URIBE, REFORZADO

4 de julio de 2008

La liberación, a cargo del Ejército colombiano, de 15 personas secuestradas por las FARC representa algo más que una brillante operación militar. Sin entrar en los detalles de la acción, las consecuencias políticas de su resultado serán seguramente inmediatas.

Los medios colombianos aseguran que la liberación de los rehenes constituye una “oportunidad para la paz”. Conviene ser prudente acerca de estas expectativas. Las amenazas a la paz y a la justicia en Colombia van más allá de la actividad guerrillera.

El “éxito de la estrategia de Uribe”, como reconoce clara y expresamente LE MONDE, es innegable. Que no se haya derramado sangre en la operación supone un elemento de reconocimiento y prestigio de las Fuerzas Armadas, que se estaba haciendo necesario después de innumerables episodios, en los que el prestigio y la credibilidad de los militares colombianos había sido puesto en entredicho. Uribe, muy dado a la hipérbole, ha calificado la operación de “epopeya militar”.

Expresada la satisfacción general y consumada la celebración colectiva por la liberación de estos ciudadanos, aún quedan muchos problemas por resolver. ¿Qué pasará con el resto de los rehenes que aún quedan retenidos en la selva colombiana?

Uribe, saboreando el triunfo militar, ha asegurado que la operación debe interpretarse como un “invitación a la paz” extendida a las FARC, para que liberen al resto de rehenes. Más explícito, el Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, ha asegurado que no se liquidó a todos los guerrilleros que custodiaban a los secuestrados, en un gesto de generosidad, para dar la oportunidad a las FARC de que liberen al resto de secuestrados.
Pero ¿qué ocurrirá si los guerrilleros responden negativamente, si deciden responder con un encastillamiento suicida? ¿Asistiremos a nuevas operaciones militares?

La principal formación de la izquierda colombiana, el Polo Democrático, asegura que el “éxito de este operativo no puede llevar a la conclusión ligera de que el rescate militar es el método eficaz y seguro para liberar a los secuestrados”. E insiste, en estas horas de euforia, que conviene seguir insistiendo en la importancia de las gestiones diplomáticas para forzar a las FARC a un “acuerdo humanitario”.

La gestiones del presidente venezolano, Hugo Chávez, con el apoyo implícito de Francia, permitió la liberación, en enero, de la secretaria de Betancur, Clara Rojas, y de otra rehén. Ahora, Chávez se ha apresurado a reiterar su petición a las FARC para que “liberen a los cautivos que aún mantienen en su poder”.

Pero Uribe se ha sentido siempre incómodo con esta vía pactada. Y ahora, con las FARC debilitadas, con sus principales líderes históricos desaparecidos, sus filas diezmadas por la deserción y una cierta desmoralización, la opción negociadora se antoja sencillamente inconcebible para el presidente colombiano. De hecho, su “invitación” de esta hora a la guerrilla suena a ultimátum.

Por otro lado, hay otro elemento que inquieta a los familiares de los aún secuestrados. Que resuelto el caso emblemático de Ingrid Betancur, se pierda interés o se afloja la presión internacional. Eso reforzaría la opción militar.

Lo que, a su vez, precipita otras preocupaciones. ¿Puede garantizarse que el resultado de otra operación militar sea tan incruento? Los allegados de las victimas temen que no sea así, como ocurrió con intervenciones anteriores no tan exitosas, como las que costaron la vida al gobernador Gaviria o al excomisionado Echeverri.

El Presidente colombiano gusta de las maneras fuertes y se complace en demostrar que no se arruga ante consideraciones formales o morales cuando fija un objetivo político estratégico.

Este suceso feliz le viene como anillo al dedo para engrandecer su figura, en un momento de conflicto institucional de primer orden con la Corte Suprema del país, que investiga su responsabilidad en la compra de votos para facilitar el cambio legislativo que le permitió presentarse a la reelección hace dos años.

Habrá que ver si la sociedad colombiana es capaz de separar convenientemente su satisfacción por la resolución parcial de un problema que ulcera la conciencia moral del país del diagnóstico sereno sobre la salud democrática de la República.