23 de Octubre de 2014
Podría
ser una complicación mayor de “su” guerra contra el terrorismo islámico, la
reanudación de los combates en Ucrania y la necesidad de abordar un
enfrentamiento más áspero con Putin, o el fracaso de las negociaciones sobre el
programa nuclear de Irán.
Sin
embargo, lo más probable es que la próxima pesadilla del Presidente de los
Estados Unidos sea de naturaleza interna: que sus correligionarios demócratas
pierdan el control del Senado en las elecciones de “medio mandato”, el 4 de noviembre. En la actualidad, los
demócratas tienen una confortable mayoría de diez escaños en la Cámara Alta (53
frente a 45 republicanos y dos independientes). De ahí que, para perderla,
deberían sufrir una derrota de consideración. Pero los sondeos anticipan como probable
este escenario. Naturalmente, se da por hecho que los republicanos mantendrán
su mayoría en la Cámara de Representantes.
Aunque
no se sea candidato, Obama se juega mucho en las elecciones de noviembre, como
les ha ocurrido a sus antecesores en la fase final de la presidencia. Que no
haya opción de reelección a la vista no disminuye la importancia del desafío
electoral. Todo lo contrario. Este periodo final de un presidente es crítico
para definir lo que en el lenguaje político norteamericano se conoce como el
“legado”.
SOMBRAS
SOBRE EL LEGADO
Obama vive
horas difíciles. O muy difíciles. Lo han sido casi todas, desde que accedió al
puesto de poder más importante del mundo. Con excepción de los primeros meses
–de gracia, o de inercia del entusiasmo o las esperanzas que despertó-, el
primer afro-americano que llega al Despacho Oval ha sufrido un desgaste sin
contemplaciones de sus rivales políticos, de sus propios colaboradores
desengañados o simplemente descontentos por el papel al que se sentían
relegados por su jefe, o por los grandes intereses corporativos (económicos,
militares o burocráticos) que lo han percibido como un dirigente al que se
podía hacer jugar en un terreno hostil a las ideas que afirmaba defender.
Lo
peor para Obama es que muchos dirigentes de la élite demócrata huyen de él como
valor a la baja o quemado. El presidente no genera confianza entre amplios
sectores de la población. La tarea de sus rivales ha hecho mella en la
credibilidad que pueda conservar entre la clase media, todavía mayoritaria.
Curiosamente, los candidatos cortejan más a su mujer, Michelle, muy popular, que
a él mismo.
Las
perspectivas demócratas son especialmente negativas en estados como Arkansas,
Carolina del Norte, Montana, Dakota del Sur, Virginia Occidental, Luisiana y
Alaska. En algún otro, como Kansas, ni siquiera habrá candidato demócrata,
porque el llamado a serlo desistió ante la emergencia de un empresario local que
le disputará el sillón al republicano saliente.
LA
DECEPCIÓN DE LOS HISPANOS
Entre los
demócratas, se teme especialmente, el desencanto de la población latina, que
tanta importancia tuvo en la elección de Obama, y aún más en su reelección: en
2012, el presidente obtuvo 3 de cada 4 votos hispanos.
Dos años
después, en este electorado se percibe una decepción notable por el fracaso de
la reforma migratoria. Los responsables son fundamentalmente los republicanos. Hicieron
valer su mayoría en la Cámara Baja para bloquear la ley pactada en el Senado,
que otorgaba derecho de ciudadanía a los 11 millones de inmigrantes, utilizando
como excusa que se abría la puerta a la “amnistía” a los "ilegales".
No obstante,
el propio Obama se ha mostrado tibio o indeciso en la defensa de sus
planteamientos, cuando no directamente miedoso; de hecho, se replegó después de
haber proclamado que estaba dispuesto a una lucha tenaz para doblar el brazo de
los republicanos más reticentes con la regularización migratoria.
VIENTOS
MODERADOS REPUBLICANOS
Otro elemento
que concurre en la tendencia negativa para los demócratas es el realineamiento
de la oposición en torno a un discurso menos extremista. En 2010, en las
primeras elecciones de “medio mandato” de Obama, el auge del Tea Party había conseguido quemar y
eliminar a muchos candidatos republicanos en las primarias internas del
partido, privando al Great Old Party de
conquistar el voto moderado de las clases medias. De ello se aprovecharon los
candidatos demócratas el Congreso.
Ahora,
tras sucesivos fracasos, el atractivo ultraconservador del Tea Party se ha debilitado notablemente, lo que ha generado
iniciativas políticas más templadas en el Partido Republicano, algunas con
perspectivas razonables de abrirse camino en el corazón de los votantes
tradicionales. Una de las más significativas es la promovida por Eric Cantor,
anterior líder de los republicanos en la Cámara de Representante, que perdió su
asiento por la vehemente campaña en contra protagonizada por aquel grupo
extremista.
La
corriente reformista no llega madura a estas elecciones de noviembre, pero su
crecimiento es un síntoma del agotamiento de las formulas radicales en la
derecha de Estados Unidos. En otro momento nos ocuparemos de analizar estas
propuestas programáticas, que no cuestionan la tendencia conservadora en lo
social y liberal en lo económico, pero abandonan un lenguaje estrictamente
combativo y superan ciertos dogmas de los ochenta (2).
EL
DECISIVO VOTO AFROAMERICANO
Entre tanto
augurio negativo, el factor más decisivo para que los demócratas puedan
mantener el control del Senado y, en consecuencia, favorecer un remate positivo
al mandato de Obama y a su legado presidencial reside en los afroamericanos. En
pocas ocasiones como en ésta el voto negro puede decidir unas elecciones.
Un
informe confidencial de un estratega electoral (‘pollster’) que no se le cae al Presidente de las manos (2) indicaría
que el incremento de la afluencia a las urnas de los afroamericanos puede
significar el triunfo en algunos de los estados antes mencionados (Arkansas,
Carolina del Norte o Luisiana), tener gran influencia en Kentucky y Georgia y
resultar de mucha ayuda en otros muchos. La presidenta del caucus
afro-americano, Marcia L. Fudge, afirma que “sin el voto negro y mulato, los
demócratas no podremos ganar”.
Sorprendentemente,
muchos candidatos demócratas o no conocen estos datos, o no los comparten, o
consideran que no son concluyentes, y no están trabajando con el esfuerzo y la
paciencia que merece este voto negro. Igual que ocurrió con los latinos, el
apoyo electoral afroamericano hizo posible, decisivamente, la continuidad de
Obama en la Casa Blanca. Y en el caso de esta población, contrariamente a lo
que ocurre con los latinos, el desgaste del Presidente ha sido menor y su
capacidad de convocar “a los suyos” a las urnas permanece, si no intacta, al
menos razonablemente alta.
Los estrategas
que comparten este análisis consideran que aún hay tiempo para evitar una
catástrofe demócrata en noviembre y una pesadilla más para el Obama.
(1) “The Right Stuff. The Reformers Trying to Remake the Republican Party”. BYRON YORK. FOREIGN AFFAIRS, September/October 2014
(2) “Black
Vote is seen as last hope for Democrats to Hold Senate”. SHERYL GAY STOLBERG. NEW YORK TIMES, Oct.18, 2014