6 de mayo de 2020
La crisis
sanitaria ha sacudido Rusia con menos intensidad en términos cuantitativos: unos
1.500 muertos hasta la semana pasada. Una densidad de población menor que la de
otros países y la dispersión habitacional lo explican en parte.
Sin
embargo, la debilidad del sistema sanitario ruso, una economía bajo presión por
el efecto de las sanciones internacionales, el desfondamiento del precio del
petróleo y un estilo de gobierno autoritario y escasamente empático son factores
de inquietud.
LA
AGENDA, ALTERADA
El
confinamiento ha alterado -arruinado- una quincena de acontecimientos políticos
de enorme potencial propagandístico. El 22 de abril se iba a celebrar una
consulta nacional sobre los cambios constitucionales que eliminaban la
limitación de mandatos presidenciales y, por tanto, la perpetuación de Putin en
el Kremlin. El 9 de mayo se iba a conmemorar en la Plaza Roja, con un desfile a
la vieja usanza, el 75º aniversario de la victoria contra la Alemania nazi.
El
coronavirus lo ha barrido todo y el Zar y su círculo de fieles se han
replegado detrás de los muros de la fortaleza moscovita (1). Segundones tecnócratas aparecen al frente de la
gestión de la enfermedad. La figura emergente de la política rusa, el alcalde
de la capital, Sergei Sobyanin, fue encargado por el patrón de pilotar la
respuesta del Estado a la pandemia. Le precede una imagen de gestor eficiente y
riguroso, un técnico sin aparentes aspiraciones políticas (¿quién las tiene en
la Rusia de hoy?). Un poco desplazado ha quedado el primer ministro, Mijáil
Mishutin, que resultó afectado por la enfermedad. Su papel en el gobierno se
reduce al de un contable con poderes, ya antes de la crisis sanitaria.
Este
repliegue del líder ruso ha coincidido con un descenso de su popularidad de
unos seis a siete puntos (del 70 al 63 por ciento), según una encuesta del
Centro Levada. Analistas liberales en Moscú creen ver cierto desgaste del gran
líder, pero admiten también la ausencia de alternativa política. La población
rusa campea en su habitual escepticismo (2)
En su
introspección, Putin prepara la reaparición. Se le supone calculando riesgos y
afinando estrategias, internas y externas, inmediatas y a largo plazo. Las
urgencias están claras: frenar la enfermedad e intentar que la salida del encierro,
prevista para el 12 de mayo, no comporte sobresaltos. La tarea siguiente será aplicar
el acuerdo con Arabia Saudí y EE.UU para lograr un repunte del precio del
petróleo. El peligroso juego a la baja que el Kremlin practicó con la monarquía
árabe para desgastar el rival, pero sobre todo para frenar la nueva fiebre oro
negro norteamericano, se les fue de las manos. Rusia necesita que el precio del
crudo no baje de 42,5 dólares el barril para sostener el presupuesto. No hay
mucho margen de riesgo. Los expertos calculan que la crisis sanitaria provocará
una caída del 6% en el PIB.
Estas cifras
de catástrofe son similares a las de otros países, aunque el golpe puede resultar
más severo por la debilidad estructural de la economía nacional. En compensación,
Rusia tiene un cierto margen financiero de seguridad. Dispone de un fondo
soberano equivalente al 10% de su PIB, lo que le permitiría aguantar al menos
un par de año antes de acudir a préstamos internacionales, según el economista
Serguei Guriev, radicado en la facultad de Ciencias políticas de la Sorbona
parisina (3).
LA
RECOMPOSICIÓN EXTERIOR
Estas incertidumbres
económicas obligarán al dueño del Kremlin a replantearse ciertas operaciones
exteriores (4). Ya se han operado cambios discretos en Siria y Libia, los dos
conflictos más agudos (junto a Yemen) de la agitación árabe iniciada hace una década.
En
Siria, el acuerdo con el autócrata Erdogan ha sido celebrado por los propagandistas
rusos como una jugada maestra del Putin, porque ha permitido consolidar el
debilitamiento de la OTAN en el flanco oriental y apuntalar al agente ruso en
la región, el régimen de Assad. La guerra se ha congelado en la provincia noroccidental
de Idlib, donde conviven grupos rebeldes de distinta significación, procedencia
y patronazgo. En la franja kurda fronteriza con Turquía se mantiene un equilibrio
tenso, con una reducida presencia norteamericana en el sector más oriental.
Suena a pudrimiento, a crisis perpetua, a solución pendiente durante años.
Moscú quiere ahora un parón, hasta ver qué ocurre en las elecciones norteamericanas
de noviembre.
En
Libia, los rusos también se guardan las cartas. El apoyo activo y contundente
que habían prestado al general Haftar en sus sucesivas intentonas de asalto a
Trípoli se ha frenado. El militar con ínfulas de dictador se ha visto sacudido
precisamente por el relevante apoyo militar que los turcos han brindado al débil
gobierno mal llamado de unidad, a cambio de sustanciosas ventajas en el futuro
del país. La guerra parece de nuevo estancada, sin previsión de movimiento significativos
en las próximas semanas... o meses.
Putin
y Erdogan, aparentes rivales en Libia como en Siria juegan a ser maestros del
tablero, a condicionar movimientos y definir estrategias. A ejercer un doble
condominio.
Con
ese frente mediterráneo estancado y un esfuerzo militar aparentemente aplacado,
Putin mira al Este para consolidar una alianza que le permita respirar
económicamente y mantener bazas de
presión internacional. El acercamiento a China, cauteloso y plagado de
contradicciones, puede abrirse a nuevas áreas de oportunidad debido al
empeoramiento de las relaciones entre Washington y Pekín, a causa del coronavirus.
El Secretario Pompeo sigue empeñado en culpabilizar a China y Trump amenaza con
la reapertura de la guerra comercial, en esta ocasión como castigo.
Putin,
como es lógico, ha seguido un camino distinto. Aunque en canales más discretos
de comunicación entre las burocracias de ambos países se habrían producido
reproches rusos por la gestión inicial de la pandemia en Pekín, el aparato de
propaganda ruso ha aireado otro relato. En abril, Putin habló por teléfono con
Xi Jinping para felicitarle por haber ganado la “guerra contra el virus”.
Los grandes
conglomerados económicos rusos cuentan con una pronta recuperación de la
economía china para sus exportaciones de materias primas. El comercio bilateral
en general aparece como un factor de sostenibilidad en esta etapa procelosa. En
los primeros meses de este año calamitoso, mientras el comercio exterior chino
cayó un 8,4%, el bilateral con Rusia aumentó un 3.4%. En los planes rusos de
mejorar su infraestructural digital, los productos chinos aparecen como los
principales proveedores, con el 5G de Huawei al frente. Los sistemas de vigilancia
callejera y ciudadana aplicados por las autoridades china durante la crisis del
coronavirus hacen las delicias del Kremlin
(5). Putin se prepara para el
mundo post-Covid 19.
NOTAS
(1) “Russia’s
leaders are self-isolating from their people”. TATIANA STANOVAYA.
CARNEGIE MOSCOW, 7 de abril.
(2) “Are
Russians finally sick of Putin?”. ANDREI KOLESNIKOV. CARNEGIE MOSCOW, 7 de
abril.
(3) “Au
Kremlin, le coronavirus a tour gâché’”. SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 22 de
abril.
(4) “The
imperatives and limitations of Putin’s rational choices. PAVEL K. BAEV. BROOKINGS
INSTITUTION, 28 de abril.
(5) “The
Pandemic could tighten China’s grip on Eurasia”. ALEXANDER GABUEV. FOREIGN
POLICY, 23 de abril.