IRÁN: CERILLAS ENCENDIDAS SOBRE BIDONES DE GASOLINA

27 de noviembre de 2019

                
El régimen de los ayatollahs parece haber superado la última y hasta la fecha más amplia protesta social en sus cuarenta años de existencia. La pregunta es hasta cuándo podrá resistir el sistema el deterioro galopante de las condiciones de vida, el acoso exterior y el desgaste de su legitimidad.
                
El detonante de la revuelta fue la subida de un 300% en el precio de los combustibles, (de 8 a 25 céntimos de dólar el litro), con el propósito de recaudar 2.500 millones de dólares anuales adicionales y nivelar la balanza fiscal. Incluso después del aumento de los precios, Irán seguirá gozando de la gasolina más barata del mundo, sólo por detrás de Venezuela y Sudán.
                
La otra medida polémica ha sido el racionamiento de combustible. El alto consumo de este producto ha sido una preocupación constante del Guía Supremo, Ali Jameini, que ha seguido la evolución del mercado de forma muy minuciosa, según algunas informaciones. Sus reiteradas invocaciones al autocontrol ciudadano no han funcionado: Irán consume diez veces más fuel que Turquía. Los subsidios al consumo representaron un punto y medio del PIB en 2017-2018. Las restricciones impuestas cifran en 60 litros mensuales por vehículo privado.
                
Algunos analistas se preguntan por qué se han introducido estas medidas ahora y no se ha esperado a las elecciones legislativas de febrero. El analista de la BROOKINGS Ali Fathollah-Nejad, de origen iraní, asegura que el gobierno tenía problemas para asegurar las nóminas de los funcionarios públicos. Un eventual impago habría tenido consecuencias aún más gravosas (1).
                
El gobierno había prometido compensar el alza de los precios redistribuyendo parte de los ingresos entre los 18 millones de hogares (60 millones de ciudadanos) considerados más vulnerables. Este compromiso no convenció a buena parte de la población, entre otras cosas, porque no se ha adoptado medida alguna que afecte a las castas privilegiadas del sistema, en particular los Guardianes de la Revolución y a su brazo paramilitar, Al Qods, cuyas amplias y sustanciosas actividades están prácticamente libres de impuestos.
                
EL EFECTO DE LAS SANCIONES NORTEAMERICANAS
                
Las tribulaciones económicas de la República Islámica están provocadas por las sanciones que Trump decidió reimplantar tras renegar del acuerdo nuclear, aunque los expertos difieren en el grado de influencia. Algunos consideran que ha sido enorme, incluso decisiva, mientras lo más críticos más severos acentúan las disfuncionalidades del sistema.
                
Lo que es indiscutible es que las sanciones han causado un daño sin paliativos en la economía nacional. El Banco Mundial ha calculado que el PIB cayó casi un 5% del PIB en el anterior año fiscal marzo 2018-marzo 2019 y el FMI predice un punto más de pérdida en el actual. El rial, la divisa nacional, se depreció en un 70% en los meses siguientes a la reimposición de las sanciones, aunque luego ha recuperado un tercio de esa pérdida.
                
rán intentó mantener el objetivo de exportar 1,5 millones de barriles diarios de crudo a clientes que están fuera del radar persecutorio de Washington, pero aún no ha conseguido colocar un tercio de esta cantidad. De ahí que, a falta de ingresos petroleros suficientes y de una reforma fiscal en profundidad, la población haya sido obligado a soportar el sacrificio. Una medida imprudente, si se tiene en cuenta que la mitad de los iraníes están en la pobreza y al borde de ella. El salario de un empleado público medio se ha reducido a una quinta parte: de 2.000 a 400 dólares. (2)
                
En la comunidad internacional hay un debate sobre la utilidad de las sanciones, pieza clave de la estrategia norteamericana de “máxima presión” sobre Teherán. El especialista en asuntos energéticos de FOREIGN POLICY,  Keith Johnson, considera que si lo que Trump pretendía era obligar a Irán a modificar su comportamiento internacional y renunciar a su programa de desarrollo nuclear, la respuesta es negativa. Si, en cambio, lo que buscaba era “desestabilizar a Irán hasta el punto de provocar una crisis existencial” en el régimen, la estrategia ha funcionado. Pero sólo hasta cierto punto, porque puede provocar una situación de incertidumbre de incalculables consecuencias (3).
                
La reciente revuelta no es la primera de estas características. En los días de tránsito de 2017 a 2018 hubo otra oleada de algaradas, relacionadas con la carestía de los productos alimentarios, en particular de los huevos, que también provocó una fuerte represión. Entonces como ahora, la protesta tuvo eco en muchas partes del país, pero en esta ocasión la amplitud y la dimensión parecen haber sido mucho mayores: se ha extendido a un centenar de ciudades y se han contabilizado más del doble de participantes (según cifras oficiales).
                 
REPRESIÓN Y CONFIANZA CAUTELOSA
                
La respuesta oficial, también ahora como entonces, ha sido contundente. Se ha aplicado mano dura contra los manifestantes. Se ha desplegado un elevado número de fuerzas policiales, entre otros motivos porque se encendieron diferentes focos de protestas en una misma localidad para dificultar la respuesta represiva. Fuentes no oficiales señalan que se han  ocasionado más de cien muertos y miles de detenidos. En un intento por abortar la extensión de la revuelta, las autoridades procedieron a un apagón completo de Internet. Las autoridades proclamaron, como ya es habitual, que los instigadores de la acciones violentas eran “agentes criminales del extranjero” (del Gran Satán norteamericano, por supuesto).
                
Por lo general, el régimen ha cerrado filas, pero se han producido recriminaciones entre sectores opuestos, no limitadas a la discreción de despachos y consultas, sino aireadas en el Majlis (Parlamento) y en los medios . Este discurso crítico puede ampliarse en los próximos meses y tener un reflejo en las elecciones legislativas de febrero, aunque nadie se atreve a pronosticar qué tendencia puede resultar más castigada (4).
                
En el interior del régimen hay un debate sobre la estrategia más conveniente para afrontar esta delicada situación económica, resumido otro analista iraní de la BROOKINGS.
                
Los duros preconizan la autarquía: repliegue, resistencia, y, en todo caso orientación al Este (China, Rusia, etc). Su relativa confianza se sustenta en la recuperación del rial  y, sobre todo, en el aumento de la población activa debido a la creación de 800.000 puestos de trabajo, la tercera parte en la industria manufacturera. El paro, un 10,5%, registra el índice más bajo de los últimos años.
                
Los moderados y tecnócratas no comparten este optimismo. Consideran que esas cifras positivas no son sostenibles;  en poco tiempo, se sentirá el impacto de las sanciones y de las trabas institucionales a decisiones liberalizadoras. Predicen otro  derrumbamiento de la divisa nacional, en cuanto la inflación alcance los dos dígitos. Lo más preocupante para ellos es la ausencia crónica de inversiones y de creación brutal de capital, que cayó de un 30% anual habitual al 14% tras la agudización de la crisis provocada por la sanciones. (5)
        
Una de las principales especialistas occidentales en Irán, Suzanne Maloney, considera que estas oleadas de contestación social han provocado una “crisis de legitimidad”, reflejada en los ataques registrados contra monumentos símbolo de la Revolución. El acuerdo nuclear creó expectativas de mejora de las condiciones de vida. Era de esperar que su fracaso generara este enorme caudal de frustración, aparte de las dificultades acrecentadas de la vida cotidiana. Malloney predice que la inestabilidad social continuará, inevitablemente, y abonará nuevas y quizás más numerosas y violentas protestas (6).
                
Otro factor refuerza la incertidumbre en las filas del régimen: la sucesión del Guía Supremo, un octogenario con serios problemas de salud. Es previsible que se acentúen las divisiones internas y se compita por hacerse con ese puesto clave en el esquema de poder, aunque parece que los conservadores gozan de ventaja porque el fiasco del acuerdo nuclear ha debilitado a los reformistas.
                
No obstante, Maloney no cree que estemos ante una crisis terminal del sistema. Hay abundantes ejemplos de resiliencia de los sistemas políticos, tanto ancestrales, en Persia, como en el Irán actual, tras 40 años de acoso, protestas, huelgas y revueltas. De hecho, asegura Maloney, la capacidad de resistencia “es uno de los legados de la Revolución”.

NOTAS

(1) Why the iranians are revolting again? ALI FATHOLLAH-NEJAD. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de noviembre.

(2) “Rise in the price of petrol are fueling unrest in Iran”. THE ECONOMIST, 23 de noviembre.

(3) “Iran protests suggest Trump sanctions are inflicting serious pain”. KEITH JOHNSON. FOREIGN POLICY, 20 de noviembre.

(4) “Iran’s gasoline protests: Reigmen unpopular but resilient”. PATRICK CLAWSON, MEHDI KHALAJI y FARZIN NADIMI. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 18 de noviembre.

(5) “To talk or not to talk with Trump: a question that divides Iran”. DJAVAD SALEHI ISFAHANI. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de noviembre

(6)  “Iranian protesters strike at the heart of the regime’s revolutionary legitimacy”. SUZANNE MALONEY. BROOKINGS INSTITUTION, 19 de noviembre.

ISRAEL Y PALESTINA: UNO O DOS ESTADOS, CERO SOLUCIONES

20 de noviembre de 2019

                
A casi nadie debe sorprenderle el último paso de la Administración Trump sobre el conflicto israelo-palestino. El Secretario Pompeo ha hecho oficial lo que venía siendo una evidencia manifiesta: que su jefe no considera ilegal la construcción de colonias judías en los territorios ocupados desde 1967. Esta decisión contradice la legalidad internacional, es decir, las resoluciones de la ONU y las medidas que de ellas se derivan. Es bien sabido que a Trump le importa muy poco la arquitectura jurídica mundial, aunque no sea precisamente hostil a Estados Unidos. La pregunta pertinente es por qué ahora.
                
Como dice David Aaron Miller, un antiguo asesor de Obama, próximo a las posiciones israelíes menos extremistas, la explicación debe buscarse, en primer lugar, en las necesidades políticas de Trump. Pero, conviene no confundirse, el objeto de atención no es el electorado judío, que es mayoritariamente más conciliador y no comparte la deriva extremista de la derecha israelí, sino los sectores evangélicos que ven la hegemonía de Israel como un designio divino (1). Para ellos, la legitimación de las colonias es música celestial.
                
Ciertamente, este último paso en la parcialidad norteamericana es más bien simbólico, y en eso coincide casi todo el mundo. Después del traslado de la embajada a Jerusalén, del reconocimiento de la anexión de facto de los Altos del Golán sirios y de la oposición práctica a un Estado palestino operativo, no podía esperarse más que este “último clavo en el ataúd del proceso de paz”.
                
Los palestinos se han tomado la declaración de Pompeo como un agravio, claro está, pero sin hacer demasiado drama, porque tienen asumido desde hace tiempo que solo cabe esperar la salida de Trump de la Casa Blanca para recuperar cierta normalidad. Pero esa eventualidad, incluso si se hiciera realidad, no significaría una evolución positiva.
                
COLONIZACIÓN DISPARADA
                
A fuer de ser sinceros, la solución “dos Estados” parece agotada irremisiblemente. Cada vez son más las voces que lo proclaman abiertamente, y no necesariamente quienes siempre han sido hostiles a esa opción. Desde Oslo hasta aquí la colonización no ha dejado de crecer. Al contrario, se ha acelerado. Desde 1967 hasta el acuerdo de paz entre Israel y Palestina se habían instalado en tierra ocupada 100.000 colonos. Desde 1993 hasta la fecha, esa población ha aumentado en 400.000 más, según cálculos conservadores, que no cuentan las colonias “salvajes”, es decir, no autorizadas por el gobierno israelí, pero toleradas cuando no alentadas. En lo que va de año, se han creado más de ocho mil plazas habitacionales en Cisjordania (sin contar Jerusalén), un incremento de casi el 50% con respecto al año anterior, bajo lo que se ha venido en denominar “efecto Trump” (2).
                
La colonización no solo supone una vulneración flagrante de las resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas: implica, en realidad, la inviabilidad de ese Estado palestino, porque imposibilita algo tan esencial para su funcionalidad como una razonable continuidad territorial.
                
Pero lo decisivo es que esta política de recolonización intensiva no está ligada a la coyuntura política. Si bien es cierto que la hegemonía de la derecha ha impulsado la extensión de las colonias y, a la postre, el compromiso de anexión de la Cisjordania, verbalizado por Netanyahu en las dos últimas campañas electorales, no puede esperarse un cambio real en caso de cambio político. La izquierda se ha vaporizado.
                
La alternativa en Israel es una suerte de coalición centrista dirigida por exgenerales, hartos del populismo del primer ministro, pero en absoluto partidarios de una flexibilización de posiciones en el asunto palestino. El bloque se denomina Kajol Lavan (Azul y Blanco), colores de la bandera nacional: nada que temer sobre el nacionalismo que propugna. En estos días se sabrá si su líder, Benny Gantz, antiguo jefe del Ejército, es capaz de formar gobierno, después del fracaso de Netanyahu, o habrá que ir a unas terceras elecciones consecutivas.
                
¿UN SOLO ESTADO?
                
Pero aún si el liderazgo palestino se resignara a dar por muerto Oslo, ¿qué alternativa quedaría? Desde luego, no otra intifada, tras el mal recuerdo de la última. La amargura que provoca la ocupación y el timo del proceso de paz es innegable. Pero la desafección entre la población palestina y sus líderes, tanto en Cisjordania como en Gaza, desalienta la rebelión. Estos días hemos visto cómo Israel ha castigado duramente los ataques con cohetes lanzados por el grupo radical minoritario Jihad Islámica, que el gobierno de Hamas no ha respaldado.
                
Algunas voces palestinas en el exterior y en el interior llevan tiempo proclamando que hay que enterrar Oslo y no empeñarse en resucitarlo. El proceso de paz, mortecino e ineficaz, ha permitido la pervivencia de un liderazgo y una burocracia protectora a su alrededor, una ayuda económica a cuentagotas y un atrincheramiento inane. El Director de la Campaña pro Palestina en Estados Unidos, Yousef Munayyer, acaba de publicar un ensayo en el que aboga claramente por abandonar la estrategia de los dos Estados y proclama que “los palestinos deben reconocer la realidad de que sólo hay y siempre habrá un Estado entre el río [Jordán] y el mar [Mediterráneo] y dirigir sus esfuerzos a procurar que ese Estado se convierta en un hogar viable para todos los habitantes del territorio, ya sean judíos o palestinos” (3).
                
La tesis de Munayyer se apoya en una proyección política histórica: Israel no podrá por mucho tiempo impedir que la población palestina goce de igualdad de derechos civiles y políticos, como Suráfrica no pudo mantener indefinidamente el apartheid. Cita, además, encuestas en Estados Unidos que apoyarían esta evolución democrática del actual Estado. Los esfuerzos conciliadores deben encaminarse hacia la elaboración de una constitución inclusiva que garantice la igualdad de derechos y la convivencia pacífica, sin distinción de razas y credos.
                
Sin embargo, lo que se está observando en Israel es justo lo contrario: un refuerzo de las opciones étnico-nacional-religiosas que pretenden convertir el Estado en una entidad sólo para los judíos. Incluso los partidos religiosos, que siempre habían rechazado esta opción por considerar que no era la voluntad de Yahvé, se han vuelto nacionalistas, lo que ha dado lugar a un bloque muy compacto contrario a esa evolución que Munayyer predice.
                
Ciertamente, una administración norteamericana más cabal debería reconducir el proceso. Pero no conviene hacerse ilusiones. Israel se ha replegado sobre sí mismo y cree estar a salvo de cualquier presión, como se ha visto durante el mandato de Obama. Tampoco hay mucho apetito en el aparato político-diplomático-militar por reflotar la fórmula de los “dos estados”. Como acaba de escribir Michel Doran, un veterano de este eterno asunto exterior norteamericano, “la cesión de territorio no traerá la paz”. (4).
                
EL FACTOR IRANÍ
                
Otro factor pesa muy en contra de una mayor atención al dossier palestino: Irán. Trump ha querido externalizar la preservación de los intereses norteamericanos en la dupla israelo-saudí. Otras administraciones venideras pueden tener la tentación de ajustar que no abandonar esa opción. Pero, para ello, deberán resolver lo que otro veterano del entorno negociador, Steve Simon, considera como “obsesión iraní” (5).
                
El acuerdo nuclear, dinamitado por el presidente hotelero, se deshace semana a semana. Las sanciones arrinconan a la República Islámica, que se ha visto obligada a duplicar el precio del combustible de automoción (6), provocando una nueva oleada de protestas y, por lo que se sabe, una respuesta represiva contundente que ha provocado decenas de muertos (7).
                
La suerte de Palestina, ligada siempre a los avatares regionales, se antoja tan oscura o más que en los peores tiempos, pero envuelta en una mayor desesperanza por el agotamiento de opciones que en su día parecieron vías de solución.


NOTAS

(1) “Why has the United States said that Israel settlements are no longer illegal?”. DAVID AARON MILLER. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNATIONAL PEACE, 18 de noviembre.

(2) “Israël approuve la construction des nouveaux milliers de logements dans les colonies”. LE MONDE, 31 de octubre.

(3) “There Will be a One-State solution. But what kind of State will be?”. YOUSEF MUNAYYER. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.

(4) “The dream place ot the americans. Why ceding land will not bring peace”. MICHAEL S. DORAN. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.

(5) “America’s Great Satan. The 40-year obsession with Iran”, DANIEL BENJAMIN Y STEVE SIMON. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.

(6) “Iran’s Gasoline protests: regimen unpopular but resilient”. PATRICK CLAWSON, MEHDI KHALAJI y FARZIN NADIMI. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEA EAST POLICY, 18 de noviembre.

(7) “Répression des manifestations en Iran: l’ONU et Amnesty redoutent une lourde bilan humaine”. LE MONDE, 20 de noviembre.

BOLIVIA: DE LA SOSPECHA DE FRAUDE AL GOLPE BLANDO


13 de noviembre de 2019

El fantasma del golpe de Estado vuelve a América Latina, cuando ya se creía un recurso conjurado, anacrónico, grosero. Bolivia acaba de vivir una alteración de la vida democrática por la fuerza, o por la amenaza de la fuerza, después de tres semanas de confusión, caos inducido, provocaciones evidentes e interferencia exterior más o menos disimulada. Las discretas pero decisivas presiones militares zanjaron una oscura riña poselectoral.
                
UN RECUENTO CUESTIONADO
                
La secuencia de los acontecimientos es conocida. El recuento de las elecciones celebradas el 20 de octubre se interrumpe bruscamente cuando los resultados arrojaban una ventaja de Evo Morales sobre su competidor de centro derecha, Carlos Mesa, de unos 9 puntos, por debajo de los 10 que hubiera significado la reelección automática del actual presidente. Al cabo de cuatro días, al publicarse la actualización de los datos, la ventaja de Morales ya era de 10 puntos y medio, lo que hacía innecesaria la segunda vuelta.
                
La oposición estalla en cólera y denuncia irregularidades masivas y fraude. Evo Morales  dice primero que sus adversarios no aceptan los resultados y se niega a negociar, pero ante la extensión de la protesta en la calle, pone la solución en manos de los observadores de la Organización de Estados Americanos. Antes de que esta entidad, controlada por Estados Unidos y decididamente hostil al líder indígena y su Movimiento al Socialismo (MAS), emita su dictamen, se agravan los disturbios en la calle. Se producen enfrentamientos entre seguidores de ambos bandos. Grupos armados asaltan sedes partidarias, domicilios particulares de familiares y correligionarios y representaciones diplomáticas (venezolanas, cubanas y mexicanas). Un sector de la policía, con el beneplácito del mando, se alinea con la oposición y manifiesta su voluntad de no intervenir. Hasta que se produce otra vuelta de tuerca.
                
El pasado domingo, el jefe del Ejército, el general  Kaliman, proclama que Morales debe dimitir para evitar una confrontación incontrolable entre bolivianos. El presidente cree haber perdido la partida y anuncia su dimisión. Sus colaboradores más próximos en el Ejecutivo y Legislativo hacen lo propio. Se origina un vacío de poder y la vicepresidenta del Senado, Jeanine Áñez, una política conservadora de la oposición, se autoproclama presidenta interina y anuncia la celebración de nuevas elecciones en enero.
                
Todavía resulta difícil saber lo que en verdad ha ocurrido estas tres semanas de disturbios en Bolivia. El proceso de escrutinio levanta razonables sospechas. Ciertamente, la orografía del país, el desperdigamiento de la población y los pobres recursos electorales no permiten la agilidad deseada. Pero el cambio de escenario tan brusco abona la desconfianza. Los observadores de la OEA han afirmado en un informe escrito que no hay base estadística que sostenga ese salto en el recuento. Pero, como ha puesto de manifiesto el corresponsal de LA VANGUARDIA, este organismo internacional ha sido poco transparente en sus pesquisas y arrastra una trayectoria de servilismo a los dictados norteamericanos (1). Otro factor decisivo en la valoración de lo ocurrido es la violencia y la precipitación con que la oposición ha actuado en la denuncia de fraude, sin esperar siquiera al dictamen de los observadores internacionales.
                
HOSTILIDAD PERMANENTE
                
La desconfianza de estos sectores de centro-derecha hacia el movimiento indigenista socialista no comienza con esta polémica electoral. Ni con el cumplimiento de la provisión constitucional que impide aspirar a más de dos mandatos consecutivos. Tampoco tras la primera elección del exdirigente sindicalista cocalero, en 2006. Ya antes de llegar al poder, Morales era visto como un enemigo peligroso al que había que cerrar el camino a toda costa.
                
En 2005 viajé a Bolivia para elaborar un reportaje de EN PORTADA (TVE). En ese momento, el actual candidato del centro-derecha, Carlos Mesa, era presidente, tras la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, en 2003, debido a unas protestas populares por los programas de recortes impuestos por el Fondo Monetario Internacional.
                
Evo Morales, entonces ya líder del MAS, movilizó a sus seguidores en La Paz y en las regiones andinas y desafió a Mesa con un movimiento casi insurreccional. Las carreteras y vías de acceso fueron bloqueadas y algunos servicios públicos interrumpidos. En Santa Cruz, la capital económica del país y feudo de los sectores más conservadores de Bolivia, Morales era considerado como un peligroso líder izquierdista que iba a provocar la ruina del país. El Comité de Santa Cruz, una coordinadora de entidades empresariales, profesionales y ciudadanas de corte claramente corporativista y discurso abiertamente reaccionario, se erigió en estado mayor de resistencia ante un inminente triunfo electoral del MAS. Evo declaró a TVE que los criollos bolivianos harían todo lo posible para evitar que “ganara el indio”.
                
Cuando se consumó la victoria electoral del MAS de Morales, esa hostilidad se agudizó. El periodo de bonanza económica por el alza de los precios del petróleo y el gas permitió que el dirigente aimara pusiera en marcha programas de reducción de la pobreza, como los de Chaves en Venezuela, Lula en Brasil y los Kirchner en Argentina. Fue la “oleada rosa” que cubrió buena parte de América Latina en la segunda mitad de la primera década del siglo.
                
La coyuntura cambió con el bajón de la demanda de materias primas provocada por la Gran Recesión de 2008-2012. El derrumbamiento de las bases que sostenían el régimen bolivariano en Venezuela, los escándalos y las manipulaciones de los asuntos de corrupción en Brasil, las contradicciones, el autoritarismo y los embustes del neoperonismo en Argentina y la falta de tiempo y coherencia estratégica de los distintos proyectos de transformación prepararon el terreno para la involución política en la región registrada en los últimos años.
                
COMPARACIONES FORZADAS CON VENEZUELA
                
Si Bolivia aguantó con un líder izquierdista al frente fue por las peculiares condiciones del país y la polarización extrema de la realidad social y las propuestas políticas. La oposición boliviana sostiene que se venía viviendo un proceso autoritario similar al venezolano. Las acusaciones, descalificaciones y deslegitimación general de las autoridades suenan muy parecidas. Es cierto que Evo ha dado muestras de atrincherarse en el poder, con el argumento de que es necesario mucho más tiempo para revertir dos siglos de oligarquía política e injusticia social, por no hablar de los siglos coloniales. Su empeño en forzar la Constitución para tener la oportunidad de rebasar la limitación os mandatos electorales no hizo más que confirmar las sospechas opositoras. Desde 2014 se acusa a Evo de querer convertir a Bolivia en otra Venezuela . U otra Cuba.
                
Los avances sociales de estos tres lustros de gobierno están acreditados por organismos externos poco sospechosos de complicidad con el socialismo bolivariano. El índice de pobreza ha pasado del 38% al 15%.  Los sectores más pudientes de la sociedad boliviana, sin embargo, ponen el acento en la incompetencia, el burocratismo y la arrogancia del aparato estatal y denuncian los síntomas del hundimiento económico, que llevan prediciendo desde el comienzo de la era Morales.
               
Evo ya ha sido derribado, aunque ganara sin discusión en la primera vuelta electoral. Ha encontrado exilio en México, país refugio tradicional, gobernando ahora por un dirigente izquierdista-populista, por primera vez desde Lázaro Cárdenas en los años treinta. El líder indígena ha prometido que volverá con más energía. Esta derrota producto de un golpe blando coincide con la puesta en libertad provisional de Lula en Brasil, los movimientos populares de protesta en Chile y Ecuador y el triunfo electoral de la izquierda populista en Argentina. Es pronto para predecir el curso de los acontecimientos, pero parece evidente que algo se mueve, aunque sea en zig-zag, en América Latina.


NOTAS


(1) “La incógnita boliviana”. ANDY ROBINSON. LA VANGUARDIA, 13 de noviembre.

¿UNA SEGUNDA PRIMAVERA ÁRABE?

6 de noviembre de 2019

                
Las recientes manifestaciones en Líbano e Irak exigiendo una vida digna y la retirada de los dirigentes políticos actuales ha precipitado análisis y reflexiones sobre una reactivación de la fallida primavera árabe de 2011-2013. Habría que añadir en esta nueva oleada del despertar ciudadano la continuidad de las protestas en Argelia o las movilizaciones populares en Sudán, que derribaron a Omar Bachir y abrieron un proceso de cambios aún por evaluar.
                
Irak y Líbano son países muy diferentes, pero comparten ciertos rasgos comunes, que podrían explicar en parte las razones de las protestas públicas actuales:
                
- división comunitaria por confesiones religiosas o étnicas: chiíes, sunníes y kurdos, en Irak; y en Líbano, además de las dos primeras comunidades musulmanes anteriores, drusos y cristianos, fundamentalmente.
                
- sectarismo político, aunque gestionado de forma diferente en uno y otro país: en Líbano rige un acuerdo de reparto de los principales cargos del ejecutivo y legislativo, mientras en Irak se intenta establecer una cooperación política entre las tres comunidades, sin demasiado éxito, no obstante.
                
- fuerte influencia histórica y presente de potencias extranjeras, tanto vecinas (Irán, Israel, Arabia Saudí) como lejanas (Estados Unidos).
                
- deterioro creciente de las condiciones de vida de amplias capas sociales, no sólo de las más desfavorecidas.
                
- amenaza seria de desestabilización grave, sin excluir la deriva bélica, debido a las fracturas internas, pero también a las ambiciones externas.
                
Si estos son, a grandes rasgos, las semejanzas entre Líbano e Irak existen notables diferencias, que abundan en la profundización de las respectivas crisis internas.
                
LÍBANO: LA SOLUCIÓN PENDIENTE
                
Líbano ha vivido las dos últimas décadas bajo la ilusoria pretensión de haber superado la sucesión de guerras civiles que desangraron y destruyeron el país. Los acuerdo de Taïf, a finales de los ochenta, consolidaron un equilibrio de poder entre cristianos maronitas, sunníes y chiíes     que, en apariencia, han venido funcionando mal que bien. Nada imaginativo, ni siquiera nuevo: existía antes, aunque se le dio nuevo impulso y respaldo regional. Lo que cambió en Líbano desde comienzos de los noventa fue la intervención de las potencias vecinas.
                
Israel dejó de actuar a través de sus aliados cristianos, en particular la facción falangista de los Gemayeh, como había hecho para prevenir las acciones armadas de las facciones palestinas, y se dejó llevar por la tentación de la invasión directa y prolongada cuando las milicias chíies de Hezbollah, financiadas, entrenadas y armadas por Irán, se convirtieron en principal enemigo libanés. Con resultado catastrófico: derrota política y militar.
                
Irán es la potencia regional con mayor peso actual en Irak y Líbano y, por tanto, la que más tiene que perder con las recientes protestas (1). La creciente influencia demográfica, política y militar de los chiíes en las últimas décadas ha sido el factor más decisivo en el juego de poder en el Líbano. Hezbollah ha pasado de ser un movimiento de contestación de desfavorecidos a un factor indesplazable de poder, más allá incluso de las fronteras nacionales. Sus milicias han resultado decisivas en la victoria del régimen de Assad en la guerra de Siria.
                
Israel considera a Hezbollah la vanguardia militar de Irán en la región y una amenaza de primer orden para su seguridad. Hoy en día, éste es el próximo conflicto bélico más probable en Oriente Medio. Es paradójico, no obstante, que su fortaleza se puede convertir precisamente en causa directa de su debilidad. Hezbollah ha intentado frenar las protesta porque ya es parte del establishment libanés. De hecho, es la formación más refractaria a los cambios (2).
                
También los saudíes tratan de contrarrestar la influencia de Irán. De hecho, hace dos años mantuvieron retenido durante unas horas al primer ministro sunní Hariri, durante una visita oficial a Ryad y lo obligaron a leer una declaración de dimisión, que luego anuló. Ahora, Hariri ha dimitido otra vez, quizás en un intento de momento infructuoso por aplacar las protestas. No se descarta que el presidente Michel Aoun, cristiano, le encargue de nuevo la formación de un gobierno, que podría ser de amplia base, aunque algunos analistas consideran que el empresario sunní, hijo de un anterior jefe de gobierno que se sospecha fue asesinado por agentes sirios, esté ya amortizado (3).
                
El presidente Aoun es una figura histórica de enorme influencia, con una trayectoria volátil. En su día fue aliado de los israelíes, como la mayoría de los políticos cristianos, pero luego fue sopesando sus alianzas y ahora es un colaborador interesado de Hezbollah, para preservar un cierto equilibrio. No se ha entendido bien con Hariri y se ha alejado de Israel.
                
IRAK, ENTRE IRÁN Y ESTADOS UNIDOS
                
Irak presenta un panorama aún más endiablado. Las elecciones del año pasado no arrojaron un resultado concluyente. El gobierno que finalmente pudo constituirse es deudor de muchas lealtades contrapuestas. Irán conserva una influencia decisiva, no sólo a través de su engrasado aparato financiero de los partidos chiíes, sino fundamentalmente por la presión de las milicias afines (Fuerzas de Movilización popular), decisivas en la derrota del Daesh. Hay acuerdos con los sunníes moderados, o con los kurdos, aunque a regañadientes.
                
La influencia de Estados Unidos, aún menguante, no es todavía desdeñable. La retirada norteamericana no es completa, su peso en la estructura de seguridad es importante y las presiones para que Bagdad resista a las exigencias de Teherán son constantes. Washington se sintió muy molesto por el gobierno sectario de Al Maliki, encontró mejor interlocutor en Al Abadi y ahora tiene serias dudas sobre la solidez y eficacia de Al Mahdi. Los tres, chiíes, pero con sensibilidades diferentes y distintos grados de dependencia del vecino Irán.
                
Un factor clave en la hegemonía chií es la posición del Gran Ayatollah Al Sistani, una figura indiscutible y venerada por los masas y por las élites políticas y sociales. El santón chií, desde su discreto rincón de Kerbala, trata de mantener unido el país y pone mala cara a los intentos de interferencia de sus correligionarios iraníes, con los que nunca ha tenido una relación cómoda. Pero tampoco acepta las imposiciones norteamericanas. Se le escucha y se le hace caso, pero no dicta la política cotidiana. Otros clérigos chiíes, como el otrora antinorteamericano radical Moqtada Al-Sadr, ahora más conciliador, ejercen una fuerte influencia debido a su peso parlamentario pero sobre todo a su implantación social entre las masas más desfavorecidas del chiismo en las grandes aglomeraciones urbanas como Sadr City.
                
En las calles de la capital y en otras ciudades el desafío es cada vez mayor y menos sectario. Se proclama la voluntad de prolongar la huelga general hasta que se produzca un cambio político profundo, aunque ya se contabilizan 270 muertos en las protestas. Como en Líbano, las fuerzas proiraníes parecen el blanco preferente. (4).
                
FUTURO INCIERTO
                
Las manifestaciones en Irak y Líbano coinciden en denunciar la corrupción, reclamar la renovación de las respectivas clases políticas, medidas efectivas que mejoren la vida cotidiana de la población y un mejor reparto de la riqueza. Son reivindicaciones que estaban en el origen de la primavera árabe de 2011. Algunos analistas se preguntan si estamos ante el renacimiento de aquel movimiento ciudadano
                
La directora para Oriente Medio del think-tank CARNEGIE considera que las las condiciones que favorecieron la primera oleada de protestas siguen intactas: estancamiento del crecimiento económico, desempleo extendido sobre todo entre la juventud, incremento de la pobreza y de la falta de oportunidades,  deterioro de los servicios públicos y autoritarismo de las élites, entre otros (5).
                
Otro analista, el diplomático y  exministro jordano Marwan Muasher, estima que los ciudadanos árabes han aprendido de los errores de entonces y extraído las consecuencias de la deriva desastrosa en Siria, Libia y Yemen o de la involución en Egipto (6). Los ejemplos más recientes de Sudán y Argelia, que se detectan con menos intensidad en una veintena de países más, consagran una vía pacífica de protestas. Pero admite que es difícil saber si estamos en realidad ante una Primavera árabe 2.0 y si esta versión será más eficaz que la precedente.


NOTAS

(1) “Iran is losing the Middle East protests in Lebanon and Iraq show”. HANIN GHADDAR. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST, 22 de octubre.

(2) “Hezbollah’s old tricks won’t work in Lebanon”. MICHAL KRANZ. FOREIGN POLICY, 4 de noviembre.

(3) “After the Lebanon protests: between the Party of God and Party of People”. MAHA YAHYA. CARNEGIE MIDDLE EAST, 1 de noviembre.

(4) “L’Irak en grève ‘jusqu’à la chute du régimen’”. LE MONDE, 3 de noviembre; “La soif du vengeance des familles de manifestants tués”. LE MONDE, 6 de noviembre.

(5) “The Middle East’s lost decades. Development, dissent and the future of the Arab world”. MAHA YAHIA. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre 2019.

(6) “Is this the Arab Spring 2.0?”. MARWAN MUASHER. CARNEGIE MIDDLE EAST, 30 de octubre.