COLOMBIA: LA HORA DE LA IZQUIERDA

 23 de Junio de 2022

Colombia y México han sido tradicionalmente países vetados a las alternativas de izquierda en América Latina. Durante décadas los establishments (con vitola política conservadora o liberal, en todo caso, intercambiables) se han ido sucediendo no sólo por la voluntad de los electores sino también por una violencia extrema en la que se han (con) fundido la brutal delincuencia del narcotráfico con las oscuras tramas asesinas de los bajos fondos institucionales.

México pareció romper esa dinámica, con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en 2018.  Y ahora le ha llegado el momento a Colombia, con la victoria de Gustavo Petro, un político que, como otros progresistas de la región (por ejemplo, la brasileña Dilma Roussef), procede del campo revolucionario y/o guerrillero. Militante en su juventud del M-19, Petro ha recalado en una suerte de socialdemocracia latinoamericana, también llamada “segunda izquierda", distinta de la corriente revolucionaria derivada de la experiencia cubana.

Colombia es el segundo país más desigual de América Latina, después de Brasil. El sistema político es profundamente clientelar. Las mayorías sociales se encuentran reprimidas en las ciudades y condenadas a la marginación y una violencia atroz en las zonas rurales. Las manifestaciones de protesta se castigan sin contemplaciones, como ocurrió el pasado año.

Petro es el llamado a impulsar un giro histórico (1), después de décadas de  persecuciones, amenazas continuas, intimidaciones cotidianas y, cuando se considera necesario, asesinatos a pleno día. Ese ciclo infernal continua. Y es más que probable que se mantenga e incluso se intensifique, como un recordatorio siniestro de que las urnas son jueces admisibles si confirman el poder real pero no si pretenden cuestionarlo.

A Petro lo motejan sus adversarios políticos y sociales de populista. No es un recién llegado. Fue alcalde de Bogotá y allí pudo verse su estilo de gobierno. Para algunos, incluso desde posiciones críticas de la sociedad colombiana, demasiado personalista y, como suele ser habitual en la izquierda, un tanto decepcionante. La derecha lo encasilló en la simpatía hacia  el chavismo, en un tiempo de obsesión venezolana entre las clases dirigentes, alimentado por las tensiones fronterizas y por la precaria instalación de los huidos más pobres del país vecino en las localidades limítrofes. Petro tiene poco o nada que ver con el bolivarismo, pero en Colombia todo lo que no sea demonizar la experiencia venezolana equivale a ser su cómplice.

UN PROGRAMA SOCIALDEMÓCRATA

Después de una larga campaña electoral plagada de embustes, presiones y picos de violencia (2), el interés se centra ahora dos grandes dilemas: qué se plantea en realidad hacer Petro cuando tome posesión del Palacio de Nariño (sede de la Presidencia) y qué le dejarán hacer los que detentan el poder real, es decir la alianza entre la oligarquía económica y las instituciones de un Estado diseñado y acostumbrado a blindar sus intereses. Por eso, es vital contar con el apoyo de los menos favorecidos. La selección de la activista ecologista negra Francia Márquez, como compañera de fórmula es un mensaje en este sentido (2).

Petro tiene un programa que puede ser considerado socialdemócrata, con las condiciones y limitaciones propias de la región. En una larga entrevista al semanario liberal británico THE ECONOMIST, el pasado marzo, el entonces candidato desgranaba sus planes de gobierno y apuntaba la estrategia para llevarlos a cabo (3). Los ejes del programa son: reforma fiscal progresista, avances en servicios y justicia sociales y transición ecológica. Los tres están interconectados y no se entienden por separado.

Petro quiere acabar con una fiscalidad no sólo injusta sino además ineficaz. El anuncio de poner coto a la explotaciones petrolíferas generó mucha polémica y alimentó las acusaciones de populismo desde sectores adversarios. En realidad, el presidente electo se compromete a respetar los contratos actuales, pero no concederá nuevas licencias de exploración. Medios de negocios investidos de liberales le imputan demagogia por considerar que sin la expansión del sector extractivo difícilmente podrá cumplir sus promesas de medidas sociales. Petro replica que la clave de su proyecto reside en la reforma fiscal.

Colombia es el único país que, en la práctica, no cobra regalías (derechos) por la explotación de sus hidrocarburos, ya que éstas se deducen de los impuestos satisfechos por la compañías multinacionales. Esto le supone al Estado una pérdida de ingresos que puede elevarse, según los cálculo del presidente electo, hasta los 5 mil millones de dólares.

La segunda apuesta consiste en gravar acumulativamente los dividendos de las grandes empresas, que hoy están exentas, lo que supone no sólo un escandaloso privilegio, sino también un absurda penalización para el Estado. El déficit fiscal de Colombia alcanza los 20 mil millones de dólares (el monto global del presupuesto estatal es de 88 mil millones), lo que significa un 8% del PIB. Este nuevo enfoque fiscal se completa con medidas de equilibrio que implicarán el aumento de la presión fiscal a las 4.000 principales fortunas del país, la fijación de gravámenes a ciertas importaciones y la persecución del fraude fiscal. En total, Petro espera recaudar más de 10 mil millones de dólares adicionales para financiar su programa.

DEBILIDAD POLÍTICA

Petro es consciente de que su programa despierta recelos pese a su moderación, debido a las prácticas oligárquicas del poder. Sus enemigos cuentan con varias palancas para hacer fracasar sus planes. La más evidente es su debilidad parlamentaria. La formación que arropa al presidente, Pacto Histórico, fue el más votado el pasado mes de marzo, pero apenas cuenta con el 14% de los escaños del Senado y el 17% de la Cámara de Representantes. Una veintena de senadores y 27 diputados, de un total de 102 y 106 legisladores, respectivamente (5).

Los partidos “dinásticos”, liberal y conservador, suman 30 senadores y 57 diputados. Pero si se suman los 14 senadores y 16 diputados del ultraderechismo uribista del engañosamente denominado Cambio Democrático, nos encontramos con una oposición capaz de entorpecer la gestión presidencial. El Pacto Histórico podría tener el apoyo de la Alianza Verde en el Senado o de los disidentes liberales del expresidente Santos, artífice del acuerdo de desmovilización de las FARC, que el nuevo presidente respalda activamente. Pero su empeño principal será llegar a acuerdos con el Partido Liberal. Desde la izquierda se teme que estas componendas terminen descafeinando el programa.

La estrategia de Petro consiste en convocar una especie de compromiso nacional a favor de unas reformas que él presenta como patrióticas y no ideológicas. Pero esta retórica no impresiona a los poderes tradicionales del país, que tienen una visión muy cínica y egoísta del interés nacional (6).

LA SOMBRA DE WASHINGTON

La política exterior es otro de los escollos en el camino del nuevo Presidente. Petro tiene que convencer a Estados Unidos de que no alberga propósitos hostiles. No es previsible que los acuerdos militares con Washington se modifiquen sustancialmente. Pero hay revisiones necesarias. La supuesta lucha contra el narcotráfico impuesta por Estados Unidos durante las dos últimas décadas (Plan Colombia) ha sido un fracaso, también en opinión de Petro. El consumo en Estados Unidos ha aumentado y el estado colombiano se ha visto penetrado y contaminado por las mafias del tráfico ahora dominadas por los mexicanos del Golfo.

Las relaciones con Venezuela es el otro factor previsible de tensión con Washington. Petro desea una convivencia constructiva con el vecino. Desde Caracas se ha recibido su triunfo con cordialidad. El Secretario de Estado, Anthony Blinken, ha presentado un saludo positivo de bienvenida. Pero se trata de un mensaje meramente formal. No debe esperarse de la administración Biden una política de apertura significativa, ni gestos más o menos audaces como los de Obama. La reciente Cumbre de las Américas lo demuestra: no fueron convocados algunos de los países con gobiernos más a la izquierda, y otros afines se abstuvieron de acudir en señal de malestar o protesta. Esta nueva “oleada rosa” en la región (Perú, Chile, ahora Colombia y probablemente Brasil, en octubre) incomoda a Washington (7). El artificioso compromiso de Biden con las democracias se queda desnudo en América Latina.

 

NOTAS

(1) “Gustavo Petro’s big win. Colombia’s first leftist president could transform the región. IVAN BRISCOE. FOREIGN AFFAIRS, 19 de junio.

(2) “’She represents me’: the black woman making political history in Colombia”. JOE PARKING DANIELS. THE GUARDIAN, 25 de mayo.

(3) “How Gustavo Petro could change Colombia if he wins the presidential election”. THE ECONOMIST, 28 de mayo.

(4) “El pulso electoral en Colombia sacude la frágil paz”. ELISABETH DICKINSON. INTERNATIONAL CRISIS GROUP, 29 de mayo.

(5) https://registraduria.gov.co/

(6) “He promised to transform Colombia as President. Can he fulfill that vow? THE NEW YORK TIMES, 20 de junio.

(7) “As Latin America embraces a new left, the U.S. could take a back seat”. SAMANTHA SCHMIDT. THE WASHINGTON POST, 21 de junio.

FRANCIA: NADIE DEBE ESTAR CONTENTO

20 de junio de 2022

Francia experimenta de nuevo ese malestar político que ha caracterizado distintas etapas de su historia reciente. La V República, concebida para reforzar la autoridad y la estabilidad de gobierno, parece agotada. Ya no es el gaullismo o sus herederos los que sufren el desgaste, sino el exponente liberal que estaba llamado a reformar las instituciones y el modelo social sin alterar las normas institucionales del régimen.

LAS AMBICIONES DEGRADADAS DE MACRON

¡Ensemble!, la enésima divisa electoral inventada por el macronismo para consolidar la presidencia con un legislativo afín (obediente, en realidad) que pudiera realizar lo que se les escapó en el quinquenato pasado, se ha estrellado contra tres resistencias más fuertes de lo esperado: la recuperación de la izquierda unitaria, la consolidación del nacionalismo identitario y la apatía o el descreimiento de la mayoría del electorado.

El partido de Macron y sus aliados liberales y centristas tendrán 245 diputados en la nueva Asamblea, un centenar menos que hasta ahora, lo que supone una pérdida de 30%. Un revés difícil de negar o de maquillar. Las ambiciones reformistas del Presidente de la República sufren un aterrizaje forzoso para evaluar daños. Los cálculos del día después en París se centran en considerar si Macron se empeñará en negociaciones a derecha e izquierda o preferirá dejar fluir una ruptura institucional para disolver la Asamblea Nacional y convocar nuevas elecciones. La primera opción es fatigosa; la segunda, peligrosa. Macron ha perdido mucho crédito y el panorama mundial no se presta a sus alardes de liderazgo europeo e internacional. Gobernar se convertirá en algo más fastidioso que estimulante, sus queridas reformas del modelo social y político francés (la famosa fórmula de ‘ni derecha ni izquierda’) podrían alcanzar precios muy caros. Francia entra en una etapa de mercadeo.

IZQUIERDA: UN AVANCE MERITORIO PERO INSUFICIENTE

La izquierda se escapa del abismo, pero no puede cantar victoria. No era razonable esperar otra cosa después del estado de debilidad al que había sido reducida por sus propios e insistentes errores y decepciones.

No hay razón para la euforia, ni siquiera para una alegría excesiva. El propio Jean-Luc Melenchon, patrón inesperado de esta nueva versión forzada y forzosa de la izquierda unitaria, ha tropezado en su retórica triunfalista de ponerse como objetivo lograr un resultado que obligara a Macron a elegirlo como primer ministro. Seguramente era una argucia electoral para movilizar a un electorado desconfiado, más que una opción creíble de éxito. Pero si de eso se trataba, el resultado, aun siendo meritorio, resulta insuficiente. Los partidos agrupados en NUPES (plataforma de nombre poco inspirador) obtienen unos 140 diputados, más del doble de los que sumaban en la Asamblea saliente los partidos que la componen. Podrán presionar a Macron, después de un quinquenio delegando esa palanca en las movilizaciones callejeras, pero el presidente tiene socios más afines y convenientes a su derecha.

EL NACIONALISMO SE CONSOLIDA, PERO PARECE TOCAR TECHO

El nacionalismo populista e identitario se consolida como expresión de una parte de la sociedad francesa, que es mucho más numerosa de lo que las correcciones del sistema electoral dejan entender. El cordón sanitario republicano no ha saltado en pedazos, pero se ha resquebrajado. Por sus grietas se han colocado hasta casi 90 diputados de eso que viene en llamarse ultraderecha, término demasiado simplista para definir una opción política que combina factores de la más rancia reacción con una insatisfacción social legítima y comprensible. La representación del partido de Marine Le Pen se multiplica por más de diez, un resultado que asombra a primera vista, pero que en realidad no es tan sorprendente cuando se parte de un origen engañosamente bajo como el que tenía en el periodo legislativo anterior.


Hasta aquí las buenas noticias para este nacionalismo que hace de la identidad un factor de sublimación de las frustraciones sociales, políticas y culturales de un país que se siente en decadencia sin saber cómo evitarlo. La alegría se disuelve cuando se presiente que, después de varias décadas amenazando con subvertir la arquitectura institucional y cultural de la República, el anterior Frente Nacional o el Reagrupamiento actual puede haber alcanzado su techo si no hay un cambio de las normas electorales. Y eso no parece posible por ahora.

 

EL FIN DEL GAULLISMO CULTURAL Y POLÍTICO

 

La derecha conservadora, en su día gaullista, luego neogaullista y finalmente en deriva hacia un neoliberalismo con supuestas adaptaciones nacionales consuma su larga decadencia. Los Republicanos (denominación tan ambigua como el alcance de su camuflaje post-ideológico) tendrán sólo 64 diputados en la nueva Asamblea, la mitad de los que sumaban hasta ahora. Un correctivo no por esperado menos doloroso.

Gozarán al menos de la compensación de ser imprescindibles para Macron en su esfuerzo por gobernar. Pondrán un precio a su apoyo, y eso siempre significa poder. Pero, y aquí viene el contrapunto, una presión excesiva o unas aspiraciones irreales podrían desencadenar esa suerte de callejón sin salida, de crisis política e institucional que permita al Jefe del Estado activar el artículo 12 de la Constitución y disolver el Parlamento.  Lo que ocurra después nadie se atreve a pronosticarlo.

Esta sensación de derrota general del sistema político francés tiene su corolario más elocuente es una abstención contundente: 54%. Similar a la de hace cinco años, lo que indica que eso que se ha dado en llamar desafección no es un malestar pasajero, sino un síntoma persistente del modelo de democracia liberal, que sus exegetas se afanan en proclamar como el mejor de los posibles mientras siguen sin solución los problemas más importantes de la ciudadanía (desempleo, desigualdad creciente, deterioro de los servicios sociales, carestía de bienes básicos). Como en todas partes.

 

EL EXORCISMO NORTEAMERICANO

 15 de junio de 2022

Las sesiones de la comisión parlamentaria sobre el 6 de enero de 2021 están siendo una especie de catarsis de la anomalía sistémica que supuso la estancia de Donald Trump en la Casa Blanca y, en particular, sus tormentosos últimos días.

Desde la dimisión de Nixon, en 1974, no se había conocido tal desprestigio de la presidencia estadounidense. Los dos periodistas que revelaron la trama del Watergate no han resistido la tentación de comparar  ambas fechorías (1). Las investigaciones parlamentarias revelan el empeño del magnate inmobiliario por presentar las elecciones de noviembre de 2020 como un fraude masivo y, en consecuencia, su resistencia obsesiva a no reconocer los resultados, hasta el punto de intentar forzar la suspensión de la certificación del triunfo de Joe Biden.

Hay testimonios solventes que acreditan la responsabilidad directa de Trump en el asalto al Congreso el 6 de enero, fecha en la que, por mor de un arcaísmo más del sistema electoral norteamericano, el Colegio de compromisorios se debía reunir para confirmar los resultados conocidos desde mes y medio antes.

Más que revelaciones sorprendentes o espectaculares, los trabajos de la Comisión arrojan pruebas y testimonios que avalan la imputación de Trump en lo que se considera ya a todas luces como un “intento de golpe de Estado”, la complicidad más o menos activa, según los casos, de numerosos legisladores republicanos y la insania política y personal de un hombre claramente incapacitado para el cargo

La sucesión de despropósitos de la noche electoral, con casi todos sus asesores tratando de convencerle de que su apelación al fraude no tenía fundamento alguno, parece más bien el guion de una dramedia: escenas esperpénticas envueltas en la gravedad de una crisis institucional desconocida. Giuliani, abogado personal de Trump, borracho según numerosas fuentes, fue el único de sus consejeros que sostenía la tesis del fraude; el resto, incluidos sus familiares más próximos (su hija, su yerno, su otro hijo…) trataban de disuadirle para que abandonara una idea absurda y sin fundamento alguno (2). ¿Llegó Trump a perder el juicio?, destacaba la publicación irónica MOTHER JONES (3).

Los medios liberales han emitido las sesiones en directo y en horario de máxima audiencia a modo de exorcismo. Editoriales y columnas de opinión coinciden en presentar estas horas finales (de momento) del trumpismo como una aberración del sistema. Además de señalar la necesidad de que Trump sea inhabilitado para evitar que vuelva a ser candidato presidencial, las lecciones morales se centran en señalar lo frágil que puede llegar a ser la democracia, la actitud pasiva cuando no claramente cómplice de la mayoría de un partido republicano infectado de populismo oportunista y la necesidad de reforzar los controles para que este bochorno no se repita (3).

UN SISTEMA QUEBRADO

Pero este exorcismo de la comisión parlamentaria se queda corto. Y no solo porque el estado mayor republicano intentara boicotear sus trabajos. El problema está en el alcance. Trump es un producto de un sistema enfermo. Es síntoma, no causa de unas perversiones políticas que se arrastran desde hace mucho tiempo: desde el nacimiento del país, según los analistas más críticos. La democracia estadounidense, tan celebrada por estos pagos por plumas y tertulianos que apenas si la conocen superficialmente o se adhieren doctrinalmente a ella sin cuestionar lo esencial, es, en realidad, un modelo quebrado.

En ningún país europeo se dan tantas artimañas para privar del voto a los ciudadanos, o se cocinan de forma tan deliberada y escandalosa las circunscripciones electorales para inducir la victoria de unos o hacer casi imposible la emergencia de otros. Y si, como en Europa, los partidos son por lo general puras maquinarias electorales con unos principios simplemente de fachada, en Estados Unidos la contienda se reduce a dos formaciones que sofocan la expresión de una sociedad mucho más plural, rica y contradictoria que esa opción binaria entre republicanos y demócratas, a veces intercambiables, y casi todos cada vez más dependientes de unas tramas de financiación que los convierten en agentes de poderosos intereses privados.

La democracia norteamericana esta esclerotizada. Una mayoría de la población no vota porque no puede o no le dejan, o porque le resulta gravoso y caro, o sencillamente porque los candidatos no les representa en modo alguno. Una vez elegidos, los políticos, con muy escasas y nobles excepciones, quedan engullidos por unos procedimientos legislativos agotados y, lo que es peor, tramposos, que convierten su función teórica en una pantomima.

Los medios liberales denuncian estas carencias y perversiones, pero contribuyen sobremanera a su prolongación y vigencia al ocuparse con obsesiva dedicación a describir de forma detallada el juego vicioso de las negociaciones políticas y de las obstrucciones parlamentarias, o a prestar una atención excesiva a las peripecias particulares de unos y otros. La información política es un casting permanente. Cuando algún morador de ese Olimp selecto cae en desgracia, se presenta casi siempre como errores individuales de juicio, deshonestidad personal o cualquier otra desviación personal. No se alaba el sistema, pero se le acepta con resignación

ESPEJO DEFORMADO

Trump resultó una golosa anomalía que el complejo mediático serio no esquivó. Ni siquiera supo evitar su rol de colaborador necesario en un fenómeno político plagado de mentiras y demagogia barata. Poco importó que se tratara de un hombre de negocios mediocre, con una trayectoria llena de irregularidades y pufos, que una justicia lenta y trabada por unas leyes diseñadas para proteger las artimañas del enriquecimiento está tardando una eternidad en esclarecer (y no digamos ya castigar). Se postuló como solución a unos problemas que simplificó para conectar con una opinión pública crecientemente descreída. Bastaron sus ataques a unas élites políticas arrogantes y a un “estado profundo” (deep state) de funcionarios, asesores y sabelotodos que, a su juicio, encerraban a  la presidencia en una sucesión de ritos litúrgicos sin sustancia.

Lo que empezó tan torcido no podía terminar de otra forma. Trump dijo desde casi el principio de su mandato que su reelección sólo podía evitarla un fraude. Avisó sin disimulo que haría todo lo que estuviera en su mano para no ceder el poder conforme a la ceremonia habitual. Emitió señales de su flirteo con grupos violentos, racistas y supremacistas, como ejército de reserva para poner el país patas arriba. No se le puede reprochar que no cumpliera su palabra. De tanto fanfarronear con planes que nunca ejecutó (ni siquiera supo estructurar debidamente), se llegó a pensar que el intento de secuestrar la democracia tendría una suerte parecida. Pero Trump era, y es, un adicto del poder, no por ambición política, sino por una pulsión narcisista y enfermiza de ser el centro de todas las atenciones.

Y, esta ocasión, cumplió. De forma chapucera e incompetente, como corresponde a su personalidad. Las escenas de una turbamulta enseñoreándose de salas, pasillos y despachos del Congreso hizo que nosotros, españoles, nos acordásemos del 23-F. Las élites norteamericanas experimentaron un sonrojo sin precedentes. El 6E tuvo un impacto casi tan devastador como el 11S, más si cabe, cuanto que la amenaza en este caso procedía de dentro. América contra sí misma. América frente al espejo. Pero un espejo deformado que si bien devuelve la imagen de un villano solo pendiente de sí mismo, no refleja las profundas fracturas del sistema.

NOTAS

(1)     “Woodward y Bernstein thought Nixon defined corruption. The came Trump. THE WASHINGTON POST, 5 de junio.

(2)     “Trump aides told him the truth. Now, they are finally telling us”. EDITORIAL. THE WASHINGTON POST, 13 de junio.

(3)     “The 1/6 Committee’s biggest challenge: assessing whether Trump is bonkers”. DAVID CORN. MOTHER JONES, 13 de junio.

(4)     “We all have a duty to ensure that what happened on Jan. 6 never happens again”. EDITORIAL. THE NEW YORK TIMES, 10 de junio.

 

FRANCIA: LA IZQUIERDA ENTORPECE EL MACRONISMO

13 de Junio de 2022

La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas apunta a una recomposición del mapa político ciertamente no radical pero si bastante significativa. Centro derecha e izquierda empatan virtualmente en torno al 25%. En una semana deben definirse estrategias y coyunturas de ocasión. Los resultados del domingo dejan las siguientes pistas.

1.- La izquierda no ha recuperado aún un papel preponderante, obviamente, pero vuelve a pesar en el juego de equilibrios. La clave es la unidad, por delante de un programa que podría presentar discordias en caso de que fuera aplicado. Sorprende que sorprenda, vale decir. Algunos analistas liberales no creían en la respuesta de una base social tan clara a favor de una fórmula de convergencia. Aún queda mucho trabajo por hacer, pero el 12 de junio puede haber marcado el camino.

2.- El partido presidencial tiene menos capacidad de convocatoria que su líder. Tampoco debe extrañar. Más que una formación política, el entramado político pergeñado por el Eliseo es una suma de fidelidades personales, ambiciones políticas a corto plazo, escapistas del naufragio que ha sofocado a los partidos otrora mayoritarios y en decadencia y arribistas de última hora. Una cierta dejadez de Macron, un calculado distanciamiento y un exceso de confianza explican sus pobres resultados de esta primera vuelta.

3.- El nacional-populismo de Marine Le Pen confirma su vigor política. Con casi el 19%, mejora en cinco puntos los resultados de 2017. Aunque el sistema electoral haga valerel próximo domingo su techo de acero, es evidente que Reagrupación Nacional es un agente inescapable de la política francesa. Un factor puede contribuir a confirmar su solidez el próximo domingo: los macronistas no han pedido de momento el voto para los candidatos de la izquierda en aquellos duelos en que se enfrenten a los ultraderechistas. El mito de la unidad republicana saltará en pedazos. La conservación del poder por encima de los principios ya no tendrá cobertura en los discursos apretados de campaña.

4.- La derecha conservadora resiste en un 10% holgado, resultado pobre pero muy valioso para el actual presidente, que la necesita para frenar el auge de la izquierda. Otra ficción está a punto de diluirse: la que establece diferencias de fondo entre el liberalismo modernizador de Macron y el conservadurismo liberal de los antiguos gaullistas.  

5.- La deriva presidencialista acentuada no es un factor único pero sí muy importante en la baja participación (la más débil en la historia de V República). El Parlamento se contempla como una institución de relativa relevancia, o bien sometida a la conducción de la jefatura del Estado o, alternativamente, como herramienta de obstrucción del Eliseo. La falta de confianza en las instituciones políticas aportan otro elemento de apatía. El sistema liberal se resiente. 

BORIS JOHNSON: EL RESBALÓN FATAL DE UN FUNAMBULISTA

 8 de junio de 2022

En política, hay algunas victorias que anuncian gloria, siempre efímera, y otras que anticipan derrota, a veces acompañada de deshonor y amargura. Si aplicamos el adagio al Reino Unido, la potencia europea que alargado su declive más allá de lo que la lógica permite explicar, nos encontramos con un encaje casi hecho a medida. 

El primer ministro, Boris Johnson, ha sobrevivido a esa especie de “fuego amigo” que amenaza existencialmente a todos los líderes tories desde hace ochenta años. El 41% de los diputados conservadores votó por su destitución (1), un porcentaje mayor del que sufrieron algunos de sus antecesores más conspicuos, como Margaret Thatcher, o más cercanos en el tiempo, como Theresa May. Ambas fueron finalmente liquidadas (2).

En el Partido conservador la victoria es un perfume fugaz. Churchill ganó una guerra y perdió un año después unas elecciones que casi todo el mundo daba por ganadas. Thatcher humilló a la Argentina de los generales corruptos, desarmó a unos sindicatos en plena decadencia y logró mención de honor en el empuje final contra el régimen soviético, antes de ser despreciada por los suyos en 1990, cuando estaba a punto de ganar otra guerra ventajosa, en este caso contra Saddam Hussein, aquel tirano iraquí al que Occidente apoyó cuando le convino.

Un año tiene ahora Johnson de tregua para fortalecerse o volver a enfrentarse al tribunado de los MPs (miembros del Parlamento). Eso si no cambian las reglas internas de los tories. O si los resultados de la investigación sobre su responsabilidad en las fiestecitas de Downing Street no se lo llevan por delante sin necesidad de esta liturgia de cremación del líder.

Aunque el inicio de la caída en desgracia de Boris Johnson se deba a múltiples motivos, lo que ha molestado más a ese electorado neoconservador que lo había entronizado como un líder popular y populista han sido, en efecto, esas fiestas despreocupadas y exentas del control y normas que toda la ciudadanía estaba obligada a cumplir durante los confinamientos.

TOCADO, ¿CASI HUNDIDO?

Durante su agitada carrera política, Johnson ha hecho siempre ostentación de su gusto por la provocación y el escándalo rentable. Los principios le han sido siempre incómodos o, a lo sumo, instrumentales. La lógica del poder, su conquista y conservación, ha inspirado siempre su comportamiento. Abrazó el Brexit más por oportunismo que por convicción, aunque siempre tuvo posiciones críticas o escépticas hacia la Unión Europea. Cuando el movimiento centrífugo del continente cogió fuerza, se sentó en uno de los sillones de mando y desplazó luego a los otros con la energía, crudeza y falta de escrúpulos que lo caracterizan.

Su gestión del divorció británico ha sido tormentosa, más por sus procedimientos que por sus efectos, aún por manifestarse con claridad, debido a la contaminación que sobre ellos han venido operando la pandemia o la guerra de Ucrania.

El encaje del Ulster en el Brexit práctico es el asunto más peliaguado del método Boris (3). Los católicos de la provincia o la vecina República de Irlanda se encuentran en estado de vigilancia máxima ante el riesgo de que el gran manipulador ceda a las presiones de los protestantes unionistas y reniegue del protocolo suscrito con Bruselas y sus antiguos socios continentales. Síntoma de esta desconfianza ha sido el triunfo en las elecciones provinciales del Sinn Fein, la más independentista de las formaciones norirlandesas, por vez primera.

La guerra de Ucrania concedió un respiro a Johnson, que se mueve como nadie en estas ocasiones propicias a la épica guerrera, las causas agigantadas y la demagogia sin freno. Londres se ha convertido en el altavoz más ruidoso de la combatividad ucraniana, incluso por delante de Washington y sólo comparable al de las capitales bálticas, pero con mucho más potencial de apoyo político, diplomático y propagandístico. 

Las guerras, si son externas y no salpican demasiado, tienen un enorme poder distractor y anestesiante. Al premier británico, ésta de Ucrania le ha permitido recuperar las ensoñaciones de los tiempos en que la Union Jack  lideraba el mundo. Pero también le ha servido para ejecutar un alarde fiscal que ha llenado los bolsillos de las clases medias y bajas, en momentos de zozobra económica. Un escenario de gestión populista que viene como anillo al dedo al instinto político de Johnson, pero que inquieta (o alarma, más bien) a los conservadores tradicionales, que aceptaron su liderazgo sólo a regañadientes, como muro de contención del del izquierdismo que representaba el entonces líder laborista, Corbin.

Las descaradas fiestas en despachos gubernamentales han liberado las amarras que sujetaban la incomodidad de esos tories reticentes hacia un liderazgo forzado por las circunstancias. En cuanto se perciba que se puede repetir triunfo electoral sin tener que pagar el peaje populista, el partido conservador sacrificará a un líder que nunca aceptaron de buena gana.

LA ÚLTIMA BATALLA

Queda, sin embargo, una cuestión importante, que puede jugar a favor de las maniobras de Johnson para aferrarse al poder: la ausencia de un líder alternativo claro. Pudo serlo, pero ya no lo es, Rishi Sunak, actual Chancellor ot the Exchequer (Ministro de Hacienda), ahora desgastado por su gestión, pero sobre todo por un turbio asunto de su esposa. No parece que pueda volver a serlo Jeremy Hunt, aspirante derrotado en su día y exsecretario del Foreign Office (Ministerio de Exterior). Y menos aún Michael Gowe, un brexiteer de primera hora y polemista incasable, ministro de Johnson y hoy alejado como tantos otros de un líder chamuscado.  Esta oscuridad del líder futuro es, de todas formas, un impedimento relativo. Tampoco John Mayor o Theresa May provocaron precisamente entusiasmo cuando surgieron como recambios de urgencia. 

En el sistema político británico, con una ley electoral que determina una representación muy sesgadamente mayoritaria, el escaño parlamentario hay que ganárselo en la calle, en cada caso. El dominio del aparato del partido es mucho menor que en el continente. Si un diputado percibe que su líder nacional es tóxico o simplemente una rémora para sus intereses electorales, se revolverá en su escaño de Westminster y arrojará su puñal político contra él. Esto es especialmente así en el partido conservador, donde son los diputados quienes tienen delegado el control del liderazgo, mucho más que en el laborista, donde esa influencia está equilibrada por el empuje de la militancia y la chequera de los sindicatos.

En el actual escenario de victoria “hueca” (como ha editorializado el Daily Telegraph, biblia de los tories tradicionales), de liderazgo “atrincherado” (The Guardian) y de “amplia división partidaria” y  “autoridad comprometida” (4) , el Primer Ministro sentirá a partir de ahora cada incidencia política como un seísmo potencialmente devastador. Dos elecciones parciales en suroeste del país, feudos tories, se antojan ahora como citas de alto riesgo. El “superviviente Boris” va a necesitar de sus dotes más afamadas de manipulador para seguir desempeñando el papel principal en el cartel del teatro político británico. Jubileos reales aparte.


NOTAS

(1) “Boris Johnson wins vote, but suffers LARGE Tory rebellion”. BBC, 7 de junio.

(2) Una documentada comparación de estos antecedentes puede leerse en: “Lunch time call”, escrito por HARRY LAMBERT, THE NEW STASTESMAN, 6 de junio.

(3) “The Northern Ireland protocol could soon spark a new row between Britain and Europe”. THE ECONOMIST, 14 de mayo.

(4) “Out in a year. What the papers say about Tory vote on Boris Johnson”. THE GUARDIAN, 7 de junio.






UCRANIA: CIEN DÍAS DE GUERRA, ¿OTROS MIL MÁS?

 1 de Junio de 2022

La guerra de Ucrania alcanza los cien días y su resolución sigue incierta. Se hacen toda suerte de cábalas sobre cómo puede acabar esto (1). Aparte del relato interesado que ofrece cada parte, el panorama es muy sombrío para todas: Rusia, Ucrania, Occidente y también las potencias no involucradas de manera activa, como China, India. Para los más pobres, el hambre asoma con ferocidad (2).

El balance para Rusia es muy negativo: escasos logros militares (apenas avances lentos y penosos en el Donbás y en el sureste), fracasos políticos (ampliación y reforzamiento de la OTAN), penurias económicas (sanciones de enorme impacto, aunque aún no se hayan manifestado en toda su crudeza), deterioro severo de su imagen exterior y amenaza de inestabilidad interna.

En este tiempo, el Kremlin se ha visto obligado a cambiar de estrategia. Aunque siempre guardó silencio sobre sus planes operativos iniciales, Occidente le atribuyó la intención de ocupar la mitad del país y  asediar la capital para forzar la caída del gobierno. La marcha atrás en el avance sobre Kiev y Járkov no tiene una justificación militar coherente, salvo la verificación del fracaso. Bajas superiores a las admitidas oficialmente, destrucción de decenas de carros y blindados, operatividad reducida de la aviación, errores logísticos calamitosos y notable inferioridad ante las armas con que Occidente ha posibilitado de manera decisiva la resistencia ucraniana. Una mayor movilización puede quebrar un apoyo ciudadano cada vez más esquivo (3).

Ucrania es presentada en Occidente como potencial vencedora: por haber detenido la ofensiva rusa e infligido daños considerables al ejército invasor. Pero tampoco puede sentirse satisfecha. Las regiones orientales y surorientales del país están bajo dominio ruso, lo que asegura la conexión del Donbás con la península de Crimea y una amenaza persistente sobre Odessa, el principal puerto del país; el acceso al mar Negro, vital para sus exportaciones, sobre todo de cereales, se ha visto clausurado; la destrucción de ciudades e infraestructuras civiles esenciales es enorme; las bajas humanas son elevadas y significativas; y una cuarta parte de la población se encuentra desplazada de sus hogares en ruinas. La reconstrucción será larga y costosa (4).

Occidente mantiene un discurso triunfal de cara a las opiniones públicas, a las que ha movilizado de manera intensa, en contraste con la pasividad mostrada ante otros conflictos bélicos no menos dañinos y dolorosos. Se ha pasado de airear la resistencia heroica de los ucranianos a manejar la visión de una victoria del agredido y una derrota sin paliativos del agresor. El apoyo político se convirtió pronto en una participación directa en la guerra, aunque no se admita por motivos propagandísticos (temor de la poblaciones a ser arrastradas a una guerra abierta) y estratégicos (riesgo de forzar una respuesta desesperada de Moscú, en forma de ataques a centros de aprovisionamiento y distribución de armas. Que Rusia empleara armas nucleares tácticas ha sido siempre una especulación más que una opción plausible.

China ha mantenido oficialmente su posición de respaldar diplomáticamente a Rusia. Pekín ha resistido la presión occidental para que realice gestos de desagrado o distanciamiento de Moscú. La imperturbable posición de China no implica, en todo caso, que la situación no preocupe. La guerra está afectando económicamente al país, multiplicando los efectos causados por la extensión de la variante ómicron. Los altos dirigentes han reconocido que no se podrán cumplir las previsiones de crecimiento económico y de desarrollo social fijados para este año. El frenazo chino podría agravar los problemas en Occidentes, se vaticina (5). Se deslizan  rumores sobre ciertas discrepancias políticas en la cúspide, pero con escaso fundamento, por ahora. 

Así las cosas, las especulaciones sobre los espacios de negociación se han atascado o diluido en meras operaciones de propaganda. (6). Voces con cierta influencia en Washington consideran que a Ucrania le interesa ceder el territorio irrecuperable a corto plazo en el Donbás y en el sur a cambio de la paz y de unas garantías firmes y sólidas de seguridad que permitan negociar a medio plazo, en mejores condiciones, una recuperación de lo perdido. Una música semejante se escucha en ciertos ámbitos europeos, donde los efectos económicos de la guerra preocupan mucho más que la suerte de unas regiones periféricas del continente. Nunca se va a decir en público que Ucrania debe ceder provisionalmente las franjas más orientales y meridionales del país, pero ciertas señales indican que eso es precisamente lo que se intenta que entienda Kiev.

Ucrania sabe que la solidaridad y el apoyo militar y material de Europa está llegado al límite. La decisión de renunciar antes de fin de año al aprovisionamiento de petróleo ruso (con las excepciones concedidas a Hungría y, por extensión, a Chequia y Eslovaquia) se presenta como una vuelta de tuerca más para privar a Rusia de una fuente de financiación esencial de sus operaciones militares. El crudo alcanza la barrera de los 120 $. Con el gas hay más dudas. Moscú mueve ficha cerrando parcialmente el grifo del suministro. El espectro de un otoño-invierno con la inflación desbocada y unas restricciones energéticas considerables produce escalofríos en las capitales europeas. El entusiasmo de sus poblaciones por la causa de Ucrania tiene fecha de caducidad más pronto que tardía. La literatura sobre la aceleración del ingreso del país en la Unión Europea nunca tuvo mucho vuelo y ya es pasto de papelera.

También en Estados Unidos, el interés por Ucrania decaerá enseguida (lo está haciendo ya), a medida que nos aproximemos a las elecciones de mitad de mandato. La administración Biden teme menos el expansionismo ruso que un triunfo electoral de los republicanos adictos a Trump. La agenda política y social de Biden está bloqueada y el partido azul dividido.

Las emociones desatadas por la matanza de Uvalde plantea otro escenario de batalla entre el centrismo o moderantismo demócrata y el radicalismo ultraconservador republicano. Pero no conviene confundirse con esto: la indignación provocada por la venalidad de leyes y normas que rigen el uso y abuso de las armas privadas se agotará pronto, como ha ocurrido siempre. El filibusterismo legislativo sofocará cualquier intento serio de endurecer la venta casi irrestricta de esas máquinas de matar. La Asociación del Rifle y otro lobbies similares, pese a un aparente debilitamiento, permanecen en condiciones de seguir financiando carreras y campañas políticas. Los principios y derechos seguirán camuflando los intereses económicos y las percepciones manipuladas de inseguridad. América es adicta irremediablemente a las armas.

Rusia tampoco afronta con grandes perspectivas el inmediato porvenir. La conquista completa del Donbás no está garantizada a corto plazo. Y el control, mantenimiento y estabilización de estos territorios, mucho menos. No será fácil que Moscú consiga no ya el levantamiento, sino siquiera la suavización de las sanciones. El régimen puede aguantar, pero no por mucho tiempo, un deterioro considerable de las condiciones de vida. Ucrania puede ser el Afganistán de Putin y de su sistema, pero con una capacidad destructiva mucho más severa, por la cercanía del cáncer y el contraste con las previsiones iniciales. Moscú ha perdido esta guerra y ahora tiene que limitar la hipoteca que ocasione al país. Sólo la perspectiva de una deriva mucho más autoritaria y peligrosa puede sostener al actual patrón del Kremlin en su aislada y precaria situación de poder blindado. Y ni eso es seguro.

Estos cien días de guerra anuncian otros 1.000 de conflicto en intensidad decreciente, una vuelta al 24 de febrero con más territorio para Rusia pero con una OTAN más fuerte y extensa (7), justo lo contrario de lo que se pretendía con esa “operación militar especial”, inútil y catastrófica.


NOTAS

(1) “When and how might the war in Ukraine war end”. THE ECONOMIST, 26 de mayo; “How does this end? Fissures emerge over what constitutes victory in Ukraine. THE NEW YORK TIMES, 26 de mayo.

(2) “Ukraine has stoked global food supply crisis that could last years, UN says”. THE GUARDIAN, 19 de mayo.

(3) “Putin’s hard choices”. MICHAEL KIMMAGE y MARIA LIPMAN. FOREIGN AFFAIRS, 31 de mayo.

(4) “The time is now to plan for the aftermath of war in Ukraine”. DAVID IGNATIUS. THE WASHINGTON POST, 13 de mayo.

(5) “As China’s economy falters, be careful what you wish for”. CLARK PACKARD. FOREIGN POLICY, 31 de mayo.

(6) “What hope is there for diplomacy in ending the Russia-Ukraine war? PATRICK WINTOUR. THE GUARDIAN, 27 de mayo; “Ukraine-Russia negotiations: What it is possible? MIJAILO MINAKOV e ILYA KUSA. KENNAN INSTITUTE, 11 de abril.

(7) “Comment Vladimir Poutin a ressuscité l’OTAN”. LE MONDE, 13 de mayo.