30 Mayo 2008
En política, hay pocas heridas más dolorosas que el “fuego amigo”. No me refiero a la crisis interna del PP. Estoy pensando en el presidente de Estados Unidos. Uno de sus hombres de confianza acaba de confirmar desde dentro lo que ya se ha denunciado desde fuera: que el único arma de destrucción masiva identificado en la justificación de la aventura bélica en Irak ha sido la mentira.
La denuncia de Scout McClellan debe ser particularmente irritante para el presidente, porque su portavoz entre 2003 y 1006 no era un recién llegado en el “inner circle” del presidente. Era amigo y viejo colaborador desde los tiempos en que Bush diseñaba su asalto a la Casa Blanca desde la gobernación de Texas.
Lo que escribe McClellan en su libro vino a reforzar desde dentro lo que se ha ido investigando y denunciando desde latitudes más creíbles e independientes sobre la envenenada política informativa de la administración Bush.
La cadena pública de televisión de los Estados Unidos (PBS) emitió hace casi un par de años una extraordinaria serie de documentales titulada “News&War”, en la que se ponía en evidencia todo el sistema de mentiras, manipulaciones e intoxicaciones orquestadas desde la Casa Blanca para engañar a la opinión pública y confundir a los profesionales de la información.
Lo inquietante de no fue constatar que los ideólogos neocon disfrutaban de un ejército de cómplices en los medios afines, sino que hasta algunos de los más prestigiosos profesionales se dejaron engañar o seducir por el patriotismo simplón y embustero fabricado por la Casa Blanca.
La reputada principal experta en Irak, autora de algún libro sobre Sadam, Judith Miller, fue la escogida por el Pentágono para extender las mentiras sobre los arsenales iraquíes o el invento del uranio de Níger, en el que se terminó destapando a una agente secreta por no colaborar en el montaje. El caso le costó una condena judicial al entonces jefe de gabinete del vicepresidente Cheney y el prestigio a la periodista, que no trabajaba para la Fox, la televisión de Bush, sino para THE NEW YORK TIMES.
Y por poner otro ejemplo de hasta donde se bajó la guardia, Dan Rather, quizás el periodista televisivo más influyente de Estados Unidos desde Walter Conkite, decidió tirar por la borda la supuesta independencia que se le atribuía al proclamar que se consideraba “un soldado más del presidente Bush” y que “en tiempos de guerra, su único objetivo era ganar, signifique lo que signifique este término”.
Estos son solos unos casos y no aislados. La mansedumbre con que los medios aceptaron el esquema de cobertura de las operaciones bélicas dictado por el Pentágono –el embebbedment- consagró le pérdida de independencia informativa. El veterano periodista de guerra norteamericano, Chris Hedges, ha escrito que esa connivencia entre militares y periodistas responde a un “falso sentido de lealtad”.
Un estudio realizado por la organización FAIR sobre el equilibrio informativo en las grandes cadenas de televisión norteamericanas en la cobertura de la crisis y posterior guerra de Irak indica que de las 1617 intervenciones a cámara registradas en las seis grandes cadenas entre el comienzo de las operaciones, el 19 de marzo de 2003, y el 4 de abril, una semana antes de la caída de Bagdad, ¡sólo el 3% eran contrarias a la guerra!
Hace sólo unas semanas, el NEW YORK TIMES desveló cómo el Pentágono ha utilizado de forma sistemática y generalizada a los comentaristas militares de las cadenas de televisión y radio –ya en la reserva- para apoyar sus tesis, contrarrestar críticas y filtrar versiones interesadas. No dudó el mando militar norteamericano en fletar un avión especial y llevarse a estos supuestos expertos a Guantánamo para combatir las críticas contra una de los escándalos más vergonzosos de la justicia norteamericana.
Estos “analistas” ya habían echado una mano durante los peores momentos de la guerra contra la resistencia iraquí. En no pocas ocasiones se organizaban viajes relámpago a lugares de conflicto en el interior de Irak para que estos antiguos camaradas de armas ofrecieran “propaganda disfrazada de análisis militar independiente”, según el diario.
No sorprende tampoco que muchos de estos comentaristas tuvieran un segundo empleo mucho más lucrativo: lobbystas de empresas contratistas del propio Pentágono. A este ejército sombrío le ha llamado el periodista que desveló el turbio asunto el “caballo de Troya mediático de la administración Bush”. Un auténtico ejército mediático de las tinieblas.