SUDÁN: TEORÍA Y PRAXIS DE LOS GOLPES DE ESTADO EN ÁFRICA

27 de octubre de 2021

El proceso de transición a la democracia en Sudán se ha visto alterado por un golpe militar. En realidad, lo ocurrido ha sido, en realidad, un autogolpe. El teniente general Abdel Fatah Al-Burhan, jefe del movimiento militar, era el líder del llamado Consejo Soberano, el máximo órgano de poder cívico-militar establecido en el país en abril de 2019, tras un movimiento cívico-militar (más lo segundo que lo primero) que derrocó al también general y presidente islamista Omar Al-Bashir. Ese Consejo Soberano tenía la misión de supervisar las tareas del gobierno interino, encabezado por Abdallah Hamdok y convocar elecciones en 2022, en un proceso de paulatina desmilitarización.

A pocos ha sorprendido. El golpe llevaba tiempo madurándose. Se habían producido bloqueos en carreteras y puertos, en las semanas previas. Hasta un ensayo general hubo, hace un mes, aunque no nunca se supo bien quienes fueron los protagonistas de aquella sonada y cuáles eran sus propósito, aunque se creyó que se trató de un intento de los leales a Bashir (2).

Ahora, Hamdok ha sido destituido, detenido y, según las últimas informaciones, colocado en “vigilancia domiciliaria reforzada” (3). En todo caso, Burhan ha prometido cumplir con el proceso de institucionalización, respetar el compromiso electoral y continuar con el mandato de abril de 2019, aunque no ha aclarado si facilitará la entrega de Bashir al Tribunal Internacional de crímenes de guerra, como estaba programado. Los sectores civiles que impulsaron el derrocamiento de Bashir dudaron de la sinceridad del general y convocaron una protesta, que fue severamente reprimida: al menos 7 muertos y 150 heridos.

Un día antes del golpe, un emisario especial norteamericano, Jeffrey Feltman, se había entrevistado con los principales mandatarios sudaneses. ¿Fue puesto al corriente de lo que iba a suceder? No lo parece. La reacción internacional no se ha hecho esperar (4). Se exige a Burhan que restituya a Hamdock en su puesto y vuelva a la senda iniciada en abril. Washington ha anunciado la suspensión de la ayuda. El Consejo de Seguridad de la ONU celebró sesión de urgencia. En toda la crisis se observan unos comportamientos de manual. Un proceso político como el sudanés, que nace de un golpe, se conduce con criterios que poco tienen que ver con las normas democráticas liberales. Occidente recibió con alivio y alborozo el derrocamiento de Bachir porque este dirigente se había alineado con el islamismo más militante, protector en su momento de Al Qaeda e integrante del sector más antioccidental del mundo islámico.

No es que Burhan fuera precisamente un demócrata. Se puso al frente de la rebelión, porque era el militar de más alto grado. Se le atribuía una afinidad más que profesional con Bachir. Pero probablemente desaprobaba alguna de sus posiciones más extremas. Al cambiar de bando o abandonar a su jefe, Burhan se ganó automáticamente la legitimidad que se le negaba. Es probable que ese cambio de lealtades obedecería a la necesidad de controlar un movimiento contestatario popular que se había hecho demasiado grande y vigoroso para eliminarlo. Burhan vuelve a ser villano “desenmascarado”, según un antiguo jefe de misión norteamericana en Sudán (5).

Hamdok presentaba unas credenciales para conducir un proceso político del agrado de Occidente. Es un tecnócrata que ha desempeñado varios trabajos para la ONU; el último antes de convertirse el primer ministro de Sudán fue el de vicesecretario ejecutivo de la Comisión Económica para África. Un perfil idóneo y tranquilizador para las potencias occidentales.

Pero para comprender mejor lo ocurrido hay que superar la perspectiva ideológica. No parece que el golpe se trate de una reorientación o una vuelta al bashirismo. Hay señales claras de que los militares actúan por interés corporativo. El autogolpe puede haber conjurado el riesgo de disensiones militares que ya habían aflorado y de tensiones étnicas en el este del país, quizás manipuladas. Lo ocurrido en Sudán es habitual en África, donde los militares gobiernan directamente o de forma vicaria en la mayoría de los países.  Y con el beneplácito occidental, si se avienen a sus intereses y prioridades. La democracia siempre ha sido secundaria.

Hace unas semanas asistimos a una disputa verbal entre el presidente Macron y las nuevas autoridades golpistas en Mali, país crucial en la lucha que el Estado francés mantiene con las ramas locales del islamismo más combatiente, sea afecto al Daesh o a Al Qaeda. La discordia se produjo por unos reproches del nuevo primer ministro maliano a París, pero se agrandó luego al conocerse la presencia en Mali del grupo de mercenarios Wagner, controlados por Moscú. Durante años, Mali ha sido una pieza clave en el operativo antiterrorista francés en el Sahel. La dudosa calidad democrática del gobierno de turno importaba poco, mientras cumpliera con los imperativos estratégicos de París.

Otro caso que ejemplifica la hipocresía occidental es Túnez. El presidente Kaïs Saïed encabezó otro autogolpe el 25 de julio, aduciendo una situación de emergencia nacional de difícil identificación. Acumuló prácticamente todos los poderes del Estado, declaró el estado de excepción, disolvió la Asamblea Nacional y asumió el gobierno en solitario, más tarde apoyado por personas de su estricta confianza (acaba de designar a una primera ministra técnica). Las potencias occidentales hicieron mohínes de disensión y pidieron una vuelta a la normalidad constitucional, sin muchos aspavientos y, por supuesto, sin amenaza siquiera de sanciones.

Se dirá que el presidente tunecino contaba con apoyo popular y que trataba de superar el bloqueo de una clase política ineficiente. En realidad, Saïed quiso acabar con la hegemonía política de los islamistas moderados de Ennahda, a los que detesta. Lo cual suena muy bien en las cancillerías occidentales. Que el protagonista del autogolpe fuera un civil facilita la “comprensión” entre la opinión pública occidental. En realidad, Saïed no habría actuado como lo hizo sin el apoyo tácito de los militares tunecinos, cuya discreción política es tradicional, contrariamente a lo que ocurre en otros países árabes.

Egipto no ha ocultado su simpatía por el nuevo rumbo emprendido en Túnez. No en vano, allí se abortó la revolución ciudadana de 2011 con un golpe militar que ha llevado el país a cotas de represión mucho más severas que las existentes en los últimos años de Mubarak. El general Al-Sisi es ambicioso y audaz. No sólo se ha convertido en un gobernante absoluto, sino que pretende proyectar la condición de potencia regional de Egipto en los países próximos,  como Libia, Túnez y, por supuesto, Sudán, su vecino del sur.

Las conexiones de general sudanés Burhan con Al-Sisi vienen desde sus años de estudiantes en la Escuela Militar de El Cairo (6). Es aparentemente contradictorio que el actual hombre fuerte sudanés se entendiera bien con su exjefe Omar Bachir, un islamista radical, y con Al-Sisi, enemigo jurado de los Hermanos musulmanes en Egipto o de los islamistas en Libia y Túnez. Una vez más, las cuestiones ideológicas son secundarias, o puras excusas. Egipto mantiene buenas relaciones con los islamistas palestinos de Hamas, no por afinidad doctrinal, sino por conveniencia mutua. Al Sisi utiliza los utiliza para hacer valer su influencia regional ante EE.UU. y ante Israel. Hamas tiene en el presidente egipcio una válvula dudosa pero útil de seguridad y un mediador para salir de las crisis bélicas con Israel cuando se vuelven insoportables.

La conexión egipcio-sudanesa es mucho más profunda y antigua. Al cabo, son dictaduras militares, en la que el interés corporativo prevalece sobre todo lo demás. Se trata de castas que han amasado un importante poder económico, que controlan partes muy importantes de los presupuestos nacionales, con una enorme penetración en sectores productivos de sus países. En Sudán, los militares controlan, entre otras riquezas, el comercio del oro. Las adscripciones ideológicas (democracia, islamismo, panarabismo, etc.) son puros recursos legitimadores. Prevalece la lógica del poder. Eso lo comprende muy bien Occidente, pero también las monarquías ultraconservadoras del Golfo arábigo, que han guardado hasta ahora un silencio muy significativo ante los recientes acontecimientos en Sudán.

 

NOTAS

(1) “Sudan’s military seizes power, casting democratic transition into chaos”. THE NEW YORK TIMES, 25 de octubre; Sudan’s democratic transition is upended by a second coup in three years”. THE ECONOMIST, 25 de octubre.

(2) “Sudan’s leaders say they thwarted coup attempt by loyalists to former dictator”. THE NEW YORK TIMES, 21 de septiembre.

(3) COURRIER INTERNATIONAL, 27 de octubre.

(4) “Inquiétudes et condamnations internationals après le coup d’Etat au Soudan”. LE MONDE, 26 de octubre.

(5) “In Sudan, the masks come off after a military coup”. ALBERTO FERNÁNDEZ. WASHINGTON INSTITUTE, 26 de octubre

(6) https://www.middleeasteye.net/

 

TAIWAN, TEATRO DE BATALLA PROPAGANDÍSTICA

A comienzos de este mes de octubre, en sólo unos pocos días, un centenar y medio de aviones de combate chinos penetraron en la zona de identificación de la defensa aérea de Taiwan; acciones sin precedentes por su intensidad y amplitud, que en Taipei y Washington fueron interpretadas como provocadoras. En ningún momento hubo riesgo serio de confrontación. Aunque los aviones chinos se aventuraron más de lo habitual, no penetraron más allá del espacio por encima de las 12 millas náuticas que la directiva de defensa taiwanesa ha fijado como línea roja. Por otro lado, es política oficial de Taipei “no disparar primero”, salvo orden expresa. (1).

 La prueba de fuerza parecía motivada por impulsos propagandísticos. Por esos días se conmemoraba en ambos países el 110 aniversario de la fundación de la República de China, que el régimen comunista abrogó al triunfar la Revolución y declarar la República Popular en 1949, mientras los nacionalistas que se replegaron a la isla de Formosa han mantenido oficiosamente su fidelidad a la primera China independiente.

En una alocución ante la Asamblea de Pueblo, Xi Jinping empleó un tono veladamente amenazante hacia los “compatriotas de la isla”: “los que olvidan sus raíces, traicionan a su país y tratan de romperlo no acabarán bien”.  A continuación, reiteró el mantra de los últimos años: la unificación se hará realidad cuando China complete su proceso de “rejuvenecimiento”; “por medios pacíficos”, precisó. Le replicó la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen: “tenemos que asegurar que nadie podrá obligarnos a seguir el camino que otros nos pretenden marcar, que no asegura una vida democrática y libre para Taiwan ni la soberanía a sus 23 millones de ciudadanos (2).

En los dos últimos años, Taiwan ha reforzado su reputación en el mundo liberal, debido a su eficaz y transparente gestión de la COVID-19. El país ha sido modelo de desarrollo capitalista y un competente productor de tecnología. Su industria de semiconductores es una de las mejor valoradas del mundo. Las autoridades de Taipei no provocan innecesariamente a China con bravuconadas verbales, pero no rehúyen decisiones acordes a sus principios, aunque puedan irritar a su vecino poderoso: véase el ofrecimiento de refugio a los hongkoneses que son objeto de acoso o persecución en China.

 LAS ESPECULACIONES BÉLICAS

 Estratregas, militares, diplomáticos y polticos se preguntan: ¿puede China invadir Taiwan en un futuro no muy lejos, digamos cuatro o cinco años, como se ha dicho recientemente?  (3). Potencia militar le sobra, sin duda. ¿Pero sería capaz de afrontar las consecuencias? ¿Podría evitar una respuesta militar de Estados Unidos?  Y, en caso negativo, ¿le bastaría con oponer una amenaza de destrucción creíble, incluida la derivada del uso de sus armas nucleares?  ¿Bastaría la ventaja geoestratégica china para disuadir a Washington de una operación de guerra total por el coste humano y material que tendría para Estados Unidos? ¿Sobreviviría el régimen chino a una prueba de esa naturaleza? Incluso sin una destrucción insoportable, un escenario de guerra “limitada” supondría un retroceso, no de años, sino de décadas, en el desarrollo económico y social de China: la ruina de un entramado de relaciones, canales de suministro, intercambios y vínculos de dependencia sin los cuales todo lo conseguido en cuarenta años se echaría a perder. No es difícil anticipar que tal situación acarrearía el final del régimen y quien sabe si una desintegración nacional. Justo lo contrario de esa unificación de la nación china que se presenta como destino manifiesto. Y luego está el riesgo, no menor, de un malentendido o un error de cálculo (4). 

EL EQUILIBRIO, CUESTIONADO 

Más allá de las especulaciones y los “juegos de guerra”, la pugna es fundamentalmente política. Y propagandística. Que China no renuncie a la unificación es algo lógico y comprensible desde su perspectiva ideológica y doctrinal. Que Taiwán aspire a conservar su autonomía y su libertad, también: no en vano, la absorción supondría la renuncia a lo conseguido en 70 años.

Es una tradición china acudir a figuras de intimidación que, en realidad, están dirigidas al consumo interno más que a sus potenciales enemigos externos. Mao se jactaba de ridiculizar al “imperialismo norteamericano”, calificándolo como “tigre de papel”. Mientras, su primer ministro, Chu En-lai, trabajaba afanosamente con Washington para favorecer una relación bilateral beneficiosa también para Pekín.

Ciertamente, la China de hoy no es el país subdesarrollado de inicios de los setenta, o la potencia previsible de comienzos de los ochenta. Ni siquiera la emergente superpotencia de primeros de este siglo.  China es ya la segunda economía mundial y desafía la supremacía norteamericana. No pretende impulsar la revolución mundial, como predicaba Mao, pero tampoco permanece en la actitud de repliegue que representó Deng. El “pequeño timonel” acuñó otra sentencia en cierto modo confuciana que ha sido santo y seña del comportamiento chino hasta hace diez años: “hide your strength bite your time” (“oculta tu fuerza, aprovecha tu momento”).

Xi parece haberle dado la vuelta a la consigna: airea tus intenciones para aprovechar mejor tu momento. No es el uso de la fuerza strictu sensu lo que quizás tenga en mente el actual liderazgo chino, sino su capacidad de intimidación. Lo que Xi pretendería es asustar a Taiwán, convencer a sus atrevidos dirigentes de que, a las malas, Washington se arrugará, no pondrá en peligro su prosperidad o su prestigio y se limitará a poner condiciones hipotéticas a la reunificación. Es decir, una nueva edición de Hong Kong. Y ya se sabe cómo ha terminado la experiencia “un país, dos sistemas”.  En el arsenal propagandístico de Pekín ocupa un lugar cada vez más preferente las referencias al origen japonés de una parte de la población taiwanesa; en realidad, sólo se trata del 10%, pero los medios chinos les atribuyen las posiciones más hostiles.

Es un cálculo arriesgado, pero probablemente Pekín no dispone de una baza mejor para que Taiwán acepte esa “unificación por medios pacíficos” que Xi airea. China podría sufrir mucho de un embite militar, pero para Taiwán sería absolutamente destructivo.

Hay que aclarar que ninguna fuerza de Taiwan ha pretendido siquiera declarar formalmente la independencia, para no provocar inevitablemente a China. Pero, a partir de este consenso básico, las sensibilidades varían. Hay partidos pro-chinos, es decir partidarios de la unificación, es decir, de la absorción de la isla por el continente. Son precisamente los herederos del Kuomintang, el partido nacionalista, para quienes es preferible la unidad que esta situación de división de sistemas. El nacionalismo, ya se sabe, le hace pocos ascos al autoritarismo, si con ello avanza en sus imaginarios políticos.

Pero ese nacionalismo arcaico es hoy minoritario. Tsai Ing-wen, al frente del Partido progresista, representa a la mayoría del país, aunque existan divisiones ideológicas notables. En estos sectores se valora por encima de todo la autonomía del país, que se identifica con los valores del orden liberal. Se asume el apoyo condicionado de Estados Unidos como algo sustancial al sistema de equilibrios y al realismo de las relaciones internacionales. La falta de estatus en la esfera diplomática global se compensa con reconocimientos puntuales y, sobre todo, con un robusto comercio que garantiza la salud del país. En un ensayo dirigido a la opinión pública y a las élites norteamericanas, Tsai ha hecho una apasionada defensa de su país (5).

AMBIGÜEDAD ESTRATÉGICA 

Washington ha mantenido una política de “ambigüedad estratégica”. No ha reconocido nunca oficialmente a Taiwán como estado soberano, porque jurídicamente no lo es, pero ha tratado con él como si lo fuera y ha promovido unas relaciones económicas privilegiadas y unos vínculos militares nada desdeñables, para irritación de Pekín.

A lo largo de estás décadas, el estado de opinión sobre Taiwán en los centros de poder norteamericanos ha variado en función del momento político, diplomático y estratégico. Hace cincuenta años, cuando Nixon y Kissinger sorprendieron al mundo acometiendo el deshielo con Pekín, las relaciones con Taiwán pasaron por un periodo de cautela máxima. Algo similar ocurrió tras la muerte de Mao y el control del poder por Deng, en la segunda mitad de los años setenta. Después de la masacre de Tiananmen, Taiwán volvió a ser objeto de atención preferente en Washington. Y lo mismo ha ocurrido desde la llegada del asertivo Xi Jinping, hace casi diez años.

Después de Trump y con la guerra comercial en pleno desarrollo, la temperatura de la ciudadanía norteamericana parece haber cambiado hacia una mayor beligerancia. Una reciente encuesta del Consejo de Relaciones exteriores de Chicago indicaba que, por vez primera en 75 años, más de la mitad de los norteamericanos estaban a favor de defender militarmente a Taiwán de una hipotética agresión china (6). Tal estado de ánimo no debe interpretarse a rajatabla. Llegado el momento, es difícil asegurar qué opinión prevalecería en un país que está harto de intervenciones militares.


NOTAS

(1) “XI and Tsai give speeches after Chinese incursions”. JAMES PALMER. FOREIGN POLICY, China Brief, 13 de octubre; “In a surge of military flights, China tested and warned Taiwan”. THE NEW YORK TIMES, 3 de octubre.

(2) “La Chine et Taiwan plus éloignés que jamais”. FRÉDÉRIC LEMAÎTRE, corresponsal en Pekin. LE MONDE, 11 de octubre;

(3) “The Taiwan temptation. Why Beinjing might resort to force”. SKYLAR MASTRO. FOREIGN AFFAIRS, julio-agosto 2021.

(4) “How to prevent an accidental war over Taiwan”. BONNY LIN y DAVID SACKS. FOREIGN AFFAIRS, 12 de octubre.

(5) “Taiwan and the fight for democracy. TSA ING-WEN. FOREIGN AFFAIRSE, noviembre-diciembre.

(6) https://www.thechicagocouncil.org/research/public-opinion-survey/first-time-half-americans-favor-defending-taiwan-if-china-invades?utm_campaign=wp_todays_worldview&utm_medium=email&utm_source=newsletter&wpisrc=nl_todayworld

CENTROEUROPA: CRISIS Y RESISTENCIA DEL POPULISMO CONSERVADOR

Semana complicada para los populismos derechistas en esa región europea que, con ambigüedad calcula, el pensamiento geopolítico y cultural pangermánico definió como Mittleeuropa. Austria, Chequia y Polonia han vivido episodios de crisis política y/o jurídica, mientras Hungría y Eslovenia tratan desesperadamente de defender su hegemonía.

La fallida transición del comunismo al sistema liberal de mercado se prolonga ya durante tres décadas y sin perspectivas de solución favorable, ni para el sistema democrático que tanto se proclamó en su día, ni para los intereses de las clases populares, que han visto sustituido el burocratismo ineficaz del socialismo real por un capitalismo depredador.

AUSTRIA: LA APARENTE CAÍDA DE KURZ

Austria debe dejarse fuera de esa categorización, porque formó parte siempre del área occidental, a pesar de su estatuto formal de neutralidad en la dialéctica de bloques de la guerra fría. Allí se consolidó una de las experiencias socialdemócratas más convincentes y exitosas, hasta que la marea neoliberal lo empujó a la oposición. El Partido Popular (ÖVP), de orientación democristiana, asumió gran parte del programa socialdemócrata, pero con una retórica conservadora y mayores concesiones a los grupos de presión. Cuando esa fórmula neutra se agotó, prendió en los conservadores austríacos la alternativa populista que hizo parecida fortuna en otros países. Durante los noventa, un partido xenófobo, con el equívoco apelativo de liberal, sacó a la superficie todos los demonios autoritarios de la tradición política austríaca y a punto estuvo de convertirse en alternativa real de gobierno.

El Partido Popular, posicionado ya como conservador sin veleidades igualitaristas, sintió la necesidad de disputar a los extremistas el espacio político del populismo. Sebastian Kurz, antes de cumplir la treintena, no tuvo demasiados problemas en hacer valer su juventud como divisa de renovación y futuro. En su primera acometida, pactó sin complejos con la ultras xenófobos, de los que tomo prestados parte de su retórica contra la inmigración. Hasta que un escándalo de corrupción arruinó la alianza.

Kurz se las arregló entonces para pactar con los verdes, a los que, dominados por un sector pragmático, no les importó ser colaboradores necesarios de la continuidad de un partido conservador convertido a un populismo razonable. El joven canciller austriaco era tratado con una mezcla de admiración por los líderes del Partido Popular europeo, pero nunca fue muy del agrado de la canciller Merkel, siempre ajena a esos guiños populistas.

Ahora parece haberse acabado el experimento de esa renovada derecha oportunista, debido, precisamente, a un escándalo de corrupción. La justicia imputa a Kurz el desvío de fondos públicos para obtener un trato favorable en los medios comunicación y cocinar unas encuestas de opinión positivas. Al cabo, una representación fraudulenta de la realidad, que tiene más peso actualmente en las democracias que el análisis riguroso de la gestión de los gobiernos.

El gobierno ha caído, pero sus socios ecologistas parece que aceptarán al ministro de exteriores Schallenberg, correligionario y próximo a Kurz, como nuevo jefe de la coalición. Como ha dicho una dirigente de la oposición social-demócrata, Kurz seguirá siendo el “canciller en la sombra”, al frente del grupo parlamentario de la ÖVP. Se verá si el conservadurismo neopopulista seguirá siendo rentable o si a Kurz le espera un destino sarkozyano, es decir el síndrome del imposible retorno.

CHEQUIA: EL FIN DE LOS EQUÍVOCOS   

En Chequia, la alineación de las opciones conservadoras ha obedecido a dinámicas diferentes. De todos los países de Centroeuropa, la República Checa fue en la que se implantó con más nitidez el modelo del capitalismo popular (sic) aireado por el thatcherismo, bajo el liderazgo de Vaclav Klaus. Su partido, la ODS, adoptó una actitud euroescéptica próxima al ala más antieuropea de los tories. Quizás por ese radicalismo neoliberal, en Chequia se mantuvo una presencia socialista y comunista reformada más fuerte que en otros países de la zona. Pero no lo suficiente para presentar un programa capaz de superar la propaganda ultraconservadora. Las sucesivas crisis de las dos últimas décadas alumbraron una alternativa populista pseudoliberal, basada en el prestigio de las fortunas privadas y en una supuesta contestación ciudadana. De ahí nace ANO (Si), la formación del actual jefe de gobierno, Andrej Babis, un magnate cuyo conglomerado industrial Agrofert salió muy beneficiado de los fondos de la Unión Europea.  Lo que explica que en Chequia el populismo triunfante no se haya encaminado por la vía euroescéptica de la derecha clásica, sino por el liberalismo berlusconiano, primero, y macronista en estos últimos años. Flexibilidad obligada por el oportunismo político.

En las elecciones de este mes, una coalición dominada por ANO ha obtenido el 27,8% de votos, apenas siete décimas más que una coalición de centro-derecha que agrupa a liberales y conservadores ahora más dulcificados. Días antes de las elecciones los papeles de Pandora desvelaron que Babis había desviado 22 millones de euros a un paraíso fiscal para comprarse un suntuoso castillo en el sur de Francia. Es posible que esta información lo perjudicara, porque hasta entonces las encuentras predecían un resultado más favorable.

La llave del desbloqueo está en manos del presidente, Milos Zeman, un exsocialista también convertido al populismo y aliado práctico de Babis. Pero unas complicaciones de salud lo han llevado al hospital. Zeman querría la continuidad de Babis, pero el árbitro parlamentario de la disputa puede ser una coalición moderadamente antisistema de piratas y ecolos (15% de los votos), que desean acabar con el actual gobierno. No obstante, el populismo checo tiene otra variante extremista, Libertad y Democracia directa, que se ha mantenido al margen de las coaliciones centristas y se alinea en Europa con Le Pen y Salvini.

POLONIA: EL ANTIEUROPEÍSMO COMO CRÉDITO ELECTORAL

En Polonia, la crisis viene de largo. El gobierno autoritario y ferozmente conservador inspirado por Kaczynski se apoya en una retórica tan anticomunista como antieuropeísta, todo ello como expresión de un conservadurismo nacional-católico reaccionario. Europa es incordio, pero también fuente de ingresos. Se han aceptado los euros de modernización del país y de apoyo al sector agrario, pero se rechazan los valores del sistema liberal. Un doble juego que la UE no ha sabido o no ha tenido demasiado interés en resolver.

El último episodio de este pulso ha sido la decisión del Tribunal Supremo polaco de considerar contrarios a la Constitución nacional aquellos apartados del Tratado de Unión que colocan la legislación europea por encima de la polaca. Todo un desafío a los propios cimientos de la adhesión. En otros países podría decirse que el alto tribunal expresa juicios independientes. No en Polonia, donde la justicia está al servicio del partido del gobierno (PiS), vulnerando otro de los principios básicos de la UE. Y lo mismo puede decirse de los medios públicos de información y de otras instituciones. Esta aversión al liberalismo (iliberalismo, según la terminología al uso) puede ser puramente retórica, pero bien podría revertirse si Bruselas bloquea los 22 millones de euros del Fondo de reconstrucción que corresponden a Polonia. Entre los euros y los valores, Kaczynski siempre se ha inclinado por lo primero.

Estas sacudidas en el neopopulismo conservador de Centroeuropa serían cosa menor, en comparación con lo que podría ocurrir en Hungría, donde el reside Víctor Orban, líder intelectual y político de esta ideología perturbadora. Por primera vez en más de una década, su hegemonía parece en riesgo. Una coalición de centro-izquierda, en la que destaca el alcalde socialista de Budapest, Gergely Karacsony, parece en condiciones de disputarle el poder en las elecciones de 2022.

En situación de mayor fragilidad aún se encuentra el primer ministro esloveno, Janez Jansa, otro populista acomodado en las filas del Partido Popular Europeo, como estaba hasta hace sólo unos meses el FIDESZ de Orban. 

En todo caso, sería prematuro anticipar la crisis terminal del populismo derechista, ni en Centroeuropa, ni en el resto del continente. La reciente historia demuestra que su declive electoral es directamente proporcional a su capacidad de colonizar ideológicamente a los  partidos de centro-derecha.

LAS VERGÜENZAS MÁS APARENTES DEL CAPITALISMO

6 de octubre de 2021

El destape de cuentas secretas y esquemas de inversión bajo el blindaje de la opacidad fiscal han originado el habitual revuelo, ya conocido en ediciones anteriores de estas iniciativas de investigación periodística y social. Pero el interés mediático se ha puesto más en la notoriedad de los evasores protagonistas o en los mecanismos de ejecución de las trampas que en la naturaleza del sistema. Cada vez que salen a la luz estas informaciones hay protestas de gobiernos y responsables públicos sobre la necesidad de combatir el fraude fiscal, de mejorar los sistemas de vigilancia y de endurecer las sanciones a los defraudadores. Pocas consideraciones, en cambio, sobre la base que sustenta, favorece y alienta estas y otras prácticas. Se pone más el foco en el delito y en la peripecia particular que en el contexto.

La lógica del sistema capitalista engendra vergüenzas como ésta, que resultan muy atractiva para los medios, por la notoriedad de los personajes implicados: reyes, políticos destacados (en ejercicio o en situación de retiro dorado), artistas, escritores, deportistas y celebridades de todo tipo y condición. Pero hay multimillonarios, o millonarios a secas, que escapan a la exposición vergonzante simplemente porque son poco conocidos, más discretos o muy hábiles para permanecer a resguardo del conocimiento público.

Hace unos meses, los máximos responsables del orden liberal internacional acordaron preliminarmente establecer un tipo fiscal mínimo global para las grandes empresas, que llevan años (desde siempre, en realidad) evadiendo obligaciones contributivo de las que difícilmente pueden escapar negocios medios y la mayoría de los particulares (que no todos, como es bien sabido). Se ha avanzado notablemente, pero ni el umbral del peso impositivo es agobiante, ni está garantizado que vaya a ser eficaz, si es que llega a implementarse.

   EE. UU.: LA ENÉSIMA BATALLA FISCAL

Mientras todo esto ocurre, en el epicentro nacional del sistema, los Estados Unidos, se está debatiendo en el legislativo la adopción de dos programas de desarrollo tecnológico e inversión social presentados por la Casa Blanca, sustentados en el incremento de la presión fiscal sobre las grandes fortunas y los intereses corporativos mayores. El interés mediático se ha centrado, por lo general, en las disputas políticas habituales entre los dos grandes partidos y, sobre todo, en las divisiones acentuadas en el seno de los demócratas, donde conviven varios partidos, si nos atenemos a sus principios y posiciones ideológicas. Sólo el bipartidismo alentado por el sistema electoral mayoritario y la inercia de un sistema esclerotizado, impide que las opciones políticas se expresen en una estructura política más plural y fiel a las sensibilidades ciudadanas.

Hemos vuelto a asistir a una nueva edición de la “guerra presupuestaria” o el obsceno chantaje republicano sobre el techo de deuda son repeticiones más o menos calcadas de las vividas durante las presidencias de Clinton y Obama. Igualmente puede decirse de las fracturas demócratas, entre un ala llamada “moderada” y otra etiquetada como “radical” por los medios liberales (centristas) , que asumen la interesada terminología de sus pares derechistas.

En realidad, los “moderados” son demócratas que han obtenido su escaño en territorios electorales muy disputados y temen perderlo de nuevo a favor de los republicanos. Son partidarios de la llamada “disciplina fiscal”, que equivale en la práctica, a gastar poco y preservar los intereses de quienes, en muchos casos, financian sus campañas. Entre los “radicales” hay diferencias importantes, aunque en la última década se han ido agrupando bajo un difusa orientación que podríamos considerar socialdemócrata (allí se dice socialista, a secas), en favor de una decidida inversión en programas sociales y ecológicos , mayor presión fiscal a los más ricos y reducción de los gastos militares, entre otros.

Este año, el drama tiene un componente personal más acentuado, debido al precario equilibrio en el Senado. El empate a 50 senadores de uno y otro bando puede ser resuelto por el voto puntual de la Vicepresidenta Harris, es su condición de presidenta de la Cámara. Pero la posición del senador demócrata por Virginia Occidental Joe Manchin en contra de lo que él considera como un excesivo gasto social pone en peligro el doble paquete Biden. Manchin, apoyado ahora por la senadora Sinema, de Arizona, quiere se apruebe primero el plan de modernización de las infraestructuras (1 billón de $) y que se negocie luego a la baja el montante ecológico y social (de los 3,5 billones propuestos a no más de 2,3). Los demócratas progresistas han logrado forzado una tregua (hasta el 18 de octubre), dejando claro que si no se asegura el programa eco-social no votarán a favor de la renovación de infraestructuras.

Biden es un “centrista” (o sea, un “moderado” pero sin los excesos de los demócratas con instintos republicanos) e intenta situarse por encima de esta pelea interna, diciendo a cada bando lo que quiere oír, y así mantener vivas sus opciones de maniobra y negociación. Como ya le ocurriera a Johnson en los sesenta, un presidente demócrata no precisamente escorado a la izquierda puede dejar como legado el programa social más ambicioso de su generación, frente a los iconos renovadores como Kennedy y Obama, cuyos mandatos resultaron por debajo de las expectativas (bien es verdad que truncado el primero por su asesinato).

A grandes rasgos, éste el panorama que determina el fragor de la batalla. Pero lo más decisivo es casi siempre lo que menos atención mediática acapara. El pulso fiscal, en realidad, no estriba en gravar más o menos sobre el papel a los más ricos, sino, de nuevo, en garantizar que las leyes se cumplan en la práctica. Un medio tan poco sospechoso como el semanario liberal THE ECONOMIST llamaba hace poco la atención sobre las brechas o agujeros (loopholes) que impiden una recaudación eficaz en Estados Unidos (1). Los máximos beneficiarios del capitalismo contemplan las batallas políticas con cierto desdén y se concentran en asegurar que la letra pequeña de las disposiciones legislativas no se vuelvan hostiles a sus intereses.

LA HIPOCRESÍA DE LAS REDES SOCIALES

Otra manifestación reciente de las “vergüenzas capitalistas” ha sido la denuncia de Frances Heugen, antigua ingeniera de Facebook (primero en declaraciones públicas y luego ante el Congreso) sobre la hipocresía de esta red social en el manejo y control de contenidos. Que sus “revelaciones” coincidieran con el apagón planetario de seis horas de los servicios de Facebook y sus filiales (Instagram y What’s Up) añadieron picante a los titulares.

En realidad, no escuchamos nada que no conociéramos o sospecháramos, pero el  testimonio de Heugen ha tenido el valor de alguien que sacude el tapete “desde dentro”. La priorización de los beneficios económicos sobre valores sociales de justicia, tolerancia, educación, etc. es palpable desde hace tiempo para quien se haya molestado en prestar atención a la evolución de las redes sociales.

El libro de Shoshana Zuboff, entre otros trabajos, ya desmontó con precisión y abundancia de detalles las estrategias de los gigantes del “capitalismo de la vigilancia” para subordinar el interés cívico y social al imperativo del beneficio económico, sustentado en la predicción infatigable de hábitos y costumbres de los consumidores. Las correcciones de las llamadas malas prácticas son sólo temporales, hasta que amainen las críticas, y luego se vuelve al beneficio por encima de todo, porque ésa es la lógica del sistema (2).

CHINA: EL ESCÁNDALO DE LA DESIGUALDAD

Y para rematar este cuadro de prácticas mediáticamente bochornosas del capitalismo, no viene mal referir un caso que no se encuadra en la centralidad del sistema, sino en un deriva paradójica: las prácticas que podríamos denominar como capitalismo de Estado que practica China, una potencia solo nominalmente comunista. El modelo consiste, entre otras cosas, en consolidar aparentes gigantes sectoriales y favorecer dinámicas gravitatorias del capital privado. El colapso de Evergrande, la principal inmobiliaria del país ha hecho sonar todas las alarmas, dentro y fuera de China, aunque sólo sea la punta del iceberg: una de ellas.

Después de tres décadas de expansión interna y externa, el neocapitalismo chino exhibe perversiones similares a las occidentales, pero en su caso especialmente lacerantes en lo que atañe a la desigualdad. El 1% de la población acapara el 30% de la riqueza. O si se amplía la medida, el 20% más rico se come el 45% del pastel. El presidente Xi Jinping, un neocapitalista reticente según líderes y analistas occidentales, pretende, desde el inicio de su mandato, revertir estos “excesos” (vergonzosos, naturalmente) y favorecer una “prosperidad común”. (3) No están claras la intenciones de esta política, que coincide con un creciente autoritarismo político y una acción exterior más asertiva frente a lo que en Pekín se percibe como designio occidental para frenar el auge de China.

 

NOTAS

(1) “New taxes will hit America’s rich. Old loopholes will protect them”. THE ECONOMIST, 2 de octubre.

(2) “La era del capitalismo de la vigilancia. SHOSSHANA ZUBOFF. PAIDÓS, 2019.

(3) “Common prosperity under party billionaires”. JAMES PALMER. FOREIGN POLICY (China brief), 25 de agosto; “The Presidente [Xi Jinping] will be defined by his campaign against his country’s capitalist excess”. THE ECONOMIST, 2 de octubre.