EL NACIONAL-POPULISMO CONTRAATACA

 

31 de  mayo de 2023

Con la derrota de Trump, a finales de 2020, la amenaza del nacional-populismo se creía contenida. El ataque de Rusia contra Ucrania, con todas las dificultades económicas e incertidumbres sobre la seguridad europea y mundial, reforzaba la percepción de que los amigos de Putin en Europa, es decir los nacionalistas populistas, tendrían más complicado vender sus propuestas. La ampliación de la OTAN fue impulsada y capitalizada por los partidarios del orden liberal, ya conservadores, ya socialdemócratas. Algunos vieron en la derrota de Marine Le Pen, en mayo de 2022, una primera confirmación de esa tendencia a la baja.

Fuera de Europa, se acababa la bochornosa experiencia de Bolsonaro en Brasil, pese al intento desesperado de sus partidarios de perturbar la toma de posesión de Lula, imitación burda del 6 de enero estadounidense. La contención de la crisis económica tras los primeros meses de pánico ante un posible shock energético y el avance de la agenda “reconstructora” de Biden, junto con los malos resultados cosechados por los republicanos trumpianos en las legislativas de medio mandato en Estados Unidos, parecían despejar esa amenaza. El estancamiento de la operación especial rusa en Ucrania era otro factor positivo para los analistas liberales.

UN RETROCESO SOLO APARENTE

Pero junto a estos síntomas “positivos” se sucedían otros de signo contrario que aconsejaban una evaluación más circunspecta. Los aprendices de Trump se podían haber estrellado, pero el maestro, pese al primero de los reveses judiciales, se afianzaba en sus aspiraciones de regresar a la Casa Blanca. Sus rivales conservadores (DeSantis, Haley, etc.) van por muy detrás de él en las encuestas, aunque falte mucho aún para la contienda presidencial. Mientras, los republicanos preparaban su enésimo secuestro del sistema político con la artificial e irresponsable crisis del “techo de deuda” (1), que ha hipotecado durante semanas las energías políticas, ya de por si limitadas, del presidente Biden. La entente cordial entre Moscú y Pekín ha compensado los los errores y las incompetencias del Kremlin y/o de las fuerzas armadas rusas en Ucrania.

En Europa, las sucesivas citas electorales iban desmintiendo las previsiones de derretimiento del entusiasmo nacional-populista. Por el contrario, la extrema derecha presentaba con fuerza sus credenciales en una zona que durante décadas les fue muy hostil: Escandinavia. La victoria insuficiente de los socialdemócratas en Suecia y Finlandia abría la puerta a gobiernos de coalición entre la derecha conservadora y los nacionalistas xenófobos.

En Italia, se consumaba el otoño pasado el regreso de la triada conservadora, pero en esta ocasión encabezada por la formación nominalmente más nacionalista, la heredera del fascismo: los Fratelli (Hermanos). Giorgia Melloni se convertía en la primera dirigente de extrema derecha que encabezaba un gobierno en Europa occidental desde la segunda mundial.

En los últimos meses, la percepción de que el nacional-populismo era un enfermo terminal con salud de hierro ha ido aumentando, hasta el punto de hacer que vuelvan a dispararse las alarmas de académicos y analistas liberales con invocaciones a reforzar las opciones de centro (2).

El triunfo de Nueva Democracia en Grecia (que se reforzará con la repetición electoral de junio) deba anotarse, aparentemente, en el haber de la derecha conservadora-liberal que representa el Partido Popular europeo. Pero Mitsotakis, pese a su aurea cosmopolita, su política económica liberal y su formación estadounidense, ha practicado una política migratoria similar a la que propugna la extrema derecha por doquier, ante la pasividad de sus socios europeos (3).

Un libreto parecido utilizó en su día Sarkozy, en Francia. En diciembre del año pasado, su partido, Les Républicains eligió a su nuevo líder. Éric Ciotti era el más extremista de los candidatos en liza. Poco se diferencia de Marine Le Pen y casi nada de Éric Zemmour, el propagandista xenófobo sin filiación política que fracasó en las últimas elecciones  presidenciales. Los problemas de Macron, debido a la aguda crisis social provocada por la crisis de la reforma del sistema de pensiones, han dado vuelos al mortecino partido histórico de la derecha, ahora en manos de su facción ultra.

En Alemania, las encuestas indican un auge de la formación xenófoba Alternativa por Alemania (AfD. Y en la Centroeuropa tan influida por las dinámicas germanas, el nacional-populismo tampoco cede. Sigue firme en Hungría y Chequia y puede revalidar su dominio en Polonia este próximo otoño, aunque el gobernante PiS (Ley y Justicia) esté reforzando sus actuaciones autocráticas con la excusa de la guerra de Ucrania (4). Este último caso constituye la gran excepción en lo que a Rusia se refiere. Los nacionalistas ultraconservadores polacos del PiS son los más fervientes enemigos de Moscú en Europa, por razones históricas bien conocidas, de ahí que solo hayan empatizado con los populistas derechistas ajenos a cualquier veleidad prorrusa.

ERDOGAN, ADALID DEL NACIONALISMO TRIUNFANTE

Los últimos resultados electorales en los dos extremos del Mediterráneo, España y Turquía, afirman la consolidación de esta tendencia. Erdogan ha ganado con una apuesta sin matices por el nacionalismo populista, en este caso compatible con una sintonía pragmática con el Kremlin. Al turco medio, y desde luego a los estratos más populares, les importa poco que su Presidente haga buenas migas con Putin, incluso a costa de irritar a sus formales aliados de la OTAN. Sólo los intereses de Turquía cuentan, y eso pasa por una política exterior autónoma, sin servilismos ni dependencias. Ese es el discurso de Erdogan, junto con otros resortes que le han funcionado bien en el pasado: la explotación falaz del peligro terrorista kurdo, la manipulación de las palancas económicas, la utilización abusiva de los instrumentos del Estado y otros trucos propios de los regímenes autoritarios. Nada le ha privado de conseguir en la segunda vuelta lo que le faltó en la primera: el respaldo de los sectores residuales extremistas con los que completar un electorado adicto a las maneras fuertes, a la autoridad suprema, a la ilusión de un país celoso de  no obedecer imposiciones de nadie.

Un analista turco liberal, Soner Cagaptay, residente en Estados Unidos, afirma que Erdogan ha asumido el “modelo del régimen autoritario de Putin”, y señala sus características principales: persecución de los oponentes políticos, control absoluto de los medios de comunicación, vaciamiento de las funciones reales de las instituciones, purga de los aparatos de poder, etc. En esta confluencia cada vez más cercana ha tenido mucho peso, según Cagaptay, la gratitud que Erdogan le profesa a su colega ruso por haber sido el único dirigente de peso mundial que le brindó su apoyo tras la intentona de golpe de estado militar en 2016 (5).

Que ambos países tengan intereses geoestratégicos a veces distintos no empece una cooperación en materia diplomática y de seguridad más que fructífera. Erdogan vende drones a Ucrania, pero no participa en el cerco económico contra Rusia y hace de mediador en el crucial asunto de la exportación de grano ucraniano. Donde Occidente ve contradicciones e incluso deslealtad, la mayoría de los turcos aprecia independencia, seguridad y firmeza. La oposición ha fracasado por una combinación de torpeza (lectura errónea de la popularidad de Erdogan) e impotencia (ejercicio asfixiante del poder). El aspirante Kilicdaroglu creyó que impregnando su discurso con un nacionalismo de ocasión e incorporando a su gran coalición a fuerzas extremistas recelosas del actual Presidente podía atraerse a un sector descontento por la crisis económica y los abusos autoritarios. No ha sido así. Una vez más, las copias funcionan peor que el original.

AYUSO, ENTRE EL CONSERVADURISMO Y EL NACIONAL-POPULISMO

El reciente resultado electoral español tiene perfiles propios, como todos, pero no es ajeno a esta tendencia de nuevo creciente del nacional-populismo. Y no sólo por el alza de VOX, tras un periodo en que parecía retroceder (como sus homólogos en el resto de Occidente).

Quizás la gran vencedora de las autonómicas haya sido Isabel Díaz Ayuso. A pesar de ser la líder en Madrid del Partido Popular (de línea conservadora-liberal en el tablero europeo, como el francés Ciotti), su estilo de gobierno, político y propagandístico se asemeja mucho al populismo derechista, aunque se cuide de no repetir los clichés xenófobos de VOX.

La relación con sus adversarios se asemeja a la que practica Trump, por sus registros directos, aparentemente desacomplejados, cargados de confrontación y sin la menor preocupación por la corrección política liberal. Como el expresidente hotelero, no tuvo empacho en agitar la sombra del pucherazo en los días previos a las elecciones, por si venían mal dadas.

La presidenta madrileña se asemeja a Giorgia Meloni en la repugnancia por las sutilezas ideológicas, pero su discurso es más astuto. Ayuso utiliza un lenguaje llano, a veces populachero, para hacer ver que no tiene miedo a pelear con la izquierda en terreno a priori adverso. Contra toda evidencia, defiende su gestión de los servicios públicos esenciales, que ha debilitado notablemente. Meloni ya lo está haciendo, sin demora (6).

Con Erdogan coincide en utilizar con descaro la inventada complicidad de sus rivales con los “terroristas y/o separatistas” (kurdos o vascos y catalanes, según el caso), para desacreditarlos. Son mensajes simplistas y falaces, que cuentan con la complacencia de la mayoría de los medios de comunicación, de ahí que resulten efectivos, en tiempos de tribulación y crisis, de exageradas amenazas internacionales y de ansiedades sociales derivadas de los efectos de la pandemia.

 

NOTAS

(1) “The unique absurdity of the U.S.’s looming debt default”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 24 de mayo.

(2) “Make the Center vital again. How to turn back the populist tide and build support for the liberal order”. PETER TRUBOWITZ y BRIAN BURGOON. FOREIGN AFFAIRS, 3 de mayo.

(3) “As Greece vote,  leader says blocking migrants built ‘Good will’ with Europe”. THE NEW YORK TIMES, 21 de mayo.

(4) “Poland’s government may seek to ban opponents from politics”. THE ECONOMIST, 30 de mayo.

(5) “Erdogan’s Russian victory”. SONER CAGAPTAY. FOREIGN AFFAIRS, 29 de mayo.

(6) “En Italie, Giorgia Meloni choisit le 1º May pour rogner les minima sociaux”. LE MONDE, 2 de mayo.


FUERZA ELECTORAL DEL NACIONAL-POPULISMO EN LA UNIÓN EUROPEA

EUROPA OCCIDENTAL

Alternativa por Alemania

Rasembl.
National y als.

 

Fratelli d’Italia

Lega Nord

Vox

Pº de la Libertad (Holanda)

NacionalistFlamencos (Bélgica)

Solución griega y Creación Nacional

Chega (Portugal)

12,64%

13,2%

25,99%

8,77%

15,09%

10,79%

28%

5,28%

7,18%

 

EUROPA CENTRAL Y ORIENTAL

Ley y Justicia (Polonia)

FIDESZ (Hungría)

PºDemCívico
Libertad y Dem.Directa (Chequia)

Libertad y Solidaridad / PºNacional / Ntra.Eslovaq

Revival /
Arriba Bulgaria!

Alianza Unión Rumanos

Unión Dem (Croacia) * y afines

Pº Demóc, esloveno * y afines

43,59%

53,29%

23,95%

12,35%

16,51%

9,08%

48,27%

25,03%

(*) Aunque está encuadrado en el PPE, es profundamente nacionalista.

 

EUROPA NÓRDICA  Y  PAÍSES BÁLTICOS

Demócratas suecos

Verdaderos finlandeses

Pº Pueblo danés

 

Pº Pop.Const (Estonia)

Alianza Nac. (Letonia)

Asoc.Polacos Orden y Justicia y otros

 

20,50%

20,10%

8,70%

 

16,05%

9,29%

5%

 

 


GRECIA: NAUFRAGIO EN ÍTACA

24 de mayo de 2023

Hace cincuenta años, Lluis Llach, músico y cantautor catalán, maduraba la creación más ambiciosa y brillante de su trayectoria artística, hasta entonces. Viatge a Itaca, obra del poeta griego por entonces ya  fallecido Konstantinos Kavafis, no era uno más de esos poemas a los que Llach, como tantos otros, había dado un nuevo  aliento de vida mediante su conversión en canciones de resistencia, lucha y esperanza de libertad. Viatge a Ítaca rompía las fronteras de la militancia política y social. Iba más allá del atrevimiento del mensaje combativo (como había sido L’Estaca, a finales de los sesenta). El valor original del poema musicado de Kavafis residía en la celebración de la utopía. La obra salió a la luz en 1974, año de convulsiones políticas y esperanzas renacidas en toda España. Y en Grecia, donde la “dictadura de los coroneles” se desfondaba tras su aventurera intervención en Chipre. En el país de Kavafis empezaba a despuntar el alba de libertad, que se extendería luego por todo el sur de Europa: primero, Portugal; luego, España.

Las nubes de la política real ensombrecieron pronto la utopía kavafiana en cualquiera de esos tres países. La democracia les llegó en uno de esos momentos de dificultades extremas (crisis del petróleo tras la guerra del Yom Kippur, agotamiento del modelo de nivelación social de la socialdemocracia europea e irrupción del neoconservadurismo revanchista anglosajón).

El modelo ultraliberal que ha dominado Europa (y Estados Unidos, su inspirador y motor) hasta finales de la primera década del presente siglo arrasó con todos los avances sociales de la segunda posguerra europea. Y Grecia, de nuevo Grecia, se convirtió en el epítome de esa masacre social y política. La ruina del país, propiciada por la mala gestión de los gobiernos del “consenso centrista” (PASOK y Nueva Democracia) y las recetas neoliberales subsiguientes, dinamitó la estructura política del país.

En 2012, en un panorama dantesco de quiebras, desempleo, pobreza y hambre, surgió una alternativa de izquierdas con ribetes utópicos, sin anclaje orgánico en las familias clásicas (socialistas o comunistas). SYRIZA inspiró un nuevo viaje a Ítaca, una singladura que debía ir “más allá de los árboles caídos que ahora nos aprisionan”, como había escrito Kavafis.

Ya se sabe cómo acabó aquella travesía griega de la esperanza renacida. Tsipras y Varufakis creyeron haber cegado a Polifemo, pero el monstruo de la gruta de la austeridad europea resultó tener más de un ojo y el “Dios del viento” no impulsó el barco de los utópicos, sino que lo desguazó con inclemencoa. Tsipras fue humillado en Bruselas. Y, cuando intentó presentar su claudicación como una tregua antes de seguir la travesía, muchos desengañados griegos le volvieron la espalda. En 2019 aún pudieron aguantar a pesar de perder las opciones de gobierno. Ahora, cuatro años después, se ha levantado acta del naufragio. En estos ocho años de tormentosa singladura, SYRIZA ha perdido la mitad de sus “guerreros fieles al pueblo”: de 145 diputados ha pasado a 71.

¿Qué ha ocurrido para que la utopía se haya disuelto en la amargura del fracaso?

EL DESENGAÑO DE SYRIZA

SYRIZA no ha encontrado la sabiduría que Kavafis loaba como la auténtica recompensa del viaje. El gran error de Tsipras y los suyos fue hacer creer que se podía derrotar al enemigo austericida sólo con gritar a las armas y remar con entusiasmo. No supo en su momento apreciar el valor de la paciencia, algo comprensible en parte, si se tiene en cuenta el apremio de la situación que heredaron. No ha aprendido lo suficiente de los errores o no ha construido  la manera de explicarle a los griegos que no estaba preparada para combatir contra dioses tan implacables.

El proyecto se ha ido debilitando y el ejército de combatientes ha ido menguando, víctima de la endémica enfermedad de la izquierda utópica europea: la división creada por el personalismo, disfrazado de exigencias ideológicas puristas. La SYRIZA fuerte y unida de 2012 se ha roto en tres. El grupo mayor, que conserva siglas y la mayor parte de dirigentes, ha logrado poco más del 20% de los votos, dieciséis puntos menos que en enero de 2015. La facción intelectual, crítica y provocadora de Varufakis (Mera’25) ni siquiera ha franqueado la barrera del 3% necesaria para obtener representación parlamentaria. La escisión Rumbo a la Libertad (nombre de claras resonancias kavafianas), supera a los anteriores en unas décimas, pero tampoco lo suficiente para acceder a la Asamblea. Esta desbandada de los navegantes utópicos debería servir de aviso a las formaciones españolas análogas, ante los desafíos electorales.

Otra lección del desastre ha sido la ruptura de puentes con el merecidamente denostado PASOK, ahora en otro trabajoso viaje de reconstrucción/regeneración, que le ha valido un empuje electoral de 4 puntos (hasta el 11%), insuficiente para mejorar sus opciones negociadoras.

LA ENGAÑOSA GESTIÓN DE MITSOTAKIS

Lo más lacerante del desfondamiento de SYRIZA es que su adversario conservador llegaba muy ensuciado al combate electoral. El gobierno de Kyriakos Mitsotakis arrastraba una cadena de escándalos que ilustraban la pobre salud democrática del país. Las escuchas telefónicas de periodistas, empresarios e incluso del líder socialista Nikos  Androulakis, orquestadas desde los servicios secretos a través de una empresa informática en la que tenía participación el sobrino del primer ministro, desnudaron la hipocresía de la retórica liberal (1). Todo ello acompañado de un control cada vez más estrecho de los medios y de una reforzada vigilancia policial (2).

Más sangrante había sido el accidente ferroviario de febrero (57 muertos), que sacó a flote el deterioro criminal de las infraestructuras griegas tras la prolongada austeridad y el recorte de la inversión pública (3), considerado en su día como puro gasto para Bruselas y los gobiernos griegos sumisos. El actual jefe del gobierno ha tratado de compensar esas políticas con medidas que pudieran tener rédito electoral inmediato, pero siempre con la óptica de estimular fiscal y financieramente a los negocios (4).

Mitsotakis, de cuna rica y experimentada en las artimañas del poder, ha demostrado conocer mucho mejor los trucos de las democracias para presentar ciertos datos económicos como artículos de fé en la lucha por la supervivencia política (5). En 2022, tras el final declarado de la pandemia, el crecimiento económico se ha cifrado en el 5,2%, a costa del desempleo más alto de Europa (11%, pero un 24% entre los jóvenes) y una agudización de la desigualdad, con más de la cuarta parte de la población en situación de pobreza y un claro riesgo de exclusión (6).

Atención aparte merece la regresiva política migratoria, que se ha ejercido sin complejos y con la complacencia de Europa (7). La denegación de auxilio a barcos en dificultades han provocado una oleada de indignación entre las organizaciones humanitarias (8). El número de víctimas mortales en la ruta del Mediterráneo central ya ha batido los récords de años anteriores, y aún no estamos en verano, la estación que registra los mayores flujos migratorios.

Nada de esto, que apela a la condición humana más noble, ha importado demasiado. Quienes desprecian la utopía como alimento de la inestabilidad y acreditan sus prestigiosos títulos académicos como garantía de eficacia han ganado la partida en Grecia. Una vieja epidemia se extiende de nuevo por el país: la desmemoria. Que lleva como corolario la apatía: un 40% de los griegos ni siquiera ha ido a las urnas.

Pero el esfuerzo de Mitsotakis no ha concluido. Como le falta un puñado de diputados para la mayoría absoluta, utilizará el mecanismo de reforma de la ley electoral para forzar otros comicios en verano. Pretende aprovechar el naufragio de SYRIZA para hacerse con todo el botín político. Ni siquiera esas decenas de miles de jóvenes mayores de 16 años que pueden votar este año evitarán la catástrofe de la izquierda utópica. Ítaca está aún más lejos.

 

NOTAS

(1) “European Parliament report condemns spyware abuses in Greece”. BALKAN INVESTIGATIVE NEWS REPORT, 9 de mayo.

(2) “Greece’s prime minister wins an election but lacks a majority”. THE ECONOMIST, 21 de mayo.

(3) “Vent de colère après la catastrophe ferroviaire”. COURRIER DES BALKANS, 6 de marzo.

(4) “An election won’t end Greece’s troubles”. AKIS GEORGAKELLOS y HARRIS MYLONAS. FOREIGN POLICY, 19 de mayo.

(5) “Le premier ministre Kyriakos Mitsotakis sollicite un second mandat pour dejouer ‘l’instabilité’”. LE MONDE, 21 de mayo.

(6) “En Grèce, des élections legislatives, sur lesquelle plane le spectre de l’impasse politique” (resumen de prensa griega). COURRIER INTERNATIONAL, 21 de mayo.

(7)  “As Greece votes, leader says blocking migrants built ‘good will’ with Europe”. THE NEW YORK TIMES, 21 de mayo.

(8) “EU asks Greece to investigate video showing migrants abandoned at sea”. THE NEW YORK TIMES, 22 de mayo;

LO QUE NO SE HA ENTENDIDO DE TURQUÍA

17 de mayo de 2023

Turquía ha votado y Erdogan conserva muchas opciones de seguir en el poder. No es lo que predecían la mayoría de los sondeos (le daban varios puntos por debajo de Klicdaroglu), ni lo que deseaban discretamente sus formales aliados occidentales. El autoritario presidente turco ni siquiera ha tenido que recurrir a una manipulación soez de las urnas, temida por rivales y observadores (1). Le ha bastado con su sistema piramidal y paternalista que tiene raíces ancestrales y conecta con una población adicta a la autoridad.

Ese medio punto que le ha faltado a Erdogan para lograr la mayoría absoluta en la primera vuelta se antoja pan comido para el 28 de mayo. Sólo debe arañar los votos reticentes de los otrora convencidos de su misión histórica. O atraer  a una pequeña parte del ese 5% que ha votado a Sinan Ogan, un disidente ultra del ultraconservador Movimiento Nacionalista el partido más importante (11% de los votos en las legislativas) de los que gravitan en la coalición agrupada bajo el liderazgo supremo de Erdogan. Por tanto, salvo sorpresa mayor, el actual presidente seguirá acaudillando el país.

Muchos analistas de los medios occidentales liberales se preguntaban este lunes cómo es posible que, ante una situación económica tan precaria (inflación próxima al 50%, la divisa nacional ya  sin valor real, incremento del paro), la gestión desastrosa del reciente terremoto, una tensión casi insoportable con sus formales aliados occidentales y la presencia de una oposición casi unificada por primera vez en veinte años, Erdogan haya podido prevalecer.

La mayoría de las respuestas inciden en la perversión del sistema político, el patronazgo de unos medios de comunicación serviles, la manumisión de un electorado casi cautivo con nuevas subidas de sueldo a funcionarios y empleados públicos, anuncios de anticipación de la jubilación y promesas de subsidios inmediatos tras las elecciones, aparte de la sempiterna invocación a la debilidad e incluso la connivencia de la oposición con el “terrorismo” kurdo (2).

Todas esas razones son ciertas. Y poderosas. Pero se elude o no se destaca lo suficiente la conexión que Erdogan ha sabido cultivar y fortalecer con el instinto político de una mayoría de los turcos, adictos a la autoridad y al poder fuerte (3). Erdogan ha hecho creer a los turcos que han  superado el complejo de las poblaciones de imperios derrotados, humillados.

UN SIGLO DE AUTORITARISMO CON MODELOS DIVERSOS

La Turquía moderna cumple ahora cien años. Fue construida por el padre de la Patria, Mustafá Kemal Atatürk, un oficial del ejército otomano barrido por las potencias occidentales durante la Primera Guerra Mundial. Atatürk comprendió que la enorme catástrofe del derrumbamiento del Imperio de la Sublime Puerta sólo podía ser restañada con un poder fuerte capaz de abrirse paso en un nuevo mundo. El conservadurismo monárquico arraigado en el Islam como fuente de legitimación debía ser sustituido por una República sin complejos que mirara al futuro sin nostalgia ni temor, pero sin renunciar a lo más sólido de la tradición.

Pese a la amputación de sus territorios en Oriente Medio y a la pérdida definitiva de su influencia directa en la Europa balcánica y suroriental, Turquía tenía potencial para seguir siendo un gran país, una orgullosa nación. Sólo tenía que elegir mejor sus amigos, perder el miedo a ese nuevo mundo que se abría a sus ojos y construir un Estado fuerte no basado en la autoridad divina de un monarca o una familia sino en la voluntad férrea de sus ciudadanos. Una República autoritaria.

El proyecto de Atatürk prendió. Turquía supo explotar su condición de enclave privilegiado entre Europa y Asia. La nueva República, ya desaparecido el Padre, superó la II Guerra Mundial esta vez en el lado vencedor, lo que multiplicó su valor estratégico en el nuevo equilibrio entre el Este y el Oeste, ofreciéndose como pilar adelantado del campo occidental frente al flanco sur del nuevo coloso soviético. La rivalidad de siglos entre los regímenes absolutistas del Sultanato y el Zarismo se replicaba en la guerra fría con dos modelos republicanos opuestos: el todavía revolucionario pero ya conservador de Stalin y el autoritario pero formalmente afecto a las instituciones democráticas occidentales de los generales turcos, garantes primordiales del legado kemalista, junto a una judicatura militante y un funcionariado disciplinado.

Esa Turquía fuerte, autoritaria y vigilante nunca fue una democracia liberal al estilo europeo. Su condición de vigía le permitía sobrepasar los límites. Los partidos políticos se soportaban como una debilidad, y cuando se traspasaban ciertos excesos liberales, los militares ejercían el poder  directo, sin intermediarios. Occidente vivió muy a gusto con esa democracia autoritaria que el pueblo no contestaba, salvo una minoría ilustrada que había creído en un futuro de derechos y libertades, en la versión blanda e idealizada de la modernidad kemalista.

A finales de los setenta emergió el islamismo subyacente, depositario de valores conservadores profundos de las masas campesinas de la meseta central o del oriente más atrasado. Con la paciencia habitual de las religiones monoteístas, el Islam supo canalizar la insatisfacción ante una prosperidad alicorta que no llegaba a todos. El kemalismo era  un encaje incómodo para los líderes emergentes de ese Islam combativo que rebasaba el ámbito de la piedad personal.  Los militares herederos de Atatürk percibieron de inmediato el peligro y, al igual que habían eliminado cada exceso veleidoso de los partidos, no dudaron un segundo en segar de raíz una amenaza que consideraban aún más peligrosa. La persecución del islamismo fue sañuda. Erdogan fue el exponente de un islamismo de nuevo cuño que combinaba tradición y modernidad. El agotado régimen cívico-militar hizo un postrero intento de sofocarlo. Sin éxito.

ERDOGAN ROMPIÓ EL MOLDE

Tras su victoria en las municipales de Estambul, Erdogan aprovechó su momento y, con esa paciencia destilada del Corán, supo neutralizar a los generales atlantistas como baluartes primordiales de esa República autoritaria. Erdogan no destruyó el Ejército ni vació las instituciones kemalistas: simplemente las transformó, les dio una orientación ideológica y cultural diferente. No tuvo miedo ni se protegió de las masas desposeídas de Anatolia ni de las clases medias y trabajadores de las grandes ciudades; por el contrario les atrajo con una versión paternalista del Estado conseguidor, aliado de las fortunas pero hábil garante del reparto. Frente a la versión turca desfalleciente de la socialdemocracia o al neoliberalismo rapaz que se había impuesto en Occidente, Erdogan apañó un sistema corporativo que pretendía aglutinar capital y trabajo bajo la inspiración humanista de un islam protector.

Los principios prometedores se fueron disolviendo y las contradicciones del sistema se hicieron  evidentes a medida que se agotaban las palancas, tanto materiales como ideológicas. La corrupción fue gangrenando el campo de oportunidades sociales. El poder autoritario se distinguía cada vez menos del dictatorial. Empezaron a brotar las disensiones internas y los enemigos otrora silentes. Ante estos síntomas de problemas -aún no de debilidad-, Erdogan recurrió al resorte del falso riesgo del enemigo interior: el irredentismo kurdo. Después de unos inicios conciliadores, fue apretando los mecanismos represivos. El intento de golpe militar de 2016, real o fabricado (a tenor de su chapucera ejecución) le brindó la oportunidad de acabar con esos brotes de contestación: la purga fue extensa, profunda y despiadada.

Para entonces, Erdogan ya había diseñado una política exterior instrumental en su proyecto autoritario. Afianzado el poder interior, llegaba el momento de desprenderse de los rescoldos de complejos de potencia derrotada y humillada, de afirmar su condición de potencia regional y, por qué no, algún día, mundial. Empezó por extender su modelo ante un mundo árabe en descomposición, primero con una versión amable (‘cero enemigos’, fue la fórmula) y luego cada vez más asertiva. No dejó escapar la oportunidad que le brindó la ‘primavera árabe’. Tras la fragmentación de Siria, en una guerra internacionalizada y brutal en la que él participó apoyando al bando islamista menos radical, franqueó los fronteras para perseguir a los congéneres de sus enemigos kurdos.

Cuando Occidente torció de nuevo el gesto, Erdogan liberó todo el arsenal de reproches. Sobre todo con Europa, que llevaba décadas negándole la entrada en el selecto club de la Unión, con un complejo de condiciones que tanto los dirigentes como el pueblo percibían como excusas para disimular el inconfesable racismo y xenofobia que las masas de inmigrantes sufrían desde hacía décadas en las barriadas menesterosas europeas. Con EE.UU, el respeto reverencial se tornó cada vez más exigente. En esa nueva partida triangular, Erdogan contó un socio hasta cierto punto inesperado: la Rusia de Putin. Un espejo de su régimen, con raíces y desarrollo diferentes, pero con capacidad similar para contestar la arrogancia occidental.

Lo impensable décadas atrás se produjo. Erdogan aprovechó la posición geoestratégica de su país en beneficio propio y le puso precio a su patrón occidental. De entre todas las alteraciones del orden liberal en los últimos treinta años, la revisión turca ha sido quizás el fenómeno más relevante. No es que Turquía se haya vuelto equidistante entre Occidente y Rusia. Pero la casuística de la cooperación dentro de la rivalidad entre Ankara y Moscú provoca una inquietud enorme en la OTAN. Como su actuación autónoma en los conflictos africanos y caucásicos.

La guerra de Ucrania ha confirmado la apuesta de Erdogan. No se ha alineado con Rusia, pero se ha abstenido de sumarse a la guerra económica contra el Kremlin. Juega un papel de mediador para resolver el atasco en el suministro de grano ucraniano a numerosos países dependientes del Sur. Y vende drones a Kiev sin que ello provoque la irritación de Putin, o sin que este lo demuestre, porque gana por otro lado.

En campaña, Erdogan hizo virtud de la necesidad, capeado el temporal de las crisis sucesivas (Covid, guerra, corrupción, incompetencia, etc) e insistió en sus mensajes de fuerza y prestigio. A saber... nunca desde Atatürk ha sido Turquía tan respetada en el exterior. O temida. O incluso odiada por esos liberales europeos despectivos o esos norteamericanos arrogantes que ahora tienen que atender nuestros intereses en Oriente Medio. Erdogan ha vendido a sus fieles, a los que han dejado de creer en el, pero también a quienes recelan de su sistema, la impresión de que nadie puede hacerlo mejor y proporcionarles más seguridad y prosperidad. El tibio apoyo del principal partido kurdo (por lo demás, inhabilitado y descabezado) a la coalición opositora ha sido un regalo presentido por el Sultán, que no dudó en utilizarlo para presentar a sus rivales como “cómplices de los terroristas” (5)

Otros factores le han ayudado a resistir este embate de malos tiempos. La personalidad un tanto desvaída de Kilicdaroglu (6) encaja mal con ese instinto autoritario de las masas turcas menos familiarizadas con los matices políticos liberales. Sus promesas de una restauración del sistema democrático han resultado poco convincentes, y menos el presentido alejamiento de Moscú, con quien Erdogan ha trabado una interdependencia económica difícil de desmontar a corto plazo (7). A eso se añade el escaso compromiso del líder opositor con los intereses de la clase trabajadora (8), una visión de un analista turco menos ajustada a la lógica occidental.

NOTAS

(1) “Turkey’s elections won’t be free and fair”. NATE SCHENKKAN y AIKUT GARIPOGLU (Freedom House). FOREIGN POLICY, 3 de mayo.

(2) “Eléctions en Turquie: pourquoi Erdogan a déjoué les pronostiques”. MARIE JÉGO (corresponsal en Ankara) Y ANGÈLE PIERRE. LE MONDE, 16 de mayo; “Recep Tayip Erdogan confounds predictions in Turkey’s elections”, THE ECONOMIST, 14 de mayo; “Erdogan’s grip on power is loosened but no broken, vote show”. BEN HUBBARD. NEW YORK TIMES, 15 de mayo;

(3) “Erdogan scores win through culture wars and soft authoritarianism”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 16 de mayo.

(4) “En Turquie, une élection cruciale pour l’Europe et l’OTAN”. NEKTARIA STAMOULI. POLÍTICO (reproducido en COURRIER INTERNATIONAL, 11 de mayo).

(5) “Turkey’s resilient autocrat”. SONER CAGAPTAY. FOREIGN AFFAIRS, 4 de mayo.

(6) “A former bureaucrat is giving Erdogan a run for his money”. THE ECONOMIST, 10 de mayo.

(7) “What if Kemal Kilicdaroglu wins Turkey’s election”. STEVEN COOK. FOREIGN POLICY, 14 de abril.

(8) “Turkey’s opposition can’t win without the working class”. HALIL KARAVELI (Central Asia and Caucas Institute). FOREIGN POLICY, 17 de abril.

UN VERANO CALIENTE EN EL MEDITERRÁNEO

10 de mayo de 2023

Se teme un nuevo verano trágico en el Mediterráneo por la deficiente gestión oficial de los flujos migratorios. La tendencia apuntada en los primeros meses del año así lo anticipa. En lo que va de año, el Mediterráneo ha vuelto a ser la tumba de miles de africanos que intentan llegar a la orilla norte, por las costas italianas y griegas, sobre todo (1).

En 2017 la UE alcanzó un acuerdo de control migratorio con Libia, que desde la gran crisis de 2015 había sido el principal foco reciente de procedencia de los migrantes africanos y asiáticos (2). El contenido de aquel acuerdo presentaba ribetes oscuros, como en su día denunciaron no pocas organizaciones humanitarias.

Las potencias europeas, muy divididas y enfrentadas entre ellas, “externalizaron” el control de la migración africana a un país sumido en una guerra interna y con escasas, por no decir nulas, garantías democráticas. Se documentaron numerosos casos de torturas practicadas por la guardia costera libia (3).

Si bien la llegada de inmigrantes irregulares procedentes de Libia se había reducido en más de un 50% hasta finales de 2022, el flujo total en el Mediterráneo ha registrado nuevos aumentos desde 2020.

TÚNEZ, EL ACTUAL FOCO DE MAYOR PREOCUPACIÓN

A pesar de seguir actuando con un alto grado de impunidad, las mafias que controlan el tráfico de personas decidieron desplazar el lugar de origen a Túnez que, por entonces, parecía un lugar más tranquilo. Ha dejado de serlo.

De enero a abril de este año, más de 26.000 personas procedentes de Túnez han llegado a las costas italianas, mientras que en todo 2022 la cifra de arribados fue de 30.000. Por tanto, es razonable pensar que asistiremos a un desbordamiento de la situación, sin que parezca existir un plan de actuación. Más bien al contrario (4).

Este nuevo repunte de la crisis migratoria coincide con un gobierno italiano de nuevo muy represivo en materia migratoria y social. La primera ministra, Giorgia Meloni, como era de esperar, ha optado por la “manera fuerte”, bloqueando la llegada de embarcaciones y dificultando las tareas de socorro de las ong’s que intentan evitar los naufragios. A la mayoría de los emigrantes que, pese a todo, consiguen alcanzar puertos italianos les espera un incierto viaje de vuelta. A mediados de abril, el gobierno de Roma decretó el estado de emergencia nacional, en virtud del cual se facilitan y agilizan las medidas de repatriación de los migrantes

A los miles de subsaharianos que inician cada año el éxodo, debido a la violencia endémica o una miseria sin remedio en sus lugares de origen, se añaden ahora los propios tunecinos. El país que alcanzó gran notoriedad por ser el primero en el que se produjo un levantamiento popular contra los regímenes dictatoriales árabes a comienzos de la pasada década, se encuentra sumido en una crisis múltiple. Un régimen autoritario, ya sin ambages, parece incapaz de resolver una situación económica ruinosa. La pandemia hundió el sector turístico, principal fuente de riqueza y divisas del país. El PIB se ha desplomado casi un 9%. El desempleo oficial supera el 10%, pero la economía informal crece sin parar y la desesperación social se hace insostenible. La deuda atenaza a las arcas públicas. Las autoridades negociaron hace poco un préstamo de unos 2 mil millones de $ con el FMI, pero el presidente Saïed  lo rechazó por considerarlo un “diktat inaceptable” (5).

Entre los observadores internacionales no hay unanimidad a la hora de evaluar la estrategia negociadora tunecina. Hay quien estima que el FMI ahogará al país como ya ocurrió en otras crisis anteriores (6). La conducta arbitraria y dictatorial del presidente complica las cosas. Saïed, un profesor de Derecho, llegó al poder con un mensaje populista de saneamiento general de las instituciones, tras el fracaso de los gobiernos que sucedieron a la dictadura del general Ben Ali. Su fórmula de democracia directa se ha resuelto en su simple y llana voluntad. Ha disuelto el Parlamento, ha puesto bajo su control directo a la judicatura, gobierna por decreto e ignora o desautoriza con frecuencia a sus ministros (7). Su última decisión polémica ha sido detener a Rachid Gannouchi, líder del movimiento islamista moderado Ennahda (Renacimiento), que es la formación política mayoritaria (8). El atento de ayer en una sinagoga de Djerba vuelve a reavivar el peligro de radicalismo musulmán. Europa y Estados Unidos han sido pasivos cuando no benignos con Saïed, de forma similar a cómo han actuado con el general Al Sisi en Egipto, ambos represores, aunque en distinto grado, de los islamistas.

En este contexto tan desfavorable, el fenómeno migratorio se antoja explosivo. Las autoridades europeas están intentando un acuerdo con las tunecinas para asegurar un cierto control fronterizo. Pero si de los libios no se podía esperar un trato muy humano, algo parecido está pasando en Túnez. Saïed es un factor de riesgo añadido. Recientemente se ha despachado con comentarios racistas sobre los subsaharianos que llegan a las playas y costas tunecinas para abordar la travesía mediterránea. La arbitrariedad de Saïed no es la única razón del pesimismo.

TENSIÓN INTERNA EUROPEA

La cuestión migratoria ha provocado, de nuevo, un nuevo foco de tensión intracomunitario, especialmente agudo entre Francia e Italia. La situación se arrastra desde otoño de 2022, cuando el gobierno italiano negó el abordaje en sus puertos del barco Ocean-Viking, de la ONG SOS-Mediterráneo, que acabó recalando en Toulon. París reprochó a Roma su conducta en términos severos. En los dos países, la extrema derecha aprovechó a fondo la crisis. Marine Le Pen acusó al gobierno de “dejadez”. Meloni actuó en parte por instinto y en parte por presión de sus socios xenófobos de la Liga, que están muy atentos al menor signo de “debilidad” de la jefa de gobierno para arrebatarle una base social por la que compiten ambas formaciones.

Este mismo mes, la tensión franco-italiana ha alcanzado un nuevo pico. Después de nuevas actuaciones restrictivas italianas en el Mediterráneo, ante el referido incremento migratorio, el el ministro galo del Interior, Gérald Darmanin, acusó directamente a Meloni de ser “incapaz de gestionar los problemas migratorios”. Las declaraciones fueron deliberadamente provocativas, no sólo por su dureza, poco habitual, entre socios europeos, sino por el momento. Al día siguiente estaba prevista una reunión de los ministros de exteriores de ambos países, que por supuesto fue cancelada (9).

Como es sabido, la inmigración es uno de los principales asuntos de fricción social y política en  Francia. La derecha y la ultraderecha presionan a Macron para que endurezca su posición. El nuevo líder de los antiguos gaullistas (Los Republicanos), Eric Ciotti, pertenece al ala radical del partido, hasta el punto de coincidir básicamente con Le Pen en esta materia.

Después de superar muy malamente el trago de la reforma del sistema de pensiones, la siguiente pesadilla del gobierno Borne iba a ser la nueva ley migratoria. Pero las exigencias exhibidas por LR han aconsejado a la primera ministra aplazar la iniciativa hasta después del otoño. Las elecciones, este mismo mes, en Grecia y Turquía, ambos países claves en el tráfico migratorio, son signos adicionales de un verano muy caliente en el Mediterráneo, y no solo por motivos meteorológicos.

 

NOTAS

(1) https://missingmigrants.iom.int/region/mediterranean
https://data.unhcr.org/en/situations/mediterranean 
https://www.msf.org/mediterranean-migration-depth

(2) https://www.consilium.europa.eu/en/infographics/migration-flows-to-europe/

(3) https://ecre.org/mediterranean-eu-blamed-for-increase-of-departures-from-tunisia-and-loss-of-lives-ngo-rescue-ship-blocked-un-report-notes-systematic-torture-by-eu-supported-libyan-authorities/

(4) “Why are migrants to Europe fleeing from and through from Tunisia?”. THE ECONOMIST, 3 de mayo.

(5) “Le président tunisien dit ‘non’ au FMI. MONIA EN HAMADI. LE MONDE, 6 de abril.

(6) “Tunisia was right to reject the IMF deal”. ALISSA PAVIA (Centro Hariri, del Atlantic Council). FOREIGN POLICY, 19 de abril¸ “Don’t bail out Tunisia’s would be dictator”. SHADI HAMID (Brookings Institute), FOREIGN AFFAIRS, 28 de marzo.

(7) “A wave of repression. Tunisia’s President turns back the clock to authoritarism”. THORE SCHRÖEDER. DER SPIEGEL, 30 de abril.

(8) “Tunisia can rebuild its democracy. Only its president stands in the way”. RACHED GHANNOUCHI. THE WASHINGTON POST, 25 de abril.

(9) “Les propos de Gérald Darmanin sur Giorgia Meloni provoquent une nouvelle crisis franco-italienne sur le question de l’inmigration”. ALLAN KAVAL (corresponsal en Roma). LE MONDE, 5 de mayo.

COREA: EL SEGUNDO TEATRO DE LA NUEVA GUERRA FRÍA EN ASIA

3 de mayo de 2023

Estados Unidos afina su doble estrategia de confrontación en Europa y Asia contra la enemiga Rusia y la rival China. Mientras los servicios de inteligencia, militares, diplomáticos y políticos se preparan para encajar la anunciada contraofensiva ucraniana de primavera, en Asia se van retocando y afinando las alianzas tradicionales.

La reciente cumbre entre los presidentes norteamericano y surcoreano ha recibido menos atención en los medios españoles de lo que merece su importancia. Biden y Yoon Suk-yeol han elevado el rango de una relación bilateral al llevar la cooperación militar al plano nuclear. Se trata de una novedad importante. En este caso, no se trata de una respuesta al refuerzo militar chino, sino, evidentemente, a la escalada del programa atómico norcoreano. Pero, en caso de un deterioro de las condiciones de seguridad en Extremo Oriente, no es descartable que se acumulen dos crisis paralelas en la región: Taiwán y Corea.

La Declaración de Washington, suscrita hace unos días, Estados Unidos y Corea del Sur anuncia la creación del denominado Grupo Consultivo Nuclear, en virtud del cual el primero se compromete a “consultar” con su aliado asiático antes de tomar una decisión sobre el uso de armas nucleares, en respuesta a una eventual ofensiva atómica del régimen norcoreano. Esta novedad excede el plano técnico o puramente militar y supone una elevación del estatus estratégico de Corea del Sur a un nivel similar al que tienen los aliados europeos de EE.UU.

Durante décadas, Estados Unidos ha mantenido un sistema militar de protección de Corea del Sur un tanto paternalista. Además de desplegar casi 30.000 hombres en territorio surcoreano, Washington afirmaba el compromiso adicional de cubrir con su paraguas nuclear cualquier decisión extrema de la dinastía Kim. Pero las autoridades de Seúl no tenían capacidad para decidir sobre el uso del arma atómica (1).

UN DILEMA SIN RESOLVER

La aceleración del programa nuclear norcoreano en los últimos tres o cuatro años ha erizado el debate sobre la seguridad nacional en Seúl, hasta el punto de que, en estos momentos, un 70% de sus ciudadanos se muestran partidarios de dotarse de armamento nuclear propio. Esto ha alarmado al establishment norteamericano, porque supondría una ruptura de Seúl con el TNP (Tratado de No Proliferación Nuclear) y el riesgo de un mayor descontrol en caso de crisis grave.

El origen de esta inestabilidad en la alianza bilateral reside en las dudas sobre la solidez del compromiso protector norteamericano, una vez que Pyongyang se encuentra en el umbral de poder alcanzar el suelo norteamericano con sus misiles nucleares de largo alcance. En términos sencillos: ¿Washington pondría en riesgo Los Ángeles o Seattle para salvar Seúl? (2).

Este dilema existencial replica el generado en la década de los 50 en Europa. Y para encauzarlo, Estados Unidos ha acudido ahora a la misma solución  de entonces: involucrar a su aliado en la planificación de la respuesta nuclear.

El problema es que este mecanismo puede resultar insuficiente, como lo fue parcialmente en Europa. Británicos y franceses no se conformaron con el paraguas participativo de Washington y desarrollaron sus propios arsenales atómicos, aunque Estados Unidos pudo asegurar el control de la panoplia táctica, que culminó con el despliegue de los misiles de medio alcance a primeros de los ochenta, en el último repunte de la guerra fría, bajo el mandato de Reagan.

El presidente surcoreano abandonó Estados Unidos visiblemente satisfecho, y con él una parte de las élites de su país y de los estrategas y expertos norteamericanos (3). Pero lo cierto es que la opinión surcoreana sigue dividida. Este mecanismo de participación en la cooperación nuclear no resuelve decisivamente la duda fundamental, es decir, si los “protectores norteamericanos” estarían dispuestos a arriesgar la seguridad nacional para responder a una agresión norcoreana.

Las críticas o recelos más acerados provienen de la derecha surcoreana, que insiste en proponer la creación de un arsenal nuclear propio, para reforzar la disuasión frente al enemigo del norte. Esta opción es apoyada por ultraconservadores norteamericanos como Doug Bandow (4).

Las relaciones intercoreanas viven otra fase de deterioro, tras la breve distensión que se produjo durante el mandato de Trump. Nunca se sabrá si Kim Jong-un llegó a pensar en algún momento en una coexistencia pacífica con su vecino y, correlativamente, en una neutralización de su programa nuclear. La actuación del anterior presidente fue una chapuza diplomática basada en su presuntuoso instinto de hombre de negocios (¿?), pero careció de disciplina, método y calendario. Nunca pasó del contacto personal. Kim dio cuerda a Trump y facilitó cierto clima de cooperación con el Sur con la esperanza de obtener ciertas ventajas económicas que podrían quitar presión a país empobrecido y generar cierto alivio en su atribulada población. Pero cuando llegó el momento de plasmar en medidas concretas la sucesión de encuentros mediáticos, todo quedó en nada. El espejismo de una solución milagrosa entre Estados Unidos y Corea del Norte se desvaneció y la ilusión de un acercamiento entre los dos vecinos se disolvió en la amargura. El programa nuclear de Pyongyang está en máximos históricos (5).

EL PAPEL DE CHINA

En la coyuntura actual, con el acercamiento instrumento chino-ruso y la sustanciación de la rivalidad estratégica entre China y Estados Unidos, una eventual crisis coreana cobra una dimensión algo diferente a la de las últimas décadas. La ambición nuclear norcoreana era rechazada, aunque en distinta medida, por todas las grandes potencias internacionales. De hecho, ante el régimen de Pyongyang, Pekín cumplía el rol de poli bueno en el denominado grupo 6+2 (seis potencias internacionales y las dos Coreas), debido a su poder de generar incentivos económicos si desistía del programa atómico. La dependencia norcoreana de China es muy intensa. Moscú colaboraba en este empeño, aunque, obviamente, con menor peso.

Ciertamente, algunos estrategas occidentales sospechaban que Pekín practicaba un doble juego. Si bien no le interesaba una Corea del Norte nuclear, la amenaza que representaba para Estados Unidos tenía un valor de presión nada desdeñable.  Por otro lado, China estaba y sigue estando muy interesada en desarrollar sus relaciones comerciales y económicas con Corea del Sur, por razones intrínsecas, pero también como posible factor de debilitamiento, o al menos de compensación del vínculo surcoreano con Washington.

Esto último también está pesando en el debate estratégico actual en el país. La izquierda y en particular los jóvenes no están muy convencidos de incorporarse a la dinámica de confrontación con Pekín inspirada por Washington, según sostiene John Delury, un académico norteamericano de la Universidad Yonsey (Seúl). Un deterioro de las relaciones chino-surcoreanas, se cree en esos círculos, no sólo desestimularía de Pekín de cumplir un rol moderador de Pyongyang; además, tendría efectos económicos perniciosos para el país y hacer crecer el desempleo (6). Esta aprensión se añade a la motivada por las iniciativas proteccionistas de la administración Biden en materia tecnológica y comercial. El mensaje tranquilizador que el presidente norteamericano ha transmitido a su colega surcoreano en su reciente encuentro no ha convencido del todo en empresas y trabajadores de las industrias de automoción y electrónica.

NOTAS

(1) “South Korea’s nuclear options”. JENNIFER LYND y DARYL G. PRESS. FOREIGN AFFAIRS, 19 de abril; “South Korea could get way with the bomb”. RAMÓN PACHECO PARDO. FOREIGN POLICY, 18 de marzo¸“Nuclear energy should be at the forefront of Biden and Yoon’s cooperative agenda”. KAYLA ORTA. WILSON CENTER, 25 de abril.

(2) “America’s ironclad Alliance with South Korea is a touch rusty”. ADAM MOUNT y TOBY DALTON. FOREIGN POLICY, 27 de abril; “Inside the renewed promise to protect South Korea from the nuclear weapons”. DAVID SANGER y CHOE SANG-HUN. THE NEW YORK TIMES, 26 de abril.

(3) “South Korea-American pie: unpacking the US-South Korea summit”. ANDREW YEO y HANNA FOREMAN. BROOKINGS, 28 de abril; “Why Biden and Yoon’s agreement is a big deal”. GRAHAM ALLISON. FOREIGN POLICY, 27 de abril.

(4) “Washington might let South Korea have the bomb”. DOUG BANDOW. FOREIGN POLICY, 17 de enero.

(5) “The new North Korea threat”. SUE MI TERRY. FOREIGN AFFAIRS, 19 de enero.

(6) “After warmth from Biden, South Korea’s leader faces a different tune at home”. CHOE SANG-HUN. THE NEW YORK TIMES, 29 de abril.