MUERTE DE KIM JONG-IL: ¿COMIENZA LA ‘REGENCIA’?

19 de diciembre de 2011

Tardaremos tiempo –semanas, quizás- en obtener pistas sobre cómo se va produciendo la sucesión en Corea del Norte, tras la desaparición física de Kim Jong-Il. La designación de Kim Jong-Un, uno de los hijos del fallecido (pero no el primogénito) ha sido confirmada. Sin sorpresas, por tanto, en lo que se refiere a la sucesión nominal. Lo que no está claro es la sucesión real. Hace tiempo se tenía por seguro que este joven de unos 28 años (la edad real de los dirigentes es otra incógnita más) era demasiado inexperto como para presumirla la capacidad de conducir por si sólo los asuntos de Estado. Se pensaba en su momento (en Washington, en las capitales aliadas de Asia y probablemente en la potencia protectora –China) que una hermana y su marido vigilarían el comienzo de su mandato: de él mismo, de sus limitaciones e inexperiencia, y de los aparatos más reticentes del Estado.
Los observadores del enigma norcoreano creen que el Partido del Trabajo (comunista) perdió la hegemonía política en beneficio de las Fuerzas Armadas, cuando Kim Jong-Il se afianzó en el poder. Muchas señales confirmaban esta hipótesis. Los propios cargos iniciales del ahora desaparecido eran fundamentalmente militares, aunque, lógicamente, estaba situado en puestos estratégicos del partido. Pero el indicador fundamental era el peso de los militares en la gestión de las ‘emergencias’ nacionales. En realidad, el país vivía (vive) en situación de emergencia permanente. Los ciclos de hambruna se repiten invariablemente. Como consecuencia de ello, las alarmas militares con sus vecinos se suceden. No son provocaciones, como a veces se interpreta en la prensa menos avisada. Son llamadas de auxilio.
Algo parecido cabe decir del programa nuclear norcoreano. Más que un desafío a su vecina-rival, se trataría de una baza internacional (quizás la única) para conseguir la ayuda desesperada que el país necesita. La última crisis militar con Corea del Sur se produjo hace ahora un año, a finales de noviembre. El ataque contra un pequeño islote surcoreano en el Mar Amarillo tuvo lugar días después del comienzo de unas maniobras navales del vecino del sur. La alarma se disipó rápidamente, a pesar de que murieron medio centenar de marinos surcoreanos y de que en ciertos medios del país se inflamaron los ánimos.
Estados Unidos y China mantuvieron la cabeza bien fría. Los norteamericanos confían en el bueno juicio de Pekín. La administración Obama consideraría más útil la tutela indirecta del régimen norcoreano que una intervención propia más activa. De ahí que la reacción de Washington tras hacerse público el fallecimiento de Kim Jong-Il haya sido singularmente prudente. El comunicado oficial señala que se sigue la situación ‘de cerca’ y que Washington desea la estabilidad en la península coreana. En Japón y Corea del Sur se ha convocado reunión urgente del Consejo de Seguridad y del Gobierno, respectivamente. Sin más comentarios, de momento.
No resulta fácil predecir qué pasara ahora en el país. Pero probablemente no se producirán cambios dramáticos. La prioridad del nuevo dirigente nominal debe ser interna: la estabilidad institucional y la neutralización de los potenciales focos de descontento. Decir algo más sería especular demasiado.