27 de febrero de 2019
Acto
segundo de la farsa. Trump y Kim celebran
su segunda cumbre. Se ha pasado de un escenario de “furia y fuego”, a un pastel
de banderas en rojo y azul (colores de ambos países). Del apocalipsis al bromance (“enamoramiento”, en palabras
del propio Trump).
El
escenario, Hanoi, habría sido un lugar extravagante hace apenas un año y medio.
La capital de Vietnam, país aun formalmente comunista y único que ha derrotado a
la potencia militar más poderosa de la Historia, alberga una cumbre entre su enemigo
fundacional y el régimen comunista más ortodoxo del planeta.
Trump
dijo escoger el lugar con supuesta intención: indicar a Corea del Norte en lo que
puede convertirse (otro dragón de la
economía asiática, como Vietnam), si se olvida de sus sueños nucleares y se abre
al libre mercado (o así).
UNA
NEGOCIACIÓN ESTANCADA
Pero
lo cierto es que las negociaciones sobre la desnuclearización de Corea del
Norte, la normalización completa de las relaciones intercoreanas y el sofoco del
último rescoldo de la Guerra Fría (ahora que se habla de su reaparición) se han
estancado miserablemente. El acto primero de la farsa se representó en
Singapur, con una exhibición más de la impredecibilidad y la inconsistencia del
presidente-hotelero: concesiones a la ligera y resultados hipotéticos sin
credibilidad, según los conocedores del dossier.
Desde
Singapur acá, los hombres del Presidente han tratado de recomponer el daño. Un
encargado especial de las negociaciones, el veterano diplomático Steve Biegun,
trata de dar sentido a un cuadro caótico. Fue nombrado en agosto y hasta enero
no pudo acceder a sus contrapartes norcoreanas. En estos dos meses escasos cree
haber detectado compromisos más o menos solventes en Pyongyang, como para poder
afirmar que la cumbre de Hanoi será algo más que una salva propagandística.
Biegun confía en que el régimen norcoreano se comprometa, con garantías, a
desmantelar sus plantas de enriquecimiento y reprocesamiento de uranio en todo
el país. Algo es algo.
El
problema no está en las promesas -más o menos confiables- de Kim, sino en las
concesiones a la ligera que a Trump se le antoje desplegar. Ya en Singapur
suspendió las maniobras militares conjuntas con Corea del Sur sin consultar con
su aliado. Sus asesores temen que el presidente ceda a la tentación de “hacer
Historia” y acepte suscribir una especie de final formal de la guerra e incluso
una “declaración de paz”. Evidentemente, se trataría de un gesto simbólico,
porque las dos Coreas ya han iniciado ese camino en sucesivas cumbres
bilaterales (tres, en 2018). Pero en este conflicto los gestos cobran una
dimensión de grandes proporciones, porque no sólo cimentarían un resultado más
sólido, sino que legitimarían un régimen autoritario y represivo.
Algunos
analistas se han esforzado por ofrecer opciones que limiten un resultado frustrante
(o, lo que es peor, inquietante) en Hanoi. El anterior responsable de Asia en
el Consejo de Seguridad, Victor Cha, recomendaba hace unos días que el entorno
del presidente volviera con las manos vacías de compromisos concretos en
materia de desnuclearización efectiva, aunque admitieran declaraciones
altisonantes de paz y normalización ( ). Por su parte, el experto de la
Brookings Institution, Robert Einhorn, planteaba un Plan B, tabú para muchos,
pero recurso práctico para no diluir Hanoi en una salva de fuegos artificiales
( ).
ATENCIÓN
SUBSIDIARIA
A
Trump no le importa demasiado Corea (o las Coreas), más allá de lo que pueda
alimentar su vanidad personal. Como le ocurre con el resto de asuntos
internacionales. En Hanoi busca amortiguar la tormenta interna que se cierne
sobre él a medida que se acerca la hora de la conclusión del informe Mueller.
Cada elemento que se filtra, cada aspecto lateral que se conoce incrementa la
presión sobre el presidente-hotelero, lo aísla un poco más y lo empuja hacia
una salida deshonrosa de la Historia.
La
cumbre de Hanoi coincide con dos acontecimientos internos demoledores. La Cámara
de Representantes ha desautorizado su declaración de emergencia nacional para
proveerse de fondos asignados a otros cometidos y emplearlos en la construcción
del muro en la frontera con México. Un puñado de legisladores republicanos, escandalizados
por el comportamiento de su supuesto líder político, se han unido en el rechazo
a los demócratas, mayoritarios en la Cámara tras las elecciones de noviembre.
En el Senado, tres republicanos ya han dicho que votarán como los demócratas,
con lo que sólo falta uno más consumar la desautorización presidencial.
Ciertamente, no parece posible que se llegue a los sesenta necesarios para
neutralizar el veto presidencial, aunque no faltan ganas en el desconcertado
partido conservador.
AIRES
DE LOS SETENTA
Pero
lo que verdaderamente preocupa al inquilino de la Casa Blanca son las derivas de
la investigación del fiscal especial. Quedan días, según todas las fuentes,
para que el informe Mueller sea entregado en el Departamento de Justicia. Aún
no se sabe si todo el mundo podrá conocer su contenido. Por si acaso hubiera
alguna tentación de reserva u ocultamiento, los demócratas ya han planteado
citar a Mueller para que testifique ante el legislativo.
Pero
en los márgenes de ese proceso, el más importante sin discusión de estos años, los
“descubiertos” de “los hombres del Presidente” se están convirtiendo en factores
de gangrenización de la Casa Blanca trumpiana.
Su
exabogado, Michael Cohen, ha escenificado una testificación demoledora en la
Cámara baja, calificando a su antiguo cliente de “estafador” y “mentiroso” y
ofreciendo supuestas evidencias de malas prácticas y engaños reiterados en su actividad
empresarial pero también en su vida política. Cohen ha asegurado que Trump estaba
al corriente de las filtraciones de su asesor Stone a Wikileaks, portal cooperador
del Kremlin en las interferencias rusas durante la última campaña presidencial
para perjudicar a Hillary.
Puede
sospechar con razón que, tras la ruptura contractual y personal, Cohen quiere
arrojar elementos políticos y jurídicos radiactivos sobre Trump para salvar su
propio honor. Igual que mintió ante el Senado, admitido por él mismo, puede
estar haciéndolo ahora. Pero el peso de las pruebas puede haberle acotado el
espacio de la impostura.
El
problema para Trump es que muchos de sus operadores fraudulentos en su escalada
política están siendo deconstruidos por la investigación. Cada semana que pasa,
el aura de esta presidencia recuerda más y más a la de Nixon, aunque sus
protagonistas y circunstancias sean absolutamente diferentes.
Ni
las operaciones de imagen en el exterior ni el invento artificial de
emergencias de seguridad nacional podrán salvar la presidencia de Trump. Sólo
un impulso irracional de un electorado confundido y confuso, frustrado y
engañado, podría rescatarlo de la ignominia.
NOTAS
(1) “What to expect at the second North Korea summit”.
VICTOR CHA y KATRIN FRASER KATZ. FOREIGN
AFFAIRS, 22 de febrero.
(2) “On North Korea, press for complete
desnuclearization, BUT HAVE A Plan B”. ROBERT EINHORN. BROOKINGS INSTITUTION, 14 de febrero.