14 de marzo de 2013
La
guerra en Siria entra en su tercer año, sin que se aviste un horizonte claro de
resolución. Setenta mil muertos, un millón de personas han cruzado las
fronteras y otros dos millones desplazados de sus hogares a otros lugares, una
destrucción pavorosa, escalada de odio confesional y bloqueo de las iniciativas
diplomáticas. Ese es el panorama desalentador que presente en estos momentos el
conflicto entre el régimen de los Assad y una heterogénea y todavía impreciso bando
rebelde.
UNOS
ESCENARIOS CONFUSOS
En estos momentos, el mapa
de la guerra se puede resumir así: el ejército de Bashar el Assad domina el
centro del país y los núcleos neurálgicos del régimen en Damasco; la oposición
armada controla el norte y algunos barrios periféricos de la capital; en torno
a otras ciudades estratégicas, como Alepo y Homs, persiste una situación de sangrientos
equilibrio, sin una hegemonía clara.
Hace
unos días, Joseph Bahout, un politólogo libanés de la Universidad de París pergeñaba
en LE MONDE tres escenarios posibles de la evolución de la guerra:
1)
la prolongación del estancamiento actual, lo que provocaría la cantonización
del país en torno a líneas de demarcación étnico-confesionales y el repliegue
del régimen sobre su bastión costero y montañoso, el llamado "reducto
alauí".
2)
el derrumbamiento definitivo del régimen, lo que podría abrir un periodo de
venganzas, luchas intestinas entre los propios rebeldes por el control o la
hegemonía y el anidamiento de un foco de resistencia de oficiales alauíes del
actual ejército regular (Siria, como Afganistán de Oriente Medio)
3)
una transición ordenada, que comenzaría con la renuncia del presidente Assad,
tutelada por las potencias internacionales y aceptada por los actores regionales.
Según
se van produciendo acontecimientos militares, cobra fuerza cada uno de estos
tres escenarios o variantes de los mismos. No obstante, el último de ellos
parece alejarse. Rusia y China, pese a sus dudas crecientes sobre la solvencia
del régimen, mantienen su resistencia a favorecer la caída de los Assad.
La
administración Obama ha incrementado el apoyo material a los rebeldes, pero de
momento prefiere no suministrarles armas de forma directa, aunque cada hay más
partidarios de ello. Washington no desconoce operaciones como la revelada
recientemente: el envío de armas a los rebeldes desde Croacia, con la
financiación saudí. En los Balcanes hay un remante impresionante de armamento
que las mafias regionales tratan con empeño de colocar en los mercados
propicios, como es, en estos momentos, el sirio.
UN
EJÉRCITO EN PRECARIO
La
solidez del régimen sirio se asentaba en el Ejército. Durante la primera fase
de la guerra, mientras los rebeldes mostraban aún una gran debilidad militar,
es lo que permitió el optimismo del presidente Assad y su clan. Pero esa
sensación de seguridad se ha reducido notablemente. En palabras del director de
la agencia nacional de inteligencia norteamericana, James Clapper Jr.: "la
erosión de las capacidades militares del régimen se está acelerando".
Un
artículo del NEW YORK TIMES analiza la evolución de la estrategia militar del
régimen. Convencido de que el ejército no está diseñado y preparado para una
guerra interna como la que devenido, los cabecillas del régimen desarrollaron
una estrategia que consistía en un reparto del trabajo para asegurar su
defensa. A los militares profesionales se les ha reservado la defensa del
núcleo del poder (el centro de Damasco, básicamente) y el bombardeo aéreo de
los reductos rebeldes, mientras para sostener el tipo de guerrilla urbana muy
sangrienta y de desgaste sin descanso se emplea a milicias.
En
un primer momento, estas fuerzas irregulares tenían un diseño autóctono, basada
en las unidades de vigilancia represiva, las temidas 'shabihas'. Pero el
fortalecimiento de los rebeldes ha obligado a reforzar estas estructuras y a adoptar
un modelo similar al de las 'basij' o fuerzas paramilitares de Irán, el
gran protector de Assad. Aparte, naturalmente, de una creciente implicación de
los combatientes libaneses chiíes proiraníes de Hezbollah.
El
problema para el régimen es que la prolongación y endurecimiento de la guerra
está haciendo muy difícil el reclutamiento de efectivos. A pesar de los
esfuerzos propagandísticos y del apoyo de ciertas autoridades religiosas en
comunidades confesionales que se sentían tradicionalmente protegidas por el
poder en Damasco frente a amenazas sectarias, lo cierto es que esas bases
sociales eluden su compromiso militar, pagando si es preciso fuertes sumas de
dinero. Este comportamiento se observa indistintamente en cristianos y alauíes,
e incluso sunníes temerosos de una orientación extremista en el bando rebelde.
UNA
CATASTROFE ABSOLUTA
La
mayoría de la población, en todo caso, no puede sustraerse a una situación
calamitosa. El Alto Representante de las Naciones Unidas, el ex-primer ministro
socialista portugués Antonio Guterres, ha dicho que "Siria ha entrado en
la espiral de una catástrofe absoluta".
Efectivamente,
desde primeros de este mes, la cifra de personas que han abandonado el país por
la guerra supera el millón, la mitad de ellas niños. Eso supone el 5% de la
población siria antes del inicio del conflicto. En Febrero, cada día 8.000
sirios atravesaron las fronteras. Otras dos millones de personas continúan en
el interior de Siria pero desplazadas de sus hogares. Cuatro millones reciben
ayuda básica (alimentos y medicinas). En números absolutos, Siria se ha
convertido en la tercera emergencia humanitaria más grave de las últimas
décadas, después de Ruanda e Irak. A este ritmo, podría ser rápidamente el
segundo.
El
reparto de ayuda, como suele ser habitual en las guerras impropiamente
denominadas civiles, está sujeto a las leyes e intereses de los bandos
combatientes y a los corsés diplomáticos, como ha denunciado recientemente
Médicos Sin Fronteras, una de las organizaciones más activas. Incluso la propia
Oficina de las Naciones Unidas para la coordinación de la ayuda humanitaria
reconoce que la lógica de la guerra y sus derivaciones dificultan el acceso de
los necesitados a suministros básicos. El
régimen impide la circulación de la ayuda por las rutas más cortas. Casi
la mitad de los cerca de dos millones de sirios que han recibido asistencia
alimentaria básica residen en zonas de fuertes combates.