EE.UU.: LA LUCHA POR LA VOLUNTAD POLÍTICA DE LOS LATINOS


31 de enero de 2013

La inmigración se ha convertido en el asunto estrella del arranque del segundo periodo presidencial de Obama. Resulta esperanzador para las causas progresistas en América.  Naturalmente, no será coser y cantar, los riesgos son elevados y no está del todo garantizado que se consiga una respuesta justa y eficaz a las aspiraciones de once millones de personas. Pero hay elementos positivos.

OBAMA CONFIRMA SU INICIATIVA

La reforma migratoria se presenta como una iniciativa bipartidaria del legislativo, ciertamente. Pero los principios contenidos en el memorándum de los ocho senadores promotores responden en lo fundamental al programa avanzado por Obama en mayo del pasado año. El Presidente prometió que, en caso de victoria electoral, enmendaría su promesa incumplida durante sus primeros cuatro años y resolvería los aspectos más importantes del dossier migratorio, con un objetivo final preciso: dotar de ciudadanía a los once millones de 'ilegales' que viven, trabajan y, por tanto, contribuyen a la prosperidad de Estados Unidos.

Algunos temieron que se tratara de una argucia electoralista para recuperar la confianza de la población latina, que le había apoyado masivamente en su aplastante triunfo de 2008. Sea como fuere, dio resultado y Obama obtuvo en noviembre el 71% del sufragio latino.  Hubiera sido imperdonable otra dilación. En plena sintonía con las bases y la mayoría del liderazgo de su partido, Obama ha animado la iniciativa legislativa, pero con el añadido de añadir su prerrogativa ejecutiva si el resultado del pacto político resultara alicorto. Como había hecho días atrás con el control del uso privado de las armas de fuego.

La clave del pacto está en la atención a las preocupaciones republicanas para reforzar el control de las fronteras y frenar el tráfico ilegal de personas. Los demócratas no han tenido problemas para admitir esa exigencia republicana: en gran medida, la comparten. En todo caso, se trata de una realidad superada. El control ya se ha venido ejerciendo, y con alto grado de eficacia. Pero lo más importante es que ese flujo de personas en busca de una vida mejor ha caído en picado en los últimos: en parte, por el incremento de la vigilancia, pero sobre todo porque las expectativas de trabajo y prosperidad en el gigante del norte han disminuido con la recesión.

"LOS DEMOCRATAS QUIEREN, LOS REPUBLICANOS LO NECESITAN"

Con esta frase resumió Bob Menéndez, senador demócrata por New Jersey, la ecuación política que puede desatascar el conflicto migratorio. Efectivamente, los latinos se han convertido en una base de enorme arraigo y vitalidad en las filas demócratas. Sólo un sector de esta comunidad hispano-parlante, por lo general el más próspero, se alinea con las  posiciones republicanas. Aparte del reducto anticastrista de Florida y otras 'bolsas' reducidas de población, los latinos votan demócrata. La perspectiva de un hispano en la Casa Blanca no es sólo un guiño de ficción televisiva.

Pero, paradójicamente, ¿podría ser un latino republicano el próximo - Presidente de los Estados Unidos, o el siguiente al próximo?  No es descartable. De hecho, uno de los impulsores de la reforma migratoria, aunque con supuestos más restrictivos, es el senador por Florida y estrella ascendente del partido, Marcos Rubio. Se da por seguro que competirá en las próximas primarias. Quizás su candidatura sea prematura. Pero podría resultar una escaramuza útil para disputar a los demócratas su hegemonía en ese caladero de votantes.  

Y es que más allá del debate sobre la extensión y amplitud de los derechos de los inmigrantes, de la naturaleza de la reforma y de la tensión entre los derechos sociales de las personas y de las empresas (muy importante este último punto), lo que subyace aquí es la batalla por conquistar un electorado cada vez más influyente.

¿VIRAJE MODERADO DEL GOP?

Los moderados del GOP ('Great Old Party') ven en el dossier migratorio una oportunidad útil para reconducir la estrategia general y recuperar una senda más centrista. Ha sido especialmente significativo en este sentido el tono dominante en el cónclave de invierno del Partido. Las críticas al Tea Party y a la deriva extremista han sido muy explícitas y severas. Lo que coincide con encuestas recientes, que reflejan una desafección creciente de las bases republicanas hacia las posiciones fundamentalistas de ese plataforma que consiguió secuestrar el mensaje del partido hace casi cuatro años.

Hay otras novedades que permiten avistar un cambio de ánimo en el liderazgo republicano. Después del acuerdo sobre el abismo fiscal, no completamente exitoso para Obama, pero mucho menos para la oposición conservadora, los dirigentes legislativos del Partido Republicano se abstuvieron de plantear el desafío del techo de deuda, a sabiendas de que no obtendría el respaldo de la opinión pública. De forma discreta, optaron por aplazar el debate, una forma suave de retirada.

El apoyo a una solución del asunto migratorio que incluya lo fundamental de las aspiraciones progresistas podría ser, por tanto,  un síntoma más de ese viraje al centro de las posiciones republicanas, aunque los sectores más conservadores darán la batalla, como advierte Ángela Davis, la experta en inmigración del 'think tank' Centro para el Progreso Americano, en el NYT. De hecho, otra iniciativa legislativa paralela que contempla sólo la apertura de visados para captar talento y cerebro puede dificultar o provocar confusión en el debate.  Pero, a la larga,  es importante insistir, no es sólo la inmigración lo que está en juego, sino la reacomodación a largo plazo de las bases políticas de apoyo.

UN PERFIL CAMBIANTE

En la primera década de siglo, el porcentaje de la población latina ha aumentado casi cuatro puntos, hasta llegar al 16,3%. Aunque los tres estados tradicionales (California, Texas y Florida) albergan a la mitad de la población hispana, esta minoría ha aumentado significativamente en la última generación en otros estados de la Costa Este y el Medio Oeste (13% y 7% del total, respectivamente) e incluso los Grandes Lagos (con Illinois a la cabeza).

Los republicanos son conscientes de que su mensaje no encaja con el perfil socio-económico dominante en el electorado latino, pese a la emergencia de una clase media hispan. Por ello, hasta ahora han basado su estrategia de captación en dos factores: la creciente influencia de las confesiones evangelistas en ese sector de la población y su presunto 'conservadurismo' en materia de valores sociales, culturales, familiares o religiosos.

Sin embargo, también en esos aspectos, los latinos están evolucionando como lo acredita Gary Segura, de la Universidad de Stanford. Este profesor de Ciencia Política maneja diversas encuestas y consultas para asegurar que una mayoría de latinos acepta ya con fluidez el aborto, la libertad de elección sexual, el matrimonio homosexual y otras realidades sociales.

                

OBAMA: DE LAS BELLAS PALABRAS A LOS DIFICILES LOGROS




24 de enero de 2013

Barack Obama inauguró el lunes su segundo mandato con lo que mejor hace y lo que más le gusta: inspirar a buena parte de la población con ideas, proyectos y visiones. Aunque atemperado por el desgaste de cuatro años difíciles y desiguales, Obama rescató su capacidad de conectar con las aspiraciones de mucha gente en Estados Unidos, de interpretar el ánimo de cambio y progreso del país y su empatía con los más desfavorecidos ("los pobres, los enfermos, los marginados y las víctimas de los prejuicios").

Hay bastante coincidencia en que Obama presentó y defendió una "agenda progresista" para su segundo mandato. Conectó con el final de la reciente campaña, después de un comienzo vacilante y hasta desastroso. Con el triunfo, estrecho pero convincente, acumuló capital político y energía combativa. Salió del trance del engañoso "abismo fiscal" y se dispone ahora a gobernar.
          
Advertencia: Obama declama como progresista y actúa como centrista. Así lo ve al menos un importante sector de la izquierda norteamericana que, pese a las decepciones, todavía lo respalda. No tendrá ya apenas margen de error o vacilaciones. Suele decirse que el segundo periodo se les hace más corto a los presidentes. Los dos primeros años son los decisivos; en el tercero, la preocupación por el legado se hace obsesiva; y el año final todo el mundo está pendiente del desarrollo de las primarias, con dos candidatos frescos acaparando el interés. El inquilino de la Casa Blanca se convierte, salvo en casos de crisis grave, en un político en declive.

LOS GRANDES RETOS

Los estrategas de Obama han señalado tres objetivos inmediatos de este segundo mandato: regularizar y legalizar la inmigración, controlar el uso particular de las armas de fuego, nivelar algunas desigualdades sociales y arreglar viejas quiebras del sistema político. Luego existen otros asuntos domésticos también de importancia pero menor impacto y la aspiración de dejar la economía mejor de como la encontró. Los asuntos exteriores, por supuesto, aparecen en segunda fila, no olvidados, pero con las energías subordinadas a la culminación de una agenda interior más ambiciosa.

La inmigración es la gran prioridad de este año. Obama quiere dejar arreglado pronto (como muy tarde, en verano) un asunto que dejó pendiente en su primer periodo presidencial, aunque los electores latinos, los principales afectados por las carencias en la materia, se lo perdonaron y le brindaron un masivo apoyo a su reelección (el 71% le otorgó su voto).

Hay ya una comisión bipartidaria constituida y trabajando. Está integrada por pesos pesados de Capitol Hill. Los demócratas, sabedores de la importancia de la cuestión, han apretado los dientes y están dispuestos a que los republicanos no boicoteen o rebajen sus ambiciones de legalizar a los 11 millones de ilegales. El programa incluye la consolidación de la seguridad fronteriza, el cese de la persecución de los sin papeles por cuestiones menores; la progresiva integración social mediante la inserción educativa y laboral; absorción laboral reglada para el futuro; en definitiva, todos los pasos necesarios para alcanzar su conversión en ciudadanos de pleno derecho. 

Los republicanos están divididos. El sector ultra conservador sigue mostrándose hostil y aun cuando muchas voces en el Partido han dado la voz de alarma por el desapego electoral de las minorías, no parecen dispuestos a ceder completamente. Sin embargo, sus principales activos electorales en auge, como el Senador latino Marcos Rubio, parecen imponerse y están dispuestos a negociar. Aceptan los moderados la meta final de la ciudadanía, pero por etapas, con reconocimientos provisionales primero y plazos, procesos y condiciones más severas que los demócratas. El argumento de Rubio y sus afines es que no se puede tratar por igual a los que han actuado de forma legal y a los que han hecho trampas. Los demócratas replican que no están planteando una suerte de amnistía. El punto de acuerdo está a la vista, según los observadores del proceso. 

En el control de armas, Obama ha cumplido su promesa, después de la última matanza en Newtown (Connecticut), el pasado diciembre, y ha presentado una batería de medidas ejecutivas que espera poder implantar a pesar de las resistencias conservadoras y del abierto desafío de los poderosos lobbies del sector.
                 
Los datos indican que la iniciativa presidencial de combatir esta plaga fue respondida con una compra masiva de armas, municiones y complementos como no se recordaba en Estados Unidos. Como en las vísperas de la ley seca, los norteamericanos amantes de las armas corrieron a ampliar o modernizar sus arsenales.
                 
Las iniciativas en política social no están tan dibujadas y seguramente encontrarán obstáculos más numerosos e intrincados.  En materia de derechos políticos, Obama hizo una referencia alentadora al sistema de votación, caduco, perverso en algunos casos,  e incluso corrupto en momentos y enclaves puntuales.
                 
CAMBIAR EL RUMBO
                 
Para cumplir con este programa, o al menos para hacerlo avanzar, Obama confía en superar el discurso neoliberal y ultraindividualista, casi darwiniano, que se ha apoderado del escenario político nacional (y occidental) desde finales de los setenta. Sus frases "We must act" ("Tenemos que actuar"), o "no somos una nación de 'takers' ( traducible por 'tomadores' o 'mantenidos')  entroncan con el principio de que el Gobierno puede ayudar a resolver los problemas y no es, necesaria y fatalmente, parte de los mismos.
                 
En el discurso de su segunda inauguración, Obama se sumergió en una oratoria que entronca con Lincoln y Martin Luther Kin, de compromiso con la justicia, por encima de los cálculos y las componendas políticas. Lo que no le impedirá enredarse en ellas desde esta misma semana, sin duda. En un soberbio artículo para THE NEW YORKER, el destacado periodista Ryan Lizza ya desentrañó el desengaño de Obama ante la limitación de su poder para superar la maquinaria de Washington.  Hace unos días,  Jodi Kantor, en el NEW YORK TIMES, comparaba el estado de ánimo y la actitud de los Obama cuatro años después de cuatro años a la Casa Blanca y lo comparaba con el que mantenían al llegar, objeto en su día de de otro trabajo periodístico suyo. La conclusión no sorprende: la pareja no es la misma, a decir de sus amigos y allegados. No hay que confundirse: no es que hayan perdido la inocencia (eso ocurrió mucho antes de ganar la presidencia). Simplemente, aun no siendo triturados por el poder, se han visto obligados a acomodarse a sus exigencias.
                 
Pero ni las decepciones, ni el desgaste, ni las limitaciones comprensibles hacen imperativo un fracaso de la 'era Obama'. Tiene tiempo para hacer un buen trabajo, cumplir una agenda razonable de cambio y darle la vuelta a la tendencia histórica. No sólo se lo agradecerá el pueblo en nombre del que habla, sino todos los de este continente.


HOLLANDE HACE LAS AFRICAS



17 de enero de 2013
          
El presidente francés, François Hollande, agobiado por la falta de resultados en su política contra la crisis económica y social, y privado del apoyo de que disfrutó durante sus primeros meses de gestión, ha decidido asumir la responsabilidad de una intervención militar casi solitaria en África. Esta decisión le ha proporcionado una imagen de fortaleza, de firmeza, que conjura la impresión de debilidad, indecisión y flojera que parecía haberse instalado en la percepción pública de su liderazgo.
                 
Como cualquier inquilino del Eliseo que se precie, Hollande ya ha estrenado dossier africano. En otros tiempos, se trataba de "proteger los intereses nacionales" en el continente negro. Ahora, el 'mot de ordre' es "la lucha contra el terrorismo".
                
 Ciertamente, las fuerzas más activas de Ansar Dine (Defensores del Islam), la rama local de Al Qaeda del Magreb Islámico, había lanzado una ofensiva sobre el sur de Malí, a partir de sus consolidadas posiciones en todo el norte del país, y amenazaban con conquistar Bamako, la capital, y extender la sumisión de toda la población al estricto código de la ley islámica, tal y como habría ocurrido en las zonas ya conquistadas. El dominio total de los islamistas en Mali se presenta como intolerable por gobernantes y analistas occidentales y representaría el primer éxito serio de estas fuerzas tras el aparente  debilitamiento de las redes ''yihadistas'' en los últimos años.
               
 UN APOYO CONSIDERABLE
                
 Conocedores externos del dossier maliano apoyan la intervención. Es el caso de Gregoy Mann, profesor de África en la Universidad de Columbia,  quien asegura que "el avance de las fuerzas 'yihadistas' sobre Bamako hubiera sido un desastre. En el blog Africa is a Country, Mann se hace eco de las impresiones obtenidas por los propios soldados franceses sobre el terreno acerca de la solvencia, fortaleza y poder de fuego de los combatientes islámicos.
                 
Mann, como otros observadores de la intervención, estima que no puede catalogarse esta operación como una acción colonial o neocolonial, porque ha sido el gobierno de Mali el promotor de la misma. Pero, además, se asegura con insistencia que son los propios habitantes de Bamako los que están demandando la ayuda francesa, a la vista del peligro inminente de control total del país por parte de los insurgentes.
               
El Gobierno francés también ha recibido el apoyo de los tuaregs organizados en el Movimiento Nacional de Liberación Azawad (MNLA), que había mantenido a comienzos del año pasado una suerte de alianza de conveniencia con los 'yihadistas', para arrancar del Gobierno central ciertas reivindicaciones autonomistas. Al final, los islámicos no demostraron demasiadas contemplaciones con sus aliados y los tuaregs cambiaron de bando, ya en el preludio de la intervención internacional, cuando en la ONU se había decidido la formación de una fuerza africana (resolución 2085 del Consejo de Seguridad, de 20 de diciembre).
                
La administración norteamericana, aunque ha decidido mantenerse en un segundo plano, respalda también a Hollande,  y de hecho le estaría dando apoyo de inteligencia. En parte, esto se explica por fidelidad tradicional al código de respeto por la viejas pero aún operativas "áreas de influencia". Pero, sobre todo, por la convergencia estratégica de combate contra las "distintas cabezas de la hidra terrorista".  El NEW YORK TIMES apunta otra razón: Washington respaldaría a París también porque la estrategia norteamericana de contención del 'yijadismo' en el Sahel ha fracasado. «En los últimos cuatro años, los Estados Unidos habrían gastado entre 520 y 600 millones de dólares en lucha contra la militancia islamista en la región. El programa se extendía de Marruecos a Nigeria, y las autoridades americanas considerarían entonces al ejército maliano como un socio ejemplar". 
               
No fué eso lo que pasó. Todo lo contrario. El golpe militar de marzo de 2012 no sólo no frenó la penetración islamista en Mali y su proyección sobre todo el Sahel, sino que contribuyó a reforzar su avance y consolidación en el norte del país. "Estados Unidos escogió mal" dice el NYT, y "la ayuda se malgastó".
                 
LOS RIESGOS DE LA INTERVENCION
                 
Otros análisis, en cambio, no resultan tan optimistas respecto a la intervención militar francesa. Pierre Cherruaux, en SLATE AFRIQUE califica de "ambigua" la operación y señala los siguientes peligros:
- Los islamistas se han confundido con la población para hacer más arriesgados los bombardeos aéreos franceses. Incluso han establecido alianzas familiares con destacados notables del norte del país. La intervención militar, predominantemente aérea,  no parece diseñada, hasta ahora, para afrontar una respuesta de lucha de guerrilla de los islamistas.De momento, los islamistas han preferido replegarse en el norte y sorprender en el Oeste, ganando tanto territorio o más del que habían perdido).

- Las represalias contra ciudadanos, cooperantes e intereses franceses en toda la zona, debido a los activos tentáculos que el grupo paraguas de los insurgentes, Al Qaeda del Magreb Islámico, dispone en varios países de la región.  Por no hablar de los rehenes ya existentes, la mayor preocupación del Gobierno en este momento.

- La gestión, siempre difícil, de la oleada previsible de refugiados y desplazados (que ya se acerca al medio millón), pero aún más en un territorio carente de infraestructuras y con recursos muy limitados.

- La discutida legitimidad del gobierno local que ha demandado la intervención, puesto que fue instalado por los militares golpistas.

- La actitud ambigua o tornadiza de algunos países africanos, puesto que, si bien algunos de ellos participan del criterio de frenar a los islamistas en Mali, las intervenciones externas al continente (y en particular las francesas) siguen produciendo evaluaciones contradictorias (recuérdese el último ejemplo: apoyo a Uattara en Costa de Marfil). Argelia -sostiene LE MONDE- pone buena cara, pero confiaba en que París agotara la vía diplomática

- Las dudas sobre el relevo eficiente que puedan asumir en su momento las tropas africanas, sobre todo si se confirma el liderazgo militar de Nigeria, cuyos militares tienen una malísima reputación por su comportamiento brutal y represor, y más desde que han tenido que hacer frente al desafío de la organización islamista de Boko Haram.
                 
En fin, pese al respaldo de la mayoría de las fuerzas políticas y de la opinión pública, Hollande asume riesgos no desdeñables, en un momento muy delicado. Su gestión se pone en entredicho, al menos por un sector importante de los formadores de opinión, su posición política no está consolidada y un fracaso en Mali -o un resultado controvertido- podría provocar un desgaste suplementario de su autoridad. 

CARNAVAL POLÍTICO EN VENEZUELA

10 de enero de 2013

El carnaval político está a pleno rendimiento en Venezuela. La enfermedad del Presidente Chávez ha reabierto (intensificado, más bien: nunca se ha cerrado) la batalla política en términos maximalistas. Es una fatalidad para el país.

Los exponentes del sistema se deshacen en esfuerzos para aparentar normalidad y continuidad, cuando es evidente que se viven momentos excepcionales, que no han sabido gestionar. La oposición -o al menos sus portavoces más activos o ruidosos- no está demostrando mejor juicio. Después de años y años de negar absurdamente la legitimidad de Chávez y de empeñarse en estrategias perdedoras y de dudosa honradez política, la corriente que parece dueña del discurso opositor ha abandonado la aparente moderación de los últimos meses ha vuelto al tono radical fracasado.


UNA CONTRADICCIÓN INSALVABLE

Después de años de cultivar la personalidad del líder, encuentran ahora las lógicas dificultades en aparentar que su ausencia no es causa de la interrupción del proceso político. Hay una contradicción conceptual en la actuación de los actores secundarios de la revolución bolivariana (que de Chávez abajo son todos). Durante años han inculcado en las masas seguidoras la identificación casi mística entre el proyecto y su líder; ahora que él se encuentra en la cuneta (y en cuneta allende fronteras), resulta difícil hacer creer que todo sigue igual, que la revolución tiene vida propia. Este razonamiento se basa, es cierto, en la asunción de que la ausencia del Comandante es temporal. Por eso, entre otras cosas, no se admite que la enfermedad que lo aqueja pueda ser mortal de necesidad; no porque se niegue, sino porque se silencia, se cubre con un manto de secretismo y ambigüedad.

Chávez repartió las máximas magistraturas del país entre dos de los hombres que le han sido más fieles a lo largo de tres lustros de avatares, decepciones y purgas. En la cabeza del legislativo y del partido-guía ha colocado a Diosdado Cabello, un compañero de armas de la primera hora de su aventura política. Al frente del ejecutivo confirmó a Nicolás Maduro, un discreto sindicalista sin reflejos políticos sobresalientes, pero muy bien mandado.  Diversos analistas -interesados o no- les atribuyen una rivalidad por el legado, y la silla, del líder. Ellos han intentado desmentirlo exagerando la unidad, sobre todo ahora que aprieta la necesidad de exhibir una comunión destilada de la fidelidad a los principios de la revolución. La realidad, probablemente, se encuentre a medio camino entre ambas visiones.


Lo cierto es que los prohombres del régimen -constantemente disminuidos por la omnipresencia del número uno- han tenido tiempo de prepararse para esta coyuntura, porque la enfermedad de Chávez no ha sido precisamente repentina. Pero, una vez más, este tipo de sistemas políticos de personalismo abusivo tienen problemas para interpretar una partitura más coral. Como era de temer, los reflejos colegiados se encuentran demasiado atrapados en una retórica providencialista y caudillista.

Tampoco Chávez ha ayudado mucho antes de entregarse al notable sistema sanitario cubano. No ha demostrado transparencia sobre el alcance de su enfermedad, provocando de esa manera la profundización de la crisis institucional y política. ¿Se siente imbuido de una misión trascendental y no acepta del todo que su fin este demasiado cercano? Por mucho que esa interpretación es preferida por muchos opositores, no parece que se trate de eso. La explicación puede ser mucho más sencilla: falta descomunal de previsión. Sea como sea, el tiempo ha ido pasando y el capital político reforzado por dos victorias electorales (presidenciales y departamentales), recientísimas e indiscutibles, se ha ido malgastando por torpezas políticas insólitas.

LA OPOSICIÓN, EN SU LABERINTO

Al hacer de la protesta de toma de posesión una cuestión política fundamental, la oposición pierde foco. Primero, porque no es un Presidente nuevo el que debe asumir la responsabilidad: no hay un cambio político. Es cierto que se renueva el mandato y que media un requisito para dar continuidad a la legitimidad político. Pero no es del todo disparatado lo que argumentan los dirigentes gubernamentales: es decir, que, después de todo, se trata de un "formulismo".  

Es prudente sostener que las formas importan en democracia; pero resulta forzado construir un argumento político sobre cuestiones puramente formales. Chávez no es presidente porque preste juramente, sino porque ganó las elecciones y, por tanto, el derecho y el deber a continuar ejerciendo esa responsabilidad. Debe someterse a los procedimientos, pero no debe subordinarse su legitimidad a una interpretación tan estricta de los mismos que termine desvirtuándose lo esencial. Moralmente, Chávez debe seguir siendo Presidente después del 10 de enero, aunque la formalización de la continuidad de su mandato se aplace.


Naturalmente tal decisión sólo podría avalarla la justicia competente: en este caso, el Tribunal Supremo. Y así lo ha hecho, en el sentido que conviene al Presidente y a sus seguidores políticos. Pero la oposición, anticipando el resultado, ya había previamente desautorizado su fallo con el mismo argumento deslegitimador: no considera a ese órgano judicial independiente del Ejecutivo.

Las citas de autoridad externas -constitucionalistas, sobre todo- son arriesgadas, porque cada parte utiliza la que conviene a sus posiciones previas. La Constitución, como es natural, no es taxativa en una cuestión de detalle como la que origina la polémica. El conflicto no es legal: es político. Y en la refriega política cada parte exhibe sus fortalezas, ciertamente; pero sobre todo sus debilidades. El Gobierno, su tendencia enfermiza a la improvisación y el barullo institucional; la oposición, su atropellado ánimo de negar legitimidad real a las instituciones chavistas, en una lógica de autoprofecía cumplida. 

Al cabo, se deja de lado la cuestión más preocupante: la polémica partidista está dañando los intereses generales. Las medidas que necesita el país para afrontar la crisis de suministros, contener la inflación y mantener prestaciones sociales se atascan. En vez de entregarse a su habitual juego de carnaval político, unos y otros deberían hacer un esfuerzo conjunto para superar este conflicto secundario y concentrarse en lo que resulta esencial para Venezuela.

EL AÑO DE LAS GRANDES AMENAZAS

3 de enero de 2013



Arranca 2013 envuelto en un indisimulable pesimismo. El término ‘abismo’ ha criado fortuna, para caracterizar una situación fiscal y económica de imposible manejo en Estados Unidos. El acuerdo ‘in extremis’ autoriza el aumento de impuestos a los más ricos y salva la estrategia de Obama. Pero queda pendiente la negociación sobre recortes de gastos y la amenaza de un nuevo ‘drama’ sobre el llamado ‘techo de deuda’. La batalla continuará.

La partida de póker de las últimas semanas en Washington demuestra, una vez más, que el segundo mandato de Obama se escribirá con argumentos similares al primero: presión constante de los republicanos, dudas del Presidente y bloqueo político. Para la correcta comprensión de lo ocurrido y de lo que vendrá, habría que despejar uno de los muchos malentendidos que existen sobre el sistema político norteamericano: pese a las proyecciones públicas de dudoso rigor, el Jefe de Estado de la superpotencia tiene un poder más reducido que muchos de los primeros ministros de las democracias parlamentarias occidentales.

Hablando de ‘abismos’ o ‘amenazas’, seguiremos sosteniendo la respiración en Europa, debido a la persistencia de políticas incomprensibles para la gran mayoría de la ciudadanía. Si en Estados Unidos se instala la polarización política más aguda en dos generaciones, de este lado del Atlántico prima un extraño consenso, por mucho que las dialécticas políticas cotidianas hagan pensar en confrontaciones agudas. El amplio espectro centrista, de derecha a izquierda, continua anclado en recetas que, hasta ahora, han profundizado la crisis, han convocado la recesión, han ensanchado la desigualdad y no han resuelto nada. El año que comienza será escenario de más sacrificios para la mayoría, de penitencias por errores o pecados nunca explicados honestamente y de invocaciones a una recuperación todavía lejana.

Alemania elegirá en puertas del otoño con qué instrumentos políticos –gobierno monocolor, bisagra centrista o gran coalición- intentará seguir maniatando toda la política europea con su ortodoxia socio-económica. Antes, acudirán a las urnas los italianos, bajo la tramposa fábula de la cigarra y la hormiga en que se ha convertido la aparente disyuntiva entre Berlusconi (el atropellado) y Monti (el cauteloso), con la izquierda en el papel de pasmado espectador del resultado. Algo así le ocurre al Presidente francés, tan atrapado en el laberinto europeo que hasta su propia casa le resulta un paraje intransitable. La opción social-demócrata en Europa no termina de encontrar una vía de actuación creíble e identificable.

           EL ETERNO CONFLICTO

Y mientras el mundo occidental se ensimisma en sus fracasos, la periferia emite señales de alarma. No debería ser una novedad que la región mesoriental presente los signos más alarmantes. Tres conflictos pueden desatarse con especial crudeza: la prolongación de la matanza en Siria, una tercera intifada palestina contra la alocada colonización israelí de su tierra y un desenlace no pacífico del proceso de nuclearización iraní.Siria no sólo puede ser un nuevo Irak, sino que amenaza con reavivar el nunca resuelto conflicto sectario en ese país y provocar un efecto multiplicador de confrontación regional étnica y religiosa. El liderazgo palestino puede verse desbordado de nuevo por la frustración de la población y la impotencia internacional frente a la provocación del extremismo israelí. Netanyahu no ha dudado en jugar a la ruleta rusa para revalidar su mandato en las próximas semanas. Le será mucho más difícil empujar a un reforzado Obama a una conflagración con Irán –que elegirá sucesor de Ahmadineyad en junio, aunque no un cambio drástico de rumbo-, pero en los intentos podrían arruinarse del todo las ya escasas perspectivas de encauzamiento de las disputas. En Egipto, los Hermanos Musulmanes tendrán que demostrar que Islam y democracia son compatibles.

          UNA GUERRA RETÓRICA, ¿O ALGO MÁS?

Lo que si representaría una relativa novedad sería el estallido de una conflictividad aguda en Extremo Oriente. La guerra fría no ha terminado nunca del todo en Asia oriental. Pero sí han funcionado con cierta eficacia similares mecanismos que han mantenido al planeta a salvo de una conflagración general.

Tendremos que acostumbrarnos a escuchar la letanía de reproches y amenazas entre chinos y japoneses por la soberanía y el control de unas pequeñas islas en el Mar del Sur de China. La fiebre nacionalista está en auge y no se avista remisión en un breve lapso de tiempo. Al contrario, lo más probable es que asistamos a una cierta escalada en los meses venideros. La gran pregunta es si este conflicto tiene potencial suficiente para desencadenar una guerra; o si, por el contrario, este pulso de nacionalismos no pasa de ser una cortina de humo para esconder problemas internos de los contendientes y excusas para la imposición de medidas de control y alineamiento de sus poblaciones a las decisiones de los centros respectivos de poder.

China estrenará en marzo nueva cúpula en el Estado y en el Gobierno, tras los cambios decididos en ese centro del pilotaje político que sigue siendo (y por muchos años, parece) el Partido Comunista. Xi Jianping inaugurará su mandato con un triple desafío: impedir que la economía se atasque, embridar la corrupción y dejar claro a sus vecinos y/o rivales que la hegemonía china en el Extremo Oriente no es pura retórica ni simple exigencia mercantil.

Por su parte, Japón se enroca en sus políticas conservadoras, con la vuelta al poder del viejo PLD, producto como pocos de esa guerra fría y agente fundamental de un modelo económico en ruinas. Si ha obtenido de nuevo la confianza de millones de ciudadanos no es tanto porque haya incubado ideas nuevas, cuanto por el fracaso sonoro de reformistas y progresistas. Pero, haciendo virtud de la necesidad, el burocratismo de décadas anteriores será sustituido por una puesta en escena más nacionalista y combativa. El primer ministro Abe parece decidido a romper tabúes: enterrará la Constitución ‘pacifista’, desarrollará unas fuerzas armadas sin complejos, rescatará la energía nuclear del shock Fukushima y sostendrá un discurso de firmeza no exento de pragmatismo con Pekín.

Telonero de este pulso mayor, el tercer Kim consecutivo seguirá reclamando titulares desde una Corea del Norte más cerca del punto de ruptura de la contención internacional.

En todo caso, lo más probable es que, embridados y estimulados por Estados Unidos, los dos colosos asiáticos se atengan a una cierta disciplina y no desborden sus pasiones. Pero, como es sabido, la gran amenaza del nacionalismo excluyente es que la explotación de los orgullos propios y las miserias ajenas a veces escapa al control racional y puede desencadenar acontecimientos incendiarios que precipiten males mayores.