29 de enero de 2020
Sería
muy difícil escoger la más destacada de las incoherencias, extravagancias, inconsistencias,
caprichos, insultos, falsedades, zafiedades, desplantes o cualquier otro tipo
de conductas inapropiadas en un Jefe de Estado (o cualquier ciudadano, en
realidad) de todas las vertidas por Trump en sus tres años al frente de la Casa
Blanca.
Pero
esta semana el presidente hotelero se ha colocado, o lo han colocado, al borde
del esperpento. Trump nunca gozó de credibilidad político (distinto de
popularidad), siempre evidenció un agujero negro y profundo en comportamiento
ético y jamás se le presumió capacidad alguna para un puesto como el que ocupa.
Ahora,
cuando el Senado dirime si merece ser destituido por un episodio que abochornaría
a cualquier gobernante que se precie, el presidente hotelero agasaja al primer
ministro de un país procesado por tres cargos relacionados con casos de
corrupción y le ofrece, para su estricto beneficio personal, el destrozo de
décadas de trabajo diplomático de los Estados Unidos. Si no es la peor semana de
Trump, se le acerca mucho.
BOLTON
DESCOLOCA A LOS REPUBLICANOS
Los
últimos días han sido de máxima tensión política en Washington. El domingo, el
NEW YORK TIMES desveló que el anterior Consejero de Seguridad Nacional, John
Bolton confesaba en un libro suyo de
próxima publicación que el actual presidente ordenó que se retuviera la ayuda
militar norteamericana a Ucrania hasta que las autoridades de aquel país
investigaran al hijo del anterior vicepresidente y precandidato demócrata, Joe
Biden (1).
Siempre
se sospechó que Bolton estaba al corriente de lo que constituye el núcleo de
los cargos contenidos en proceso de impeachment, y que se desmarcó de su
superior. Otros miembros del staff de la seguridad nacional, como la
responsable de los asuntos de Rusia, Fiona Hill, habían ofrecido testimonios
ilustrativos ante la Cámara de Representantes.
Bolton
fue cesado por Trump cuando las divergencias se hicieron insostenibles. Este
abogado y especialista en derecho internacional es un prominente ideólogo neocon
y uno de los arquitectos de la masacre de Irak. En la actualidad administración,
pasa por ser el autor intelectual de la política de “máxima presión” contra Irán.
Es un halcón entre los halcones, y eso fue lo que sedujo a Trump, pero contrariamente
a éste mantiene posiciones firmes, casi fanáticas, que encajan mal con la
inconsistencia, la improvisación y la imprevisibilidad del presidente. La
ruptura estaba cantada.
En
el proceso del impeachment, los líderes republicanos del legislativo han
tratado por todos los medios de limitar el testimonio de nuevos testigos y la
presentación de documentos adicionales, avalando y reforzando el obstruccionismo
de la Casa Blanca. El jefe de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, ha
hecho de cancerbero de los intereses del presidente, en una de las actuaciones
más ferozmente partidistas de los últimos tiempos. Su intención, declarada
abiertamente, ha sido, desde un principio, liquidar el procedimiento cuanto
antes y forzar un voto absolutorio rápido, para no erosionar las posibilidades
electorales de Trump.
Pero
las revelaciones del exconsejero han tenido el efecto de un torpedo contra la
línea de flotación de la estrategia republicana. El hombre del mostacho,
como se le conoce coloquialmente a Bolton, dijo que testificará ante el Senado
si se le citaba. Algunos senadores, más honestos o simplemente hartos de
proteger a este presidente, dejaron ver su inclinación a permitir que Bolton se
convierta en un auténtico testigo de cargo (2).
En
la noche del martes, McConnell admitió que “aún no tenía los votos” para
impedir el testimonio de Bolton en el Senado. Aunque no puede decirse que el destino
del impeachment haya dado un vuelco, la incomodidad de la guardia
pretoriana de Trump en el Congreso es manifiestamente apreciable.
EL
“SESGO DEL SIGLO”
Mientras
tanto, al otro lado de la Avenida de Pensilvania, en el ala este de la Casa Blanca,
Trump recibía al primer ministro israelí, Netanyahu, y le “regalaba” el durante
tantos meses esperado “plan de paz”, elaborado bajo la dirección de su yerno,
Jared Kushner.
Con
su habitual autobombo, Trump calificó las 180 páginas del documento (3) como “deal of the century” (“trato del siglo”). El
contenido cae en la ignominia. Avala la anexión israelí del valle del Jordán
(el 30% de Cisjordania, la tierra útil), legitima las colonias judías y las
incorpora al territorio israelí, ignora las fronteras de 1967, confirma a
Jerusalén como capital del estado israelí, concede a los palestinos un mini-estado
inviable sobre un territorio reducido, desconectado y con capitalidad en uno de
los suburbios orientales de la ciudad santa, plantea una red de
autopistas para conectar las zonas dispersas del West Bank, contempla un túnel para
comunicar esta Cisjordania amputada con la franja de Gaza, ofrece como compensación
territorial unas bolsas desérticas en el Neguev, restringe el regreso de los
refugiados palestinos e impone la desmilitarización palestina total. Un nuevo apartheid.
Con
estas premisas tan increíblemente sesgadas, este “plan”, e “efecto inmediato” no
puede considerarse como base de paz sino como estímulo de un mayor conflicto. Netanyahu
estaba eufórico y ponía cara de triunfo minutos antes de conocerse que la
fiscalía le imputaba por tres casos de corrupción. El primer ministro había
retirado poco antes una moción ante la Knesset para intentar bloquear el
proceso judicial, sabedor de que no sería apoyado. Entendió que su lucha debía
trasladarse a la Casa Blanca, donde recibía el regalo de su última carta para
ganar las elecciones del 2 de marzo (las terceras en menos de un año): anexionarse
buena parte de Palestina y humillar a sus vecinos/enemigos.
La
reacción palestina ha sido comprensiblemente irritada. Sin interlocución con esta
administración norteamericana desde el reconocimiento de Jerusalén como capital
eterna de Israel (2017), las autoridades palestinas fían su estrategia a que
Trump deje la Casa Blanca el año próximo.
Significativamente,
los principales estados árabes, todos ellos aliados de Estados Unidos, con
tratados de paz vigentes con Israel (Egipto y Jordania) o en buena sintonía con
él (Arabia Saudí) estuvieron ausentes de la ceremonia y han evitado apoyar este
“plan del siglo”. No haría falta decir que la Unión Europa ha permanecido
claramente al margen, en una muestra más de la desconexión transatlántica.
Como
dice Gideon Levy, columnista del diario progresista israelí HAARETZ, Trump
alumbra un nuevo Israel y un nuevo mundo “sin ley internacional, sin respeto
por las resoluciones de la ONU, sin apariencia incluso de justicia”.
Nunca
un presidente norteamericano, ni el más proisraelí, se hubiera atrevido a tanto
y con tal descaro. Trump destroza el trabajo diplomático de décadas, o lo pone
en riesgo. Numerosos veteranos del Departamento de Estado y académicos, como
Brent McGurk, William Burns (4), han denunciado el peligro que este presidente
supone para los intereses norteamericanos. Solo el impeachment (improbable)
o los votantes pueden arreglarlo.
NOTAS
(1) “Trump
tied Ukraine aid to inquiries he sought, Bolton book says”. THE NEW YORK
TIMES, 26 de enero.
(2) “If
Senators fail to call Bolton, their trial is a farce”. Editorial. THE
WASHINGTON POST, 27 de enero.
(4) “The demolition
of U.S. diplomacy”. WILLIAM BURNS. FOREIGN AFFAIRS, 14 de octubre; “The cost
of a incoherent foreign policy”. BRENT MCGURK. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero;
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