ALEMANIA: CAMBIO Y CONTINUIDAD

29 de septiembre de 2021

Las elecciones alemanas arrojan un resultado que propiciará cambios y continuidad en el devenir político a corto plazo de la primera potencia europea. No es un juego de palabras. Habrá cambios en aspectos importantes pero bajo una corriente fundamental de continuidad en los grandes asuntos de política nacional, económica e internacional. Las correcciones en el llamado sistema Merkel, que han definido las solidez pero también las debilidades del país, serán de protagonistas y tal vez de estilo, pero no de sustancia. Veamos este juego de tendencia entre las novedades electorales y la persistencia de un modelo bastante estable.

1) La alternancia en la Cancillería. Habrá un liderazgo de otro signo político. El líder socialdemócrata, Olaf Scholz, parece en condiciones de hacer valer su relativa victoria para asumir la nada fácil tarea de ensamblar una coalición de gobierno. El SPD ha aventajado a los democristianos en sólo 1,6 puntos. Pero la percepción de triunfo se agranda por la aparente recuperación: el partido pasa de su mínimo histórico (20,5%) a un 25,7%, en todo caso nueve puntos menos de los obtenidos el año en que Merkel irrumpió en la arena política. El aumento de asientos en el Bundestag (de 153 a 206) facullta al SPD a ejercer el liderazgo nacional.

Pese a que la CDU ha obtenido los peores resultados de su historia, el candidato democristiano, Armin Laschet, afirma que aún puede formar gobierno. El partido de Merkel ha pasado del 26,8% de los votos al 18,9%, mientras sus aliados bávaros, sólo han perdido un punto y un solo diputado. Esto situará al bloque democristiano con 196 asientos en la Cámara baja, frente a los 246 actuales. Aun así, Laschet cree que puede convencer a liberales y verdes (fórmula Jamaica) con un programa común realizable y obtener una mayoría que sería menor que la formada por esos dos partidos medianos con el SPD (fórmula semáforo) pero suficiente para gobernar. O a Laschet le cuesta asumir la realidad de la derrota o está iniciando una batalla interna para su supervivencia política: algunos dirigentes ya están pidiendo su dimisión como líder del partido.  

2) La arquitectura de la coalición gobernante. Por primera vez en la República Federal, serán tres los participantes y no dos. A eso obliga la fragmentación del espacio político. Este cambio aparente se ve matizado, de nuevo, por una continuidad de fondo.

La fragmentación no se ha producido en 2021: viene prefigurándose desde el comienzo de la era Merkel, en un proceso lento pero sostenido. En las elecciones anteriores, de hecho, las combinaciones de gobierno bajo liderazgo de socialdemócratas o democristianos también precisaban de la presencia de dos formaciones menores. Las exigencias de unos y otros, o la percepción de que perderían autonomía política, terminó abortando las distintas fórmulas tripartitas y se impuso la solución tradicional del bipartidismo de los dos grandes consagrado en la gross-koalition.

Importa poco que esta solución haya sido descartada de antemano: ocurrió lo mismo hace cuatro años y al final se impuso como necesidad o como conveniencia.  Aquí también encontramos un ejemplo de esa dialéctica entre cambio y continuidad. Por vez primera, los dos grandes no suman más de la mitad de electorado (49,80%), lo que supone una novedad histórica. Sin embargo, socialdemócratas y democristianos tendrán 402 diputados en el Bundestag, y la mayoría está fijada en 368; es decir contarían con un margen suficiente para forjar una nueva coalición de gobierno. Pero, de nuevo, no es cuestión de números. La razón que aleja del panorama político la gross-koalition es el agotamiento de esta fórmula, que surgió  en los sesenta como una respuesta de emergencia o extraordinaria, pero que terminó sirviendo de recurso para frenar la erosión política de los dos grandes.

3) El crecimiento de las terceras opciones. Las elecciones de este año consolidan el protagonismo creciente de los partidos menores, aunque el peso de cada una de ellas haya sufrido modificaciones, sensibles en algunos casos aunque no dramáticas.

Los Verdes obtienen el mejor resultado de su historia (14,8%), lo que supone un incremento de un tercio de votos y duplicar su representación en el Bundestag (de 67 a 118 diputados). A primera vista, un éxito indudable. Sin embargo, hace sólo unos meses, en el inicio de la primavera, las encuestas predecían un resultado mucho mejor aún, hasta el punto de que su líder, Annalena Baerboeck, llegó a aparecer en ciertas portadas como la posible próxima canciller federal. Tal eventualidad sí hubiera sido un cambio profundo, aunque los Verdes hayan dejado de ser una fuerza contraria o externa al sistema desde hace décadas.

Esta mezcla de alegría y decepción por la corrección del éxito ecologista abre dudas sobre el protagonismo en las negociaciones de coalición. Los verdes tienen un liderazgo bicéfalo. Baerboeck ha sido la candidata a canciller, pero su coequipier Habeck tiene un mayor dominio del aparato partido. Los dos coinciden en lo esencial, pero difieren en algunos asuntos de principios y, desde luego, en asuntos tácticos. Tampoco esto es del todo nuevo: es una versión actualizada de la vieja disputa de los ochenta entre fundis y realos (fundamentalistas vs. realistas). Habeck conecta con los primeros y Baerboeck con los segundos.

En los liberales, el cambio se expresa en la mejora parlamentaria del partido, que contará con 92 escaños (12 más), lo que reforzará sus opciones negociadoras. Pero su crecimiento electoral ha sido muy modesto (apenas siete décimas, hasta el 11,5%), muy lejos de su techo histórico del 14,6%, en 2009 (con un escaño más que ahora). El FPD ha sido un socio voluble, compañero del SPD con Brandt y con Schmidt y de la CDU con Kohl o Merkel. Su perfil ideológico ha sido cambiante, casi siempre por la búsqueda de un espacio propio frente a los dos grandes. Con el corrimiento de la CDU hacia la izquierda (para neutralizar la retórica del SPD), los liberales oscilaron a la derecha para ocupar el hueco de los democristianos. No les funcionó. Pero ahí se han instalado, como el partido más pro-negocios, defensores del recorte y  la firmeza presupuestaria. Parece más natural un entendimiento con la CDU, pero su líder, Christian Lidner, se ha mostrado abierto a un relajamiento del techo de deuda (fijado ahora en el 0,35% del PIB), como quieren los socialdemócratas. Pedirán un precio por ello, sin duda, probablemente en carteras de peso. Tampoco esto será una novedad: los liberales han estado al frente de finanzas y de exteriores en momentos de gran significación histórica como la ostpolitik, la reunificación o la unión monetaria europea.

4) El descenso de los partidos menores. En la lógica del consenso centrista, los dos partidos situados más al extremo del espectro político, han tenido un mal resultado. Die Linke, confluencia de excomunistas y socialistas de izquierda, ve reducida su fuerza electoral casi en la mitad (del 9,2 al 4,9) y su representación parlamentaria en una proporción similar (de 69 a 39 escaños). Es evidente que ha sufrido el efecto del voto útil a favor del SPD, para favorecer el cambio en la cancillería. Pero es innegable que sus propuestas ya no son tan atractivas en el Este, donde gobierna en coalición en algunos länder.

Más antisistema es Alternativa por Alemania (AfD), desde una posición populista y xenófoba, con amplio predicamento también en los territorios orientales. Han perdido un 2,3 puntos y con un 10,3% de los votos tendrán 83 diputados, once menos que hasta ahora. El cordón sanitario que pesa sobre ellos, debido a su ambigüedades sobre el pasado nazi y sus proclamas discreta o abiertamente racistas (según quienes y en qué momentos) han frenado su ascenso. Ni siquiera las heridas de la pandemia han mejorado sus expectativas. El frenazo conservador de Merkel en el asunto migratorio les privó de energía electoralista. Pero no hay que confundirse: la ultraderecha alemana nunca dejó de ser políticamente marginal, aunque no por ello menos peligrosa en cuanto a su capacidad de envenenamiento social.

En conclusión, se avizora un largo periodo de negociación (¿meses más que semanas?). Y, en el caso de confirmarse el cambio de retrato en la Cancillería, no asistiremos a un giro fundamental en las políticas alemanas, internas, europeas o internacionales. Habrá tiempo de comprobarlo.

              

LA CRISIS DE LOS SUBMARINOS

 21 de septiembre de 2021

Entre los asuntos más esperados de la escena internacional actual no estaba una crisis mayor entre aliados occidentales. Pero eso es exactamente lo que ha ocurrido tras el anuncio de un nuevo pacto de defensa entre Estados Unidos, Australia y Gran Bretaña, conocido por el acrónimo AUKUS. Para intentar explicar su alcance trataremos de desgranar el contenido de pacto, las formas en las que se ha producido y el momento en que ha tenido lugar.

1) UN PACTO MILITAR ORIENTADO A CONTRARRESTAR EL AUGE DE CHINA

AUKUS emerge impulsado por un contrato de de armamento, pero se viene fraguando desde hace tiempo. Australia revocó la compra a Francia de una docena de submarinos con combustible diésel y optó por otros de propulsión nuclear con tecnología de los Estados Unidos, hasta ahora sólo compartida por el Reino Unido. Según las autoridades de Camberra, los ingenios franceses se habían quedado obsoletos y, además, la fabricación se había retrasado y encarecido (1). ¿A qué se ha debido un cambio tan repentino, cuando en los contratos armamentísticos estas vicisitudes son habituales?

a explicación oficial australiana es que las exigencias defensivas han aumentado de manera exponencial debido a la asertiva política exterior de Pekín, acompañada de un ambicioso programa de expansión militar, en particular orientado a ejercer una hegemonía naval en el área del Pacífico y, concretamente, en las aguas del Mar de sur de China. Aseguran los especialistas que los submarinos de propulsión nuclear gozarán de autonomía para patrullar por las zonas de potencial conflicto sin ser avistadas con anticipación por los sistemas de vigilancia china, además de otras ventajas operativas derivadas de una capacidad tecnológica más avanzada (2).

 2) UNA MANERA DE PROCEDER IMPROPIA ENTRE ALIADOS

La pérdida de un contrato ya comprometido y tan sustancioso como éste habría provocado un gran malestar por mucho que se hubieran explicado las razones con la más exquisita diplomacia. Pero todo parece indicar que, en este caso, no se han guardado ni las formas más elementales que deben esperarse entre aliados. Francia afirma con rotundidad e indignación incontenida que tanto Estados Unidos como Australia le han ocultado su trato hasta el último momento. El ministro de exteriores, Le Drien, no pudo ser más contundente: “se trata de una puñalada por la espalda”. Es chocante escuchar este lenguaje entre aliados mayores.

Por si no fuera poco, París adoptó de inmediato dos medidas para dejar claro que lo ocurrido era inaceptable: llamó a consultas a sus embajadores en Washington y Camberra (3) y, en tono menor pero de carácter simbólico, canceló una fiesta organizada con motivo del 240º aniversario de la batalla de Yorktown, en la que tropas americanas y fuerzas francesas derrotaron al Imperio británico y sellaron el triunfo de los independentistas (4).

En los medios se ha comparado la tensión franco-norteamericana con el desencuentro ocurrido por la falta de apoyo de París a la invasión norteamericana de Irak en 2003. Pero en esa ocasión no era sólo Francia la que se opuso a la administración Bush, sino la mayoría de las potencias europeas (excepción de la Gran Bretaña de Blair, la España de Aznar y el Portugal de Durao Barroso, reunidos en la famosa foto de las Azores junto al presidente estadounidense). Puestos a buscar una crisis similar, se podría evocar la de la “silla vacía”, cuando el General De Gaulle retiró a Francia del Comité Militar de la OTAN, al que nunca volvería.

Australia y Estados Unidos no avalan la versión francesa. Los oceánicos aseguran que el primer ministro Morrison advirtió a Macron en un par de ocasiones sobre su disconformidad con la marcha del proceso de compra-venta y la pérdida de idoneidad de los submarinos en cuestión. Los norteamericanos han sido más discretos en sus manifestaciones, sin duda para no añadir sal a la herida francesa. Apenas si han apelado a las necesidades de defensa de un aliado que se encuentra en primera línea de un potencial conflicto contra un adversario considerado como prioritario en estos momentos, como es China (5). Inútil para aplacar la cólera de París, donde se sostiene que lo ocurrido ha provocado una “crisis de confianza”.

3) RECONCILIACIÓN ATLÁNTICA EN PROBLEMAS

La crisis estalla en un momento delicado, por la acumulación de frustraciones aliadas:

- La administración Biden se encontraba en pleno proceso de restañamiento de las heridas ocasionadas por Trump, debido a sus reproches por la falta de compromiso europeo en la defensa común. Hay mucho mito y un conveniente acomodo en las élites norteamericanas sobre el estado de las relaciones transatlánticas. Las desavenencias, como se ha dicho aquí, son anteriores a Trump, aunque el expresidente se encargara de airearlas y exacerbarlas. De la misma manera que Biden no es precisamente un apasionado creyente en el matrimonio feliz de europeos y norteamericanos. La proclamada reconciliación caminaba a paso lento, mientras se estaba cociendo esta operación australiana que, evidentemente, no facilitaría las cosas, al menos con uno de los polos fundamentales de la relación (6).

- En diciembre pasado, la administración Biden se tomó a mal que la Unión Europea concluyera un acuerdo de inversiones con Pekín, sin esperar a pactar las condiciones con ella. Tanto el secretario (de Estado) Blinken como el consejero (de seguridad) Sullivan expresaron su malestar. Paradójicamente, no fue Francia quien presionó en contra de los deseos de Estados Unidos, sino la canciller Merkel, siempre dispuesta a hacer avanzar los intereses económicos de la industria alemana por encima de otras consideraciones europeas o aliadas. La UE se ha alineado con Francia, al menos formalmente, aunque pronto se dejarán sentir los matices.

- La caótica retirada de Afganistán ha provocado los reproches europeos a la Casa Blanca por su falta de empeño en las necesarias tareas de coordinación operativas y de calendario, sólo reconducidas ya con el proceso en marcha.  

- El fracaso en Afganistán había alimentado también las dudas sobre el compromiso de los EE.UU en la defensa de sus aliados asiáticos. AUKUS podría ser un corolario oportuno del matntra exterior de Biden (America is back) y el primer resultado práctico del Quad, la nueva alianza en el Indo-Pacífico, para “contener” a China (7).

- Un nuevo enredo envenena el pacto de divorcio entre europeos y británicos. Desde Londres se ha vuelto a demandar un retraso en la aplicación del calendario. Y no es casual que París haya sido la capital más sonoramente opuesta, aunque con el respaldo al menos formal del resto de sus socios comunitarios. Boris Johnson había vendido como ventaja adicional del Brexit el designio de Global Britain, es decir, una nueva política exterior, más orientada hacia Asia que hacia Europa (en la retórica al menos), anclada en la “relación especial” con Estados Unidos. Biden, sin embargo, no avala los designios de Johnson y ha echado agua fría sobre su empeño en un tratado comercial bilateral preferencial (8).  

Dos riesgos mayores: primero, la reacción de Pekín, que ha calificado el AUKUS de “irresponsabilidad grave” que solo puede “acelerar la carrera de armamentos”; y, segundo, el negativo efecto que supondrán estos submarinos de propulsión nuclear (que no de armas atómicas) en el empeño de la proliferación (9). El pivot to Asia no nacerá sin dolor.


NOTAS

(1) “L’Australie rompt ‘le contrat du siècle’ avec la France sur les sous-marines, au profit des technologies américaines et britanniques”. LE MONDE, 16 de septiembre.

(2) “AUKUS deal showing France and the EU that Biden not all he seems”. PATRICK WINTOUR (Diplomatic editor). THE GUARDIAN, 16 de septiembre.

(3) “Sous-marines australiens: France rapelle a son ambassadeurs à Washington et a Camberra ‘pour consultations’”. LE MONDE, 17 de septiembre.

(4) “Secrets talks and a hidden agenda: behind the U.S. Defense deal that France called a ‘betrayal’”. DAVID E. SANGER. THE NEW YORK TIMES, 18 de septiembre.

(5) “A new U.S. alliance responds to Chine’s threat- and U.S. military complacence. DAVID IGNATIUS. THE WASHINGTON POST, 16 de septiembre.

(6) “The AUKUS dominoes are just starting to fall”. STEPHEN M.WALT. FOREIGN POLICY, 18 de septiembre.

(7) “Why the Quad alarms China”. KEVIN RUUD (ex-primer ministro australiano). FOREIGN AFFAIRS, 6 de agosto.

(8) “Britain’s hope of early post-Brexit trade deal with US appears dashed”. THE GUARDIAN, 21 de septiembre.

(9) “What does the Australian submarine deal mean for the no-proliferation?” . THE ECONOMIST, 17 de septiembre; “Sous-marines australiens: des risques de prolifération nucléaire dans le zone indo-pacifique”. LE MONDE, 17 de septiembre.

 

UNA TEMPORADA ELECTORAL CLAVE PARA EUROPA

 15 de septiembre de 2021

La temporada política europea comienza con las elecciones generales en Alemania (26 del presente mes) y concluye con las presidenciales (mayo) y legislativas (junio) en Francia. El resultado es incierto en todas ellas. Sólo algo está claro: Merkel, que no es candidata, no seguirá siendo la canciller federal, después de quince años. En Francia, Macron no tiene ni mucho menos asegurada la reelección, aunque conserve cierta posición de ventaja, desafiado desde la derecha más que desde la izquierda.

ALEMANIA: ¿CAMBIO DE GUARDIA?

Merkel se despide jaleada por un coro mediático e internacional (con escasas críticas), pese a ciertas inconsistencias políticas, un legado de rigidez económica en Europa y el fracaso en la selección de los sucesores potenciales en su partido.  

A diez días de las elecciones, las encuestas predicen un triunfo insuficiente del SPD (Partido Socialdemócrata), socio menor de la actual gross koalition comandada por la CDU (Unión Cristiano Demócrata). El candidato socialdemócrata, Olaf Scholz, no ha tenido que demostrar grandes cualidades para superar al democristiano Armin Laschet en la preferencia popular y mediática. Ambos tienen experiencia de gobierno (Scholz, como jefe de gobierno en Hamburgo; Laschet, en el mismo puesto pero en Renania-Westfalia, el länder más poblado del país).  Pero el hombre del SPD, actual vicecanciller y ministro de Finanzas, presenta un hoja de servicios impecable para el alemán medio, mientras que el renano es un gris gestor que actuó de manera incompetente en las lluvias torrenciales de este verano. Hasta entonces cubierto bajo la protección de Merkel, Laschet quedó expuesto como un político de segunda.

Merkel ya había fracasado anteriormente en esta tarea con la exjefa del gobierno en el Sarre, Anette Kramp-Karrenbauer (AKK), elegida jefa del partido y aspirante a la cancillería. El pacto con los  nacionalistas xenófobos de la AfD para echar los izquierdistas del gobierno de Turingia arruinó su futuro político, aunque Merkel la mantuvo en la cartera de Defensa, que ocupaba desde la salida de Ursula Von der Leyen para presidir la Comisión Europea.

Al comienzo de la campaña, Merkel jugó un papel discreto. Pero el pobre desempeño de Laschet le ha obligado a comprometerse más activamente y, contrariamente a sus instintos, a criticar ciertos pronunciamientos del candidato socialdemócrata. Scholz había dicho que el gobierno y millones de ciudadanos habían actuado como “cobayas” para animar a toda la población a vacunarse. Merkel replicó en un reciente debate en el Bundestag que nadie merecía ser denominado con ese término.

Por lo demás, las relaciones entre la actual canciller y el jefe de filas de sus socios de gobierno ha sido más bien plácida. De hecho, Scholz se presenta, sin recato, como “el mejor sucesor” de Merkel, sin que nadie en el SPD se remueva en su asiento. Para un partido que ha acumulado sucesivos fracasos electorales y una alarmante pérdida de identidad ideológica, un posible triunfo, siquiera relativo, el día 26 habría sido una quimera hace sólo unos meses.

Otra cosa será formar gobierno, si se confirman las encuestas. Las distintas opciones reciben nombres marcados por la composición de los colores de marca de cada partido. Así, la opción más barajada es la “semáforo” (rojo del SPD, verde de los ecologistas y ámbar de los liberales). La combinación izquierdista (SPD-Verdes-Die Linke o excomunistas) está casi descartada, aunque dieran los números, que es dudoso, por la desconfianza de ecologistas y socialdemócratas hacia los izquierdistas, en particular los del antiguo Este.

Aunque la CDU recuperase parte de su desencantado electorado, no parece que le pueda bastar un arreglo con los ecologistas. Con los socialdemócratas quizás tampoco, aparte de que la gross koalition parece definitivamente agotada. Si los verdes se sumaran a los dos grandes (opción “Kenia”) se garantizaría la sacrosanta estabilidad. La solución “Jamaica” (negro de la CDU, verdes de los ecologistas y amarillo de los liberales) parece la preferida de los de Merkel, pero no cuajó en 2017. La esperada apretura de los resultados anuncian largas y duras negociaciones de coalición. Merkel podría ser todavía canciller en Navidad.

FRANCIA: LAS SALVAS INICIALES

En Francia, se sigue con enorme atención las elecciones alemanas, con más razón que nunca. Ya sin Merkel, el peso del Eliseo en Europa puede y debe crecer. Macron hará valorar esto en su campaña, a pesar de que sus “visiones europeístas” han sido acogidas con más frialdad de la que él esperaba y/o deseaba. Ya no está Trump en la Casa Blanca. Biden no es un “enemigo”, pero tampoco parece proclive a gestos exagerados de entusiasmo.

El actual presidente sabe que no puede dar por seguro un segundo quinquenato, pero piensa que lo disputará ventajosamente en segunda vuelta. Sus rivales están aún por decidir. La nacionalista populista Marine Le Pen sigue siendo la favorita. Se repetiría, en ese caso, el duelo de 2017. Quizás sea lo que el propio Macron desea para volver a invocar la unidad republicana frente a la amenaza de la extrema derecha.

Macron teme más a una figura conservadora de prestigio. De los que ya se han postulado destacan tres: Xavier Bertrand, exjefe de Hauts-de-France; Valerie Précresse, presidenta de Ile-de-France; y Michel Barnier, el hombre Brexit de la CE. Barnier es el que tiene mejor cartel exterior. Pero ha sorprendido su mensaje nacionalista (más bien gaullista) en el lanzamiento de su campaña. No parece coherente con el europeísmo que le tocó jugar en las negociaciones sobre el divorcio británico. Bertrand y Pécresse también tienen pedigree en la derecha  liberal-conservadora francesa pero no es fácil que el electorado progresista les prefiera a Macron en una hipotética segunda vuelta.

En la izquierda, sigue reinando la confusión y la división. Los desmayados intentos de negociar un pacto de unidad para recuperar la dignidad han sido fallidos, hasta la fecha. Entre los socialistas, dos integrantes del gobierno Hollande han avanzado sus candidaturas: Le Foll (exportavoz del ejecutivo) y Montebourg (exministro y conspicuo crítico de la deriva liberal).

La última en declararse es la que tiene el perfil más relevante: la actual alcaldesa de París, Anne Hidalgo. Esta hija de humildes inmigrantes españoles eligió unos astilleros en Ruan para hacer oficial su candidatura. Gesto simbólico: su padre trabajó en los talleres navales de San Fernando antes de emigrar. Gesto social: Hidalgo quiere recuperar al electorado trabajador que ha huido del PSF. Y gesto político: los macronistas creen que ella carece de apoyos fuera de París y, por tanto, no debería ser rival en el Hexágono.

En los ecologistas europeístas, aliados habituales de los socialistas, se han promovido, hasta la fecha, tres candidatos, y otros dos de grupos verdes menores. La criba se hará este mismo mes. En la izquierda radical repetirá el insumiso Melenchon y el líder comunista Roussel.

Finalmente, Marine Le Pen también tendrá competidores en la extrema derecha, algunos antiguos compañeros de partido. Pero la figura emergente es Eric Zemmour, un periodista polemista, xenófobo y mago de las ondas, a imagen y semejanza de los tribunos demagogos de la Fox norteamericana. Aún no es candidato, pero se le trata como tal.

LA AGITACIÓN EN EL MAGREB ALCANZA AL GOLFO ARÁBIGO

8  de septiembre de 2021 


El Magreb (norte de África) ha vivido un verano de gran agitación diplomática y de múltiples maniobras presentidas. A pesar de la consolidación del alto el fuego en Libia (habrá elecciones en diciembre), la región se encuentra muy lejos de una cierta estabilidad. Dos acontecimientos han disparado las alarmas: la interrupción del proceso político en Túnez (desde el 23 de julio) y la ruptura de relaciones diplomáticas entre Argelia y Marruecos (24 de agosto).

TÚNEZ: HACIA LA CONFIRMACIÓN DEL GOLPE


Cada día que pasa parecen confirmarse los temores iniciales sobre la verdadera naturaleza de la decisión presidencial de suspender el Parlamento y cambiar la jefatura del gobierno y los ministerios claves. Kaïs Sayed invocó “peligro inminente” para la seguridad nacional como justificación de su actuación y aseguró que las medidas tendrían una vigencia (inicial) de un mes. Pero al término de este periodo, prolongó sine die la alteración del equilibrio constitucional y la concentración de poderes en su persona, ya sin base legal alguna (1). El país se encuentra en un compás de incertidumbre, pero con las libertades recortadas (2). Sayed se apoya en un aparente respaldo de la mayoría de la población. El partido islamista Ennahdha, el más numeroso en votos y militantes, no ha conseguido movilizar a la población contra el Presidente, que se apoya discretamente en los militares. Es la primera vez desde la independencia, en 1956, que el Ejército juega algún tipo de protagonismo en la política tunecina (3).


ARGELIA Y MARRUECOS, DONDE SOLÍAN


La ruptura de relaciones diplomáticas en Rabat y Argel fue todo menos una sorpresa. La tradicional rivalidad entre los dos países que compiten históricamente por la hegemonía en la región se agravó en los últimos meses al coincidir viejas fricciones (Sahara Occidental) con otras nuevas, en forma de crisis repentinas. 

El motivo que más ha contribuido al envenenamiento de la situación fue una declaración del embajador marroquí en la ONU en favor de la autodeterminación de la Kabilia, una región del norte de Argelia, que se extiende también a Marruecos. Argel se indignó ante una manifestación semejante, sobre todo porque pocos días antes el Rey Mohamed VI se había pronunciado solemnemente por una mejora de las relaciones con su vecino oriental. La sospecha de duplicidad marroquí se extendió en los despachos argelinos y disparó la acusación sobre una financiación marroquí del Movimiento por la Liberación de Kabilia, organización clandestina argelina. 

La siempre débil confianza bilateral ya se había visto seriamente erosionada al conocerse que el estado marroquí había sido uno de los clientes de Pegasus, la empresa israelí que ha facilitado medios de espionaje electrónico. Argel cree que Rabat ha utilizado esta herramienta para espiar a numerosas autoridades argelinas (4).

A partir de aquí se acumularon otros agravios de veracidad más dudosa. Argelia llegó a culpar a Rabat de instigar los incendios que han asolado este verano ciertas regiones del país. 

Esta crisis diplomática bilateral pone en riesgo el acuerdo gasístico entre ambos países (exportación de gas argelina a España y Europa a través de Marruecos), que debe renovarse a finales de octubre. El ministro argelino de exteriores insinuó que Argelia cumplirá con los acuerdos internacionales, pero eludió ser más preciso. Para España, hay una vía alternativa para asegurar los casi 10.000 millones de metros cúbicos de gas argelino, a través del gasoducto que transcurre por el Mar de Alborán hasta Almería (5).


UN PULSO REGIONAL

Aparte del Sahara, sempiterno factor de confrontación entre ambos vecinos desde los años setenta, el realineamiento de las alianzas regionales hasta los confines del Golfo arábigo esclarece el contexto de estas crisis (6).

Los acuerdos Abraham, promovidos por Trump, consagraron públicamente el acercamiento entre Israel y países árabes moderados o pro-occidentales como el propio Marruecos, los Emiratos, Bahréin y Sudán. El desarrollo de este pacto regional ha sido relativamente rápido. En mitad del verano, el nuevo ministro de exteriores de Israel Yaïr Lapid visitó Rabat y realizó pronunciamientos que Argelia consideró hostiles. El incidente podría haberse diluido enseguida, si no fuera por el ambiente de tensión argelino-marroquí, pero también por la agitación diplomática de fondo en la región.

Los Emiratos han participado activamente en la guerra de Libia en apoyo del mariscal Haftar, junto con Egipto y Rusia, y, por tanto, en contra el gobierno interino reconocido por la ONU, apoyado por Turquía y por Qatar. Estos realineamientos responden a la posición frente al islamismo. Los EAU (igual que Arabia Saudí) batallan ferozmente contra la politización del Islam, igual que Egipto, cuyos generales no dudaron en derrocar al gobierno de los Hermanos Musulmanes en 2013, tras la turbulenta revolución de 2011. Por el contrario, la Turquía del islamista autoritario Erdogan jugó muy fuerte en favor del gobierno interino libio, dominado por islamistas moderados. Qatar, rival de saudíes y emiratíes, se alineó con Ankara y Tripoli. 

En esta madeja de alianzas entra Túnez. El presidente, contrario a la formación islamista Ennahdha, ha buscado apoyos en Egipto y en los Emiratos. Cada día que pasa parece más claro que Sayed está actuando según el libreto del general egipcio Al-Sisi, al acabar con la democracia bajo la excusa de proteger al país del peligro de una dictadura religiosa. El presidente tunecino visitó Egipto en abril de este año. Es difícil creer que no tratara con Al Sisi de una eventual intervención presidencial para corregir el rumbo político tunecino y alejar a los islamistas del poder. Previamente, en diciembre de 2019, cuando Ennahdha gozaba de gran influencia, Erdogan visitó Túnez para buscar su apoyo en la guerra de Libia, por entonces en una fase álgida.

Estas maniobras alcanzan a Argelia y a Marruecos, por el juego de poder regional. Rabat comparte con Abu Dhabi la iniciativa de la colaboración con Israel, bajo el amparo de Washington. Biden no ha suspendido la declaración trumpiana de apoyo a la soberanía marroquí sobre el Sahara ni se ha pronunciado en contra de la participación de los EAU (y de Arabia) en la guerra del Yemen, que vive un inestable paréntesis ante unas perspectivas de negociación de muy incierto alcance.

Argelia contempla el pulso regional entre laicos e islamistas con incomodidad. La guerra contra el FIS (Frente Islámico de Salvación) en los años noventa ha dejado muchas heridas en el país. Las autoridades argelinas no quieren que se reabran y tratan de fomentar un diálogo constructivo con los islamistas moderados, mientras persiguen a los radicales. No quieren excesos de sus vecinos. Ni de los islamistas ni de los laicos. Se han mantenido equidistantes en la guerra de Libia y contemplan los acontecimientos en Túnez con aprensión. 


NOTAS

(1) “Political uncertainty deepens in Tunisia”. SARAH FEUER, GRANT RUMLEY, BEN FISHMAN Y AARON YELIN. THE WASHINGTON INSTITUTE, 31 de agosto.

(2) AMNISTÍA INTERNACIONAL, 26 de agosto.

(3) “Keep Tunisia’s military out of politics” RADWAN A. MASMOUDI (president del Center for the study of Islam & Democracy, Washington). FOREIGN POLICY, 2 de septiembre.

(4) “Entrevista con Isabelle Werenfels, investigadora del Instituto alemán de asuntos internacionales y seguridad. LE MONDE, 2 de septiembre; “Ruptura Argelia-Marruecos: mucho más allá del Sahara”. PACO AUDIJE. PERIODISTAS.es, 31 de agosto. “Algeria-Morocco ruptura: an unfunny comedy of errors”. DAVID POLLOCK. THE WASHINGTON INSTITUTE, 27 de Agosto. 

(5) “Crisis algéro-marrocaine: l’avenir incertain du gazoduc Maghreb-Europe”. SAFÍA AYACHE (corresponsal en Argel). LE MONDE, 3 de septiembre.

(6) “Efervescence diplomatique régionale autor de la situation politique en Tunisie”. FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 25 de agosto. 




ESTADOS UNIDOS Y LA CRISIS DE CREDIBILIDAD

2 de septiembre de 2021

El controvertido final de la intervención militar norteamericana en Afganistán ha provocado una cascada de críticas tanto de la oposición republicana como de las filas demócratas, académicos, diplomáticos, estrategas, editorialistas, activistas de derechos humanos y sociales, etc. Los reproches son amplios y muy diferentes según el caso, pero desde el calamitoso episodio de Vietnam no se había generado un ambiente de pesimismo sobre la capacidad de Estados Unidos para liderar el orden liberal internacional.

Las consideraciones críticas giran en torno a la noción de credibilidad, no tanto a la de los recursos (militares, diplomáticos, económicos o culturales). Como ocurriera en las distintas etapas del aislacionismo, en los siglos XIX y XX, el debate se focaliza en las prioridades de las élites, pero también en la voluntad de la ciudadanía. ¿Lo que la élite decide es lo que la mayoría de los norteamericanos desean? Es una cuestión tramposa, porque la posición de los ciudadanos suele estar condicionada por la manera en que las élites presentan la realidad, definen los intereses nacionales y presentan las opciones de actuación.

En todo caso, un fracaso sin paliativos como el de Afganistán deja a las élites con un margen de maniobra más estrecho que de costumbre. Este caso ha servido de epítome de la “guerra contra el terror”, lanzada por la administración Bush en 2001, aunque desde el final de la guerra fría, durante el mandato de Clinton, este pilar de la política exterior y de las asignaciones militares ya había adquirido una posición predominante en el pensamiento estratégico. El balance, veinte o treinta años después, no es positivo.

Los analistas difieren en el diagnóstico. Para los partidarios acérrimos de la acción sin complejos ni reservas, el problema principal ha residido en la discontinuidad del esfuerzo y la escasa resistencia a las presiones ante las dificultades, aparte de problemas secundarios de naturaleza logística o diplomática. Un crítica por defecto, en definitiva.

Los más críticos replican con una impugnación general de la obsesión por la política antiterrorista, el drenaje de recursos, la militarización del pensamiento político, la minoración de la acción diplomática, el desprecio por el conocimiento de las zonas de conflicto, etc. Una crítica por exceso.

Los neutros toman elementos críticos de cada uno de los anteriores, pero tienden a focalizarse en los aspectos operativos, en los detalles, en las cuestiones de orden práctico  en los errores. Una crítica modulada.

Finalmente, sólo unos pocos, desde la izquierda, plantean una crítica sistémica, una visión más amplia del papel hegemónico de Estados Unidos en el mundo, de la arrogancia del poder casi absoluto, de la ausencia de contrapeso real, de deriva de una lógica imperial que se manifiesta brutalmente en cada crisis, cuando interesa. Cuando más se pone en evidencia es cuando fracasa, como es el caso de Afganistán.

Conviene tener en cuenta que, en este debate como en casi todos de orden político, las posiciones personales y corporativas juegan un papel nada desdeñable. Los militares suelen culpabilizar a los políticos y, en menor medida a los diplomáticos; los académicos resaltan las carencias y manipulaciones de los militares, la ignorancia de los políticos y la impotencia de los diplomáticos; y éstos lamentan la creciente falta de recursos y su marginación en los procesos de toma de decisiones.

De todo lo leído y escuchado estas dos últimas semanas sobre la pesadilla afgana y de la inminencia del vigésimo aniversario del 11 de septiembre, es muy destacable la reflexión de Ben Rhodes, el que fuera Consejero de Seguridad Nacional de Obama en sus últimos años. Una voz crítica de la “guerra contra el terror”, sin excluir a la administración de la formó parte

Rhodes denuncia que ese “proyecto” ha condicionado toda la política exterior del país en las últimas dos décadas y, lo que es peor, su “vasta infraestructura sigue activa”. Los “abusos en materia de vigilancia, detención e interrogación” practicados por la administración Bush facilitaron la “militarización del pensamiento político”. Obama no pudo o no supo desmontar ese tinglado y Trump lo ensalzó, justificó y utilizó contra sus oponentes políticos internos. Una de las principales consecuencias de la fallida estrategia contra el terror ha sido el auge del terrorismo interno, practicado por de la extrema derecha, xenófobo, racista y reaccionario. Mientras el 11 de septiembre generó un esfuerzo multimillonario en la captación de recursos, el 6 de enero (toma del Congreso por los extremistas de derecha) ni siquiera se ha investigado con la profundidad exigida, debido al obstáculo de los republicanos (1).

El exconsejero de seguridad considera que el Presidente Biden debe empezar a desmantelar ese complejo de la “guerra contra el terror”, sin ambages ni dilaciones, si no quiere que la propia prosperidad de la sociedad norteamericana se vea seriamente comprometida. Aunque su reflexión está escrita antes del episodio final en Afganistán, sus críticas a la desventurada intervención norteamericana en aquel país, pero también en Irak, son contundentes e inequívocas.

El historiador de la Universidad de Columbia Stephen Wertheim reclama el fin de la “presidencia imperial”, es decir, el poder de la Casa Blanca para “declarar y autorizar el uso de la fuerza militar” en caso de amenaza para la seguridad nacional, una medida adoptada por el Congreso en 2001, con sólo un voto en contra (2). En otros trabajos, Wertheim se ha mostrado crítico con la noción de “primacía” de los Estados Unidos en el orden mundial (3).

En una línea pragmática se mueven analistas con Daniel Byman, experto en yihadismo de la Brookings, o Cinthya Miller-Idriss, investigadora del extremismo derechista blanco. Byman estima que “hay que vivir con la amenaza islamista”, pero sin perder de vista que, en estos veinte años, el terrorismo interno ha causado muchas más muertes que el islamismo radical. En coincidencia con Rhodes, Miller-Idriss asegura que la guerra contra el terror ha reforzado a la extrema derecha violenta (4).

Desde la “doctrina realista de las relaciones internacionales”, el profesor de Harvard Stephen Walt aboga por la liquidación de las guerras interminables y la aceptación de que Estados Unidos ni puede ni debe seguir ejerciendo de gendarme internacional, por el bien de sus propios ciudadanos. Se debe poner fin a la creencia de que hay un modelo de gobernanza, con independencia de lo que consideren las poblaciones. La construcción de naciones ha sido un fracaso desde su propia concepción (5).

Frente a estas posiciones, surgen las de quienes creen que, al cabo, la “guerra contra el terror ha sido un éxito en la medida en que ha logrado su objetivo estratégico: “prevenir otro ataque contra EE.UU.”. Consideran, sin embargo, que el balance es ambivalente, porque el proyecto no se ha desarrollado plenamente, aunque al menos ha servido para modernizar el aparato militar, reorientarlo hacia funciones de seguridad y dotar a fuerzas locales de capacidad para combatir las amenazas terroristas (6). Estos autores asumen que no se ha modificado el Oriente Medio, porque los estados hostiles mantienen su capacidad para desafiar el actual orden internacional, por lo que es necesario profundizar en la estrategia.              


NOTAS

(1) “Them and Us. How America lets its enemies hijack its foreign policy”. BEN RHODES. FOREIGN POLICY, septiembre-octubre 2021.

(2) “Rnd the Imperial Presidency”. STEPHEN WERTHEIM. THE NEW YORK TIMES, 25 de agosto.

(3) “Delusions of dominance. Biden can’t restore American primacy- and shouldn’t try”. FOREIGN AFFAIRS, 25 de enero.

(4) “The good enough doctrine. Learning to live with Terrorism”. DANIEL BYMAN; “From 9/11 to 1/6. The war on terror supercharged te far-right”- CINTHYA MILLER-IDRISS. FOREIGN AFFAIRS, septiembre-octubre 2021.

(5) “Could the United States still lead the world if It wanted to?”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 17 de julio.

(6) “America failed its way to counterterrorism success”. MICHEL O’HANLON y HAL BRANDS. FOREIGN AFFAIRS, 12 de agosto; “Why American can recover from failures like Afghanistan and Iraq”. ROBERT D. KAPLAN. THE ECONOMIST, 23 de agosto [este artículo forma parte de una serie sobre el “futuro de la potencia norteamericana”].