3 de enero de 2013
Arranca
2013 envuelto en un indisimulable pesimismo. El término ‘abismo’ ha criado
fortuna, para caracterizar una situación fiscal y económica de imposible manejo
en Estados Unidos. El acuerdo ‘in extremis’ autoriza el aumento de impuestos a
los más ricos y salva la estrategia de Obama. Pero queda pendiente la
negociación sobre recortes de gastos y la amenaza de un nuevo ‘drama’ sobre el
llamado ‘techo de deuda’. La batalla continuará.
Lo que si representaría una relativa novedad sería el estallido de una conflictividad aguda en Extremo Oriente. La guerra fría no ha terminado nunca del todo en Asia oriental. Pero sí han funcionado con cierta eficacia similares mecanismos que han mantenido al planeta a salvo de una conflagración general.
En todo caso, lo más probable es que,
embridados y estimulados por Estados Unidos, los dos colosos asiáticos se
atengan a una cierta disciplina y no desborden sus pasiones. Pero, como es
sabido, la gran amenaza del nacionalismo excluyente es que la explotación de
los orgullos propios y las miserias ajenas a veces escapa al control racional y
puede desencadenar acontecimientos incendiarios que precipiten males mayores.
La
partida de póker de las últimas semanas en Washington demuestra, una vez más,
que el segundo mandato de Obama se escribirá con argumentos similares al
primero: presión constante de los republicanos, dudas del Presidente y bloqueo
político. Para la correcta comprensión de lo ocurrido y de lo que vendrá,
habría que despejar uno de los muchos malentendidos que existen sobre el
sistema político norteamericano: pese a las proyecciones públicas de dudoso
rigor, el Jefe de Estado de la superpotencia tiene un poder más reducido que
muchos de los primeros ministros de las democracias parlamentarias
occidentales.
Hablando
de ‘abismos’ o ‘amenazas’, seguiremos sosteniendo la respiración en Europa,
debido a la persistencia de políticas incomprensibles para la gran mayoría de
la ciudadanía. Si en Estados Unidos se instala la polarización política más
aguda en dos generaciones, de este lado del Atlántico prima un extraño
consenso, por mucho que las dialécticas políticas cotidianas hagan pensar en confrontaciones
agudas. El amplio espectro centrista, de derecha a izquierda, continua anclado
en recetas que, hasta ahora, han profundizado la crisis, han convocado la
recesión, han ensanchado la desigualdad y no han resuelto nada. El año que
comienza será escenario de más sacrificios para la mayoría, de penitencias por
errores o pecados nunca explicados honestamente y de invocaciones a una recuperación
todavía lejana.
Alemania
elegirá en puertas del otoño con qué instrumentos políticos –gobierno
monocolor, bisagra centrista o gran coalición- intentará seguir maniatando toda
la política europea con su ortodoxia socio-económica. Antes, acudirán a las urnas
los italianos, bajo la tramposa fábula de la cigarra y la hormiga en que se ha
convertido la aparente disyuntiva entre Berlusconi (el atropellado) y Monti (el
cauteloso), con la izquierda en el papel de pasmado espectador del resultado. Algo
así le ocurre al Presidente francés, tan atrapado en el laberinto europeo que
hasta su propia casa le resulta un paraje intransitable. La opción
social-demócrata en Europa no termina de encontrar una vía de actuación creíble
e identificable.
EL ETERNO CONFLICTO
Y mientras el
mundo occidental se ensimisma en sus fracasos, la periferia emite señales de
alarma. No debería ser una novedad que la región mesoriental presente los signos más alarmantes. Tres conflictos
pueden desatarse con especial crudeza: la prolongación de la matanza en Siria,
una tercera intifada palestina contra la alocada colonización israelí de su
tierra y un desenlace no pacífico del proceso de nuclearización iraní.Siria no sólo puede ser un nuevo Irak, sino
que amenaza con reavivar el nunca resuelto conflicto sectario en ese país y
provocar un efecto multiplicador de confrontación regional étnica y religiosa.
El liderazgo palestino puede verse desbordado de nuevo por la frustración de la
población y la impotencia internacional frente a la provocación del extremismo
israelí. Netanyahu no ha dudado en jugar a la ruleta rusa para revalidar su
mandato en las próximas semanas. Le será mucho más difícil empujar a un reforzado
Obama a una conflagración con Irán –que elegirá sucesor de Ahmadineyad en
junio, aunque no un cambio drástico de rumbo-, pero en los intentos podrían
arruinarse del todo las ya escasas perspectivas de encauzamiento de las
disputas. En Egipto, los Hermanos Musulmanes tendrán que demostrar que Islam y
democracia son compatibles.
UNA
GUERRA RETÓRICA, ¿O ALGO MÁS?
Lo que si representaría una relativa novedad sería el estallido de una conflictividad aguda en Extremo Oriente. La guerra fría no ha terminado nunca del todo en Asia oriental. Pero sí han funcionado con cierta eficacia similares mecanismos que han mantenido al planeta a salvo de una conflagración general.
Tendremos
que acostumbrarnos a escuchar la letanía de reproches y amenazas entre chinos y
japoneses por la soberanía y el control de unas pequeñas islas en el Mar del
Sur de China. La fiebre nacionalista está en auge y no se avista remisión en un
breve lapso de tiempo. Al contrario, lo más probable es que asistamos a una cierta
escalada en los meses venideros. La gran pregunta es si este conflicto tiene
potencial suficiente para desencadenar una guerra; o si, por el contrario, este
pulso de nacionalismos no pasa de ser una cortina de humo para esconder
problemas internos de los contendientes y excusas para la imposición de medidas
de control y alineamiento de sus poblaciones a las decisiones de los centros
respectivos de poder.
China
estrenará en marzo nueva cúpula en el Estado y en el Gobierno, tras los cambios
decididos en ese centro del pilotaje político que sigue siendo (y por muchos
años, parece) el Partido Comunista. Xi Jianping inaugurará su mandato con un
triple desafío: impedir que la economía se atasque, embridar la corrupción y
dejar claro a sus vecinos y/o rivales que la hegemonía china en el Extremo
Oriente no es pura retórica ni simple exigencia mercantil.
Por
su parte, Japón se enroca en sus políticas conservadoras, con la vuelta al
poder del viejo PLD, producto como pocos de esa guerra fría y agente
fundamental de un modelo económico en ruinas. Si ha obtenido de nuevo la
confianza de millones de ciudadanos no es tanto porque haya incubado ideas
nuevas, cuanto por el fracaso sonoro de reformistas y progresistas. Pero,
haciendo virtud de la necesidad, el burocratismo de décadas anteriores será
sustituido por una puesta en escena más nacionalista y combativa. El primer
ministro Abe parece decidido a romper tabúes: enterrará la Constitución
‘pacifista’, desarrollará unas fuerzas armadas sin complejos, rescatará la
energía nuclear del shock Fukushima y sostendrá un discurso de firmeza no
exento de pragmatismo con Pekín.
Telonero
de este pulso mayor, el tercer Kim consecutivo seguirá reclamando titulares
desde una Corea del Norte más cerca del punto de ruptura de la contención
internacional.
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