio ejército, por captura, derrota o abandono en combate; las procedentes del tráfico de larga data en la frontera iraquí; y, más recientemente, las que llegan a través de Turquía, convertida en la potencia más activa en el apoyo a los rebeldes. El diario NEW YORK TIMES ha publicado un documentado informe sobre el experimentado uso de las bombas y otros artefactos explosivos por parte de los rebeldes.
La otra opción del clan Assad para cambiar la dinámica de los acontecimientos es la diplomática. Si se confirmara la decadencia militar del régimen, podría activarse una posible solución que redujera daños. En este punto, los intereses del actual poder sirio y de Rusia (y, en parte, también China) podrían seguir convergiendo. Moscú podría modificar de forma oportunista su posición de intransigencia, si se le dan garantías de conservar su influencia estratégica en Siria, lo que pasa por el mantenimiento de base naval de Tartus. La importancia de esta instalación se ha exagerado en Occidente, según algunos analistas rusos (a este respecto, léase el análisis de Ruslán Pusjov en FOREIGN AFFAIRS). Más que una presencia militar, lo que Rusia se juega en Siria es una baza para actuar como elemento relevante en Oriente Medio, aparte del prestigio, claro, ya muy deteriorado. Pero la capacidad de maniobra de Moscú está ligada al poderío de los Assad. Si éste se derrumba, ¿para qué atender las preocupaciones rusas?
LA DESESPERACIÓN ALAUÍ
El aliciente para que Occidente se aviniera a un rescate controlado del actual régimen sería, supuestamente, evitar una prolongación del conflicto; es decir, que el principio del final se convirtiera en final del principio. Que la ‘guerra de liberación’ contra el régimen de los Assad deviniera en guerra de resistencia de la minoría alauí, con pocas pero significativas aportaciones de otras minorías
Los alauíes más favorecidos –o más temerosos- por cuatro décadas y media de privilegios hacen sus cálculos. La derrota militar –por traición o por desgaste- no tiene por qué abocar a la aniquilación o el exilio (en el caso de los principales prebostes locales). En algunos círculos se evoca abiertamente la consolidación de territorios alauíes liberados, defendidos a machamartillo, con los poderosos medios que conservaría esta minoría ahora gobernante, en el noroeste del país.
Se dibuja, según estas previsiones, una analogía con la resistencia de la minoría serbia en Croacia, por algunas similitudes aparentes: proporción de población muy pareja (un 12%) y fuerte presencia y control de los aparatos militares y de seguridad. Pero se aprecia también una notable diferencia: Serbia podía proporcionar y canalizar un abastecimiento intenso y permanente, mientras que el eventual aliado de los alauíes sirios, Irán, apenas podría emprender un esfuerzo de esa naturaleza, por discontinuidad territorial.
La base de una resistencia alauí descansa en otros factores. No está garantizada la unidad de los rebeldes una vez conseguido su objetivo de derrotar al régimen. La capacidad de los alauíes y otros descontentos, por no hablar de rivalidades internas, puede convertirse en un tormento para los futuros responsables de la ‘nueva Siria’. Esta amenaza es aún más fuerte que en Libia, donde las hostilidades tribales y regionales  constituyen un factor permanente de desestabilización.

ESCENARIOS CONVULSOS, AMISTADES CONFUSAS

11 de julio de 2012 
               
Desde el comienzo de su mandato, el Presidente Obama abandonó el unilateralismo de la administración Bush en la gestión de los problemas mundiales y restableció un método de diálogo y consenso con los socios mayores, los miembros de la OTAN.  Pero en su condición de líder indiscutido e indiscutible de la esfera occidental, Estados Unidos ha seguido marcando la pauta de las certificaciones de buena conducta, debido a dos factores fundamentales: la percepción de cambios estratégicos y  las presiones internas.
                LA ‘PREFERENCIA’ AFGANA
                En el caso de Afganistán, las presiones internas son demasiado visibles. Estados Unidos acaba de otorgar a este país el estatus de aliado preferente fuera de la OTAN. Es una consideración que excede la retórica diplomática, porque tiene efectos económicos y militares. En la Conferencia de Tokio se concretó la significación futura de este compromiso. Estados Unidos arrastró a sus aliados de la OTAN y a los de la alianza paralela en Asia a fortalecer un futuro sin amenazas en el cuarto país más pobre de la tierra, y quizás el más volátil de todos, en cuanto a los intereses occidentales se refiere. Los 16 mil millones de dólares aportados deberían servir para edificar una infraestructura elemental de desarrollo en el país. Ha pasado inadvertido que esa cantidad, a depositar en cuatro años, es idéntica a la que Estados Unidos se gastará anualmente en consolidar los aparatos de seguridad (Fuerzas Armadas y policía).
Europa ha aceptado sin entusiasmo, y aportará cantidades mucho más pequeñas, comparativamente, porque no se fía de que el dinero sea invertido correctamente. Aunque la donación está supeditada al cumplimiento de unas condiciones de buen gobierno y erradicación de la corrupción, y el propio presidente Karzai ha admitido que se trata de una exigencia justa y razonable, no está claro que pueda alcanzarse ese objetivo.
                Pero Obama no puede parar la dinámica de abandono europeo de Afganistán y necesita una estabilización exprés y un escenario de cierta claridad antes de noviembre. La grandilocuencia de los gestos no compensa las dudas y los recelos sobre el terreno.
                Afganistán es un caso especial, porque representa el escenario más complicado de la política exterior norteamericana. Pero no el único. Por ceñirnos a estos últimos cuatro años, los de la administración Obama, la selección de aliados ha estado sometida a procesos de revisión complejos e inciertos.
En Asia, la ‘doctrina Clinton’ sobre la prioridad estratégica de este continente para los intereses norteamericanos en el comienzo de este siglo y la necesidad de ofrecer una contención política, militar y económica al surgimiento de China. Europa contempla con sumo interés esta situación, pero no juega un papel determinante. Si bien, la hegemonía china en el mundo emergente se confirma día a día, pese a las dificultades, y sufre también las consecuencias en su economía y en su modelo social, lo cierto es que Estados Unidos percibe una amenaza mucho más directa, porque Pekín le está disputando la preponderancia en el escenario mundial. Estas urgencias explican el cambio de actitud de Washington hacia Birmania, precipitadamente favorable según algunos analistas.
BAILE DE DISFRAZES EN ORIENTE MEDIO
                En el otro escenario más conflictivo del momento, el mundo árabe, la consideración de aliados está sometida a revisión intensa y la confusión se acrecienta por semanas. En un reciente artículo del NEW YORK TIMES se examinan las paradojas que dominan la actitud de Washington, impensables hace unos años.
                Incluso en los lugares en que todavía se puede sostener un discurso maniqueo, como en Siria, las percepciones de aliados y enemigos no se perfilan con claridad. Si las potencias occidentales no se permiten considerar de momento la intervención militar es, básicamente, porque no están seguro de quien se beneficiaría de la caída del régimen alawita de Assad. Resulta tentador el debilitamiento indirecto de Irán, pero la emergencia de una Siria sunní conservadora ligada a los intereses de las petromonarquías del Golfo no tranquiliza a Occidente. Peor aún sería la ‘yemenización’ (conflicto étnico y radicalización religiosa) del país.
Siria no es Libia, se dice con frecuencia en los análisis de los expertos militares. Cierto. Se trata de dos países muy distintos en cuanto a la consideración de riesgo de una acción militar. Pero las diferencias son de también de orden político y estratégico. Libia no está en el epicentro del mundo árabe islámico, la influencia de los islamitas ortodoxos es más lejana, la implantación de las células radicales es mucho menor. Y prueba de ello han sido las elecciones legislativas recientes, que han roto con la cadena de triunfos islámicos en la franja mediterránea africana, a favor de una coalición de corte liberal y afinidades occidentales. En cambio, Siria es un elemento fundamental en el equilibrio regional. La desestabilización del país repercutiría en toda la región y las consecuencias no serían fáciles de absorber.
Ocurre lo mismo en Egipto, donde esa percepción alterada de aliados y rivales es muy aguda estos días. Una vez confirmado en la jefatura del Estado, el candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi, ha decidido marcar su territorio al declarar la nulidad de la disolución del Parlamento electo, lo que supone un desafío a los militares, pero también a los jueces (la otra pieza institucional clave del antiguo régimen). Se avecina una cohabitación en toda regla. Y tanto los poderes fácticos como el poder político miran a Washington para percibir de qué lado se decantan allí los favores o las simpatías. De momento, puede pensarse con cierta lógica que si a Morsi se le permitió tomar posesión es porque Estados Unidos previno a los militares de una maniobra de fuerza. Pero no es un secreto que muchos miembros de la administración norteamericana están mirando con lupa las actuaciones de la cofradía antes de extenderle un apoyo seguro.
Algunos ejemplos paradójicos. Preocupa en Washington que Morsi manifestara su intención de pedir la entrega de Omar Abdel Rahman, el Jeque ciego que cumple cadena perpetua en Estados Unidos por el primer atentado contra las Torres Gemelas. Pero, al mismo tiempo, se le concede visa a un parlamentario salafista que jugó un papel relevante en la organización yijadista Gamma Islamia en los años noventa.
Todo ello se explica por ese vertiginoso cambio de percepciones. Las opciones islamistas ya no se asocian al terrorismo, como en la época de Bush, sino que se ven como ventanas de oportunidad para prevenir derivas radicales.
 Este cambio de óptica en la identificación de bandos crea incomodidad en la sociedad egipcia. Los sectores liberales y progresistas censuran a Morsi que haya restablecido el Parlamento disuelto, aduciendo futuras complicaciones jurídicas, cuando en realidad temen la consolidación de una orientación islámica conservadora en el país. Entre el sable y la sotana, eligen lo primero, porque creen que los militares pueden estar más controlados por el amigo americano. ¿Estarán en lo cierto?

MEXICO: LA VICTORIA PÁLIDA DEL PRI


               


                5 de julio de 2012

                Enrique Peña Nieto será el próximo Presidente de México. El PRI, que dirigió los destinos del país durante siete décadas y acabó su mandato desprestigiado por la corrupción y el autoritarismo, se ha sentido reivindicado  Pero esta victoria no ha sido inequívoca ni estará ausente de polémica.

La ventaja amplia de diez puntos avanzada por las primeras estimaciones se vio reducida sustancialmente al término del conteo oficial en apenas seis puntos. Peña tendrá que gobernar sin haber sido respaldado por más de la mitad de los mexicanos. El PRI tampoco pudo contará con la mayoría absoluta en el Parlamento, lo que limitará el margen de maniobra del Ejecutivo. En compensación, ha reforzado su poder regional, ya que gobernará en dos de cada tres estados.

Pero empañan mucho más este resultado favorable las denuncias de irregularidades y chapuzas electorales, que confirmaban los temores ya avanzados durante las últimas semanas de campaña. El candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, segundo en la carrera, ha impugnado los resultados, como hizo seis años atrás, cuando sostuvo que había sido él y no el conservador Felipe Calderón quien había ganado las elecciones presidenciales.

                En esta ocasión, el margen otorgado por la autoridad electoral a vencedor (PRI) es mucho mayor, unos cinco puntos, frente al medio punto de ventaja concedido en 2006 al derechista Partido de Acción Nacional (PAN). Pero, contrariamente a lo ocurrido hace seis años, la protestas no han venido sólo de la gran coalición de izquierda liderada por el PRD, sino por sectores organizados de la ciudadanía, en particular por el movimiento estudiantil de protesta, #YoSoy132. Las irregularidades denunciadas consisten en falta de papeletas de votos en algunos colegios electorales, compra-venta de credenciales electorales, amenazas y extorsiones, etc.

                ¿REGRESO AL PASADO?

                En todo caso, con o sin discusión, la victoria atribuida al PRI confirma el fracaso de la alternancia de la derecha después de doce años de escasas reformas, modestos resultados económicos, estancamiento de los problemas sociales más acuciantes y, sobre todo, el incremento de la violencia (más de 50.000 muertos), fruto de una estrategia de militarización del combate contra los cárteles del narcotráfico. La candidata ‘panista’ (conservadora) no ha superado el 25% de los votos. Ni siquiera contó con el apoyo decidido de su correligionario y actual presidente, Felipe Calderón. Peor aún,  el antecesor de éste, el también derechista Vicente Fox, recomendó el voto para el candidato de sus rivales del PRI.

                Peña Nieto habría ganado estas elecciones sin que se sepa a ciencia cierta con que programa cuenta para afrontar los grandes desafíos del país. A pesar de las protestas de renovación del partido que dirigió los destinos de México durante siete décadas, la ambigüedad continua siendo su principal divisa. El futuro Presidente no actuó precisamente como renovador en su anterior cargo como Gobernador del Estado de México, el más poblado de la treintena que compone la Federación mexicana.

                El triunfador electoral eludió los temas más espinosos del panorama político y social. Algunas de sus propuestas más concretas, como la contratación de un exitoso policía colombiano como asesor de seguridad, persiguieron más el impacto que la clarificación de su proyecto político. Por sus credenciales, se le atribuye un pragmatismo sin referencias muy precisas. En este sentido, Peña Nieto pretende situarse en el centro, más como tierra de nadie donde podrá maniobrar con más comodidad que como voluntad de equilibrio entre la derecha y la izquierda. Se espera que avance en la liberalización económica y que busque una relación sin conflictos con Estados Unidos. Pero en Washington temen que afloje en el acoso a los narcos para asegurarse una mayor paz social. Sus primeras declaraciones prometiendo una conducta sin compromisos hacia los capos de la droga parecen dirigidas a despejar esas dudas.

                En los próximos días se sabrá si su victoria en la ‘grande’ (como llaman los mexicanos a la elección presidencial) se ve reforzada con la mayoría ‘priísta’ en el Parlamento. De momento, también parece consolidada su hegemonía en los gobiernos regionales. Nunca perdió este anclaje en el poder, que le ha sido el PRI de gran utilidad para recuperar la Jefatura del Estado.

                Peña Nieto ha asegurado que su triunfo no representa un regreso al pasado, porque él representa una nueva generación y el PRI ha aprendido de sus errores y ha cambiado. No ha resultado convincente, ni para sus adversarios, ni para una buena parte de los mexicanos. Pero si un porcentaje suficiente de ellos ha decidido depositarle su confianza, puede deberse en gran parte al fuerte sentido práctico y conservador de los mexicanos.

                EL AVANCE INSUFICIENTE DE LA IZQUIERDA

La izquierda tendrá que seguir trabajando para consolidar una opción de gobierno, que de momento se limita a reforzar sus posiciones en la capital del Estado, el Distrito Federal, y la gobernación en media docena de estados. No es un mal resultado, pero los mexicanos progresistas más activos confiaban en dar la vuelta a la historia y asumir la responsabilidad de acabar con el ciclo de fracasos históricos de México.

La derrota por segunda ocasión consecutiva de López Obrador disparó las especulaciones sobre su ‘jubilación’ política.  Durante la campaña, algunos analistas progresistas temieron que los votantes de izquierda no compartieran ciertos guiños casi místicos del discurso de su candidato, como sus apelaciones a la bondad y a la búsqueda de la felicidad como motivaciones supremas de la acción política. Este discurso de AMLO puede deberse en parte al esfuerzo por hacer más amable su imagen y borrar el malestar que despertó en ciertos sectores de la clase media su insistencia en no admitir la victoria de Calderón en 2006 por considerarla fraudulenta.

Al final, la opción de izquierda fue revitalizada por el movimiento juvenil de protesta ‘#Yosoy132’, sin discusión la gran novedad de la campaña electoral. La denuncia de los manejos del viejo (y nuevo) aparato ‘priísta’ y las valientes críticas de los manejos propagandísticos de los oligopolios televisivos han constituido una de las grandes novedades de este proceso electoral. Está por ver si se consolida y ejerce un papel dinamizador de las opciones progresistas en México.