8 de julio de 2019
La
derecha vuelve al poder en Grecia. Y a lo grande. Nueva Democracia, partido de
corte liberal-conservador (en lo económico y en lo político, respectivamente) ha
obtenido la mayoría absoluta en las elecciones anticipadas de este domingo.
Se
acabó el “sueño” de la izquierda alternativa, la nueva izquierda o la verdadera
izquierda, según sus promotores. Syriza, el movimiento que pretendió desafiar a
la Europa de la austeridad, de la tecnocracia comunitaria, de las castas políticas
obedientes a los patrones del capitalismo financiero ha sido derrotado por los
principales causantes de la ruina del país.
En
realidad, el anunciado fiasco electoral de ayer es, en parte, consecuencia de
la derrota política de hace cuatro años, cuando el primer ministro Alexis Tsipras
tuvo que claudicar ante la UE y aceptar una tercera fase del ajuste a cambio de
aceptar otro paquete de ayuda. Hizo lo que dijo que nunca haría y encajó lo que
había reprochado a sus antecesores.
Aquella derrota fue mucho más humillante que ésta. Pese a la
recuperación del empleo y políticas sociales de cierto fuste, las urnas han sancionado
un clima de desencanto.
Dicho
lo cual, Syriza no ha sido barrida. Con casi una tercera parte del electoral aún
fiel a sus promesas y propuestas, la formación de izquierda no tan radical pero
todavía alternativa se mantiene como principal representante del sentir
progresista del país. Derrota, en este caso, no significa liquidación.
Como
suele ocurrirle a la izquierda, la división interna resulta mucho más devastadora
que el empuje de la derecha. Si se suman los votos de Syriza y los de MERA, la
escisión abanderada por su exgurú económico, Varufakis, parecería que el respaldo
social de la izquierda radical resta
casi intacto. La izquierda templada sólo emite débiles señales de recuperación. Movimiento por el Cambio,
heredera del aniquilado PASOK sólo ha conseguido un 8% de los votos. ¿Qué explica
entonces esta mayoría absoluta de la derecha?
Pues
la pauta habitual. En tiempos decisivos, la derecha se une, o se aglutina o al
menos vota de manera concertada. La gran mayoría de los sectores sociales que
desconfían de una gestión progresista de la catástrofe han vuelto al lugar conocido
de Nueva Democracia, simplemente porque presenta un rostro fresco, pero sobre
todo ungido por la mística meritocrática. Además, el sistema electoral premia
con 50 escaños al vencedor. De ahí estas cuentas tan favorables para Nueva
Democracia.
Kyriakos
Mitsotakis pertenece a una estirpe de griegos nacidos para ganar, liderar y
mandar. Hijo de un primer ministro, miembro de una familia plagada de
ministros, alcaldes y otros altos cargos. Es la última dinastía griega alimentada
en la cuna de los negocios y bendecida en el aurea de los despachos. El nuevo
vástago promete lo de siempre: menos impuestos, menos burocracia o menos Estado;
o Estado sólo para proteger a los que
más tienen de las aspiraciones de los que menos tienen o de quienes más han
perdido.
Tsipras
vuelve a la oposición en la que creció y lo alzó como esperanza insólita para
los griegos más desfavorecidos y estandarte de una ilusión europea. Ahora
tendrá que sanar un partido fracturado y un entorno social plagado de
recriminaciones. Aquellas habilidades de estratega que parecían conectarlo con
las figuras míticas del pasado heleno lo llevaron a conseguir lo que nadie en
la viejísima y cautelosa Europa había hecho nunca: colocar a la izquierda sin
complejos al frente de un gobierno. El gran
estratega está ahora un poco más sólo y un mucho más débil.