CUBA: ALTA PRIORIDAD PARA EL UNDÉCIMO PRESIDENTE

22 Febrero 2008

El candidato que gane las elecciones norteamericanas de noviembre se convertirá en el undécimo presidente de Estados Unidos que convivirá con la revolución cubana. Todos los anteriores fracasaron en definir una política constructiva. El próximo inquilino no podrá eludir el desafío, según los principales medios norteamericanos.

En el año y medio transcurrido desde que una grave enfermedad obligó a Fidel Castro a ceder provisionalmente el poder efectivo, hemos asistido a todo tipo de especulaciones no sólo sobre el estado real de salud del presidente cubano, sino también acerca de sus intenciones a medio plazo y, por supuesto, de la evolución del sistema político cubano.

La mayoría de esas previsiones indicaban que Castro no sería capaz de dejar el poder mientras tuviera mínimas facultades. En estos meses, se le ha visto debilitado físicamente, pero se ha mantenido presente en la vida pública con sus reflexiones, sus artículos y alguna que otra entrevista.

Ahora, Fidel parece haber tomado su decisión, cuando precisamente más intensas eran las especulaciones sobre cierta voluntad aperturista de su hermano Raúl. Hace tiempo que Fidel esta embarcado en un complicado y tal vez hiperbólico proceso que él mismo ha denominado “batalla de las ideas”. En el lenguaje político de Estados Unidos, se diría que está preocupado por el legado. Pero, si nos ponemos en la mente de Castro, quizás deberíamos apuntar más a su obsesiva preocupación por lo que ocurra en Cuba después de su fallecimiento.
Finalmente, Castro ha optado por no prolongar una ambigüedad perjudicial para sus propios herederos y –sea esa su intención o no- para la propia evolución política del país. En su mensaje de retirada, lo dice con claridad: “traicionaría mi conciencia si ocupara una responsabilidad que requiere movilidad y entrega total, lo que no estoy en condiciones de cumplir”.
En las páginas de NUEVO HERALD (versión española del Miami Herald, la referencia de los exiliados enemigos acérrimos del régimen), Alcibíades Hidalgo, un exjefe de gabinete de Raúl Castro, advierte que Fidel no renunció a su puesto en el partido: “Habrá que esperar a que se despeje esta incógnita para asegurar definitivamente que Fidel Castro ha dejado de gobernar Cuba”.
La prensa norteamericana más influyente no se muestra tan desconfiada. Cree que la retirada de Castro es completa. Los principales diarios mantienen un tono cauteloso hacia las intenciones de Raúl, aunque en general todos le reconocen su intención de introducir reformas económicas. Pero el énfasis se pone en cómo debe actuarse desde Washington de aquí en adelante.

El NEW YORK TIMES da por seguro que Bush no relajará el embargo, que califica de “fracasado”. Pero aconseja con firmeza a los candidatos presidenciales que “cambien de política tan pronto como lleguen a la Casa Blanca (...) para hacer todo lo posible por ayudar a estimular la transición pacífica a la democracia”. El undécimo presidente que convivirá con la Cuba castrista “deberá sacudirse sus fantasmas y comenzar a hablar con los políticos y con el pueblo de Cuba”.

En el mismo tono se expresa el FINANCIAL TIMES. Considera que hay una “necesidad clamorosa” de que Estados Unidos cambie su política hacia Cuba. Desgrana el diario de la City una serie de medidas urgentes a adoptar en este sentido. Coincide con el NYT en que Bush no será capaz “ni remotamente” de hacer este cambio y en que esta tarea debe “una prioridad máxima en la agenda del nuevo presidente”.

En LOS ANGELES TIMES, el veterano periodista John Lee Anderson, con experiencia en la isla, desvela una pequeña confidencia que le hizo Caleb McCarry, el zar de Bush para Cuba: aunque Raúl iniciara las reformas económicas, Washington seguiría presionando a favor del “cambio de régimen”. Esta actitud, asegura Anderson, incomoda incluso a ciertos dirigentes de la oposición en el exilio, por el “intervencio-nismo irritante” que revela .

En sintonía con McCurry, el NUEVO HERALD señala que Raúl habría elegido la “jurisprudencia Gadafi”. Es decir, cierta apertura económica y “aceptación de un mínimo de reglas democráticas para mejor obtener el perdón de Occidente”.

Curioso equilibrio de los halcones neocon, para justificar que no se aplique el mismo rasero a Cuba –pequeña, cercana y relativamente importante- que a China –lejana, poderosa y apetitosa para el mercado estadounidense.

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