5 de julio de 2012
Enrique
Peña Nieto será el próximo Presidente de México. El PRI, que dirigió los
destinos del país durante siete décadas y acabó su mandato desprestigiado por
la corrupción y el autoritarismo, se ha sentido reivindicado Pero esta victoria no ha sido inequívoca ni
estará ausente de polémica.
La ventaja
amplia de diez puntos avanzada por las primeras estimaciones se vio reducida
sustancialmente al término del conteo oficial en apenas seis puntos. Peña
tendrá que gobernar sin haber sido respaldado por más de la mitad de los
mexicanos. El PRI tampoco pudo contará con la mayoría absoluta en el
Parlamento, lo que limitará el margen de maniobra del Ejecutivo. En
compensación, ha reforzado su poder regional, ya que gobernará en dos de cada
tres estados.
Pero empañan
mucho más este resultado favorable las denuncias de irregularidades y chapuzas
electorales, que confirmaban los temores ya avanzados durante las últimas
semanas de campaña. El candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador,
segundo en la carrera, ha impugnado los resultados, como hizo seis años atrás,
cuando sostuvo que había sido él y no el conservador Felipe Calderón quien
había ganado las elecciones presidenciales.
En
esta ocasión, el margen otorgado por la autoridad electoral a vencedor (PRI) es
mucho mayor, unos cinco puntos, frente al medio punto de ventaja concedido en
2006 al derechista Partido de Acción Nacional (PAN). Pero, contrariamente a lo
ocurrido hace seis años, la protestas no han venido sólo de la gran coalición
de izquierda liderada por el PRD, sino por sectores organizados de la
ciudadanía, en particular por el movimiento estudiantil de protesta, #YoSoy132. Las irregularidades
denunciadas consisten en falta de papeletas de votos en algunos colegios
electorales, compra-venta de credenciales electorales, amenazas y extorsiones,
etc.
¿REGRESO
AL PASADO?
En
todo caso, con o sin discusión, la victoria atribuida al PRI confirma el
fracaso de la alternancia de la derecha después de doce años de escasas
reformas, modestos resultados económicos, estancamiento de los problemas
sociales más acuciantes y, sobre todo, el incremento de la violencia (más de
50.000 muertos), fruto de una estrategia de militarización del combate contra
los cárteles del narcotráfico. La candidata ‘panista’ (conservadora) no ha superado el 25% de los votos. Ni
siquiera contó con el apoyo decidido de su correligionario y actual presidente,
Felipe Calderón. Peor aún, el antecesor
de éste, el también derechista Vicente Fox, recomendó el voto para el candidato
de sus rivales del PRI.
Peña
Nieto habría ganado estas elecciones sin que se sepa a ciencia cierta con que
programa cuenta para afrontar los grandes desafíos del país. A pesar de las
protestas de renovación del partido que dirigió los destinos de México durante
siete décadas, la ambigüedad continua siendo su principal divisa. El futuro
Presidente no actuó precisamente como renovador en su anterior cargo como
Gobernador del Estado de México, el más poblado de la treintena que compone la
Federación mexicana.
El
triunfador electoral eludió los temas más espinosos del panorama político y
social. Algunas de sus propuestas más concretas, como la contratación de un
exitoso policía colombiano como asesor de seguridad, persiguieron más el
impacto que la clarificación de su proyecto político. Por sus credenciales, se
le atribuye un pragmatismo sin referencias muy precisas. En este sentido, Peña
Nieto pretende situarse en el centro, más como tierra de nadie donde podrá
maniobrar con más comodidad que como voluntad de equilibrio entre la derecha y
la izquierda. Se espera que avance en la liberalización económica y que busque
una relación sin conflictos con Estados Unidos. Pero en Washington temen que
afloje en el acoso a los narcos para asegurarse una mayor paz social. Sus
primeras declaraciones prometiendo una conducta sin compromisos hacia los capos
de la droga parecen dirigidas a despejar esas dudas.
En
los próximos días se sabrá si su victoria en la ‘grande’ (como llaman los
mexicanos a la elección presidencial) se ve reforzada con la mayoría ‘priísta’ en el Parlamento. De momento,
también parece consolidada su hegemonía en los gobiernos regionales. Nunca
perdió este anclaje en el poder, que le ha sido el PRI de gran utilidad para recuperar
la Jefatura del Estado.
Peña
Nieto ha asegurado que su triunfo no representa un regreso al pasado, porque él
representa una nueva generación y el PRI ha aprendido de sus errores y ha
cambiado. No ha resultado convincente, ni para sus adversarios, ni para una
buena parte de los mexicanos. Pero si un porcentaje suficiente de ellos ha
decidido depositarle su confianza, puede deberse en gran parte al fuerte
sentido práctico y conservador de los mexicanos.
EL
AVANCE INSUFICIENTE DE LA IZQUIERDA
La izquierda
tendrá que seguir trabajando para consolidar una opción de gobierno, que de
momento se limita a reforzar sus posiciones en la capital del Estado, el
Distrito Federal, y la gobernación en media docena de estados. No es un mal
resultado, pero los mexicanos progresistas más activos confiaban en dar la
vuelta a la historia y asumir la responsabilidad de acabar con el ciclo de
fracasos históricos de México.
La derrota por
segunda ocasión consecutiva de López Obrador disparó las especulaciones sobre
su ‘jubilación’ política. Durante la campaña, algunos analistas
progresistas temieron que los votantes de izquierda no compartieran ciertos
guiños casi místicos del discurso de su candidato, como sus apelaciones a la
bondad y a la búsqueda de la felicidad como motivaciones supremas de la acción
política. Este discurso de AMLO puede deberse en parte al esfuerzo por hacer
más amable su imagen y borrar el malestar que despertó en ciertos sectores de
la clase media su insistencia en no admitir la victoria de Calderón en 2006 por
considerarla fraudulenta.
Al final, la
opción de izquierda fue revitalizada por el movimiento juvenil de protesta ‘#Yosoy132’, sin discusión la gran
novedad de la campaña electoral. La denuncia de los manejos del viejo (y nuevo)
aparato ‘priísta’ y las valientes
críticas de los manejos propagandísticos de los oligopolios televisivos han
constituido una de las grandes novedades de este proceso electoral. Está por
ver si se consolida y ejerce un papel dinamizador de las opciones progresistas
en México.
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