LA OTRA GUERRA DE OBAMA

18 de julio de 2008

El presumible candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Barack Obama, ha decidido zanjar las interpretaciones polémicas acerca de sus planes sobre Irak, si alcanza la Casa Blanca el próximo mes de enero.

Un artículo rubricado con su firma en el NYT ha establecido las condiciones y grandes líneas de una retirada militar. En las semanas anteriores, el senador por Illinois se había expresado con cierta ambigüedad y confusión, lo que había provocado no pocas críticas entre muchos de los que le dieron su voto en las primarias. Pero, lo que resultaba más preocupante para él, también entre los grupos que movilizaron al electorado demócrata en su favor y ayudaron a canalizar ingresos hacia su campaña.

Obama parecía responder a un intento de atraerse a los demócratas más moderados, a los centristas, supuestamente cercanos a posiciones más duras, defendidas –no sin la misma falta de claridad- por la pre-candidata Clinton.

En las últimas semanas, en la prensa norteamericana más a la izquierda se han venido sucediendo reportajes que recogen la inquietud de sectores progresistas ante un giro (“flip-flop”) del presumible candidato presidencial. Muchos creyeron ver confirmados sus temores de estar ante la confirmación de la “burbuja Obama”. En este sentido, es imprescindible la lectura de un extenso trabajo publicado en el último número de THE NEW YORKER. Lamentablemente, la desafortunada anécdota de la portada ha desviado la atención de un documentadísimo artículo sobre la forja política del que podría ser el próximo presidente de los Estados Unidos.

Para aplacar en cierto modo los recelos, pero también para recuperar la iniciativa, Obama ha querido confirmar su compromiso de acabar la guerra, traer a casa las tropas y ofrecer una alternativa responsable al futuro de Irak.

El plan es el siguiente: retirada escalonada hasta verse completada en el verano de 2010 y mantenimiento de una “fuerza residual”, con tres misiones: combatir a los “remanentes de Al Qaeda en Mesopotamia”, proteger al personal norteamericano y entrenar a las fuerzas iraquíes. Además, promete un fondo de dos mil millones de dólares para estabilizar la democracia iraquí.

El editorial del NYT elogiaba sin ambages la propuesta de Obama y la contraponía a la “penosa” posición de McCain, al que considera “atrapado” en la “letania de Bush” de ganar la guerra, sin explicar qué entiende por tal cosa.

Pero la apuesta pacifista de Obama tiene un reverso, con el que posiblemente pretende no granjearse la desconfianza del electorado centrista (o incluso del conservador). En buena medida, el presumible candidato demócrata justifica la retirada de Irak por la necesidad de reforzar la presencia militar norteamericana en Afganistán y en la frontera de éste país con Pakistán.

Es decir, se trataría de clausurar una guerra para intensificar otra. Se compromete a enviar dos brigadas de combate más (o sea, unos10.000 soldados), para “terminar el trabajo”. Y, como podrían no ser suficientes efectivos, anuncia una ofensiva diplomática ante sus aliados de la OTAN para obtener más refuerzos.
De esta forma, Obama asume la estrategia de la “guerra contra el terrorismo”, neutraliza la imputación de “débil” o “blando” y se coloca en sintonía con ese espíritu traumático que domina Estados Unidos desde el 11 de septiembre.

En esta estrategia le aplaude, también sin reservas, el diario liberal neoyorquino, mientras la prensa conservadora guarda silencio.

Los sectores progresistas recuerdan estos días otros capítulos de la herencia iraquí. Entre otros, la gestión de los nuevos yacimientos petroleros. En un artículo para THE NATION, la conocida altermundista NAOMI KLEIN pone de manifiesto la dudosa legalidad de la decisión del primer ministro Al Maliki de otorgar a las compañías multinacionales la explotación de los pozos. “Invadir un país para quedarse con sus recursos naturales es ilegal según la Convención de Ginebra”, escribe. El borrador de contrato, por lo que se ha dado a conocer, establece que las compañías multinacionales se quedarán con el 75% del valor de las extracciones.

Klein reconstruye el argumento de esta operación. Irak necesita tecnología extranjera debido a las dos décadas de sanciones y a la destrucción bélica. Para pagar esta tecnología necesita petróleo, pero para conseguirlo necesita la inversión foránea. Y como la guerra ha convertido el país en un lugar de alto riesgo, es preciso ofrecer estímulos sin precedentes, que no se concedían en la regióin desde la época colonial. En palabras de Klein: “la invasión de Irak fabrica el argumento para su pillaje subsiguiente”.