ASESINATO PRESENTIDO, FRACASO CONSTATADO

28 Diciembre 2007

Nunca un atentado mortal como el que le ha costado la vida a Benazir Bhutto había sido tan anunciado.

Sorprende que, a pesar de todos los temores y de las advertencias de la propia exprimera ministra, las precauciones no hayan sido más exigentes.

Uno de los principales diarios paquistaníes, DAWN, cabecera de un gran grupo mediático, encabezaba su sección nacional con este titular: Islamabad en estado de alerta, por amenaza de atentado. Aunque el atentado con Benazir haya sido en Rawalpindi, esta localidad está a sólo unos pocos kilómetros de Islamabad y es, además, la sede del Cuartel General del Ejército. El diario afirmaba que se había completado un despliegue reforzado de seguridad que se mantendría hasta las proyectadas elecciones del 8 de enero.

Una vez más, la seguridad paquistaní ha sido puesta en entredicho. Otro periódico local en inglés, el DAILY TIMES, recuperaba en un análisis reciente las teorías de la conspiración que ha venido defendido la señora Bhutto y su entorno en los últimos meses. Miembros de los servicios de inteligencia militar ya retirados mantienen excelentes relaciones con militantes pro-talibanes paquistaníes, y algunos de los miembros de esa constelación extremista habrían conseguido ganarse la confianza del circulo más cercano al Presidente Musharraf.

El NEW YORK TIMES, en su crónica urgente del atentado, desliza algunas referencias a esta oscura trama urdida por militares y extremistas islámicos. Dirigentes del partido de Bhutto han puesto siempre en duda que los fanáticos simpatizantes de Al Qaeda tuvieran capacidad para organizar por si solos atentados tan brutales como los cometidos estos últimos años. Por el contrario, fuentes del gobierno citados por el NYT sostienen que Benazir había puesto innecesariamente en riesgo su vida y minusvalorado el riesgo real que corría su vida.
THE ECONOMIST, en un rápido análisis de fondo, recupera las palabras de Bhutto cuando decidió regresar a Pakistán en octubre: “Pongo mi vida en peligro y regreso porque siento que mi país está en peligro. El pueblo está preocupado. Nosotros sacaremos al país de la crisis”.
Más allá de tramas y querellas, el NEW YORK TIMES había destapado esta misma semana el fracaso del empeño norteamericano en convertir a Pakistán en la clave de la lucha contra el fanatismo islámico proyectado por los talibanes afganos. En una extensa y documentada información, el NYT ponía al descubierto cómo unos cinco mil millones de dólares entregados al Ejército paquistani para ayudarle en su lucha contra los extremistas propios y afganos habían sido malgastados e incluso desviados hacia otros fines y propósitos.

El doble fracaso de Musharraf –no acabar con las redes de apoyo islámico y no asegurar un camino de retorno a la democracia- le explotan a Bush en las manos. Y para colmo, el intento de última hora de la Casa Blanca de forjar una alianza de conveniencia entre Musharraf y Bhutto acaba ahogado en sangre.

Estados Unidos se queda, por tanto, sin recambio. Ahora no tiene más remedio que apoyarse de nuevo en Musharraf. Incluso los medios más conservadores, como el WALL STREET JOURNAL, manejan escenarios sombríos. En su artículo principal sobre el asunto, se airean temores de que se desborden los sentimientos antigubernamentales y Musharraf se vea obligado a posponer las elecciones.

Sería un mal menor, se admite discretamente en el tono de varios comentarios y análisis. Lo que más preocupa es que la tensión actual degenere en un ciclo de venganza y violencia. En ese caso, la victima no sería la democracia, sino la propia estabilidad del país. El FINANCIAL TIMES disimula poco esta preocupación, al cerrar su editorial afirmando que Pakistán está en peligro de disolución por la acumulación de amenazas de carácter étnico, religioso y territorial.

En este clima de miedo y pesimismo, apenas se escuchan las voces de quienes defienden que sólo la renovación profunda de la clase política puede facilitar la regeneración del país. Benazir Bhutto gustaba de presentarse como una esperanza de futuro. Pero era demasiado evidente que la base de su poder y carisma estaba solidamente enraizada en las viejas tradiciones del país.

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