ESTADOS UNIDOS: LAS EXTRAÑAS ELECCIONES DEL 16

29 de Julio de 2016
                
                
Las elecciones presidenciales de este año en Estados Unidos quizás sean las más extrañas y peculiares de la historia reciente. La acumulación de elementos y circunstancias insólitos muy alejados de la normalidad política norteamericana convierten la cita del primer martes después del primer lunes de noviembre de 2016 en un acontecimiento diferente.
                
Los dos factores diferenciales son las personalidades de los candidatos y la brusca evolución del discurso y del panorama político. Lo más evidente es la cuestión de género (primera mujer candidata presidencial con posibilidades). Pero ese "techo de cristal" no será el decisivo, o el más duro de romper para Hillary Clinton, todavía favorita en estas elecciones.
               
  UNA CANDIDATA IDEAL REDUCIDA A CANDIDATA FORZOSA
                
Es el mantra de los demócratas, aunque aceptado sin demasiadas reservas por analistas e independientes. "No ha habido en la historia un candidato más cualificado". En este mensaje abundó Obama en Filadelfia. "Ni Bill, ni yo: Hillary es la más apta". Y, sin embargo, ahí están, muy tozudas las cifras: dos de cada tres electores no confían en la "más preparada".
                
No hay que rasgarse las vestiduras. Después de todo, dice algunos, unas elecciones no son unas oposiciones. Es decir, la competencia no es garantía de éxito. Pero en un momento de dudas, incertidumbres, acumulación de crisis internas y externas, la cualificación debería ser un asunto mayor. No parece que vaya a serlo. O no lo es, por ahora.
                
Por esa razón, la Convención de Filadelfia ha sido una inyección de empatía en el corazón de esos renuentes electores, propios y ajenos, que se resisten a votar a la candidata demócrata. Un gran esfuerzo para convencer de que "hay otra Hillary", "la verdadera", según su marido; la esencial, según su otrora rival, luego jefe y ahora promotor, Barack Obama; la "empática" y defensora de causas justas, según representantes de movimientos cívicos  o simples ciudadanos de a pie abatidos por las disfunciones del sistema, como las madres de las víctimas del incontrolado sistema de posesión de armas de uso personal.
                
Ella misma ha intentado contribuir recientemente con un doble empeño: parecer más humilde (ha reconocido errores o problemas de carácter, y ha admitido sus limitaciones) y mostrarse más cercana (ahora sonríe más, sus gestos son más suaves, su aspecto es más relajado).  Ser más como esa madre o abuela a la que su hija Chelsea introdujo en la Convención. Un detalle curioso: ¿tenía algún significado que para el discurso de aceptación se vistiera totalmente de blanco? No se trataba de vender pureza, claro. Pero tal vez de proyectar el propósito de un nuevo comienzo.
                
La gran pregunta es: ¿alcanzará todo este esfuerzo por cambiar las percepciones sobre Hillary Clinton? En definitiva: ¿podrá superar el estigma de candidata forzosa y recuperar la condición de candidata ideal?
                
2) EL ANTI-CANDIDATO
                
Las contradicciones que dominan la candidatura demócrata tienen amplificada réplica en la apuesta republicana. Se ha hablado mucho  (demasiado) sobre el "fenómeno Trump". Se han identificado las causas profundas de su éxito (malestar, cansancio y desconcierto de la población, inversión de valores, efectos perversos de la globalización, negativismo indolente del Partido Republicano),  y las más superficiales o "fabricadas" (atención mediática excesiva, simplificación electrónica de las conductas socio-políticas, inercia social).
                
Pero nada de ello justifica que una de las opciones electorales sea un anti-candidato. Porque eso significa Trump: una opción catastrófica, generadora de divisiones y fracturas sin precedentes, irrespetuosa con los aliados y amigos, amenazadora frente a los enemigos  (reales e imaginarios) y obscena con los rivales externos. La última genialidad ha sido alentar a Rusia a espiar a su rival electoral.
                
Trump avergüenza a los suyos con la misma intensidad con que indigna a quienes repudian sus mensajes y sus maneras. Pero los suyos, con algunas excepciones honrosas, han decidido esconder la cabeza debajo del ala. Muchos han mirado para otro lado, han entregado palabras convencionales de apoyo o no han comparecido. El resentimiento personal y el escozor del insulto continuado ha sido más fuerte que el rechazo de políticas disparatadas y agresivas. El Partido ese ha hecho tan irreconocible que en su Convención, por primera vez en una generación, Reagan ha estado ausente. El presidente de los ochenta es una figura muy controvertida en Europa, pero casi indiscutida en Estados Unidos. Trump lo ignoró. La figura de referencia fué Nixon: el tramposo, el presidente que todavía encarna la ignominia política en la historia reciente. Para ser honestos, Trump tampoco  lo rescató. Entre otras razones menores, porque la vanidad le impide dedicar tiempo a alguien que no sea él.
                
Obama ridiculizó a Trump con su maestría reconocida de forjador de mensajes, en su discurso de Filadelfia. La fuerza y la grandeza de América, que Trump proclama arruinadas, están vivas y no dependen de él, ni de nadie individualmente, dijo el Presidente. Lo único que cabe esperar de Trump es miedo, cinismo y fractura.   
                
UN PANORAMA NUEVO            
                
El tercer elemento que convierte en extrañas las elecciones de este año es la brusca alteración de las referencias políticas. Los dos partidos se han visto obligados a cuestionar los  planteamientos sostenidos desde hace cuarenta años. No sólo se alejan del centro (ese viaje lo comenzaron antes los republicanos, en los noventa). También modifican sus perspectivas, presionados por sus bases tradicionales o por otras que han emergido muy poderosamente.
                
El Tea Party empujó a los republicanos hacia un libertarismo de derechas que no cuajó, pero envenenó los fundamentos ideológicos del partido y preparó el terreno para la demagogia de Trump. La plataforma legislativa del G.O.P. puede ser conservadora,  como pretende Paul Ryan. Su líder electoral es disolvente, impreciso, imprevisible. Y peligroso.
                
Los demócratas tendrán que adaptarse a la emergencia más poderosa de su ala izquierda desde hace cincuenta años. El éxito de Sanders no es personal. Es reflejo de una ampliación de las bases del partido, del convencimiento de que se puede actuar desde dentro del sistema, pese a las  recientes decepciones. América está cambiando mucho y muy deprisa y el Partido Demócrata es el más plural y el que mejor refleja estas contradicciones. Que sepa convertirlas en oportunidades es su gran desafío. Las primarias han sido un aviso, que Hillary y el establishment demócrata no pueden o no deben desconocer. 

ESTADOS UNIDOS: LAS EXTRAÑAS ELECCIONES DEL 16

29 de Julio de 2016
                
Las elecciones presidenciales de este año en Estados Unidos quizás sean las más extrañas y peculiares de la historia reciente. La acumulación de elementos y circunstancias insólitos muy alejados de la normalidad política norteamericana convierten la cita del primer martes después del primer lunes de noviembre de 2016 en un acontecimiento diferente.
                
Los dos factores diferenciales son las personalidades de los candidatos y la brusca evolución del discurso y del panorama político. Lo más evidente es la cuestión de género (primera mujer candidata presidencial con posibilidades). Pero ese "techo de cristal" no será el decisivo, o el más duro de romper para Hillary Clinton, todavía favorita en estas elecciones.
                
UNA CANDIDATA IDEAL REDUCIDA A CANDIDATA FORZOSA
                
Es el mantra de los demócratas, aunque aceptado sin demasiadas reservas por analistas e independientes. "No ha habido en la historia un candidato más cualificado". En este mensaje abundó Obama en Filadelfia. "Ni Bill, ni yo: Hillary es la más apta". Y, sin embargo, ahí están, muy tozudas las cifras: dos de cada tres electores no confían en la "más preparada".
                
No hay que rasgarse las vestiduras. Después de todo, dice algunos, unas elecciones no son unas oposiciones. Es decir, la competencia no es garantía de éxito. Pero en un momento de dudas, incertidumbres, acumulación de crisis internas y externas, la cualificación debería ser un asunto mayor. No parece que vaya a serlo. O no lo es, por ahora.
                
Por esa razón, la Convención de Filadelfia ha sido una inyección de empatía en el corazón de esos renuentes electores, propios y ajenos, que se resisten a votar a la candidata demócrata. Un gran esfuerzo para convencer de que "hay otra Hillary", "la verdadera", según su marido; la esencial, según su otrora rival, luego jefe y ahora promotor, Barack Obama; la "empática" y defensora de causas justas, según representantes de movimientos cívicos  o simples ciudadanos de a pie abatidos por las disfunciones del sistema, como las madres de las víctimas del incontrolado sistema de posesión de armas de uso personal.
                
Ella misma ha intentado contribuir con un doble empeño: parecer más humilde (ha reconocido errores, fallos de comunicación o problemas de carácter, y ha admitido sus limitaciones) y mostrarse más cercana (ahora sonríe más, sus gestos son más suaves, su aspecto es más relajado).  El objetivo: ser una madre o abuela americana reconocible.
                
La gran pregunta es: ¿alcanzará todo este esfuerzo por cambiar las percepciones sobre Hillary Clinton? ¿Podrá superar el estigma de "candidata forzosa" y recuperar la condición de "candidata ideal"? La campaña dirá. De momento, los abucheos de los tres primeros días de Convención se resolvieron en protesta silenciosa durante su discurso de aceptación.
                
2) EL ANTI-CANDIDATO
                
Las contradicciones que dominan la candidatura demócrata tienen amplificada réplica en la apuesta republicana. Se ha hablado mucho  (demasiado) sobre el "fenómeno Trump". Se han identificado las causas profundas de su éxito (malestar, cansancio y desconcierto de la población, inversión de valores, efectos perversos de la globalización, negativismo indolente del Partido Republicano),  y las más superficiales o "fabricadas" (atención mediática excesiva, simplificación electrónica de las conductas socio-políticas, inercia social).
                
Pero nada de ello justifica que una de las opciones electorales sea un anti-candidato. Porque eso significa Trump: una opción catastrófica, generadora de divisiones y fracturas sin precedentes, irrespetuosa con los aliados y amigos, amenazadora frente a los enemigos  (reales e imaginarios) y obscena con los rivales externos. La última genialidad ha sido alentar a Rusia a espiar a su rival electoral.
                
Trump avergüenza a los suyos con la misma intensidad con que indigna a quienes repudian sus mensajes y sus maneras. Pero los suyos, con algunas excepciones honrosas, han decidido esconder la cabeza debajo del ala. Muchos han mirado para otro lado, han entregado palabras convencionales de apoyo, hecho mutis por el foro o no han comparecido. En algunos casos, el resentimiento personal y el escozor del insulto continuado ha sido más fuerte que el rechazo de unas políticas disparatadas y agresivas. El Partido Republicano ha alcanzado tal nivel de descrédito que en la Convención de Cleveland, por primera vez en una generación, Reagan ha estado ausente. El presidente de los ochenta es una figura muy controvertida en Europa, pero casi indiscutida en Estados Unidos. Trump lo ignoró. La figura de referencia fué Nixon: el político tramposo, el líder fallido, el presidente que todavía encarna la ignominia política en la historia reciente. Para ser honestos, Trump tampoco  lo rescató. Entre otras razones menores, porque la vanidad le impide dedicar tiempo a alguien que no sea él.
                
Obama ridiculizó a Trump con su maestría reconocida de forjador de mensajes, en su discurso de Filadelfia. La fuerza y la grandeza de América, que Trump proclama arruinadas, están vivas y no dependen de él, ni de nadie individualmente, dijo el Presidente. Lo único que cabe esperar de Trump es miedo, cinismo y fractura.   
                
UN PANORAMA NUEVO            
                
El tercer elemento que convierte en extrañas las elecciones de este año es la brusca alteración de las referencias políticas. Los dos partidos se han visto obligados a cuestionar los  planteamientos sostenidos desde hace cuarenta años. No sólo se alejan del centro (ese viaje lo comenzaron antes los republicanos, en los noventa). También modifican sus perspectivas, presionados por sus bases tradicionales o por otras que han emergido muy poderosamente.
             
El Tea Party empujó a los republicanos hacia un libertarismo de derechas que no cuajó, pero envenenó los fundamentos ideológicos del partido y preparó el terreno para la demagogia de Trump. La plataforma legislativa del G.O.P. puede ser conservadora,  como pretende Paul Ryan. Su líder electoral es disolvente, impreciso, imprevisible. Y peligroso.
               
Los demócratas tendrán que adaptarse a la emergencia más poderosa de su ala izquierda desde hace cincuenta años. El éxito de Sanders no es personal. Es el reflejo de una ampliación de las bases del partido, del convencimiento de que se puede actuar desde dentro del sistema, pese a las decepciones como las sufridas recientemente. América está cambiando mucho y muy deprisa y el Partido Demócrata es el más plural y el que mejor refleja estas contradicciones. Que sepa convertirlas en oportunidades es su gran desafío. Las primarias han sido un aviso, que Hillary y el establishment demócrata no pueden o no deben desconocer.