ISRAEL-EEUU: IMPOSTURAS EN LA PELEA DE FAMILIA

26 de Marzo de 2015
        
Hay cierto aire de irrealidad en la riña que protagonizan Obama y Netanyahu. No porque falten los motivos para la disputa, que son aparentemente importantes y muy agrios. Pero visto con perspectiva histórica y estratégica, el conflicto perjudica a ambas partes y resulta del todo insostenible a medio plazo.

CONTROL DE DAÑOS

En las últimas horas, se ha detectado una ofensiva propagandística israelí, primero para hacer control de daños y, en segunda instancia, para desplazar hacia la Casa Blanca la parte más gruesa de la responsabilidad de la querella. El intento se antoja grosero, a poco que se analice con neutralidad lo ocurrido.
                 
El desencuentro entre Obama y Netanyahu se debe a dos motivos fundamentales: la firmeza de la Casa Blanca en negociar con Teherán el control y neutralización (ya que no es posible  la eliminación) de su proyecto nuclear iraní y el empeño de Washington en resolver conflicto palestino-israelí mediante la fórmula de los 'dos Estados'. Por si solas, las discrepancias no deberían haber salido de los cauces habituales. Pero hace tiempo que la desconfianza y desagrado mutuo entre ambos dirigentes ha provocado el desbordamiento.
                
Cuando las cosas empezaron a ponerse tensas, Obama intentó enfriar los ánimos, pero Netanyahu se sintió fuerte por la política desleal de los republicanos y jugó a practicar la 'pinza' contra el presidente norteamericano, quizás con el convencimiento de que éste cedería o buscaría la manera de satisfacer las aspiraciones de la derecha nacionalista israelí.
                
Pero Obama hizo todo lo contrario: mantuvo las negociaciones con Irán, aunque con ello asumiría el enorme riesgo del fracaso. Netanyahu dobló y triplicó las apuestas. Y llegó hasta quizás lo imperdonable: se avino con entusiasmo a la invitación republicana, sin el consentimiento del despacho oval, para pronunciar un discurso ante el Congreso con el propósito de alertar del riesgo que supone para Israel no destruir el programa nuclear iraní. Para más escarnio, ese discurso se programó en tiempo de campaña electoral israelí. Lo cual confundía intereses nacionales y partidistas.
                
El resultado de este envite no fue el esperado. Las encuestas posteriores al discurso no arrojaban un repunte del Likud. Netanyahu sacó entonces una carta que escondía desde hacía tiempo debajo de la manga: desafió a Washington con el rechazo del Estado palestino y, por si esto fuera poco, se despachó con pronunciamientos despectivos sobre el voto de los árabes israelíes (conducidos a votar 'en hordas', en autobuses 'fletados por la izquierda', dijo).
                
Esta "sorpresa" final de campaña irritó sobremanera a la Casa Blanca. Y mucho más al comprobar que resultó eficaz, pues Netanyahu ganó. E presidente retrasó más de lo habitual la felicitación obligada y reprochó al primer ministro sus referencias despectivas al voto árabe y el rechazo a la creación del Estado palestino. En consecuencia, Obama le advirtió a Netanyahu que "su gobierno tendría que reevaluar sus opciones en Oriente Medio". En Israel y en los sectores más proísraelíes de Estados Unidos se activaron las alarmas. Numerosos analistas han coincidido en diagnosticar estos días que nunca un presidente norteamericano se ha atrevido a llegar tan lejos en la crítica de su aliado privilegiado en Oriente Medio.
                
EL GIRO CÍNICO DE NETANYAHU
                
En otro gesto, seguramente tan calculado como los anteriores, Netanyahu aseguró que se le interpretó mal en campaña, que nunca dijo que rechazaría un Estado palestino si fuera elegido, sino que las circunstancias no permitirían que tal situación se produjera. Esta nueva muestra de grosero cinismo, tan propio del primer ministro israelí, exasperó a Obama y a sus asesores. En la semana posterior a la victoria electoral se filtró la nueva predisposición de la administración norteamericana a respaldar una eventual resolución de la ONU en favor de la reanudación de las negociaciones basadas en el principio de los dos Estados y abstenerse en caso de que se plantee otra resolución que condena la expansión de los asentamientos (1).
                
En el frente interno, la organización judía J-Street, próxima al Partido Demócrata, cerró filas con la Casa Blanca y responsabilizó a Netanyahu del deterioro de las relaciones de familia, presentándolo como un peligro mayor para la seguridad israelí.
                
La última gota en este intercambio de golpes ha sido la filtración de que Israel espió las negociaciones nucleares con Irán (2). Varios ministros israelíes han negado rotundamente estas imputaciones, aunque los desmentidos no parecen convincentes.
                
Más allá de todo este ruido, del cruce de reproches y culpabilizaciones, y sin negar que se ha producido daño y que la reparación será costosa y no inmediata, quizás se esté exagerando un poco. Sin descartar, como dicen algunos palestinos, que haya algo de "teatro".
                
En su áspera llamada de felicitaciones a Netanyahu, Obama afirmó que, bajo ningún concepto, se pondría en duda el compromiso de Estados Unidos con la seguridad de Israel. Convenía, entre tanto reproche y tirón de orejas, entre tanta advertencia gruesa, deslizar ese mensaje. Israel ha sido, es y seguirá siendo el protegido de Estados Unidos en Oriente Medio. Ni siquiera una bronca como la que se está viviendo podrá alterar esa realidad geopolítica, que ha sobrevivido a todos los sobresaltos globales y regionales de las dos últimas décadas.
                
A esta consideración estratégica hay que sumar las exigencias tácticas. Aunque Obama respalde la solución de los dos estados, en la práctica no ha presionado a Israel para avanzar en la justa reclamación de los palestinos, por muchos errores que éstos hayan cometido en los últimos procesos de negociación. La posición de Estados Unidos no ha sido nunca del todo neutral, ni en sus iniciativas más equilibradas, como los denominados "parámetros de Clinton" o el reciente esfuerzo de John Kerry. Hay una predisposición norteamericana a favorecer las posiciones de Israel, sobre todo cuando las negociaciones se estancan. De la misma manera, cuando rebrota el conflicto bélico, como ocurrió el verano pasado en Gaza, la administración norteamericana, aun señalando los excesos israelíes, tiende a amortiguar las críticas internacionales y a ser comprensiva con las "necesidades de seguridad de Israel" y con su "derecho a defenderse", minimizando la gigantesca desproporción de esa lucha.
                
En definitiva, en toda esta pelea de familia hay bastante impostura. Si cualquier otro dirigente mundial se hubiera comportado como lo ha hecho Netanyahu en los últimos meses, Washington ya estaría liderando una iniciativa de aislamiento internacional. 


(1) FOREIGN POLICY, 20 de marzo.

(2) THE WALL STREET JOURNAL, 24 de marzo.

TÚNEZ: ALGUNAS CLAVES DEL ATENTADO

20 de Marzo de 2015

El atentado del Museo Bordo, en pleno centro de la ciudad de Túnez, ha provocado la alarma de los dirigentes del país y una espiral de especulaciones.

Está generalmente aceptado que sólo en Túnez ha prendido la llamada "primavera árabe", precisamente el país en el que se inició.  Ciertamente, sólo en Túnez ha prendido el proceso de  democratización, en el sentido de que se han respetado los resultados electorales, se han formalizado alianzas y mayorías y se han resuelto las divergencias de manera pacífica. Pero no olvidemos que la chispa de la protesta la prendió un joven parado que se inmoló a lo bonzo, debido a la dureza de la vida cotidiana.  Lejos de resolverse, la situación socio-económica del país se ha agravado desde entonces, por la inestabilidad de la transición, el entorno internacional y otros factores.

EL TURISMO, UN OBJETIVO OBVIO

En estos cinco años, la amenaza terrorista, tal y como la sufren otros países de la región, no se había manifestado en Túnez. Pero su sombra ha permanecido presente.

No olvidemos que Túnez es el país que más nacionales aporta al Estado Islámico en su cruzada lanzada en el doble frente sirio-iraquí. A muchos les ha sorprendido que se recuerde estos días, con motivo de este atentado. Siendo uno de los países más "occidentalizados" -si no el que más- del mundo árabe, puede sorprender este dato. Sin embargo, la explicación no es demasiado compleja.

Tiende a identificarse a Túnez con la capital o, a lo sumo, con otras zonas de gran atracción turística, como Cartago, o incluso Sfax. Todas ellas son localidades costeras, donde mal que bien aún subsisten recursos que aplacan la crisis. En el interior, cuando más nos adentramos en el sur del país, zona desértica y muy limitada económicamente, la frustración social crece y la llamada de los mensajes mesiánicos se amplifica. De ese interior con escasas perspectivas surgió la protesta en el otoño de 2010.

Pero también en las más prósperas localidades costeras ha crecido el descontento en los últimos años. El turismo, que representa un 7% del PIB y emplea a uno de cada diez tunecinos, se encuentra aún sumido en una crisis inquietante. El número de visitantes se ha reducido en un 12% desde el comienzo del proceso de transición democrática, en 2010. Ni siquiera una perspectiva de estabilización ha servido de estímulo para el repunte.  El año pasado, cuando ya se vislumbraba el final de las turbulencias,  fue peor para el turismo que el anterior, aún sumido en la incertidumbre sobre el futuro inmediato. En coherencia con la depresión del principal sector económico, las inversiones extranjeras cayeron en 2014 un 5% con respecto al año anterior y acumularon un descenso del 20% desde 2010.

La economía es, por lo tanto, el talón de Aquiles de la incipiente y frágil democracia tunecina. El turismo tiene que ser el motor de una recuperación, al menos a corto plazo. De ahí que el atentado del museo nacional no pueda ser una sorpresa en una estrategia de combate feroz como la que plantean los 'jihadistas'. Han golpeado donde más duele, donde más daño podrían hacer.

AUTORÍA: TRES HIPÓTESIS

El otro aspecto de interés es la autoría. El DAESH (Estado Islámico) dejó pasar algunas horas antes de atribuirse el atentado. Previamente, la denominada brigada Uqba bin Naf, un grupo ligado a Al Qaeda del Magreb Islámico, parecía perfilarse como responsable, debido a una declaración aparecida en un foro extremista en la que se especulaba con las devastadoras consecuencias que tendría una ofensiva contra el turismo tunecino. Por otro lado, hace una semana, un miembro perteneciente en su día a la organización Ansar El Sharia, vinculada con Al Qaeda, anunciaba represalias "en los próximos días" por las redadas de yihadistas efectuadas por el nuevo gobierno tunecino.

Entre la miríada de grupos islamistas armados que son activos en Túnez puede haber rivalidad, pero también complicidades poco exploradas, debido a su condición de país 'periférico' o lejano del principal teatro de combate actual (Mesopotamia). De ahí que puedan perfilarse tres hipótesis sobre el atentado del Museo Bordo:

-una, que Al Qaeda (o sus derivados) hubiera elegido este país, por la fortaleza de sus conexiones, filiales y recursos, para desafiar la hegemonía que en los últimos meses (más bien, años) habría conseguido el DAESH.

-dos, contraria a la anterior, que ambas formaciones yihadistas hubieran decidido aparcar sus diferencias y colaborar con un atentado para desconcertar al enemigo común.

-tres, que la autoría se debe a 'agendas locales', no necesariamente vinculadas a las estrategias globales de estas dos formaciones.

En todo caso, el atentado ya ha provocado una intensificación de las medidas anti-terroristas. La actividad policial se intensificará y aumentará el gasto en material militar (en lo alto de la lista, helicópteros norteamericanos). Esperemos que la amenaza yihadista no desvíe al gobierno de su principal tarea: encaminar al país por la senda de la recuperación económica.
               
               

                

ISRAEL: EL TRIUNFO DE LA ‘GEVALT’

18 de Marzo de 2015

Gevalt’ es un término en yiddish que puede traducirse como ‘alarma’. O peligro. Los israelíes lo han utilizado profusamente en las últimas semanas para definir el tono de la campaña de las elecciones generales anticipadas.

Pues bien, la alarma o el peligro genera miedo, y ése parece haber sido el factor dominante en la decisión final´de los electores israelíes. El primer ministro saliente, Benjamin Netanyahu, ha conseguido imponer su mensaje de ‘peligro’ y convertir al Likud en el partido más votado: podría tener 30 diputados en la próxima Knesset frente a los 24 estimados de la coalición de centro izquierda Unión Sionista. Hace sólo unos días, los sondeos predecían que el principal bloque opositor obtendría tres escaños más que el Likud.

¿EL ‘FAROL’ DE NETANYAHU?

En las últimas horas de la campaña, Netanyahu exhibió un triunfo que tal vez tenía guardado debajo de la manga. Afirmó que si él seguía gobernando el país, no habría Estado Palestino. Es decir, renunciaba formalmente a lo que había demostrado en la práctica. Este pronunciamiento de Netanyahu fue interpretado de distintas maneras, en las frenéticas horas previas a la apertura de las urnas.

Para algunos, se trataba de un intento desesperado de atraerse a los indecisos preocupados por la seguridad, aunque descontentos con la gestión económica del gobierno; pero sobre todo a votantes de otros partidos más a la derecha que encontraran más útil reforzar al principal partido del campo de la firmeza.

Otros analistas, ya fueran sectores opositores, escépticos o simplemente lectores de la trayectoria cínica del personaje, tendían a considerar que Bibi había simplemente jugado de farol, enviando el mensaje deseado en el momento justo: en el pretil de la decisión final. No necesariamente debía ser un recurso de última hora. Conociendo sus habilidades tácticas, bien podía haber planificado el ‘timing’ desde el principio, sabedor de que la campaña no iba a ser decisiva y que el lecho de indecisos se iba a mantener bien nutrido hasta el final.

En todo caso, el truco ha funcionado. Su victoria no es concluyente, pero es lo máximo a lo que podía aspirar. Ahora tendrá que pactar con sus dos aliados extremistas más próximos (Hogar Judío y Nuestra Casa Israel) en la escala ideológica, sin demasiadas dificultades. Pero como no será suficiente para conseguir los 61 escaños que otorgan la mayoría en la Knesset, no dudará en ponerse conciliador y hasta obsequioso con Moshé Kahlon, el disidente del Likud que hace dos años le dejo plantado para fundar un enésimo partido. Se espera que le ofrezca el caramelo (envenenado) del Ministerio de Finanzas, con lo que Kahlon podrá creer que finalmente ha hecho claudicar a Netanyahu, ya que fueron precisamente las desavenencias económicas lo que precipitaron la ruptura.

UN PANORAMA INQUIETANTE

Dicho esto, no nos engañemos, a lo que hemos asistido el martes en Israel es a la supervivencia política de Netanyahu, más que a una victoria electoral. El resultado no esconde otros elementos inquietantes para el futuro de Israel y de la zona. Son los siguientes:

1.- El próximo gobierno de coalición conservadora no va a ser más sólido que el anterior, por mucho que se beneficiedel impulso que supone ganar cuando algunos ya lo consideraban amortizado. El efecto puede ser intenso, pero efímero. No son descartables otras elecciones anticipadas. O, para prevenirlo, un intento de modificar la ley electoral y enterrar uno de los pocos los escrúpulos democráticos originarios que se mantienen en Israel.

2.- Los otros grandes triunfadores de la jornada han sido los árabes israelíes. Unidos en una lista conjunta, han mejorado su representación parlamentaria hasta convertirse en el tercer bloque de la Cámara única israelí, sólo por detrás del Likud y de la coalición Unión Sionista. El discurso cada vez más extremista de Netanyahu, sus planes de ‘judaización’ del Estado de Israel y su aparente abandono del proceso de paz con los palestinos fortalecerá a los árabes israelíes y abrirá aún más las heridas existentes con una población que aumenta en proporción semejante a cómo se lesionan sus derechos de todo tipo.

3.- La decepción laborista, una más, arrastra en esta ocasión a su socio centrista más proclive a negociar con los palestinos: la discreta Tzipi Livni y su partido, Hatnua, minúsculo, pero como tantos otros que se sientan en la Knesset). El debilitamiento de las opciones moderadas se confirma. Otra alarma: distinta, pero más real. La derrota, después de haber acariciado la victoria, puede provocar una amargura aún mayor y, desde lugar, acentuar las habituales tendencias cainitas en el laborismo israelí. El débil liderazgo de Herzog podría no resistir este fracaso (1)

4.- Si antes de las elecciones israelíes la Autoridad Palestina ya proclamaba, aunque sólo fuera para guardar las apariencias, su indiferencia por el resultado, parece claro que la continuidad de Netanyahu reforzará su estrategia de alejarse del camino negociador e insistir en su denuncia de Israel ante los foros internacionales. Sería una confrontación ‘diplomática’. Menos probable es otra Intifada o la convergencia, siquiera oculta, con otros movimientos más radicales. La congelación del proceso de paz podría tomar carta de naturaleza, se reconozca públicamente o no. El pacto de un gobierno de unidad con Hamas podría desbloquearse después de un año y medio de titubeos y desconfianza indisimulada (2).

5.- Una mayoría exigua de israelíes no sólo han votado por Netanyahu, sino también contra Obama. Aunque no se haya inmiscuido en las elecciones, naturalmente, los deseos del presidente norteamericano eran un secreto a veces. Después del discurso ante el Congreso, Netanyahu “quemó las naves”, según confesiones de algunos colaboradores de la Casa Blanca. Los republicanos (y los demócratas disconformes con su líder) se deben estar frotando las manos por esta “derrota” interpuesta de Obama.

6.- Están por ver las consecuencias de este revés en las negociaciones con Irán. La administración norteamericana no debería dar la sensación de sentirse intimidada por el refuerzo del primer ministro israelí. Otra cosa es cómo reaccionen los iraníes. Los moderados (el Presidente y su ministro de exteriores a la cabeza) pueden aprovechar el anclaje de Israel en posiciones intransigentes para resaltar su posición flexible y negociadora y favorecer el acuerdo. Por el contrario, los enemigos del pacto pueden considerar que, con Netanyahu presionando con renovado vigor desde Israel, la próxima administración en Washington se las apañaría para convertir el acuerdo en papel mojado, sin descartar la represalia militar. Igual daría que el próximo presidente fuera republicano o demócrata, sobre todo si en estos últimos se confirmara la opción Hillary, favorita sin discusión en esta hora.

Israel ha completado una lenta evolución como Estado y como proyecto de convivencia. La idea de una sociedad abierta y progresista, laboratorio de experiencias de colectivismo igualitario y justicia social, es hoy un lejano recuerdo. Las tensiones económicas, los efectos perturbadores de una inmigración judía convocada por el temor a una inferioridad demográfica en todo caso inevitable, la incapacidad para generar, sustentar y explicar una estrategia de paz con los palestinos… todos esos factores y algunos más han arrinconado a amplios sectores de la sociedad israelí en ese espacio de ansiedad e impredecibilidad que se resume en la ‘gevalt’: la alarma. El miedo.

(1)    Muy recomendable la entrevista con Zeev Sternhell, historiador y referente intelectual de la izquierda israelí, que LE MONDE publicó el 14 de marzo.

(2)    Sobre las previsibles actuaciones venideras de la Autoridad Palestina, es interesante el artículo titulado “Forget the Knesset. I’ll see you at The Hague”, firmado por GRANT RUMLEY, en FOREIGN POLICY, el 12 de marzo.

IRAK: LA GUERRA ABSOLUTA

12 de Marzo de 2015

Irak ha sido un pandemónium, en mayor o menor grado, desde la invasión de los Estados Unidos y sus aliados, en 2003. La población se ha resignado al caos, aunque haya parecido que, en algunos periodos, el país se encaminaba por una senda de relativa calma y normalidad. Puros espejismos. A cada pausa sucedía una complicación aún más perniciosa.

La emergencia del DAESH (Estado Islámico) parece haber superado todos los niveles de destrucción y crueldad. En realidad, los fanáticos del Califato no tienen la exclusividad de hacer daño y sumir al país en el caos. Las luchas sectarias que asolan Irak desde hace una década no se han extinguido nunca; por el contrario, se reavivan a la menor ocasión (o excusa). Y estamos en un momento particularmente peligroso.

TIKRIT, COMO MODELO

La actual ofensiva del gobierno iraquí contra el DAESH al norte de Bagdad, en la provincia de Salahadin, con el objetivo de reconquistar Tikrit, la ciudad de Saddam Hussein, está protagonizada por las milicias chiíes. Estos grupos armados, variados y obedientes a distintos partidos, movimientos o sectores del chiísmo, comparten credo y en parte proyecto político, pero discrepan en estrategias y tácticas. La rivalidad que se aprecia entre ellas responde a la ambición de ganar la hegemonía en el bando confesional mayoritario en el país. Se trata de una lucha a muerte, sin apenas concesiones. Sólo el empeño en derrotar a un enemigo común, poderoso y temible, les mantiene más o menos unidas. Pero puede apostarse a que, si el DAESH es derrotado, no pasará mucho tiempo hasta que las milicias chiíes diriman sus diferencias a tiros.

En este panorama, el gobierno de Bagdad se encuentra maniatado. El ejército regular, es débil, sus bases de reclutamiento, organización y mantenimiento están corrompidas. Los sucesivos ejecutivos no han sido capaces de mantener la neutralidad exigible en la gestión de unos cuerpos de seguridad. Su debilidad –o la codicia apenas disimulada- les ha llevado a depender peligrosamente de estas milicias. De hecho, el primer ministro actual, Abadi, en quien tantas esperanzas se habían depositado para desterrar el sectarismo, se ha visto obligado –o no ha querido oponerse- a nombrar al jefe de la principal milicia (Badr) como ministro del Interior. En la práctica (y la más apabullante es el combate), no hay diferencia operativa entre el ejército regular y las milicias chiíes. En Tikrit esa fusión ha sido bien palpable y, seguramente, la clave de la reconquista de la ciudad.

IRAN PROTEGE PERO NO UNE

Todas las milicias chiíes son tan leales a Irán como a su propio país. Este es el único denominador común. Lo que les diferencia, sobre todo, es la disposición a cooperar con los Estados Unidos. Lo que tal vez responsa a la ambiguedad de Teheran frente al 'Gran Satán'.

Badr, la principal milicia, es la más favorable a colaborar con los norteamericanos, pese a que su creación, organización y apoyos la relacionan estrechamente con el vecino Irán. Esta milicia no participó nunca en ataques contras las fuerzas de ocupación estadounidense, ya que su estrategia pasó siempre por consolidar su influencia política en el ejecutivo de Bagdad.

En cambio, otras de las milicias chiíes más activas, Asaib Ahl Al-Haq, rechaza por completo la colaboración con los Estados Unidos. De hecho, sus portavoces aseguran que el DAESH es una creación conjunta de norteamericanos e israelíes y ven en la emergencia del Califato una conspiración sionista. Aunque cuentan también con el apoyo iraní (no puede ser de otra manera, siendo chií en Irak), sus actuaciones se asimilarían a la función de “poli malo” de Teherán, al que se acude en ciertos momentos para marcar terreno.

Una tercera milicia, la histórica del clérigo Muqtar Al Sadr, el enemigo más feroz de los norteamericanos durante la ocupación, ha sido ahora rebautizada como Brigadas de la Paz. Para sorpresa de muchos, esta milicia ha adoptado una actitud conciliatoria. No sólo se ha retirado de la ofensiva de Tikrit, sino que Al Sadr ha acusado a las otras milicias chiitas de acudir a tácticas “sucias” para derrotar al DAESH.

Oficialmente, los seguidores de Al Sadr sostienen que otra de las razones para no implicarse en esta ofensiva contra los ‘califales’ es el rechazo al papel más o menos preponderante que pueda jugar Estados Unidos en esta nueva guerra, aunque en Tikrit se mantenga oficialmente al margen. Algunos observadores creen, sin embargo, que hay otros motivos menos reconocibles en el cambio de táctico del clérigo chií: muy probablemente, su intento de establecer relaciones constructivas con la comunidad sunní, para fortalecer sus opciones políticas en un escenario futuro, más limpio, de colaboración inter-confesional (1).

EL DILEMA DE LOS SUNNÍES

En el bando sunní, la división es también la norma. Lo ha sido siempre, desde que Al Qaeda, bajo el liderazgo de Al Zarqawi, asumiera el protagonismo de la resistencia sunní contra los norteamericanos, en 2005. La brutalidad del díscolo pupilo de Bin Laden provocó la repugnancia de muchos jefes tribales en las regiones al norte y oeste de Bagdad, lo que aprovechó el General Petreus para diseñar Awakening, un proyecto para alejar a las comunidades suníes de la hegemonía yihadista.

Desgraciadamente, el sectarismo del gobierno Al-Maliki volvió a convencer a los líderes tribales suníes de que no podían esperar nada del gobierno central de Bagdad y, cuando los extremistas del DAESH lanzaron su ofensiva a finales de 2013 y principios en 2014 en sus zonas de influencia, no opusieron una resistencia relevante.

Ahora, tras las barbaridades califales, los sunníes parecen forzados a un nuevo giro en su política de alianzas. Según informaciones oficiales iraquíes (2), cinco mil milicianos sunníes estarían participando junto a los chiíes en la campaña de Tikrit, pero no en misiones directas de combate, sino en labores de inteligencia y orientación sobre el terreno. Lo que parece claro, según puede apreciarse en los video, que los sunníes, hastiados de la brutalidad del DAESH, han decidido actuar de 'quinta columna' y cooperar con las milicias chiíes en Tikrit.

En definitiva, el fin del Califato no implicaría necesariamente un proceso de estabilidad en Irak, como tampoco puede esperarse tal horizonte venturoso en Siria, si el DAESH fuera derrotado y el régimen de los Assad derrocado. Mientras no haya un gran pacto regional, en el que se comprometan Irán y Arabia Saudí en primer término, la guerra absoluta será una realidad o una amenaza inminente.


(1)    Dos artículos recientes en FOREIGN POLICY abordan orientación y tácticas de las milicias chiíes iraquíes y su dependencia de Iran. A saber: “For God and Country, and Iran”, de DAVID KENNER, 5 de marzo; e “Iran’s Shiite Militias are running amok in Iraq”, de ALI KHEDERY, 19 de febrero.


(2)    NEW YORK TIMES, 5 de marzo

APOLO EN EL CAPITOLIO, CASANDRA EN LA CASA BLANCA

 5 de Marzo de 2015

El primer ministro de Israel ha defendido esta semana en Washington su oposición frontal a las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán, afianzando su confrontación con la administración norteamericana, con el apoyo de la oposición republicana, fortalecida en el Congreso. Netanyahu presentó su oposición al proyecto nuclear de Irán como un "combate contra la tiranía", lo que valió a sus exégetas para compararlo con Churchill en su llamada la resistencia frente a los nazis. Tal vez Bibi consiguiera lo que buscaba. ¿Pero a qué precio?

EL RUIDO Y LA FURIA

Presentándose como defensor a ultranza de la seguridad de su pueblo,  buscaba agrandar su estatura de líder nacional, en vísperas de unas elecciones, cuando su credibilidad, capacidad y habilidad para serlo está más cuestionada que nunca. Lo está para sus adversarios, en el centro y en la izquierda; pero también para sus aliados de la derecha, que desconfían de su cinismo político, de su propensión al oportunismo y la maniobra, y se creen capaces de apartarlo de la posición predominante entre el electorado conservador o tradicional.

¿Qué ha obtenido? Un homenaje ruidoso, pelín extravagante, un tanto obsceno, viniendo de los patricios de la política norteamericana. Más allá de las motivaciones partidarias que sin duda las tiene, se entiende el comentario de la congresista demócrata Nancy Pelosi: “Netanyahu ha insultado a la inteligencia de Estados Unidos” por sus burdos reproches al esfuerzo de la administración por conseguir un control negociado del proyecto nuclear iraní.

¿El precio? El daño ocasionado a uno de los activos más sólidos, inconmovibles y permanentes de la política exterior norteamericana: el apoyo prácticamente incondicional a Israel, por encima de cualquier división política o ideológica.  No es extraño que Netanyahu se disculpara por haber creado esa incomodidad tan irritante entre republicanos y demócratas. Sabe que lo ha hecho, que ha sido el causante necesario. Por mucho que, en la tribuna, dejara escapar unas cuantas lágrimas de cocodrilo por las fricciones de los últimos meses.

Lo peor para el primer ministro israelí es que, al cabo, todo este estropicio puede volverse dramáticamente contra él, si, como parece, las negociaciones de Ginebra concluyen de manera satisfactoria y creíble. Y más aún si, pese a todo su empeño teatral, los israelíes ponen por encima de los cantos de sirena y las invocaciones catastróficas, la necesidad de un cambio, de una mayor flexibilidad, de una recuperación de la sensatez en las relaciones con el estado y/o país que ha sido, es y seguirá siendo el principal protector de Israel.

LA INCONSISTENCIA DE NETANYAHU

Las negociaciones nucleares con Teherán pivotan sobre un objetivo cardinal: ya que la infraestructura atómica de Irán es un hecho, se trataría de limitar la dimensión y el desarrollo de las instalaciones y establecer un sistema de control y verificación para impedir que Irán pueda pasar a la fase de construcción de la bomba en menos de un año. A eso se le llama, en la jerga técnica de las negociaciones, el “break-out”.

Obama y sus colaboradores se empeñan en consolidar garantías. Si Irán incumpliera el acuerdo, o se negara a prolongarlo cuando termine la vigencia del mismo (se barajan al menos 10 años), Estados Unidos se asegurará de tener tiempo suficiente para detener la producción del arma nuclear ofensiva. Es lo máximo que se puede hacer. No es lo ideal, por supuesto, pero no hay mejor alternativa.

La posición de Netanyahu es arriesgada porque está fundamentada en un farol demasiado grande para esconderlo. Califica el presentido acuerdo como "malo, muy malo", pero su apuesta es pura y simplemente militar. Aunque no lo diga de forma expresa, sus fórmulas son, mutatis mutandis: ‘liquidemos las instalaciones nucleares de Irán’. O, incluso, de forma más esquinada y peligrosa: ‘forcemos la caída de los ayatollahs’.

La posición de la administración norteamericana, aunque haya suscitado críticas de algunos escépticos, es compartida por la mayoría de analistas y expertos, participantes o no en algún momento de las negociaciones. Incluso los que dudan del posible acuerdo entre Irán, de su voluntad negociadora y más aún de su compromiso por cumplir lo pactado, reiteran que Netanyahu no ofrece una alternativa más creíble (1).

Los únicos que han hecho la ola a Netanyahu, los que lo aclaman como un semidiós de la democracia en un entorno regional de tiranía, guerra y caos, son la gran mayoría de los republicanos, algunos demócratas (por convicción o por miedo a perder el respaldo del lobby judío),  Republicano (o la mayoría de ellos), los agitadores derechistas sin conocimientos de la realidad internacional y, ante todo, los que, por encima de cualquier consideración política o estratégica, odian a Obama.

EL PULSO DE OBAMA

El Presidente parece haber renunciado a la reconciliación con Netanyahu. Y aunque evita cuidadosamente inmiscuirse en las elecciones israelíes, uno de los principales artífices de su campaña de reelección asesora a una ong israelí que persigue la derrota del actual primer ministro. En su comentario al discurso de Netanyahu en Capitolio, Obama se mostró suavemente desdeñoso. Dijo que no lo había escuchado porque a esa hora participaba en una video conferencia con líderes europeos para tratar de Ucrania. Pero afirmó que, según un resumen que había “ojeado”, el primer ministro israelí no había dicho “nada nuevo” y calificó su presencia en el Congreso como gesto “teatral”.

Días antes, su consejera de seguridad nacional, Susan Rice, había dejado traslucir la frustración de la Casa Blanca por la conducta de Netanyahu, al definir como “destructiva” la conducta del mandatario israelí. “Temporalmente destructiva”, matizó luego Obama, en un guiño más diplomático. Ciertamente, un Presidente norteamericano no puede mantener por mucho tiempo la tensión con Israel, o con su principal dirigente, aunque Obama no es el primero que ha tenido que soportar esta situación.

Clinton no escondió sus preferencias por Shimon Peres en las elecciones de 1996, harto de la arrogancia del Netanyahu emergente de entonces en el asunto de la colonización de Cisjordania. Y Bush padre llegó a negarle al entonces líder derechista, Isaac Shamir, las habituales garantías de los préstamos suscritos por Israel, por el mismo motivo. Habría más ejemplos históricos de desencuentros, pero nunca se nunca se había llegado tan lejos, ni la disputa en las “relaciones privilegiadas” había adquirido un tono tan agrio.

Hay pronósticos para todos los gustos. Pero da la impresión de que Obama ha cruzado el Rubicón con Netanyahu y ahora cualquier vuelta atrás dinamitaría su credibilidad y proyectaría una sombra dañina sobre su legado. Después de todo, los dos tercios de los norteamericanos favorecen un acuerdo con Irán, sin apenas distinción entre ciudadanos demócratas y republicanos (66%/61%).Ç

Netanyahu pude haber cometido un grave error de cálculo. De poco podría valerle haberse exhibido como Apolo en el Capitolio, donde quizás haya obtenido el certificado de autenticidad a sus predicciones catastrofistas sobre un Irán nuclearizado, si la Casa Blanca consigue reducirlo a Casandra y convencer a Estados Unidos y al mundo que sus vaticinios son pura invención oportunista o delirio desconectado de la realidad.



(1)     THOMAS FRIEDMAN. “What Bibi Didn’t Say”. NYT, 3 de marzo. Un ex-negociador con Irán, Ihra Goldenberg, llega incluso a sugerir que Netanhayu podría haber aceptado parcialmente el acuerdo, pese a la retórica combativa de su discurso (“A silver lining in the Netanyahu’s thunderous speech”, firmado por YOCHI DREAZEN, en FOREIGN POLICY, 3 de marzo).