19 de julio de 2017
La
crisis política y social en Venezuela se agrava día a día. El pulso entre el
gobierno y la oposición se intensifica. Las iniciativas de mediación exterior
consiguen algunos resultados (como parece haber sido el caso de la impulsada
por el expresidente Zapatero en el caso del cambio de situación del líder
opositor Leopoldo López). Pero se trata de parches puntuales, de pequeñas
válvulas de escape en un panorama extremadamente volátil y peligroso.
Se
abre paso la sensación de que, en esta tensión entre ambos polos políticos, la
oposición parece haber tomado la iniciativa. El relato mediático de lo que
ocurre en Venezuela está dominado por una visión muy hostil hacia el
sistema. Por supuesto, hay motivos de
sobra para considerar la experiencia bolivariana no es tan positiva como
proclaman sus promotores. A su vez, la imagen que los medios internacionales proyectan
de la oposición es demasiado favorable, con independencia de que muchas de sus
reivindicaciones sean justas y razonables.
Aun
contando con la “contaminación mediática” es imperativo intentar hacer un
análisis de los escenarios más previsibles.
1.-
EL AGRAVAMIENTO DEL CONFLICTO BIPOLAR
Esa
deriva es la que parece imponerse, a tenor de la escalada de desafíos en que se
han empeñado las dos partes. A la “consulta” de la oposición, seguirá,
previsiblemente, el próximo 30 de julio, la elección de una nueva Asamblea
Constituyente. Ambas iniciativas están diseñadas para deslegitimar
completamente al rival (la impulsada por la oposición) o para maniatarlo y
privarlo de base política (la articulada por el gobierno). Son propósitos vanos
que incitan a la confrontación y alejan la perspectiva de entendimiento.
La
“consulta” opositora ha contado con una participación amplia, pero no
definitiva, no superadora de la división meridiana del país. Siete millones de
votos (el 97% contrario a las políticas gubernamentales) puede ser muchos, pero
no suficientes para deslegitimar al gobierno por completo. La irregularidad
implícita de la iniciativa y la imposibilidad de acreditar garantías son limitaciones
adicionales en el alcance de la estrategia opositora.
La
participación en las elecciones constituyentes será un factor mucho más
interesante desde el punto de vista político, porque debe reflejar el grado de
cohesión del sistema bolivariano, en el que aparecen grietas tan importantes
como para considerar otras vías.
2.-
LA FRAGMENTACIÓN DEL RÉGIMEN
En
Venezuela se ha producido un fenómeno de inversión política desde la
desaparición de Chaves. Antes, era la oposición la que se encontraba dividida
y, por ello, generalmente impotente, mientras las fuerzas que arropaban al
gobierno se mantenían bastante unidas. Ahora, las fracturas son más apreciables
en el régimen bolivariano, mientras la oposición, parece haber superado sus
clásicas rencillas y, sin resolver del todo sus contradicciones, parece capaz
de articular un frente unido.
Ha
sido precisamente la convocatoria de la Constituyente lo que ha agudizado las divergencias
en el bando chavista, que se venían incubando desde la sucesión. El sonoro
pronunciamiento de la Fiscal General, Luisa Ortega, en contra de esos comicios
por considerarlos inconstitucionales y, lo que es más significativo, contrarios
a la herencia bolivariana ha abierto una vía de agua en la aparente solidez del
régimen.
Es
difícil identificar a los distintos grupos o familias que aún defienden la
resistencia a ultranza. Chavez nunca consiguió la unidad monolítica, aunque lo
intentara con ahínco. En el chavismo cohabitaron sectores de la izquierda
clásica (comunistas, socialistas revolucionarios, extremistas, populistas,
autónomos, etc.). El denominado “socialismo del siglo XXI” fue la fórmula
retórica del líder del movimiento para aglutinar a todos esos sectores. Pero
diferencias ideológicas o tácticas aparte, existía una dinámica de confluencia
y de entendimiento que afianzaba el sistema bolivariano. Junto con los ingresos
del petróleo, naturalmente.
Con
Maduro, las cosas cambiaron. Algunas prominentes figuras del chavismo
criticaron la elección del fundador. El actual Presidente nunca fue un
candidato de consenso, sino más bien una opción por descarte de otras opciones
que se anulaban unas a otras. Maduro se entregó a una retórica exagerada, y por
lo general vacía, para tapar sus limitaciones políticas. La
bajada de los ingresos por la caída de los precios internacionales del crudo
privó al gobierno de su capacidad para contener el descontento por el deterioro
de la situación económica, la crisis de abastecimiento y el empeoramiento notable
de las condiciones de vida.
La
oposición creció a medida que el gobierno se desacreditaba. Y el gobierno
acumuló errores a medida que la oposición lo acosaba con presión política
interna y apoyo mediático y diplomático externo. El triunfo opositor en las
elecciones legislativas hizo bascular el equilibrio político: la oposición tomó
la iniciativa y el gobierno se vió obligado a jugar a la defensiva.
Ahora,
el sistema ve peligrar no una posición de poder o beneficio, sino el destino
mismo de la revolución bolivariana. Dos opciones se dibujan: o el
atrincheramiento en posiciones comunes (improbable), o el intento de conformar
un nuevo liderazgo, una rectificación, que garantice la continuidad del
sistema. Pero ¿quienes serían los actores de esa rectificación? No parece que
puedan ser otros que los militares.
3.-
LA OPCIÓN MILITAR
El
llamado “poder militar” parece indiscutible en Venezuela. Las Fuerzas Armadas
Nacionales Bolivarianas (FANB) encabezan un tercio de los ministerios y
gobiernan la mitad de los departamentos del país. Pero, aparte del poder
político, atesoran un importante poderío económico. Controlan empresas en todos
los sectores productivos y financieros (agricultura, industria, construcción,
turismo, banca, finanzas, etc.). Incluso han puesto un pie en la joya de la
corona, el petróleo, con una compañía “autónoma”: no dependiente del Ministerio
petrolero ni, por supuesto, de PDVSA (la empresa estatal de hidrocarburos).
Esta
estructura similar (o calcada) a la cubana, proporciona a las FANB una palanca
de primer orden en el juego de poder actual. Además de activos institucionales
y materiales, los uniformados asumen un creciente papel en el control del orden
público, debido al intratable problema de la delincuencia. La oposición
sostiene que el régimen militariza el tratamiento de la criminalidad para
enmascarar la represión y organizaciones de derechos humanos avalan, al menos
en parte, esta imputación. Pero el gobierno cree que la criminalidad forma
parte de la estrategia de los enemigos internos y externos para acabar con la
revolución. Mafia y sabotaje económico serían las armas de este combate
insidioso contra el proyecto bolivariano.
Chávez
tuvo tiempo para introducir cambios notables en las Fuerzas Armadas y
convertirlas en la retaguardia de la Revolución. El poder popular sería la
vanguardia. Se puede discutir si ésta es la ecuación real o es la inversa. En
todo caso, esa comunión entre el pueblo y el ejército es el núcleo del sistema
bolivariano.
La
oposición empieza a cortejar a los militares para que abandonen el barco del
chavismo. El otro día un destacado parlamentario aseguraba que si el Ejército
actuaba en interés del pueblo su iniciativa no podría considerarse golpista.
Desde
el lado chavista, no se apoya pública o expresamente la “solución militar”.
Pero, sotto voce, no es descabellado pensar que los bolivarianos de primera
hora, los que hacen otra lectura del legado de Chaves, los críticos con el madurismo, o simplemente los que tienen
más que perder puedan ver en una intervención militar la garantía de una
necesaria “rectificación”.