21 de febrero de 2013
Cuesta
escribir sobre el proyecto y la realidad política de Europa con ánimo positivo.
Las últimas noticias sobre la evolución de la coyuntura económica -de la social
ya ni hablamos- sigue convocando al pesimismo. Por mucho que algunos de sus
líderes políticos, de los altos funcionarios, tecnócratas -o políticos secuestrados por la tecnocracia-
aseguren que se está haciendo lo correcto, los resultados se presentan con
tozuda resistencia. Y, lo que resulta más inquietante, la confianza ciudadana
sigue cayendo en picado.
Este
año, las sucesivas citas electorales podrán dibujar mapas políticos exasperados
o de difícil gestión. Sin que eso motive alarma entre los electores. Como si se
tratara de un síntoma secundario o menor de lo que realmente preocupa: la falta
de horizonte para millones de personas, de familias. La más inmediata es Italia:
este fin de semana
No
ha sido nunca el país transalpino el termómetro más fiable o representativo de
la salud europea, por muy comprometido que haya estado siempre con el proyecto integrador.
Las múltiples capas de la política italiana favorecen discursos reales o
impostados sobre cualquier cosa que convenga. Nunca ha marcado Italia la
tendencia política o ideológica de Europa. Más bien se ha empeñado en
convertirse en una prueba de la capacidad europea para absorber lo excesivo, lo
atípico, hasta lo más repudiable.
LA
RESISTIBLE 'OPCION MONTI'
Hace unos meses parecía distinto. Quienes, con mejor voluntad que
entendimiento, se creyeron la "opción Monti" como un indicio de que
Italia, después de todo, era "reformable", andan ahora decepcionados.
Quizás con cierta superficialidad, se admitió la abdicación de la política, del
sistema político representativo y la voluntad ciudadana, simplemente porque la
solución que representaba el respetado tecnócrata italiano parecía viable. Se
sacrificó con facilidad la denostada 'política' a la presunta 'eficacia'.
El deterioro de la política italiana había sido tan intenso que no se trataba
de transar nada, sino de sustituir un cadáver por una fría opción de futuro.
Pero
Monti dimitió, pretextando que se había completado una fase de la tarea. Dejaba
la pelota en el tejado de la 'clase política' con la no explícita
intención de que le renovaran el crédito para continuar con una reforma en
profundidad. El gesto fue, en realidad, un golpe de efecto poco consistente con
su perfil de seriedad. Aunque nunca podrá probarse, muchos tuvimos la sensación
de que Monti había cedido a parecidas tentaciones que las que denunciaba, esas
que han envenenado durante décadas la República italiana.
'Il
proffessore' se dejó querer por amplios sectores de la muy desacreditadas
familias políticas. Jugó primero a que no sería candidato, luego a que no sabía
si lo sería y luego a serlo pero sin las "pasiones" habituales.
Finalmente, no le ha hecho ascos a algunas de las pautas más alejadas de su
proclamado estilo.
Monti,
sin embargo, en la hora decisiva, se ha desinflado. Quizás nunca estuvo
inflado. O sus opciones, como algunos comentamos en su momento, eran más fruto
de la complicidad de editorialistas y manejadores de la opinión que de la
verdadera sensibilidad ciudadana. Las encuestas predicen un resultado muy
discreto para este antiguo ejecutivo de Goldman Sachs, uno de los bancos de
inversión vinculados al fiasco financiero mundial. ¿De qué se extrañan algunos?
No
es que la mayoría de los italianos haya dado muestras abundantes de buena
memoria. Incluso de que le importe tenerla. El italiano es, políticamente,
profundamente escéptico. Por no decir cínico. Eso explica las tendencias
electorales muy singulares mantenidas durante décadas.
INCIERTO
RESULTADO, ESQUIVA SOLUCIÓN
Llegados
hasta el punto, Italia elige sin perspectiva de una solución clara. Las
encuestas predicen un escenario complicado de gobernabilidad. La izquierda puede
volver a (intentar) gobernar, más por agotamiento o carbonización de la
derecha, por el cálculo arriesgado de Monti, que arrastrada por una cierta ilusión
de cambio, de alternativa. En Italia no existe el ambiente que había en Francia
la primavera pasada, aunque ese impulso se haya estancado, como era de temer. Este
previsible triunfo escaso, apagado, e insuficiente le deja las manos muy atadas
a la izquierda posibilista italiana.
Ciertamente,
Bersani y Hollande comparten una imagen de seriedad, de experiencia en
fontanería política y de moderación, algo siempre utilizado como supuesta baza,
aunque luego no se sabe bien para qué -y para quienes- termina sirviendo. Curiosamente,
el dirigente italiano tiene experiencia de gestión, no como el francés. Estuvo
en los gobierno de D'Alema y de Prodi, y fue bien valorado, pero ocupó de
responsabilidades de segundo orden.
Se
percibe una cierta paradoja: lo que en un momento pudo ayudar al líder de la
izquierda a colocarse en cabeza de la preferencia electoral, puede terminar
resultando una trampa a la hora de gobernar. Bersani no se
limitó a tender la mano a Monti, sino que se vinculó a su 'programa de
reformas', hasta el punto de que, sin su apoyo, el tecnócrata no lo hubiera
sacado adelante. Y eso le confirió a Bersani respetabilidad y marchamo de
alternativa entre los llamados 'mercados' y los 'druidas' de la opinión.
El
problema es que, ahora, por falta de respaldo electoral suficiente y,
tristemente, de alternativa propia real, la suerte y el programa de la desvaída
izquierda italiana parece atado a Monti. Lo que provoca tensiones en la
amalgama de partidos que apoyan el liderazgo de Bersani. Desdeñoso, el tecnócrata le ha hecho ascos a su
potencial socio de gobierno, como si intentara evitar que su presunta solvencia
se pudiera diluir en el discurso sospechoso de una izquierda que, intelectual e
ideológicamente, desprecia.
Esa
arrogancia puede costarle cara al 'Professore'. Al final, los entendidos
pueden proclamar que Monti ha hecho lo correcto, pero la gente de la calle cree
poco en esos discursos donde se llega a la meta por el camino doloroso y lago pero
correcto. En Italia no hay quien no crea en los atajos, de un signo o de otro.
Berlusconi
es el maestro de la trampa, del engaño, de la demagogia, del ridículo fuera de
las fronteras. Pero también del atajo como forma y estilo de hacer política. De
la supervivencia en momentos extremos. De la política como deporte, pero de
riesgo. Su recuperación sólo ha podido parecer milagrosa o incomprensible a
quienes se hayan resistido a ponerse gafas italianas para entender Italia. 'Il
Cavaliere' no aspira a ganar. Pero puede hacer ingobernable Italia. O sea,
lo de casi siempre.