ZOMBIS JURÍDICOS

1 de febrero de 2009

El fantasma de Guantánamo legado por la administración Bush, no se ha resuelto del todo con las primeras órdenes ejecutivas del Presidente Obama. Desgraciadamente, la voluntad política del nuevo gobierno no será suficiente para liquidar la mayor vergüenza de la historia jurídica norteamericana desde Vietnam.
El embrollo legal, las implicaciones políticas de las alternativas penitenciarias y el estado de pánico creado por la utilización torticera de la amenaza terrorista complican la superación rápida de la pesadilla.
Las órdenes ejecutivas de Obama establecen el cierre del sistema de detención de Guantánamo en el plazo de un año, el repudio de las comisiones militares y la vuelta a la jurisdicción ordinaria –civil o militar- para abordar los casos, y la prohibición de torturas y sevicias en los interrogatorios de la CIA como método de obtener información de los supuestos terroristas detenidos o apresados.
Pero las organizaciones de defensa de los derechos humanos han señalado estos días ambigüedades en la decisión del nuevo presidente y factores políticos y psicológicos subyacentes que podrían tener desarrollos inquietantes en los próximos meses.
En primer lugar, la directiva presidencial no descarta de forma tajante el uso de “procedimientos especiales” de nuevo cuño para el tratamiento jurídico de algunos de los todavía 245 huéspedes de Guantánamo.
Sobre el asunto de los interrogatorios, algunos creen ver cierta ambivalencia. Es verdad que se establecen como referencia los manuales clásicos de las fuerzas armadas y se rechazan la presión física, la inducción de pánico, el sometimiento al aislamiento y otros métodos próximos a la tortura o claramente propios de ella. Pero el decreto presidencial deja la puerta abierta a “cambios de política”. Y, lo que algunos medios como LOS ANGELES TIMES han visto como más preocupante, se crea un grupo especial que deberá examinar esos manuales militares para “determinar si la CIA necesitaría orientaciones distintas o adicionales”.
Los que defienden la limpieza de las intenciones del nuevo gobierno aseguran que no hay por qué albergar sospechas y, en todo caso, señalan los factores que dificultaran una alternativa viable a los guantánamos.
En primer lugar, el riesgo de que, como consecuencia de las innumerables irregularidades cometidas, muchas de las acusaciones queden sin efecto, ahogadas en la nulidad del proceso. Eso podría provocar que algunos de los detenidos sobre los que pesan más que evidencias de responsabilidad de graves crímenes tuvieran que ser puestos en libertad. En este sentido, produce escalofríos a los asesores de Obama que el mismísimo Jaled Sheikh Mohamed, presunto cerebro del 11-S, pudiera verse exonerado por haber sido sometido al suplicio del waterboarding (“la bañera”), como otros “presos de gran valor”, por su relevancia en la cadena operativa binladista.
Otro factor que complicará la superación del problema es la difícil reubicación de los 245 de Guatánamo y de las decenas de detenidos más que andan repartidos por los miniguantánamos creados por los guerreros de la CIA, en forma de cárceles secretas, centros de detención flotantes y otras celdas ominosas. Algunas informaciones situaban a la mayoría de estos presos en dos cárceles militares de alta seguridad, en Kansas y Carolina del Sur. Pero podrían no ser suficientes; o, para los que sean sometidos a procesos civiles, se precisarían de prisiones ordinarias, ya en funcionamiento o por construir. Hasta ahora, representantes y senadores se han cuidado mucho de ofrecer sus estados respectivos para albergar a los presuntos culpables. Hay un temor extendido a que estos futuros penados sean imanes para acciones de represalia yihadista.
Tampoco ayuda la difícil expatriación de estos prisioneros irregulares. Por tres razones. Una, en sus países de origen no los quieren. Dos, no existen garantías de que reciban mejor trato que el sufrido; más bien al contrario: no en vano, los gobiernos árabes aliados de conveniencia de Estados Unidos han sido cómplices de la ilegítima política penitenciaria de la administración Bush y presentan terribles credenciales en materia de derechos humanos. Y tres, podrían resultar “filtrados”. Ya habría habido un caso: el del saudí Said Ali al-Shihri. Una vez abandonado Guantánamo y después de haber pasado por un programa de rehabilitación en Arabia, se habría convertido en jefe de Al Qaeda en Yemen, según fuentes de inteligencia citadas por el NEW YORK TIMES.
Y en Occidente, la importación de los guantánamos produce incomodidad e inquietud. Es cierto que algunos países europeos han aireado su disponibilidad de hacerse cargo de algunos para ganarse la simpatía de la nueva administración. Pero la mayoría ha aceptado con la boca muy pequeña y el corazón encogido. La reflexión previa sobre el asunto realizada por los ministros de exteriores de la UE no concluyó, como de esperar, con una posición común. El antecedente australiano prefigura complicaciones.
Por lo demás, si Obama ha resuelto el asunto Guantánamo y asociados, con las salvedades señaladas, en cambio ha aplazado el del centro de detención de Bagram, en Afganistán. Bagram huele incluso peor: los detenidos están sometidos a condiciones más duras y no tienen a acceso a sus abogados. El Presidente ha encargado al Fiscal General y al Ministro de Defensa que elaboren una solución alternativa en el plazo de seis meses. Pero ¿qué pasaría si se produce una ofensiva militar norteamericana en Afganistán, como parece más que probable? ¿Una nueva oleada de prisioneros taliban o jihadistas obligaría a Washington a revisar la revisión? ¿O a acelerarla?
Un juez de Columbia ha puesto un plazo mucho más corto –apenas un mes- para que la administración de respuesta a una petición de habeas corpus solicitada por cuatro detenidos en Bagram. Y el juez se basa precisamente en las intenciones contenidas en los decretos de Obama.
Además de ciertos jueces, numerosas asociaciones cívicas y medios progresistas, no parecen dispuestos a que los presos sin derechos se conviertan en zombis jurídicos, cuyos derechos legales estén formal o aparentemente vivos pero, en la práctica, se encuentren privados de vida real.

LA CARROZA Y LA CALABAZA

23 de enero de 2009

Después de la sobredosis de escenografía y los excesos mediáticos, llega la hora de la verdad para el Presidente Obama.

Quizás la clave de lo que anida ahora en el imaginario colectivo del ciudadano global se puede resumir en este anhelo: cómo debe hacer el Presidente Obama para responder a las esperanzas y evitar las decepciones.

La herencia es tan abrumadora, el contexto es tan negativo y la sensación de deterioro de la función pública esta tan extendida que Estados Unidos y buena parte del mundo se mueven entre los anhelos de cambio y el temor al fracaso, además sin alternativa.

Hay cierta irresponsabilidad en sobrecargar las expectativas. Parte debe atribuirse a unos medios erráticos, secuestrados por el espíritu del show-business y lastrados por el deterioro de la profesión. Con alivio, se ha podido leer estos días una confesión de parte en Los Angeles Times –por cierto, uno de los innumerables periódicos norteamericanos en la UVI.

“Debemos extraer las enseñanzas de nuestra historia reciente, en la que se ha visto cómo el apoyo de todo un pueblo a su presidente ha enterrado el más mínimo espíritu crítico, condición sin embargo necesaria para obligar a los políticos a rendir cuentas de sus actos”.

Se refiere LAT al ardor patriótico que los druidas de Bush construyeron después del fatídico 11 de septiembre y todas las perversiones que se derivaron de aquello. Que no ocurra ahora lo mismo, aunque por razones diferentes, clama el diario.

La fascinación por Obama responde más a consideraciones emocionales que a fundamentos racionales. Sin restar trascendencia histórica al acontecimiento, un conjunto de exigencias distorsiona el significado del momento político.

El fenómeno de la Obamanía no es, sin embargo, puro artificio. No creo que este político con imagen de buen chico sea producto de laboratorio o un líder con pies de barro. Lo relevante de su significado histórico es que ha sabido acompasar la originalidad relativa de su discurso con la necesidad objetiva, y lo ha hecho antes que muchos de sus rivales. Su intuición política se ha demostrado superior. Y en el mundo actual, la intuición marca la diferencia.

Un rasgo común de muchos de los comentarios de estos días es la combinación entre la excitación por algo nuevo -que además lo parece- y la ansiedad por el temor a que la carroza se convierta en calabaza. Hay demasiada tendencia en estos tiempos a construir historias, cuentos, fábulas sobre las respuestas políticas a los problemas colectivos. El personismo dominante necesita héroes. Aunque la realidad subyacente se complazca en destruirlos.

Obama es, en parte, producto (¿será victima?) de ese personismo. Un hombre pasa salvarnos de la crisis. Un hombre para redimir a un nación que ha comprobado como descansa sobre un sistema envenenado. Un hombre para enderezar el rumbo que no extravió una fuerza de la naturaleza sino un endemoniado proyecto de laboratorio. Todos los símbolos de una nación todavía joven han sido puestos estos días en estado de máxima excitación para multiplicar el efecto grandilocuente.

El estado de gracia no se ha agotado con el clímax de la toma de posesión de Obama. Ahora estamos asistiendo al fragor de las primeras medidas. Me atrevería a insinuar incluso que el balance de los emblemáticos primeros cien días ya esta diseñado en los despachos de la Casa Blanca, salvo sobresaltos no evitables.

No hay tiempo, ahora, para leer la letra pequeña o para escuchar a los que hablan en voz baja por temer a ser inoportunos. No es momento de aguafiestas.

Y sin embargo, es una exigencia intelectual proclamar que los excesos son negativos y son sospechosos. Que la decepción Obama, de confirmarse, no será sólo producto de conspiraciones o enemigos emboscados en pasillos, tejados y cloacas del sistema.

Debemos esperar un presidente mejor, más preparado, más amable, más dialogante, más racional, más inteligente. También más ambiguo. No ha ganado las elecciones un idealista. Curiosamente, Obama no ha dicho explícitamente que lo sea, pero sus discursos están construidos sobre esa presunción. Es lugar común en sus proclamas arremeter contra los cínicos. De un lado y de otro. Pero su praxis, su estilo político se alimenta de un pragmatismo cultivado en ese cinismo que el ejercicio de la política irremediablemente produce, sobre todo a partir de determinadas alturas.

Por todo ello, los que defendían con más pasión el triunfo de Obama hace un año sienten ahora más desasosiego que los que mantenían un actitud escéptica ante su discurso.

En todo caso, los primeros pasos de Obama suenan a tercera vía blairista: no más o menos Estado, sino mejor Estado, vigilancia pública discreta para prevenir derivas del mercado, ayuda pública no por caridad, sino como vía más segura para el bien común (una combinación de fabianismo y pragmatismo).

En el terreno de la libertades, doctrinal liberal clásica norteamericana: rechazo de la “falsa opción entre seguridad e ideales” . Con Guantánamo, se opta, de momento, por la suspensión cautelar, como se esperaba. Pero se anuncia que en un año ese monumento a la vergüenza será clausurado y los odiosos métodos de detención, tutela e interrogación de detenidos. asimilables a los de las dictaduras, serán abolidos. En renovación de la política, compromisos concretos de medidas éticas de transparencia y control.

En política exterior, recuperación del multilaterismo, pero versión Washington. Es decir, se proclama que se cuenta con todos, pero sobre la base de la visión norteamericana del mundo. Y una dosis de músculo dirigida a los enemigos recalcitrantes: “os derrotaremos”. Las primeras llamadas telefónicas al exterior le entretuvieron más en Oriente Medio. Israel le ha “regalado” a Obama una pausa en la masacre de Gaza. Pero no nos equivoquemos: los cien días coinciden con la recta final de la campaña electoral israelí. Es hora de recoger dividendos, después de las apuestas bélicas. Irak tendrá una “solución profesional”: los militares dirán cómo resolver el dilema de la retirada.

De esto y de lo demás, hablaremos en las semanas siguientes.

ESPERANDO A OBAMA

16 de enero de 2009

A sólo unos días de tomar posesión, Barack Obama ha multiplicado apariciones en los medios para anticipar el enfoque inicial que dará a su gobierno, sobre todo para afrontar la crisis económica. En paralelo, se han vertido en cascada consejos, recomendaciones y, por qué no, presiones sobre lo que, desde cada punto de vista, debería hacer para responder a los desafíos que tiene por delante.

Obama permanece fiel a si mismo. O al menos fiel a lo que se ha revelado como seguro de éxito hasta el momento: un discurso muy bien articulado, una ambigüedad hábilmente presentada como prudencia y una ambición en los fines atemperada por la moderación del discurso y las estrategias.

Los analistas más progresistas no ocultan su desasosiego por ciertas evasivas de Obama. O, peor aún, por cautelas que presagian cierta aprensión en el giro que debe dar para garantizar la profundidad del cambio. El flamante premio Nobel de Economía, Paul Krugman, que respaldó con entusiasmo su elección, le ha prevenido con insistencia desde el NEW YORK TIMES del peligro de “quedarse corto”. Le aconseja con pasión que se olvide de los recortes de impuestos, incluso a la clase media, y apuesta claramente por un keynesianismo sin complejos ni ambigüedades: gasto público, promoción de los servicios sociales, etc.

La evocación de Roosevelt está a la orden del día estos días en Estados Unidos. El propio Obama ha reconocido que está estudiando con detenimiento los discursos del presidente que consiguió sacar al país de la Gran Depresión de los años treinta.

Pero los tiempos son otros, y otros son los temperamentos políticos. Domina la sensación de que Obama evitará riesgos y, como él mismo dice, tratará siempre que pueda de hacer la síntesis de todos estos consejos, a veces contradictorios y hasta opuestos. Es evidente que apostará por una economía de fomento de la demanda, que enterrará las recetas neoliberales y buscará un impulso desde el sector público. Pero con particular atención a que no dispare el déficit que Bush ya ha dejado desbocado, con tres recortes fiscales y un incremento alarmante del gasto militar.

En síntesis, puede decirse que Obama va a moverse según estos principios:

- búsqueda del consenso interpartidario, siempre que pueda, moviéndose entre “ambos lados del pasillo legislativo”, en el lenguaje del Capitolio.

- toma constante de temperatura de los agentes económicos y sociales para evitar alarmas, preocupaciones o rechazos que dificulten la legitimidad de las medidas.

- pragmatismo en la ejecución de los planes.

En política exterior, el nuevo presidente tendrá que atender varios frentes del amplio “arco de la crisis” que cubre el mundo arabo-islámico. El relativo apacigüamiento iraquí apenas aliviará la renovada presión en Palestina, el dossier siempre pendiente de la nuclearización de Irán y el avispero del Asia meridional.
Su para muchos decepcionante performance ante la campaña bélica israelí en Gaza no debería haber sorprendido, si nos atenemos a sus propias declaraciones públicas o a la composición de su equipo diplomático.

Hillary Clinton estuvo brillante en su comparecencia ante el Comité del Senado que confirmó su nombramiento como Secretaria de Estado. Se esforzó por moderar su conocido talante pro-israelí, pero sin avanzar compromisos. Algún diario especula con la posibilidad de que Hillary ponga en escena a algún diplomático no “gastado” durante el mandato de su marido. Pero los nombres que hasta ahora han emergido son veteranos de aquellos años. Nunca como entonces se estuvo cerca de un acuerdo de paz, pero se acabó como siempre: en la frustración de la diplomacia norteamericana y en la recriminaciones mutuas entre israelíes y palestinos. THE GUARDIAN asegura que Obama estaría dispuesto a negociar de forma indirecta (casi clandestina) con Hamas, y cita a un diplomático próximo a los Bush como posible encargado de la misión.

El escenario afgano-pakistaní se presenta también confuso y lleno de interrogantes. Obama ha enviado a su vicepresidente, Joe Biden, a Islamabad, con toda probabilidad para que explique los parámetros de su estrategia ante aquel conflicto. Pero seguramente también a recibir información de primera mano sobre la actitud de los dirigentes pakistaníes; en particular, del nuevo jefe de los servicios de inteligencia militar, clave para cualquier política a implementar.

Los indios han elevado el umbral de la presión al hacer públicas supuestas evidencias sobre la involucración de los servicios secretos pakistaníes en los atentados de Bombay. LE MONDE ofrecía un resumen inquietante. Es de esperar que India atienda las peticiones de retención y prudencia que Obama, en la misma línea que la administración saliente, solicitará. Pero Nueva Delhi exigirá garantías en un sentido doble: que se acabe con cualquier forma de complicidad y que se castigue a la madeja de responsables.

El NEW YORK TIMES publicó el domingo pasado dos imprescindibles artículos de su corresponsal senior, David Sanger: uno dedicado a la sedicente incertidumbre acerca del control del armamento nuclear en Pakistán, y otro sobre lo que se sabe -y lo que se supone- del programa atómico iraní. La conclusión más importante es que los servicios de inteligencia norteamericanas trabajan mucho más en las sombras que en el conocimiento sólido de lo que ocurre.

Estas dudas sobre la fiabilidad de la información otorga sentido a una de las polémicas más agudas en la conformación del equipo de gobierno de Obama. La selección del Leon Panetta como director de la CIA ha sido muy criticada, sobre todo desde las propias filas demócratas. Panetta fue jefe de gabinete de Clinton. Su habilidad política y su competencia como gestor de crisis no están en discusión. Pero se reprocha al presidente en ciernes que haya elegido a una persona inexperta en asuntos de inteligencia. Después de varios días de debate, el asunto ha quedado solventado en gran parte por el talante conciliador de Obama y su habilidad para desactivar las críticas.

Ocurre también que el presidente electo está por estrenar, está entero. Hasta el propio Bush, en parte por exigencias del guión, le regala elogios. Pero le hará falta mucho más que el indudable capital político acumulado y la enorme esperanza dentro y fuera de Estados Unidos para dar respuestas ciertas, justas y creíbles a un mundo que está mucho peor que la última vez que un demócrata se sentara en el Despacho oval.

DILEMAS MORALES Y TEOREMAS DE LA DESPROPORCION

9 de enero de 2009

Más allá de los análisis sobre el ataque israelí contra Gaza, de las implicaciones políticas o las negociaciones diplomáticas para conseguir “treguas humanitarias”, resulta muy estimulante prestar atención a los dilemas morales que esta última guerra en Oriente Medio está suscitando entre intelectuales, pensadores y analistas de la zona.

El dilema cardinal sobre el que gira la mayoría de los comentarios es si la respuesta israelí a los ataques de Hamas con cohetes Qasam es “desproporcionada” o, por el contrario, es la adecuada al contexto. Según que la respuesta oscile a uno u otro lado, la operación militar puede juzgarse de “excesiva”, “injusta” o “agresiva”; o, por el contrario, de “justificable”, “legítima”, o “necesaria”.

Intelectuales árabes y judíos, de distintas nacionalidades y desde plurales latitudes ideológicas, tratan estos días de establecer una cierta sanción moral sobre lo que está ocurriendo en Gaza.

Desde el contorno árabe, por supuesto, la opinión se alinea abrumadoramente con la tesis de que Israel está cometiendo una nueva agresión contra el pueblo palestino. Un conocido poeta libanés, Abdo Wazen, plantea su personal dilema moral en las páginas de AL HAYAT: repudia el Código Penal que HAMAS quería aprobar (en el que se contemplan sanciones tales como la flagelación, la amputación de manos, la crucifixión y la pena de muerte), pero afirma que “no es el momento de polémicas internas sino de defender lo que resta de sesenta años de luchas” del pueblo palestino.

En Israel, el dilema moral en torno a la proporción o desproporción de la respuesta israelí es mucho más polémico. Aunque reputados intelectuales críticos como Amos Oz, A.B. Yehoshua o David Grossman han manifestado su “comprensión” por la operación militar (si bien Grossman ha ido haciéndose más crítico a medida que se agravaba la situación de los palestinos), otros han demostrado coraje para escribir contracorriente.

Entre los ejemplos más obscenos de esta guerra, Neve Gordon, profesor en la Universidad Ben Gurion denuncia en THE NATION cómo el ejército israelí satura las líneas telefónicas de Gaza con llamadas grabadas en la que anuncia los bombardeos y recomienda buscar refugio a la población civil, y luego bombardea ciertos recintos civiles con el argumento de que HAMAS los usa como tapadera sus acciones. El poeta Jonathan Greffen, más bien conservador, se escandaliza en MAARIV de que “enviemos medicamentos a los palestinos antes de bombardear sus almacenes de medicamentos”.

En Occidente, el sufrimiento de los palestinos suele concitar apoyos masivos. Las manifestaciones de estos días no constituyen una sorpresa. Esa simpatía es ridiculizada por las élites políticas y militares israelíes; y despreciada por segmentos sociales más populares pero muy nacionalistas, que lo consideran producto de la propaganda y hasta de un cierto antisemitismo histórico europeo.

El filósofo de derechas francés de origen judío André Glucksmann se mofa, en un comentario para LE MONDE, de las críticas sobre la “desproporción” de la actuación israelí. “Todo conflicto es por naturaleza desproporcionado”, asegura en tono sofista. Y termina con una afirmación deliberadamente provocadora: “No es desproporcionado querer sobrevivir”.

En el terreno mediático, las desproporciones son alarmantes. Como viene siendo desgraciadamente habitual, los militares le han tomado la medida a los medios, quienes, guerra a guerra desde 1991, se muestran cada vez más impotentes, dependientes y sumisos de la autoridad competente..... militar, por supuesto.

Los periodistas no han podido cubrir los hechos desde el interior de Gaza por expresa prohibición de Israel, pese a que el Tribunal Supremo decidiera que los informadores pudieran ingresar junto con el personal de servicio de la ONU y las organizaciones humanitarias. Resultado: la desproporción informativa lleva a que veamos las casas de las ciudades meridionales israelíes dañadas por los cohetes Qassan, pero apenas podamos contemplar el destrozo de Gaza, más allá de algunas imágenes sueltas de los episodios más dramáticos, servidos por freelancers locales que trabajan para las cadenas occidentales.

Suscita también dilema moral ciertas desproporciones en las actuaciones de los dirigentes norteamericanos. A saber:

- Que la administración Bush se empleara a fondo para convencer a los indios de que se abstuvieran de emplear la fuerza contra las bases en el vecino Pakistán de los jihadistas responsables de los atentados de Bombay, mientras justificaba, defendía y alentaba la respuesta militar contra Hamas en Gaza, por unas acciones que tuvieron consecuencias mucho menos dramáticas.

- Que Obama haga de Don Tancredo en esta ocasión, cuando se apresuró a manifestar sus opiniones con ocasión de los mencionados atentados de Bombay.

- Que los medios de comunicación convencionales norteamericanos sigan empeñados en mostrar una visión decididamente parcial e incompleta de la significación de HAMAS para la sociedad palestina, en tanto acentúan el carácter “defensivo” de la actuación israelí.

En el juego de las proporciones y desproporciones para fijar el juicio moral, se pasan por alto, a menudo, ciertos elementos:

Tan cierto es que HAMAS hizo inviable la continuidad de la tregua, como que Israel nunca cumplió uno de los principios de la misma al no levantar, ni siquiera relajar, el bloqueo de la franja, haciendo por momentos insoportable la vida cotidiana de millón y medio de palestinos.

Tan cierto es que HAMAS se ha resistido a reconocer el derecho de Israel a existir como que Israel se ha negado a aceptar que el movimiento islamista ganó en buena lid las elecciones y su triunfo no le valió la condición de socio en unas eventuales negociaciones.

Tan cierto es que HAMAS representa la expresión más sombría del panorama político ideológico en las sociedades árabes actuales como que Israel ha ido enterrando sus originales credenciales democráticas para deslizarse hacia un sistema militarista, debilitado por la corrupción, la mediocridad política, el sectarismo mediático y la intolerancia de buena parte de su población.

LA DERROTA ANTICIPADA DE ISRAEL

2 de enero de 2009

Los políticos israelíes creen que han ganado la guerra a Hamás, aunque no hayan terminado aún las operaciones militares y sigan considerando la más extrema de las opciones: una ocupación completa del territorio.

Podrán proclamar que han destruido la infraestructura civil, policial y militar del Movimiento de Resistencia Islámico palestino. Podrán proclamar que los ciudadanos israelíes de Askhelon, Sderot y otras pequeñas poblaciones del sur volverán a dormir tranquilos. Podrán proclamar que el Estado hebreo y su inefable brazo armado han vuelto a cumplir con su compromiso sagrado de velar por la seguridad del país. Podrán proclamar que los enemigos de Israel –en particular, los más cercanos- son hoy más débiles que ayer. En definitiva, podrán cantar victoria.

Pero Israel ha perdido esta guerra. Tarde o temprano, se darán cuenta. Igual que tardaron en advertir que perdieron, por segunda vez, la guerra del Líbano en 2006. Porque las guerras basadas en castigos colectivos terminan perdiéndose, por muy abrumadoramente eficaz que se constate la superioridad militar sobre el terreno.

Un general israelí le dijo el martes al corresponsal de la BCC que no pararían hasta derribar el último edificio de Hamas en Gaza. Esa declaración expresa hasta qué punto se ha alejado Israel de la realidad. La clase política israelí está profundamente desprestigiada: más que nunca en su historia. Los militares han constituido siempre la columna vertebral del proyecto político de Israel. Han sido militares la mayoría de sus dirigentes históricos. Todo ciudadano israelí es, potencialmente, un soldado. En algún momento de su vida. O mejor: en cualquier momento de su vida.

Pero también al estamento armado ha llegado el desprestigio. Los militares del siglo XXI no poseen la autoridad moral, la altura de miras y el sentido del Estado de los que asumieron la responsabilidad de hacer viable el proyecto sionista. Hoy son funcionarios seducidos por el poder de una tecnología superior a la de sus vecinos y deformados por la práctica abusiva de la impunidad.

El Ejército israelí que emergió victorioso de las guerras contra sus vecinos árabes se pudrió en el combate sordo, insidioso y fatal contra la resistencia palestina en los ochenta y noventa. Y la puntilla a su prestigio se la dio un movimiento islámico que anidó en el sitio más imprevisible de la zona: el tradicionalmente laico, moderno y filooccidental Líbano. En realidad, Israel contribuyó a crear, alimentar y engrandecer el monstruo que terminó destrozando el elemento de prestigio de que le quedaba. Si los palestinos habían arruinado su argumento moral, los milicianos de Hezbollah acabaron con el mito de su imbatibilidad militar.

Hamas está llamado a ser una segunda edición de ese fracaso. Decía estos días Daoud Kuttab, un periodista palestino, en las páginas del Washington Post que Israel ha revivido a Hamas. Puede tener bastante razón. Según un estudio patrocinado por la Fundación Friedrich Ebert, la popularidad y el apoyo público a Hamas habrían descendido dramáticamente entre la población palestina. Por primera vez en una década, la tendencia mostraba un apoyo creciente a Fatah y decreciente a los islámicos de Hamas. El poder desgasta, incluso a quienes creen que su reino no de es de este mundo.

Pero la desproporcionada y electoralista operación militar israelí en la franja de Gaza puede, a medio plazo, invertir esta tendencia. Tendría Israel que aniquilar cualquier vestigio del Movimiento islámico palestino, y eso es, casi por definición, imposible. Tarde o temprano, los islámicos se reconstruirán, como lo ha hecho Hezbollah. Habrán matado a 500 personas, habrán sembrado odio y habrán teñido las elecciones de sangre. Pero en el castigo colectivo contra una población marcada por la miseria, el aislamiento y la desesperanza llevarán la cruda penitencia.

Pocos son los que son capaces de advertir este peligro. El diario HAARETZ, conciencia crítica de Israel, es prácticamente el único medio que llama la atención sobre los riesgos y la “inutilidad” de estos ataques desproporcionados con respecto a la amenaza que soportan las ciudades meridionales israelíes. Las encuestas avalan el apoyo popular a la operación militar en Gaza: siete de cada diez ciudadanos. El laborista Ehud Barak, ministro de Defensa, responsable político directo de lo que ocurre, ha subido en apreciación popular y está en condiciones de retar a Netanyahu y a Livni en las elecciones de febrero. Hace una semana parecía condenado a la derrota.

Unas líneas sobre la comunidad internacional. De la administración Bush no se esperaba equilibrio ni diplomacia constructiva. La gestiones en favor de una tregua llegan muy tarde y se antojan hipócritas después de haber avalado sin fisuras la operación militar israelí.

Europa clama por una tregua, que difícilmente llegará a tiempo. Es posible que Francia consiga cierta pausa en las operaciones y seguramente veremos a Sarkozy en primera fila. ¿Cuánto tiempo tardarán los contribuyentes europeos en levantar lo que Israel ha destruido con su inútil precisión?

En cuanto a los países árabes, el NEW YORK TIMES ponía de manifiesto estos días cómo la masacre de Gaza puede echar por tierra los intentos de reconciliación de los últimos meses, El acercamiento de Siria a Egipto y al reino saudí puede malograrse. Los Hermanos Musulmanes ya han empezado a criticar con dureza a Mubarak por no abrir la frontera con Gaza. Teme el raïs egipcio una avalancha palestina, pero sobre todo la “infección islámica”.

Más inquietante es el silencio de Obama. Miembros de su equipo han dicho que que Estados Unidos sólo tiene un presidente. ¿Elegancia o escapismo? Obama tuvo un gran empeño en presentarse como “amigo de Israel”, cuando la campaña aún se hallaba en pleno desarrollo. Luego escogió a su principal rival y reputada pro-israelí, Hillary Clinton, como jefa de su diplomacia. ¿Se verá obligado a compensar este sesgo? ¿Preferirá encargar ese cometido a su Consejera de Seguridad Nacional? Obama prometió implicarse a fondo en el gran fracaso de la política exterior norteamericana desde Yalta: la frustrada paz en Oriente Medio.

¿Será Obama un presidente distinto a los anteriores, no ya en los resultados, sino en la naturaleza de su empeño? ¿Rescatará, adaptándolos, los parámetros de Clinton, o fabricará un nuevo plan de paz?

Dicen los políticos israelíes, que Israel lleva décadas resistiendo planes de paz americanos. ¿Resistirá el encanto de Obama o lo situará en la galería de las mortales promesas incumplidas?

MIEDO A LA GUERRA EN NAVIDAD EN PALESTINA

26 de diciembre de 2008

El riesgo de una operación militar israelí contra centros neurálgicos de Hamas en Gaza es muy alto. La tregua de seis meses iniciada a mitad de junio ha concluido, después de unos pocos días de prórroga, en las vísperas de Navidad.

Para renovar la tregua, Hamas había exigido el levantamiento del implacable bloqueo al que Israel somete a la franja desde que el movimiento islámico obtuviera el gobierno del territorio, hace año y medio. Ante la negativa israelí, los islámicos palestinos iniciaron una serie de ataques con cohetes Qassan -hasta Navidad, más de doscientos- sobre varias aldeas y ciudades del sur de Israel. Se han producido numerosos daños materiales, pero sólo heridos leves. En las respuestas israelíes han muerto seis palestinos. Pero se trata de respuestas limitadas, no de la gran respuesta.

Israel celebra elecciones el 10 de febrero. Por tanto, los dirigentes políticos se encuentran bajo presión para decidir qué hacer con Hamas. Lo que se está oyendo y leyendo estos días en Israel no invita al optimismo. Hay miedo y angustia ante la más que probable escalada, de desarrollo terrible y desenlace incierto.

El gobierno duda. El primer ministro, Ehud Olmert, más que un pato cojo es un político desprestigiado por un escándalo de corrupción que le ha obligado a tirar la toalla del pugilato político. Después de unos primeros días de invocación a la prudencia y a la retención, Olmert lanzó un ultimátum a Hamas. Pero escogió un procedimiento singular: una alocución directa a los habitantes de Gaza, a través de la cadena de televisión Al Arabiya, para que se libraran de su gobierno “opuesto al espíritu del Islam”.

Olmert no quiere declarar la guerra, piensan algunos analistas. No quiere despedirse del gobierno con más sangre y con demasiadas dudas sobre el resultado de la operación. Solo recordar lo ocurrido hace un par de año en Líbano le debe producir sudores fríos.

Otros analistas, en cambio, creen que Olmert se encuentra demasiado presionado y antes de tener que empezar a lamentar muertos entre la población israelí, se ha resignado a una operación militar de envergadura. Si no se ha producido todavía, sería por el mal tiempo reinante en Tierra Santa. Porque de lo que se trataría es de operaciones aéreas selectivas, de tal intensidad y pretendida eficacia que no fuera necesaria la intervención terrestre.

El debate está abierto sobre el alcance de la respuesta.

Los halcones –en el Ejército, en la Knesset y en los periódicos- reclaman un escarmiento. Pero no uno más, el definitivo: “la erradicación de Hamas”, de una vez por todas. El ex-jefe de la inteligencia militar, Yossi Ben Ari, escribía hace unos días en YEDIOT AHORONOT que Israel debe liberarse de las trabas que le han impedido solucionar la cuestión Hamas desde hace tiempo. Cree que se ha “quemado la tregua para nada” y sostiene que “el supremo objetivo tiene que ser la eliminación de Hamas y el final del control que ejerce sobre las instituciones del gobierno palestino”.

No obstante, Ben Ari advierte sobre la inconveniencia de una operación militar masiva y aconseja una estrategia basada en cuatro componentes: ocupación de territorio en torno a la localidad de Rafah (la llamada “ruta Filadelpahia”), para cercenar el aprovisionamiento de Hamas, la eliminación de cabecillas islámicos, ataques aéreos precisos y escogidos y sumo cuidado con no infligir daños a la población civil.

Los palomas aconsejan actuar con prudencia. Se oponen a la operación militar y recomiendan, por el contrario, que Israel revise ciertas políticas que han fortalecido más que debilitado a Hamas en Gaza. El diario de izquierda moderada HAARETZ señala el fracaso de una política de “castigo colectivo”, que ha consistido en bloquear la franja, estrangular su economía y, en consecuencia, hacer muy difícil la vida diaria de la población. “El gobierno debe abandonar de una vez por todas su objetivo de meter al genio de Hamas de nuevo en la botella”. Por el contrario, debe “convencer a los palestinos de que existe una alternativa viable a la ideología de Hamas”, concluye HAARETZ.

LE MONDE se convierte en portavoz de las sensibilidades europeas, al calificar a Gaza como “prisión a cielo abierto” y reclama para sus habitantes una dignidad siempre burlada por todos: israelíes, islamistas, autoridad palestina y vecinos árabes.

Portavoz tradicional de las inquietudes y aspiraciones de buena parte de la comunidad judía norteamericana, THE NEW YORK TIMES publicó hace unos días un reportaje sobre la celebración del vigésimo primer aniversario de Hamas, que protagonizó la primera Intifada palestina. El corresponsal se sorprendía de la enorme audiencia del acto: cerca de 200.000 asistentes, para una población de millón y medio de personas, pese a las restricciones y los problemas impuestos por el bloqueo israelí.

Uno de los históricos dirigentes de la izquierda laborista, Yossi Beilin, afirma que Israel “no debe embarcarse en una operación militar”; al contrario, debe mostrar su buena voluntad levantando el bloqueo, facilitando la llegada de productos para satisfacer las necesidades de la población. Para ello, es preciso la colaboración de Egipto.

El vecino árabe es el más preocupado por el curso de los acontecimientos. Trata por todos los medios de frenar la represalia israelí, porque teme muchas de sus consecuencias: oleada de refugiados, recrudecimiento de los enfrentamientos internos palestinos e incremento de la presión de los radicales palestinos dentro de sus propias fronteras. Mubarak ha invitado a la jefa de la diplomacia israelí, Tzipi Livni, para explicarle que el gobierno del que forma parte debe resistir la tentación.

Pero Livni no es carta apaciguadora. Más que integrante destacada de un ejecutivo acabado, es la candidata de su partido, Kadima, a dirigir el futuro gobierno. A Livni le presionan mucho de sus correligionarios que no quieren pasar por tibios, ante las bravatas del líder de la derecha más radical, Benjamín Netanyahu, que proclama abiertamente la solución más dura contra Hamas. No hace falta recordar que el aguerrido Bibi es favorito destacado en los sondeos.

Si se impone la respuesta militar, Hillary Clinton tendrá que poner enseguida a prueba esos poderes extendidos que THE NEW YORK TIMES aseguraba esta semana que había conseguido para la Secretaría de Estado. Más poderes, tal vez, Pero muchos frentes abiertos y muy esquivas soluciones.