NI PAZ NI GUERRA: PROPAGANDA

16 de febrero de 2022

Seis semanas después, la crisis de Ucrania parece amortiguada, sin estarlo del todo. Esa va a ser la tónica durante las próximas semanas, quién sabe si meses. O años. En el deliberadamente confuso panorama de este momento, lo único que parece claro es que la crisis tiene mucho de fabricación propagandística. Por ambas partes.

La guerra no ha sido una opción del todo real o material, sino una amenaza. Hay un término ruso para expresarlo: maskirovka (mascarada, camuflaje, engaño). Pero para sostenerse debía parecerlo. Rusia ha acumulado fuerzas que superan técnicamente el umbral de unas simples maniobras. Pero, como ha dicho el propio ministro ucraniano de Defensa, nunca se ha pasado a la fase de combate. Basta leer la prensa rusa para entenderlo (1). El Kremlin ha mantenido una ambigüedad calculada. Natural: para ser creíble, la intimidación se tiene que parecer mucho a la consumación. La historia ayuda: la URSS invadió Hungría y la entonces Checoslovaquia. A veces, no basta con amagar y hay que golpear para hacerse respetar.

En Occidente también se ha desplegado una estrategia análoga, aunque sea menos evidente para el gran público de este lado. Nadie está dispuesto a arriesgar vidas por Ucrania. Eso se reconoce, aunque se utilicen fórmulas diplomáticas que no hieran demasiado la sensibilidad de los ucranianos, muchos de ellos inmigrantes en Europa, por cierto. La aparente firmeza de EE.UU. y de la OTAN se agrietaba con los matices, dudas, temores y vacilaciones de dos de los grandes aliados continentales, Francia y Alemania. Por debajo de una unidad declarativa han persistido diferencias históricas y naturales. Muchos de los reproches y de las viejas cuitas aliadas de la guerra fría han emergido de nuevo, con sus actualizaciones correspondientes. Tópicos como la ambición francesa de una defensa europea autónoma o la ostpolitik (política oriental) alemana han vuelto a circular estas semanas. En muchas ocasiones, más como elementos arrojadizos que como conceptos profundos de una política de seguridad europea.

Hemos podido leer en prestigiosos medios occidentales que “la crisis de Ucrania ha revivido a la OTAN”, o que “la Alianza Atlántica se ha mostrado más fuerte y unida que nunca”. Se trata en realidad de un sofisma. Son tan dudosas esas afirmaciones como la aparente provocación de Macron sobre la “muerte cerebral”. La OTAN existe porque es instrumento necesario del actual orden internacional. Con una Rusia fuerte o con una Rusia débil. Hasta cierto punto, más si cabe en el segundo caso -se justifica en el guion- porque se incrementan las percepciones de inseguridad. Se ha pasado de una Rusia poderosa a una Rusia “revisionista”. Peligrosas ambas.

Las diferencias aliadas son reales pero menos decisivas de quienes pretenden hacer de ellas una muestra del pluralismo occidental. Las alianzas se construyen sobre intereses no sobre principios morales: éstos son el ropaje legitimador. En la crisis de Ucrania, la OTAN no se ha desplegado como un aparato militar preparado para confrontar al adversario, simplemente porque el país pretendidamente amenazado de invasión no es miembro de la alianza. Es un aspirante al que se tiene esperando en la puerta desde hace más de diez años, sin intención real de recibirlo. El ingreso de Ucrania en la OTAN ha sido también una forma de intimidación, en este caso occidental, alambicada e imprecisa, pero con enorme poder intranquilizador para el adversario.

AUTOPROFECÍA CUMPLIDA

El enfriamiento de la crisis transita por senderos previsibles. Ucrania ha dejado entender, con el cruce habitual de declaraciones contradictorias que confirman más que desmienten, que no parece posible ingresar en la OTAN. Y ello a pesar de la presión nacionalista radical como razona lúcidamente un sociólogo ucraniano residente en Chicago (2). Una vez que el gobierno de Kiev ha elevado este propósito al espacio ideal de las aspiraciones constitucionales sine die (como en el capitalismo liberal el derecho al trabajo o a una vivienda digna para todos, etc), Rusia ha hecho un gesto “apaciguador” convenientemente televisado y orquestado (anuncio de fin de una de las maniobras junto a la frontera y declaración formal de seguir hablando). En Washington, también se ha cambiado el tono: de la “invasión inminente” que anunció este fin de semana Jack Sullivan (Consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca) se ha pasado a “la invasión es todavía posible” de Biden en las últimas horas. El mensaje es que no hay que bajar del todo los brazos ni relajar la firmeza. Al cabo se trata de la autoprofecía cumplida. En ambos campos.

El Kremlin puede decir, y dirá, que los occidentales han terminado por comprender que el ingreso de Ucrania en la OTAN no iba a ser tolerado por Rusia. Las demás exigencias que Moscú presentó por escrito pueden ser derivadas a largas y complejas negociaciones. Mientras, eso sí, la amenaza seguirá siendo palpable en las fronteras. Como decía hace unos días el profesor búlgaro Ivan Krastev, la estrategia de Putin no era la guerra, sino una crisis prolongada e hibernada que mantenga un manejable grado de tensión (3). En las próximas semanas, veremos brotes de tensión reavivada en las repúblicas secesionista de Donetsk y Lugansk, y quizás su reconocimiento formal por Moscú (al estilo de Osetia del sur o Abjasia, en Georgia).

Occidente, por su parte, puede decir, y dirá, que Rusia no se ha atrevido a invadir ante las terribles consecuencias para su economía que hubiera supuesto la imposición de sanciones nunca vistas por su severidad y amplitud. La OTAN habría demostrado una vez más su utilidad, como lo hizo durante la guerra fría, al prevenir una invasión soviética que, en caso contrario, se hubiera producido sin el menor asomo de duda.

Cualquiera de estas afirmaciones o posiciones no son verdad o mentira en sentido estricto. Por su propia naturaleza: son suposiciones. Están asentadas sobre el terreno de las percepciones, material con el que se fabrica la propaganda, ahora reforzada por el mayor poder convincente de las imágenes. No es una novedad en sentido estricto (recuérdese el empleo de las fotos de los misiles soviéticos en Cuba en la crisis de 1962). Pero en estos tiempos de asombrosa capacidad tecnológica, ha adquirido una mayor eficacia y credibilidad por la calidad y la penetrabilidad de los recursos técnicos. La inteligencia es secreta solo cuando conviene (4).

PAZ CALIENTE

La vuelta a la guerra fría, esa figura retórica de políticos, diplomáticos, militares, académicos y mediáticos es, sobre todo un estado de ánimo, la construcción de una sensación predominante. Hay otra expresión análoga que suena más sugerente: paz caliente. Su autor es el que fuera embajador de Estados Unidos en Moscú, Michael Mc Faul, que hoy oficia como enseñante de las futuras élites en la Universidad de Stanford. En un libro reciente desgrana una metodología de relación con Rusia. La tesis de McFaul, simplificando, consiste en “enfriar” a Putin, otorgarle piezas menores para extraer de él concesiones vitales para Occidente. Se trata, según sus palabras, de una visión actualizada de la distensión de los años setenta, que él codifica en una fórmula: Helsinki 2.0; es decir, una recuperación del espíritu de la Conferencia de Seguridad celebrada en la capital finlandesa (1975), que propició los posteriores acuerdos de control de armas, desarme y medidas de confianza. El núcleo de aquel proceso era reconocer a la URSS como potencia decisoria en Europa pero marcarle limites y obligarle a admitir lo mismo que había firmado en Yalta: el respeto a los derechos individuales y los imperativos de la democracia.

Lo ocurrido estas últimas seis semanas en torno a Ucrania -y lo que nos queda- hace más necesario pero también más complejo el tratamiento sugerido por McFaul. El equilibrio de los 70 se hizo añicos en los 90, tras la desintegración de la URSS. El juego de concesiones es hoy asimétrico. Rusia quiere recuperar lo que perdió cuando el hundimiento soviético hizo caduco el “espíritu de Helsinki”. Los países satélites de Moscú en Europa del Este se convirtieron en plataformas avanzadas de Occidente, con su incorporación a la OTAN. La última baza que le queda a la Rusia heredera de la URSS es Ucrania. Una cuestión existencial, se repite en Moscú.

EL PAPEL MEDIÁTICO

Una última consideración sobre el tratamiento mediático de la crisis. Los medios (liberales o nacionalistas, serios o tabloides) tienen casi siempre propensión a dejarse arrastrar por la tamborrada bélica. Para los primeros, se trata de alimentar los instintos más simples de patriotismo o de puro morbo. Los otros, en cambio, invocan la responsabilidad, la gravedad de la función de informar en una sociedad libre y otros principios elevados, aunque por debajo fluyan imperativos menos nobles. Por un lado, la vinculación de esos medios responsables con los intereses que encarnan los gobiernos; y, por otro,  la necesidad de fidelizar a una clientela cada vez más esquiva con unos contenidos que siempre suscitan atención. La amenaza de guerra siempre vende más que una incomprensible (y aburrida para la mayoría) disputa diplomática o geoestratégica. Hay más instinto de mercado que sentido de Estado en el tratamiento de las crisis mundiales. La llamada “prensa seria” no se diferencia de la “sensacionalista” en el fondo, sino en la forma. Lo hemos comprobado muchas veces y esta vez no es diferente.

 

NOTAS

(1) “La guerre en Ukraine, una psychose agitée par l’Occident” (resumen de prensa rusa). COURRIER INTERNATIONAL, 15 de febrero.

(2) “Why everything you know about Ukraine is probably wrong” (Entrevista con el sociólogo ucraniano Volodomyr Ishchenko). JACOBIN, 14 de febrero.

(3) “Europe thinks that Putin is planning something worse than war”. IVAN KRASTEV (Instituto de Ciencias humanas, en Viena). THE NEW YORK TIMES, 3 de febrero.

(4) “To reveal or not to reveal. The calculus behind the U.S. intelligence disclosures”. DOUGLAS LONDON. FOREIGN AFFAIRS, 15 de febrero.

(5) “How to make a deal with Putin. Only a Comprehensive pact can avoid the war”. MICHAEL MCFAUL. FOREIGN AFFAIRS, 11 de febrero.

LA CRISIS DE UCRANIA: DISONANCIAS DIPLOMÁTICAS

9 de febrero de 2022

La crisis de Ucrania no remite pero se libra, de momento, en el terreno diplomático o táctico. Se sigue hablando de la guerra en potencial, con las herramientas de la palabra: de la propaganda. En ese combate blando, no todos hablan el mismo lenguaje. O, para ser más preciso, emplean recursos que dejan deliberadamente en duda el significado de lo que se dice, de lo que se anuncia, de lo que se apuesta.

Este juego deliberado de equívocos no se establece solamente entre los adversarios, digamos los aliados de la OTAN y Rusia, o si se quiere utilizar el esquema de la guerra fría, el Este y el Oeste. En cada campo se detectan divergencias, matices, sutiles o ásperos, que reflejan una suerte de disonancias diplomáticas. Es muy evidente en el caso de los aliados occidentales, pero también puede advertirse, con más finura, entre Rusia y China.

MACRON, EL PACIFICADOR

El principal protagonista de esta ambigüedad diplomática es el presidente francés. Como se podía esperar, ha encontrado el momento para acaparar atención informativa y protagonismo, después de una semanas relegado por los tenores ruso y norteamericano. La voz de Macron es barítona pero muy audible, incómoda para los propios, desconcertante para los ajenos.

Después de cinco horas de conversaciones con Putin, el presidente francés compartió sus ideas con los medios. La idea fuerza fue ésta: la guerra se puede evitar, si se atienden los derechos legítimos de seguridad de Rusia, sin menoscabar la soberanía de Ucrania (1). Pero su lenguaje alambicado produjo perplejidad. Insinuó la posibilidad de algo parecido a la finlandización; es decir, la neutralización impuesta más que voluntaria de un vecino de la poderosa Rusia (otrora URSS). Obviamente, no por diktat, sino mediante la negociación de una nueva estructura de seguridad europea. Música muy deleitosa en los salones franceses (2). La noción de neutralidad protegida de Ucrania es también defendida en algunos círculos estratégicos alemanes y americanos (2).  Mientras tanto, para abordar lo más inmediato, Macron apuesta por revitalizar el formato cuadrilateral de Normandía (Rusia, Ucrania, Alemania y Francia) y reflotar los moribundos acuerdos de Minsk. En otras palabras, la intención de Macron consiste en “europeizar la solución de la crisis” (4).

La disonancia no reverberó solamente en Ucrania, donde recibieron a Macron, con “sonrisa crispada”, sino en la propia Moscú. El portavoz del Kremlin negó que, como insinuó el francés, Putin se hubiera comprometido a concesiones concretas o que la concentración de tropas en Bielorrusia se fuera a disolver después de las maniobras en curso. El propio líder ruso dijo, al lado de Macron, que era “demasiado pronto” para valorar las propuestas de su colega francés.

El esfuerzo del titular del Eliseo responde a tres vectores convergentes:

- la continuidad de la singularidad francesa en la alianza occidental, establecida por De Gaulle a mitad de los sesenta (o una década antes, desde la crisis de Suez, en realidad).

- la ambición de liderar una “autonomía estratégica de Europa”, que no sólo establezca criterios y líneas de actuación en relación a Rusia, sino también con respecto al desafío que plantea China y a otros frentes de crisis en la periferia europea (África y Oriente Medio) .

- la inminencia de unas elecciones, que no amenazan con cercenar su carrera política, pero de no obtener un resultado la menos igual o preferiblemente mejor que en 2017, podrían debilitar su liderazgo interno y su proyección internacional.

SCHOLZ, EL CALCULADOR          

El canciller alemán ha contemplado con discreción tanto los equilibrios de Macron, como las maniobras de Putin o las advertencias de Biden. Frente a la verbosidad del líder francés, el jefe del gobierno de Berlín ha aplicado el método merkeliano de las pocas palabras y el tono bajo. Se ha ganado reproches por eso. En Washington, se diga en público lo que se diga, molestó esa posición esquiva durante las primeras semanas de la crisis. Reflejo de ello, la embajadora de Alemania en Washington remitió un despacho encabezado con una frase tópica: “Berlín, tenemos un problema...” (5).

El problema era la credibilidad. En Washington empezaban a dudar se la disposición de su primer aliado en Europa para enfrentarse al adversario ruso, en caso de invasión/incursión en Ucrania. Scholz se ha visto obligado a rectificar. Pero sin aspavientos. Visitó el despacho oval y luego trató de acompasar su mensaje al del líder de la alianza: “Una nueva violación de la soberanía y la integridad territorial de Ucrania es inaceptable y tendría para Rusia severas consecuencias políticas, económicas y seguramente estratégicas”. Una declaración en línea con el mensaje de Biden, quien tampoco tiene el estómago para guerras.

La posición alemana, en realidad, no ha cambiado tanto. O no ha cambiado en absoluto. En Berlín hay un amplio consenso en el estable sistema político centrista (gobierno y oposición) a favor de preservar la paz y evitar cualquier provocación o desatención. Rusia es, como ya se sabe, el proveedor de casi la mitad del gas que calienta los hogares y hace funcionar la maquinaria productiva del país. Las alternativas manejadas estos días se antojan lejanos y costosos castillos en el aire. La guerra se contempla como una catástrofe inaceptable no sólo para ucranianos y rusos, sino también para los alemanes. Y, tras dos guerras mundiales en treinta años el pasado siglo, los germanos tienen aversión a las catástrofes.

Al cabo, como dice el profesor búlgaro Ivan Krastev, a Europa no le preocupa tanto la guerra como la amenaza de guerra, o la guerra sin fuego, que Putin pueda mantener largo tiempo (6).

BIDEN, EL RETICENTE

El presidente norteamericano está incómodo con esta crisis. Tiene una profunda desconfianza de Putin, por muchas razones. Como representante del establishment político nutrido en la guerra fría, le cuesta aceptar que la Rusia de hoy es algo demasiado distinto de la URSS. Como patricio demócrata, no le perdona al presidente ruso que interfiriera en las elecciones de 2016 para favorecer la victoria de Trump, al que podía manejar mejor que a la señora Clinton. Como político en retirada, y quizás presidente de un solo mandato, le agobia ser consumido por una crisis exterior, cuando intenta dejar un legado de (tímidas) mejores condiciones de vida y derechos sociales semejante al de Johnson. Como eso que se llama retóricamente “líder del mundo libre”, le interesa mucho más dejar sentadas las bases de la contención de China, el adversario sistémico del siglo XXI, que abrir del nuevo el libreto de la confrontación con Rusia, el enemigo derrotado del siglo XX.

En la burbuja del poder norteamericano también se percibe una cacofonía, por debajo de la oficial unanimidad del credo liberal. Los “halcones” reprocharon a Biden que, al principio de la crisis, hiciera una distinción entre “invasión” e  “incursión menor” de Rusia. O que rechace de plano el envío de tropas a Ucrania. En cincuenta años de carrera política ha sido siempre resistente a las aventuras militares de Estados Unidos. Después de todo, la “lección de Vietnam” fue un mantra para su generación. Ahora, el axioma de Metternich (“la diplomacia es la guerra por otros medios”) le obliga a utilizar un lenguaje más belicista del que quisiera.

ZELENSKI, EL ASEDIADO

Aún más evidentes son las disonancias entre los supuestos protectores y el protegido. En Kiev no ha sentado bien que Macron se mostrara tan “solícito” con Putin. Pero al gobierno no le ha gustado nada el tono “alarmista” de Washington o Londres, por la inducción al pánico y la erosión de la confianza en una economía que ya capotaba antes de este último sobresalto (7). El presidente ucraniano trata de armar un núcleo de lealtades en un país donde el poder está muy claramente al margen de las instituciones. Zelensky encuentra más confort en los países bálticos o en Polonia que en los pesos pesados europeos (8). La ministra alemana de exteriores intentó tranquilizar los aliviar el agobio del gobierno ucraniano, pero sin moverse un ápice de la negativa a proporcionarle armamento. La defensa de Ucrania es más retórica que material.

XI Y PUTIN, UNA EXTRAÑA PAREJA ESTRATÉGICA

Finalmente, las disonancias tampoco están ausentes en la aparente nueva armonía entre Moscú y Pekín. En los medios más conservadores o belicistas occidentales, la cumbre de los Juegos de Invierno ha dejado una impresión apresurada de frente estratégico euroasiático. Lejos de la realidad. Las versiones rusa y china de la declaración conjunta final evidencian el distinto tono y temperatura de cada parte. Pekín asume la crítica a la OTAN y el rechazo a un orden internacional impuesto según los criterios occidentales, pero es muy evasivo en el asunto de Ucrania (China nunca ha reconocido la toma de Crimea por Rusia).

Los que agitan el especto del peligro chino han llegado a decir que una invasión rusa de Ucrania no suficientemente castigada alentaría los designios anexionistas de China con respecto a Taiwan. Pero Xi Jinping sabe que no está el horno de la economía china para batallas militares, ni para sanciones económicas occidentales, si Pekin acudiera en socorro de Rusia. China compra y vende a Europa bienes y servicios por valor diez veces superior a lo que comercia con Rusia. Una cosa es la convergencia de ideas, propósitos y conveniencias y otra arriesgar la estabilidad de un crecimiento que renquea (9). El principio de que el enemigo de mi adversario es mi amigo incondicional no encaja en el pragmatismo chino.  


NOTAS

(1) “Emmanuel Macron teste une ‘méthode’ de désescalade face à Vladimir Poutin”. BENOÎT VIKINE y PHILIPPE RICARD (Corresponsales en Moscú). LE MONDE, 8 de febrero;

(2) “La place de l’Ukranie dans l’OTAN, équation insoluble de Emmanuel Macron”. PHILIPPE RICARD (Corresponsal en Moscú). LE MONDE, 9 de febrero;

(3) “How to break the cycle of conflict witn Russia”. SAMUEL CHARAP. FOREIGN AFFAIRS, 7 de febrero.

(4) “Emmanuel Macron’s remarks on Russia set alarm bells ringing”. PATRICK VINTOUR. THE GUARDIAN, 8 de febrero;

(5) “Olaf Scholz is coming to America on a mission of salvage mission”. TORSTEN BENNER (Director del Instituto de Política Global, en Berlín). FOREIGN POLICY, 4 de febrero; Germany has a little maneuvering room in Ukraine conflict”. DER SPIEGEL, 24 de enero.

(6) “Europe thinks that Putin is planning something worse than war”. IVAN KRASTEV (Instituto de Ciencias humanas, en Viena). THE NEW YORK TIMES, 3 de febrero.

(7) “Ukraine’s Zelensky’s message is don’t panic. That’s making the West antsy”. DAVID STERN y ROBIN DIXON. THE WASHINGTON POST, 31 de enero;

(8) “Deçu par les États-Unis et l‘UE, l’Ukraine cherche des nouveaux alliés. SERGEÏ STROKAN (Columnista de KOMMERSANT), reproducido en COURRIER INTERNACIONAL, 2 de febrero;

(9)”Don’t buy the Xi-Putin hype”. CRAIG SINGLENTON. FOREIGN POLICY, 8 de febrero.

PORTUGAL Y EL VENTILADOR POLÍTICO ASISTIDO DE LOS SOCIALISTAS EUROPEOS

 2 de febrero de 2022

El triunfo por mayoría absoluta de los socialistas en Portugal (42% de los votos) constituye un rara avis en Europa por su contundencia: sólo en los países con sistema electoral mayoritario se han dado márgenes similares. Pero no se trata de una primicia política: las últimas citas con las urnas han sido benignas con los partidos de centro-izquierda.

Un competente proceso de vacunación (90% de la población, inmunizada) y esa perspectiva de alivio económico (18.000 millones de euros) han favorecido el triunfo tan claro (no tan inesperado como indicaban engañosamente los sondeos) de los socialistas portugueses. Cuatro de cada diez votantes han decidido que no era momento de riñas ideológicas o de radicalismos sobre la profundidad del empeño, sino de gestión estable de los fondos europeos.

La izquierda radical negó al socialista Costa el apoyo a los presupuestos por entender que no era suficientemente ambicioso en la lucha contra los desequilibrios sociales, y podía tener base material para el reproche. Pero es muy dudoso que la alternativa (derechista, fragmentada y atosigada por el crecimiento de una ultraderecha hasta ahora testimonial) fuera a ser más beneficiosa para los desfavorecidos. En tiempos de crisis, el miedo a lo desconocido o el riesgo de empeorar alienta a las opciones continuistas. El líder socialista portugués lo supo ver con claridad y prefirió aceptar el reto electoral que enredarse en discusiones desgastadoras.

Los resultados en Portugal han disparado los análisis y comparaciones, interesadas u honestas, con las perspectivas en España, donde una coalición de izquierdas renquea pero se mantiene. Pese a la cercanía geográfica y cultural, las diferencias políticas entre los dos estados ibéricos son profundas y los factores que operan en los equilibrios electorales resultan muy dispares. Las disputas nacionalistas y autonómicas en España no existen en Portugal. Allí, la tensión territorial es más social que ideológica. En el centro, los partidos minoritarios de izquierda tienen menos capacidad de presión, aunque les alcanzara durante los últimos años para forzar un acuerdo parlamentario con los socialistas.

LIDERAZGO EUROPEO

Portugal ha sido uno de los principales territorios reserva del socialismo democrático durante la terrible década anterior. De los países continentales con una población superior a los 10 millones, Portugal es el que cuenta con el Partido Socialista continental más robusto en las urnas, con una media del 32,2 % entre 2009 y 2020. Después del domingo, esa cifra se eleva casi dos puntos y medio. El PSOE presenta una media del 26% en el periodo señalado.

No debe olvidarse al PS rumano, que atesora casi tres puntos y medio más que el portugués (35,6%), pero sus pobres resultados en 2020, los peores en el siglo XXI, tras unos escándalos de corrupción, auguran una etapa de debilidad.

Si consideramos al resto de la UE (hasta 2020), el PSP sólo fue superado por el Labour británico (33,2%), favorecido por un rígido bipartidismo, y más claramente por los laboristas malteses, con un porcentaje medio de votos del 56%, pero Malta tiene medio millón de habitantes y las opciones izquierdistas son casi inexistentes.

En comparación con los feudos históricos de la socialdemocracia en el norte y centro de Europa, el rendimiento electoral del PSP cobra más valor aún. Los socialdemócratas de Islandia gozan de una media casi idéntica (32,1%) a la de sus colegas lusos, pero los potentes vecinos laboristas noruegos están un punto por debajo, y seis los socialdemócratas suecos (números idénticos a los españoles). Los daneses atravesaron por dos décadas sombrías, en especial la última, con un resultado medio inferior al 18% (catorce puntos menos que los lusitanos).

En Alemania, país más poblado y más rico de la UE, el SPD experimentó un largo y sostenido declive desde el 40% de 1998 hasta el 20,5% de 2017, su suelo posterior a la II guerra mundial. En otros países centroeuropeos con fuerte implantación del puño y la rosa, hubo significativos retrocesos (Austria) o incluso derrumbes (Holanda).

UN RESCATE KEYNESIANO

El socialismo democrático como opción de gobierno estaba anémico antes de la pandemia, cuando la doctrina neoliberal, pese a los calamitosos efectos sociales, aún dominaba los criterios de la economía política en el continente. El hundimiento de los laboristas británicos, de los socialdemócratas alemanes y de los socialistas franceses así lo atestiguaba. En el feudo nórdico, los partidos promotores del estado providencia se encontraban en su peor momento. Sólo en el sur de Europa, especialmente castigada por la depresión de la década anterior, el desgaste de los partidos de la derecha, les había permitido una nueva oportunidad.

El destrozo económico de la Covid y sus terribles efectos sociales (que sólo han empezado) obligó a modificar la ortodoxia europea y acudir a un keynesianismo en forma de fondos de reconstrucción, aunque condicionado y temporalizado. La socialdemocracia se ha encontrado con un ventilador político asistido, inesperado hace dos años, que aliviará ligeramente la catástrofe social. Eso le permite recuperar un discurso de vuelta a los principios y a la gestión de políticas públicas que ya no sean sinónimas de burocratismo, estancamiento y corrupción, como fustigaban los mandarines neoliberales, sino motor de una recuperación productiva y de corrección tibia de la desigualdad social. El socialismo democrático que se dejó arrastrar por la marea neoliberal se engancha ahora al oxígeno dulce de los fondos europeos para sanear sus pulmones políticos y recobrar espacio vital.

Los partidos socialistas han vuelto al poder en Alemania, Escandinavia y Dinamarca. Pero los tiempos no han cambiado en balde. Aquel modelo social nórdico o ese capitalismo renano pactista que fungió el SPD son hoy muy distintos. En los países nórdicos, los partidos socialistas democráticos han endurecido sus políticas de inmigración, según dicen para hacer viable el estado del bienestar (1).

Este nuevo escenario estará plagado de paradojas. No menor es la de Suecia, donde se produjo una situación con cierto paralelismo al caso de Portugal, aunque con resultado diferente. La primera ministra socialdemócrata, Magdalena Andersson, perteneciente al ala derecha del partido, tuvo que dimitir al negarle sus socios de izquierda el apoyo al presupuesto. Recuperó el cargo al cabo de una semana, pero el proyecto de cuentas públicas que salió adelante en el Parlamento fue el defendido por los partidos de la oposición-liberal.

En Alemania, el desgaste político de Angela Merkel, la gran dama de la euroausteridad, y de sus mediocres herederos y la necesidad de dinero público para reflotar el crecimiento han acelerado el ventilador de respiración asistida. El SPD ha pasado de ser un enfermo crónico a dirigir de nuevo la Cancillería, 16 años después, aunque en frágil y precario equilibrio con liberales y ecologistas. En otros lugares del centro y oeste de Europa, los partidos socialdemócratas confían en que les llegará pronto el tiempo de salir del purgatorio.

Francia es la gran excepción. El PSF está en coma, rodeado de otros antiguos compañeros/ rivales de viaje con no mejores condiciones de salud. Incluso los intentos supuestamente novedosos de participación popular, como la Primaria de este pasado fin de semana, parecen condenados de antemano por una suicida aversión a la unidad. Parte del caudal de voto socialista, comunista o izquierdista francés se canalizará hacia la extrema derecha nacionalista (el RN, de Marine Le Pen), ahora amenazada por una deriva populista-libertaria-trumpiana, personalizada en Éric Zemmour.

Los próximos años serán decisivos para comprobar si hay un cambio de rumbo en Europa. La normalidad pospandemia y, en particular, la recuperación de los parámetros económicos obligará a los partidos socialistas democráticos a definir sus políticas. Sin ventiladores.

 

NOTAS

(1) “Les habits neufs de la social-democracie escandinave”. ANNE-FRANÇOISE HIVERT (corresponsal en Suecia). LE MONDE, 21 de enero; “Nordic countries aren’t actually socialists”. NIMA SANANDAJI. FOREIGN POLICY, 27 de octubre; ( ) “Au Danemark, le dur combat des opposants à la politique migratoire”. LE MONDE, 28 de enero.