LOS APUROS DE SARKOZY

7 de julio de 2010

Un feo asunto que aglutina presuntos fraude fiscal, encubrimiento, tráfico de influencias, negligencia administrativa, culebrón familiar y financiación política irregular amenaza con amargarle el verano al Presidente de la República francesa y lastrar faltalmente su “quinquenato”.
La decisión de la fiscalía de Nanterre de abrir una investigación por la denuncia de cobro de dinero destinado a la presunta financiación ilegal de la campaña presidencial de Sarkozy en 2007 es el último episodio de un escándalo que lleva semanas infectando el espacio político francés. Resumimos brevemente el entramado lo que ha venido en denominarse mediáticamente el “affaire Betthencourt”, pero que a partir de ahora conoceremos “affaire Woerth”. O, muy probablemente, “el Watergate - ¿Waterloo?- de Sarkozy”.
La millonaria Lilianne Bethencourt, heredera y dueña del imperio L´Óreal, habría evadido impuestos mediante el mantenimiento de cuentas secretas en Suiza por un valor cercano a los ochenta millones de euros y la posesión no declarada de una isla en el archipiélago de las Seychelles. La información habría sido obtenida mediante unas escuchas ilegales practicadas por uno de sus mayordomos en la mansión que la millonaría tiene en Neuilly-sur-Seine, en las afueras de París. Paralelamente, la hija de Bethencourt interpuso una denuncia contra un fotógrafo amigo de la madre por haberse aprovechado de ella.
Una de sus empleadas clave en estas operaciones fraudulentas, la encargada de colocar sus fondos hasta el pasado 21 de junio, era Florence Woerth, esposa del actual ministro de Trabajo, Eric Woerth y anterior Ministro del Presupuesto, del que dependían las instancias administrativas responsables de controlar los presuntos delitos fiscales como el imputado a Bethencourt. Un juez de Nanterre, al que una revista acusaba de haber hecho oidos sordos a ciertas denuncias llegadas a su juzgado, se defendía asegurando que comunicó al Ministerio del Presupuesto estas presuntas irregularidades en enero de 2009, cuando Woerth estaba todavía al frente del departamento. Un director general –y por tanto subordinado político de Woerth en esa época- asegura no haber recibido instrucción alguna del entonces ministro en relación al presunto fraude de la señora Bethencourt.
Por debajo de este asunto de fraude fiscal e incompetencia -o negligencia, o complicidad- administrativa subyace la sospecha que más daño puede hacer a la presidencia de Sarkozy: que Woerth intentara encubrir los delitos debido a las contribuciones, por lo demás conocidas, que la dama de L`Oreal, realizaba con regularidad a las arcas del partido gubernamental. Se da la circunstancia adicional de que Woerth había sido durante un tiempo tesorero de la UMP (Unión por la Mayoría Presidencial). Una antigua contable de L’Oreal asegura que, en 2007, Eric Woerth, “en su calidad de tesorero de la UMP recibió la suma de 150.000 euros en efectivo para financiar la campaña presidencial de Nicolás Sarkozy”. La policía ha encontrado pruebas que parecen avalar esta acusación; en concreto, el registro deuna orden de retirada de fondos en fecha coincidente.
Woerth ha anunciado que presentará querella por calumnias, después de haberse defendido ferozmente de las acusaciones, el martes, en una entrevista emitida por el primer canal de la Televisión francesa (TF-1. El ministro bajo sospecha había soportado una tumultosa sesión de control del gobierno en la Asamblea Nacional, donde los diputados de la oposición socialista cuestionaron duramente su integridad moral y política. El presidente del grupo parlamentario, Jean-Marc Ayrault, denunció “un sistema que reposa sobre la indecente connivencia entre la política y los poderosos del dinero”. La réplica corrió a cargo del sucesor de Woerth en el Ministerio del Presupuesto, François Baroin, quien acusó a los socialistas de “hacer el juego a la extrema derecha”, lo que motivó que abandonaran el hemiciclo.
La puesta en escena del drama político parecía inevitable, una vez que el propio Presidente Sarkoy decidiera abandonar la discreción con la que había asistido a los iniciales desenvolvimientos del escándalo para defender públicamente a su ministro Woerth en términos tan inequívocos que lo comprementen a él, políticamente.
Sarkozy aseguró en Canadá, durante la cumbre económica internacional de finales del junio, que Woerth contaba con su confianza “totalmente, completamente”. Es misma semana, con la crisis ya aparentemente fuera de control, el Presidente ha elevado el tono al calificar las imputaciones de “calumnia que no tiene más que un solo objetivo, ensuciar sin especie alguna de realidad”.
No es baladí la apuesta del presidente de la República, ya que Woerth es hoy una de las figuras clave del actual gobierno, ya que, como Ministro de Trabajo, debe presentar, en la “rentrée”, el proyecto de reforma de las pensiones, probablente el dossier político más peligroso para el futuro político de Sarkozy. Decía LE MONDE esta semana que, pase lo que pase con el affaire Bethencourt, Eric Woerth era ya un ministro “fragilizado”. La mayoría, de momento, ha cerrado filas, sin fisuras perceptibles. Pero el “fuego lento” de previsibles nuevas revelaciones, conexiones y comentarios puede carbonizar a este ministro predilecto del Eliseo y abrir vías de agua en la estrategia presidencial. Algunos medios señalan ya indicios de movimiento entre los gaullistas de Villepin, enemigo declarado del presidente, y regresado a la escena política después de salir políticamente vivo del escándalo Clearstream.
La prensa francesa adopta un tono unánime de reproche por la actuación presidencial. Los afines, por considerar que Sarkozy ha exhibidio tardanza o falta de reflejos. El mordaz articulista Erik Izraelewicz, en LA TRIBUNE, compara su gestión de la crisis con el bochorno de la selección francesa de fútbol en el Mundial de Suráfrica, y le reclama que coja las riendas “para evitar que esta crisis de autoridad degenere en crisis de régimen”. Desde el diario católico de derechas LA CROIX se echa una mano al Presidente, preguntándose “de qué horizontes vienen las informaciones” y “a quién benefician las acusaciones”, pero admitiendo también que “la imagen del compromiso político no sale agrandada de este episodio”. Incluso el editorialista de LE FIGARO, habitualmente en buenos términos con el Eliseo, le pide más vigor al Presidente: “Si Nicolás Sarkozy quiere evitar la crisis de confianza que se perfila, debe hablar y hacer frente a los ataques”.
Por lo que parece, sus propios defensores en la prensa no creen suficiente sus intervenciones hasta el momento, quizás porque han detectado un cierto nerviosismo en la mayoría y un creciente clima de sospecha en la ciudadanía. Con un índice de popularidad hundido en el 33%, el riesgo de pasar del “hiper-presidente” al “infra-presidente” (en palabras del mencionado Izraelewicz) está ya instalado en las mentes de la derecha francesa.