EL COMPLEJO DE CARTER

25 de Septiembre de 2014
                
El Presidente Obama se implica cada vez más en una partida que había prometido no jugar. La extensión de los bombardeos a Siria, "para degradar y destruir" a la dudosa amenaza del  'Califato' es un paso más, casi inevitable, del "cambio de estrategia frente al terrorismo".
                
Por muy hábil que sea en la conducción y presentación del relato, Obama no puede disimular su incomodidad. La aproximación militarista a la sempiterna degradación de Oriente Medio constituye uno de los pilares de la doctrina neoconservadora, que Obama rechazó en su periodo de aspirante a la Casa Blanca e intentó superar durante su primer mandato presidencial. Pero cierta inconsistencia de su política en la zona, las presiones de sus adversarios (¡y algunos supuestos correligionarios!) políticos y la desconfianza injustificada de los aliados tradicionales de Estados Unidos en la zona (saudíes, israelíes y egipcios) han terminado por desestabilizar los planes de Obama.
                
Obama no ha sabido o no ha podido manejar la conjunción de todos estos favores adversos. La percepción (que a veces importa más que la realidad) es que el Presidente se ha ido quedando sin apoyos para mantener su visión y, alarmado ante la perspectiva de convertirse en un "otro Carter", ha optado por girar el timón.
                
Jimmy Carter, el presidente en la segunda mitad de los setenta, fué el último de los demócratas que ni siquiera optó a la reelección. Su presidencia resultó destruida por una percepción generalizada de debilidad, en gran parte ocasionada por otra 'amenaza islámica', en este caso la irrupción del Irán de Jomeini y sus 'ayatollahs'. El fracaso de la operación de rescate de los rehenes se sobrepuso a otras operaciones de no poco mérito en política exterior, sobre todo la paz egipcio-israelí, mucho más consistente, sólida  y duradera que cualquiera de los intentos posteriores. A Carter no lo destruyeron los hechos, sino el relato, la propaganda, la manipulación.
                
PERCEPCIONES Y MANIPULACIONES
                
Las últimas encuestas señalan que la mayoría de los estadounidenses desaprueban la forma en que el Presidente está conduciendo la política exterior, la lucha contra el terrorismo y, en particular, la persecución de los emergentes extremistas islámicos. Sin embargo, como era de esperar, comparten con Obama el rechazo a implicar fuerzas de tierra en la actual ofensiva militar en Irak y Siria. Sin embargo, los adversarios del presidente interpretan estos sondeos como una validación de sus críticas a la Casa Blanca, cuando en realidad, lo que refleja la consulta es el desconcierto ciudadano ante lo que está ocurriendo. El norteamericano medio no quiere que su país parezca débil, impotente o derrotado. Pero no está dispuesto, a estas alturas, a seguir arriesgando sangre para evitarlo.
                
Los partidarios de una intervención fuerte, masiva y sostenida no cuentan con el respaldo de la mayoría de la opinión pública, pero han conseguido imponer la percepción de lo contrario y de que el sancionado es el Presidente. Lo inquietante es que los propios mandos del Pentágono, voluntaria o involuntariamente, contribuyen a estos equívocos al señalar, filtrar o insinuar aparentes discordancias con el "Comandante en Jefe" sobre la necesidad o no de enviar soldados al terreno (2).
                
Desde la primera guerra contra Irak, en 1991, existe la convicción en la clase política  que la abrumadora superioridad tecnológica estadounidense permite maximizar éxitos y minimizar riesgos haciendo un uso intensivo del arsenal aéreo y naval. No hay fuerza en el mundo capaz de contrarrestar un ataque combinado de aviones y misiles lanzadas desde navíos. La experiencia ha demostrado que esta estrategia puede debilitar en extremo a un adversario inferior. Pero en sucesivos conflictos (Somalia, Yugoslavia, Irak), se ha demostrado  que no se puede prescindir completamente de las fuerzas de tierra, si se quiere fijar y asegurar una victoria militar, y no sólo destruir técnicamente al enemigo.
                
UNA APUESTA ARRIESGADA    
                
En el caso que nos ocupa, Obama ha querido solucionar este "problema" descargando la responsabilidad sobre el terreno en las fuerzas 'locales'; es decir, en esa especie de miríada de semiejércitos, milicias y simples combatientes aficionados que son enemigos a muerte del Estado Islámico. En Irak, un fantasmal y sectario 'Ejército nacional', las milicias chiíes (más sectarias aún, por su propia naturaleza) y las fuerzas kurdas (peshmergas). En Siria, un 'pandemonium' de grupos armados opuestos tanto al régimen como al Estado Islámico, casi nunca capaces de unir fuerzas; o peor, en ocasiones avenidos con los extremistas por cuestiones tácticas o de oportunidad.
                
Una consecuencia indeseable de esta táctica de responsabilidad compartida es que al   debilitar al Estado Islámico se fortalezca a otras fuerzas no menos peligrosas. En Irak podría verse reforzado el sectarismo chií, pese a las esperanzas puestas en el nuevo primer ministro. De hecho, los líderes tribales sunníes denuncian que Ias persecuciones continúan (1). En Siria, podrían resultar favorecidos o el régimen de Assad o las filiales de Al Qaeda enemigas del EI, como Al Nusra o Jorrasan. A ésta última organización se le atribuye ahora un "complot" para introducir explosivos en pasta dentífrica y provocar atentados en Occidente. De ahí que los bombardeos se hayan dirigido también contra esta facción islamista radical, más fantasmal aún (su líder, hombre de confianza en su día de Osama Bin Laden, habría sido "eliminado").
                
Ese es el eslabón más débil de la última línea de resistencia de Obama en el giro de su política contra el terror. Nunca confió en la oposición siria, porque no sabía muy bien cuál era el interlocutor fiable, si había alguno. No consiguió que el gobierno iraquí se aviniera a un pacto de seguridad que facilitara la retirada militar que él deseaba sin dejar al país expuesto al caos. El resultado ha sido el fracaso. Pero resulta una deshonestidad palpable afirmar que la evolución de los acontecimientos en estos dos países es consecuencia de las indecisiones de Obama. Pocos analistas norteamericanos se atreven a señalar esta impostura (3).
                
El año pasado, Obama dijo en el discurso de apertura de la Asamblea General de la ONU que Estados Unidos no podía convertirse en el "gendarme del mundo". Trataba de justificar entonces su decisión, muy criticada por sus adversarios internos y externos, de no implicarse en la guerra de Siria. Este año, su intervención no ha podido por menos que reflejar el giro realizado. Obama ha puesto el énfasis en el "liderazgo" de Estados Unidos en la guerra que debe librarse en estos países para derrotar al extremismo. Lo que va de un año a otro es el debilitamiento de su presidencia.
                
Le queda el multilateralismo, última barrera de resistencia frente al fantasma acechante de los neoconservadores y sus enloquecidas visiones intervencionistas. Lo malo es que, al depender de unos aliados locales muy poco fiables, su equilibrio en la cuerda tensa fracase de modo estrepitoso.
                
El gran riesgo para Obama es que, en su preocupación por sacudirse el complejo Carter, termine por aproximarse a otro fracaso, el más lacerante de la reciente historia norteamericana, el de Nixon en su intento por evitar la derrota en Vietnam, confiando su suerte a unos ineptos amigos locales.


(1) NEW YORK TIMES, 22 de septiembre de 2014.

(2) "Rifts widen between Obama and U.S. military over strategy to fight against Islamic State" CRAIG WHITLOCK. THE WASHINGTON POST, 18 September 2014.

(3) "The six fictions that we have to stop teling ourselves about Obama, the Islamic State and what United States can and can't do to save Iraq and Siria". DAVID AARON MILLER. FOREIGN POLICY, 23 de September 2014.
                



a

ESCOCIA: LA PERSPECTIVA DE UNA MAYOR AUTONOMÍA DESCARTA LA INDEPENDENCIA


19 de Septiembre de 2014
                
Escocia seguirá siendo parte integrante del Reino Unido de Gran Bretaña. Una mayoría algo más amplia de lo que auguraban las últimas encuestas (55%) ha dicho "no" a la propuesta independentista. La diferencia entre las dos opciones ha sido de casi cuatrocientos mil votos. La participación ha sido masiva, en torno al  84%. Reacción significativa: la libra ha marcado un récord de dos años con respecto al euro.
                
La clave del triunfo 'unionista' ha podido residir en la percepción de que el auge independentista innegable en los últimos meses obligará a Londres a conceder una mayor autonomía a Escocia, como esta misma semana habían prometido (sin precisiones) los líderes de los tres principales partidos británicos. De esta forma, muchos indecisos durante la campaña,  pero seguramente también parte de los simpatizantes de la independencia, se habrían finalmente convencido de que se podrían conseguir los objetivos de autogobierno sin los riesgos que entrañaba una separación.
                
El primer ministro escocés, Alex Salmond, después de admitir y aceptar elegantemente la derrota, ha instado a los dirigentes británicos a cumplir sus promesas de ampliar la autonomía escocesa.
                
En su declaración institucional, el primer ministro británico, David Cameron, se ha felicitado por el mantenimiento de la unidad del país y ha renovado su promesa de ampliar los poderes autónomos de Escocia. Más aún, ha apuntado, sin mayores detalles, un compromiso más amplio de descentralización en todo el territorio británico, que podría otorgar más competencias a los órganos regionales y locales.
                
Cameron ha confirmado también el calendario avanzado por los tres principales partidos durante la campaña. En el plazo de un mes (finales de octubre) se presentarán las propuestas de ampliación de la autonomía escocesa; en noviembre se publicará un "libro blanco" con el nuevo diseño autonómico;   y a finales de enero podría votarse en los Comunes una nueva ley de devolución para Escocia (o Estatuto de Autonomía, para entendernos).
                
Las propuestas manejadas en campaña por los dirigentes británicos contemplan mayores competencias fiscales del gobierno escocés y un reconocimiento explícito de los poderes constitucionales del Parlamento regional. Está por ver si los tres grandes partidos -conservador, laborista y liberal- son capaces de ultimar una propuesta unitaria, una vez conseguido el objetivo común de frenar el impulso independentista. En todo caso, sería muy arriesgado que la coalición gobernante de centro-derecha impusiera una posición muy restrictiva del autogobierno escocés
                
Los independentistas escoceses tampoco pueden mostrarse ahora demasiado intransigentes. No ocultan ahora su decepción, aunque antes de abrirse los colegios electorales ya cobraba fuerza la percepción del triunfo unionista, después de una semana de sondeos muy ajustados. Salmond ha hecho virtud de la necesidad al insistir en la fortaleza del sentimiento independentista pero sin cuestionar la victoria de sus adversarios.  Su segunda en el gobierno regional, Nicola Sturgeon, se ha declarado "personal y políticamente" decepcionada por el resultado.
                
Este guiño emocional es consistente con el clima político que se ha vivido Escocia, y en particular en el campo independentista, durante la campaña. Las persistentes incógnitas nunca resueltas sobre los principales factores de una Escocia independiente (mantenimiento de la libra como moneda nacional,  disponibilidad real del petróleo como sustento de un ambicioso programa de servicios sociales, gestión de bancos, fondos de inversión, pensiones o mercado energético, pertenencia a la Unión Europea, compromisos con la defensa occidental, etc.) eran a menudos contrarrestadas no sólo con argumentos más o menos racionales, sino también con la invocación de sobreponerse a todas las dificultades.
                
Finalmente, este impulso de la dignidad o el orgullo nacionales no ha sido suficiente para lograr el "triunfo de la voluntad". Escocia no será de momento un país independiente. Pero quizás se le parezca mucho más de los que sus partidarios pueden ahora advertir.

                                

ESCOCIA: INCÓGNITAS Y PARADOJAS EN TORNO A LA INDEPENDENCIA.

17 de Septiembre de 2014               
                
Ante el referéndum escocés de mañana, éstas serían las incógnitas mayores en torno a una decisión que inquieta sobremanera a propios, pero también a ajenos, como se detecta fácilmente por estos pagos.

¿Cuándo tendría la independencia de Escocia efectos prácticos? ¿Estará en condiciones de actuar con plena soberanía? ¿Será reconocida por los países que son ahora principales socios y aliados del estado matriz? ¿Tendrán los escoceses el derecho a mantener el pasaporte británico al separarse de la unión política? ¿Quién controlaría las fronteras? ¿Qué obediencia y/o colaboración cabría esperar de los aparatos del Estado británico en la fase inaugural de la independencia e incluso posteriormente? ¿Qué moneda manejarían los escoceses mientras se confirmaran las intenciones de Londres de privarle del disfrute del uso legal de la libra? ¿Seguiría siendo el nuevo país un país protegido por la Alianza Atlántica o pasará automáticamente a un estatus provisional de neutralidad?
                
Alguna de estas incógnitas no han podido resolverse durante la campaña. Es más, el debate ha hecho aflorar más dudas e incluso contradicciones en cualquiera de los dos campos en disputa.
                
¿Es posible una Escocia independiente dentro de la Unión Europea?
                
Cameron lo ha negado y, con menor vehemencia, le han secundado los líderes laborista y liberal. José Manuel Durao Barroso se implicó en el debate previo poniendo el énfasis en las dificultades de atender la reivindicación independentista escocesa de formar parte de la Unión. Barroso descartó que una región escindida proclamada independiente heredera la condición de miembro de que goza el país unitario al que pertenecía previamente. Por tanto, según esta interpretación del político portugués, el contador de una Escocia aspirante a formar parte de la UE se pondría a cero.
                
En esta cuestión se entremezclan cuestiones jurídicas y políticas. Éstas últimas no son consistentes para negar la aspiración escocesa. Ni el tamaño, ni la dimensión económica, ni mucho menos el bagaje democrático del nuevo país, supondrían un obstáculo. Resulta cuando menos hipócrita que se proteja un Estado unitario en Gran Bretaña frente a una iniciativa independentista cuando, en su día, se alentó políticamente a las repúblicas separatistas de la (en mala hora) desaparecida Yugoslavia a buscar su horizonte político en el seno de una Unión sin límites estrictos de crecimiento.

¿Será viable económicamente una Escocia independiente?
                
Éste ha sido el elemento, en negativo, por el que más han apostado los adversarios de la separación. Los análisis técnicos, más o menos objetivos pero en todo caso racionales o fríos, empleados en los orígenes de la campaña, fueron desbordados y reemplazados por los más catastrofistas, a medida que las encuestas respaldaban un posible triunfo del “Si”.

La apelación al 'voto del miedo', la presentación de un horizonte tenebroso de hundimiento económico, incremento del desempleo e inseguridad jurídica ha ido haciéndose cada vez más habitual y sonoro en la intervención de los unionistas y en los medios afines. El críptico comentario de la propia Reina Isabel, apelando al “cuidado” en la opción de voto, pareció en sintonía con esa estrategia de provocar inquietud y acentuar la incertidumbre.  

Por el contrario, los partidarios de la secesión también han cargado las tintas, pero en su caso en los argumentos positivos sobre el futuro económico de un país independiente. Las referencias al mantenimiento, cuando no al reforzamiento, del ‘welfare state’ (Estado del bienestar) o a políticas activas de fomento y estímulo del empleo, suenan más a promesas que a propuestas contrastadas. El recurso económico y financiero que aportaría el petróleo del Mar del Norte ha sido discutido, ya que se cuestiona la amplitud de los yacimientos  presentada por los independentistas, cuando no la capacidad tecnológica del nuevo país para asegurar su extracción a corto plazo.
                
¿Qué divisa tendrá la nueva Escocia segregada del Reino Unido?

El primer ministro británico, David Cameron, aseguró que el triunfo separatista en el referéndum dejaría a la nueva Escocia sin la libra, por voluntad de los partidos mayoritarios británicos y de los ciudadanos que así se habrían manifestado, según las encuestas realizadas durante la campaña.  
                
No obstante, la decisión británica de privar a los escoceses de la libra puede ser más fácil de anunciar que de ejecutar. Como dice el profesor Blyth, de la Universidad de Brown, para prevenir esa “unión monetaria” entre el Reino Unido y la nueva Escocia, el Banco de Inglaterra debería retirar de la circulación billetes y monedas, y esa es “una cuestión que sigue abierta”.

Por otro lado, el deseo de los independentistas escoceses de compartir la divisa pero no el país plantea problemas paradójicos para quienes defienden la escisión como un derecho de soberanía. El economista Paul Krugman, que comparte la orientación ideológica social-demócrata de los nacionalistas, ya ha advertido que tal opción les privaría de voz sobre la política monetaria y ni siquiera podrían acudir al Banco de Inglaterra como “prestamista de último recurso”, ya que se trataría de un banco central extranjero. “Compartir la moneda sin compartir el gobierno resulta extremadamente arriesgado”, ha dicho el economista de Princeton.
La paradoja estriba en que los inacionaistas escoceses, mucho más europeístas que los conservadores e incluso que muchos de los laboristas, optan por la libra antes que por el euro, cuando, en el remoto caso de que se les aceptara compartirla, tendrían nula capacidad de influencia en su gestión.

¿Está bien fundamentada ética y políticamente la escisión por el procedimiento escogido para decidirla?
                               
Durante la campaña los unionistas han planteado dos objeciones básicas. La primera es que no es posible partir un país dejando a la mayoría de él sin capacidad para expresar su opinión. El derecho de los escoceses a decidir si crear o no un nuevo país independiente no puede anular el derecho de los británicos a dejarse amputar una parte del suyo. Por no hablar de los escoceses residentes fuera de Escocia. La segunda réplica es alternativa a la primera: aún admitiendo que la cuestión se dirima sólo en Escocia, no es aceptable que el margen de decisión se establezca con una mayoría simple. Que menos que una mayoría cualificada, por ejemplo de dos tercios, como ocurre en numerosos países europeos cuando se plantean cambios constitucionales de este alcance. Un articulista escocés residente fuera de su patria chica ha calificado esta situación de “tragedia moral”. En un espíritu menos intelectual o elevado, es previsible que este reproche agriaría sobremanera las relaciones entre el Reino Unido y ese país emergido de su seno.
                
¿Qué efecto puede tener la secesión de Escocia para el futuro de las relaciones entre Gran Bretaña y la Unión Europea?
                
Es de temer que las tendencias eurofóbicas se refuercen y terminan de colonizar sectores cada vez más numerosos e influyentes del Partido Conservador, de las instituciones más tradicionales e incluso de amplias masas de población débilmente perfiladas políticamente pero apasionadamente desconfiadas con influencias y condicionantes procedentes del exterior. No sería de extrañar el crecimiento del UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido) e incluso la desafección de sectores del electorado laborista, “dolidos” por lo que pueden entender como traición de sus conciudadanos independentistas escoceses, de quien tan cerca están objetivamente en el espectro político británico.
                
¿Qué consecuencias políticas internas británicas puede comportar la separación de Escocia?
                
Se trata de un asunto del que se ha hablado menos, aunque no por ello sea de inferior importancia. La dirección del Partido Laborista se han sumado al campo de “no”, según declaración propia, por coherencia con el proyecto político británico conjunto y por fidelidad al deseo de sus propias bases. Existen, quizás, otras razones menos admisibles públicamente. El laborismo es, de los tres grandes partidos con opción de gobierno en Westminster, el que más votos obtiene del caladero escocés (casi una sexta parte de sus diputados en el Parlamento estatal). Perder Escocia puede significar perder, por mucho tiempo, la posibilidad de recuperar el gobierno en Londres.

Por el contrario, los ‘tories’ apenas dispone de un escaño obtenido en Escocia. La segregación puede ser muy negativa por factores bien conocidos, pero, otra paradoja más, reforzaría su hegemonía política en el país que permanece unido.

Otros analistas matizan, sin embargo, que esta indiscutible repercusión de la secesión escocesa en un escenario político más favorable a los conservadores  puede agudizar otras contradicciones menos visibles en el Reino Unido. Las regiones septentrionales del país (las Middlands y otras) se sienten perjudicadas por la conducción económica y política, aunque no alberguen tentaciones separatistas ni mucho menos. En estas regiones, la percepción de la situación socio-económica es mucho más negativa que en buena parte de Londres o en las zonas ubicadas al sureste de la capital del reino. Es en ellas donde se cosechan los efectos más favorables de la imposición del modelo neoliberal en los ochenta. La percepción de una escisión social será mucho más acentuada al separarse Escocia del país. El “adversario” interno se habría esfumado y se haría más patente en el debate político esta fractura Norte-Sur, lo que perjudicaría, sin duda, a los conservadores.
                
Para un comentario ulterior queda otra incógnita no menor: ¿cómo alentaría un triunfo independentista a procesos similares en otros lugares de la Europa comunitaria (Flandes, Padania, Tirol meridional, Cataluña, País Vasco, etc.)? 


OBAMA Y LA AMENAZA FANTASMA

11 de Septiembre de 2014
                
El Presidente Obama ha confirmado este miércoles la adopción de una "estrategia antiterrorista global y sostenida", basada en una "campaña sistemática de bombardeos aéreos" en Irak y Siria, con el "claro objetivo" de "debilitar y finalmente destruir" al Estado Islámico. Parece confirmarse, por tanto, una cierta rectificación de la Casa Blanca, aunque no tan radical como preconizan los partidarios de una respuesta militar contundente a la supuesta amenaza terrorista.
                
EL RESISTIBLE ASCENSO DEL 'ESTADO ISLÁMICO'
                
Hay un cierto aire de exageración en la presentación del peligro 'yihadista'. Ya ocurrió con Al Qaeda, sobre todo después del 11 de septiembre de 2001. Pero se repite ahora con el Estado Islámico, convertido por numerosos dirigentes, expertos, académicos y medios nada menos que en una "amenaza para los intereses vitales de Occidente".
                
No parece haber demasiados motivos para creer tal cosa. Ni siquiera están justificados los temores de una desestabilización regional. Tampoco resulta  razonable que la seguridad de los ciudadanos norteamericanos o europeos esté más comprometida por las victorias ocasionales, parciales y temporales de estos  nuevos 'caballeros negros' del extremismo islámico en remotas y aisladas regiones de Irak y Siria.
                
¿A qué viene entonces esta alarma, esta escalada militar?
                
Ciertamente, esta organización surgida de sucesivas discrepancias y escisiones en el movimiento islámico extremista se ha consolidado como heredera indiscutible de la debilitada Al Qaeda. Después de completar el control de un tercio de Siria, aprovechando la división, debilidad y desorganización de la oposición armada  y las limitaciones de resistencia y contraofensiva del régimen alauí, el EI se sintió fuerte para consolidar sus bastiones en el oeste y centro de Irak y, este verano, conquistar Mosul un núcleo petrolero clave. La subsiguiente proclamación del 'Califato' no pasó de ser una operación más o menos eficaz de propaganda.
                
Estas victorias desencadenaron un cierto pánico, justificado hasta cierto punto en las élites iraquíes, entre otras cosas por su incapacidad para afrontar un enemigo claramente inferior, se diga lo que se diga, en efectivos, recursos y apoyos. Pero resulta difícil aceptar, con un mínimo de espíritu crítico, que varios millares de fanáticos representen un peligro para la seguridad occidental.  
                
Un elemento que ha podido pesar considerablemente en la sobrevaloración de la amenaza es la sensación de fracaso, desorden e inestabilidad en Oriente Medio. Se trata de una impresión abonada por el temor de algunas potencias locales a que se resquebraje la complicidad occidental en el status quo. Las revoluciones de 2011, la perspectiva de un acuerdo sobre el programa nuclear iraní y la degradación del apoyo occidental a Israel han socavado muchas certidumbres.
                
A esto se ha añadido, estas últimas semanas, el efecto causado por la exhibición de crueldad que ha supuesto la decapitación filmada de dos periodistas estadounidenses. Según los sondeos, el factor emocional ha movilizado el apoyo de la ciudadanía/electorado estadounidense a una respuesta militar más contundente.
               
                
EL 'GUERRERO RETICENTE' CEDE
                
Era cuestión de tiempo que Obama renunciara a su prudente política de contención para embarcarse en una estrategia ofensiva aparentemente más ambiciosa. Desde círculos políticos, académicos y mediáticos se ha orquestado una campaña de desgaste y desprestigio de Obama, presentándolo como un Presidente indeciso, acomodado, confuso y desnortado en política exterior, y en particular en la convulsa región de Oriente Medio. No es extraña la coincidencia, si tenemos en cuenta que los influyentes 'lobbies' judío y saudí han cosechado efectos muy apreciables en el propicio 'establishment' norteamericano.
                
Estos días, algunos analistas incluso se han entretenido con los términos empleados por Obama para escudriñar sus verdaderas intenciones hacia los 'yihadistas'. Han advertido que no es lo mismo "destruirlos", como dijo en Gales, que "derrotarlos", expresión utilizada en su entrevista televisada del domingo pasado.  Anoche, Obama recuperó el objetivo de la destrucción, quizás para no seguir abonando esa sensación de indecisión o debilidad que a sus adversarios les gusta explotar.
                
Lo más doloroso para Obama han sido las críticas desde su propio campo, incluso de los otrora colaboradores más cercanos, que han venido a cargar de munición las armas de sus rivales. El caso más sangrante ha sido la candidata demócrata 'in pectore' a las presidenciales de 2016. Hillary Clinton ha contribuido a minar la credibilidad del Presidente, bien por convicción, bien por puro cálculo de conveniencia (apartarse de una gestión quemada para mejorar sus expectativas electorales). O por una combinación de ambas motivaciones.
                
Naturalmente, Obama ha cometido errores, entre ellos su actitud vacilante (en Irak, ante un gobierno desacreditado), sus inconsecuencias (como la famosa 'línea roja' en Siria) y cierta impresión de incomodidad e impaciencia ante la complejidad de las crisis exteriores. Después de todo, su proyecto político estaba enfocado a mejorar la vida del norteamericano medio y no a lo que él consideraba como una sobreactuación en la escena internacional.
                
El caso es que Obama ha terminado por dar un paso, extender la zona de bombardeos en Irak y, sobre todo, llevarlos también a Siria, pero sin comprometer efectivos de tierra, más allá de reducidos y selectos grupos de apoyo e inteligencia. Para los entusiastas de la afirmación del poder global, es necesaria una guerra más estruendosa, de las que hacen ondear banderas, acaparar titulares y alimentar programación televisiva en continuo. Por el contrario, los que consideran que con más bombas, misiles y 'drones' sin duda se aniquilará a los yihadistas pero también se fortalecerá a los regímenes corruptos de la región, estamos ante una desviación inoportuna de energía política y de recursos que el país necesita para otras necesidades.
                
Por lo general, el 'partido bélico', pide guerra a conciencia, sin timidez ni limitaciones, sin repliegues antes de tiempo u operaciones compensatorias de sustitución. Que no exista otro Tora Bora, que no se permitan escondrijos ni santuarios. Y, puesto que no se pondrán "botas sobre el terreno" (fuerzas de tierra), que no haya complejos en la selección de los que deben hacer el trabajo sucio, la lucha cuerpo a cuerpo. Que, para eliminar a los fanáticos del 'Califato' no haya repugnancia en acudir a tipos casi tan sectarios como ellos.

                
En definitiva, parece que poco a poco se impone una variante de la vieja estrategia que ha fracasado siempre. Salvo, claro está, para las grandes corporaciones industriales-militares, los estados cómplices (las monarquías petroleras autoritarias) y el siempre superviviente aliado israelí. No parece que Obama, resistente a entrar en este juego hasta ahora, esté en condiciones de evitarlo por más tiempo. Su presidencia ya está cuestionada, sea cual sea el resultado de su guerra contra esta amenaza fantasma. Si pierde, porque se consagrará su fracaso como líder del mundo. Si gana, porque habrá decepcionado a quienes esperaban un cambio más claro de enfoque, objetivos y prioridades.

UCRANIA: EL PULSO TÁCTICO ENTRE LA OTAN Y RUSIA

5 de Septiembre de 2014 
La guerra de Ucrania se ha convertido en un pulso táctico, en el que la OTAN y Rusia se encuentran incómodos, pero se ven obligados a mantenerlo en defensa de sus intereses estratégicos y por una cuestión de credibilidad y prestigio.
                
Aparentemente, el proyecto de implementar una fuerza aliada de despliegue rápido (vieja idea de los ochenta), compuesta por 4.000 cuatro mil hombres, adoptada en la cumbre aliada de Gales, supone, a primera vista, un endurecimiento occidental ante la proclamada contumacia rusa en determinar el destino de Ucrania acorde a sus intereses. El Secretario Rasmussen presentó la iniciativa con eficacia mediática: "desplazarse rápido y golpear duro".
                
LEYENDO A PUTIN
                
La respuesta occidental parte del pretendido convencimiento de que el Kremlin quiere tragarse el este de Ucrania, como hizo con Crimea, para consolidar su proyecto de 'Novorossiya' ('Nueva Rusia'). Obama ha hablado de agresión y Merkel de "modificación unilateral de fronteras". Son valoraciones discutibles pero aceptadas en el debate político. De ahí que se haya aireado, sin duda intencionadamente, la famosa advertencia de Putin a Durao Barroso: "si quisiera, podría tomar Kiev en dos semanas".
                
Tal aseveración no es una bravata, reconocen los expertos militares. Cabe preguntarse entonces por qué Putin no lo ha hecho ya. No tanto porque el presidente ruso tema una respuesta militar occidental, harto dudosa, dado el peligro que ello entrañaría y las devastadoras consecuencias económicas en estos momentos de recesión pertinaz.
                
Algunos analistas occidentales se hacen eco de comentaristas rusos independientes como Vladimir Lukin o Fyodor Lukianov  (1) para aceptar que las motivaciones de Moscú serían más tácticas que estratégicas. Putin no pretendería la anexión directa o indirecta del Donbass (la cuenca del Don, escenario de los combates), y mucho menos una ocupación o conquista de Ucrania entera, que sería incapaz de digerir. De lo contrario, podría haberlo hecho en primavera tras completar la campaña de Crimea, cuando reinaba el desconcierto absoluto en Kiev. Y, segunda razón, si quisiera incorporar esas regiones orientales de Ucrania a la madre patria rusa, Putin no hubiera permitido la enorme destrucción causada en los últimos meses.
                
El propósito de Putin, mucho más modesto que una "aspiración imperial", sería demostrar a los actuales líderes ucranianos que no pueden actuar sin su consentimiento; es decir, que tiene derecho de veto sobre el futuro político de Ucrania, a través de sus 'protegidos' pro-rusos del este del país . Un modelo de tipo federal como el que persigue el Kremlin haría casi imposible el férreo anclaje occidental de Ucrania y, en particular, la incorporación a la OTAN.
                
De eso se trata, por tanto: de reafirmar que Rusia es un agente poderoso en la escena internacional y, desde luego, en su área de influencia. Que Occidente no puede seguir ninguneando a Moscú, como ha venido haciendo desde comienzos de los noventa, tras la desaparición de la URSS. Que la expansión de la OTAN tiene un límite nítido y claro, y ese límite está en Ucrania.
                
MÁS RUIDO QUE NUECES
                
Esta interpretación es tan plausible que encaja perfectamente con la respuesta 'militar' de la OTAN. La fuerza de despliegue rápido no esta diseñada para confrontar a los rusos en Ucrania. Para entenderlo mejor, basta con recordar algunas cifras.
                
La presencia militar norteamericana, elemento definitorio del poderio aliado en Europa, es un 85% inferior al existente en 1989, al término de la 'guerra fría'. El despliegue aéreo y naval se ha reducido a una quinta y una sexta parte, respectivamente. LA OTAN no está en condiciones de dar una respuesta militar inmediata suficiente a un desafío ruso, como asevera Anthony Cordesman, del Centro de Estudios Estratégicos.
                
Una hipotética operación militar en Ucrania sería más que complicada. Al no tener otra vía de acceso naval que el estrecho del Bósforo, en Turquia, hasta el Mar Negro, los barcos occidentales que ahora se han puesto en disposición tendrían muy limitada su capacidad actuación, según expertos militares. Estados Unidos debería utilizar sus aviones 'furtivos' B-2 (inmunes a los radares) para tratar de destruir las defensas antiaéreas rusas. La OTAN se vería obligada a una "escalada militar de enorme intensidad" (2)
                
Es por eso que la OTAN ha renunciado, de momento, a un pulso en Ucrania, para concentrarse, supuestamente, en prevenir otras tentaciones expansionistas rusas (por ejemplo, en el Báltico o en Polonia), algo que se antoja, en todo caso, muy improbable.  ¿Para qué entonces esta exhibición de músculo militar?  Simplemente, como mensaje político. Una cuestión de 'credibilidad', como ha señalado el director de la Chatham House, Richard Nibblet.
                
No obstante, los aliados advierten a Moscú que no tiene barra libre en Ucrania, que debe avenirse a una solución que preserve la soberanía nacional. Para obligarle a ello no se le opondrán armas sino sanciones adicionales  endurecidas, más daño económico, una erosión más profunda de sus herramientas de gran potencia.
                
PUTIN ENTIENDE EL MENSAJE...Y LO DEVUELVE              
                
Putin entendió perfectamente el mensaje, antes de incluso de que se oficializara. Por eso quisó 'participar' en la cumbre aliada, al proponer un 'plan de paz' que, en primera instancia, se centra en un alto el fuego y medidas humanitarias, dejando los aspectos políticos para más adelante. Las negociaciones han comenzado este viernes en Minsk, la capital bielorrusa, muy leal al Kremlin. El presidente ucraniano, Petro Poroshenko, perfectamente consciente de que sin la involucración militar occidental no le podrá ganar la guerra a los separatistas 'pro-rusos', se ha avenido a participar, sin airear demasiadas ilusiones.
                
El claro propósito del presidente ruso es abonar el malestar y las dudas europeas, pero también la repugnancia de Obama en involucrarse en estas aventuras propias de una mentalidad de "guerra fría". Putin sabe que la población ucraniana está harta de guerra, tanto en el este como en el Oeste. Los entusiasmos de Maidán son ya puras cenizas, después de dos mil seiscientos muertos, la prolongación de las privaciones y la extendida sensación de ser teatro de intereses y ambiciones sin arraigo en las necesidades populares.
                
Es más rentable para el Kremlin que la devastada región del Donbass permanezca bajo responsabilidad de Kiev, que tendrá que pagar, con el crédito occidental, su restauración. Pero una arquitectura política que reconozca a estas provincias surorientales un efectivo derecho de veto sobre las opciones exteriores del país es suficiente premio para Rusia.


(1) La referencia a Lukin está contenida en el último artículo de Alexander Motyl para FOREIGN AFFAIRS, "Putin's trap. Why Ukraine should withdraw from Russian-Held Donbass", publicado el 1 de Septiembre. En cuanto a Fyodor, se le cita en un artículo del corresponsal en Moscú de THE NEW YORK TIMES, el 3 de septiembre.        

(2) Opinión esta de Loren B. Thompson, del Instituto Lexington; ésta, como las estimaciones anteriores, están recogidas en el artículo del NEW YORK TIMES "Military cuts render NATO less formidable as deterrent to Russia", del 26 de marzo pasado.