TURQUÍA: TURBULENCIAS EN EL PUENTE

29 DE OCTUBRE DE 2009

Es lugar común en el análisis geoestratégico considerar a Turquía como puente entre Oriente y Occidente. A la clase política tradicional esa figura les ha resultado siempre atractiva, aunque para los kemalistas militares, auténticos dueños de las orientaciones estratégicas del país, el compromiso férreo con Occidente ha sido innegociable.
Las cosas están cambiando, sin embargo. La guerra contra Irak, en 2003, puso en evidencia el largo proceso de erosión de la posición turca. El triunfo de los islámicos en dos oleadas –una más radical, abortada por el ejército, y otra moderada, que parece consolidarse- ha profundizado esa revisión. El debate se centra en si el cambio es de estilo o de sustancia.
Consciente de su importancia para los intereses occidentales, Obama visitó Turquía en abril y evocó la manida fórmula del puente, citando expresamente los esfuerzos de la diplomacia turca en el conflicto árabe-israelí y en el anclaje de Rusia en un sistema internacional de convivencia. Otros actores no se muestran tan comprensivos como Obama.
OTRA MIRADA A ORIENTE
Israel ha mimado las relaciones con Ankara, desde el pacto de cooperación militar suscrito en 1996. Con el triunfo del AKP, esta relación se mantuvo, a pesar del islamismo suavizado de su líder, el actual primer ministro Erdogan. Pero las cosas se complicaron con la intervención militar israelí en Gaza, a finales del año pasado. Algunos medios turcos hablaron claramente de “brutalidad israelí” y el gobierno no disimuló su malestar. En enero, durante el encuentro suizo de Davos, Erdogan chocó con el presidente israelí, Shimon Peres, a quien reprochó ásperamente la conducta del Tsahal y el maltrato de la población civil palestina. A partir de aquí, todo se torció. El último desencuentro fue negativa de Ankara a participar en las maniobras militares de este año, para no coincidir con los “aviones que sobrevuelan Gaza” (Erdogan dixit). El ministro de Exteriores suspendió su visita oficial a Israel al no permitírsele visitar la franja. El puesto diplomático turco en Tel Aviv lleva meses sin cubrir.
Los líderes turcos aseguran que no quieren romper la alianza con Israel, pero tampoco “permanecer en silencio” ante “errores” de su vecino. El jefe del Estado, Abdhullah Gull, (exministro de exteriores y sustituto de Erdogan durante la suspensión temporal de éste en sus funciones de jefe de gobierno por decisión judicial) irritó a los dirigentes israelíes al comentar que “Turquía no estado jamás del lado de los perseguidores, sino que ha defendido siempre a los oprimidos”. No hizo falta más para que se anunciara en Israel el boicot a los productos turcos. En la sociedad civil, la hostilidad hacia Israel es perceptiblemente creciente. Una serie de la televisión estatal turca sobre la tragedia de Gaza presentaba una pésima imagen de los militares israelíes. Más de la mitad de los turcos se confiesan incómodos por la vecindad judía.
En contraste, la diplomacia turca ha estrechado relaciones con Siria. Las visas han sido eliminadas. Hace unos días, se ha celebrado un Consejo de Ministros común en Alepo, donde se anunció la próxima celebración de maniobras militares conjuntas, lo que ha agudizado la desconfianza israelí y provocado cierta perplejidad occidental.

LA ALARMA IRANÍ
Pero lo que realmente ha hecho encender las alarmas en Israel y en Occidente ha sido el acercamiento de los neoislamistas turcos a los ayatollahs iraníes, precisamente en este momento de cerco internacional a la República islámica por sus ambiciones nucleares.
Erdogan acaba de visitar Irán, donde ha sido recibido como un “amigo”. Más que eso, como un socio que puede acabar siendo estratégico. En una entrevista reciente con THE GUARDIAN, el primer ministro turco defiende apasionadamente las relaciones con Teherán, califica de “rumores” los proyectos de armamento nuclear iraní, considera “irracionales” las posibles sanciones y tacha de “locura” que se este barajando la posibilidad de ataques militares contra las instalaciones iraníes de producción atómica.
El acercamiento entre Irán y Turquía es paulatino. Sus intercambios comerciales, todavía débiles, han alcanzado ya los 8 mil millones de euros, pero se espera que aumenten un 50% en los próximos dos años, según LE MONDE. Irán es el segundo suministrador de gas de Turquía. Durante la visita de Erdogan, se han revisado importantes proyectos de cooperación. La frontera entre ambos países se presenta como un espacio de encuentro, no de separación: construcción de un gasoducto de casi 2.000 kilómetros, creación de una zona franca comercial y persecución concertada de los guerrilleros kurdos del PKK.
REEQUILIBRIOS EUROPEOS
Tan importante o más que la apertura al Este resulta el descubrimiento de las oportunidades de relación con Rusia. Rivales durante la guerra fría, Moscú y Ankara encuentran cada vez más terreno de entendimiento. Rusia está por muy delante de Irán en la provisión de gas natural a Turquía, ya que le proporciona las dos terceras partes del que compra fuera. En contrapartida, las inversiones turcas en Rusia se han incrementado notablemente. A largo plazo, la visión turca es transparente: convertirse en la puerta de acceso del gas ruso a Europa.
En el espacio sumamente volátil del Cáucaso, donde antes se libraba la hostilidad rusa turca, se construye ahora un espacio de cooperación. Rusia ha facilitado el acuerdo histórico entre Armenia (su aliado cristiano en la zona) y Turquía, impensable siquiera hace poco años. El reconocimiento del genocidio armenio practicado por los moribundos otomanos (1915-1918) y el protocolo para entablar relaciones diplomáticas es uno de los acontecimientos internacionales más trascendentes del año. La iniciativa es muy rentable porque permite a Ankara demostrar que no actúa en el exterior por criterios religiosos o culturales estrechos, sino por una sincera voluntad de reconciliación con todos sus vecinos.
En reciprocidad, Turquía ha presionado a Azerbaiyán (su protegido islámico), para que no dificulte las ambiciones rusas de controlar las reservas de gas locales. Por añadidura, Rusia cuenta con que Turquía contribuya a debilitar el apoyo occidental a Georgia.
Occidente percibe turbulencias en el puente. Del lado oriental, se consolidan los pilares, mientras por este lado se amplían las grietas. El mayor disgusto turco es con Europa. La ilusión de formar parte con pleno derecho en la UE se ha tornado en desencanto. Dos de cada tres turcos piensan que nunca serán admitidos y la mitad ni siquiera lo desea ya. El rechazo expreso de Sarkozy y la frialdad de Merkel han dañado la percepción de Europa, incluso en los círculos más pacientes y favorables como el empresariado. Son cada vez más los turcos que creen que las objeciones reales no tienen nada que ver con el respeto de los derechos humanos y la situación de Chipre, sino con su condición de musulmanes. La Alianza de Civilizaciones de Zapatero apenas ha podido compensar este desánimo.
Desde Estados Unidos, esta recomposición de las alianzas de Turquía se ve también con preocupación. Los sucesivos presidentes norteamericanos se han ofrecido a defender la causa turca en Bruselas, pero el intento ha sido poco sincero o poco eficaz. Este desencuentro en el sur de Europa inquieta muy relativamente a Estados Unidos, contrariamente a sus amistades iraníes o rusas. Pero en Washington se es consciente de que la pertenencia a la UE anclaría a Turquía en este lado de orilla. Hoy en día, sólo uno de cada tres turcos considera imprescindible la vinculación con la Alianza occidental
DESMENTIDO TURCO
Los dirigentes turcos desmienten un cambio de orientación de su diplomacia y confirman su fidelidad hacia Occidente y su candidatura a la UE. La doctrina exterior turca está inspirada en los conceptos de “profundidad estratégica” (los intereses nacionales, primero) y “problema cero” con sus vecinos (o sea, diversidad de alianzas). El hombre que dirige la política exterior turca es Ahmet Davutoglu, uno de los principales ideólogos del AKP. En los últimos meses ha presentado con elocuencia los ajustes diplomáticos. Para que un puente sea estable, es preciso asegurar sus dos extremos. Muy cierto. O si se nos pide que facilitemos el diálogo con el mundo islámico a espaldas de Occidente, necesitamos afianzar su confianza. Impecable. Lo que puede resultar menos fácil a los neoislámicos turcos es sortear la dinámica de las líneas rojas. Que se dibujan no tanto en las cancillerías occidentales, cuanto en los cuarteles propios. Los militares turcos siempre han tutelado la democracia turca con la excusa de la preservación de la laicidad kemaliana. Es seguro que ahora tratarán de impedir a toda costa que se alteren los equilibrios en el puente.

GUION AFGANO PARA ANTES DEL INVIERNO

22 de octubre de 2009

El embrollo electoral en Afganistán se ha resuelto sin demasiados miramientos con las formas. Como corresponde a un estado de guerra. Y a la descomposición política reinante. La llamada Comisión Electoral Independiente no parece haber sido ni Comisión ni independiente; ni siquiera electoral: lo que ha habido en Afganistán ha sido un simulacro de sufragio para ratificar a un gobierno del que se ignora su apoyo real. Un equipo de investigadores de la ONU ha tenido que cocinar in extremis una fórmula tragable.
Habrá segunda vuelta el 7 de noviembre. Obama tendrá entonces un gobierno “legitimado” y un argumento para enviar más tropas. O para no hacerlo. Todo aparente y ficticio. Como la propia realidad política del país.
El conjunto de actuaciones que ha concluido en la convocatoria de la segunda vuelta refleja muy bien lo difícil que resulta confiar en una mínima institucionalidad. Karzai se ha visto literalmente obligado a aceptar que los resultados no le permitian confirmarse como presidente aún, en primera vuelta. Distintos responsables norteamericanos, políticos y militares, han ejercido una presión sin disimulos sobre el desprestigiado presidente afgano para que cejara en su obstinación de pretender haber ganado ya la reelección. El espectáculo de estos últimos días no ha sido edificante y alimenta los argumentos de quienes combaten, con o sin armas, al régimen. Los resultados finales oficiales del simulacro electoral del 20 de agosto atribuyen a Karzai el 49,7%. Una cifra envuelta en sospecha de pacto: lo justo para evitar la proclamación automática, que hubiera sido sonrojante; lo necesario para que el actual presidente se presente como reivindicado a falta del empujoncito final.
Obama estaba impaciente por resolver la chapuza electoral, porque mientras se mantuviera la incertidumbre sobre el proceso supuestamente democrático, resultaba imposible decidir el incremento del esfuerzo militar. El Presidente norteamericano utilizó precisamente esta carta para doblegar la resistencia de Karzai: si no hay segunda vuelta, no hay más soldados; si no hay más soldados, vuestra suerte estará echada. Este es el mensaje que –según narra el NEW YORK TIMES- el jefe del Pentágono Gates y el Consejero de Seguridad Jones le espetaron por teléfono al ministro de Defensa afgano. Más conciliador, el senador Kerry, presidente de la Comisión de Exteriores y reconocible aliado de Obama en el Senado, le susurró lo mismo al oído al propio Karzai, cuando en Washington se apercibieron de que las advertencias de Hillary Clinton no habían logrado doblegar al incómodo protegido. El premier Brown también actuó de telonero en este entremés de la tragedia afgana.
LOS RIESGOS QUE KARZAI QUISO EVITAR
La segunda vuelta se ha fijado para primeros de noviembre, por mandato constitucional. Pero se trata de un margen muy estrecho teniendo en cuenta lo trabajoso que es organizar unas elecciones en ese país. Una demora mayor podría haberse justificado, como cualquier otra irregularidad en este proceso, pero no había tiempo: el crudísimo invierno afgano arruinaría definitivamente cualquier tentativa electoral. En estas tres semanas –resume el CHRISTIAN SCIENCE MONITOR- hay que arbitrar fondos para otros funcionarios electorales menos sospechosos, financiar la intendencia y movilizar a observadores y protectores. Todo menos sencillo.
Karzai se resistía a la segunda vuelta porque teme que se le complique la victoria. En primer lugar, por la reacción negativa de su propia base social. Algunos analistas que conocen con cierto rigor el terreno aseguran que el presidente había dado garantías a numerosos jefes tribales pastunes de que este trámite iba a resolverse con el simulacro de agosto. Muchos se arriesgaron a arrastrar a sus subordinados a las urnas, asumiendo los riesgos de represalia de los talibanes. Incidir en el riesgo de nuevo podría ser temerario, y muchos jefes locales lo van a meditar cuidadosamente.
El segundo temor de Karzai es que su contrincante, el locuaz exministro de Exteriores, Abdullah Abdullah, con un 28% oficial de los votos en primera vuelta, en su condición de tayiko, sea capaz de concentrar el voto de las etnias minoritarias, las no pastunes, y superarle en la segunda vuelta. El establishment pastún que apoya a Karzai sospecha que Washington considera golosamente esta opción, de ahí que la contemple como un “complot anglosajón”, como ha detectado LE MONDE.
EL DILEMA DE OBAMA
La preocupación pastún seguramente es exagerada. Obama no es Bush: Karzai no le importa nada. Su hombre en la zona, Holbrooke, lo desprecia y Clinton considera que ha edificado un “narcoestado”. Pero Obama teme que propiciar un presidente no pastún sería como inyectar energía devastadora a los talibanes, pastunes irredentos.
Conscientes de que no les conviene dejar caer a Karzai, aunque no conserven hacia él simpatía ni respeto, los asesores de Obama han intentado discretamente ensayar el gobierno de coalición o unidad nacional. Son fórmulas de consumo corriente en Occidente, pero virtualmente inaplicables en el entorno afgano. Abdullah se deja querer, pero Karzai se resiste. Veremos si aguanta.
Por si finalmente no hay pacto y es preciso llegar a las elecciones, los soldados de la ISAF tienen que centrarse desde ya en reconstruir el cordón protector. La preocupación se centrará en la seguridad, en que no haya mucha sangre, más que en la limpieza del proceso. Los resultados probablemente se pactarán de una u otra manera.
En paralelo, el vecino gobierno de Pakistán tendrá que reducir o devolver a los agujeros a los talibanes del Waziristán fronterizo antes de que en las zonas más altas asomen las nieves. El ejército paquistaní cumple la misión con el recelo y malestar acostumbrados y con la confianza de que la operación no tenga consecuencias mayores. Los humillantes atentados recientes parecen provocaciones destinadas a forzar al máximo las contradicciones en la institución armada, precisamente en un momento en que la cúspide militar le había puesto las peras al cuarto al propio Presidente, el cada día más desamparado viudo de Benazir.
Obama se ha encerrado en este callejón oscuro llamado af-pak, sin tener nadie fiable en quien apoyarse. Sólo un milagro podría abrirle una salida: dar con Bin Laden, vivo o muerto, en algún lugar de ese avispero, antes del Día de Acción de Gracias. Luego, el invierno apagará los fusiles y aplacará los ánimos. Hasta la primavera, claro, que promete ser la más salvaje desde 2001.

LA BATALLA DE HONDURAS SE LIBRA EN WASHINGTON

15 de Octubre de 2009

La crisis política provocada por el golpe de Estado en Honduras no termina de resolverse. Las gestiones diplomáticas no han conseguido hacer entender a los golpistas que su iniciativa no puede tener futuro. La intransigencia de los golpistas explica sólo en parte que aún no se haya restaurado la legalidad constitucional.
Esta semana se anunciaba un posible desbloqueo, después de las conversaciones mantenidas por delegados de la Organización de Estados Américanos (OEA) con representantes del presidente legal, Manuel Zelaya, y del líder de los golpistas, Roberto Micheletti. Pero, como ha ocurrido anteriormente, enseguida llegó el desmentido.
La clave del acuerdo manejado en las últimas horas consistía en que Zelaya aceptaba la celebración de las elecciones presidenciales del 29 de noviembre, si antes era restituido en el cargo que constitucionalmente debería seguir ocupando.
Micheletti sostiene que tal solución tiene implicaciones legales y, por tanto, correspondería a la Corte Suprema autorizarla. El argumento es puramente dilatorio, porque la legalidad la hizo trizas la propia Corte Suprema dando soporte al golpe. En realidad, llegados a este punto, cualquier salida de la crisis es política. Las invocaciones a las formas jurídicas resultan de muy escasa credibilidad.
La prolongación de la crisis solo puede explicarse por la tibieza de Estados Unidos. La administración Obama ha condenado el golpe y ha adoptado ciertas sanciones –tímidas- contra el régimen de facto. Pero no se ha atrevido a presionar de forma decisiva a las nuevas autoridades, como ya denunciamos en su día. La impresión es que la Casa Blanca está ocupada en otros asuntos internacionales a los que concede prioridad y tampoco está convencida de desear, de verdad, la restitución de Zelaya.
Recientemente, se ha conocido que Micheletti y sus secuaces se han gastado casi medio millón de dólares en contratar servicios de influencia (lobbies) y poderosos caballeros norteamericanos con inquietantes credenciales (Otto Reich, Roger Noriega o Daniel Frisk). A través de ellos, han conseguido que una decena de congresistas norteamericanos respalden directamente al régimen golpista y obstaculicen ciertas decisiones sobre política latinoamericana de la administración Obama. En la operación de marketing de Micheletti y los suyos están contratadas algunas firmas como Cormac Group, muy cercanas al Senado McCain (si, el último candidato republicano), pero también a la Secretaria de Estado Clinton.
Recordemos algunos datos biográficos de los promotores del régimen de Micheletti. Otto Reich, un fijo en los gabinetes de Reagan y Bush hijo, fue una figura clave en el escándalo Iran-Contras y uno de los grandes ideólogos de la presión contra Cuba y la combatividad contra las opciones progresistas en América Latina. Roger Noriega fue uno de los ayudantes en la redacción de la Ley Helms-Burton (que reforzó el bloqueo contra Cuba en los noventa y sancionaba a las empresas extranjeras que se resistieran a aceptarla) y trabajó también como lobista de una poderosa empresa hondureña. Daniel Fisk era el segundo funcionario en la sección del Departamento de Estado de Bush encargado de América Latina y fue asesor político del senador por Florida, Mel Martínez, uno de los principales apoyos de los anticastristas cubanos afincados en Miami. Estos tres veteranos militantes anticomunistas de la guerra fría han sido los encargados, en una u otra forma, de reunir a destacados miembros del Senado y de la Cámara de Representantes para que presionen a la administración Obama. Y no sólo con argumentos. Dos nombramientos, uno de ellos el de embajador en Brasil, está congelado por un arsenal de iniciativas obstaculizadoras en el legislativo.
Reich ha dicho públicamente que el golpe de Estado en Honduras se considerará en el futuro como un freno al “intento de Chávez por minar la democracia en América Latina”. Fisk y Noriega han declarado públicamente su satisfacción por el interés que los senadores han puesto en hacer ver a su gobierno que se equivocó al presionar a los golpistas.
Mientras tanto, Amnistía Internacional ha denunciado el incremento de la agresiones policiales, las detenciones masivas de manifestantes y la intimidación de los abogados de derechos humanos” desde el regreso del Presidente Zelaya a Honduras, el 21 de septiembre. El Comité de Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Honduras (COFADEH) ha denunciado torturas, y malos tratos cometidos por veteranos del Batallon 316, uno de los escuadrones de la muerte de los años ochenta con peor reputación, que Micheletti ha reflotado.

Micheletti ha intentado desacreditar las denuncias. Pero, por su naturaleza locuaz, se traiciona a sí mismo. En declaraciones a un reportero del diario argentino CLARIN, afirmó que “sacamos a Zelaya porque se fue a la izquierda y puso a comunistas”. Añade también, claro, que el Presidente derrocado se entregó a la corrupción, “robó 700 millones de lempiras (divisa local) y “sacó en carretilla del Banco Central fondos para su reforma constitucional”.

Lo cierto es que Micheletti resiste porque sabe que puede contar con ciertas complicidades en Washington y que el resto de gobiernos e instituciones internacionales participantes en las negociaciones no son decisivos. Pero sus apoyos se debilitan, porque la crisis dura demasiado y las encuestas reflejan malestar con los golpistas. Uno de los líderes empresariales ha propuesto convertir a Micheletti en senador vitalicio (como a Pinochet) y restituir a Zelaya temporalmente y con poderes restringidos. Una chapuza política para salir del enredo.

THE NEW YORK TIMES sigue sosteniendo que “Zelaya tiene que ser restituido en el cargo ya, si se quiere que el gobierno que salga de las elecciones de noviembre obtenga reconocimiento internacional”. Los medios progresistas insisten en la tibieza de la Casa Blanca. Chris Sabatini, el editor de AMERICA’S QUARTERLY, afirma que “ha habido un vacío de liderazgo en la administración Obama, que han llenado los que respaldan a Micheletti, con fuerza relativa pero suficiente para mantener como rehén a la política del gobierno”.

El presidente de Costa Rica, Óscar Arias, empeñado en una solución más o menos salomónica, ha terminado reconociendo que la Constitución de Honduras “es una de las peores del mundo y una invitación al golpismo”. Micheletti ha puesto a las élites de Honduras en una situación sin salida, provocando una situación paradójica. Lo subraya también el analista Greg Grandin en THE NATION: “el asunto que sirvió de chispa para la crisis –el intento de Zelaya de promover una asamblea constituyente para reformar la notoriamente antidemocrática carta hondureña- puede ser la única vía para resolverla”.

Las maniobras políticas del depuesto presidente pueden ser criticables en muchos aspectos y sus cambios de humor político justifican cierta desconfianza, pero eso es ahora secundario. El golpe ha fracasado por la movilización popular, más que por las presiones diplomáticas o por el apoyo de Chávez a Zelaya. Pero no está claro que eso lo entiendan en los pasillos de la Casa Blanca.

UN NOBEL DEMASIADO MEDIÁTICO

9 de octubre de 2009
No creo ser muy original en este comentario. Ante la concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, me siento como millones de personas atentas a la realidad internacional: perplejo y confundido.
El Comité Nobel arrastra una serie de decisiones polémicas, en más de un siglo de existencia. Puede admitirse que la valoración de una acción política, diplomática o humanitaria dedicado a fortalecer la paz sea, inevitablemente, objeto de discusión y no concite un acuerdo general. En algunos casos, la distinción ha sido especialmente discutible y ha provocado incomodidad indisimulable en numerosos colectivos. No podemos olvidar que en la nómina de premiados del Comité figuran personajes tan controvertidos como Henry Kissinger, Isaac Rabin, Menahem Begin, Anwar El Sadat o Yasser Arafat.
En el caso de Kissinger, el argumento en el que se fundamentó su distinción fue su contribución a los acuerdos de paz entre Estados Unidos y Vietnam, tras unas interminables negociaciones con su contraparte Le Duc Tho. Es discutible que firmar la paz signifique trabajar por ella, cuando lo que en realidad hizo Kissinger fue constatar la derrota norteamericana en una guerra que él no inicio, pero si contribuyó a mantener y prolongar. Por no hablar de su infame papel los golpes militares latinoamericanos de los setenta, que produjeron muerte y sufrimiento a raudales.
Rabin, Begin, y Arafat representaban a dos pueblos irreconciliables. Su papel es asimétrico. Rabin y Begin fueron –sin entrar en detalles- dirigentes destacados de un Estado que ha hecho una larga travesía de la esperanza a la agresión. Arafat era el símbolo de un pueblo despojado de su territorio y sus derechos que acudió a la violencia para recobrarlos.
Lo que hace poco creíble la decisión de este año en Oslo no son las credenciales de Obama, sino la ausencia de ellas. Dice el Comité que se le otorga el premio “por sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”.
Me apresuro a reconocer la esperanza de mejora en el panorama internacional que Obama ha creado. Sus propuestas le hacen merecedor de comprensión, apoyo y colaboración. Pero es demasiado pronto para los reconocimientos. La política exterior de Obama es tan prometedora como incierta. En Afganistán, se mueve entre la tentación de reforzar la militarización del conflicto o de hacerlo simplemente más gestionable. En Oriente Medio ha cambiado el tono con el discurso de El Cairo, que ha sembrado reconciliación con el mundo árabe, pero no ha conseguido que las partes avance ni siquiera más allá del territorio de la frustración. Con respecto al desarme nuclear, no ha prometido algo muy original con respecto a otros presidentes norteamericanos anteriores. Y sería un error de bulto magnificar su decisión sobre el escudo antimisiles, porque lejos de eliminarlo como algunos suponen, lo que ha hecho es modificarlo. En América Latina, se ha movido con cautela poco conmovedora (Cuba) con una ambigüedad sospechosa (Honduras). Del resto de conflictos en África o Asia, ha tenido tiempo de ocuparse poco o nada, más allá de palabras dulces.
Hay dos “explicaciones” para la decisión del Comité Nobel. La primera es que sus miembros no hayan sabido encontrar otro candidato mejor. Desde luego, el panorama internacional no ofrece grandes candidatos; pero no menos este año que en muchos de los anteriores. Y algunos nombres que han circulado como favoritos, sin ser de gran conocimiento público, acreditan más méritos. O también cabía la posibilidad de dejarlo desierto, como ya ha ocurrido varios años.
La otra explicación es que los provectos miembros del Comité se hayan dejado arrastrar por la “obamamanía” más allá de lo razonable. Es bien sabido que la política ha sido engullida por el arte de la seducción y que los líderes mediáticos ofician de sacerdotes de la ceremonia. Pero, si ésa fuera una de las razones, la concesión del premio debería aumentar nuestra preocupación. Cabe una última razón. Que los “hombres buenos” del Nobel hayan querido ayudar a Obama, apoyarle para convertir en realidad las promesas, en hechos las palabras. Si es así, lo comprendemos. Pero nos cuenta sacudirnos la incredulidad.

CACOFONÍA EUROPEA

8 de octubre de 2009

Irlanda ha cambiado de posición y ha aceptado ahora el Tratado de Lisboa. Casi todo el mundo se felicita, pero las abruptas dificultades en la gestión de la crisis económica han puesto sordina monumental a esta victoria europeísta conseguida con fórceps.
Los irlandeses han dicho si con más susto que entusiasmo. La crisis les ha destruido las certidumbres sobre su modelo económico y social. Ese espíritu anglosajón y neoliberal, a base de desregulación industrial y financiera, liberalización muy amplia del mercado laboral y baja presión fiscal para atraer inversión extranjera, funcionó durante unos años. Pero la crisis se lo ha llevado por delante. Irlanda sufre el descenso más fuerte del PIB en los últimos meses y el mayor incremento del desempleo en la Unión. Irlanda, en cuyo despegue y desarrollo tanto peso tuvieron las ayudas europeas, llegó a creerse que el crecimiento pasaba por alejarse del modelo social europeo. El desencanto ha favorecido este regreso forzado al redil común.
La ratificación del Tratado de Lisboa en el referéndum de Irlanda causó cierta euforia impostada en Bruselas y una desfallecida satisfacción en las capitales europeas que reman a favor del proyecto. Es evidente que otro No irlandés se hubiera llevado por delante años de esfuerzos y dificultosas negociaciones. Pero las encuestas ya predecían el triunfo del voto afirmativo, por efecto del desencanto y el deseo de protección comunitaria.
Obviamente, la ciclotimia europea habitual está mitigada y regulada por la difícil gestión de la crisis, que opera contra pulsiones demasiado optimistas. Aunque las previsiones apunten hacia la recuperación en los próximos meses, lo cierto es que la desconfianza se mantiene. Los gobiernos y los agentes sociales permanecen en guardia ante un un frenazo brusco, sin descartar incluso el empeoramiento.
En este contexto socio-económico de incertidumbre, el avance institucional europeísta se antoja arduo, pero sobre todo muy ajeno a las preocupaciones de los ciudadanos. Las tres sombras políticas que pesan sobre el despliegue del Tratado de Lisboa tienen un peso menor que los riesgos de involución económica, pero no son desdeñables.
EL SIMULACRO CHECO
La más inmediata se proyecta desde el castillo de Praga, sede oficial de la Jefatura del Estado. Adquiere tono intemperante y parece propio de otros tiempos en los que la vehemencia en torno al proyecto europeo ganaba la partida a la metodología más burocrática ahora imperante. El “thatcherismo” del presidente checo, Vaclav Klaus, convicto y confeso, tiene aires de melodrama político. Recuerda un poco al filibusterismo, esa cultura de maniobras legislativas destinadas a bloquear la aprobación de normas legales en el Congreso de los Estados Unidos. Que Klaus haya instruido a una treintena de senadores afectos para que el Tribunal Constitucional se pronuncie sobre la perturbación que el Tratado de Lisboa puede ocasionar en el ordenamiento jurídico checo resulta de una zafiedad política casi pueril.
Según leemos en el diario checo diario HOSPODARSKE NOVINY (NOTICIAS ECONÓMICAS), a Klaus y sus legiones euroescépticas (numerosas, aunque de combatividad variable, la mayoría menos aguerridas que el presidente), les preocupan, sobre todo, tres elementos del Tratado: la posibilidad de que los gobiernos puedan decidir nuevos dominios por mayoría simple (la famosa “cláusula pasarela” del artículo 48), la Carta de Derechos fundamentales (que abre la puerta a nuevos derechos sociales) y la política exterior común (que desprotege a los checos y otros centroeuropeos de un acercamiento europeo a Moscú).
Klaus es consciente de que no podrá abortar el Tratado y trata sólo de retrasar su firma para llamar la atención. Sobre todo después de que su colega polaco haya bajado los brazos ante la indisimulable presión procedente del Oeste.
EL OBSTÁCULO BRITÁNICO
La otra sombra es el previsible cambio de guardia política en Londres. El líder tory, David Cameron, está atrapado en la promesa del referéndum. El euroescepticismo británico tiene más capacidad de destrucción. No se trata de un fundamentalismo ideológico neoliberal. Eso se ha diluido en gran parte. El peligro reside en la imposibilidad del matrimonio entre las culturas política europea y británica. Los dirigentes políticos de Londres pueden hacer tragar exigencias propias de una pareja de hecho, pero cada vez que se quiere oficializar el vínculo, crujen las costuras. Durante el Congreso anual conservador, los euroescépticos han exigido que se celebre el referéndum, aunque el Tratado de Lisboa haya entrado en vigor. Cameron mantiene la ambigüedad sobre este punto, pero se declara contrario al Tratado y no parece dispuesto a asumir el desgaste que supondría resistir las presiones eurofóbicas.
LAS FALSAS ILUSIONES
Con un cierto aire de revancha, los tories tampoco están dispuestos a que Tony Blair se convierta en Presidente permanente de la Unión. Es una norma no escrita que sin el apoyo del país al que pertenece, un candidato tiene pocas posibilidades de ser designado para el cargo propuesto. Blair despierta recelos de sobra conocidos. Sometió su compromiso europeísta al mismo maltrato que sus convicciones laboristas. Pero las alternativas resultan poco atractivas. Sólo Felipe González iguala –más bien supera- la estatura de Blair. Pero con un portugués al frente de la Comisión, resulta casi imposible esa “iberización” completa del Ejecutivo. Si la elección recae en el holandés Balkenende, significará que la apuesta europea será endeble y la talla política del Presidente estable estará muy lejos de ese “George Washington europeo” que anhelaba Giscard durante la Convención que diseñó la malograda Constitución.
La tercera sombra es la debilidad del liderazgo político. El eje franco-alemán, que algunos quieren ver en fase de sólida reconstrucción, debe todavía demostrar su vitalidad. El gobierno de Gran Coalición podría tener muchos defectos en Alemania (y resultar una losa para la socialdemocracia), pero anclaba y reforzaba el compromiso europeo mucho más que esta alianza escorada a la derecha que ahora se está construyendo. Sobre Gran Bretaña ya se han dado pistas. De Italia, sólo llega descrédito y vacío. En Centroeuropa, reina la desconfianza y el desconcierto. Los nórdicos aportan sensatez, pero también frialdad. Y en el sur, donde se camina a contracorriente política, la brutalidad de la crisis ha apagado los bríos europeístas.
Las divergencias europeas en Pittsburgh han sido apreciables, produciendo un cierto efecto de cacofonía en los analistas más atentos. En las próximas los nombramientos acapararán la atención principal. Pero no habrá que hacerse ilusiones sobre la solidez de las convicciones y la profundidad de las decisiones para enderezar el rumbo de Europa.

IRÁN: LOS LÍMITES DEL ENDURECIMIENTO

01 de Octubre de 2009

Las negociaciones con Irán sobre la transparencia de su programa nuclear se reanudan en un clima de cierto dramatismo alentado por el “descubrimiento” occidental de la construcción de una nueva instalación de enriquecimiento de uranio en las proximidades de Qom, una de las ciudades emblemáticas del chiismo iraní.
Distintos líderes occidentales se apresuraron a denunciar el “último engaño” iraní, como una prueba más de que había llegado el momento de dar una especie de ultimátum a Teherán: o admite las inspecciones de todas sus instalaciones nucleares por parte de los organismos internacionales acreditados, o deberá afrontar sanciones internacionales.
Los iraníes niegan el engaño y desprecian las advertencias. En el diario KAYHAN, absolutamente afín al régimen, se asegura que “lo que los Occidentales consideran como resultado de sus investigaciones, no son más que hipótesis” basadas en información aportada por Irán, y resalta que el pasado 21 de septiembre, antes del anuncio en Pittsburgh, las autoridades nucleares iraníes habían informado por carta a la Agencia Internacional de la Energía Atómica de la existencia de la planta de Qom. El gobierno de Irán habría querido con ello “facilitar las negociaciones” de Ginebra.
Esta versión iraní de los últimos acontecimientos es ignorada en las cancillerías occidentales, que han recuperado la estrategia de la presión. Hay varios factores que explican el endurecimiento occidental.
- la “bunkerización” del régimen iraní, tras el desalentador desarrollo del proceso electoral. La neutralización de las fuerzas reformistas –previsible a tenor de la manera en que se desarrolló la crisis- ha dejado pocas esperanzas de flexibilidad. La llamada al cierre de filas frente al enemigo externo y sus cómplices interiores no auguraba una actitud conciliatoria.
- la apertura rusa a considerar sanciones, después de que Obama decidiera modificar el proyecto de escudo antimisiles, como venía pidiendo desde hace años el Kremlin.
- las presiones de Israel, que puede congelar indefinidamente las conversaciones de paz con los palestinos mientras no considere satisfechas sus demandas de seguridad frente a las potenciales amenazas iraníes.
- el creciente nerviosismo de los países árabes conservadores, que contemplan con no menos inquietud el programa de nuclearización iraní y que desean que este asunto se resuelva cuanto antes por su propia seguridad, pero también para favorecer el desbloqueo de las negociaciones regionales.
- y finalmente –y sólo con carácter instrumental- este supuesto último hallazgo de los servicios occidentales de inteligencia, presentado como una prueba de que Irán engaña y está dispuesto a poner a prueba la paciencia de la comunidad internacional.
A muchos chocará que el lenguaje más duro frente a Teherán se escuche en Berlín, Londres o París y no en Washington. Tiene su explicación. Los servicios de inteligencia europeos tendrían sus propios resultados, consistentes con los norteamericanos. Pero, además, contemplan la amenaza iraní como más cercana y el peso de sus opiniones públicas, después del fiasco electoral y de la emotividad provocada por la represión, favorece una respuesta más dura.
Estados Unidos, atrapado en Afganistán y con la retirada de Irak aún por resolver, necesita tiempo y sosiego, aunque no quiere por nada del mundo que su prudencia sea interpretada como debilidad por la guardia pretoriana de los ayatollahs. Por esa razón, el Jefe del Pentágono afirmó el pasado fin de semana en televisión que se dispone de “una variedad de opciones”, relacionadas con el sector energético y tecnología, en los que Irán evidencia una fuerte dependencia internacional. Pero la estrategia de las sanciones tiene sus límites. Los habituales de estas estrategias de presión y otras específicas de este caso, a saber:
LAS RESISTENCIAS DE CHINA Y RUSIA
La adopción de sanciones internacionales legales exige la luz verde imprescindible de Moscú y Pekin, miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Los rusos asomaron cierta predisposición favorable, después de la modificación del proyecto antimisiles, lo que provocó una cierta euforia en la delegación norteamericana que arropaba a Obama en la Asamblea General de la ONU. Luego, vinieron las matizaciones y aclaraciones del Kremlin. El presidente Medvedev aclaró que la intención de Moscú era “ayudar a Irán a tomar las decisiones adecuadas”. Esta frase se puede interpretar como se quiera, pero no constituye aval alguno para la adopción de sanciones.
En cuanto a China, las resistencias son aún mayores. Los dirigentes chinos son muy renuentes a sacrificar o poner en peligro sus intereses económicos bilaterales, resalta el semanario británico THE OBSERVER. La décima parte del petróleo que importa China proceda de Irán. Las inversiones chinas en el desarrollo del sector energético iraní –actuales y previstas- se estiman en unos 100 mil millones de dólares. El volumen de los intercambios comerciales ha pasado de 400 millones de dólares en 1994 a 29.000 millones en 2008. No es extraño que, como el número dos de la diplomacia china, He Yafei, solicitado al respecto en Nueva York, afirmara: “no me gusta el término sanciones”.
EL PERJUICIO A LA POBLACIÓN IRANÍ
Después de la experiencia iraquí, en la que las sanciones infringieron más sufrimiento al pueblo que a la casta dirigente de Saddam Hussein, no es políticamente aceptable insistir en el absurdo. Primero, porque a la represión y a las propias dificultades económicas que ya soportan los iraníes se añadirían nuevas penurias. Y segundo, porque sanciones que comporten efectos perniciosos directos en la población permitirían al régimen avalan su tesis de que a los Occidentales no les importa nada el bienestar iraní y sólo persiguen debilitar a la nación persa.
Por otro lado, la estrategia de confrontación colocaría en una posición muy incómoda a los reformistas, que defienden con orgullo el programa nuclear. Como señala Robert Cohen, uno de los articulistas norteamericanos que mejor conoce Irán, “el enriquecimiento del uranio es sagrado, porque simboliza la independencia del país, un poco como la nacionalización del sector petrolero en los años cincuenta”.

PARADOJAS DE LAS ELECCIONES ALEMANAS

29 de septiembre de 2009

A primera vista, la lectura de las elecciones alemanas parece sencilla. Los resultados parecen tan claros que la tentación de hacer un análisis unidireccional es grande. Se ha producido un giro conservador, con la estabilización –a la baja- de la CDU (cristianodemócratas) y el ascenso en casi cinco puntos del FPD (liberales), lo que avala una “pequeña coalición” de centro-derecha con las suficientes garantías para gobernar. La pérdida de once puntos y de un tercio de sus escaños supone una severa derrota del SPD (socialdemócratas), su desplazamiento a la oposición y una previsible travesía del desierto. El beneficiario secundario del hundimiento socialdemócrata es Die Linke (izquierda), el combinado de socialistas de izquierda escindidos del SPD, los antiguos comunistas del Este y otros grupos minoritarios críticos del sistema. Sin embargo, no resulta descabellado observar ciertas paradojas que auguran complicaciones políticas en Alemania durante los próximos cuatro años.
LA ESTRATEGIA DE MERKEL
Aunque el líder liberal, Guido Westervelle le haya disputado la atención mediática, Angela Merkel es la vencedora personal de las elecciones. Por su credibilidad, afirman los afines. Por su ambigüedad, replican los críticos. Discípula aventajada de su correligionario Andreotti, ha sabido sacar toda la ventaja posible de su condición de Jefa de gobierno para convertir la necesidad en virtud. La necesidad: atemperar sobre la marcha el credo neoliberal con que se había presentado a las elecciones de 2005. La virtud: presentarse como garantía de equilibrio entre frente a socialdemócratas y liberales.
La primera paradoja de estas elecciones es que, en su obligada operación de camuflaje político, Ángela Merkel ha terminado perjudicando, siquiera levemente, a su propio partido. La CDU ha cosechado los peores resultados desde 1949 y “hermanos bávaros” de la CSU consiguen menos escaños que el FPD, por primera vez en la República Federal.
Merkel ha hecho valer su propuesta centrista, sin excesos ni fundamentalismos ideológicos. Como escribió Richard David Precht en DIE ZEIT: “Se acabó lo de ‘libertad en lugar de socialismo’ de los cristiano-demócratas, que defienden hoy el mayor plan de subvenciones de la historia alemana desde Willy Brandt”. La defensa que hizo en la cumbre del G-20 de una amplia regulación de los mercados financieros y del estricto control del sueldo de los altos ejecutivos terminó de reforzar su perfil de conservadora responsable.
El FENÓMENO WESTERVELLE
Paradójica resulta también la reconversión del líder liberal, que tuvo su periodo de extravagancia y exhibicionismo en los “reality shows” televisivos y que ahora se encuentra cómodo con la imagen de “alemán medio”. Guido Westervelle ha corregido sus excesos. Su estilo directo, su espontaneidad casi juvenil, su franqueza (avalada por la “confesión” de su homosexualidad, ante cierto escándalo de los ultraconservadores bávaros) se mantienen, pero han sido reciclados y puestos ahora al servicio de una estrategia de gobierno.
Otra paradoja es que los grandes defensores en Alemania del orden ultraliberal, que tan nefastas consecuencias ha comportado, sean los vencedores de estos comicios. El SÜDDEUTSCHE ZEITUNG aventura esta explicación: “Tal vez los electores han visto a los liberales menos como defensores de una ideología que como representantes de posiciones que les son personalmente útiles”. Las posiciones más identificables de los liberales se refieren a la reducción de impuestos.
UNA COALICION NO TAN PLÁCIDA
Los liberales habían dejado claro en su congreso de Potsdam su disposición a una coalición con la CDU-CSU, como en los ochenta y noventa. La CDU favorecía también el cambio de socio. Merkel sólo fue más explícita avanzada ya la campaña. Nunca descartó completamente la Gran Coalición, en la que no sentía peligrar su capital político.
Democristianos y liberales se han repartido, desigualmente, el electorado de centro-derecha todos estos años. Los primeros, aplicando una versión conservadora del capitalismo renano, más protector que el anglosajón, más consciente de la importancia del Estado, pero también más tradicionalista en cuestiones sociales, de moralidad y costumbre. Los segundos, aunque apegados a una cierta retórica librecambista propia del capitalismo thatcherista, han buscado sus caladeros en las clases medias emergentes, empresarios, profesionales, y entre el electorado más joven, con un mensaje más abierto en las cuestiones sociales y culturales. La denuncia de medidas cristianodemócratas que podrían debilitar las libertades civiles en la política antiterrorista pueden haberle proporcionado ciertos apoyos entre el electorado de inclinación progresista, estima el semanario británico THE ECONOMIST.
Los liberales, como en los ochenta y noventa, se harán con las carteras de Exteriores y Economía. En la conducción de la economía, cristianodemócratas y liberales tendrán que conciliar sus propuestas fiscales. Sabedora de las facturas que hay pendientes, Merkel aceptará recortes de impuestos, pero la mitad de los 50 mil millones de dólares que propugna Westerwelle. La propuesta liberal es “jugar a la ruleta rusa con la sociedad”, sanciona el SUDDEUTSCHE. La Canciller ha rechazado –resalta DIE ZEIT- otras aspiraciones liberales "como la suavización de las condiciones de despedido o la privatización de las agencias de empleo”.
Guido Westervelle será el jefe de la diplomacia y, en tanto tal, Vicecanciller. Otra paradoja. Aunque el líder liberal se ha preocupado por los temas internacionales, dejándose ver en foros exclusivos y pronunciando discursos de ciertas pretensiones ante audiencias especializadas, lo cierto es que su experiencia real en la materia es nula y, señala con cierta acidez el corresponsal de LE MONDE, “el inglés no es su fuerte”. El asunto tiene poca importancia, porque será la Canciller la que dirija la política exterior alemana.
El HUNDIMIENTO SOCIALDEMÓCRATA
La humillante derrota del SPD se produce “en todas las franjas de edad y todas las categorías profesionales”, observa LE MONDE. La Gran Coalición, presentada como un ejercicio de responsabilidad por los dirigentes del partido, ha terminado convirtiéndose en una trampa política. Steinmeier y sus socios de la dirección quisieron corregir el discurso, pero el intento ha tenido el efecto paradójico de ampliar la catástrofe en vez de reducirla.
DIE ZEIT señala que la derrota del 27 de septiembre es el final de una estrategia incubada a mediados de los setenta por la corriente Seeheimer Kreis, que inspiró a la trinidad reformista del SPD (Schroeder, Steinmeier y Muntefering). El SPD ha pagado hoy las hipotecas políticas de la Agenda 2000, que a finales de los noventa pretendió “salvar” el Estado de bienestar haciéndolo más flexible, recortando los supuestos excesos y abusos, adaptándolo a la oleada liberal. La renovación debería confirmarse en el Congreso anunciado para noviembre. Muntefering no se presentará a la reelección como presidente y Steinmeier ya ha renunciado que no aspira al cargo, aunque, de momento, presidirá el grupo parlamentario.
LA INCIERTA RECONCILIACION DE LA IZQUIERDA
Pero contrariamente a lo que ocurre en otros países europeos, este debilitamiento de la socialdemocracia alemana no ha favorecido sólo al centro-derecha. El buen resultado de la coalición de izquierdas (Die Linke) supone un capítulo más en un largo ajuste de cuentas histórico entre las “dos almas del socialismo alemán”. Con el 12% de los votos (tres más que en 2005) y 76 diputados federales (22 más de los que tenía), Oskar Lafontaine se cobra una revancha indudable. Después de diez años trabajando en la reestructuración y fortalecimiento del SPD, las insalvables diferencias con Schröeder y el sector reformista provocaron su tormentoso abandono del partido, en 2005. Dos años después, el “Napoleón del Sarre” consiguió la convergencia, no sin dificultades, entre la corriente izquierdista de la socialdemocracia (agrupada en la WASG, Alternativa electoral para el trabajo y la justicia social) y el PDS, el heredero muy renovado del partido comunista de Alemania Oriental.
La herida que esta escisión motivó no se ha cerrado. Está por ver si el resultado de estas elecciones ahonda la llaga o contribuye a su cicatrización. Desde la lógica política, el acercamiento en la oposición es más factible. Pero las enemistades son profundas. Y no está claro que los futuros dirigentes del SPD favorezcan el acercamiento a Lafontaine.
Tampoco DIE LINKE es una balsa de aceite. El diagnóstico de DER SPIEGEL es sugerente: “El cuadro clásico en el Este es intrínsecamente conservador, tiene la cultura política del partido mayoritario que fue durante cuarenta años y no quiere renunciar a ello (…) El militante del Oeste, por su parte, lleva el estigma de minoritario, lo que le hace ligeramente salvaje y poco apto al compromiso”. Podría resultar también paradójico que el crecimiento de la izquierda pudiera agudizar estas discrepancias.
El tercer partido progresista, los Verdes, se estabiliza en un 10%. Su influencia política no aumenta, pero se mantiene como imprescindible para que la izquierda vuelva al gobierno en 2013. La abstención ha batido records. La participación se ha reducido al 70,8%, ¡siete puntos menos que hace cuatro años!, cuando ya se tocó fondo. “Hitler ha dejado de ser rentable para la perdurabilidad de la democracia”, enfatiza con ironía el SUDDEUTSCHE.
En definitiva, lejos de una aparente estabilidad, Alemania vive una “transición política”, como ha señalado Joshka Fischer, el exlíder ecologista y hoy consultor y analista fieramente independiente. La consolidación de los “partidos pequeños” impedirá la hegemonía política de los dos grandes, que necesitarán a dos pequeños para gobernar. Por una generación al menos, la fórmula de la Gran Coalición parece definitivamente enterrada.

DE LA GUERRA NECESARIA A LA GUERRA INCÓMODA

24 de septiembre de 2009

En ese desplazamiento político y emocional se encuentra el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con respecto a Afganistán. La solicitud de tropas adicionales explicitada por el jefe militar norteamericano en aquel país, el general McChrystal, no por esperada ha resultado menos agitadora.
Se sabe lo que pide con cierto apremio el alto mando militar: más tropas si se quiere evitar el fracaso. Fracaso equivale a derrota. El general McChrystal aplica aquí lo que viene siendo elemento central de las estrategias de combate de los Estados Unidos en sus guerras de baja intensidad desde la revisión realizada a comienzos de los ochenta, cuando se decidió que el Pentágono debía estar preparado para afrontar “dos guerras y media”. Ese principio es que cualquier intervención militar debe contar con una fuerza masiva, desproporcionada quizás, para asegurar una victoria contundente pero sobre todo rápida.
El desdichado Donald Rumsfeld, cruzado de tantas contrarrevoluciones radicales, se permitió cuestionar este principio en la guerra contra Irak e impuso a los generales del Pentágono una campaña inicialmente reducida. Tenía el entonces secretario de Defensa la idea de que los militares también se comportan como burócratas y tienden a gastar más de lo necesario. Seguramente, como no se creía sus propios embustes sobre las capacidades de destrucción masiva de Saddam Hussein, apostó por movilizar recursos limitados, pero altamente eficaces. A principio, la estrategia resultó. La guerra fue corta y hubo más victimas propias causadas por fuego amigo que por Irak. Pero la posguerra resultó muy diferente. Cuando el ejército norteamericano se convirtió, sin disimulo ni retóricas, en fuerza de ocupación, pasó lo que pasó. Y los generales le pasaron factura a Rumsfeld. Lo fueron debilitando a medida que las bajas de adolescentes norteamericanos aumentaban y la gran farsa destruía la reputación patriótica de la administración Cheney-Bush (por este orden). Hasta que el más listo de la sala de banderas, el general Petreus, consiguió convencer a la Casa Blanca de que la única forma de revertir la situación y maquillar el desastre era incrementar las tropas combatientes en Irak: el famoso “surge”. Así se hizo, y con Rumsfeld ya en la “reserva” (definitiva), se libró la “guerra de los militares”, la que los militares querían. Aquí dejamos la analogía. Y volvemos a Afganistán.
Aunque la situación sea bien distinta, como ya hemos explicado aquí, la receta castrense no difiere mucho: más tropas para garantizar el éxito. Los argumentos centrales del requisitorio de McChrystal fueron desveladas en el WASHINGTON POST por Bob Woodward (el periodista del Watergate): hay que aumentar las tropas para superar la movilidad de los talibanes y su eficaz manejo del terreno y de la frustración local, y así poder proteger a la población de los ataques y amenazas, hay que formar a las fuerzas militares y de seguridad afgana para hacer posible una retirada ulterior con garantías. Esa es la letra grande. Pero la letra pequeña tiene un interés incuestionable.
McChrystal no se muerde la lengua al analizar los factores que están complicando la misión. Del mando de la OTAN en Afganistán afirma que está “mal configurado”, es “poco experimentado”, está “distanciado de los afganos” y no entiende “aspectos críticos de la sociedad afgana”; como consecuencia de los cual, los soldados aliados están más preocupados de “protegerse a si mismos que de proteger a la población local”. Del gobierno afgano, asevera que está debilitado por una “corrupción generalizada” y el “abuso de poder”. De los talibanes, que son despiadados, pero astutos y con gran capacidad para la propaganda y el reclutamiento de desafectos, especialmente en las cárceles, convertidas en viveros de terroristas.
Ya antes del informe, la Casa Blanca empezaba a sentirse visiblemente incómoda por una guerra cada día más enrevesada. La tesis preelectoral de Obama de que Bush se había equivocado de guerra era sugerente para que el alma conservadora de Estados Unidos no se espantara y no pudiera presentarlo como un pusilánime que carecía de agallas para ser comandante en jefe. La fórmula de Obama era brillante es su sencillez: cambiamos los huevos de cesto, nos vamos –ordenadamente- de Irak y nos concentramos en Afganistán (y Pakistán), derrotamos a los talibanes, cazamos a Bin Laden y a sus últimos guerreros del apocalipsis jihadista y nos preparamos para una nueva era de paz y estabilidad en Oriente Medio. Pero estalló la crisis económica, seguir gastando en guerras remotas y poco productivas se hizo más difícil día a día, la situación sobre el terreno empeoraba, las bajas alcanzaban cifras récord y los amigos locales no sólo se dedicaban a enriquecerse sino que, además, no tenían empacho en amañar las elecciones sin disimulo. En sólo unos meses, el cántaro roto, y la leche, derramada.
Obama ha dicho que examinará la petición de McChrystal, pero “no hay que poner el carro delante de los bueyes” (sic). O sea, que primero hay que redefinir la estrategia y luego decidir los recursos que se asignan. Pero lo cierto es que el informe del general –y su conocimiento público- ha apremiado el debate. Hasta el punto de que Obama reunió el día 13, domingo, a sus principales asesores para escuchar sus propuestas. El vicepresidente Biden estuvo muy claro: olvidémonos de Afganistán, allí ya no hay terroristas islámicos, hay que preparar la retirada y concentrarse en destruir a los binladistas y sus amigos talibanes afganos y pakistaníes en la porosa zona fronteriza, a base de bombardeos de los aviones Predator y otros efectivos especiales. O sea, pasar de la contrainsurgencia al contraterrorismo. Esta opinión no fue compartida por los otros altos cargos. Hillary Clinton incluso llegó a decir en la PBS: “si Afganistán es tomado por los taliban, no quiero decir lo rápido que regresará allí Al Qaeda”. Pero que la “solución Biden”, desestimada por Obama en marzo, haya vuelto a considerarse indica la “amplitud de la revisión que está haciendo la administración”, subraya el diario neoyorquino.
Los militares temen que Obama se esté arrepintiendo de haber ordenado el envío de 21.000 hombres más esta primavera, según fuentes del Pentágono citadas por THE NEW YORK TIMES. Por su parte, Robert Dreyfuss asegura en el semanario progresista THE NATION que en círculos neocon se especula con que McChrystal dimita si no obtiene las tropas adicionales que ha solicitado. THE WALL STREET JOURNAL asegura que la Casa Blanca le pidió que aplazara su informe. Pero este general proveniente de las fuerzas especiales y con algunos episodios oscuros en su historial se habría sentido respaldado por muchos de sus superiores. No es descartable que Obama tenga que acudir a su “ministro prestado” (de Bush), el secretario de Defensa, para aplacar los ánimos. Después de todo, el propio Gates lo dijo alto y claro cuando se conoció el informe de McChrystal: “lo de Afganistán va para largo, mejor es que nos tomemos un respiro y reflexionemos con calma”.
¿Quién se acuerda de la “guerra necesaria”? Ahora hay que evitar que se vuelva insoportablemente incómoda

DE LA GUERRA NECESARIA A LA GUERRA INCÓMODA

24 de septiembre de 2009

En ese desplazamiento político y emocional se encuentra el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, con respecto a Afganistán. La solicitud de tropas adicionales explicitada por el jefe militar norteamericano en aquel país, el general McChrystal, no por esperada ha resultado menos agitadora.
Se sabe lo que pide con cierto apremio el alto mando militar: más tropas si se quiere evitar el fracaso. Fracaso equivale a derrota. El general McChrystal aplica aquí lo que viene siendo elemento central de las estrategias de combate de los Estados Unidos en sus guerras de baja intensidad desde la revisión realizada a comienzos de los ochenta, cuando se decidió que el Pentágono debía estar preparado para afrontar “dos guerras y media”. Ese principio es que cualquier intervención militar debe contar con una fuerza masiva, desproporcionada quizás, para asegurar una victoria contundente pero sobre todo rápida.
El desdichado Donald Rumsfeld, cruzado de tantas contrarrevoluciones radicales, se permitió cuestionar este principio en la guerra contra Irak e impuso a los generales del Pentágono una campaña inicialmente reducida. Tenía el entonces secretario de Defensa la idea de que los militares también se comportan como burócratas y tienden a gastar más de lo necesario. Seguramente, como no se creía sus propios embustes sobre las capacidades de destrucción masiva de Saddam Hussein, apostó por movilizar recursos limitados, pero altamente eficaces. A principio, la estrategia resultó. La guerra fue corta y hubo más victimas propias causadas por fuego amigo que por Irak. Pero la posguerra resultó muy diferente. Cuando el ejército norteamericano se convirtió, sin disimulo ni retóricas, en fuerza de ocupación, pasó lo que pasó. Y los generales le pasaron factura a Rumsfeld. Lo fueron debilitando a medida que las bajas de adolescentes norteamericanos aumentaban y la gran farsa destruía la reputación patriótica de la administración Cheney-Bush (por este orden). Hasta que el más listo de la sala de banderas, el general Petreus, consiguió convencer a la Casa Blanca de que la única forma de revertir la situación y maquillar el desastre era incrementar las tropas combatientes en Irak: el famoso “surge”. Así se hizo, y con Rumsfeld ya en la “reserva” (definitiva), se libró la “guerra de los militares”, la que los militares querían. Aquí dejamos la analogía. Y volvemos a Afganistán.
Aunque la situación sea bien distinta, como ya hemos explicado aquí, la receta castrense no difiere mucho: más tropas para garantizar el éxito. Los argumentos centrales del requisitorio de McChrystal fueron desveladas en el WASHINGTON POST por Bob Woodward (el periodista del Watergate): hay que aumentar las tropas para superar la movilidad de los talibanes y su eficaz manejo del terreno y de la frustración local, y así poder proteger a la población de los ataques y amenazas, hay que formar a las fuerzas militares y de seguridad afgana para hacer posible una retirada ulterior con garantías. Esa es la letra grande. Pero la letra pequeña tiene un interés incuestionable.
McChrystal no se muerde la lengua al analizar los factores que están complicando la misión. Del mando de la OTAN en Afganistán afirma que está “mal configurado”, es “poco experimentado”, está “distanciado de los afganos” y no entiende “aspectos críticos de la sociedad afgana”; como consecuencia de los cual, los soldados aliados están más preocupados de “protegerse a si mismos que de proteger a la población local”. Del gobierno afgano, asevera que está debilitado por una “corrupción generalizada” y el “abuso de poder”. De los talibanes, que son despiadados, pero astutos y con gran capacidad para la propaganda y el reclutamiento de desafectos, especialmente en las cárceles, convertidas en viveros de terroristas.
Ya antes del informe, la Casa Blanca empezaba a sentirse visiblemente incómoda por una guerra cada día más enrevesada. La tesis preelectoral de Obama de que Bush se había equivocado de guerra era sugerente para que el alma conservadora de Estados Unidos no se espantara y no pudiera presentarlo como un pusilánime que carecía de agallas para ser comandante en jefe. La fórmula de Obama era brillante es su sencillez: cambiamos los huevos de cesto, nos vamos –ordenadamente- de Irak y nos concentramos en Afganistán (y Pakistán), derrotamos a los talibanes, cazamos a Bin Laden y a sus últimos guerreros del apocalipsis jihadista y nos preparamos para una nueva era de paz y estabilidad en Oriente Medio. Pero estalló la crisis económica, seguir gastando en guerras remotas y poco productivas se hizo más difícil día a día, la situación sobre el terreno empeoraba, las bajas alcanzaban cifras récord y los amigos locales no sólo se dedicaban a enriquecerse sino que, además, no tenían empacho en amañar las elecciones sin disimulo. En sólo unos meses, el cántaro roto, y la leche, derramada.
Obama ha dicho que examinará la petición de McChrystal, pero “no hay que poner el carro delante de los bueyes” (sic). O sea, que primero hay que redefinir la estrategia y luego decidir los recursos que se asignan. Pero lo cierto es que el informe del general –y su conocimiento público- ha apremiado el debate. Hasta el punto de que Obama reunió el día 13, domingo, a sus principales asesores para escuchar sus propuestas. El vicepresidente Biden estuvo muy claro: olvidémonos de Afganistán, allí ya no hay terroristas islámicos, hay que preparar la retirada y concentrarse en destruir a los binladistas y sus amigos talibanes afganos y pakistaníes en la porosa zona fronteriza, a base de bombardeos de los aviones Predator y otros efectivos especiales. O sea, pasar de la contrainsurgencia al contraterrorismo. Esta opinión no fue compartida por los otros altos cargos. Hillary Clinton incluso llegó a decir en la PBS: “si Afganistán es tomado por los taliban, no quiero decir lo rápido que regresará allí Al Qaeda”. Pero que la “solución Biden”, desestimada por Obama en marzo, haya vuelto a considerarse indica la “amplitud de la revisión que está haciendo la administración”, subraya el diario neoyorquino.
Los militares temen que Obama se esté arrepintiendo de haber ordenado el envío de 21.000 hombres más esta primavera, según fuentes del Pentágono citadas por THE NEW YORK TIMES. Por su parte, Robert Dreyfuss asegura en el semanario progresista THE NATION que en círculos neocon se especula con que McChrystal dimita si no obtiene las tropas adicionales que ha solicitado. THE WALL STREET JOURNAL asegura que la Casa Blanca le pidió que aplazara su informe. Pero este general proveniente de las fuerzas especiales y con algunos episodios oscuros en su historial se habría sentido respaldado por muchos de sus superiores. No es descartable que Obama tenga que acudir a su “ministro prestado” (de Bush), el secretario de Defensa, para aplacar los ánimos. Después de todo, el propio Gates lo dijo alto y claro cuando se conoció el informe de McChrystal: “lo de Afganistán va para largo, mejor es que nos tomemos un respiro y reflexionemos con calma”.
¿Quién se acuerda de la “guerra necesaria”? Ahora hay que evitar que se vuelva insoportablemente incómoda