29 de septiembre de 2021
Las elecciones alemanas arrojan
un resultado que propiciará cambios y continuidad en el devenir político a
corto plazo de la primera potencia europea. No es un juego de palabras. Habrá
cambios en aspectos importantes pero bajo una corriente fundamental de
continuidad en los grandes asuntos de política nacional, económica e
internacional. Las correcciones en el llamado sistema Merkel, que han definido
las solidez pero también las debilidades del país, serán de protagonistas y tal
vez de estilo, pero no de sustancia. Veamos este juego de tendencia entre las
novedades electorales y la persistencia de un modelo bastante estable.
1)
La alternancia en la Cancillería. Habrá un liderazgo de otro signo político.
El líder socialdemócrata, Olaf Scholz, parece en condiciones de hacer valer su
relativa victoria para asumir la nada fácil tarea de ensamblar una coalición de
gobierno. El SPD ha aventajado a los democristianos en sólo 1,6 puntos. Pero la
percepción de triunfo se agranda por la aparente recuperación: el partido pasa
de su mínimo histórico (20,5%) a un 25,7%, en todo caso nueve puntos menos de
los obtenidos el año en que Merkel irrumpió en la arena política. El aumento de
asientos en el Bundestag (de 153 a 206) facullta al SPD a ejercer el liderazgo
nacional.
Pese a que la CDU ha obtenido los peores
resultados de su historia, el candidato democristiano, Armin Laschet, afirma
que aún puede formar gobierno. El partido de Merkel ha pasado del 26,8% de los
votos al 18,9%, mientras sus aliados bávaros, sólo han perdido un punto y un
solo diputado. Esto situará al bloque democristiano con 196 asientos en la Cámara
baja, frente a los 246 actuales. Aun así, Laschet cree que puede convencer a liberales
y verdes (fórmula Jamaica) con un programa común realizable y obtener
una mayoría que sería menor que la formada por esos dos partidos medianos
con el SPD (fórmula semáforo) pero suficiente para gobernar. O a Laschet
le cuesta asumir la realidad de la derrota o está iniciando una batalla interna
para su supervivencia política: algunos dirigentes ya están pidiendo su dimisión
como líder del partido.
2) La arquitectura de la coalición gobernante. Por
primera vez en la República Federal, serán tres los participantes y no dos. A
eso obliga la fragmentación del espacio político. Este cambio aparente se ve
matizado, de nuevo, por una continuidad de fondo.
La fragmentación no se ha producido en 2021: viene prefigurándose desde el comienzo de la era Merkel, en un proceso lento pero sostenido. En las elecciones anteriores, de hecho, las combinaciones de gobierno bajo liderazgo de socialdemócratas o democristianos también precisaban de la presencia de dos formaciones menores. Las exigencias de unos y otros, o la percepción de que perderían autonomía política, terminó abortando las distintas fórmulas tripartitas y se impuso la solución tradicional del bipartidismo de los dos grandes consagrado en la gross-koalition.
Importa poco que esta solución haya sido descartada de antemano: ocurrió lo mismo hace cuatro años y al final se impuso como necesidad o como conveniencia. Aquí también encontramos un ejemplo de esa dialéctica entre cambio y continuidad. Por vez primera, los dos grandes no suman más de la mitad de electorado (49,80%), lo que supone una novedad histórica. Sin embargo, socialdemócratas y democristianos tendrán 402 diputados en el Bundestag, y la mayoría está fijada en 368; es decir contarían con un margen suficiente para forjar una nueva coalición de gobierno. Pero, de nuevo, no es cuestión de números. La razón que aleja del panorama político la gross-koalition es el agotamiento de esta fórmula, que surgió en los sesenta como una respuesta de emergencia o extraordinaria, pero que terminó sirviendo de recurso para frenar la erosión política de los dos grandes.
3)
El crecimiento de las terceras opciones. Las elecciones de este año consolidan
el protagonismo creciente de los partidos menores, aunque el peso de cada una
de ellas haya sufrido modificaciones, sensibles en algunos casos aunque no
dramáticas.
Los
Verdes obtienen el mejor resultado de su historia (14,8%), lo que supone un
incremento de un tercio de votos y duplicar su representación en el Bundestag (de
67 a 118 diputados). A primera vista, un éxito indudable. Sin embargo, hace
sólo unos meses, en el inicio de la primavera, las encuestas predecían un
resultado mucho mejor aún, hasta el punto de que su líder, Annalena Baerboeck,
llegó a aparecer en ciertas portadas como la posible próxima canciller federal.
Tal eventualidad sí hubiera sido un cambio profundo, aunque los Verdes hayan
dejado de ser una fuerza contraria o externa al sistema desde hace décadas.
Esta
mezcla de alegría y decepción por la corrección del éxito ecologista abre dudas
sobre el protagonismo en las negociaciones de coalición. Los verdes tienen un
liderazgo bicéfalo. Baerboeck ha sido la candidata a canciller, pero su coequipier
Habeck tiene un mayor dominio del aparato partido. Los dos coinciden en lo
esencial, pero difieren en algunos asuntos de principios y, desde luego, en
asuntos tácticos. Tampoco esto es del todo nuevo: es una versión actualizada de
la vieja disputa de los ochenta entre fundis y realos (fundamentalistas
vs. realistas). Habeck conecta con los primeros y Baerboeck con los segundos.
En
los liberales, el cambio se expresa en la mejora parlamentaria del
partido, que contará con 92 escaños (12 más), lo que reforzará sus opciones
negociadoras. Pero su crecimiento electoral ha sido muy modesto (apenas siete
décimas, hasta el 11,5%), muy lejos de su techo histórico del 14,6%, en 2009 (con
un escaño más que ahora). El FPD ha sido un socio voluble, compañero del SPD con
Brandt y con Schmidt y de la CDU con Kohl o Merkel. Su perfil ideológico ha
sido cambiante, casi siempre por la búsqueda de un espacio propio frente a los
dos grandes. Con el corrimiento de la CDU hacia la izquierda (para neutralizar
la retórica del SPD), los liberales oscilaron a la derecha para ocupar el hueco
de los democristianos. No les funcionó. Pero ahí se han instalado, como el
partido más pro-negocios, defensores del recorte y la firmeza presupuestaria. Parece más natural
un entendimiento con la CDU, pero su líder, Christian Lidner, se ha mostrado
abierto a un relajamiento del techo de deuda (fijado ahora en el 0,35% del PIB),
como quieren los socialdemócratas. Pedirán un precio por ello, sin duda, probablemente
en carteras de peso. Tampoco esto será una novedad: los liberales han estado al
frente de finanzas y de exteriores en momentos de gran significación histórica
como la ostpolitik, la reunificación o la unión monetaria europea.
4)
El descenso de los partidos menores. En la lógica del consenso centrista, los
dos partidos situados más al extremo del espectro político, han tenido un mal
resultado. Die Linke, confluencia de excomunistas y socialistas de
izquierda, ve reducida su fuerza electoral casi en la mitad (del 9,2 al 4,9) y
su representación parlamentaria en una proporción similar (de 69 a 39 escaños).
Es evidente que ha sufrido el efecto del voto útil a favor del SPD, para favorecer
el cambio en la cancillería. Pero es innegable que sus propuestas ya no son tan
atractivas en el Este, donde gobierna en coalición en algunos länder.
Más
antisistema es Alternativa por Alemania (AfD), desde una posición populista y
xenófoba, con amplio predicamento también en los territorios orientales. Han
perdido un 2,3 puntos y con un 10,3% de los votos tendrán 83 diputados, once
menos que hasta ahora. El cordón sanitario que pesa sobre ellos, debido a su
ambigüedades sobre el pasado nazi y sus proclamas discreta o abiertamente racistas
(según quienes y en qué momentos) han frenado su ascenso. Ni siquiera las heridas
de la pandemia han mejorado sus expectativas. El frenazo conservador de Merkel
en el asunto migratorio les privó de energía electoralista. Pero no hay que
confundirse: la ultraderecha alemana nunca dejó de ser políticamente marginal,
aunque no por ello menos peligrosa en cuanto a su capacidad de envenenamiento
social.
En
conclusión, se avizora un largo periodo de negociación (¿meses más que semanas?).
Y, en el caso de confirmarse el cambio de retrato en la Cancillería, no asistiremos
a un giro fundamental en las políticas alemanas, internas, europeas o
internacionales. Habrá tiempo de comprobarlo.
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