OBAMA: ¿EL FINAL DE UNA GUERRA INTERMINABLE?

31 de mayo de 2013
                
Resulta más fácil comenzar una guerra que terminarla, dice el clásico. Porque, lo cierto es que, a lo largo de la historia, en muchas ocasiones se ha necesitado tanto coraje para abatir las armas como para levantarlas. Ése podría ser el caso de la proclamada como 'guerra global contra el terrorismo' que Georges W. Bush lanzó en 2001, tras los ataques de Al Qaeda contra Estados Unidos.
                
El Presidente Obama, que se opuso como senador a algunas de las provisiones legales de esa guerra, terminó reforzándola en ciertos momentos delicados. Ahora, en uno de esos discursos que sientan doctrina en el bagaje presidencial norteamericano, ha dicho que ha llegado la hora de ponerla fin. 'Enough is enough'.
                
Se cuidó mucho Obama de hablar en tono triunfalista. Más bien al contrario, satisfizo cierta sensibilidad progresista al recoger muchas de las críticas que se han hecho en esta década larga a los abusos, opacidades, desviaciones e ilegalidades cometidos en 'combate'.
                
Obama cierra el ciclo de Bush y los neocon no porque "haya llegado el momento"; es decir, porque se haya agotado el sentido que impulsó esa guerra contra un enemigo diferente, esquivo, a veces invisible, móvil, insidioso, cambiante. La amenaza terrorista, tal y como la establece y define el establishment norteamericano -y, en gran medida, el occidental- no ha sido derrotada. Eso le reprochan los conservadores, cuando le dicen que se ha precipitado. Por eso, intentarán mantener activa la burocracia militarista para impedir el final de la guerra.
                
UNA GUERRA QUE FABRICA ENEMIGOS
                
Pero hay algo que avala el 'timing' presidencial. Es hora de poner fin a una doctrina que no derrota terroristas, sino que los fabrica. El núcleo central de esta 'doctrina Obama' tiene relación con la legitimidad de los modos en que el Comandante en Jefe puede asumir su responsabilidad para introducir, conducir, mantener y sacar al país de una guerra. Es un elemento que conecta completamente con la formación del presidente, como experto en derecho constitucional. La 'extensión de poderes' que implica la 'guerra global contra el terrorismo' repelía al profesor que es y seguirá siendo, antes que al Presidente, que dejará 'pronto' de serlo.  Recuperar la diplomacia, arrinconada en los años de Bush, es otro de los objetivos declarados en su discurso por el primer líder mundial. Ardua tarea se antoja.
                
Uno de los aspectos más criticados de estos últimos años ha sido la fijación de 'objetivos' y los procedimientos para eliminarlos. Ha habido a lo largo de este periodo una progresiva perversión en la persecución de los enemigos. Liquidados los principales responsables de las redes 'terroristas', Bush, primero, y Obama, después, se dejaron arrastrar por la tentación de apretar el gatillo cuando le ponían delante de los ojos la diana sobre supuestos enemigos del país, estuvieran donde estuvieran. La tiranía de la tecnología militar ha colocado a los líderes civiles ante difíciles dilemas. ¿Podían dejar escapar a alguien que al día siguiente estuviera en condiciones de matar norteamericanos, militares o civiles?
                
Por extensión, esta 'facilidad' para llegar a los enemigos y eliminarlos incluía a ciudadanos norteamericanos que se habían pasado al 'lado oscuro'; es decir, islamistas con pasaporte estadounidense reclutados por las redes 'binladistas' o 'asimilados', como el clérigo norteamericano de origen yemení, Al Awliki. Que un Presidente pudiera eliminar -matar- a un norteamericano con esa facilidad, sin control, sin garantías, se convirtió en la línea roja, a partir de la cual la 'guerra global' antiterrorista provocó un oleaje imparable en la sociedad civil. Obama, después de un mandato moviéndose en la ambigüedad, aunque sin dejar de apretar el gatillo, ha decidido que esa práctica -y su correspondiente justificación- deben cesar.
                
DRONES: NUEVAS REGLAS, MISMO MÚSCULO
                
Otro elemento de consideración ha sido el tratamiento de los 'drones', el instrumento que ha hecho posible la continuidad de la guerra sin arriesgar demasiadas vidas de los nuevos 'guerreros' norteamericanos. Estos sofisticados aviones, joya de los arsenales modernos, pieza codiciada de los ejércitos de todo el mundo, han sido objeto de numerosas polémicas, que definen bandos muy enfrentados. Obama se ha decidido por fin a controlar o encuadrar su uso, fijar normas "más estrictas" frente a la 'barra libre' de los últimos años. El Presidente, con el apoyo de muchos expertos, sostiene que estos aviones sin piloto 'in situ' son más precisos que cualquier otro sistema de eliminación de enemigos, aunque admite lamentables errores que hay que corregir. Otros estudios solventes indican que la supuesta efectividad, limpieza y precisión de los 'drones' es pura propaganda.
                
En todo caso, los 'drones' seguirán siendo la estrella del reparto. Pero serán los militares quienes lo utilicen de forma masiva. La CIA vuelve a sus cuarteles clásicos, tras más de diez años de militarización de los servicios de inteligencia. Ya se aventura un cierto 'remake' de 'guerra fría',  con la Rusin de Putin y una China en expansión como enemigos señalados.
                
LA HERIDA DE GUANTÁNAMO
                
También se permite el Presidente una rectificación, casi obligada, en el asunto de Guantánamo. Estamos aquí ante una de las promesas incumplidas más clamorosas de su primer mandato. Más escandalosa  por la vehemencia con la que el entonces candidato, en 2008, anunció su desaparición si llegaba a la Casa Blanca. Ahora, Obama se enfrenta a una huelga de hambre masiva en esa cárcel ilegal e ignominiosa. Aunque a la mayoría del electorado esta espina les escueza poco, lo cierto es que la conciencia liberal, y legal, del presidente quedó seriamente comprometida. Los asesores del Presidente han venido diciendo que las torturas y otras prácticas ilegales de la administración Bush hacían pesar serios riesgos sobre el procesamiento judicial ordinario de muchos de los sospechosos internados en Guantánamo, con la indeseable consecuencia de una eventual libertad por anulación de cargos.  Los que defienden a Obama tienden a responsabilizar al Congreso dominado por los republicanos del bloqueo de la situación. Ahora, el Presidente parece dispuesto a dar un paso adelante y cerrar también este capítulo negro de la 'guerra contra el terrorismo'
               
En todo caso, como era de esperar, Obama ha cosechado poco respaldo a derecha e izquierda del espectro político. Lo que es excesivo para unos se convierte en escaso para otros. El Presidente puede afianzarse en ese gravitante e impreciso centro que supone oscilar entre unas demandas sin otras, sin comprometerse a fondo con un desplazamiento excesivo que le cierre los caminos de vuelta. Lo ha hecho con la economía y ahora parece dispuesto a hacerlo con el recurrente binomio seguridad/libertad.  De nuevo, por mucho que lo criticara en su momento, Barak Obama se parece cada vez más a Bill Clinton. más a Bill Clinton. 

PAKISTÁN: TERCER ACTO PARA SHARIF


23 de Mayo de 2013
        
Para muchos, no es el político más carismático de Pakistán, pero sí el más astuto. Nawaz Sharif gobernará su país por tercera vez, tras una convincente victoria electoral. No tendrá mayoría absoluta, pero sí un margen suficiente para compensar sus frustrados periodos anteriores. A comienzo y finales de los noventa, la turbulencia política y el intervencionismo militar abortaron sus mandatos. Ahora, la democracia pakistaní parece más estable, aunque no tanto como parece indicar que, por primera vez en la historia nacional, un mandato político concluye con unas elecciones y no con un golpe militar directo o indirecto.
                 
Pakistán es un país clave para Estados Unidos y, por extensión, para sus aliados occidentales. Sin Pakistán resulta imposible estabilizar Afganistán y privar al sector más peligroso del radicalismo islamista de su principal bastión. Pero, por eso mismo, el país anida grandes amenazas. La porosa frontera afgano-pakistaní, ese pequeño mundo tribal pastún, es un polvorín. La lucha contra los `talibanes’ afganos ha generado el crecimiento, desarrollo y fortalecimiento de los correligionarios locales, menos poderosos aparentemente, pero un desafío al gobierno por sus ambivalentes relaciones con las omnipresentes fuerzas armadas pakistaníes.

UNAS CREDENCIALES TURBULENTAS

Sharif es, históricamente, un enemigo de los militares. Él mismo ha cultivado esa imagen, por rigor histórico, pero también por interesado cálculo político. En 1999, el entonces jefe del Ejército, el general Musharraf, lo desalojó del poder, esgrimiendo razones de interés nacional. Como le ha ocurrido a cualquier gran dirigente político pakistaní, las imputaciones de corrupción y abuso de poder sirvieron de argumento y excusa para desprestigiarlo y privarlo de legitimidad. No menos importantes fueron las acusaciones de debilidad frente a las pretensiones indias. Acusación curiosa ésta, ya que fue precisamente bajo el primer mandato de Sharif cuando Pakistán se convirtió en potencia nuclear, para contrarrestar la entonces superioridad de la India en este campo.

Sharif encontró refugio en Arabia Saudí, donde no dejó desde el primer momento de preparar su regreso político. Dejó a sus fieles en su feudo del Punjab, la principal y más rica provincia del país, consolidó su imperio industrial familiar en el sector del acero y forjó una alternativa de islamismo conservador pero colaborador con Estados Unidos. Sharif vivió el 11 de septiembre y sus consecuencias para la zona con la ventaja de no tener que soportar la usura de un poder muy limitado.

En estos años, el líder de la Liga Musulmana ha hecho todo lo posible para debilitar al clan Bhutto, sus grandes enemigos históricos. Las nacionalizaciones de Zulfikar Alí Bhutto, el padre de la dinastía, supusieron la quiebra del padre de Sharif. hombre fuerte de la época, el general Zia Ul Haq, un musulmán devoto, derrocó y ahorcó a Bhutto. Bajo su férreo control, Sharif forjó su carrera política y llegó por primera vez a la jefatura del gobierno a comienzos de los noventa, desde donde ejercería su vendeta contra Benazir, la heredera del clan.

Años después, desde el exilio saudí, Sharif contempló seguramente con cierta complacencia la desaparición física de la carismática rival, víctima de un atentado todavía no esclarecido. Su triunfo póstumo elevó al poder a su viudo, Alí Zardari, perseguido por un aura de corrupción nunca blanqueada. Contra todo pronóstico, Zardari ha resistido la animadversión militar y la desconfianza de Estados Unidos, en el periodo de mayores amenazas de la moderna historia pakistaní, y ha cumplido su ciclo con normalidad institucional.
                
No obstante, el PPP se ha desfondado y tardará en recuperarse. Pero aún, el clan Bhutto se ha dejado su identidad en estos años. Zardari ha construido su propia base de poder, frente a los viejos compañeros de Benazir, con el desplazamiento incluso de su propio hijo, llamado a continuar la dinastía. En una muestra solemne de falsa de entusiasmo, Bilawal ha hecho campaña a ocho mil kilómetros de distancia, desde su ‘exilio’ voluntario en Londres. Aunque sólo tiene 24 años, quizás nunca se interese de verdad por continuar la saga familiar, según ha podido detectar Frederic Bobin, el corresponsal de LE MONDE.
              
También parece neutralizado el ‘outsider’ de estas elecciones, Imran Khan, antiguo jugador de cricket. Su celebridad y su discurso anticorrupción le llegaron a atribuir la capacidad de quebrar ese bipartidismo político tradicional. No ha sido así. Sus 28 diputados no constituyen un factor de oposición serio para Sharif.
              
AMIGO DE ESTADOS UNIDOS, CON MATICES
            
De Sharif se espera un mandato moderado. La supuesta hostilidad que le reservan los militares parece aminorada. El propio interesado se ha encargado de matizar en la campaña que sus problemas eran con el general Musharraf, quien por cierto, desde su regreso al país, se enfrenta a la amenaza de la pena de muerte. Sharif ha insistido en mensajes conciliatorios, aunque la tensión puede reanudarse en cuanto se pongan en evidencia discrepancias serias.
                 
Una de ellas puede ser la forma en que el futuro primer ministro conduzca las relaciones con los sectores más radicales del mundo político-religioso. Sharif se ha mostrado partidario de negociar con los `talibanes’. No se trata de una cuestión de principios, ya que los propios militares han jugado a dos barajas con los radicales, a través de las oscuras maniobras de infiltración y manipulación del poderoso servicio de inteligencia, el ISI. Pero hay un cierto resquemor militar por las concesiones o los términos de un ‘armisticio’ de Sharif con los militares. En realidad, sería la pérdida de control de ese pacto lo que motivaría la inquietud de los generales.

La casta armada pakistaní ha querido conservar a los `talibanes’ como elemento de presión, con la vista puesta en la neutralización de la India. Todas las estrategias del estamento militar pakistaní están dominadas por el empeño de controlar al poderoso vecino, y el acercamiento entre Estados Unidos y la India en las últimas dos décadas no ha hecho sino reforzar esa obsesión. Que Sharif quiera ahora avanzar en una política de entendimiento con el vecino rival y haya prometido que los extremistas no gozarán de impunidad para atacar territorio indio acrecienta la desconfianza militar.

También se seguirán con lupa las relaciones con Estados Unidos. Los militares pakistaníes han  jugado al caliente y al frío con Washington, tanto en la gestión del dossier afgano, como en el control de los elementos radicales internos. Sharif debe entenderse con Estados Unidos, pero no sin obtener un precio razonable por su colaboración y lealtad, según estiman los analistas del NEW YORK TIMES. Su estancia en Arabia Saudí le ha proporcionado una experiencia muy interesante de cómo obtener réditos políticos en Washington. Sharif ya ha dicho que quiere acabar con la práctica de los ‘drones’, como arma preferente de persecución y aniquilamiento de radicales a uno y otro lado de la frontera afgano-pakistaní.
                
 Los desafíos exteriores y de seguridad pueden resultar de menor envergadura en comparación con el reto de la prosperidad del país. Aunque el país mantiene una tasa de crecimiento cercana al 4%, lo cierto es que Pakistán vive en debilidad estructural insoportable. La deuda supera el 60% del PIB y las reservas en divisas apenas dan para un mes y medio de importaciones. El sistema eléctrico del país se encuentra al borde del colapso.

Se espera de Sharif un programa liberal, como corresponde a su trayectoria empresarial. Los medios de negocios extranjeros lo reciben con entusiasmo, pero sectores críticos citados por el analista local Ali Shah para FOREIGN AFFAIRS temen que los principales beneficiarios de esta política sean sus aliados económicos del Punjab. Las contrapartidas sociales de una interesada liberalización pueden ser muy gravosas. La pobreza puede resultar un factor enorme de inestabilidad social. 
               
En definitiva, el tercer mandato de Sharif al frente de Pakistán no está carente de oportunidades pero presenta riesgos de enorme envergadura.

               
               

BANGLA DESH: LA SUCIEDAD QUE LLEVAMOS PUESTA

16 de mayo de 2013

Se han necesitado más de mil muertos y una alerta mediática concentrada para que se adopten medidas contra la 'esclavitud del textil' en Bangla Desh. Los gigantes de la confección y la distribución que deslocalizan su producción en aquel rincón del mundo sin derechos y con  leyes moldeables y autoridades corrompibles se han dado un lavado de conciencia y han acordado la adopción de una serie de medidas ligeramente más protectoras de la mano de obra. No demos por garantizada que se cumplan. Ni siquiera que entren en vigor.
                
Al comprador de ropa occidental no le puede chocar que encuentre qué ponerse por un precio comparativamente razonable con respecto a otros objetos de consumo. Es un lugar común atribuir 'a los chinos' la confección de bajo precio y dudosa calidad, aunque no siempre nos molestemos en comprobarlo. Pero cuando adquirimos eso que se llama "ropa de marca" hay quien se convence de que, se fabriquen donde se fabriquen, esos productos están sometidos a ciertas normas. Lo único que se acepta con resignado interés es que los manufactureros deben percibir salarios bajos que aqui. Cuando 'aqui' se hacía ropa, claro.
                
La tragedia ocurrida el 24 de abril en Rana Plaza, una macrofábrica de Dacca, la capital, ha puesto en evidencia la desinformación sobre lo que llevamos encima. Lo que nos cubre o nos abriga huele a podrido y mancha, aunque no percibamos el olor y la suciedad que desprende.
                
Un incendio pavoroso destruyó la fábrica textil. El derrumbamiento de la defectuosa instalación sepultó a miles de trabajadores. Más de mil cien perecieron o desaparecieron sin esperanza. A medida que se recuperaban los cadáveres iban filtrandose los datos que reflejaban una situación a todas luces criminal: la falta de controles, de medidas de seguridad, de garantías elementales. Pero también otras condiciones menos inmediatas del trabajo.
                
Bangla Desh es el gran telar del mundo. La consultora MacKinsey, una de esas empresas que se dedican a señalar el terreno del negocio a las empresas ávidas de extender los márgenes de beneficio, animaba recientemente a seguir localizando la producción textil en aquel país al menos durante los próximos años: estimaba que la producción podía duplicarse en apenas dos años más y triplicarse en los cinco siguientes. La ropa confeccionada ya representa más del 80 por ciento de las exportaciones nacionales. Es decir, que 'el país vive de eso'. En realidad, sus habitantes están encadenados a esa 'prosperidad'. Cada día es más competitivo. Lo que quiere decir que los productores viven comparativamente peor.
                 
Hasta hace sólo unos años, Bangla Desh era un rincón de miseria azotado por los ciclones y resignado a mortandades pavorosas. La evolución de la economía mundo produjo ciertas condiciones que favorecieron la emergencia manufacturera del país. Los salarios se elevaron en China como consecuencia del desarrollo industrial. El retraso de Bangla Desh se convirtió en su principal atractivo. Cuatro millones de brazos disponibles y una cultura de sumisión casi absoluta se conjugaron para suministrar a las grandes marcas de la confección 'lo necesario' para seguir compitiendo salvajemente por un consumo bajo la amenaza de la crisis.
                
En los telares de Bangla Desh no hay derecho de sindicación. Los intentos de organizar a los trabajadores se castigan con la persecución, el despido y peligros aún peores. Las presiones de la producción obligaron, sin embargo, a elevar los salarios un 30% hace apenas tres años. Aparentemente, una mejora notable. Otra percepción equivocada. Después de la subida, un trabajador medio no gana más de 25 o 30 euros al mes. Una miseria maquillada. Enumerar el resto de las condiciones laborales equivale a desgranar un catálogo de horrores. El flamante Papa Francisco ha calificado la situación de los trabajadorex textiles bengalíes de "exclavitud". No es una figura retórica ni piadosa.
                
Bangla Desh vive una lógica perversa, conocida en el sector como el momento 'tee-shirt' o 'momento camiseta'. Significa esto que se encuentra atrapado en una fase de  acumulación de excedentes de los grandes imperios de la confección. La dependencia es máxima porque el país no dispone aún de los medios para dar el salto a otra fase del desarrollo industrial y económico. No dispone de alternativas para mantener su fuerza de trabajo activa. Otros países vivieron esa fase productiva antes; los más recientes, vecinos asiáticos como Vietnam, Camboya, ciertas regiones de la India o Sri Lanka. Los antecedentes del Reino Unido o la Norteamerica sureña constituyen una recreación literaria o cinematográfica.
                
La tragedia no es casual, no es fruto de una negligencia puntual, de un fallo humano, ni siquiera de una cadena de errores. Es una característica estructural, como nos recuerdan estos días algunas organizaciones como CLEAN CLOTHES. En Bangla Desh consitituyen una condición necesaria de la competencia, del 'exito del país-factoria'. En los últimos veinticinco años se han ido acumulando muertos más o menos silenciosos. El estruendo del 24 de abril no ha podido taparse bajo el manto de esa engañosa 'prosperidad'. Un viento de cólera ha recorrido el país y ha agitado la preocupación de los 'clientes' mayores.
                
En la actualidad, como revelaba un diario local estos días, sólo hay 51 inspectores para vigilar 200.000 factorías mientras otros tantos puestos juzgados imprescindibles estan vacantes. Conscientes de que, evocando a Lampedusa, algo hay que hacer para no poner en peligro lo fundamental, gigantes europeos como la sueca H&M (primera productora en el país), las españolas Inditex (Zara) y El Corte Inglés, las británicas Mark&Spencer, Primark y Tesco, la holandesa C&A o la italiana Benetton se han avenido a suscribir un acuerdo que mejore la seguridad de las instalaciones fabriles, promovido por los sindicatos. Con una pose no exenta de hipocresía, estas grandes firmas proclaman ahora que aceptarán el "examen completro y riguroso" de "inspectores indepedientes" para acreditar el cumplimiento de las normas y reglamentos en materia de salubridad y seguridad de las plantas.
                
La mayoría de las competidoras norteamericanas, algunas tan señaladas como WalMart o Gap se han mantenido de momento al márgen con esquinados argumentos legales (Si ha consentido a firmar, en cambio, PVH, la matriz de Calvin Klein y Tommy Hilfiger). En sus comunicados mediáticos, esas firmas multinacionales tienden a responsabilizar a las autoridades locales y a las empresas subsidiarias, como si ellas fueran concurrentes pasivas de la situación.
                
Veremos donde quedan esas buenas intenciones forzadas por la presión del momento. Uno de los principales asesores del gobierno comentó escandalizado ante los reclamos laborales y sindicales que sería suicida matar a la "gallina de los huevos de oro". La frase no es una muestra de insensibilidad.
                
Es un reflejo fiel de la realidad parcial de la economía local. En este lado del proceso mercantil, el desagrado o la mala conciencia que provocan tragedias de este tipo soportan fechas de caducidad muy cercanas. Por otro lado, la tentación del boicot tiene las alas cortas. Y, más significativamente aún, como advertía estos días una bloguera en THE GUARDIAN, muy activa en asuntos de deslocalización  y explotación, el castigo a estas empresas cómplices se ejercerá en primer término sobre los 'esclavos de Bangla Desh'. No dejaremos de comprar ropa en nuestras tiendas de moda. Por mucho que manche o apeste.

SIRIA: LAS PARADOJAS DE LAS ‘LÍNEAS ROJAS’


8 de mayo de 2013


                Los bombardeos, con toda seguridad israelíes, de instalaciones militares sirias cerca de Damasco han supuesto una escalada hasta cierto punto sorpresiva en el conflicto. Otros dos elementos recientes, el supuesto uso de armas químicas por el régimen de Assad y las filtraciones sobre planes avanzados en Washington para apoyar de forma más letal a los rebeldes, han disparado las especulaciones sobre un salto cualitativo en el desarrollo de la crisis. Sin embargo, hay demasiadas zonas oscuras que aconsejan un análisis cauteloso.

                Hace unos meses, el presidente Obama manifestó que el uso del arsenal químico por parte de los militares leales al presidente sirio era una línea roja que podría provocar una intervención más directa de Estados Unidos en el conflicto.  Estos días, el NEW YORK TIMES y otros medios norteamericanos han revelado el impacto que estas declaraciones de Obama provocó en sus principales asesores, porque éstos aseguran que nunca se había hablado de “línea roja” en la definición de la estrategia y en la clarificación de los escenarios posibles.

¿DESLIZ DE OBAMA?

¿Cometió un desliz el Presidente? ¿Actuó, como ha hecho en otras ocasiones, impulsado por una retórica humanitaria que confundía los imperativos prácticos o estratégicos? Es difícil creerlo, porque Obama no es precisamente un novato, ni un idealista. Pero, además, porque si algo ha caracterizado a la posición del Presidente en  todos estos largos meses de guerra civil ha sido su marcada renuencia a una intervención directa de Estados Unidos.

Dos son las razones principales de la cautela presidencial: primero, cierto rechazo a involucrarse en guerras ajenas sin que haya amenazados intereses directos de Estados Unidos; y, en segundo lugar, la creciente sensación de que no hay un bando claro al que apoyar, ya que los rebeldes, a los que ya ayuda con información, logística y otros apoyos, no han definido con claridad que el proyecto de país quieren y si serán capaces de deshacerse de elementos islamistas radicales.

El fantasma de Irak –conflicto al que Obama se opuso, en una actitud que significaría el comienzo de su ascenso político- le ronda al Presidente con enorme persistencia. Dos peligros le alejan de una involucración directa: verse atrapado en un conflicto con inevitables victimas propias sin perfiles ni objetivos claros y la deriva aún más sangrienta de la matanza entre sirios.

De ahí que sorprendieran sus referencias a "líneas rojas". Seguramente, Obama quiso intimidar al régimen sirio y evitar que acudiera a ese recurso militar para hacer retroceder a los rebeldes e invertir una tendencia negativa en la guerra. Los colaboradores del Presidente intentar explicar ahora que esas "líneas rojas" se referían no a episodios menores o puntuales, sino a un uso a gran escala o que comportara muchas víctimas. 

Si se confirmara que los Assad ha llegado a un punto de no control que les hubiera empujado a emplear de forma generalizada ese armamento ‘prohibido’, Obama se enfrentaría al dilema de escalar el compromiso militar norteamericano o arriesgar su credibilidad. Esto, con ser negativo e indeseable, no sería, sin embargo, lo peor.

En los últimos días, una vieja conocida de las causas internacionales, la ex fiscal del Tribunal de crímenes de guerra de la antigua Yugoslavia Carla del Ponte, se ha atrevido a denunciar que, efectivamente, se han empleado armas químicas en Siria...  Pero no el gobierno, sino los rebeldes. Las afirmaciones de la polémica jurista suiza han sido desautorizadas con cierta celeridad en Washington y en la propia ONU, para la que sigue trabajando como observadora. Pero sus afirmaciones ya han sembrado dudas.

EL PAPEL DE ISRAEL

Mientras los hombres del Presidente tratan de gestionar los compromisos públicos de su jefe, Israel dejaba claro que no tiene esos problemas y que sus “líneas rojas” son claras y precisas, y sus actuaciones contundentes. El gobierno de Netanyahu habría querido abortar en su fase de gestación unos supuestos planes de Assad de transferir a la milicia libanesa chií de Hezbollah ciertos arsenales especialmente amenazantes para Israel: los cohetes de fabricación iraní Fateh 110.  Dos bombardeos contundentes en apenas dos días, similares al ya efectuado en enero, llevaban el sello israelí, aunque las autoridades de Jerusalén hayan guardado un reglamentario silencio. Han sido fuentes norteamericanas las encargadas de confirmar extraoficialmente la autoría israelí. Y, como era también de rigor, las posteriores valoraciones del derecho a la defensa preventiva de su privilegiado aliado.

La camarilla siria no tiene fuerza ni estómago para dar una réplica a su enemigo tradicional. La aparente facilidad de la intervención israelí puede ser aprovechada por los halcones del Congreso. Algunos ya señalan que el régimen sirio esta lo suficientemente debilitado como para infligirle el golpe definitivo sin apenas riesgo. Por lo pronto, en la Casa Blanca se limitan a decir que el Pentágono ultima planes de contingencia y que todas las opciones están abiertas (bombardeos selectivos, zonas de exclusión aérea, suministro de armas a los rebeldes, etc.). Pero, como ha confirmado Kerry esta misma semana en Moscú, la opción preferente sigue siendo diplomática; es decir, una rendición pactada de Assad.

Israel, en definitiva, hace su guerra, no por cuenta de Estados Unidos o de sus aliados europeos o árabes. Los estrategas israelíes no apuestan por nadie en el galimatías sirio. De ahí que Netanyahu haya dicho expresamente que no quiere una guerra con Damasco. Es Irán y el refuerzo de su aliado libanés Hezbollah lo que preocupa al mando israelí.  Pero, se quiera o no, Assad sería victima concurrente. El presidente sirio corre el riesgo de ser acosado aún más por los rebeldes y de ser ridiculizado por Israel, sin mucha capacidad de respuesta. Obama podría contemplar la rendición del régimen sirio sin haber disparado un tiro. Pero, última paradoja, ahí no acabaría la pesadilla siria. Probablemente, comenzaría de nuevo con una transición incierta y muy peligrosa.