KARADZIC: PARADOJAS DE UN CASTIGO TARDÍO

25 de julio de 2008

¿Sabemos quien ha capturado realmente a Radovan Karadzic?

El Ministerio del Interior serbio asegura que ninguno de sus agentes intervino en la operación. La tarea habría correspondido a “miembros de los servicios especiales serbios (BIA)”, según los periódicos serbios POLÍTICA Y BLIC.

El Presidente europeísta, Boris Tadic, ha asegurado estos años que su propósito de colaborar con la justicia internacional era serio. Pero no se obtenían resultados. Y ahora que el Partido Socialista creado por Milosevic entra en la coalición de gobierno es cuando cae Karadzic. ¿Una paradoja balcánica más?

Ahora falta Mladic, el jefe militar serbo-bosnio considerado responsable directo de la matanza de ocho mil civiles en Srebrenica, en julio de 1995. Siempre se ha dado por seguro que el ejército serbio (heredero del ejército federal yugoslavo) lo protege. Ciertas informaciones locales aseguran estos días que su captura puede ser inminente. De confirmarse, quizás sepamos algo más de lo ocurrido en estos años de oscuridad de estos dos personajes.

En todo caso, se insiste en Belgrado que no ha habido intervención o ayuda de agencias extranjeras en la captura de Karadzic. THE NEW YORK TIMES informa que la semana pasada tropas europeas de la OTAN registraron el domicilio de la esposa del líder serbo-bosnio en Sarajevo y se llevaron “documentos”, pero no relaciona expresamente esta tarea con la captura.

La OTAN no pudo capturar a Karadzic y Mladic, a pesar de que supuestamente existían planes operativos muy detallados de búsqueda y captura, que fueron en su día publicados por la prensa serbia. Pero, en realidad, la pregunta es si las potencias occidentales querían realmente hacerlo. La exfiscal Del Ponte siempre se mostró escéptica. Es plausible la hipótesis de que políticamente se deseara que fueran los propios serbios quienes apresaran a los “monstruos” de su nacionalismo extremo. Como una especie de purga o exorcismo.

Karadzic había sido el interlocutor privilegiado de los sucesivos emisarios de la llamada comunidad internacional y un “fijo” de las televisiones occidentales, que sacaron mucho partido de su buen inglés para convertirlo en portavoz de la causa de los serbios de Bosnia. Karadzic no fue un dictador, ni presidente “autoproclamado” de los serbo-bosnios, como dice algunos medios occidentales. Sus correligionarios étnicos de Bosnia lo eligieron y refrendaron en numerosas ocasiones.

Por supuesto, hay motivos de sobra para considerar a Karadzic un criminal de guerra. Pero lo relevante ahora es cómo se enfocara la determinación de responsabilidades. Del acta de acusación del TPI, se deduce que en el juicio se evocará el “proyecto genocida” que supuestamente diseñó Milosevic para hacerse dueño de los Balcanes.

El nacionalismo serbio fue enormemente dañino, pero no mucho más que el practicado por otras comunidades exyugoslavas. Todos mataron, todos abusaron, todos manipularon y todos practicaron un victimismo hipócrita. Simplemente, los serbios eran militarmente más potentes y aprovecharon su fortaleza en ese aspecto.

Igualmente es discutible que Milosevic y Karadzic participaran de la misma estrategia.
Ambos dirigentes tenían una visión diferente, aunque les unía la “patria común” en un momento de conflicto con “los otros”. Milosevic intentó en varias ocasiones deshacerse Karadzic, según algunos, por puro tacticismo. No lo consiguió hasta que se consolidó el proceso de final de la guerra, en Dayton, donde el líder serbo-bosnio y su jefe militar, Mladic, quedaron como chivos expiatorios de la derrota serbia.

El diplomático norteamericano Richard Hoolbroke –por cierto, ahora miembro no formal del equipo de Obama- fue uno de esos interlocutores habituales de Karadzic. Ahora, lo ha definido como un “racista” que “disfrutaba ordenando la muerte de los musulmanes”. En cambio, a Milosevic lo califica de mero “oportunista”.

Las potencias occidentales naufragaron en la confusión durante casi todo el periodo que duraron las guerras: por desatención, primero, por rivalidad y desconfianza entre ellas, después; y, finalmente, por el deseo de acallar el escándalo de la pasividad y la negligencia con la señalización de un culpable al que responsabilizar fundamentalmente de la tragedia.

Muchos serbios no partidarios de Karadzic tienen poco claro que sea un criminal. Incluso muchos de sus rivales políticos contemplaban con desagrado que no se dejara de hurgar en la herida sin cerrar de la nación serbia, perdedora al fin y a la postre. De ahí la cautela con que se presenta la identidad de sus captores.

Los políticos que unen su fortuna al deseable destino de Serbia dentro de la Unión Europea son los grandes beneficiados. Se dirá que también las victimas inocentes del sanguinario psiquiatra con pretensiones de poeta y postreras aficiones de medicina naturista. Sin duda. Pero como suele ocurrir con los verdugos que vivieron mucho tiempo impunes, su castigo llega tarde.