TRUMP: TESTIGO DE CARGO Y APARTHEID EN PALESTINA

29 de enero de 2020

                
Sería muy difícil escoger la más destacada de las incoherencias, extravagancias, inconsistencias, caprichos, insultos, falsedades, zafiedades, desplantes o cualquier otro tipo de conductas inapropiadas en un Jefe de Estado (o cualquier ciudadano, en realidad) de todas las vertidas por Trump en sus tres años al frente de la Casa Blanca.
                
Pero esta semana el presidente hotelero se ha colocado, o lo han colocado, al borde del esperpento. Trump nunca gozó de credibilidad político (distinto de popularidad), siempre evidenció un agujero negro y profundo en comportamiento ético y jamás se le presumió capacidad alguna para un puesto como el que ocupa.
                
Ahora, cuando el Senado dirime si merece ser destituido por un episodio que abochornaría a cualquier gobernante que se precie, el presidente hotelero agasaja al primer ministro de un país procesado por tres cargos relacionados con casos de corrupción y le ofrece, para su estricto beneficio personal, el destrozo de décadas de trabajo diplomático de los Estados Unidos. Si no es la peor semana de Trump, se le acerca mucho.
                
BOLTON DESCOLOCA A LOS REPUBLICANOS
                
Los últimos días han sido de máxima tensión política en Washington. El domingo, el NEW YORK TIMES desveló que el anterior Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton  confesaba en un libro suyo de próxima publicación que el actual presidente ordenó que se retuviera la ayuda militar norteamericana a Ucrania hasta que las autoridades de aquel país investigaran al hijo del anterior vicepresidente y precandidato demócrata, Joe Biden (1).
                
Siempre se sospechó que Bolton estaba al corriente de lo que constituye el núcleo de los cargos contenidos en proceso de impeachment, y que se desmarcó de su superior. Otros miembros del staff de la seguridad nacional, como la responsable de los asuntos de Rusia, Fiona Hill, habían ofrecido testimonios ilustrativos ante la Cámara de Representantes.
                
Bolton fue cesado por Trump cuando las divergencias se hicieron insostenibles. Este abogado y especialista en derecho internacional es un prominente ideólogo neocon y uno de los arquitectos de la masacre de Irak. En la actualidad administración, pasa por ser el autor intelectual de la política de “máxima presión” contra Irán. Es un halcón entre los halcones, y eso fue lo que sedujo a Trump, pero contrariamente a éste mantiene posiciones firmes, casi fanáticas, que encajan mal con la inconsistencia, la improvisación y la imprevisibilidad del presidente. La ruptura estaba cantada.
                
En el proceso del impeachment, los líderes republicanos del legislativo han tratado por todos los medios de limitar el testimonio de nuevos testigos y la presentación de documentos adicionales, avalando y reforzando el obstruccionismo de la Casa Blanca. El jefe de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, ha hecho de cancerbero de los intereses del presidente, en una de las actuaciones más ferozmente partidistas de los últimos tiempos. Su intención, declarada abiertamente, ha sido, desde un principio, liquidar el procedimiento cuanto antes y forzar un voto absolutorio rápido, para no erosionar las posibilidades electorales de Trump.
                
Pero las revelaciones del exconsejero han tenido el efecto de un torpedo contra la línea de flotación de la estrategia republicana. El hombre del mostacho, como se le conoce coloquialmente a Bolton, dijo que testificará ante el Senado si se le citaba. Algunos senadores, más honestos o simplemente hartos de proteger a este presidente, dejaron ver su inclinación a permitir que Bolton se convierta en un auténtico testigo de cargo (2).
                
En la noche del martes, McConnell admitió que “aún no tenía los votos” para impedir el testimonio de Bolton en el Senado. Aunque no puede decirse que el destino del impeachment haya dado un vuelco, la incomodidad de la guardia pretoriana de Trump en el Congreso es manifiestamente apreciable.
                
EL “SESGO DEL SIGLO”
                
Mientras tanto, al otro lado de la Avenida de Pensilvania, en el ala este de la Casa Blanca, Trump recibía al primer ministro israelí, Netanyahu, y le “regalaba” el durante tantos meses esperado “plan de paz”, elaborado bajo la dirección de su yerno, Jared Kushner.
                
Con su habitual autobombo, Trump calificó las 180 páginas del documento (3) como  “deal of the century” (“trato del siglo”). El contenido cae en la ignominia. Avala la anexión israelí del valle del Jordán (el 30% de Cisjordania, la tierra útil), legitima las colonias judías y las incorpora al territorio israelí, ignora las fronteras de 1967, confirma a Jerusalén como capital del estado israelí, concede a los palestinos un mini-estado inviable sobre un territorio reducido, desconectado y con capitalidad en uno de los suburbios orientales de la ciudad santa, plantea una red de autopistas para conectar las zonas dispersas del West Bank, contempla un túnel para comunicar esta Cisjordania amputada con la franja de Gaza, ofrece como compensación territorial unas bolsas desérticas en el Neguev, restringe el regreso de los refugiados palestinos e impone la desmilitarización palestina total. Un nuevo apartheid.
                
Con estas premisas tan increíblemente sesgadas, este “plan”, e “efecto inmediato” no puede considerarse como base de paz sino como estímulo de un mayor conflicto. Netanyahu estaba eufórico y ponía cara de triunfo minutos antes de conocerse que la fiscalía le imputaba por tres casos de corrupción. El primer ministro había retirado poco antes una moción ante la Knesset para intentar bloquear el proceso judicial, sabedor de que no sería apoyado. Entendió que su lucha debía trasladarse a la Casa Blanca, donde recibía el regalo de su última carta para ganar las elecciones del 2 de marzo (las terceras en menos de un año): anexionarse buena parte de Palestina y humillar a sus vecinos/enemigos.
               
La reacción palestina ha sido comprensiblemente irritada. Sin interlocución con esta administración norteamericana desde el reconocimiento de Jerusalén como capital eterna de Israel (2017), las autoridades palestinas fían su estrategia a que Trump deje la Casa Blanca el año próximo.
                
Significativamente, los principales estados árabes, todos ellos aliados de Estados Unidos, con tratados de paz vigentes con Israel (Egipto y Jordania) o en buena sintonía con él (Arabia Saudí) estuvieron ausentes de la ceremonia y han evitado apoyar este “plan del siglo”. No haría falta decir que la Unión Europa ha permanecido claramente al margen, en una muestra más de la desconexión transatlántica.
                
Como dice Gideon Levy, columnista del diario progresista israelí HAARETZ, Trump alumbra un nuevo Israel y un nuevo mundo “sin ley internacional, sin respeto por las resoluciones de la ONU, sin apariencia incluso de justicia”.
                
Nunca un presidente norteamericano, ni el más proisraelí, se hubiera atrevido a tanto y con tal descaro. Trump destroza el trabajo diplomático de décadas, o lo pone en riesgo. Numerosos veteranos del Departamento de Estado y académicos, como Brent McGurk, William Burns (4), han denunciado el peligro que este presidente supone para los intereses norteamericanos. Solo el impeachment (improbable) o los votantes pueden arreglarlo.

NOTAS

(1) “Trump tied Ukraine aid to inquiries he sought, Bolton book says”. THE NEW YORK TIMES, 26 de enero.

(2) “If Senators fail to call Bolton, their trial is a farce”. Editorial. THE WASHINGTON POST, 27 de enero.


(4) “The demolition of U.S. diplomacy”. WILLIAM BURNS. FOREIGN AFFAIRS, 14 de octubre; “The cost of a incoherent foreign policy”. BRENT MCGURK. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero;  


LA REINVENCIÓN DE PUTIN

22 de enero de 2020

                
Todos los rusólogos -o mejor, los putinólogos- andan estos días tratando de escudriñar lo que el presidente ruso esconde -o protege- detrás del anuncio de próximas modificaciones constitucionales y de la ya acometida recomposición del gobierno y otros órganos de poder.
                
De momento, Putin dispone de un nuevo ejecutivo. Al frente ha colocado a Mijail Mishustin, un tecnócrata que se encargaba hasta ahora del sistema impositivo, donde, según opinión compartida, había demostrado su eficacia y su implacabilidad (1). Lo que no obsta para que necesariamente se aplicara los principios de rigor a si mismo. Circulan informaciones sobre manejos turbios de sus propiedades y prácticas fiscales evasivas, que él ha negado.
                
Sospechas aparte, el perfil de Mishustin ofrece pistas sobre lo que Putin espera de este gobierno remasterizado: gestión pura y dura. Tecnocracia, sí, pero autoritaria, según el modelo muñido pacientemente por el gran patrón (2) . El funcionariado al que representa el nuevo jefe del gobierno mantiene estrechas relaciones y comunión de intereses con los siloviki, la casta del personal de seguridad de la que procede el propio Putin.
                
En el gobierno permanecen los mismos pesos pesados, responsables de las carteras de fuerza (Defensa, Interior, Seguridad) y otros departamentos clave (Exteriores, Finanzas, Energía). De los treinta ministros sólo diez son nuevos, la mayoría en departamentos sociales y económicos, telón de Aquiles del estancado aparato productivo ruso.
                
El nombramiento de Mishustin ha supuesto el aparente desplazamiento del hasta ahora más fiel delfín de Putin, Dimitri Medvedev, con quien practicó el gambito de puestos (presidencia y  jefatura del gobierno) entre 2008 y 2012, para seguir controlando de hecho el poder efectivo.
                
Medvedev no ha sido jubilado: Putin lo mantiene a su lado, en la vicepresidencia del Consejo de Seguridad, un órgano que controla las parcelas más sensibles del Estado, una especie de gobierno dentro del gobierno o de gobierno por encima del gobierno. Sería, mutatis mutandis, una especie de Politburó de estos tiempos.
                
Estos cambios -y otros de menor trascendencia- han coincidido con el anuncio de una reforma constitucional, de la que aún no se sabe más que algunas pinceladas y que será sometida a “consulta ciudadana” (o sea, a referéndum).
                
Los elementos más destacados de la reforma son los siguientes:
                
- refuerzo de los poderes de la Duma o Parlamento (nombramiento de algunos ministros y del propio primer ministro, y no sólo ratificación, como hasta ahora).
                
- eliminación de la limitación de mandatos del Jefe del Estados (ahora son dos, consecutivos).
                
- poderes adicionales para el Consejo de Estado, un órgano consultivo de escasa relevancia hasta la fecha.
                
- más restricciones para optar al puesto de Presidente, relacionadas con el tiempo de residencia en Rusia y otros requisitos administrativos (un filtro ad hominem para eliminar a competidores conocidos como el popular dirigente opositor Navalny).
               
- preeminencia de la constitución rusa sobre las leyes internacionales, un blindaje legal de inspiración nacionalista contra las interferencias extranjeras en asuntos internos.
                
GATOPARDO A LA RUSA
                
Hasta aquí lo que se sabe. Y a partir de aquí, las especulaciones. Se hacen quinielas sobre el papel que Putin se reserva para sí y acerca de cómo ha diseñado el futuro de su reinado, después de veinte años manejando el timón. El líder lo ha hecho con tiempo: su actual mandato expira en 2024. Con la constitución actual, no podría presentarse a la reelección. Nadie cree que Putin, 67 años, haya pensado en retirarse (3). Las elucubraciones se disparan. Estos son los puestos en que los putinólogos (4) sitúan a Putin dentro de cuatro años.
                
1) La eliminación de los límites de mandatos presidenciales le permitiría optar de nuevo a la reelección.  Es la opción más obvia, pero el resto de cambios hace que los expertos se inclinen por salidas más alambicadas.
                
2) El Consejo de Estado con poderes reforzados es el destino al que apuntan muchas de las predicciones. Sería un órgano de vigilancia de ese proyecto de reconstrucción nacional de la Gran Rusia del que Putin habla confusa pero solemnemente en ocasiones. Putin ya preside este organismo, pero en su nueva configuración lo haría de forma vitalicia o ilimitada. Pasaría a ser una especie de Padre de la Nación. Algo parecido al papel que jugó Deng en China cuando se retiró de la primera línea institucional, o, salvando las distancias culturales y política, lo que representa Ali Jamenei en la teocracia iraní: un garante de las esencias.
                
3) El Consejo de Seguridad, solución menos solemne, más pragmática. El ejemplo más cercano es Kazastán. El expresidente Nursultán Nazarbayev, líder de la independencia en el periodo de descomposición de la URSS, asumió ese puesto para seguir pilotando la nación, cuando abandonó la jefatura del Estado el año pasado.
                
4) La Duma, reforzada en sus atribuciones de nombramientos gubernamentales, le daría a Putin la facultad de elegir a los que gobiernen, controlarlos y someterlos a escrutinio. Parece la opción más improbable.
                
Estas alternativas reflejarían la aplicación del famoso axioma de Lampedusa contado en El Gatopardo: cambiar aparentemente cosas para que nada cambie en realidad.
                
¿STALIN O ANDRÓPOV?
                
La inmensa mayoría de analistas atribuyen a Putin la intención de perpetuarse en el poder y convertirse en el dirigente más longevo de la Patria (ahora sólo le supera Stalin). Y, sin embargo, hay que considerado si Putin, en realidad, ha piensa en abandonar el poder, pero dejando establecida una arquitectura de poder que garantice hasta donde sea posible la continuidad de su proyecto. Atado y bien atado.
                
El responsable de Eurasia en el Instituto de investigación en política exterior, Chris Miller, recuerda que el maestro e inspirador de Putin fue Yuri Andrópov, su jefe durante mucho años en el KGB, efímero líder soviético entre 1983 y 1984 y mentor público de Gorbachov. Andrópov accedió a la cúspide PCUS sabedor de que no viviría mucho; por tanto, su intención no era desarrollar un proyecto de liderazgo sino encauzar un sistema a la deriva y seleccionar al encargado de conducir el barco en momentos tan delicados (5).               Incluso se ha apuntado la posibilidad de que Putin, como Andropov en su día, estuviera también enfermo, pero no parece que esta especulación tenga fundamento alguno. 
                
Lo que es seguro es que seguirán haciéndose cábalas hasta que el líder ruso desvele sus verdaderas intenciones.


NOTAS

(1) “Mikhaïl Michoustine, spécialiste des impôts et poète à ses heures, désigné premier minister russe”. LE MONDE, 18 de enero.

(2) “Russia’s new prime minister augurs Techno-Authoritarianism”. JOSEPH W. SULLIVAN. FOREIGN POLICY, 20 de enero.

(3) “Putin, the Great. Russia’s Imperial impostor”. SUSAN B. GLASSER.  FOREIGN AFFAIRS, septiembre-octubre 2019.

(4) “Did Putin just appoint himself President for life?”. DIMITRI TENIN, ALEXANDER BAUNOV, ANDREI KOLESNIKOV Y TATIANA STANOVAYA). CARNEGIE MOSCOW CENTER, 17 de enero.

(5) “Succession and Punishment”. CHRIS MILLER. FOREIGN POLICY, 21 de enero.

TRINCHERAS Y DESPACHOS

15 de enero de 2020

                
Tres conflictos concitan ahora la atención prioritaria de las principales cancillerías mundiales: la guerra libia, la lucha antiyihadista en el Sahel africano y los coletazos de la crisis entre Irán y Estados Unidos. En todos ellos, las maniobras de despacho, políticas o diplomáticas, (lo que Metternich llamó la “continuación de la guerra por otros medios) se han desplegado con similar intensidad que las propias operaciones militares.
                
LIBIA: LA HORA DE LAS POTENCIAS SECUNDARIAS
                
La guerra libia se encuentra a las puertas de la capital, Tripoli desde finales de noviembre. En el conflicto se oponen, básicamente, dos bandos irreconciliables: uno, de corte autoritario (el Ejército Nacional Libio), bajo el liderazgo del general Haftar; y el otro, una débil coalición entre milicias antigadafistas de primera hora e islamistas blandos, que forman un llamado Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN), liderado por Faiez Sarraj y reconocido por la ONU. Pero estos dos bandos no son en absoluto homogéneos.
                
El general Haftar ha conquistado Sirte, una localidad estratégica situada entre Tripoli y Misrata, una ciudad situada más al oeste, donde se acantonan los milicianos que apoyan al gobierno central de Sarraj. En la operación han sido decisivos los gadafistas, ya que Sirte es la ciudad natal del dictador libio asesinado en 2011 y del clan de los Gaddafa y los Warfalla, que le daban cobertura.  La alianza entre el general y los  partidarios del anterior líder libio es coyuntural e interesada, como explica la investigadora francesa Virginie Collombier (1).
                
De hecho, Haftar rompió con Gaddaffi antes de unirse a la CIA, para después seguir la aventura por su cuenta. Les une al odio a los islamistas, aunque algunos de estos grupos, resentidos con el GNA, se han pasado momentáneamente a su bando.
                
En todo caso, el conflicto libio podría no decidirse del todo en las trincheras, sino en los despachos, y en particular en los gabinetes de Moscú y Ankara. Rusia y Turquía apoyan a un bando distinto: Putin, a Haftar; Erdogan, a Sarraj. Los dos presidentes autoritarios han forjado un acuerdo de alto el fuego (2), después de que los rusos hubieran apoyado al ALN con mercenarios (Rusia) y los turcos al GAN con milicias veteranas de Siria, armamento y un pacto de colaboración de posguerra (3).
                
Occidente, que desencadenó el conflicto con su intervención en contra del régimen de Gaddaffi, amparado en el argumento de proteger a la población de la represión, se ve ahora fuera del juego de los despachos. Estados Unidos juega sus bazas, pero Trump no tiene mucho interés en esa guerra, y menos en año electoral. La UE está dividida, con Francia jugando a dos barajas, al menos durante un tiempo, e indecisa por el riesgo a comprometerse más de lo conveniente. Tampoco es que Erdogan y Putin tengan garantizado salir indemnes de este pandemónium libio. Las artimañas de despacho pueden mutarse en pesadilla sobre el terreno.
               
SAHEL: EL PRESTIGIO FRANCÉS
                
En el Sahel se está librando en los últimos años una de las guerras periféricas contra el yihadismo, con menor repercusión internacional que la de Siria o Irak. Francia, en virtud de su pasado colonial, asumió la responsabilidad política, el coste material y el sacrificio humano. Se han ido sucediendo operaciones, sin resultado concluyente. Los gobiernos aliados del G5 (Mauritania, Mali, Burkina Fasso, Níger y Tchad) han sufrido ofensivas lacerantes y humillantes en los últimos meses. Incluso Francia se ha visto atrapada en emboscadas, la última de las cuales, en noviembre, causó la muerte de 13 militares del dispositivo Barkhane (4).
                
Esta intervención francesa, solicitada por los gobiernos de la zona, empieza a ser cuestionada por sectores de una población que sufre las consecuencias de un conflicto interminable. París se resintió de los reproches y exigió a los líderes de los cinco países que clarificaran su posición sobre la presencia militar francesa. Un órdago que hizo su efecto. Después de una inicial reacción de desagrado, que obligó a cancelar la cita en diciembre, Macron recondujo la situación y los reunió esta semana en la localidad pirenaica de Pau, con el resultado de un acuerdo diplomático que revalida la presencia militar francesa en el Sahel (5).
                
El alto mando galo cree que sin los 4.500 soldados franceses los gobierno locales habrían sucumbido a la ofensiva yihadista, liderada por la rama local del Daesh. En Pau se ha revisado la estrategia, aumentado en un centenar el contingente francés y, sobre todo, restringido las áreas de operaciones: a partir de ahora se concentrarán en las zonas fronterizas de Mali, Níger y Burkina. París teme que el conflicto se extienda a la ribera atlántica. En verano se valorará la evolución y se decidirá si se mantienen las tropas francesas (6).
                
Macron, el africano (como lo fuera Hollande, y antes Chirac), ya ha tenido su momento de liderazgo con resonancias neocoloniales en aquella zona feraz, terrible, pobre entre las pobres del mundo y siempre alejada de un horizonte prometedor. Ha conseguido en un castillo medieval de Pau lo que se le escapaba en las arenas esquivas del Sahel: apuntalar un cierto prestigio de potencia indispensable. Claro que los propios oficiales franceses admiten que siguen necesitando del apoyo logístico americano (los ubicuos drones) para cosechar triunfos en las trincheras invisibles del cinturón desértico africano.
               
IRÁN: LA REPRESALIA AUTOINFLIGIDA
                
La República Islámica ha cometido uno de esos errores que pesan en la conciencia y en el prestigio. El derribo, por error, del avión ucraniano que cubría la línea entre Irán y Canadá ha supuesto una enorme tragedia humana y un enorme daño autoinfligido, en un momento en que el régimen se presentaba en guisa de agraviado por el asesinato de su dirigente militar más admirado y temido. Haya o no más represalias que una salva de misiles contra una base norteamericana en Irak, sin muertos, Teherán ha convertido una decisión de despacho en una derrota en la trinchera del pulso con Estados Unidos.
                
Centenares de personas se han manifestado en Teherán e Isfahán para expresar su indignación por el derribo del avión. Más de la mitad de las 176 víctimas mortales eran de origen iraní (inmigrantes, supuestamente). La población reprocha al régimen sus mentiras, porque inicialmente declaró no ser responsable del suceso. Cuando las pruebas resultaron irrefutables, el propio responsable militar dijo en televisión, en tono de suprema contrición, que “prefería haber ardido con el resto de los pasajeros antes de pasar por una humillación semejante”.  Las manifestaciones contra América por el asesinato de Soleimani han mutado en reactivación de la cólera popular por la subida del precio de los combustibles, ahogada a sangre y fuego a últimos de noviembre. Irán ha disparado contra sí mismo.
                
Por su parte, Trump ha vuelto a ser cogido en falso, al desvelar altos cargos de su gobierno que no existían las evidencias de peligro inminente para cuatro embajadas en Oriente Medio, como invocó el presidente de las doce mil mentiras para dar la orden de ejecución del militar iraní. Trump juega a la guerra de propaganda, se quema las manos y  debilita aún más su credibilidad, en vísperas de la entrada en el Senado del impeachment. Es probable que esta cámara del legislativo, merced al voto de algunos republicanos alarmados por el Presidente, limite sus “poderes de guerra”.

NOTAS

(1) “En Libye, les khadafistes pensent que l’alliance avec Haftar leur permettra de revenir au pouvoir”. Entretien avec Virginie Collombier. LE MONDE, 7 de enero.

(2) “En Libye, le cessez-feu de Tripoli illustre l’influence de la médiation turco-russe” FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 13 de enero.

(3) “Ceasefire or escalation in Libya”. BEN FISHMAN. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST, 10 de enero.

(4) “À Pau, le sommet de tous les espoirs ou de tous les dangers pour le Sahel? ANNE-SYLVESTRE-TREINER. COURRIER INTERNATIONAL, 13 de enero.

(5) Sahel: France et ses alliés face à l’urgence de djihadiste”. CHRISTOPHE CHÂTELOT. LE MONDE, 13 de enero.

(6) “Au Sahel, le nouveau visage de l’opération ‘Barkhane’”. NATALIE GOUBERT. LE MONDE, 13 de enero; À Pau, les pays de G5 et la France redéfinissent les priorités au Sahel”. COURRIER INTERNATIONAL, 14 de enero.

IRÁN: EL VÉRTIGO DE LA VENGANZA


 8 de enero de 2020
                
Desde que el pasado 3 de enero Estados Unidos asesinara Qassem Soleimani, el  líder militar iraní más emblemático, se hacen todo tipo de especulaciones sobre la respuesta de los ayatollahs. No tardó mucho en confirmarse lo que casi todo el mundo esperaba: Teherán anunció que dejará de someterse al acuerdo internacional sobre el uso de la energía nuclear. De hecho, tras la ruptura norteamericana, los iraníes habían incumplido provisiones menores del pacto. El Plan amplio y conjunto de Acción (JCPOA, por sus siglas en inglés) era ya casi papel mojado; hoy es historia. Este miércoles, misiles balísticos iraníes impactaron en dos bases norteamericanas en Irak, sin que,  se sepan los efectos personales.
                
EL FUTURO DE IRAK
                
Precisamente desde el lado iraquí resulta muy relevante la decisión del Parlamento nacional de demandar la retirada de las fuerzas militares norteamericanas. Conviene señalar, no obstante, que en la votación no estuvieron presentes los diputados kurdos y muchos sunníes. La mayoría parlamentaria está formada por fuerzas chiíes que se han venido resistiendo a la presencia de Estados Unidos en Irak desde 2003: son partidos creados a partir de milicias y sectores del chiismo inspirados, organizados, financiados y armados por Irán.
                
El consultor del Instituto de Washington para el Cercano Oriente Michael Knights, con tres lustros de experiencia en Irak, considera que Washington debe mantenerse firme en la consecución de tres objetivos fundamentales en aquel país: garantizar su soberanía frente a amenazas exteriores, asegurar su estabilidad y afianzar la democracia (1) La académica de Harvard y antigua consejera de G.W. Bush, Megan O’Sullivan, propone que EE.UU. renueve su compromiso con Iraq y, entre otras cosas, comparta con ese país sus redes de inteligencia, como paso para la restauración de la confianza (2).
                
Disiente de este optimismo otro analista con amplia experiencia en la zona, Steven Cook (miembro de la administración Obama, ahora consultor senior en el influyente Consejo de Relaciones exteriores). En su opinión, Irán ha ganado la batalla de Irak y lo mejor que puede hacer Estados Unidos es admitirlo y retirarse, cuanto antes mejor (3).
                
ESCENARIOS DE LA ESCALADA
                
Aparte de estas contingencias previstas (acuerdo nuclear, Irak y ataques limitados), se multiplican análisis sobre la espiral de las represalias. Los expertos contemplan un abanico desde el optimismo voluntarista al pesimismo extremo, según una graduación de la gravedad, que he condensado así:
                 
- Grado 0: el martirio de Soleimani no sería antesala de la catástrofe sino un aliciente para reconducir las negociaciones bilaterales entre Washington y Teherán, con el apoyo instrumental de países muleta o intermediarios (Suiza, Orán). Es una tesis defendida por el director del Instituto de Washington para el Cercano Oriente, Robert Satloff (4), quien cita el antecedente del derribo accidental de un avión civil iraní de pasajeros en 1988 por un misil norteamericano; aquella tragedia no provocó represalias del régimen islámico, enfangado en una guerra de desgaste con Irak, sino el inicio de una negociación para concluir el conflicto. El tiempo es muy distinto, pero el riesgo de conflagración regional es tan amplio que puede servir de acicate para replantear el actual clima de tensión, sostiene la investigadora del Centro para el Progreso americano, Kelly Magsamen (5). Dennis Ross, veterano negociador de los planes de paz en la región, propone involucrar a Rusia y China para contener a Irán (6).  
                
- Grado 1: Irán responde con acciones de baja intensidad (ciberataques), o como las de este miércoles, que pueden o no provocar respuestas proporcionales de Estados Unidos. Sería una réplica de lo ocurrido la pasada primavera; es decir, boicot de petroleros en el Golfo Pérsico o en instalaciones energéticas de Arabia Saudí y otras monarquías de la zona aliadas de EE.UU. El Pentágono podría responder con ataques limitados a instalaciones militares iraníes.
                
- Grado 2: Irán se cobra sangre en sus represalias. De forma directa o mediante sus proxys (colaboradores) regionales, ataca bases militares y objetivos civiles de Estados Unidos o de sus aliados (Israel, Arabia, etc). Es un menú amplio que desgranan casi todos los analistas aquí citados. Ilan Goldenberg, director del programa para Oriente Medio del Centro para una Nueva Seguridad Americana, publicó hace semanas cómo sería una guerra entre Estados Unidos e Irán, y ahora ha intentado describir los rasgos de una escalada (7).
                
- Grado 3: como parte de la anterior secuencia, pero con intensidad desestabilizadora mayor, el propio Goldenberg, Knights y otros plantean un eventual atentado terrorista en el interior de Estados Unidos o contra una personalidad de rango similar a Soleimani. Washington elevaría el nivel de respuesta y sería difícil mantener el control. Pero varios expertos admiten que Irán no ha demostrado mucha pericia precisamente en acciones fuera de Oriente Medio.
                
- Grado 4: resolución de la escalada en una guerra abierta, más o menos convencional, con implicación del resto de actores regionales e incierto y muy peligroso resultado.
                
LO QUE CONVENDRÍA A IRÁN
                
Más allá de estos war games, resulta más útil razonar sobre lo conveniente para ambas partes. Una de las principales especialistas occidentales en Irán, Suzanne Maloney, de la Brookings Institution, considera que la respuesta iraní no será “ciega ni impulsiva”(8). Se basa en la experiencia de la conducta exhibida por los dirigentes de la República Islámica, para señalar que, en ocasiones anteriores, ante situaciones similares, Teherán se ha demorado “meses o incluso años” en responder. Esta tesis es respaldada por Michael Knights. A su juicio, habrá venganza, porque el asesinato de Soleimani es una afrenta “personal” para el Guía Supremo Jamenei, pero no será rápida ni arriesgada, porque es superior el deseo de preservar la República Islámica, que peligraría con una escalada militar (9).
                
Entretanto, el régimen puede alentar la cólera popular (Soleimani era un dirigente admirado, no así otros), para aplacar el actual clima de malestar social por las duras condiciones de vida. Esta desviación de la protesta hacia el enemigo externo, que no ha sido posible con la culpabilización de las sanciones, podría resultar factible en este caso. En este enfoque profundiza Daniel Byman, vicedecano de la escuela de estudios internacionales de la Universidad de Georgetown (10). No obstante, Maloney cita una reciente encuesta sobre la temperatura social en Irán poco favorable para el régimen: más de la mitad de los ciudadanos desean continuar manifestándose, dos terceras partes no tienen intención de votar en las elecciones parlamentarias del mes que viene y ocho de cada diez se declaran insatisfechos con las condiciones de vida en el país.
                
Byman, Knights y Maloney coinciden en otro argumento que anticipa una reacción prudente de Teherán: los ayatollahs han admitido su “debilidad militar frente a Estados Unidos” y tienen asumido que “sólo perderían, en caso de una confrontación abierta”. Sería más inteligente no exponer una fortaleza que ha costado tanto tiempo edificar. Al Qods, la unidad de élite que lideraba Soleimani, cuenta con una fuerza de entre diez y veinte mil hombres muy bien instruidos y armados. El nuevo jefe, Ismail Qaani, no es un amateur (11).
                
EL RIESGO TRUMP
                
En otro tiempo Estados Unidos sería más previsible. Ahora, no. El riesgo no consiste en domesticar una reacción vengativa de la otra parte, sino en frenar a la propia Casa Blanca. Cada día resulta más evidente que el asesinato de Soleimani era, por así decirlo, innecesario. Ni respondía a una necesidad de seguridad, ni se evaluaron de forma sensata la opciones de riesgo/oportunidad. Trump actuó de nuevo guiado por sus impulsos, escocido como estaba por los reproches de indecisión cuando abortó a última hora una acción militar que él mismo había aprobado horas antes, en respuesta al derribo de un dron norteamericano. Otra motivación en la liquidación del dirigente iraní puede haber sido la neutralización de la atención pública sobre el impeachment.
                
La confusión que reina estos días en Washington abona esta impresión. Se filtra un documento en el que se anuncia la retirada militar completa de Irak después de la decisión del Parlamento iraquí y luego el jefe del Pentágono lo desmienta aludiendo que se trataba de un borrador. Trump asegura que entre los 52 objetivos seleccionados para ataques, en caso de que haya represalias iraníes, se encuentran centros culturales, lo que provoca un comprensible revuelo que obliga al Secretario de Defensa a desmentirlo. Todos los expertos citados en este análisis coinciden en que la actual administración carece de una estrategia coherente sobre Irán, porque el Number One no encaja en esas complejidades.
                
El director de Investigaciones del Instituto Brookings, Michael O’Hanlon, pergeña un mapa de prioridades para Washington a corto, medio y largo plazo. Lo inmediato sería reforzar la seguridad en instalaciones civiles y militares. Finalmente, propone una estrategia a largo plazo para negociar con Irán, basada en la siguiente secuencia: ofertar el levantamiento de las sanciones si las restricciones del programa nuclear se convierten en definitivas y no en temporales; un pacto de no agresión con Israel; renuncia al programa de misiles balísticos intercontinentales; diálogo sobre los distintos conflictos actuales en Oriente Medio (12).
                 
De momento, pues, espera y preocupación. Se ha retrocedido cinco años. Para Oriente Medio, una nimiedad.

NOTAS

(1) “How Soleimani’s killing could make a stronger Iraq”. MICHAEL KNIGHTS. POLÍTICO, 5 de enero. 

(2) “The U.S.-Iraqui relationship can be salvaged”. MEGHAN L. O’SULLIVAN. FOREIGN AFFAIRS, 7 de enero.

(3) “There is nothing left for Americans to do in Iraq”. STEVEN A. COOK. FOREIGN POLICY, 6 de enero.

(4) “How the Soleimani assassination could path the way for a new deal with Iran”, ROBERT SALOFF. THE WASHINGTON POST, 3 de enero.

(5) “How to avoid another war in the Middle East”. KELLY MAGSAMEN. FOREIGN AFFAIRS, 4 de enero. 

(6) “Fear of ‘What’s next’ will influence Iran’s -and the world’s- reactions”. DENNIS ROSS. THE HILL, 6 de enero. 


(7) “Will Iran’s response to the Soleimani strike lead to war?”. ILAN GOLDENBERG. FOREIGN AFFAIRS, 3 de enero.

(8) “The regimen wants to stay in power”. SUZANNE MALONEY. THE WASHINGTON POST, 3 de enero

(9) “Iran’s next move may be no move”. MICHAEL KNIGHTS. FOREIGN POLICY, 7 de enero.

(10) “Killing Iran’s Qassem Soleimani changes the game in the Middle East”. DANIEL L. BYMAN. VOX, 3 de enero

(11) “Iran can find a new Soleimani”. DANIEL L. BYMAN. FOREIGN POLICY, 6 de enero; “Who is Esmail Qaani, the new chief Commander of Iran’s Qods Force?”. ALI ALFONEH. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 7 de enero.

(12) “Qassem Soleimani and beyond”. MICHAEL O’HANLON. THE BROOKINGS INSTITUTION, 3 de enero.

SOLEIMANI: UN ASESINATO MÁS TRASCENDENTE QUE EL DE BIN LADEN

3 de enero de 2020

                
Por orden de Trump, un dron del Pentágono ha acabado con la vida del general iraní Qassem Soleimani, jefe de la unidad de élite Al Qods de los Guardianes de la Revolución, la fuerza pretoriana de la élite clerical dirigente de Irán. La acción ha tenido lugar en las cercanías del aeropuerto de Bagdad. En el ataque también han perecido el vice líder de la milicias chiíes proiraníes de Irak, Abdul Mahdi Al Mohandes y otras siete personas.
                
El ministro iraní de exteriores, Javad Zarif, negociador jefe del acuerdo nuclear con la comunidad internacional, ha calificado el hecho como un  “acto de terrorismo internacional extremadamente peligroso” y ha responsabilizado a Estados Unidos de las consecuencias. El Consejo de Seguridad iraní, bajo la presidencia del Guía Supremo, Ali Jamenei, se reunirá de inmediato para valorar lo ocurrido y, supuestamente, decidir la respuesta del régimen.
                
Según Washington, la operación es una respuesta a los actos de hostigamiento de Irán contra personal diplomático, operativo y civil de Estados Unidos en Oriente Medio. Hace sólo unos días, miles de ciudadanos chiíes proiraníes asediaron la embajada norteamericana en Bagdad. El Pentágono asegura que el jefe de la unidad de élite Qods aprobó esta acción
                
La eliminación de Soleimani tiene mucha más trascendencia de lo que supuso en 2010 el asesinato de Osama Bin Laden.  En ese momento, el fundador de Al Qaeda era un hombre anciano, aislado en una casa modesta de las afueras de Rawalpindi, en Pakistán, desconectado de las operaciones reales de su organización y apenas efectivo, más allá de una aureola, por lo demás ya en decadencia. Incluso la caza y liquidación del Califa Al Bagdadi, en un remoto escondite de Siria, hace unas semanas, cuando el Daesh había sido privado de casi todo su poder territorial y se encontraba debilitado, parece una operación de menor importancia comparada con ésta.
               
En cambio, Soleimani era el jefe con plenos poderes de la actuación militar y operativa de Irán en su vasta zona de influencia regional, el coordinador de las actuaciones de las fuerzas militares y paramilitares locales influidas y/o teledirigidas por Teherán y el cerebro estratégico del desafío iraní a Estados Unidos en la región.
                
Como ha afirmado Lisse Doucet, la veterana periodista de la BBC, y una de las mejores conocedoras de Oriente Medio, el jefe de la unidad de élite Qods había sido el “principal arquitecto” de las guerra de Siria e Irak y del combate multinacional contra el Daesh. Es difícil encontrar alguien en la cúpula del poder iraní con más influencia en el exterior cercano que el general Soleimani. En este sentido, el atentado puede considerarse un “magnicidio”.
                
Estados Unidos e Irán se han situado al borde del enfrentamiento directo desde que la administración Trump rompió el acuerdo nuclear, contrariamente al resto de la comunidad internacional. Desde la primavera pasada, se han registrado escaramuzas y varios episodios de tensión en el estrecho de Ormuz, el enclave más sensible del Golfo Pérsico, vía de salida del petróleo procedente de Oriente Medio hacia el resto del mundo.
                
Trump ordenó la reinstauración de las sanciones y una política de “máxima presión” contra el régimen de Irán, con tres objetivos fundamentales: obligarlo a renegociar el acuerdo nuclear en condiciones más favorables para Washington, hacedlo renunciar a sus programas avanzados de armamento y forzarlo a abandonar su implicación activa y destacada en los conflictos de Siria, Irak, Líbano, Yemen y otras áreas de desestabilización en el mundo islámico.
                
Los ayatollahs no han dado muestra de debilidad o retracción, a pesar de que se han registrado movimientos de protesta social en el interior de Irán como consecuencia, en parte de los efectos de las sanciones sobre el nivel de vida de la población. En noviembre de 2019, el régimen actuó con especial dureza, reprimiendo las manifestaciones y bloqueando el acceso a Internet. En el frente exterior, se tiene la convicción de que unidades especiales iraníes han protagonizado actos de sabotaje contra petroleros en el Golfo Pérsico y un ataque contra el principal centro de refinería de Arabia Saudí, entre otros, hasta llegar a las últimas operaciones de hostigamiento contra personal o colaboradores del dispositivo norteamericano en la zona.
                
No es fácil anticipar la respuesta de la cúpula clerical y militar iraní a la eliminación del general Qassem Soleimani, aunque el régimen necesita demostrar que no está dispuesto a dejarse intimidar por la “maxima presión” estadounidense. Cabe esperar que se produzcan atentados e incluso alguna acción que puede ser percibida como espectacular. Pero los responsables de la República Islámica han hecho prueba de contención para evitar que la escalada escape a su control.